Noche de los judíos

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CarlosVattier

í^ak^í

-£r /



Carlos Vattier literarios el

en

tales

chilenos.

conjunto

como

es

uno

Posee de

la

de

dotes

los

nuevos

que

literatura

lo de

valores

distinguen su

patria,

la observación irónica, la descriollización

gracia

sentido pictórico, la audacia imaginativa y la en el decir. Es, indudablemente, un degus

tador

literario,

en

su

un

narrador

de

verdadera

anima

ción.

Su libro "Cuentos para gente simpática" (1938) constituyó un verdadero triunfo, sobre todo el re lato

o

evocación titulada

luce Vattier, de modo hemos

"Agenda 1900", en donde especial, las cualidades que

apuntado.

Este

nuevo

libro "Noche de los

judíos" refleja

el progreso de Vattier en la técnica del relato. A él concurre con su fidelidad de retratista, su humor

de caricaturista, mezcla de al par, de

su auténtico ingenio (que es una "esprit francés" —acaso por linaje— y, socarronería criolla) y un agudo sentido

de lo dramático sin concesiones al mal gusto, dentro de

una

sobriedad que

contribuye,

'hacer más intenso el patetismo de

por sus

eso

mismo,

narraciones.

ERCILLA.

a



COLECCIÓN CONTEMPORÁNEOS

NOCHE DE LOS JUDÍOS


OBRAS

DEL

AUTOR

Barula, 1931. (Novela.) Agotada. Cuentos para gente simpática, 1938, Edit. Nascimento, Noche de los

judíos (Cuentos)

Edit. Ercilla.

PRÓXIMAMENTE

Propio Morir

del hombre. a

/ais seis.

(Poesía.)

(Seguido de "El cielo

Novelas. ) Cuaderno

en

limpio. (Infancia)

es

el mar".


CARLOS

VATTIER

NOCHE DE LOS JUDÍOS

EDICIONES

ERCILLA

SANTIAGO DE CHILE 1940


Es propiedad. Registro' N.° 7321

J

COPYRIGHT by Ed. Ercilla, S. A., 1940.

-i-

Prensas de la Editorial Ercilla, S. A.

FABRICACIÓN CHILENA

Santiago de Chile

PRINTED

IN CHILE


Profond est pas diré

le puits du passé. Ne devraiLon

qu'il

est

insondable?

L'essénce mystérieuse qui recele notre ptopte existence, faite de jouissances natutell.es et de misére sutnatutelle,

THOMAS MANN. (Prélude. La Deséente Aux Enfers. "Les Histoices de Jacob". "Die Geschichten

]aakobs".)



NOCHE DE LOS

/

JUDÍOS


VISITACIÓN JUL 24*640


La luz del farol atraviesa el verde La señora Steinmann alcanza

a

tenue

brillo teatral del árbol

que sirve de toldo

al pie de

su

Y

sensación

de

ventana.

no

sabe

algo asfixiante,

cierra los ojos,

de las

mirar desde la

por

a

un

hojas.

cama

el

basurero

qué la invade la

inhumano. Cada

vez

que

arboleda, bajo la luz hú meda de las estrellas. Pero no logra conciliar el sueño. El calor del día se ha adherido a las paredes del cuarto como en un horno de barro. ¡Qué primavera tan tem prana y tan desesperada! Si no hubiese otros¡ durmiendo tranquilamente bajo el mismo techo, ella podría cerrar la ventana y librarse siquiera de la horrible ferralla de los se

va

por

una

tranvías nocturnos; amortiguar todos los ruidos que lle gan a tener formas y colores en el desasosiego del

¿Si se quitara la frazada? Cualquier pequeño puede ser la salvación en una noche así. Co sudario poroso, la sábana moldea el cuerpo an

insomnio.

movimiento mo

un

y trabajado de la señora Steinmann. Entonces son diez minutos de playa, entre gente rica, limpia, fresca como una copa de helados a la orilla del mar. ¿Será

cho

posible

que

no

le

quede

ya

ni

la felicidad inofensi-


12

CARLOS VATTIER

de

va

y

un

el lienzo

buen sueño? Porque ha despertado tiritando se le pega con un sudor frío. Vuelve a taparse

el sucio cobertor que le ha servido tanto en los puen tes* de esos barcos cargados de emigrantes, como de bes tias en cuarentena. Su grueso cobertor es como el pe con

invernal de los animales, pues ella no ha tenido nun segura ni la cama, esa cama que la ley comienza a

laje ca

llamar

sagrada, cuando

está

en

el medio de la calle. La

señora Steinmann permanece mucho

tiempo

los ojos

con

abiertos. Sus pupilas fijas1 han creado un punto hipnótico que fluctúa como una luciérnaga en la penumbra. No se diría que piensa o acaricia el dulce fluir

enormemente

de las imágenes. Hace años que, en su cerebro, se ha llenado de una densa y dolorosa materia el espacio abier to

al aire ligero de las ideas. Su cabeza rechina

como un

hondo cajón de despensa: pan, leche, carne, aceite. Le cuesta apretar los ojos endurecidos. ¿Qué hora es? Sería inútil saberlo. El tiempo del desvelo enloquece a

los minuteros,

cuentas

falsas

y

como

enloquecen

precisas

que

sacan

te, la señora Steinmann siente se

le

agolpara

dencia. Es

entre

las sienes

a

las matemáticas

los clowns. De

como con

si toda

una

su

esas

repen

historia

terrible clarivi

segundo, segundo que deja mucha la un miedo encallecido y algunas flo vaza, carbón, res secas que podrían ser la leyenda de su juventud. El calor aumenta. ¿Si esta atmósfera compacta se deshicie ra en una lluvia torrencial? Pero hoy no habrá paz. Los ratones corren por el entretecho, con todo el peso de sus vientres elásticos y musculosos. Empiezan a roerle los un

un

mucho

nervios desde la raíz. Ella sabe lo que

son

las chinches


NOCHE DE LOS JUDÍOS

gordas

en

los asilos de noche

negros hoteles vecinos

y

13

las pulgas furiosas de los

las estaciones; pero la crispa el e invisible de una rata. Lenta, solapada trabajo agudo mente: así va destruyéndose hasta lo que pareció ser la verdad. Alguien sube a trastabillones por la escala em a

pinada. Debe

ser

de pájaros al

amanecer.

el borracho barbudo

único que les sonríe ve

en

la boca

en

como

que

imita

cantos

Molesta demasiado, pero es el la casa. Y la sonrisa se le disuel terrón de azúcar

un

vino rojo. Un día lo hallarán muerto,

con

en un

de

vaso

la misma

cara

de patriarca sinvergüenza. Ella asegura que el resto de los que trepan los cuatro pisos y se enronquecen pidien do

un

jarro de

compone

esa

agua por

gente gris

el tubo siniestro de la escala, lo no disimula el júbilo fisioló

que

gico que le proporciona una invitación a comer. En la calle, muestran un aspecto satisfecho, hasta cortés. Y có mo

aprecian las salidas solemnes de los matrimonios

las fuentes luminosas'

en

los días feriados de fiestas

pa

las más largas conferencias sobre eugenesia o apicultura. Sólo que a al gunos les ha costado diez años de trabajo embrutecedor trias. Para matarles

el alivio de

a

tener una

ellos las tardes

y

son

camisa de más.

De pronto, se derrama por el cuarto una débil cla ridad. Cae desde lo alto del tragaluz de la pieza con

tigua, haciendo brillar las sombras. Llega

seguida un murmullo de oraciones. Luego la voz pierde el sonso nete místico y adquiere el de un monólogo quejumbroso. Es la vieja de la cofia, que descuelga a medianoche los cuadros de los rias1. Les

santos y

conversa

les

hasta de

cuenta cosas

sus

en

más íntimas mise

indecentes

y contesta


14

CARLOS VATTIER

por ellos

con

lleva

iglesia

para

a

la

una a

seriedad dramática. De madrugada, los

que tienen

marcos

nutrirlos de divinidad. Lo cierto

do paciencia

para esperar año

merecido. Ella misma

es

más pequeños, que no ha teni

tras año

paraíso

su

tan

lo ha creado. Un paraíso pal pable, emotivo, pintoresco. Y nada la inquieta ya. Des pués de una hora larga, reina el silencio y se apaga el se

cielo de la vecina. La bulla de la calle ha cesado. La señora Steinmann busca ahora la compañía del

menor

ruido. La inquilina de enfrente, mujer nario público vivencia tenebrosa de —

o

tía de

una

un

funcio

chaqueta de al

permitiéndole divisar por la puerta entreabierta los escombros de su madriguera, le advirtió el primer día que evitara todo roce con la prostituta del tercer pi so. Después desapareció, dejando la impresión sedosa y polvorienta del vuelo de una polilla. paca

La señora Steinmann

jer

que

de los

jamás ha

se

pone

a

pensar

visto. Ella ¡as ha tratado

en

esta

las

mu

terceras

log suburbios de las El ciudades. destino las transforma en algo tan grandes duramente corpóreo, que sólo tendrían la responsabilidad trenes

del objeto tidas

como

internacionales

en

que

nos

moscas

y

en

hace tropezar y caer de bruces. Ba y llamadas a gritos por todos los

caminos que ciñen el

planeta, allí

están. Como fardos

blandos fardos, allí están. Vacías, fá palpitantes, ciles, mudas. Dueña de su antigua virtud israelita, de su feroz virtud de cal viva, ella no puede despreciarlas. Hay como

solo signo de persecución bajo el sol; cia de vida violenta. Y cada cual recibe

un

una

su

sola

esen

porción de


NOCHE DE LOS JUDÍOS

15

hiél, de acíbar o de vinagre. No, ella no debe despreciar a la prostituta del tercer piso. Su propio hijo la buscará a oscuras, sin mirarle la cara, de fuego. noche cualquier, En devolución de

su

ella le dejará el cauterio de

paga,

mandato de limpieza profunda, que lo hará recono cible entre los suyos, como otra gota de agua exacta.

ese

Aplastada, perseguida, vejada, la no

sabría manejar

pobre

carne

Forzada tal son

con

destreza

un

señora Steinmann

par de frases.

En

su

están formuladas todas las reclamaciones.

la más ciega lucha, gritar que la elocuencia a

cuerpo

a

cuerpo,

podría

y los buenos sentimientos los efluvios de los estómagos llenos.

vez

Ni el

la sostiene. Ella experimenta la sensación de haber ido esparciendo a su esposo por todos los paí amor

ses,

hasta

las

manos.

que se

quedó

con

su

cabeza consumida

entre

Creando y dios voluntarioso, se

sacando la vida del vacío, como le ha convertido la astucia en

órgano condicionado sagradas de su casta

a

un un

Porque las llamas altas murallas que sólo po

la hostilidad.

y sus

desplomarse ante una música divina, no han sido todavía amagadas ni abatidas. Habilidad, argucia, suti leza, persuasión, perseverancia judía: qué finura tan vi drían

sobre los caballos que patean co sobre las balas que muerden como

gorosa y tan eterna, por mo

hombres,

por

dientes.

La señora Steinmann

nunca

pensó

bién judíos ricos. En ello ha estribado resistencia. Y que el en

los

no

tuvo que

que

hubiese

gran

andar mucho

tam

parte de

para

su

aprender

pobre descansa al amparo del pobre. Acorralada ghettos desde niña, adjudicada de grande a un


CARLOS VATTIER

If

barrio, siempre localizada, tiene

una

noción delirante de

la libertad. Como casi todos los suyos,

lo el cansancio de haberse filtrado de las ciudades, sino

a

en

no

las

siente tan só

masas

cerradas

través de todo el espesor de la

tierra.

¿Cómo poder dormir? La cien

la

veces

la cifra de

consume o

señora Steinmann

repite

economías. La estira, la reduce,

sus

la hace durar toda la vida. Otra mujer llo

Las lágrimas parecíanle a ella una co quetería. Otra mujer rezaría. Raquel Steinmann piensa que es Dios quien lee en ella como en una vieja Biblia raría de

temor.

abierta.

Mjel envenenada

en

Italia;

vitriolo hasta los tuétanos

col, metralla de cielo,

para que

santas.

sas

por

pus

se

en

lleven

en

de

pan

Austria;

plomo

en

Polonia;

afrenta de estiér

Alemania. Y los ríos llenos de a

los hombres puros

Y todo el mundo

una

y

a

las

estepa de alba y

co

fuga

delante.

Hasta la bolsa

para

los siete

objetos familiares, la

bolsa rayada que fué la casa al hombro de sus mayores, ha sido vaciada en la puerta de la ciudad y cae al suelo

primer albergue del viaje, como una vergüenza más. Parchada, blanda, humana, cuelga ahora de la perilla de un catre de esta pensión sospechosa, escondiendo en el fondo de sus entrañas algunos retratos benditos y esa To en

pa

el

gastada

cuerpos.

que

Como

ha vivido

un

tempestad, cuelga

ahorcado

ya

una

o una

la bolsa de esta

vida al calor de los carpa

deshecha

por

la

perilla dorada, miraje

de riquezas fabulosas para la señora Steinmann.


NOCHE DE LOS JUDÍOS

La puerta

17

abre

sigilosamente. Entra Isaac. A la señora Steinmann le late el corazón con violencia, pero prefiere callar. Por el suspiro jadeante que le ha escu chado al entrar, comprende que su hijo viene extenuado. Y no tiene valor para interrogarlo. Mañana sabrá si ha encontrado trabajo. De todos modos, mañana ella ten drá también que seguir buscando trabajo. Lo mira una

se

el overall y saltar a la cama con graciosa agilidad. Dos años atrás, él se habría que sacarse

dado dormido

completamente desnudo

sofocante. Pero los vada

se

secretos

revelan ahora

en

de

ese

una

pudor

en una

noche

vida calurosa que

y

ha cortado

tan

pri en

definitiva el cordón sanguíneo que lo ataba a su madre. Pues ella gozaba mirando el desnudo fuerte de su hijo, como

un

árbol

pudiese besar sus frutos. quedado tendido en el suelo, conser rápido diseño las formas de Isaac. Mirándo que

El overall ha vando

lo, la la

en un

señora Steinmann

de

se

estremece.

pogrom, al

Ella ha visto

en

de las

resplandor bayonetas, diez cadáveres sin cabeza y vaciados así. ¡No, a su hijo, no! Sin embargo, presiente que le será imposi masacre

ble arrancarlo

un

cortante

su época de odio y de batalla, aunque haga soñar que Isaac podría ver el mundo por sus ojos piadosos y cansados. La señora Steinmann se levanta a taparlo. Isaac se ha dormido de golpe. Una respiración tranquila, como la del agua oleosa junto a los docks, imprime un ritmo de embarcación a su pecho amplio y pulido. El vino li gero del sueño de la adolescencia sonroja sus mejillas. El tinte oliváceo de la piel atenúa la frialdad de sus su

ternura

a

la

2


18

CARLOS VATTIER

facciones demasiado delicadas; pero los años acusarán su nariz afilada, su labio inferior carnoso y el

más

destello de

templa niño; se

ojos semitas. La señora Steinmann

sus

orgullo

con

el

circular

como un

las

reaparecerá algún día,

pero que

za

pureza de vertiente.

una

su espiritualmente judío podrá diluir

agua secreta por

extrañas, y

con

de

durante generaciones,

ese rostro' que,

y

rostro

JLa señora Steinmann

reposa

con

sangres más

con

fuer

una

sólo pensar

en

él.

Sufre al verlo mal alimentado, al saber que su esplendor juvenil extrae su savia únicamente de la alegría de tener dieciocho años, como de un viento quemante y endemo niado. Gesticulando, exagerando, apasionándose, culti vando

en su

interior la

rosa

de los vientos

con

mayor

ce

lo que nunca, él aprenderá todos los oficios. Y sobre todo uno: su oficio de judío. Pues, aunque en las plazas

de

ciudad sudamericana

esta

no

haya bancos pintados

de ignominia para él; aunque no lo crean descendiente de otro Adán; aunque los enigmas de Sion sean aquí secre tos

a

cada

habrá siempre acecho.

voces, en

En la

cama

una

valla sutil

y una

embos

del lado duermen el abuelo Israel

y

la

pequeña Esther. El pelo de lino de la niña se desparra ma sobre un brazo del anciano, amorosamente tendido como

una

almohada. La barba blanca dá al sueño in

móvil del Rabino al cielo. Es el

solemnidad de pastor muerto cara depositario ritual de la fe que anima; el una

hombre litúrgico, el oficiante intocable de la familia. Orando y lamentándose cuando el texto bíblico lo re

quiere,

con su

gorra

de caftán

negro y

sus

triángulos

sim-


NOCHE DE LOS JUDÍOS

bólicos, el abuelo Israel

grado

la Thora

como

o

transfigura

se

19

algo

en

tan

sa

el Arca de la Alianza. Los Re

yes y

los

Y

de nuevo, para él, una cosa tan inmunda la carne de cerdo. A ninguno de sus familiares se

un

como

Jueces

son seres

vivientes

en

conversación.

su

goy es,

le habría ocurrido insinuarle siquiera

que

trabajase;

pero

él siente la fatiga alucinada de toda su tribu en pos de Moisés. Su sugestión religiosa es tan concreta y candente como

los tumultos del Éxodo.

El abuelo Israel custodia

en

corazón,

su

como

un

sagrario, el instinto de cielo de los suyos, mientras pasan las privaciones que los amarran a la tierra. La señora Steinmann mira

frente espaciosa

su

y marmórea.

Tras

llanura de sal, bajo el ámbito de la voz de Jehová. Junto a él, la pequeña Esther es la vara florecida de Aarón; la flor de hálito brillante, que vive ella

sus

dilata

se

días

no

una

menos

livianos que el rocío y

se

cierra para

dormir.

Tras

cortina llena de

remiendos, colocada por la madre, para aislarla en medio del hacinamiento en que viven, duerme Sarah. Está en la edad en que cual una

quiera mirada joven rubio brazos, de un El sueño la sola

la pone roja, y debe soñar que la salva, siempre es uno distinto incendio gran suave

b-

es

palabra

.

su

único

amor

tante, por encima del esta

primavera de mil

.

entre tanta

yemas

en

.

refugio. ¿Pues

hambre,

un

su

a

qué sonaría

humillación? No obs cuerpo

sensibles

se

ha llenado

y prontas

a

esta

llar. Su madre la acaricia por todos los muchachos que


20

CARLOS VATTIER

la rondarían por el parque, sí tuviese la avergonzara de ser mujer.

vestido

otro

que

no

halla cómo ponderar la be lleza de Sarah, desde el día que el maestro de escuela de la aldea en que habitaban, hizo subir a su hija al pu La señora Steinmann

pitre,

explicarle

para

nómicos de

esa

a

criatura

no

los alumnos que los rasgos fisiosollozante, mostraban todas las

lo judía. Y aquel hombre más horriblemente puro posible en medio de las car cajadas de los otros pobres niños, como un caníbal eu fórico, dictó, sobre el modelo apetecible de su hija, la características de la hidra

clase de

zoología

más asquerosa de que

se

tiene

memo

ria.

El alba

estrellas da

y

como

un

azulosa y callada. Las una claridad tan delica

agua

consumiéndose

en

transparente que ni el aire la absorbe. Cuando apa

gan los

faroles,

vidrios. Al una

fluye

van

su

cerrar

presencia cristalina

luz,

su

confunde los

en

los

la ventana, la señora Steinmann mira

ciudad casi inmaterial. Llena de las

da la

difunde

se

mirada dibuja

una

casa

esperanzas que

con

el halo que

contornos.

Acostada

ya en

la

cama

fresca,

tiene

uno

de aque

llos pensamientos inauditos que sólo nos asaltan en la soledad del amanecer. ¡Si pudiera hacer volver a sus hi

jos hacia ella, como se vuelve a la tierra! Sin muerte, sin dolor, milagrosamente. Pero al oír en su sangre la orden de marcha, dada a los suyos como a todos los

hombres,

se

tibio

y

su

renuncia.

ojos, se dice la señora Stein dormida, respirando el aliento quedándose de sus hijos. acompasado

Un día mann.

avergüenza de

Y

nos

cierran los


ABEL

ENVEJECE

ALGUNAS HORAS



Hacía frío,

empeñaba

en

fanda de lana

pero

no

obligarlo que

a

el que

tanto como

sentir. Lo

le había

sacársela delante de ella. En

tejido,

su

madre

congestionaba mas

cuanto

no se

la vio

atrevía

se

arrancó la bufanda

con

para

furia

a

desaparecer,

después de haberla oído gritar desde la puerta comendaciones maternales

se

la bu

esas

re

morirse de vergüenza, y

el frío le

produjo

una

franca sensación de alivio. Permaneció tanto tiempo so lo en el salón de visitas que llegó a pensar que lo habían

olvidado. Sin embargo, no se atrevía a llamar la aten ción sobre su presencia. Aprovechaba más bien aquel abandono momentáneo, como si fuese la última hora ín vida. Helado, insensible, contemplaba la hi lera de sillas que daba vuelta al cuadrado de la sala, con una estrictez militar. Su mirada tropezó con el Cuadro tima de

su

de Honor. Como en

un

gran

panal de

pequeñas celdas, franqueadas

oro,

por finas

estaba dividido coronas

de lau

rel. Allí habitaban las cabezas) de los semidioses, los retratos de los querubes de la aplicación, cuyo Paraíso y Domingos sonrientes, le estaba vedado verdadera fatalidad. Tenía la certeza de que no

de medallas

por

una

po-


24

CARLOS VATTIER

dría

jamás

sustraerse

a

destino de mal alumno.

su

Algo

lo interior que su sabiduría estaba esperán dolo afuera, en la calle. De pronto, escuchó la sonajera

le decía

de

un

en

llavero y

¿Dónde

Pero él ta

desagradable:

una voz

se

ha metido

dio señales de vida. Fué

no

la ventana y

se

asomó al vestíbulo

tón estaba abierto de par

garle

a su

niño?

ese

madre

lo

que

en

puntillas has

cautela. El

Intentó huir,

par.

dejara

en

con

en casa

o

para

por

para

ro

perderse

la ciudad, lleno de odio. Pero se contuvo. Precedidos por el portero, entraban en ese momento dos hombres, en

llevando al hombro y

humillantes

su

cama

pareciéronle

él mismo hubiera tenido

los ojos de

ante

sus

si le exigieran contar

y

allí que

vieja maleta. Qué feos

su

sus

objetos familiares. Si

conducirlos al dormitorio

compañeros, habría sufrido en

público

No había alcanzado aún

a

como

privadas. impresión, al Inspector General.

sus cosas

reponerse

de

más

esta

cuando oyó un portazo y vio venir En un tono totalmente distinto al que le había hablado cuando fué —

a

Abel Rainer.

Entonces sintió

matricularse, llamó: plena

tuvo

conciencia de

su

soledad. Se

perdido.

Atravesaron

pasadizo que daba acceso a los es cursos superiores. Era un cañón intermina ble, iluminado apenas por la luz crepuscular que se fil un

tudios de los traba

especies de trampas de fierro, practicadas en el techo. Muy en el fondo, había un res plandor de incendio. Manaba del vitral de la capilla, a

través de

unas


NOCHE DE LOS JUDÍOS

25

repetía desde la fundación del Colegio

que

puesta de sol. Sin cruzar año. De

tercer

palabra, detuviéronse pie

en

en

el umbral, había

un

una

misma

el estudio del

castigado

que

divertía haciendo morisquetas, en cuanto el Inspector miraba hacia otro lado. Abel entró en el preciso momen se

to

lo sorprendían. En medio de su timidez, sintió el chaparrón de amonestaciones caía también sobre

que

que

él. Se dose !

y

vorido siu

colorado. Miró al Inspector como disculpán dirigió al pupitre con ese atrevimiento despa-

puso se

que da

nombre;

ya este

el

temor.

pero el

Tenía vergüenza hasta de decir

Inspector General habíale ahorrado

sacrificio.

'Abel Rainer, elija cualquier banco libre. Como conocía por experiencia propia la encarnizada —

crueldad que se dispensa tradicionalmente a los nuevos, hubiera querido llegar a su puesto por debajo de la tierra. No obstante, parecía que

víacrucis había sido poster provocó sino un murmullo de su

gado, pues su paso no abejorros que paró de súbito

puñetazo del Ins el escritorio. Desde lo alto de su tarima, como

pector en el Dios de la

eterna

con

un

vigilia, él lo miraba todo,

sin

fijarse

en nada. Tras el grueso cristal de los lentes, sus ojos se alejaban hasta convertirse en un punto luminoso y obse

sionante.

Abel sólo atinaba color violeta

tan

una

esconder la bufanda. Era de y

femenino

que atraía

un

el pe

la tejió con la lana sobrante del traje hermana. Abel presentía que iba a acarrearle la

ligro. Su madre de

a

encendido

desgracia. Se

se

puso

después

a

abrir los libros. Estaban


26

CARLOS VATTIER

todavía flamantes, como hemisferios sin descubrir. Al cabo de algunas semanas convertiríanse en algo tan su de

colegial. Con una curiosidad, mezclada de orgullo, Abel hojeaba las últi mas páginas de cada tomo. Como un aprendiz de brujo, su imaginación se deslizaba sobre aquellos misterios que no desencantaría nunca hasta el extremo de que dejasen de serlo. Su aguda sensibilidad acortaba la dimensión de su conocimiento y lo hacía aprender como durmien frido

lamentable

y

como

su

ropa

do.

Tocaron la miedo

campana.

Su extraño sonido infundióle

nostalgia. Era tan diferente colegio y no podía llamarlo sino a y

rio. A pesar del frío, para

salir

tierno y

a

a

tabla bruta lavada

mecía al único árbol del tro.

dir

con

Las nubes corrían su

carga

un

la de

a

con

se

purgato levantaron

aquel olor

agua.

antiguo

su

nuevo

cuando los niños

hízose más vivo

recreo,

a

a

cuerpo

El viento

estre

patio y se colaba por el claus parejas con los niños, para fun

de lluvia.

Apoyado en una columna, Abel se mordía las uñas desesperación. Hubiera querido conocer por ciencia

infusa los nombres de

sus

compañeros; los sobrenombres

de los maestros; las parejas inseparables; los grupos her méticos y los juegos del día. Que nada se le ocultara en

aquel dédalo. ¡Oh! adivinar las consignas, do

en

aquella

tener

un

gra

masonería y estar ya dentro de la cabala.

El había vivido

en un

gran

desamparo

entre

los gran

pues fueron siempre sus enemigos jurados. Y no imitaba sino para vencerlos con sus mismas arti los

des,

mañas,

ya que

en

el universo de

sortilegio

y

fascinación


NOCHE DE LOS JUDÍOS

salido de

27

hallaba lo necesario

sus manos,

hasta lo

y

cesivo para sentirse colmado. Pero estaba ahora

ex

a

las

puertas de su Cielo y no escuchaban sus llamados. Vien do que nadie se le acercaba, Abel decidió lo inaudito.

Había reconocido

al

castigado

retó el

que

cuando lo llevaron al estudio. Discutía sabañones

en

el centro de

un

corrillo. Abel

enrojecido hasta las orejas. Perdóname, le dijo. Si —

ese

momento,

no

te

yo

no

Inspector

un

con

se

calor de le acercó,

hubiera llegado

en

habrían visto.

El muchacho lo miró de alto abajo. La astuta deli cadeza de Abel no lo había tocado. Sacando de los bol sillos

sospechosas

sus manos

y

manchadas de tinta,

con

testó :

Siempre

Hubo

un

me

pillan.

silencio embarazoso. Abel sondeaba las

indiferentes de los demás. Espiaba casi con imper tinencia la de su interlocutor. Era un muchacho muy de caras

sarrollado,

con unas

ojeras inequívocas

y

un

mechón dís

colo sobre la frente. Lo seguían hasta el doblegamiento, porque era el más alto y sabía más cosas. Seguramente, las

primeras viborillas de la adolescencia, aparecidas de

masiado temprano en el clima inconveniente de su ni ñez, se le habían convertido en animales domésticos. —

¿Cómo

te

llamas? preguntó.

Abel Rainer. ¿Y tú? Jorge Smith.

Y de vió

a

nuevo

el mismo silencio sin salida.

romperlo: ¡Abel Rainer! ¿Eres inglés

o

alemán?

Jorge vol


CARLOS VATTIER

28

Soy

soy

.

.

.

.

.

.

Abel temblaba. lo mismo que tú. Mi abuelo era inglés,

Soy

tras

las

erres

Mi

para

padre

respondió Jorge. Tú

arras

hablar. Es decir, yo he hablado alemán des

...

de chico.

¿Y

qué

por

cambiaron de Colegio?

te

Abel mintió: Por mala conducta.

Uno de los muchachos hablóle te

se

al oído. Es

a Jorge diálogo de

y terminó el

impacientó

una

manera

fulminante : —

Bueno, si quieres

ser

amigo mío,

no

te metas

con

los del "Cocodrilo''. —

¿Qué El

es

otro

el "Cocodrilo"?

bando. El patio está dividido

Dicho esto, dio media vuelta

guido de

satélites,

sus

bía montado

cerse

notar.

Abel

vez,

hubiera cometido

una

Culpó

echó

en a

halló

se

locura

a su

o

padre,

dos.

correr,

se

general legendario. Ha

caballo visible únicamente

en un

•Solo otra

un

como

y

se

tan

para

ellos.

insignificante

que

la mayor vileza para ha a su madre, a sus herma

Los detestaba. ¿Qué se había hecho la ternura con lo agobiaba su madre? ¿Dónde estaba aquella feli que cidad que parecía eterna y que fluía como un río tibio

nos.

de las

manos

de

su

padre? Mientras

diente, todos estaban la estufa,

los hacía

y

sintiendo

correr a

en ese

casa,

él daba diente

delicioso olorcillo

la cocina

a

con

conversando alrededor de a comida, que destapar las ollas. Después


NOCHE DE LOS JUDÍOS

29

pondrían

uno de los cinco únicos discos en la victrola les había que dejado en pago uno de los arrendatarios. Nadie cesaba de conversar, mas era la hora de la música. A las diez llegaría Mendel, el hijo de la nodriza, que

vendía corbatas ser

para

los

en

banquero.

ma como un

restoranes y

Y pensando

par de

que

estudiaba de noche la

cama

abierta lla

brazos abiertos, terminaría la velada

la discusión que se prolongaba ya como la famosa Querella de las Investiduras1. "No, señores, los sefarditas con

son

más finos que los

esquenasis".

El cúmulo de recuerdos

se

le iba condensando

en

sensación opresora. Aquel desfile de imágenes cá lidas estaba pronto a derretirse en un mar de lágrimas. Abel se esforzaba por no llorar, pero retenía los recuer una

dos más dulces,

verdadero placer de sufrir. En la pajarera del patio, escu chóse un griterío cerrado, como un adiós a todos los gri tos. Después reinó el silencio, para cederle el paso a las

Tocaron la

voces

con un

campana.

de mando. El entusiasmo

jadeaba

en

la recta for

mación de las filas. Pero todo llamado al orden sería in consecuente; toda

inútil.

rigir

¿Quién a

prisión, insegura; toda vieja ciencia,

ha escrito el guía de soñadores

para

di

los niños?

Apenas probó la comida. Y como no habían dado permiso para hablar en el comedor, lo exasperaban las ganas de conversar con sus compañeros de mesa, a quie nes

les

regaló los

arenques

ahumados

y

la compota de


30

CARLOS VATTIER

ciruelas que

su madre le hizo llegar. Pero fué todo im posible. Del refectorio salieron derecho a la capilla. El último recreo quedaría suspendido indefinidamente, al

menos

que

acabara de

una vez

el moscardoneo

en

las fi

las. Así declaró el Inspector de internos.

Los reclinatorios de la capilla estaban húmedos y lamparinas hacía bostezar. Seguros

la luz aceitosa de las toda

sientimentalidad, como los ángeles en la casa del Señor, rezando las plegarias de la noche, los niños hacían algo de más. Subieron al segundo piso. La' ancha escala de piedra quedó cerrada tras ellos con una reja recoleta. Abel sa

y

ajenos

bía

que

a

lo habían ubicado

en

el dormitorio de los gran

des. No tenía sueño, pero estaba rendido y quería cercio luego de quiénes eran sus vecinos de cama. En

rarse

Las ampolletas, protegidas por bombillas de alambre, reflejábanse a lo largo del linóleum encerado. Olía a unto de zapatos, a toalla húmeda y a jabón fetraron.

nicado. Cada

yectaba

en

cama, con

su

la atmósfera

un

baúl distinto cuarto

a

los pies, pro

inconfundible. Lo in

definiblemente repulsivo que había allí, se equilibraba cierta sana brutalidad de dormitorio de regimien

con

to.

Tenían sólo cinco minutos la última

palmada

Quedaba

tan

la obscuridad

completo,

del

para

sólo la débil no

se

desvestirse. Sonó

apagáronse las luces.

guardián bujía de y

la veladora. Como

había adueñado del dormitorio

las sombras

planeaban

los niños, batiendo las alas, moviendo

de

aparecidos

o

desplegando

sus

por

sobre las cabezas de sus

mantos

capuchones de mujeres


NOCHE DE LOS JUDÍOS

31

abandonadas. Era el

momento álgido del paso de un el asalto otro; del ladrón en la frontera de la noche, que los iría despojando hasta volverlos sobrenatu rales.

mundo

a

Por el declive de se

flotantes

y

de

sus

inmensa

explanada, con ellos juegos dolorosos, sus palacios

jardines circunscritos en el aire. Hasta el torre rodante, pasaría el recinto,

sus

otro campo,

como una

vida, amurallado de altos vidrios. Y ellos segui dentro, provocándose el miedo; convirtiendo la ima

su

rían

ginación

en

memoria; exigiendo

mismo; prefiriendo la dulos se

una

deslizarían también

leyenda

un

a

la

amor

que

les da lo

historia; siendo

cré

la medida de que las mentiras de los mayores

en

adapten

a

su

Llovía. El

verdad.

rejurgitaba

aguacero

en

las cañerías y

se

desgranaba sobre

el zinc de los techos. De pronto, el viento desflocaba la trama del agua, que caía en seguida con

un

verdadero ataque de desesperación. se había dormido en el acto. En su sueño llo

Abel

vía también torrencialmente. El

granizo hacía trizas los vidrios de los maravillosos insectarios y las mariposas volar bajo el vendaval. El di luvio deshacía los herbarios como hojarascas de otoño y

aterciopeladas echaban

a

descoloraba los

inundando

mapas,

sus

continentes

con

la

tinta azul de los océanos. Las estrellas de tiza borrában se

solas

en

el cielo

negro

del pizarrón. Todo

sorpresa cuando le

o

sistente visión del

cuarto

de

su

cuanto

mostraron el

alegría vagaba por su sueño con un designio Despertó sobresaltado. Tuvo que causó

casa

le

colegio,

de tristeza.

luchar

la per para asegurarse de con


32

CARLOS VATTIER no

que no

estaba allí. Entonces la angustia

porque

tía ya sino

se

le anudó la garganta

y

más el llanto. Lloraba sin motivo preciso,

contuvo

se

los había devorado todos¡. No

sen

malestar físico. A través de las

lágrimas, chispa roja que se movía siempre en el mismo sentido. Jorge Smith fumaba. Como al Ángel de las ti nieblas, se lo habían puesto a su lado casualmente. Los vio

un

una

sollozos de Abel

eran

cada

vez

más fuertes-

¿Por qué lloras?

No sé por qué.

¿

Nunca habías estado interno ?

Nunca.

pero

Ya

no

te

acostumbrarás. A mí

vine

No, si Bueno,

a

eso

no

es

no

llores más.

.

.

no me

sino al

entretenerme

pasó lo mismo,

mes.

.

¿Trajiste algo

de comer?

Sofocando el llanto, Abel enjugóse los ojos sábana y contestó:

Tengo chocolates

en

Sácalos sin bulla

y

con

la

la maleta.

convídame

Abel obedeció. Después cama de Jorge y le dijo con

se

uno.

sentó

una

voz

a

los pies de la

entrecortada:

Hoy te engañé. No quise decirte lo que era. ¿Y qué eres? Mi padre dice que somos judíos. ¡ Judío ! El tono de la exclamación de Jorge revelaba que no había pensado en una raza mejor o peor, sino sim plemente en la cualidad o defecto "judío", aplicable a cualquier nacionalidad. Abel aguardaba su respuesta con —


NOCHE DE LOS JUDÍOS

inquietud;

pero

Jorge

no

33

le concedió mayor importancia.

¿Para qué ibas a decirme que eras judío? Tienes razón. Además, a mí me gusta ser igual

a

todos. Los judíos mataron a Cristo, decía el profesor de Religión. Cada judío perseguido me resucita a Cristo, decía el padre de Abel Rainer.

Jorge siguió —

Si

no

el hilo de

su

mezquino,

eres

pensamiento: qué ibas

¿para

a

llamarte

judío ? Abel

se

conmovió. Mascaba y sollozaba,

lágrimas y Sin embargo, le habló

chocolates.

ciándole las

manos

con

Jorge como

una

no

tragando podía comprenderlo.

hermano chico, acari torpeza de terranova enter a

un

necido. —

arma

Acuéstate, grande.

será

mejor. Si llegan

a

pillarnos,

Lo dicho. El muchacho que dormía junto los iluminó de improviso con su linterna. ¡Qué diablo! He estado oyéndolos hace —

se

lo

coman

do

a

Jorge,

rato.

No

todo.

Al saltar de la con

se

la

cama a

recibir los chocolates, tropezó

el velador. La jarra del agua cayó al suelo, un explosivo. Los de sueño liviano

como

reventan

desperta

sobresaltados. Las carcajadas nerviosas de Jorge incontenibles. Y comenzó la batahola. La mirilla

ron eran

iluminó. Encendiéronse las

de la celda del

guardián

luces

encantamiento.

como

por

se

¡Qué pasa aquí! ¡Qué escándalo es éste! El guardián estaba ya en el centro del dormitorio.

3


CARLOS VATTIER

34

Por más que Jorge empujaba a Abel no se movía. Estaba fuera de sí. —

¿Qué hace ahí,

una

para

persona

en

señor

este

Las

Rainer?

Colegio. ¡Y

los pies, éste

con

esto

camas

son

el primer día!

¡Muy bonito! Es demasiado tarde para averiguar nada. Mañana se presentará a primera hora en la oficina del Rector. Ahora, a callar y a dormir todos. Sumido nuevamente en la penumbra, Abel

esperaba

milagro de ternura de los suyos. Los veía reunidos en punto del espacio, como en uno de esos iconos donde

un un

cabe

do. No

lo tenía agarrota conciliar el sueño hasta que la claridad del

multitud de

una

pudo

santos.

El

terror

piel como un bálsamo frío y apaciguador. Y fué sumergiéndose poco a poco en la luz amanecer se

de

una

derramó

estación

en su

suave

y

perpetua

como

una

aurora

bo

real.

Abel

no

tenía

una

costumbre, sino

sueño. El sabía más que los

grandes,

ba

era una

pura

mera,

en

sino

su su

pureza.

Y

no

pues

fuga

voluntad de

la vida para

propia materia. ¿A quién pedirle

¿Dónde refugiarse,

socorro?

una

sin

caer

de

entra

él la qui entonces

nuevo

prisio

nero?

Así, do se

como

un

animalito

salvaje

y

clarividente, cogi

red invisible de puro sutil, estuvo debatiéndo desde las primeras horas de la mañana. ¡Ah! si él hu en una

biera podido largarles la furiosa jauría de Jorge, ya que no disponía sino de una fauna mitológica, irrisoria de tan

espantosa.


NOCHE DE LOS JUDÍOS

Era

primaveral. La lluvia había lavado las

día

un

35

hojas del viejo castaño,

cuyas raíces

se

insinuaban

como

poderosa musculatura en el asfalto del patio. La sala del kindergarten quedaba frente a la oficina del Rector. El sol desprendía agujas luminosas en los vidrios, en el barniz de las bancas, en las bolitas del tablero de las uni dades. Qué vida tan apacible se llevaba dentro de los una

cuadros de las El Rector

estaciones.

cuatro

llegó

las

a

dumbre alcanzaron

Abel

en

El

nueve.

susto

y

grado tal,

un

la incerti-

le avisaron que entrara a la oficina, lo invadió ma rayana en la insensibilidad.

La rectoría

era

no

lo suficientemente

cuando

que,

una

severa

cal

como

locutorio de monjas, pero no para dejar había en ella nada que le quitara su aire de institución. El Rector era un hombre gordo, cuya desmedida nutri de parecer

ción

podía haberle prestado

pero la reza

un

frialdad salía

través de

a

de hueso. Atacó

¿Qué

a sus

a

rasgos cierta sus

gestos,

blandura,

con una

du

Abel sin rodeos.

hacía usted anoche

en

la

cama

de

Jorge

Smith? Me levanté

conversando

tuve

oído llorar

más,

no es un

¿no

se

to? Como

a

convidarle chocolates. Después es los pies de su cama. El me había

y...

Llorando

como

Este

a

presidio da

no

cuenta

lo

una

ni

niña.

una casa

¿Llorando

usted de lo grave

conozco

bien,

por

qué?

correccional. Por lo de

me

que

abstengo

es

todo

es

mejor de

hacer suposiciones. De todos modos, el desorden que promovió anoche en el dormitorio, merece un castigo


36

CARLOS VATTIER

ejemplar. Hay dre llegará de pan, tanto un

él,

de raíz la mala

que cortar

momento

un

como

establecimiento

usted, lo

que

yerba.

Es necesario

Su pa se

que

significa la disciplina

padre.

su

a

otro.

en

éste.

como

Habían llamado

a

Tendría

que

mirarlo

¿Y para qué? Nada castigarlo a ¿Qué mal secreto e irre parable había en todo aquello, que no podía penetrar? Se le nubló la vista y quiso pedir perdón a gritos; pero cara a

cara

en

unos

instantes más.

él solo.

les costaba

estalló

en un

llanto convulsivo.

El portero anunció: El señor Rainer. —

El La

rector

cara

medida

lápiz,

levantóse

a

recibirlo

con

toda amabilidad.

sonriente del señor Rainer fué endureciéndose

lo imponían de lo sucedido. Dando con el golpecitos intermitentes en el escritorio, el Rector que

salivaba cada palabra de su peroración: Por algo me resistía yo a recibirlo —

Es

a

muy

delicado para

grandes. Tenemos de adivinar qué

que

cosas

en

el

Colegio.

hacernos cargo de niños formarlos de nuevo. Uno no pue nosotros

han

aprendido

en

esta

edad

tan

peligrosa. El desorden de anoche me da mucho que pen Hay una grave responsabilidad para con los padres de los demás niños. Esto no significa que pongo en te la de juicio las costumbres de su hijo, ni los principios En consi que han debido inculcarle en el hogar. Pero a usted tan deración una persona influyente, se que es ñor Rainer, le hicimos esta concesión. Yo le aconsejaría que tuviese a su hijo una semana más en casa. Por otra parte, la señora Rainer me dijo que no le habían dado sar.

...


NOCHE DE LOS JUDÍOS

educación cristiana.

37

En fin, él podrá elegir más verdad? Creo que los cristianos tenemos

una

tarde ¿no es todavía mucho

en

.

.

común

ustedes.

con

El señor Rainer pensó, sin no elegirá nada".

.

.

atreverse

a

formularlo:

"Mi hijo

Levantándose, el Rector hizo una pausa de gran efecto. Le volvía la espalda a un Cristo de talla que es tiraba los brazos más allá de sus clavos ensangrentados. —

Al fin

y

al

cabo,

este

en

colegio

se

instruye la

me

agregó. Yo comprendo que no haya escatima do usted sacrificios para educarlo aquí. Nada le costaría

jor gente

dejarnos las

entonces

manos

formación religiosa.

a su

.

libres

en

lo que

se

refiere

.

Como el condenado al subterráneo

que

se

inunda de

este lenguaje lleno de poco, ahogándose circunloquios, el señor Rainer hizo un brus co movimiento de impaciencia. Pero el Rector aunque intención de sugerirle algo no tenía tal vez la oscura vergonzoso, sino de aprovechar más bien aquella coyuntu ra con su voz insinuante y sus frases dejadas en el aire, logró hacerlo pensar lo peor. El señor Rainer perdió en un segundo toda noción de las proporciones. En su pro pia persona reencarnó los hechos, descubriéndole tras cendencia a los menores detalles y exagerando el de rrumbe de sus esperanzas. Insultó a su hijo en la forma más soez. Después se levantó y lo abofeteó con tal ensa ñamiento, que el Rector intervino, suplicante:

agua poco

en

a

reticencias y

¡Por Dios, señor, querido. —

.

.

si

no

es

para tanto!

Yo

no

he


38

CARLOS VATTIER

Pero el señor Rainer había perdido el control. No

podía sión.

ya

volver atrás.

Inmóvil,

con

una

hasta el dominio de abrazó

tregua,

se

rencor,

con

una

serenidad

en

hubiera dicho

golpes alteraban, reír. Sonreír sin saber, se

como un

sus

sin compa

Siguió castigándolo el

que

rostro que ni

Abel quería

enajenado

expresiones. En

que

un

ha

los

son

perdido

momento

de

padre ciegamente. Lo miró sin inocencia que humillaba. Entonces el a

su

señor Rainer

perdió también el pudor y lo estrechó con tra su pecho, como si lo hubiese recuperado. Cuando salió de la oficina, tirando a su niño de la mano, no se supo si

su

cólera recaía sobre él mismo

tor: —

¡Bestia!

asco»*»

omM^

o

sobre el Rec


EL PEQUEÑO MAESTRO BEN



Ben sabía

países de

que

menos

son

las

manos

tibias

distinguidas de todos los

más frías; pero sintió que las temperatura que le llegaba con

o

pueblo tenían una agrado al corazón. Conmovido, recibió el ramillete su

le ofreció so

una

comisión de niñitas

de bienvenida

y

el

trozo

en

del Profeta

los bronces mohosos del Orfeón,

con

pareciéronle admirables. Ben sonreía, dito

a

su

que

el andén. El discur que

chirriaba

en

toda sinceridad,

sin

poder dar

celebridad. El alcalde le ofreció

una

cré

copa

de

Consistorial, donde lo esperaba champagne un piano abierto. Pensando en su equipaje, Ben tocó peor en

la Casa

fué más!

aplaudido

que en ninguna parte. la puerta de calle con violen cia, para poder librarlo de los curiosos que querían se guirlo hasta el interior de la casa. que

nunca

Su madre

y

tuvo que cerrar

¡Ben, hijo

mío!

Todo estaba igual. Viejo, feo, adorable. El espejo de la chimenea había perdido otro poco de azogue y se guía llevándose hacia dentro los toques del reloj. El bri llo festivo del encerado hacía resaltar más la pobreza de


42

CARLOS VATTIER

log muebles. Los membrillos samada

dían

madera de fruta embal

alineados sobre el armario de

nogal, despe

de Otoño. Pero Ben reconocía

su perfume olor de familia, en medio de aquel aroma de alacena limpia. El álbum de retratos, como siempre, debía estar guardado bajo siete llaves. Su padre lo hojeaba a diario

y

su

seco

temblaba cuando veía el

pobre

del abuelo Neftalí. El

retrato

había hecho lo indecible

por

disimular

cres

ese

infamante que les obligaban a llevar como distintivo aquella época. Se lo habían tomado en Varsovia, en

po en

los malos tiempos de Israel.

Seguido la

casa

en

por

madre y

su

su

hermana, Ben

recorría

silencio.

volvía rico y tornarlo todo

Después de diez años de ausencia, famoso. Pero qué duro le iba a ser trasicon

dinero. Era

su

de

familia

si, en el fondo, hubiese prosperado.

como

alegrara que obstante, tendría que borrar de una plumada fancia, la hostería abierta de sus sueños. ¿No me preguntas por nadie?

se

su

no

No

su

in

ventana

es

Por nadie, madre.

Y subió

a

encerrarse

en

su

cuarto.

La

taba entreabierta. Ben miró hacía afuera y encontró a Lenka, asomada a su balcón, como todas las tardes.

Ben viole la misma blusa azulina de hace diez años. Le hizo las señas de costumbre y fué a tenderse a su cama.

Debería haber atravesado

a

decirle

que

la amaba

más que nunca; pero Ben tenía que soñar primero, aun que la dicha estuviese al alcance de su mano. Y aquella era su

hora,

en

que

el

crepúsculo lo anestesiaba

luz más delicada que la de

amanecer.

Entonces

con una se

dor-


NOCHE DE LOS

mía a

con

livianura

y

soñaba lo

las siete de la tarde

que

despertar

y

43

JUDÍOS

quería. ¡Oh! dormirse las!

a

nueve

de la

no

el día al revés y el mundo perdido. che, Cuando bajó a la hora de comer, un poco traspues con

todavía, su madre regañaba a Ezra. Es inconcebible tu indolencia. Sabías de más

to

que

llegar a las seis tu hermano Ben. Todo el pueblo ha ido a recibirlo, menos tú. Nunca serás nada con esa iba

a

brutalidad.

No, madre, si estoy

de verlo

cualquie Además, yo no soy ningún personaje para us tedes, la interrumpió Ben, acercándose a su hermano. —

ra

contento

a

hora.

Ezra evitó

en

lo

posible

que

mería verlo emocionarse

en

lo había hecho

menos

te

Pero Ben lo quería contra sí mismo. De niño, a pesar de su carácter impla cable, lo servía como una hermana menor. Aunque Ezra

podía saber si

padecer

su

la

lo abrazaran. Nadie

casa.

ninguno, Ben

a

que

no

correspondido. De todas ma la dureza es siempre la forma más

amor era

pensaba que aceptable de la dulzura. Le habían preparado un maná crujiente y dorado. Quisieron informarse de todo, acosarlo a preguntas: neras,

pero

Ben les rogó: Hablemos de

ayer.

¿Sanó de

los

sabañones el

pequeño Noel? ¿Apareció la llave del armario? ¿Sigue la misma gotera en el desván? Después de comida, un poco desilusionada de en contrar

a

su

hijo igual, la madre pidió

para

revisarla. Sin hacer

en

busca. Sacó

su

un

caso

montón de

a

sus

ese

la ropa ruegos,

blanca

Ben fué

cofre de cedro,

pa-


CARLOS VATTIER

44

sado

espliego,

a

apareció

en

que

era

el orgullo de la

la sala, Ezra lo miró

casa.

los ojos

a

Cuando

se

y

hubiera

que iba a sonreírle con ternura. Y llegó la hora de todas las cosas tristes de todas

dicho las

casas.

ves,

al

pobre Ezra

no se

le compone la suerte. digo que cambie de

si gana para vestirse. Yo le

Apenas

carácter. Hace tanto el modo de las personas. —

No hace nada, madre. Pero

cambiará de estrella

como

te

juro

que este año

de guantes.

Ben, sabes de más que no desprecio tu ayuda, pe que no puedo aceptarla tampoco. Eres más joven que yo y estás comenzando, intervino Ezra con brusque —

ro

dad. —

to que

No he hablado de tengo.

dido las

ayudarte. Es un presentimien Además, dicen que Sigfrid Claver ha per partes de las acciones de la fábrica. venia teatral y salió a la calle, silbando

tres cuartas

Ben hizo

una

el mismo aire que tarareaba desde chico

en

la pieza de ba

ño.

No atinaban a comprenderlo. Su madre se quedó preocupada. En el fondo, no le hacía mucha gracia aquella personalidad de sus hijos, tan fuera de lo co mún. La desorientaban los arranques de Ben y Ezra la enfurecía con su orgullo de pantalones rotos. Pero, ha

ciendo memoria, Sobre todo

a

se

daba

cuenta

Ben, del cual

enternecida. La seriedad de que nunca,

como tras una

de

que

no

tenía tan sólo su

arte se

los conocía. una

noción

lo ocultaba más

cortina de humo.


NOCHE DE LOS JUDÍOS

¡Qué estafó

raros

45

eran! Cuando el malvado

padre, dejándolo en la ruina al poco tiempo, no derramaron

a su

muerte

y

Sigfrid Claver causándole la

una

lágrima. Ni

les escapó una interjección de protesta. A medida que Sigfrid Claver se extendía a costa de las

siquiera ideas ella

y

en

rante.

se

del dinero de su

casa,

Pero

se

era

su

marido, el odio

cada

estrellaba

vez

que

proclamaba desespe

más enconado y

contra

las

caras

cerradas de

sus

dos hijos.

Ben, el

que

el más distante

aparentaba

tener más

sensibilidad,

era

incomovible. Porque Ezra la impulsa ba siquiera a llevar a cabo algún medio para reivindicar sus derechos. Sin hallar eco para sus gemidos, llegó a gri e

tarles: —

¡Inconscientes! ¡Malos hijos! ¡Ni la miseria los

asusta!

Con el mismo

fuego difamaba al canalla. Y cuando Ezra, Sigfrid Claver, fué expulsado tam bién de la fábrica, la dejación de Ben colmó la medida. Sin inmutarse, se impuso de lo sucedido y salió de la pieza, diciendo que no podía seguir lamentándolo, pues a

tenía

instancias de

una

entrada de favor

para oír

la Pasión de Bach.

¡Y pensar que Sigfrid Claver, el renegado, habla ba de la inmunda raza judía de su familia! hasta muy tarde, dán dole vueltas a su antigua pena. El ritmo de su labor in terminable, era ya el mismo ritmo de su sangre.

¡Qué horror! La madre

Ben había salido sus

calles,

su

olor,

a

sus

estuvo

reconocer muros

la ciudad. Su parque,

escritos

riosas, ellos le habían entregado

su

grietas miste primer caudal de con


46

CARLOS VATTIER

emoción. Y sobre todo la otra ciudad, la que estaba de cosas y de los seres, como un cuerpo glorioso.

trás de las

¿Qué

secreto

para que este a

la pureza de

con

libertad

arte?

su

tumulto de reclamos interiores? Un día,

este

sintiendo

en

el aire

través de las

a

trabajo tendría que realizarse, llegara a ser necesario y extraño ¿En qué lenguaje iría a expresar

divino

y

material

pecho el vuelo de

el

rosetas

de

piedra

en

mirando

y

la

torre

que el cielo había hallado

adivinó

la

catedral,

su

pauta. Entonces cantó.

buscándose

Ben caminaba,

pájaro

un

con

pasión las viejas

sensaciones, para recibir en ellas un paisaje que día ya decirle lo mismo. Sufría. Sufría como en carnizada lucha

de

ellos

en

no

po

esa

en

la esterilización de todo lo vivo

contra

iba conduciendo la perfección de su música. Pero él tendría que alcanzar a ser el más alto, con los

a

que lo

más obscuros y peores elementos. un

furor de cielo

y

no

se

halla

Porque hay primero después cómo descender

al paraíso terreno.

¡Oh! Adonai, qué dulce es la venganza tolerancia paternal te haces olvidar en ella —

y

con

por

qué

unos

instantes.

De regreso a la casa, Ben escuchó esta voz interna, que si lo intimidó con su altisonancia, lo hizo también sentirse vivir con arrebato. Porque él se estaba vengan

do,

y acaso no

acabar de

había venido

vengarse.

dueño absoluto de te.

su

La desconfianza

sido tal

vez

sus

a su

ciudad natal, sino para

Había esperado veinte años. Era e

alegría inhumana de impaciencia de

mayores

acicates. Sin

su

tan conscien

madre habían

embargo, lo irrita-


NOCHE DE LOS JUDÍOS

ba el

que

pueblo de Por

ella

no

hubiese reconocido, en mordiente silencio.

47

su

actitud,

a su

espera y

de León Klein,

Su mejor amigo, Ben ha bía ido adquiriendo, valiéndose de los más hábiles ardi tes, la mayor participación en la Hilandería que Sigfrid mano

Claver había robado cuarta

pleto. bre

'

a

su

padre. Sólo le faltaba

parte del capital para adueñarse de ella por Y no le quedaba sino poner los títulos a su

una com

nom

entregarle a su hermano Ezra el puesto de más alta ingerencia. ¡Qué cara pondría ahora Sigfrid Claver, reducido ya al mínimum de poder! Pero era poco todavía. Para po der sentirse realmente satisfecho, Ben necesitaba la rui na total del viejo Sigfrid. El descrédito, el hambre, la muerte, si fuera posible. No en vano el doloroso rostro de su padre traspasaba los cielos para llenarlo de con goja. ¡Oh! adelantarse a la fatalidad y apurar a esa jus ticia inmanente, tan insospechada y rara en venir. Ven gar a su padre, vengar a su madre, vengar a su hermano, vengarse y verlo pisoteado como a un sapo. Hacer hasta el último sacrificio para aniquilar al enemigo y verlo ¡Ben! ¡Nuestro querido Ben! y

.

.

.

En la cervecería lo asaltó No les había torturante y

pasado

fervorosa

un

un

grupo

año. Estaban

juventud de

de compañeros.

jóvenes,

los deseos

no

con

satisfe

chos. Lo abrazaban, lo tocaban, entrechocaban los en

su

esa

vasos

hone&,

Vengarse y verlo Qué bien se encontraba allí. La bomba de porcelana —

...


CARLOS VATTIER

48

floreada hacía de

reno,

la

espumear

cerveza.

En la

cornamenta

estaban colgados quizás los mismos sombreros.

Más tarde, más tarde, el duro calor de la pipa iría formándose

en

una

Vengarse

carne suave entre

verlo

y

.

.

trans

sus manost

.

No. Aunque lo justo no basta siempre, Ben no lo haría. Ezra sería feliz y él habría cumplido ya con su me dida. Como en todos los imaginativos, la venganza ha

bía hallado

un

principio

y

un

fin

en

su

Tal

mente.

vez

habría podido sobrevivir a tanta dulzura. El mun do tendría que perdonarlo; pero aún existía la música y Lenka asomada a su balcón. La vida se le embelle

no

cía

en

cada cambio

y

hallaba

tan

agradable

fumarse

quilo el primer cigarrillo de la mañana. Y él mido, pequeño, pero lo querían mucho. Cuando llegó a su casa de amanecida, zapatos para que

no

lo sintieran.

era

se

tran

feo,

sacó los


SE HACEN CORTOS LOS DIAS

4



Estaba obscuro todavía. El se levantó con tanto cuidado, que ella vino sólo a despertar con el ruido del el baño. Temerosa de haberse atrasado en sus quehaceres, saltó de la cama y abrió las persianas. Las estrellas estaban ahí. Entonces preguntó en alta voz: agua

en

El

¿Te vas sin desayuno? jadeo de la respuesta la

hizo sentir el hielo de la

ducha: —

Duérmete. No tengo hambre. No

me

esperes

en

todo el día.

Ella volvió a acostarse y se encogió en su rincón. No tenía costumbre de averiguar más. Su marido deja ba en la cama un hueco amplio y caliente. Poco a poco fué hundiéndose cavidad de su

en

él,

como en

sueño. El salió

una

comarca

o

en

una

puntillas, abrochándose ancho cinturón de cuero. Cogió algo de la mesa, bus otra cosa a tientas y se fué sin decir palabra. Ella despertó a la hora de siempre. Tuvo que hacer su

en

memoria para cerciorarse de que lo ocurrido no fué un simple sueño. Pero estaba allí, al otro lado de la cama,

aspirando

en

el almohadón

ese

olor personal tan agrá-


52

CARLOS VATTIER

dable

rrada,

sin la

hasta

él cuando entraba

despedía

que

tarde,

en

preocupación del desayuno, como

calor. Amodo estuvo

tendida

colegiala ei primer día de

una

vaca

ciones.

La luz entraba bre los muebles movilidad. Como cordar

de

peso

raras

entregas

sus

ambos el

cuerpo. su

pequeñas franjas, posándose

en

recorriendo el

y

tan

Por

cuarto

con

una

so

aérea

complacía ella en re completas. Qué bien se conocían veces,

eso

se

sentía ahora

como

si el duro

hombre, hubiera llegado a adaptarse a la esas cosas que cabían en su pecho.

livianura de todas

Era

imagen impresa en un viento ligero como su sangre. Cuando lo sabía lejos, comenzaba a mirarlo por primera vez. Lo veía en las calles de la ciudad, casi co una

rriendo de

largas

pura

juventud, ella

con una

vida tal

en sus

piernas

más. En la ardorosa

podía penumbra, en medio de ese silencio que impone el deseo, no dejaba tampoco de ser para ella el desconocido de los pantalones negros y la camisa adherida de transpi ración,

y

llenas,

que

que

la hizo

no

apresurar

el

paso,

con

un

ansia de

sorprenderle hasta el hondo sabor del aliento. ¡No poder quedarse así todo el día! Cuando echó atrás el cobertor, flotando todavía su

somnolencia, la asaltó

una

violenta sensación de

en

sus

¿Qué podía ser? Da lo mismo. El corazón anuncia en igual forma el dolor y la felicidad. Parece que el mie do es su disposición más sincera. Abrió las ventanas y el espejo relampagueó. En se guida fué recogiendo los calcetines, la ropa interior, to do lo que él disparaba con el apuro de lanzarse a la cato.


NOCHE DE LOS JUDÍOS ma, como so a

la piscina los días sábados.

a

hacer el

no

matinal, rabiando

aseo

de las colillas escasez

53

Después

por

se

pu

las quemaduras

el suelo.

Sudaba, protestaba contra la en fin, es posible que mujer más orgullosa de sus ojeras en

en

de dinero, cantaba. Pero,

hubiera

una

todo el edificio. En el baño,

palpó

se

se

y

miró los

senos

crecidos

bajo el buen clima de su lecho, con el mismo enerva miento que le producían las grandes manos de su mari do. De pronto pensaba en la estrechez de su vida o que carecía de rias para

falta

a

mundo de

un

esas

futilezas

mujer. Porque prenderse un alfiler. a

una

veces

la

que

mayor

En

son

lo necesitaba todavía. Estaba excesivamente

en

descubrir

confesable

aquello que debía ser in ¡Oh! el íntimo paraíso de sus movi malas costumbres, de su fuerte respira

y gozar

para

con

él.

mientos, de

sus

ción, de

adorables miserias.

sus

¿Lo amaba? Sería mucho decir. do presente y el memoria. se

Además, ella en

sentimientos

le

una

con

que

en

es

más bien apenas

era

su

Lo tenía demasia un

una

ritornelo de la niña y aún

no

interior las cortinas de este

exagerar y representar los Había algo, sin embargo, que ira celosa. Era la seductora defensa,

se

toda

a

provocaba

el misterio

que

vencida de que

quieren

costa.

rodeaba él

nunca

a sus

amigos. Estaba

lograría desenmascarar

a

con

aquellos

le indicaba que una par considerable de la vida de su marido pertenecería

seres

te

amor

habían descorrido

escenario

se

verdad, la suya ocupada

no

hasta

cosas

dicha la hace

intocables,

cuya existencia


54

CARLOS VATTIER

exclusividad

siempre

y

Tal

tendría

vez

con

Almorzó

que

poco,

ción para la noche.

a

alcanzaba

género hombre.

con

egoísmo de

un

a

y

gía. Encontrándose

tan

ágil

como

él, después de sus quiso sentir de súbi

prolongados abrazos, cuantas veces to en el vientre la gravidez de una criatura a

gara

caminar

la carga de

buscándose

perro

le brillaban los ojos de salud. Ella no quitarle ni la más ínfima cantidad de ener

hueso

su

su

compartirla por mitades. procurando guardarle una doble ra Se ponía tan amoroso y alegre con

el estómago satisfecho. Comía con

los de

su

y

Fuera de

con

dificultad

y que

esto,

en

nada la

la obli

la hiciese soportar

apasionamiento. Porque

buscándolo

que

se

quedaba sola,

el aire.

preocupaba.

Se hubiera di

cho que ignoraba hasta de dónde procedía. Educada en un asilo de huérfanas, salió a ganarse el pan, muy poco

de conocerlo. El la llevó a casa de sus padres, donde le preguntaron el nombre. Lo dijo. Y por la cara que le pusieron, ella dedujo que no les sonaba a algo antes

del otro mundo. Mas bien les agradó que fuera aquél. Su marido confesóle después que eran ambos harina del mismo costal. No cabía duda, pues los otros

judíos de la vecindad prestáronle el primer tiempo hasta las ollas para cocinar. Pero esto es lo de menos. Una

terminado el arreglo del departamento, puso componer medias. Entre la finura de sus de seda dos, la y la aguja del crochet hacían un trabajo al

se

vez

a

vuelo.

Tuvo que cerrar las ventanas. Había empezado la bulla ensordecedora de las motocicletas en que reco-


NOCHE DE LOS JUDÍOS rrían las calles! los

tenía noticias, fué

dueños de la ciudad. Según

nuevos

invasión

una

55

esperada. De todos modos,

pacífica

aun

no

y

largo tiempo

hacía sentir

se

en

Ellos hablaban el mismo idioma, con un acen más áspero, eso sí. De seguro que el orden estable

extremo. to

cido iría

cambiar profundamente. En su casi total retraimiento, ella no podía opinar. Sin embargo, desde que ellos aparecieron, su marido perdió la calma y no

tábase

a

una

visible alteración

gunos vecinos.

Ella

no

leía

en

las conversaciones de al

periódicos

y

a

causa

de

su

esquivo recogimiento, nadie le participaba sus inquietu des. Su silencio y su discreción habíanle dado fama de tonta.

Un día que comentaban con el conserje los prepa rativos de una exposición rodante, que exhibiría los pe ligros y los defectos de cierta raza, le extrañó la avi lantez y el

irritado

tono

Siguiendo

en una

en

una

"menagerie" de

su

marido:

entero

exposición rodante,

tendría

peor

aún,

circo.

La tarde comenzaba de

que contestó

criterio, el mundo

este

que transformarse

con

a caer.

Primero tiñó los vidrios

indeciso y luego de un azul conmovedor. Ha lo alto, envolviendo las torres y las cúpulas, esa

un rosa

bía

en

neblina dorada

que

es

la

corona

y

el hálito invernal de

las antiguas ciudades. Desde losi muelles del río, llega ban derechos al corazón los silbatos de las embarcacio nes.

levantó de improviso, como si una mano la hubiese rozado, para avisarle una hora llena de sentido. Caminó hasta la puerta y salió al pasadizo. Un sordo

Ella

se


56

CARLOS VATTIER

sollozo repercutía ramente:

do,

en

la negra fosa de la escala.

"Hasta las lágrimas

tuve que

anunciarle

por

nos

Oyó cla

han robado. Sonrien

teléfono,

a

mi

hermana,

que

hijos estaban perfectamente bien. Los habían muer to, uno por uno. Todavía veo las bocas de los revólve res, apuntándome, mientras hablaba. Silencio. Allí vie mis

nen." Ella entró de pie

rato

en

a

la casa, sin atinar la

oscuridad,

a

nada. Estuvo largo

enteramente

paralogizada.

De pronto escuchó un seco tableteo y un tropel como de caballería, trepando la escala. Todo fué muy rápido,

impensado. Golpearon la misma —

a

su

puerta y volvió

a

repercutir

voz:

¡Abajo! ¡Abajo! despavorida. ¡Abajo! ¡Abajo!, clamaba ¿Qué pasa? gritó ella.

Ella salió, —

Los han asesinado

Y

¿Y

a

todos

una

en

anciana.

la puerta.

mi marido?

¡Abajo ¿Dónde está? quiso desprenderse

de la vieja que la abrazaba por la cintura hasta clavarle las. uñas. No pudo dar un paso.

—Es inútil, hija mía. Lo han muerto junto con mi nieto. En la puerta estaban, boca abajo, contra el pavi mento. Ya se los llevaron. No queda una sola mancha.

Son

muy

listos para lavar la sangre.


NOCHE DE LOS JUDÍOS

Ella abrió los ojos

enormemente y

57

no

habló más.

Lívida, inmóvil, parecía haber echado raíces hasta el fuego central. sas

Cuando entró al departamento el pelotón de cami negras, como un pesado revuelo de buitres, ni si

quiera pestañeó. Ejecutando un rito bárbaro, con una especie de sadismo colectivo, quebraron vidrios, objetos, su pobre espejo. Después de registrar, de destrozar la ropa y de darse el ingenuo placer de arrojar algunos muebles por

la ventana, salieron en fila, escupiéndola turno, con una admirable disciplina. ¡Qué muchachos tan fuertes y tan hermosos, ha por

ciendo

tanto

piso desierto,

pensaba la anciana, bajando

daño! con

liberación: la de

a

la única esperanza que se acerca esperar nada ni a nadie.

a

su

la

no

saqueada, ella permanecía de pie. Des de abajo llegaba el trepidar de lasi motocicletas y un En la pieza

vocerío intermitente.

¿Qué había ocurrido? ¿Qué le había pasado a ella misma? Porque volvía en sí como de un hecho muy re moto. Sólo una hora después vino a comprender que, si no lloraba, iba a estallar. La tragedia no se había apo derado aún de ella. Planeaba, rondaba su aturdimiento, la circundaba

como

una

presencia creciente

aquellas cumbres del dolor, cómo el organismo de su juventud. Sus nervios, Hasta

en

sólo daban

en

su carne

imaginar el infinito

a

un

enemiga. defendía

sus

aviso confuso. Ella

reflejos podía

no

través de la maciza estatura, de la

solidez de los miembros de

ocultaban, privándola

y se

su

marido. Más bien

se

lo

de todo consuelo ilusorio. No exis^-


CARLOS VATTIER

58

tía,

ella,

para

una

tumba

pudiese

que

encarcelar

y apa

ciguar el frenesí de aquel cuerpo, cuya sangre seguiría ardiendo más allá del espacio. La muerte no puede ser

abominable, a

la

porque

juventud,

se

es

inconcebible;

vuelve falsa

Ella caminó hasta la

pies, adueñándose de

sus

ba

a sus

rincones más

cia flotante. Ella

no

y

temible. La ciudad estaba

ventana.

noche

una

ocultos,

pero, cuando ataca

a su

que

se

colorido

a

reincorpora y

a su

esen

conocía otro país del mundo. Si al

preguntado : ¿ de qué raza eres o qué san respondido: Soy de esta ciudad. En el suelo estaban los pantalones negros que él usa en el taller. Conservaban las manchas y los pliegues

guien le hubiera

gre tienes? habría

ba que

habían estampado los movimientos de

Acusaban nes

con una

más secretas.

sus

piernas.

terrible precisión hasta las ondulacio Ella los recogió desesperadamente y

los atrajo contra su pecho. Su olor viril, inconfundible, dióle una tal sensación de volumen, que lo tuvo vivo entre

sus

Supo

brazos durante entonces que

de

unos

algo

cuantos

minutos.

había desalojado también doloroso por la presión de

se

su espíritu. Algo que era corporeidad. Pero se despertó en ella una memoria secular, una preparación inmemorial para afrontar toda persecución o afrenta. Y tuvo valor. Tiró lejos aquella ropa viviente, tomó el retrato de su

su

tía

lo cubrió de besos. Por primera vez lo sen el corazón. Después se lanzó a la calle, como al

esposo y en

vacío.


NOCHE DE LOS JUDÍOS

La multitud

59

apiñaba para presenciar un desfile. Encabezábanlo algunos ancianos que llevaban, colgados al cuello, letreros escritos con letras rojas: JUDE. Ella no supo si

era un

unió

él,

a

como un

se

tumulto de santos

o

de

pues tenía la seguridad de oscuro río, lejos de allí.

ladrones, que

pero

se

la conduciría,


ACCIÓN CWI4J

1


EL LEPROSO DE UZ "Vivimos

en un periodo de exagera ción del nacionalismo. Como peque ña nación que somos, debemos tomar en cuenta estas circunstancias".

Einstein.



En

barrio comercial, por ejemplo, aplastados los rascacielos, subsisten el chato bodegón del ro pavejero Calmann y el palacio francés de David Rossenheim. La bulla del tráfico y el ambiente son endiablados, este

entre

pero las rositas rococó parecen

cillos

emprenden

indelebles,

y

los

amor

vuelo de yeso. La marquesina que protege la balaustrada de mármol, sirve de refugio a los transeúntes en los días de lluvia, y los corredores no

su

de la Bolsa, mordiendo un

poco

de recelo las

sus

largos habanos,

ventanas

miran

con

siempre iluminadas del

banquero Rossenheim. Toda clase de gente

entra y

sale de palacio, pero

portones, con monograma de bronce, están hoy ce rrados a piedra y lodo. Sumergido en la fría sensación de vacío que crea la cúpula, el portero dormita. En me sus

dio de

esta

penumbra,

una voz

prendería

como

una an

catacumba. Desde los hondos nichos, las torcha estatuas griegas se van por sus órbitas huecas a su cielo en

físico. Y mes

mino

una

es

como

si todas las puertas blancas y unifor

de la planta baja dieran a la nada. Siguiendo el ca recto de una espesa alfombra, se puede llegar sin


64

CARLOS VATTIER

ruido hasta el Y allí

cesa

cuarto

de

el decorado solemne, la suntuosidad

lesca. Un curioso sello a

trabajo de David Rossenheim.

personal añade

nove

encanto

un

más

la pureza de estilo del interior.

David tiene los ojos fijos en la pared. Mira un thalis plata, colgado entre las miniaturas de sus hijos. En uno de sus tantos viajes, se lo compró a un anticuario de

de Amsterdam, su ciudad natal. Cuando lo usó el RabíJ para las grandes ceremonias, el viejo puerto de Holanda

debía

aún

ostentar

su

título de La Nueva

Jerusalem.

La Nueva Jerusalem, se sorprende diciendo en dientes David. Después, sonriendo con ira y dando —

tre

puñetazo

un

en

el escritorio:

—¡Haber gastado una inteligencia da una vida para llegar a esto! Se levanta zados

y tensos

y

el

tacto

de

to

y va hasta la ventana, con los brazos cru de losi nervios. Descorre la cortina. La luz

intermitente de

un

letrero luminoso enrojece la habita

parpadea sobre su rostro como el resplandor de llamarada. No era más impresionante la estampa co

ción y una

briza de Simón Simónides

o

la de Ben Rubí,

a

la luz de

la hoguera de la Inquisición. A cuántas brazas quedarían las meditaciones de Da Labán Poliakov, su hombre de confianza, entró el escritorio sin ser oído y esperó cerca de un cuarto

vid, en

que

de hora para obtener

Señor,

ya

David volvió —

no

a

respuesta. queda nadie en la una

sentarse

en

casa.

el sillón de

Gracias, Labán. Deje aquí las llaves

mañana.

su

y

escritorio. no

venga


NOCHE DE LOS JUDÍOS

65

Antes de marcharme, debo advertirle que su se pidió la llave de la caja fuerte, para sacar sus joyas. Yo le dije que no podía abrírsela, si no recibía órdenes suyas. ñora

me

Hizo bien, Labán. Valen na

no

se

se

que

dispersará mientras

saque

un

sábanas vendrán muy bestias que —

Me

yo viva.

solo mueble de mi a

dormir

sean,

un

tienen

fortuna

una

su

parece que el cuarto

día

y mi

Además,

casa.

...

no

fortu deseo

En las mismas

Las

bestias,

por

querencia. de

su

hijo Saúl estaba

luz todavía.

con

Es

tan extraño mi

hijo Saúl. Buenas noches, señor. Adiós, Labán. Lo habían dejado solo. Habían pretendido transfor mar su vida en un problema sin solución. ¡A él, que los tenía resueltos todos! Habían entrado a saco en su tem —

plo, dejando esparcidos en medio de la calle sus teso ros secretos. Habían querido desligarlo del grupo, para ponerlo en el peligroso contacto consigo mismo. Lo ha bían lanzado

siga

iría

en

su

propia persecución, sin

prever que

a

ellos. Habían intentado convertirlo en la expropiación dentro de la propiedad, es decir, habían hecho lo inaudito por que se reincorporara el temible fan su

tasma

Su

con

judaico a su simple vida de judío. hija mayor dio la voz de alarma;

pero, en reali fué así. Antes que nada, había una enorme for tuna; una de aquellas fortunas que acaban con la grandeza de su creador y que descubren un fondo de miseria inson-

dad,

rable

no

en

los que la

dilapidan

sin sentido. De modo que el 5


CARLOS VATTIER

66

matrimonio de

su

hija

mayor,

miento y contra todos

sus

efectuado sin

su

consenti

planes, fué el primer

golpe

optimismo y a su voluntad dionisíaca, en cuya pauta parecía amoldarse el contrapunto del destino. Más tarde vinieron los primeros choques con su hijo Benjamín, el preferido. Con cuánto amor y qué vano combate libraba día a día, para mostrarle la cantidad asestado

su

a

de muerte y la constante negación de loa valores inmarcecibles que le aportaban sus controversias políticas. Pero sucede que las ideas más inofensivas toman cuer A las de Ben po y un día se arman hasta los dientes.

jamín les llegó Por

su

turno.

Y vino la ruptura.

habría tolerado David la presencia de su hijo, convertido de la noche a la mañana en un enemigo bajo su mismo techo. Además, mediaba entre ambos el respeto

amor,

a

habría osado

portaba

independencia de

esa

tocar.

criterio que David

En último término, lo

a

no

él nada le im

lo que

Benjamín podía tener de más sensible su pueblo, pues llegaba a concederle una plena facultad de preferir cualquier otro, si su es píritu

que

se

desenvolvía

en

atacara

él

con

en

mayor

libertad. David

reconocía la habilidad y la buena fe de

hijo;

su

pero

ocurrió que el excedente de inconsciencia y de brutalidad

ideologías más cerradas,

que tienen

Tas

cio de

causa,

una

zara su a

llegarí

vida de a

su

removió el subsuelo

pura

reserva

puestas al servi en

que

David al

alcanzó inteligencia. Benjamín vital, pero sí logró estremecer su

postura intelectual. Hasta ese momento,

no

fuerza de vigilancia y de do minio, David había vivido como cualquier hombre de a


NOCHE DE LOS JUDÍOS

negocios de cualquier país. Y logró

67

conquista máxi

su

olvidarse de que era judío, de tanto saberlo: "Nin gún francés se acuerda de que lo es, precisamente a la hora del té", decía David a menudo. Pero cuántos años ma:

y

qué de íntimas batallas costáronle

para presentar

su

actitud definitiva, por sobre sus taras hereditarias, por sobre su atavismo y su llagada memoria de israelita. Desde

brazo de sivismo

dad

su

capacidad de absorción,

mar, su

la concurrencia; de gran amplitud; de

una

materialismo, David

una

no

su

adivinación exacta; de

penetración

pensaba

tan

interna de

sólo

que

exclu

humil

a

su

robusto

ciego.

la vida

cada instante, sino también a sus rado de la temible psicosis del perseguido dose

su su

su

de visionario,

tos

a su

como un

orgullo mesurado; de su índole corro bonhomía conciliadora; de sus desbordamien

enfermiza,

siva,

entrega

congénito, surgió

abrió,

se

va

hacién

expensas. y

Cu

extirpándose

de raíz todo pesimismo, repudiaba el menor gesto im plorante. David estaba seguro de pertenecer a una enti dad que le

no

otorgaba,

se

había desmembrado

como

cualquiera

otra,

en

una

principio carta

danía llena de altos deberes. David Rossenheim

y que

de ciuda no

había

hecho nada por asimilarse; al contrario, había abierto sus puertas con una impetuosa necesidad de que lo co nocieran tal cual. Su

dignidad

no

era

la del mártir ni la

del triunfador, sino simplemente la de un judío digno. La grey flotante de Israel había hallado fronteras y re poso

en su

El

que

equilibrio. hijo lo hiciese cavilar siquiera sobre

su

sición; el que le mostrara, aunque fuese

en un

su

film

po exa-


68

CARLOS VATTIER

gerado, las

contorsiones de

su

pueblo, imperdonable

y

doblemente echado al abandono, lo obligaron a expul sarlo de la casa, sintiendo que se le iba con él una parte de

imagen. Aún le dolía la mano con que le mostró la salida; pero hay que añadir también la crueldad con que su

inteligencia muestra las caídas del corazón. No, David no podía soportar que su hijo Benjamín pretendiera arras la

trarlo de cho de

la vorágine,

nuevo a

sedición. Y

su

israelita hacía frente

con

a

su

para

debilitarlo

en

prove

qué desparpajo típicamente padre, para demostrarle su

conveniente antisemitismo.

Replegados en el olvido los años de lucha en común; revelados sin ambages, en la libertad de la abundancia, los resortes de la verdadera personalidad; agotado el la excesiva

ante

respeto sión y

con

ternal,

pero

complacencia; extinguida la

pa

punto de miras que David parecía estor bar, su mujer aprovechó la primera coyuntura para libe rarse. Salió tras de Benjamín, abogando por su amor ma otro

poniendo

ya

de manifiesto

su

horror al más

pequeño sacrificio. Poseedor sin competencia de todas las artimañas para no podía convencerse de que el

hacerlo surgir, David

dinero, mas

una vez

morales

manos

estaba

opulencia. Y guirlo. La ley

contener a su

o

conseguido, pudiese crear tales proble llegara a ser un lastre del alma. En sus

entonces

que

poder

sanar a

los suyos de

en caso

a

su

conse

juicio sino una cuba para le ley entregaría a su hija menor que se formalizara la separación. Sin

no

el océano

mujer,

el

qué solapada delicadeza iba

con

era a su

la


NOCHE DE LOS JUDÍOS

69

embargo, aunque no fuese a suceder así, la dejó partir también, sin una protesta. Pero fué una comprensión ge nerosa que lo rebajó ante el conocimiento de su forta leza. Con la partida de la pequeña Milka, se cerraba la única ventana abierta

cido

y

envuelto

que

fluctuaba

en un

entre

vida

en su

a

ese

mundo descono

aire visible. Con ella

lo increíble

se

iba

algo

la realidad insospe

y

chada de la poesía: el fruto de su vejez. No, David ya no podía defenderse con ninguna ar gucia. Los sentimientos habían sobornado su inteligencia.

La luz roja del letrero luminoso habíase vuelto más se -miró las manos, como manchadas de

intensa. David sangre.

Con el horror

a

la repentina visión de

una

fiera

la sombra, encendió las luces. Movió la cabeza para espantar un mal pensamiento y tomó el pri mer papel que halló a la mano, tratando de engañarse

agazapada

con

en

cualquiera distracción. ¡No es tan grande la tragedia

como

tación que

señal de duelo!

todos los añosi,

en

la misma fecha. Pero David

ría confianza, ni escucharía el Kadisch du por

sus

tampoco

a

a

abrirle crédito

en

el Banco.

David Rossenheim había reducido los

siempre presente

semiarraigada,

por ciento

le da

en

común denominador: el número neto de

o

no

Tal, ejecutado

la intimidad del hogar. David no iría abrazarlo en la Sinagoga el Día del Perdón,

hijas

ni volvería

para vestirse

exclamó, leyendo la invi el ropavejero Calmann le enviaba inútilmente,

con sacos en

que cuya

pertenecía

a una

proporción

de la humanidad,

no

y cuya

extremos su

a un

vida. Tenía

población flotante

subía

a

más| del

uno

calumniada riqueza


CARLOS VATTIER

70

era

precaria

o

muy

aleatoria. Convencido así de que

su

pueblo podía ser la argamasa que uniera en una gran hermandad las esperanzas puramente humanas de to dos los tica

las

sentía sobre sí

pueblos,

indeclinable. Por

e

cosas

riara;

se

demás,

responsabilidad

una

dejó de hablar

eso

como

un

contagio benéfico. y aislamiento, he aquí los dos polos

los cuales ha oscilado la vida de los

dispersión. Pero David sabía que, tos tan exclusivos como ellos, la

a

en

judíos desde la

pesar

de

sus

defec

humanidad

nueva

no

es

la de nive

sino la de asociar diversas unidades. Su

espíritu bí

podía desplazarlos, lar,

gritos da

elevadas, para que su propia alma no se va hizo feliz, para comunicar su felicidad a los

Asimilación tre

a

mís

blico, profético

y

pues

su

tendencia

no

revolucionario llevábalo

a

Lenin, Liebk-

racionalismo posi Luxemburgo; pero tivo lo impulsaba al agio cosmopolita de los Rotschild. ¿Cómo hallar una fórmula para neutralizar las fuerzas de necht

o

a

Rosa

su

dualidad? El camino

esta

parecía abrirse

como

una

Palestina, a la dulce Sion, ruta salvadora; pero habría

a

desprenderse primero de las profundas la costumbre. Otros vendrían después.

escamas

que

.

A las siete de la tarde pero, en

a

las seis

en

no

de

.

quedaba nadie

en

la

casa;

punto, David firmó el último cheque

blanco.

Nadie,

porque

el otro, el que le dolía

había sido

a

David

en

la

contribución impuesta y que por la naturaleza a su equilibrio perfecto, debía haber partido también. ¿Y quién daría un paso por retenerlo? Desde que se tuvo la certeza de su anomalía, pasó a ser carne

como

una


NOCHE DE LOS JUDÍOS

la bestia ni y

su

negra

de la

propia madre

que

Sodoma

y

Como herida

en su

feminidad,

de él. Y las reprimendas

se

las maldiciones de en

casa.

71

su

apiadó padre, hicieron llover

Gomorra sobre

-su

más

fuego

cabeza. Se hubiera

dicho que David no perdonaba ni a Lot, el justo, por haber pisado tan sólo el polvo de las ciudades malditas.

Esterilidad, persecución, mofa, asco, abandono, miseria y todo un cortejo de siniestras aventuras, creía ver David a través de los ojos angelicales de su hijo Saúl.

Aunque tenía la convicción de que podía llevar éste vida fácil en su época tolerante; aunque supiera la naturaleza es la única medida del hombre; aunque que la Ciencia le diera mil explicaciones ni Dios intere Da saría dárselas más claras sobre el caso de su hijo

una

vid

no

se

conformaba.

El aspecto exterior de Saúl extrema

una

susceptibilidad

lo

lo

delataba, y sólo distinguía de los demás. no

Si alguien lo hubiera puesto en descubierto con una frase infamante, no lo habría arrojado a esa cámara obscura, en ese

que

uno

antro

se

donde

revela se

con

una

prefiguran las grandes

espíritu. Sin embargo, hasta seducción

dolorosa nitidez, sino

su

innegable, alteraban

a

aventuras

-misterioso y David cuando lo

encanto

a

del su

te

nía delante.

Afectuoso de corazón, Saúl sufría con la frialdad de su familia; mordaz por defensa natural, en lo alto del retiro

en

que

se

había encastillado, sonreía de la inocen

cia y

puerilidad de los métodos que empleaban para en derezar su vida. Con tanta hostilidad, ¿no estarían em

pujándolo al orgullo demoníaco de

su

flaqueza? ¿En el


CARLOS VATTIER

72

fondo, aunque fuese de muy distinto linaje, problema semejante al de su padre?

no

era

su

David tenía los pies fríos y la vista nublada. Se sacó los anteojos, les echó el aliento y los restregó con el pa ñuelo. Pero el malestar continuaba. ¿Iría a enfermarse también? Cuando se puso de pie, vino a darse cuenta de que tenía

hambre.

Comió solo. Y por primera

vez

dióle

un

poco

de

repulsión el lujo desmedido de su casa. La ceremoniosa obsequiosidad de la servidumbre lo cohibía en la sole dad como a un pobre visitante. Le pesaba aquel boato como una joroba o una excrecencia dorada, saliéndole sin término

en

todo el

pero el vino ya

bre,

cuerpo. no

Bebió más que de

costum

lo alegraba.

Cuando el paciente Job, roído por su lepra celeste, iba camino del muladar, ¿no llevaba una cara semejante verdadera grandeza? que hubiese comenzado a escuchar el concierto de las esferas. Sucedía que el rumor de la vida no le lle

a

Y

la de

David,

en

el límite de

su

no era

gaba

ya

libre

y

como

el vocerío de

un

combate, sino

simple como un canto llano. ¿Por qué no iba a detenerse David

a

en un

la hora

coral

en

que

el tiempo detiene las horas como en un remanso? ¿No tenía la suficiente porción de bondad, para que saliese de ella la

abierta

vía,

a

prueba,

porque

que

permanecería no

como

una

herida

estaba maduro toda

descendimiento meridiano, esa seguridad sin palabras, no había sobrevenido aún en su ese

sin juicio y espíritu. Sólo con

que

la revelación? Pero él

en

la total obscuridad vería David los hilos

estaba atado

a

lo absoluto.


NOCHE DE LOS

Cabizbajo, sensitivo,

en

ese

JUDÍOS estado

cia de los sentimientos está pronta

73

en

que la

hacer crisis

a

dolen en

una

iluminación de la mente, David recorrió las habitaciones vacías de sus hijos. Mas, al entrar a la pieza de Milka, lo invadió

tristeza llena de

una

cuando reconoció cara

su

para

interior

a

sus

Como José Egipto, volvió la

esperanzas.

hermanos

en

llorar. El también acababa de una

emoción

limpia

y

recluida

reconocer

en

el fondo de

en

los años.

David

se

extrañó. El domitorio de Saúl estaba ilu

minado. Caminó hasta la puerta

y

lo miró por el postigo

entreabierto. Estudiaba. Con los ojos bajos, parecía niña; con los ojos abiertos, un sabio. David sintió deseos de posar la

mano

sobre

su

una

ca

beza. Por primera vez, desde que Saúl era niño, lo mi raba con ternura. No tenía piedad de él; comenzaba a

comprenderlo. Lo amaba desde en su

ese

instante;

se

soledad.

Entró.

Buenas noches, hijo.

Buenas noches.

¿Por qué

Todavía

no no

te me

fuiste

con

los demás?

has expulsado de la

casa.

¿Quieres acompañarme a dar un paseo? ¿Salir a la calle contigo, padre?

—Sí.

amaba



NUESTRA HERMANA NOEMÍ Yo soy

un

medio de ti;

\

Dios celoso y habito en y cobra ánimo.

purifícate



Jonathan sabe soñar,

pero

no

La abundancia le ha echado la

tiene

tiempo

para

soga al cuello y

de títulos

nada. no

lo

facturas,

respirar. Bajo deja queda sepultado desde las primeras horas de la mañana cualquier intento suyo de liberación. Qué brillo de fie bre cobra en sus labios la sola palabra extraordinario. montones

casi

Pero las

cosas

ya están escritas y la tierra

y

lo atraerá sin

compasión hasta el final. Mas hoy miante y

no

día que quiere huir del tiempo apre un enorme número de calendario. Hoy

es un ser

golpeado con mucha timidez los muros del estrecho y lujoso ghetto en que se ha encerrado Jo nathan por su propia voluntad. Desde el primer piso, entre voces desfiguradas y acordes de ensayo, llega hasta su escritorio un sordo mar tilleo. Jonathan camina de un lado a otro, sin saber lo el

pobre

que

sueño ha

busca.

¿Habrán colgado ya las guirnaldas y la campana ensayando la Marcha Nupcial? Les rogué que eligieran la de Mendelssohn. Tocarán otra. Lo —

de azahar? ¿Estarán

sé. Me da lo mismo. Todo

esto cuesta

un

dineral.


78

CARLOS VATTIER

Sin embargo, es

no

imprescindible

tan

como

al balcón. Las anchas un

decide

se

a

casa

su

el laboratorio. Se

en

aceras

bajar. En

no

asoma

están desiertas y el sol

es

elefante blanco que llena la calle. Las puertas de las

grandes —

crujen de insolación.

casas

Noemí lleva dos días de

sucedido nada. Noemí. Y el nombre de

.

capado de la boca

como

sentir de súbito

peso

ese

de la memoria tiene

impregnada Noemí la lente;

aldea

trae

.

.

su

un

le ha

se

es

clave olvidada, lo hace

una

delicado niñez.

le

que

dejaban

en

el

la vida silenciosa

Porque un gris intenso

cielo de

la tristeza esencial de todas las

con

y

está

cosas.

el borch y los deliciosos leiber de la abue

las botas escarchadas

trae

puede haberle

única hermana, que

su

pecho los recuerdos de

No

atraso.

Nuestra Noemí.

.

el fustazo

en

la escuela de la

plena cara que recibió el abuelo barin del de Jechua Kazan; Noemí trae la relojería, del Con la misma lupa para aumen mago Simón Meyer. y

en

.

tar

.

las minúsculas maquinarias,

frunciendo

che. Noemí

trae

primer oficio; la herrería

lloso viaje nieve, como

los dulces abedules

con sus

sostenía el viejo, astros y y

Noemí

copos.

la feria de Novogorod; tiaras estrelladas de

a

unía

troika

través de la eternidad

que .

.

.

a

mediano

el buen el

canto

trae

trae

pan

del

rojo de

el maravi

las niñas de

lentejuelas, graciosas se aleja con podría caminar por

las cúpulas de San Stanislas. Noemí

el cascabeleo de

Rusia

la pobreza friolenta

trae

bajo los albos a

que

ojo, quería él mirar los

un


NOCHE DE LOS JUDÍOS

La puerta del escritorio nathan

ha vuelto

no

gritos de

en

79

abre de improviso. Jo sí del todo, cuando escucha los se

mujer.

su

¡No he visto en mi vida semejante indolencia! ¡Tú siempre igual! Falta media hora para que se case tu hija y ni siquiera te has vestido. Por favor, Jonathan, —

terminemos de

Pero

a

una vez.

Jonathan le

costó

un

triunfo

desarraigarse del

aire. Se puso rojo con sólo imaginar que su mujer pu diera haber adivinado sus divagaciones. Salió del escri

torio, corrido —

como un

niño.

En cinco minutos; estaré listo.

Frente al

suntuoso

espejo florentino, ella quedó ade

rezándose el tocado de encajes

negros que

aristocracia

reavivaba

en

la última moda.

perdida Después siguió a su marido al cuarto de vestir. Ella, la última palabra en todo, a quien Jonathan debía la rara adquisición del buen gusto, no podía dejar de vigilarlo su

rostro

esa

mientras éste —

¿No

Me dice

en

mudaba

se

te

inquieta el

a

pensar

con

en

Pero

ropa. atraso de mi hermana

cartas que

sus

matrimonio de mi atrozmente

con

desea asistir

a

toda

Noemí? costa

al

hija. La pobre tiene que haber sufrido viaje forzado. Y no quiero ponerme

este

los días que debió

pasar

en

Alemania.

mujer tenía un verdadero sistema de acti tudes. Ahora eludía cualquiera alusión a la desconocida que era para ella esta hermana de su marido, que caería en

la

su

casa como

uñas, dijo

en

un

un

bólido. Mirándose el barniz de las

tono

ambiguo:


80

CARLOS VATTIER

No ha sido

esperarla

veces a

día más

a

por

culpa

la estación.

a

Tú fuiste

nuestra.

Hoy mismo,

dos

ayer

que

no es

ei

propósito, le hemos mandado el coche, por si

llegaba. Además,

para

eso

están los

telégrafos.

Es extraño, realmente.

Y

apretando los ojos,

para

que

esas

y

¡Qué bonita

triste que

me

Bajando desembocaba

verá de novia la niña! Pero

se

lleven

una

la escala de

es

vez,

muy

hija. mármol,

el hall de recibo

en

in

lágrimas

fuera de toda etiqueta, rodaran de una Jonathan dijo en voz baja, como hablando solo: oportunas

cuya con

amplia gradería una

pompa

de

ópera, Jonathan

y

mente,

teatral. A pesar de que el sol entraba

un

paso

su

mujer habían tomado, inconsciente

las altas ventanas, todas las arañas estaban encen didas. Los invitados respiraban con dificultad en aquella atmósfera acolchada de tapices, saturada con los perfu

por

mes

than

de las señoras no

y

de los canastillos de flores.

lo hubiera confesado

nunca,

pero

estaba

Jona orgu

lloso hasta la soberbia de todo aquello. Lucía una son risa triunfal, como si hubiera sido el invitado de honor

aquella fiesta espléndida. La angustiosa inquietud por su hermana, el apego a su hija y el placer que le comu nicaba la visión palpable de su riqueza, creábanle un difícil problema de conciencia. Estaba como esos niños que siguen sollozando entre risas, aunque les hayan en tregado el juguete que les escondieron. en

Iba domo

se

ya

a

empezar

acercó

a

la ceremonia, cuando el

hablarle

a

la señora:

mayor


NOCHE DE LOS JUDÍOS

Acaba de llegar

en

señor. He ordenado que

mientras —

obispo

este momento

dejen

su

81

la hermana del en

la repostería

para

recibirla. El

maleta

tanto.

Está bien. Pero no

puede

no

hay tiempo

esperar más. No le avise

a

nadie.

¡Qué

falta de tino! Y sin cavilar más, fué a reunirse al cortejo que la peraba. Jonathan entraba del brazo de su hija en

es ese

instante.

Transpirando, llena

de tierra,

con

el chai desteñido

que le sirvió también para apoyar la cabeza en los du ros asientos de tercera. Noemí apareció en medio de

los invitados. Su sorpresa y su aturdimiento la paraliza momentáneamente. Como confabulada con el escán dalo que provocó su aparición, la elegante Marcha Nup

ron

cial de

Grieg, añadía cierto exhibicionismo a su infelici dad. Era gorda, tenía el cutis asollamado, las facciones gruesas y los pies apelotonados. Caminaba con un vaivén de gansa doméstica y como distraída. Sin embargo, bajo su masa

de cabellos cenicientos, la bondad picaresca de

ojos la volvía entrañable y más que maternal. Tenía de secretos caseros y de sufrimientos como un nimbo sus

tragados

en

silencio. No obstante,

ción característica de los

con

esa

deshumaniza

así lo definió

figurines, ñada al divisarla: "Es simplemente ordinaria". Nadie

se

le acercó. Pero ella

era

su

cu

demasiado sencilla

para preocuparse más de lo conveniente del efecto que producía su presencia en cualquier sitio. Prescindió de

pechó hasta conseguir colocarse Estaba ansiosa de contemplar a gusto el todos

y

en

primera fila.

emocionante ri6


82

CARLOS VATTIER

tual del matrimonio

judío. Pero

no

vio ni la ronda de

los novios bajo palio al aire libre. No oyó el ruido de los vasos quebrados, ni la voz del Rabino, varones, ni

a

peso de

celado de

su

deslumbrante un

oro,

en

agobiado bajo el

los libros. Casi

fluyendo del Libro de

capa

pluvial,

obispo católico bendecía

Jonathan estaba de rodillas junto cubría la

cara

con

la atención. Sentía

las

manos.

Noemí

a

no

hijos

Se su mujer. quiso llamarle

profundo desgano, hubiesen vaciado. Pensaba: "Otra religión, un

hermano". Y fué abriéndose

salir de la Había enviado

un

niño sentado

retrato

abrazarlo

¡Yo

y

su

otra

hasta

que

vida,

logró

de

su

peldaño de la Jonathan habíale hijo menor. Llegó hasta él, en

en

el primer

el

acto.

besarlo.

soy la tía

Pero el niño

dura de

paso

si la

como

aglomeración. un

escala. Noemí lo reconoció

para

los

a

hermano.

su

otro

ídolo cin

como un

se

Noemí

debatía

y tú con

el sobrino Bob!

visible

asco

en

la blan

pecho.

Estás sudando. Mi mamá ha prohibido

que

nos

besen. Noemí

dijo

en

su

no

le hizo

caso.

Sacudiéndose el vestido, le

media lengua:

Tu tía ha viajado mucho. Los trenes son sucios. La ceremonia había terminado. Jonathan se apre

suró

a

abrazarla. Pero

no

tuvieron tiempo de hablar. Los

desprendía la avalancha de gente. Su cuñada estaba fren te a ella. Estirábale la mano como a una extraña.


NOCHE DE LOS JUDÍOS

La

esperamos

taba intranquilo

83

desde hace dos días. Mi marido

y yo

no

podía explicarme

por

qué

es no

telegrafiaba. Quise darles una sorpresa. Me quedé un día más en casa de mi prima Rujl, en el puerto. Estamos tan dispersos los de la familia, que tenemos parientes en todo —

el mundo. —

Tomará

baño

un

y se

cambiará traje, naturalmen su cuarto. Dis

Cualquier empleado puede mostrarle culpe, voy a atender los invitados. Noemí no volvió a bajar.

te.

La

casa

nente, fría

había quedado,

como

un

por

fin,

en

silencio. Impo

símbolo, la escala de mármol

cía condensarlo. Arrinconado

en

el sofá de

su

pare

escritorio, condena a

Jonathan ho era sino un niño cumpliendo su la pieza obscura. Estaba solo, como todos los hombres de regreso o que salieron unos instantes a mirarse vivir. Podría haber permanecido hasta el amanecer en esa hon

da confesión vino

con

las tinieblas,

pero

un

andar conocido

turbarlo.

a —

¿'Noemí? Noemí.

¿Sabías

cuál

era

mi escritorio?

Todavía fumas el mismo tabaco fuerte. Has hecho bien en venir. Estaba muy solo. Hasta

ahora nos.

.

no .

hemos tenido tiempo de hablar, de explicar


CARLOS VATTIER

84

lado y le buscó las manos acariciárselas. Una vuelta al mundo valía para ella Noemí

sentó

se

a su

solo instante. Jonathan buscaba

su

en

para este

corazón la mayor

delicadeza. —

Creí al principio

bajabas a la fiesta, por fatigada. Tuve después un mal presenti

que te sentías

miento. Yo —

conozco

Como

insistir

en

un

nos

día

que

no

los míos

a

demasiado,

conocemos como

y te conozco,

Si

no

fuera

vale la pena

hoy.

Entonces Jonathan reveló en tenía guardado desde hacía años. —

no

Noemí.

por esta

unos

instantes lo que

satisfacción de los negocios

día, mi único refugio, no Me sobra el dinero, pero en la vida. si dejara de acumularlo, quedaría como -muerto. Ya no me rodean sino cosas. Y he llegado a amarlas, Noemí. Hasta mis propios hijos se escabullen de mi cariño y de en

marcha,

que

siendo, día

va

a

tendría más aliciente

preocupación

esa

que siento

ellos,

por

casi

como

una

Parece que les desagrada hasta mi efusión cuan do los beso. Su madre. En fin, yo tengo la culpa de

tortura.

.

que vaya muriendo eterno.

en

.

ellos, lo

que

Pretendí formar

que

ser

sino

esparcir ceniza al viento. Ya

surgido la hostilidad del

otro

en

una se

mí y en ti, tendrá familia y no hice

acabó el

amor

y

ha

lado bajo mi propio techo.

Estás equivocado, Jonathan. Aquello desaparece apariencia, pero es eterno. Son tus hijos. Y da gra —

en

a Dios, hermano: tú y ellos viven al abrigo de una fortuna, al resguardo de una clase tan fuerte y tan ce losa como una patria. En cambio, yo y miles de otros,

cias


NOCHE DE LOS JUDÍOS estamos en

85

descubierto. Hazte cada año más poderoso,

Jonathan. Para ti

y para los míos, Noemí. Te suplico ahora mi aceptes ayuda. Cuando se me terminen las fuerzas, te daré consuelo. Sé que serás feliz entonces. —

que

ese

Jonathan ya no exigía con su voz metálica. Se le quebraban las palabras en la garganta. Su orgullo ma terial lo hacía sufrir más que sus descalabros morales. Hace una semana dijo quise darme un gusto. —

Tenía verdaderas ansias de

comer un

plato de

esos

ge-

filte-fish que tú preparas tan bien. El cocinero los hizo bastante sabrosos, pero mr mujer se levantó de la mesa,

podía soportar ese olor a comida de gitanos. No recuerdo bien, pero debí soplarle en mi idio ma algo no muy fino. Es un combate continuo, Noemí. diciendo

Por

ofrezco mi

te

eso —

no

que

Ya

no

casa

con

temor.

puedo subir espalas, hijo. Viviré

en un

piso y le tendré más cerca de aquí. Tu mi mezzie a la cabecera de la cama.

mer

Jonathan ignoraba reserva

de tristeza

en

que

hubiese

para

cada cual

es

tanta

el mundo.

Tú has sufrido lo indecible, Noemí. Mereces

te

pri

retrato

que

sirvan de rodillas.

Noemí

cariñosa;

no

le

respondió,

pero

se

decía

en

sino que

con

una

palmada

lo interior:

La que ha visto cómo se deshace un hijo muerto de días en los, brazos de su madre; la que ha dormido —

establo junto a los apestados sin socorro; la que ha llegado a dudar si ea un ser humano; la que llevó en

un


CARLOS VATTIER

86

colgando del cuello, durante

una

como

meses,

bestia de

JUDE; la la que ha seguido la trágica fila en la Tierra de Nadie; una en en es convertirse, cuerpo y alma, que sabe lo que industria como cualquiera, y está viva, ya no pide

feria,

más

un

.

.

letrero escrito

sangre:

.

Y

si lo hubiera formulado, exclamó:

como

Todo

se

he venido

a

arreglará. Esto

no

puede durar. Yo

no

entristecerte, amigo.

Jonathan temblaba

como una

bía mentido transitoriamente en

propia

con su

lo más recóndito

una

con

hoja; pero Noemí ha aquella calma. Traía

consigna de lucha sin cuartel.

Pudo pronunciar una palabra, una breve palabra, y como con una diminuta porción de radio, lo hubiera traspasado todo. Se contuvo, sin embargo. Sabía que el alma de

Jonathan era descansar,

ría

tas de

una

para

tierra demasiado labrada. Ella la ha volver

un

cultivarla

con

las herramien

sus armas.

Apoyó la cabeza estuvo

a

mucho

rato

don del cielo.

en

el hombro de

sin hablar. Recibía

su

su

hermano

aliento

y

como

Después fueron reviviendo hasta tal lente, mientras lim

punto los viejos tiempos, que la babe

piaba el

samovar,

les contó la última historia de la

no

che:

"Hace siglos, hubo un los ricos plateros y los que

hombre no

muy

feliz.

Entre

tenían más fortuna que

cogulla infamante, vivía prisionero en el ghetto de Venecia, cuyos muros tapaban el mundo. A él nada le importaba que el Gran Gonfaloniero dispusiera a su arsu


NOCHE DE LOS JUDÍOS

87

bitrio de la inmensa llave de sus puertas, porque todas las tardes escalaba la almena más alta y sentía en verdad que

cia

las nubes resbalaban por mano de Dios".

de la

su

mirada,

como una

cari


■"

;,;«.¿:> '■":'-:..:', ;:


JESSICA



Alba del lago. Cuando el volcán

amanece

envuelto

en

nu

esos

barrones desilusionantes, los hoteleros deberíamos reba

jarles el precio

los

a

pobres

turistas.

Todo lo contrario: deberíamos subirlo, porque los nubarrones les aumentan la curiosidad. Desde la oficina, la risa trepaba los dos pisos del Hotel. En el silencio de la madrugada, penetraba la ma —

dera de los techos

y

de los

tabiques,

como

en

una

caja

de resonancia. Pero recordaron de pronto que no esta ban en la risueña casa de Viena, y que debían cuidarle el sueño a los extraños. Entonces Ismael paseó sus gafas por el

libro de

cuentas

Jessica

y

se

puso

un

dedo

en

¡os labios,

como un ángel grave de Yahweh. No, decididamente, no tenían ganas de trabajar. Co

mo

si

se

hubiesen visitado

bían amanecido

con

una

en

sueños,

felicidad

motivo de felicidad. Podían caber ñana redonda del

lago; el

por las angostas

calles del

padre

pura y en

y

ajena

hija ha a

todo

alegría la ma de los corderos

su

río espumoso

pueblo,

e

la luminosa

cara-


CARLOS VATTIER

92

de pequeñas nubes, esponjándose y descendiendo torno al agua azul. Podían caber los mil rostros fres

vana en

adorables del día recién nacido; pero, medio a me dio de su alma, el júbilo cantaba por sí sólo. Cantaba

cos

y

el pájaro que

como

todo

se

escucha,

porque

se

respirar

a

ha vuelto

canto.

Tuvieron món

no

ese

que

salir al huerto,

aire tierno

como

un

a

pleno pul

tallo. Ismael hablaba y ha

padre, como sus hermanos. Jessica, ¿cuál fiesta es hoy, que estamos celebrán

blaba,

como

su

dola desde

Es

temprano?

tan

un

día

como

todos los días, papá.

¡Ah! cuando el tío Isaías se despertaba así, rien do por todo y por nada, nos decía: "No hemos, perdido —

por

el Paraíso Terrenal. Cada

completo

pedazo

de

su

territorio, abandonado

en

uno

tiene

medio de

un sus

abandonos". —

¿Era poeta el Fué

ficaba las

tío Isaías?

hombre incomprendido y sencillo. Simpli más obscuras y les descubría un origen

un

cosas

sorprendente

las más

simples. Tal

poeta. Y nombrando las flores del camino, Jessica se lle naba el pecho de colores y perfumes. Con un fino tacto a

vez era un

de estambre, acariciaba las diminutas mejillas de las ro silvestres y removía los heléchos irisados de rocío.

sas

borbotones, como el verde hervor de una tierra de hojas; los heléchos, como vegetales plumas o savia dura; el encaje de los heléchos, tejido a fuerza Los heléchos

de

a

tanto espeso

oxígeno

o

de selvas traspirando.


NOCHE DE LOS JUDÍOS

Ismael hablaba

y

Que nadie

diga

mañana

una

nos

hablaba: que no

somos

hijos de Dios

en

ésta. Pues

como

mi mejor obra y de

zar

93

hoy sería capaz de reali perdonar a mi mayor enemigo.

Y el mundo salió así de las

manos

del Señor: de

puro

exclamó

Jes-

gozo. —

Lo

demás queda en la risa

sica, echando

entre su

nosotros.

aliento sabroso.

El jubileo del día creciente seguía celebrándose, el Levante

era

ya

como

toda flor desde

Pero ellos tuvieron

momento.

mer

famoso,

un

repentino

su

y

pri

temor

de sí mismos. Estaban siempre tan solos con su dolor o su dicha en medio de las cosas creadas. La fuerte ten sión de sus estados desplazaba hasta las zonas interme

dias de rior

espíritu

su

los demás

con

gran

altura

a

cauce.

su

como

o

los

y

dejaban

seres.

sin comunicación inte

Volvían

en

de

como

el río salido de madre que

se

una

recoge

El cuadro perfecto de la hortaliza, con su tierra aca y su plantación, parecía haber sido depositado,

nalada

el suelo. Era el juego

ya

hecho,

un

mundo de

sus

quince

tas

tibias

en

se

y

como

Jacobo;

movían mejor

puso

a

cortar

fresas. Entreabría las

ma

aparecían los frutos bermejos, rosando la duros pezones. Después llenó su cesta de

frambuesas. Saltaba, corría, cantaba: ¡Estas son las únicas flores que se oomen!

grosellas —

verdura,

serio de se

años.

Jessica tierra,

agua y

en

donde

y

En qué clara corriente, con qué jabón y qué almi a risa limpia, lavaba Jessica su ropa de verano,

dón olor


94

CARLOS VATTIER

la luz la envolvía

que

como

a

un

entre

rápidos anillos

y

la laceaba

caballito blanco.

Un vendedor de salmones los atajó en la puerta. Aún temblaba en su canasta la carne dulce y anaranja da de los mas

ese

pescados. Y conservaban todavía en las esca madreperla que transportaba a Jessica a

iris de

la ventura de

una

fabulosa vida submarina.

Apenas la hubo divisado, Hans corrió desde el mue a lle saludarla. Brillábale al sol la cabellera, como un casco

dorado

.

Ismael le hizo

por cortesía, y llamó cualquiera. Pero ella alcanzó marse

La

Jessica

pudo

to

pretexto hacerse inolvidable de

a

con

un

seno

lago con una alba cintura, cargaba la atmósfera como un gran

ceñía el

resaca suave

la forma del volcán

La

venia que

sola mirada.

una

y

una

a

de mujer.

lámpara. Las noches del

sur

acumulan

sus

sombras

difi

con

cultad.

Después de un crepúsculo inacabable, flota hasta tarde una película luminosa que va volatilizándose. muy Y cuando las grandes estrellas australes rompen el cas carón obscuro del cielo, el frío

el silencio

como

otro

se

hace distancia

y surge

elemento de la naturaleza que

ven

cer.

Ismael enciende la lámpara, yos como

a

lasj mariposas

que congrega

nocturnas.

La

a

ventana

los

su

ilumi-


NOCHE DE LOS JUDÍOS

nada mantiene hasta las altas horas razón cordial

su

95

presencia de

co

medio de la salvaje intemperie. Porque el paisaje habitual, liberado afuera de toda presión hu mana, se ha vuelto amenazante. Y hay un acecho de selva

en

profunda, pugnando

contra

la

casa.

El círculo luminoso de la lámpara misma estancia,' un límite tan vivo y

bra

lleno de sentido,

tan

se

que

plano de

de

pasa

un

som

mundo

a

la intimidad.

otro en

Devanando los recuerdos

dera, la bla,

dentro de la

crea, un

memoria atormenta

como

antigua lanza

una

la abuela Rebeca. No ha

a

queja, pero permanece en la penumbra y mo vieja, como si la hubiesen asesinado. Jacobo tien de el mantel y reparte los platos, como quien distribuye no se

rirá de

caras

de confianza. Cuando la

mesa

dispuesta, Is

está

mael empieza la lectura santa. Hoy será el clamor voz de león herido de Jeremías:

entre

ruinas, la "Yo

me

acuerdo de

tu

amor

cuando

Desde hace mucho tiempo quebrantaste te tus lazos y dijiste: Yo no quiero más al pie de toda colina alta

doso,

te

has encorvado

A pesar de

su

y

eras

tu yugo,

joven. rompis

esclava. Pero

ser

de todo árbol fron

debajo una prostituta".

como

calma filosófica y de

su

índole

tan

bien temperada, Ismael se desdobla y alcanza su ver dadera altitud moral en compañía de la feroz soledad de los Profetas. Porque las profecías quedan cumplidas, para que ellos las enuncian. No le concede al tiempo

él, desde

la realización de las diato de

prueba

sus

del

predicciones,

esperanzas y de

amor

más ciego,

sus

sino al

poder

temores.

comprende

el

inme

Como

una

lenguaje de


96

CARLOS VATTIER

los Profetas goce, en

Ismael. Así las catástrofes

lanzados al espacio

espíritu

su

como

palabras,

los días de se

eternidad. Por

una

en

las

por

y

consumen

eso,

cuando

padre lee o habla por boca de su destino, Jessica y Jacobo le tiemblan como al jefe divinizado de un clan. El silencio litúrgico va cediendo paso imperceptible mente a las cosas cotidianas. Inconsciente, por tradición, el

de la belleza de

su

ritual, Ismael

corta

el pan

y

lo ben

dice.

Boruj Eloeino

Luego la Padre, 1—

ato

Adonai

meilej oilam.

conversación tú odias

No lo odio, hubiera querido. —

a

se

anima.

Hans.

pero no

me

es

indiferente,

como

lo

El

no tiene la culpa de ser hijo de alemán. Tú tampoco tienes culpa de ser hija de judío. Sin embargo, presiento que podría ser mi mejor

amigo. Yo

no

No

me

lo prohibo, pero es necesario que lo se pas: Aquí vamos entrando también en la línea de la sombra, en la cuarentena de la lepra. —

te

.

do to

.

lo

prohibes, pero manifiestas tu desagra ostensiblemente, cada vez que te lo nombro. Respec —

a

lo demás.

Cada

.

vez

.

que

me

demasiado comprometido No olvides,

Jessica,

lo con

nombras,

es verdad. Está las infamias de los suyos.

que yo vivía

en

Austria

como un aus-


NOCHE DE LOS JUDÍOS

97

tríaco, y que sólo vine a orientar mis negocios como un tránsfuga dentro de sus fronteras, cuando ellos me pu sieron fuera de la

ley.

Ismael refrenaba contrariar tanto

a

su

furioso mesianismo.

Para

no

lo

como

un

hija querida,

su

quemaba

viejo papiro. Añadió: —

trabajada en su lengua

ron

de

tuas no

su

Nuestros abuelos vivieron por los

rra

unos

con

"tie

en esa

milagros". Nuestros abuelos habla los ángeles y decapitaron las esta

dioses más débiles

pueden abandonarnos. No A medida que escuchaba judaismo

Oriente,

en

como una

que

nos a

llagadura;

los hombres. Ellos

abandones tú ahora.

padre, Jessica

su

pero

era

sentía

demasiado

ya

tarde. Ismael acababa de entregarle todas las contrarie dades y las vallas infranqueables de que vive el amor.

Dijo: —

Hay

que

ser

justo, padre. La mayoría de los

is

raelitas siguen adorando a su becerro de oro. Pero siempre desciende Moisés y se los destruye con las Tablas de la Ley. —

Ahora ha descendido,

Entonces apareció

en

padre.

el rostro de Ismael

ese

rictus

inextricable, que no lo diferenciaba de un demonio o de un arcángel. Respondió: Ha descendido, pero es menester defenderse has —

ta

de la ira de Dios.

La comida terminó

en

silencio. Sólo

un

pintor

teo

lógico del cuatrocientos, con su simplicidad y su cien cia en la disposición jerárquica de las figuras, habría po dido pintar

a

la familia de Ismael

en

aquel instante. 7


98

CARLOS VATTIER

El ángel de pie

sica

Había quedado de venir a buscarla al amanecer. Jespudo dormir durante la noche y estuvo paseándo

no

frente

se

a

la tapia del huerto, mucho antes de la hora gran hotel del balneario per

convenida. Las luces del

aún encendidas.

manecían

como una

briagada, y

El estrépito de

la vida

perpetua fiesta,

en

porque

acudían

la sangre

tropel

en

a

sus

precipitaba en el corazón labios, esos pensamientos mu se

le

tilados que se convierten en cuando esperamos a sangre fría

ignoramos

o

que

no

quisimos

un

ritornelo torturante,

algo

que

aterra, que

nos

prever.

Hans traía los caballos de las riendas. Montaron

salieron de to

de

llegábale

desde lejos onda de alcohol. Pero ella estaba también em

aquella gente

y

galope hacia las afueras del pueblo. Cuán había deseado ella este momento. Hans era uno de un

los pocos que conocían en Villarrica la ruta más segura para llegar hasta el cráter del volcán. Aunque Jessica no hubiese amado a Hans, el peligro de esta excursión la habría que

rir

obligado tal

amaba todo lo

personalidad

una

todavía

a

diferenciar

que

vez

a

quererlo,

su

Ismael

sación de

acción

una

la angustia

la hacía desconocerse y

casi irreal. Pues ella

no

adqui

alcanzaba

verdadera esencia, de los límites

de la realidad ajena. Era muy posible que esta aventura una

con

irreparable,

huida infinita.

pero

no

Jessica

fuese

tenía la

para sen


NOCHE DE LOS

Como prisionera de el alba trasponía que circundan

con

una

una

99

JUDÍOS

noche

delgada

y muy

claridad madura los

breve,

montes

el lago. El agua, pegada casi a la orilla su luz como la entraña marina de

del cielo, reabsorbía un zafiro.

Cuando

comenzaron

a

faldear los

cerros,

bajaban

ya del interior las pequeñas carretas de la región, tira das por bueyes de grande alzada, con un yugo angosto como

la frente de

sus

arrieros.

Junto

a

los

pilotes de

un

embarcadero, desnudos hasta la cintura, realizando un prodigio de equilibrio en una estrecha tabla, corrían los leñadores a depositar en un lanchón su carga de más de cien kilos. Los trozos de raulí rojeaban como muñones sangrientos sobre

Ulmo,

sus

hombros de

toros.

olivillo, coihue, alerce, roble, raulí. Jes-

tepa,

sica repetía hasta el placer los nombres de los árboles del sur. Eran para ella las facciones inconfundibles del

paisaje. Hans mostrábale las cosas de la naturaleza, co mo quién exhibe interesadamente sus sentimientos más puros. —

Este árbol

se

llama Ñiri. Es

un

alerce

degenerado

por la altura. —

to

de

¡Ñiri! Es

un

un

nombre de árbol

que parece el

can

pájaro.

Después de repechar los primeros lomajes, miraron desde una eminencia descubierta la amplia hondonada. El sol había salido. El lago tenía ahora una lumbre helada quemante de ventisquero. Sostenido en brazos por las montañas, como un valle líquido, todo disminuía y se y

replegaba

a

su

alrededor: las siembras, los caminos, las


100

CARLOS VATTIER

forestales, la labranza. Y sobre todo las casas del pueblo, las tiernas casas de madera, que se volvían tan colinas

infantiles. Filudos techos de calamina; techos de rama ahumada; azulosos techos de pizarra; techos de dul ce

teja

un

romana;

techos de teja

grande

y

tostada

como

pan.

lo oía hablar:

Jessica

El volcán tiene la misma conformación

el le

que

cabría

cho

profundo del lago. Si pudiéramos invertirlo, en él. La altura se ha equilibrado con una idéntica. depresión Y ya era un goce, para ella, el choque de su apasio exactamente

namiento

con

Por

no

tenga

la exactitud de Hans.

eso es raro encontrar en

un

el país

un

volcán, montándole guardia frente

lago a

que

frente.

Descabalgaron a corta distancia de los primeros planchones de nieve. Jessica se tendió junto a unos ar bustos. Y cuando Hans se acercó a pasarle su termo con café y lo tuvo cara a cara, comprendió que había embe llecido la imagen que tenía de él. Ya no le parecía sino hombre joven, cuya hermosura surgía continuamente de la virilidad y desenvoltura de sus movimientos. En

un

medio de la soledad

y

de

aquel silencio

que

hasta el paso embrujado de un zorro, Hans el hombre. Su aliento la turbó más que una

no

debelaba era

mano

sino atre

Después todo ocurrió en silencio. En el silencio que van abriéndose adentro los deseos; en el silen

vida. con

cio

con

que

se

lleva el cuerpo, como un secreto; en el con la tarde sobre el animal amoroso

silencio que cae «n los pastizales.


NOCHE DE LOS JUDÍOS

Pero

Jessica

por

dola sin

y

no

lloró ni

no

habría atacado

tuvo

101

vergüenza. El

amor

la

la espalda cualquier día, encontrán la misma nitidez. Sólo que ahora había conocido el placer. Se levantó dolorosamente.

Sentía reció

armas

que a

su

con

la sangre le subía

a

vista durante

minutos. Miró

unos

los ojos. Hans desapa su caballo

reluciente de sudor y tuvo asco. La había asaltado la vi sión de sus botas y de sus muslos potentes, apretando en la carrera los costados de la bestia, como los de un cuerpo sumiso y

tierra, quiso

ser

estremecido. Blanda, lo más blanda de la en un momento para él; pero ya estaba

de pie. Y sintió miedo, porque comprendió de súbito que su entrega la había arrojado a un desierto sin fin. En el primer desfallecimiento verdadero del es píritu. Una caída hacia dentro, que le creaba y le hacía palpable lo infinito de su alma. Nunca necesitó más una

tonces tuvo

confidencia inocente, un quehacer do méstico que la devolviera a la tibieza protectora de sus

familiar,

voz

una

costumbres. Mudos

y

distantes continuaron la ascensión. El si

lencio atmosférico iba petrificándose en grandes blo ques de hielo. Subían por un desfiladero abierto en una masa

sada

de luz fría y punzante. Nieve, blanca nieve, po el pecho del fuego y como durmiendo con un

en

criminal.

Agua alba,

copos,

tando la eternidad al

Jessica recía

un

se

timos días

de las llamas.

volvía cada

desierto la

blándose de

rasi

caras

avalanchas de nieve, inten

vida,

vez

sino

más sola. Ya un

páramo

con

su

padre

y

su

pa

que iría po

ansiosas y extrañas. Pensó

pasados

le

no

en

los úl

hermano;

pero


102

CARLOS VATTIER

los buenos recuerdos

habían

perdido

diafanidad.

su

¡Qué advenimiento de tristeza la primera conquista del espíritu! Hallaba falsa hasta la alegría gloriosa de sus mañanas junto al lago. Descubría una sonrisa maligna, brillo de fiesta vecina

un

a

la muerte,

el abandono

en

del paisaje. Su cielo tenía esa exasperante serenidad de los cielos que contemplan los terremotos y las grandes

hecatombes. La sensación de dolor

periencia

amorosa,

tencia de

la

placer

un

le

que

impulsaba

a

la hiciese

que

dejara

rior. Y allí

taló

ya

nada

a

se

perder

en

con sus

con su

sus

le

alma, amor,

marcas

sino el clamor de

En

ella, puesto

manos

su

de

produjo

que no

Hans

no

reaparecía

el vacío inte

sangre.

estaría

odios, con sus pre Jessica ya no escuchaba

con sus

raza.

Y le tuvo

terror.

después repararlo todo,

de disimulo; pero ella doble vida a espaldas de

poco

una

que

adelante el

instaló Ismael de cuerpo presente. Se ins

gobernar

juicios,

un

para

actual estado de

su

en

ex

desconfiar de la exis

dominio de sí misma. El convencimiento de

significaba

primera

su

no

un

con

tenía valor para vivir, ser tan querido. Aca

baba de saber hasta qué punto esclavizaban la alegría y la libertad que Ismael les había otorgado. Se desesperó. Escalando

montones de escoria, llegaron al borde del cráter. El viento dispersaba un vapor denso y ama rillento de solfatara. La lava tenía el burbujeo gelatinoso

del asfalto un

reptil

los nervios

ba

y

en

en

ebullición. Chapoteaba en su hervor como ciénaga. El ambiente fuliginoso ponía ignición. Parecía que el suelo se ablanda

una

en

podía quebrarse

como

una

cascara

delgada.


NOCHE DE LOS JUDÍOS

103

Rígida, desafiante, Jessica miraba aquella grieta in una palabra de Hans para enloquecerla. Poseída de un orgullo diabólico, como un reto y un la fernal. Bastó

tigazo, le tiró su

temerosa

a

la

cara

su

soberbia. Dio

humillación, un

paso

jó al cráter. Era el mediodía. La nieve no

se

hubiera advertido el

paso

su

viejo dolor,

adelante

resplandecía de un ángel.

y

se

tanto

arro

que


StíCG2ál»


EN LA MUERTE DE SAMUEL

GOLDMANN



Desconfíe de todo

y no

los

deje solos

motivo. Encuentro que mi condescendencia

por

es una

ningún verda

dera temeridad. He aleccionado al niño lo suficiente, de modo que no le costará mucho hacerse obedecer.

Rojiza, redonda como una torcaza, Madame Durand recibía al pie de la balaustrada las órdenes de la señora. La sentía caer como una lluvia metálica sobre inverosímil capota de viaje. En el colmo de los ner vios, llegó a cortarle la cadena a su guardapelo en for su

de corazón. Los silbidos de la huasca y las

patadas al enganchados monumentales, percherones viejo landau, la ponían fuera de sí. ¡Sacarla de su tierno cos turero, desprenderla de sus anteojos bondadosos, dete ner la alegoría matinal de sus lecciones para lanzarla con su pupilo a la ordinariez de un viaje inexplicable! Que el niño no saque la cabeza por la ventanilla. Podría guillotinarse. Vigile las comidas y la temperatura

ma

de los

del baño. Una

no

sabe qué

cosas raras

tiene

esa

gente.

negra espesura de los árboles, el crepúsculo morado perdía su furiosa luminosidad. Filtrándose por los claros de los troncos, teñía con una tinta diluida los ca-

Tras la


108

CARLOS VATTIER

minos

perfectos del

de la

Adheridas

parque.

a

los

muros

blan

georgiana, las buganvilias violáceas irri taban de color. El jardinero regaba los retamos a toda

cos

casa

Los macizos amarillos exhalaban

agua.

un

perfume de

panal mojado. Vestida lió

la

a

al instante vor

a

como

una

terraza con

esa

su

reina ¡oca

en

exilio, la abuela

sa

el niño. Y Madame Durand recobró

postura diametral de institutriz. Le tenía pa ahogaba la atmósfera vasta y sa

anciana que

del campo, con su rigidez protocolar de Cancillería. Cuando le servía de dama de compañía y la miraba mos na

trar

el horizonte

con

su

puntiagudo bastón de ébano,

Madame Durand tenía la impresión de

que

alcanzaba

a

pincharlo. —

fin de

semana

que

No llores más. Ya has llorado lo necesario. A estarás de vuelta.

No lloro por

el tío Samuel

se

eso,

iba

abuela. Tú misma a

me

dijiste

morir.

Madame, recójame los impertinentes. Benedicta, hijo Nicky es un Jeremías. Yo no tengo la culpa, mamá. Además no había para qué leer la carta de Samuel Goldmann delante de —

tu

él.

Pero el niño seguía llorando inconsolablemente. El vago recuerdo del tío Samuel se le unía en una conmo ción obscura y como

si

se

exagerada

a

la inquietud del viaje. Era

hubiese propuesto sollozar

por

un

fantasma

olvidado. La abuela ser

sincero y

adoptó producir

un

su

demasiado melifluo para efecto: tono


NOCHE DE LOS JUDÍOS

muel

Los hombres

derramó

no

no

109

lloran, Nicky. El propio tío Sa

lágrima, cuando escribió

una

que

se

sentía tan enfermo y que deseaba verte. Tú debes

llegar

alegre a galará nada.

te re

muy

¿Y

si

casa.

su

me

Porque

si te portas!

mal,

no

da miedo y lloro?

La abuela fría su

perdió la paciencia. Toda la voluntad complicada de sus cálculos salió a la dureza de

y

exclamación: —

Te he dicho que

no

tienes para

qué llorar

por

Sa

muel Goldmann.

Sofocada

inútil, Madame Durand estiraba dentro del coche el chalón escocés, para cubrir con

esta

las suciedades de los

jines

en

escena

que anidaban sobre sus co la cochera. Se estrellaba contra las cosas, con gansos

la misma ceguera empecinada de las falenas en el agua comprimida y volando de la lámpara del gran salón. —

Adiós, Nicky.

El niño

viaje que

no

no

contestó. Había entrado

en

la fábula del

mundo. Tras ellos quedaba la casa echaría nunca raíces. La casa construida sobre

como

en

otro

la destrucción de los hondos murallones de adobe, cidos

como

plantas

de la buena tierra. Talados

por

cre

manos

extranjeras, los árboles regionales habían cedido su gran porción de cielo a la fragilidad de los árboles aclimata dos en el parque. Aún se veían en el aire, moviéndose como

nunciar

caídas

cicatrices verdes y transparentes. Pro nombres aborígenes es como morder bayas

follajes, sus

en

sus

el fondo del

bosque.


11C

CARLOS VATTIER

Hectárea

hacienda,

su

por

para

hectárea, la abuela ha ido parcelando sostener su inveterada manía de los

viajes. Sólo un milagro podría salvarla ahora. Y ella no se conformaría nunca, si tuviese que cambiar el bri llo de los mosaicos de opaca, que

se

moldea

su

casa,

como

la

arcilla roja y

esa

por

o

carne

la redondez de

la tierra.

Cuando el coche traspuso la verja del parque, el aire traía ya la terneza del pasto ácido y la leche pas tosa

tas

de las vacadas

de

agua

que

vuelven al establo. Las

de las

estagnada

ranas

hacían

gargan

subir hasta

frío de lama. A través del polvo sordo de la carretera, brillaban las ancas lustrosas de los caba

el cielo

llos

a

un

la luz vacilante de los faroles. Desde lo alto de

loa viñedos, las fogatas en llamas.

acres

de la tarde parecían tien

das

En calma a

pensar

zonables,

con

ya, sus

como

Madame Durand había comenzado a tenderse trampas ra menudo. Llevaba al niño

sentimientos;

le ocurría

a

dormido sobre la falda. Sin

qué, lo atrajo hacia sí

con

explicarse claramente

por

verdadera violencia.

Señora X.

Estimada señora: Los años han aumentado

distanciamiento

nuestro

ni

posible que embargo, mis últimas señales de vida es

no

cuente ya

con

sus

y

recuerdos. Sin

son

para

la

ma-


NOCHE DE LOS JUDÍOS

111

dre de la que fué mi único amor. No sé cómo he tenido el coraje de sobreviviría. Nadie sabe mejor que usted, a costa de qué renuncias y de cuánto sacrificio pudimos librar nuestro cariño. Pues nadie contribuyó mayormente ensanchar los abismos de religión, social que nos separaban. Pero ella

a

ruego

y

condición

amaba. Y le

ir más allá de esta inmensa

no

plicarse,

raza me

no

mi

desprecio,

sino mi

felicidad, para ex imposibilidad de de

fenderme.

Estoy

de que si ella volviese a vivir, haría lo mismo: huir conmigo. Huir como venimos huyendo los seguro

judíos, desde hace veinte siglos. Huyendo sin saber por qué, semejantes a todos los ríos de la tierra. Huyendo de las malas sombras; huyendo de una maldición escrita en el aire por una mano carbonizada, en una lengua que nadie entiende. Créame, llego a tener la sensación de Su hija era de mi no haber nacido en ninguna parte. mismo temple. Nunca debió salir usted de la casa, señora. Nunca

debió abrir es

sus

ventanas

la quietud de los

tienen ni para tener

al

del mundo. El viaje Y nuestras madres no se de

judíos. sus hijos. Pero

habría conocido al ángel loado. no

que

canto

sin

que fué

sus

su

equívocos,

hija. Jehová

yo sea

Sin embargo, es necesario que sepa, aunque tarde, si hubiese existido un solo miembro de mi familia

inalterablemente israelita, muerte

con

pues

debería haber luchado

a

Llamo

para poder hija. pérdida de la estimación de uno de los la brega en común pesa más que las afee-

él,

"a muerte" la

míos,

yo

casarme

con

su


112

CARLOS VATTIER

ciones. Y cuando

se

ha tenido que inventar

fórmu

una

la sospechosa, para poder subsistir en la misma tierra de los hombres, de los pájaros y de las bestias, se está

parapetados detrás

más allá del bien y del mal. Vivimos

de la inteligencia,

hay

que

ventes

como

extrañarse, si

o

en

una

nuestras

trinchera. Por

ideas

omiso que hiciera

disol

desórdenes económicos ni el

sus a

mis consejos financieros. Es

tión de temperamento. No le echo en

veces

no

explosivas.

No le critico

ayuda

a

son

eso

efectivo que le procuró

su

en

una cues

tampoco la

cara

hija

caso

mi

con

dinero;

pero le advierto que estoy al corriente de los más ín fimos detalles de su bancarrota.

Mi Dios en

su

demasiado tremendo

es

mentos extremos.

Porque,

si

su

Dios

pedirle algo

para

nombre. Al espíritu del suyo invoco es

en

estos

mo

de mi Dios

hijo

de terrible justicia y ha vivido entre nosotros, debe nocer más de cerca que Aquel los decaimientos del razón. En nombre de El y de

le

su

co co

conocimiento humano,

mande al pequeño Nicolás. Yo no tengo para quince días de vida. Quisiera verlo antes de morir.

pido

que

Lo mecí

mis brazos hace diez años. Era

señora. Si

hija, y

en

me

en

me

una

este

favor,

me

igual

a

su

iré contento

paz.

Los médicos no

concede

me

ocultan la verdad

inútilmente,

Al contrario, la recibo experiencia más de la vida."

le

temo

a

la

muerte.

Samuel Goldmann estaba nunciado sino algunas

palabras

seguro

de más

de

no

en su

haber

pues como

pro

vida. Obra-


NOCHE DE LOS JUDÍOS

ba

o

escribía lo

incontestable,

la cual

113

era

otra

manera

patética de obrar. Para en

interiorizar demasiado

no

de

asuntos

a

familia, la abuela tejió

cionante alrededor del texto de

historia

emo

carta.

su

Cuando vio el león de bronce

Madame Durand una

que

mordía el tirador

de la puerta, sin ninguna intención simbólica, Madame Durand se dijo: Debe ser el León de Judá.

Salió

a

recibirlos

una

enfermera

como

hecha de

gasa

y éter. La casa estaba sumida en una fresca penumbra. De vez en cuando, el viento inflaba las cortinas como

velámenes

sedoso de la sentido

refulgía

y

resaca

las

a

cosas

un

trazo

celeste de

llegaba desde

la

mar.

El ruido

playa, dándole

otro

más usuales.

Vienen muy a tiempo. Si hubieran llegado maña na, tal vez habría sido demasiado tarde. Nunca creímos que esto iba a terminar tan luego. El señor ha preguntado —

por

ustedes toda la noche.

Náufrago aferraba

a

en

medio de

la institutriz

tantas sorpresas,

como

a

una

el niño

se

tabla salvadora.

Mientras esperaba que la llamaran, a pesar de haberse abandonado por completo a una aflicción casi imperso nal de puro humana, Madame Durand samiento:

lada daría

acceso

tuvo

un

mal pen

alguna puerta disimu escondite al repleto de tesoros? ¿En

¿Estaría bajo

sus

pies

o

interior de apariencia tan sencilla, detrás de qué muralla se proyectarían las sombras de la balanza de este

8


114

CARLOS VATTIER

aguda del probador de oro, frasco de Agua Regia en la garra de una mano?

Shylock con su

y

la de la barba

El señor les

ruega que pasen.

de modo que les recomiendo

El

exceso

nal abierto al

Está

muy

agotado,

prudencia.

de luz que entraba por el amplio venta mar, impedía la visibilidad como una eva

poración resplandeciente. No sin esfuerzo, pudo ver Ma dame Durand la cabeza alba del enfermo, consumién dose

como

un

ingrávida

agua

mohadones. Irradiaba niño

se

no

logró

una

sino levantar los

Sobrecogido, to

la blancura de los al

temor.

seña para que

última mirada

una

en

debilidad

le acercó sin ningún

intentó hacerle pero

una

se

tan

suave

que

el

Samuel Goldmann le aproximara más;

párpados

dar tal

y

vez

inteligible.

el niño

bonete del Rabino

no

que

vista del al

despegaba la

musitaba

en

un

yiddish

mo

algunos versículos de su enorme Biblia. Madame contemplaba el océano fundido con el sol. El enfermo debió pasar sus últimos días, descansando de su vida nerviosa junto a esta planicie sin ningún vesti gio de trabajo humano. Los movimientos finales de su nótono

Durand

espíritu tuvieron cesante

paso

con

adelante

qué fácil

es

que

confundirse

las formas libres

e

en

una

comunión in

infinitas del

hacia atrás. Después de la lectura líquida de las olas. y otro

mar.

tanto

Un

afán,

La enfermera le administraba el oxígeno como un del cuerpo. Eran los últimos esfuerzos del

sacramento

aire por mantener el su

vida, la

muerte

soplo

que

lo ataba

a

la tierra. Como

de Samuel Goldmann

no

pesaba

en


NqCHE ninguna parte. Era

algo

cuarto

como

remoto

El señor

en

hacerlo

si estuviese sucediendo

en

el umbral

y

encargó

me

ayer

que

cuanto

usted llegase. Yo

no

estos

momentos, pero él

me

en

en

el

llamó

a

Madame

dijo:

carta

115

imaginario.

o

Un mujer apareció Durand. Le

DE LOS JUDÍOS

le entregara esta hubiera querido ha dado siempre

órdenes precisas. Le repetiré sus palabras exactamente: "Quiero que la lean antes de que yo pierda el conoci miento."

Madame Durand

no

pudo

sustraerse

tampoco

al

atractivo dominante de Samuel Goldmann.

do

me

vi

obligado

emplear

a

Leyó: "Cuan durante mi vida las pala

bras experiencia o sabiduría, creí siempre que no decía nada. Por eso escribo ahora que he tenido la sabiduría de formar

un

montón de dinero de mi misma estatura.

No correré así el riesgo de que me tomen por un muer to inferior a su fortuna. Sin embargo, contraviniendo estos

go

casa. a

deseos de desaparecer sin dejar rastros, en desvelos, dejo a mi secretaria Vera Lifchitz

a sus

pa esta

Es mi único haber. Mi depósito bancario alcanza con diferencia de centavos el total monto de

cubrir

mis deudas.

Nunca dejé de

tener una

noción cabal de mis

res

las he hallado siempre menores que ponsabilidades; mis actos. Después de mi muerte, se le hará entrega a mi sobrino Nicolás, el cristiano, de mi colección de ob pero

jetos típicamente nacionales. Deseo desde niño a su país .

.

.

que

aprenda

a

amar


116

CARLOS VATTIER

Sería inaudito ran

la

suma

que,

que los gastos en

funerarios

sobrepasa

vida, estoy acostumbrado

a

gastar

mensualmente.

Es

esta mi

última voluntad.

Samuel Goldmann". Cuando terminó de leer, Madame Durand compren

dió de súbito los propósitos sibilinos de la abuela. Se pu so a llorar de alegría. ¡Samuel Goldmann no dejaba un centavo! Y ella recibía

como

un

legado inapreciable, la

esencia puramente humana de este hombre desnudo, nido de cualquier sitio, en cualquiera época.

ve

En ese instante, Samuel Goldmann clavó los ojos, inclinó la cabeza y murió como todo el mundo.


SOY YO, SEÑOR It's

me,

Oh Lord"



tierra!

¡A

La revista de la Aduana

y

Salomón Leví libre

ya

de las ganas de vomitar. Pero tendrán que pasar mu chos días, para que se le vaya de la nariz ese olor a co mida

pintura fresca de la

a

y

tercera

clase. No

trae

más

equipaje que una bolsa de ropa y otra pequeña bolsa, que oprime contra su pecho, mirando a hurtadillas. La brisa engrifa sus cabellos y esponja su barba rala. Apo

yado

en

la barandilla del entrepuente,

es

un

ave

de

ce

plumaje miserable y colorino. Su vista de flecha podría recorrer hasta el último escondrijo del

trería,

con

el

puerto. miedo y camina hasta la pla de la Intendencia. A la izquierda, el puerto insomne;

Baja la escala

za a

con

la derecha, la provincia soñolienta. ¿Dónde ir? La no y hace frío. Salomón Leví apenas habla cas

che ha caído tellano

y

le

cuesta

un

triunfo hacerse entender.

Logra al

fin que lo encaminen hasta un hotel modesto; pero lo halla demasiado caro. El sabe ahorrar, por instinto, en


120

CARLOS VATTIER

los cinco continentes. Y algo más: hacer que se dezcan de su triste vejez, pagando los servicios

ojos

blanco. Con

en

su

firme

compa

los

con

voluntad, Salomón Leví

podría hacer amanecer antes de las seis. La noche se le llena de encrucijadas y desde hace muchos años lo asal ta

en

la oscuridad

paciente

por

llegar

un a

miedo vergonzoso. Ahora está im su destino.

lujoso restorán de la Estación. ¡Cuánta buena comida pierde la gente rica en los ele gantes restos de sus platos! Aunque Salomón aprovecha ra hasta el hartazgo la última cena de a bordo, piensa el que podría llevarse de allí una buena merienda para viaje de mañana. Un poco de piedad, nada más. ¡Ah! nadie se compadece de este triste y pobre inmigrante. Camina hasta

el

Lo único que le interesa en el puerto es saber a qué hora parte el primer tren para la capital. Allí, entre su gente

estagnada,

entre

los

que

se

cubren de limo

por

moverse, clavará sus huesos y tenderá los hilos de su la. Habrá una lucha de competencias, es claro; pero cuesta tanto-

arrebatarle

"luftmenschen",

a

esos

no

te no

poco de espacio a los feroces "hombres del aire" que se cuelan un

todas partes. No obstante, él dispone de tal canti dad de miseria que nada le cuesta sembrarla en derre por

dor. Sólo que, tendido casa, el Deuteronomio

en

que

el inmundo camastro de

su

combate enérgicamente el

préstamo usurario y suprime con una maldición de azu fre el préstamo prendario, lo hace llorar sin consuelo. Pero esto le ocurre por idolatría habitual, más bien, pues to que

la sonda

no

halla fondo

en su

conciencia. Por

eso,


NOCHE DE LOS JUDÍOS con

absuelve de

se

sus

faltas y cul

los demás.

a

pa

giro vertiginoso,

un

121

Una

Ejército noche toma

en un

de

cruz

ampolletas rojas. La hospedería del

de Salvación. Por una

un

peso,

duerme toda la

se

limpia; por unos centavos más, se que tranquiliza el estómago durante

cama

desayuno

algunas horas. Y si los bolsillos están realmente vacíos, se puede pagar con una sonrisa. Pero Salomón es orto doxo. El

dormirá al

no

de

amparo

secta

una

cristiana.

Y aunque lo muerda el hielo, no cambiará una sola no dormirá allí. El no dormi

moneda sin ganancia. El rá

allí,

mientras

modo.

otro

.

va! El espíritu

¡Qué

.

das partes. ¡Si hasta el

¿Avaro? ¿Avaro si lo que tiene ocurriría

cuerpo

de

es como

pedirle

nada.

mano

lo

se

acomoda

en

no se

concede nada;

si fuera de otro; si

a

¿Avaro? Sólo

fisonomía

tendida; sólo

que un

hará

mal

to

cobija!

qué? Si él

curridiza de nacimiento,

quier

posibilidades. De

agoten todas las

no se

uso

una

caer

del

nadie

se

le es

siempre cual

mundo,

que po

dría pagarse más caro que un Cielo. Además, la exis tencia es relativamente larga. Y se vive en una constan te postergación de los mejores deseos, como dándole crédito al infinito. Y hay las alzas y bajas del cambio; las transacciones bursátiles; las Üetras ahorcadas; las comisiones ingeniosas;

las fianzas ingenuas,

los nego

cios curiosos, en fin, un tumulto de ocupaciones para ol vidarse del gran temor. Y cuando algunos patricios es

tán

a

varlo, rio

punto de

perder

aunque sea

a

su

costa

prestigio, tienen que de la indignidad. Es

conser necesa

ayudarlos. El corazón enrarecido de Salomón Leví


122

CARLOS VATTIER

ello

encuentra

en

pequeño.

Las

una

válvula de

grandes

empresas

escape. son

Pero todo casas

como

en

sin

puertas. —

¿Vamos

a

dormir, yiejito?

La prostituta le echaba su aliento vinagre y el vaho rancio de su traje de baile. Lo acarició con impudicia,

susurrándole al oído algo canallesco. ¡Respeto a la ancianidad! —

Después pensó en su yiddish secreto: "A esta hora, abrigado en mi cuartito del Havre". El tiempo vuela. Treinta años atrás, cuando podía sacarse fuego como de un pedernal, habría dormido yo estaría bien

gratis

y

las mujeres lo habrían recordado hasta fin de

Hace treinta años, en la trastienda de Daniel Co hén, vivía como dentro del cuento de hadas de la cam mes.

del Big Ben. Era un mundo fresco de porcelanas azules, de cretonas floreadas y blancas puertas que, al abrirse, hacían sonar sus timbales como una música de aguas. Y estaba Bilba, con sus dientes de puro arroz y sus pechos que no lo dejaban comer en paz. Daniel lo había recogido de niño y la madre Lea lo amaba como al huésped enviado por el Señor. Pero, en aquella épo pana

ca, su

él habría sido capaz de conducir por mal camino a Ángel Guardián. Pertinaz, solapadamente, se intro en los negocios del viejo Daniel, olvidándose manejos de toda gratitud.

dujo sus

Cuando la gente no decía Salomón, escondiendo —

finos que que

se

birlaba

substituía

por

en

es

inconsciente,

es

falsa,

en

se

boardilla los brillantes las transformaciones de joyas y en su

piedras falsas,

con

una

admirable


NOCHE DE LOS JUDÍOS

delicadeza. Pero Bilba, años, lo delató

para

do

más

pudo

no

ya

Los

sigue

perros

quién él sedujo

a

aminorar con

siguen

123

su a

a

los quince

responsabilidad,

su

cuan

culpa.

los hombres.

perro. ¡Tú los seguirás! lo Así maldijo Daniel Cohén, su

Ningún hombre

a un

¡Te tomarás!

un

trago

con

segundo padre. viejo del dia

nosotros,

blo! Y fueron empujándolo hasta la primera cantina. El se abrazaba al enfermero de a bordo, que

marinero ebrio

le

arreglaba la pechera como una madre que le hubiese palpado hasta el grosor de las venas. Al fin y al cabo, era un trago obsequiado. Aunque Salomón no bebía nunca, no podía rehusarlo. Pero tuvo que acompañarlos hasta muy tarde, explicándose por señas. En unos pocos meses más, Salomón podrá con versar sus

hasta que le duelan las mandíbulas. Les dirá a nocturnos que la sociedad se divide en

contertulios

los ebiorsim rosos. o

hombres ricos;

u

en

los anavim

o

meneste

Y que existe una tercera clase, la de los chassidim a la cual él pertenece por derecho propio y

los justos,

porque es,

mediario

dentro de

entre

actividad,

su

ricos y

El marinero miró

un

equitativo

inter

pobres. en

el espejo del bar la

cara

de

hasta

Salomón, con el sombrero grasiento, encasquetado las orejas. Tenía en la barba un pelo crespo de pubis y la montura de oro de los anteojos, sobresaliéndole en el cabellete de la nariz. El marinero un

nudo

con

no

pudo

la barba y

se

resistir la tentación. Hízole marchó sin decirle adiós.


124

CARLOS VATTIER

¡Porque me pierden el respeto, Dios mío! Si has los mendigos parecen sagrados. Cuando sea rico, ha castigar sin piedad a los insolentes, exclamó Salomón —

ta

ré y

salió

la calle.

a

El frío relente de la noche lo hacía

toser.

Echó

an

el firme propósito de buscar alojamiento. ¿Dón de había visto la misma cara de aquél marinero rubio?

dar,

con

Fué

en

Coblenza,

la de Wilhelm

Kalens, el violinista. desempeñado mu comenzaban ya a despuntar en su

Antes de conocerlo, Salomón había chos oficios

raros

y

espíritu los primeros síntomas de su actual estado. En aquella época, se improvisó Empresario de Teatro y no lo hizo mal. Wilhelm tenía éxito y Salomón estaba fe

liz de triunfar ro

su

a su

sombra. Pudo llegar

signo ineluctable volvió

crito que,

mientras viviera,

muy

arriba,

manifestarse. Estaba

a

pe es

podría reclamar ni sus derechos; que nunca haría nada grande, sino a despecho de los demás. Sin saberlo, a medida que su orgullo cre no

con la fortuna de Wilhelm Kalens, lo roía una en vidia virulenta. Por eso, sin comprender bien lo que ha cía, obligóle a perder el más ventajoso de los contratos. Tal vez quería verlo recomenzar y poner toda su capa

cía

cidad hasta hacerlo surgir de nuevo, de que no llegaría a nada sin él. Fué

donable,

que

le costó la ruina

y

para

convencerlo

una rareza

imper

desprecio del único vida.

el

había conseguido en su Absorto en sus recuerdos, Salomón había caminado mucho. Encontróse en una callejuela desierta, comple

amigo

que

tamente

desorientado. Debía

lo increpó duramente.

ser

muy

tarde. Un policía

Aterrorizado, Salomón retrocedió,


NOCHE DE LOS JUDÍOS

125

mirando el bastón del

guardia y dando mil explicaciones ininteligibles. Temblaba como un perro apaleado. Era tanto su pavor que hubiera llegado a confesar un delito que no había cometido. Cuando perdió de vista al vi gilante, echó a correr. ¡Sale youpin! ¡Derty jew! ¡Perro judío! En todas las lenguas, había escuchado el mismo in sulto y creía oírlo a sus espaldas, aunque nadie viniera detrás. Pero, cuando lo escuchaba en realidad, agacha ba la cabeza, tomaba una actitud rastrera y desaparecía cuanto antes. En el fondo, él. despreciaba a los mente catos que, por costumbre o por tradición, descargaban —

contra

su

raza

cia. La actitud

la bilis de

baja

la revelación de la

y

su

ignorancia

y

de

cobarde de Salomón,

inseguridad de

el reconocimiento subconsciente de

su

impoten era

sino

sí mismo y tal

vez

su

no

vergüenza.

días que pasó en la cárcel, por extorsión y chantage, lo harían huir durante su vida, hasta de los cuidadores municipales. Sin em Los trescientos

sesenta y cinco

bargo, aunque se negó a leer en su celda, sitio indecoroso, El Antiguo Testamento una

por hallar el

que

le llevó

dama caritativa de Las "Hermanas de Palestina'',

haría siempre lo indecible por quedar al margen de la ley, huyendo hasta de su propia sanción.

dolorosa juventud, habría si do tal vez una pretensión de Salomón Leví, la de querer entroncarse con la línea roja de los perseguidos, de los Aun

en

su

ardiente

y

malditos, de los tremendos rebeldes. Porque Caín, Ismael o Esaú tenían una altiva genealogía del mal, una historia de dragones invencibles o de toros desollaferoces


CARLOS VATTIER

126

dos vivos. No

la frente estrecha de Salo

soplaba sobre

món el mismo viento del desierto que curtió los labios de

Ismael, el

eterno

marcado de Yahweh,

ese

"asno

salvaje".

Entre los que fueron y no eran; entre los que llegaron del Cielo, tal a hacernos pensar en un remordimiento

allí moraría Salomón Leví,

vez

los siglos de los si

por

glos. para crearle siquiera un ser su conciencia, qué alta voz puede problema, en una le gritará plaza pública: ¡Fuera de Israel, perro sarnoso! ¡Alimaña infa me, no ensucies con tu carroña el campo limpio del pue blo más sufrido! ¡Apártate adonde no te vea ni Dios! ¡Límenle los grillos a los asesinos, porque ellos son más

En

deshecha senectud,

su

si

no

que tú!

Amor, insensibles lee to

como

de

su

no

y

otra no

en una

miseria,

cosa

que

amor.

Pues

sus

días

son

el reposo, donde la vida se cisterna. Aire del amor, porque el bul conoce

a

veces

se

transparenta y muestra

una

pobre alma, pidiendo el mismo sustento del cuerpo. Fuerza del amor, para que el espíritu destruya su razón contrahecha, aunque lo enloquezca. Bondad del amor, para que

reconozca entre

se

los hombres

Las cinco de la mañana. tren para

la capital sale

en

y

¿Para qué

tres

de la

un

en en

una

El se

hora,

el minuto

muerte.

Extenuado, Salomón frío,

acostarse?

horas más. Salomón

gran peso al saberlo. Pero, cabe el largo pasado, como toda la vida

alivia de

ame.

un

frío

en

se

sienta

en

un

banco. Tiene

los huesos que nadie podría entibiar. Aun-


NOCHE DE LOS JUDÍOS

lo's

que

párpados

sueño entrega

en

el respaldo,

en

cumbe

en

le caen, no se atreve a dormir. El poder del enemigo. Apoya la cabeza

se

olvida

se

abandono

un

127

instante de sí mismo y

un

que

transfigura

su

vuelve emocionante de humanidad. En hasta acercarse a él con piedad sería un

En cido

otras ocasiones

en

un

.Una

rostro y

su

lo

se

este

momento,

acto

brutal.

pasó también la noche,

entume

banco. ¿Hace cuántos años? de aldeas

lynchadas. Ladijenka, Trotianetz, Stepanitz-Afner, Fastov, Rossava, Proskurov. Las hordas de cosacos zaristas entraron en ellas, masa crando, robando, violando niñas y niños judíos. Eran .

.

masa

.

.

los espantosos días del exterminio, en que la tierra de Ucrania chupaba la sangre de Israel; en que la fiebre

del paludismo antisemita, latente en tantos pueblos, ha bía hecho estallar los termómetros. En vano el Arzobis de Londres

po

y

Víctor

hebrea, presidieron

un

Hugo,

con

su

poética filiación

inmenso desfile de protesta. El

de Israel, como siempre, no estaba allí para reco aquel calor de acercamiento y solidaridad humana.

resto

ger

Huyendo hasta mida

y

de

su

sombra iba,

agria liebre. En

vano,

Salomón lo recuerda de

sus

hermanos

con

en

con

su

vano.

.

horror. Fué

judíos gritaban

carrera

de tí

.

en

Kiev, don

de espanto, estremecien

desde el primero al último piso; donde los lamentos de su familia, con esa atroz energía sacada del do las

casias

de la tierra, habrían demolido las casas, bayonetas no les hubieran rebanado las gargan

centro mismo

si las tas.


CARLOS VATTIER

128

¿Cómo huyó de aquel infierno? Salomón no ha po dido saberlo hasta hoy. Vagó durante meses, comiendo sobras y durmiendo en los bancos de las plazas. No obs aquella debió

tante,

ser

su

hora, el fin prematuro de su es libre ante toda

tiempo sobre la tierra. Mas el hombre manifestación de lo invisible. Salomón Leví

no

adivinaría jamás

que

su

Guehenna,

infierno viviente, que el tránsito de su condena que ción, había comenzado desde aquella fuga, desde aquel su

rechazo de morir nes

no

lo harían

con

el alma

crecer

con

intocada,

su

ya que

las pasio

abono. Salomón Leví

lo sabe, porque ni a quererse a sí mismo ha porque hasta su conocimiento de Dios es

no

aprendido; una

cuenta

mal sacada. En medio de

su

infortunio ¿cuántas

pies los frutos maduros de la

veces

caerían

a

sin que él

bonanza, pudiera verlos? Elias, su hermano menor, huyó también de Kiev aquella noche apocalíptica. Pero él es otro ejemplo. La tragedia, como un carro de fuego, lo aisló en la cima de sus

espíritu, donde el aire es tan puro que embriaga co mo un vino. En Bronks, cortando mangas y viendo man gas hasta en las nubes de Nueva York, Elias morirá en paz. Por causa de él, no odiarían a los suyos, como por su

de un hombre se suele odiar a la humanidad. "Prohibida la entrada". Es la única razón para

causa

trar.

y

de

Salomón atraviesa sacos

con

en

altos de pasto aprensado las orejas atentas al menor ruido. Caute entre

losamente, va siguiendo a un perro para no caerse. En la víspera del amanecer, el mar despide una emanación


NOCHE DE LOS

tibia. Salomón barre

lo, y

para sentarse.

el sueño lo

junto

los pies el carboncillo del sue en su bolsa- de ropa

Reclina la cabeza

vence.

él. Pero

a

con

129

JUDÍOS

El

no

perro le lame la

alcanza

a

cara

y

se

echa

dormir mucho, pues el

fuerte temblor de los calofríos lo despierta de golpe. ¡Me voy, me voy a un hotel! —

Tras los alambres de púa, los vagones vacíos se pue blan de sombras viajeras. Salomón intenta pararse, pero ya no tiene fuerzas. Una espada lo atraviesa del pecho a la espalda. A su lado, el perro se pone a gemir como humano. La temperatura, en su grado extremo, lo hace perder el conocimiento, pero lo postra como ser

un no un

plomo. Rojo, rojo detrás de los ojos; rojo el fragor del mar y los aullidos del perro-más rojos. No de

trozo

debe un

ser

este

el Infierno, porque lo invade de pronto como si flotara en el éter, hast-

inmenso bienestar. Es

perder el sentido, sobre la almohada de un oleaje suave. Y hay una difusa luz de mar amanecido, fluyendo detrás de los párpados. Y tiene que ser éste el Cielo, ta

porque

Salomón Leví

cree

que lo

merece.

últimas gotas de agua y del horizonte, sube el so despegado por completo nido del día y pueden verse los pescados muertos que la

Cuando el sol evapora

se

sus

ha

noche arroja

a

la

playa.

9


««"í^o*»**1


I

LA CASA PROMETIDA



Había comprado radio, refrigerador, cocina, plan cha eléctrica, automóvil a plazo. Hacía las operaciones y las componendas con mucho ojo, pues su crédito se ba

avispas del mismo colmenar. Tenía pocas compromitentes y muchas pequeñas participa ciones en negocios volantes. Era al mismo tiempo deu dor y acreedor en la hermandad industrial y supervigi-

rajaba

entre

acciones

Judá. Podía decirse

lante de

salido

a

Efraín Ivovich había

que

flote.

Judith, la cabeza

mujer,

su

como

a

estuvo

Holofernes

muchas a

veces

por

medianoche;

cortarle

pero

se

le

vantaba de madrugada, convencida de que el comer cio al por menor tenía mayor interés que una desave nencia conyugal insubsanable. He aquí cómo se convir tió,

con

el

transcurso

de Efraín, mientras

de los años,

era

en

prácticamente

el brazo derecho su

azote

izquierdo. Como la urgencia había ensamblado tinos por

fuera,

no

le

profesaban

un

horror

tan

con sus

el

des

serio al

vacío.

hombre inteligente. Sin negocios prosperaban. Es que no les con-

En verdad, Efraín

embargo,

sus

no

era un


134

CARLOS VATTIER

sólo tiempo y cuidado, sino amor; ese furioso idéntico amor que la mayoría de sus colegas conside

cedía e

tan

raban la coronación de esta

zona

sus

económica de

su

esfuerzos. En

un

vida afectiva

comienzo,

tuvo

sin

un

número de feas alternativas; pero fué ennobleciéndose a

parejas

flacas,

su

con

el éxito. Durante el

honorabilidad

estuvo

período de las

en

razón

directa

vacas a

la

competencia; la calidad de su mercancía fué inversa mente proporcional al consumo y su avidez a la medida de la imprevisión ajena.

Como

sucursales,

su a

peletería había alcanzado el honor de dos pesar de haberse perfeccionado en el ra

hasta el punto de hacer maravillosas composturas e imitaciones, Efiraín ya no confundía, por 'distracción,

mo

el conejo con la nutria. No significa esto que hubiese perdido el instinto de saber dónde salta siempre la lie bre

de descubrir la debilidad mercantil,

y

amalgamada

menudo con los sentimientos más decorativos de muy humanidad. Efraín no ignoraba que cada hombre la a

tiene

su

precio,

pero

desconocía aún el delicado

arte

de

ofrecérselo. En el fragor de la lucha, no había sido muy observante del Sábado, mas la solidez de su estableci miento lo había llevado hasta la Adoración de los Ci rios y al ayuno más estricto. Efraín no estaba bien segu ro de que este temor religioso no proviniera del bienes tar

de

libro

sus

con

setenta y cinco tantos

kilos. Si

aspavientos,

a

llegó

a

comprar

nadie la extrañaría

un

que,

del tiempo, Efraín no pudiese permanecer hasta la tarde y tuviera un carneador propio, impuro como salido de la higiene intransigente del Talmud. con

el

correr


NOCHE DE LOS JUDÍOS

Efraín tropezó, más

tes

por

cierto,

con

considerables

135

algunos el

inconvenien

de su fami lia. Primeramente, no pudo conseguir que su hijo Ru bén fuese de su misma pasta. Porque el muchacho ni siquiera se le parecía en lo físico. Rubio, pálido, her menos

o

en

seno

moso como el Ángel del peligro que envió Elohim a las ciudades malditas, era cínico y vagabundo como un na rrador de cuentos orientales. No tuvo paciencia para es

tudiar

la atmósfera tórrida de

en

su

adolescen

tendido a un oasis. Su boca hú demasiado roja le ponía los nervios de punta Efraín. Además, Rubén, era derrochador y se robaba

cia,

meda a

vivía

y

la sombra de

como

y

la tienda, para repartirlas entre los cristia a dejarlo a casa al amanecer. Efraín no se

carteras

en

nos

iban

que

explicaba de quién había heredado su hijo aquella finu inútil y aquel don inaudito de convertir la ociosidad en un quehacer abrumador. ra

"Soy dio de garage

las doce

alto-parlante, ma era ra

de

o

soy

la

una

y

media", decía

Dios

comer

momento

no

por

dio

me

y

el barrio de las prostitutas, que Mahosu Profeta. Otro día dijo a la ho

Alah

que él fumaba

opio. Aseguró que hasta ese había tenido visiones muy celestes:, porque

vomitaba los sueños toda la tarde. Efraín su

en

familia incomprensible. Una noche sacó del el auto de la reclame y anduvo gritando en el su

una

no

supo si

le descompuso el estómago y le tunda de garrotazos. Después de esta escena,

hijo mentía,

lo mandó

a

pero

se

Buenos Aires,

el taller eléctrico de

su

a

trabajar de mameluco

cuñado Abrum Marcovich.

en


136

CARLOS VATTIER

La hija Ruth,

que

llevaba

los cabellos

en

su

mejor

colecta de espigas, le proporcionó también más de algún quebradero de cabeza. Es cierto que su educación dejó

mucho

desear. Hasta

que

vo

debajo del mostrador

eso

le costó

a

su

madre

cerca

de los doce años andu

como

un

una

rata

blanca. Por

largo martirio enseñarle las

primeras letras. Pero parecía que Ruth no necesitaba, como la mayor parte de las personas, salir de la igno

completa oscuridad de su espíritu contribuía prestarle cierto encanto, pues era dueña de una sabiduría corporal, comunicable con el menor ade mán. Irremisiblemente, tuvo que hallar un amante el mismo día que se puso medias largas. Fué un muchacho judío, con un extraordinario parecido a Disraeli. Salvo rancia. La más bien

que

a

éste usaba corbata encarnada y tenía

una

biblioteca

marxista, más repleta de pólvora que el Instituto Smolny. El día en que Ruth manifestó de sobremesa que era

revolucionaria,

su

madre la llamó

a

la cocina

y

su

padre

siguió leyendo los Avisos Económicos. Pero el mucha cho

se

aburrió

muy

pronto. Ella

quedó

encinta y

con

el enigma de la palabra superestructura en la punta de la boca. Entonces huyó de la casa. Sus padres no pudie ron

explicárselo

decible

durante mucho tiempo. Hicieron lo in

pero en vano. Es posible que Efraín grandemente, pues en aquella épo ca estaba muy ocupado. Cuando recibió la carta de Ruth, fechada en Bucarest, en que le contaba que ha bían vuelto a abandonarla y que no pensaba regresar, no

por

hallarla,

hubiera sufrido

entonces

blasfemó:


NOCHE DE LOS JUDÍOS —

¡Que

no

al par de

castraran

137

el día de

puercos

su

circuncisión !

No obstante, desde

bajar

para sí y vio la

que le caía

a

volvería. En de

una

la caja. Estaba convencido de que Ruth juventud, había tenido trato con más

su

prostituta judía. No sólo añoraban el hogar

los ojos llenos de

lágrimas,

por

con

sino que estaban seguras de

umbral bendito, cuando fueran una carga. Nadie les preguntaría nada, y el solo hecho de volver, las considerarían ya pu

poder traspasar de ya

aquel día, Efraín dejó de tra de sus hijos en cada moneda

cara

nuevo

su

no

rificadas. Y así ñana y

hubo fiesta

Efraín

se

tela. Si los

laron

tuvo que

en

en

suceder. Ruth volvió

la

ella lo esencialmente plástico de

día. Había

ganado

la clien

a

la habían vuelto más hábil,

no

en

ma

casa.

embobaba mirándola atender

viajes

una

flexibilidad

y tenía

dadera distinción internacional. Hasta

su

su

reve

alma ju

ahora

una ver

exceso

de pul

seras y de collares, dábanle ese rango imponderable y aquella dignidad de diosas ofendidas que tienen las pros

titutas

en

Oriente.

Más que el pan ácimo, que el cordero puro o que su límpida visión del Siloé, había torturado a Efraín el sueño de

una

casa,

cuyos

heridos horadaban

su

cora

zón; cuyas murallas', como las de los gentiles de Jericó, llegaban al Cielo. Ahora podía considerarse un hom bre feliz: la había comprado. Por las mismas calles que recorrió en su juventud, vendiendo agujas y hojas de

afeitar, el que

se se

paseaba ufano, observando las compra

un

casas,

par de zapatos y comienzan

como a

in-


138

CARLOS VATTIER

teresarle por primera vez los zapatos de los demás. ¡Ah! ni en el Arca de Noé habría cabido la profusión de co sas

ta,

que

Efraín elucubraba

mujer hablaba

su

para

con

su casa.

cierta

Sin darse

cuen

trascendencia, cuando

le decía:

Efraín,

dad.

.

es

como

si hubieras

comprado

ciu

una

.

domingo en el campo. A la sombra saludable de los eucaliptos y de los pinares. Efraín hacía ejercicios respiratorios, aprovechando así hasta el último átomo de oxígeno. Aunque no sentía ya los perfumes campes ese pegajoso olor a curtiembre, tres lo hacían soñar con una vida de égloga. A su mu jer no le gustaba la naturaleza y se quedaba dormida fácilmente. Era hija de campesinos y lo había pasado muy mal. Ruth preparaba la merienda y desaparecía bosque adentro con sus amigos. Como la temperatura estaba deliciosa, regresaron más tarde que de costumbre. Efraín dejó el auto en el garage y se fueron caminando hasta la casa, cargados de canastos. Estaban ya por llegar, cuando escucharon Habían salido

a

pasar

el

la campana de incendio. Llenaba el cielo de un luto pesado y rojizo. Sonaba como dos mundos dando tum el campanario de las noches de mar brava.

bos

o

como

Qué trágicas

son

las

una

aldea sumergida,

campanas

de incendio,

amigo. Parece que nos anunciaran una desgracia sonal que nada tiene que ver con las llamas.

un

en

dijo per


NOCHE DE LOS JUDÍOS

—-Lo

no

que

hace el

139

fuego, lo hacen los bomberos,

sugirió Judith. A fin de año comienza el negocio de los incen dios. Por el número de toques, éste debe ser bastante lejos, añadió Efraín. —

Pero, al doblar la esquina, divisaron las bombas y un gran gentío apelotonado frente a la casa. Efraín echó a correr. Quiso romper los cordones, gritó, suplicó: —

¡Señores,

Pero

si

lo

no

es

mi propia casa!

dejaron

fera estaba caldeada. El

atravesar

fuego

no

la calle. La atmós

salía al exterior,

pero

las llamas aparecían y desaparecían como lenguas dia bólicas tras de las ventanas. Los potentes chorros de las

mangueras

humo

negro

hacían crepitar los materiales al rojo. El por todas las rendijas y la calle se lle

salía

naba de charcos enrojecidos. De repente, reventó la vidriera de un bow-window y hubo un chisporroteo que

petardo. Efraín oyó después un crujido y plúmbeo, como de algo que se desfonda. Su mujer y Ruth contemplaban atónitas la quemazón, sin querer dar crédito todavía a aquella pesadilla. Efraín

sonó

como

un

sordo

tenía los ojos fuera de las órbitas. ¿Quién ha quemado mi casa? Yo lo averiguaré —

todo. Todo lo sabré.

¡Dios

de

Jacob,

me

quemo sin

se

guro!

Después, como le gritó a Ruth: —

bién.

Corre

Hay

a

dos

si hubiera recibido

la tienda.

abrigos

Algo

está

una

inspiración,

pasando allí

de armiño que valen

una

tam

fortuna.


140

CARLOS VATTIER

Efraín pensaba que no

que

desgracia

su

totales. No concebía

ser

ruina tenían

su

y

mandato del Cielo que

un

fuese absoluto. En medio de

su

desesperación,

se

encaró contra el —

público: ¡Lindo espectáculo

Las bombas salieron las calles

Era

si

como

toda velocidad, atronando

a

los lamentos de

con

dejasen

de ociosos!

para la tropa

detrás

sirenas

sus

una

desgarradoras.

catástrofe acarreada por

ellas mismas. El olor de los escombros

poniéndose cada taba aún

remojados iba desagradable. Efraín no es juicio. Caminaba, balbuceaba, gesti

vez

en su sano

más

culaba. Desde lejos, vio que las llamas no habían tocado el garage. Corrió hasta allí y quiso reavivar el fuego, arrojándole fósforos prendidos a un 'tambor de benci na.

Sólo el llanto

enloquecedor de

mujer logró ha

su

cerlo desistir. Sollozando sin ningún respeto humano, se sentó en la escalinata de la entrada ¡Qué cosecha de dolor para desgarrarse las vestiduras habrían tenido sus

abuelos aquella noche! ¡Cuánta ceniza

para

cubrirse los

cabellos! Otra

camino del hotel, encorvado

vez

ciano, le decía cedor: La

Prometida.

casa .

.

a

la mujer,

prometida.

¿Estará

en

.

.

un

tono

como un an

dolido

y enterne-

Nuestra pequeña Tierra

escrito que

no

la

veamos

nunca?


ORO DE BETHLEM


I


Hasta aquí llegan hombres de todo el país. Vienen oro o salud los del valle central; trabajo y aventura los náufragos de las selvas del sur; calor y ho a

buscar

rizonte el hombre ártico y pequeño de los

Pero vienen al Norte los más fuertes crecer

bravo; las

o

archipiélagos.

los que

van

a

de viejos, porque el desierto es un antiguo mar porque el mar es el principio y el fin de todas

cosas.

Parece

que

la tierra

es

redonda

y

no

muy

grande.

puesto que Exequiel Brener ni siquiera estaba cansado y tenía la sensación de no haberse movido de China,

cuando

bajó del ferrocarril

en

este

rincón

perdido de

Chile, hace treinta años. "Pueblo Hundido", rezaba el letrero de la Estación. Exequiel contempló el caserío

encajonado en el horno de las montañas y tuvo sed. Llegó hasta el sequión que franquea la entrada del pue blo y miró correr el agua. Era un líquido cobrizo y bi tuminoso que traía su veneno desde un lavadero de me tales. Después atravesó la calle principal, sin saber que llevaba un espejismo en cada lechuga de su cesta de

provisiones. Al

otro

lado de la línea del tren, el azul


CARLOS VATTIER

144

fluido de la tarde reflejábase la pampa,

durmió

Exequiel el otro,

en

las más puras aguas.

en

como

en

el hotel de

quedaba

el que

la inmensa costra de

en

Wang-Li,

pues

en

la muela descomunal

entre

y la gran bota de palo del zapatero, ha asesino escondido. Aunque Exequiel traía su de

del flebótomo

bía

un

rrotero, pasó

do

de la minería en

mala noche, porque

una

le habían pega

se

los oídos las conversaciones de los mil Aladinos

en

los

trenes

viajan

que

con

del Norte. Sin

lámparas maravillosas

sus

una

queja,

mujer

su

sopor

pestilente hedor pantanoso de los arrozales y frió las consecuencias de una manga de langostas

tó el

su

en

hizo aquí sino llorar desde su lle pero Presentía que no iba a caer sola en este hoyo sin

Manchuria,

gada.

no

fondo.

Exequiel Había

una

se

levantó de alba

en

busca de

camanchaca arrastrada,

que

su

cateador.

lamía la

cara

vapor Exequiel contempló el grupo de casas, reunidas para no decirse nunca nada. Hizo des pués la diligencia de las muías y volvió al cabo de una

con

helado.

su

barbudo

semana,

sonriente.

y

Exequiel Brener había profesado

en

cuerpo y

en

la fabulosa orden d^ la minería. Y así

en

esta

Sacó

oro

mismas

mujer

falange de a

en

montones, pero volvió

cavernas

de

sus

vetas

se

hora de a

incorporó su

enterrarlo

vaciadas.

Porque

muerte. en no

las

hay

ni concubina más insaciable que la hidra de las

minas. Los na

termites hasta la

alma

sus

cerros

del Norte están huecos

entrañas

das las negras

como

cuevas

en

una

y

la

voz resue

catedral. Pero casi

de las boca-minas,

que

se

to

descu-


NOCHE DE LOS

bren

los montes azafranados

en

145

JUDÍOS o

de

ese

áureo que

rosa

tienta, dan también al filón perdido, donde habita el ánima

en

p»?na

de

Allí, al pie de a

de

causa

da

con

las

Allí nació tus

y

un

un su

Dorado fascinante, murió

derrumbe. Allí murió

conservas, y creció

llenos de

minero.

agua,

soñando

una

Exequiel

mujer, intoxica chacra anegada.

el milagro de esos cac medio de los liqúenes chamuscados

Volodia, en

con

su

como

de las tierras brillantes de sílice. Pero el delirio

pasa y satura

la sangre

se

tras

el oxígeno. Volodia

como

no

emigró al Sur. Entre la peonada de un enganche, llegó hasta las salitreras'. Aquellos mantos inextinguibles de riqueza,

cuya

materia

depurada

se

derrama

por

la tie

buen espíritu el poder mismo de la naturaleza, lo atraían desde niño. Pero qué vida infernal se llevaba allí, apretada entre la placa candente

nutriendo

rra,

del cielo

potencias

y

la

se

seca.

ganta había atado no

como

corteza

un

de la tierra. Parecía

comprimían

en

el collar de

Y cuando vio estallar la

que

todas

fuego de mano

en

su

sus

gar

que

se

un cartucho de dinamita el compañero que ansiaba sino beber más aguardiente con la plata de

la indemnización, Volodia arregló sus cuentas a Pueblo Hundido. Allí lo esperaba, por lo infierno de

un

sueño

y

regresó

menos,

propio.

Como siempre, la polvareda era el único tráfico el largo callejón. Sólo los muros calcinados de las sas mostraban el avance de su lepra. En medio de potes de

porcelana floreada,

muerto

Muy

las

perdidas, pasaba

un

en ca

sus

de aburrimiento, el

boticario «seguía dopándose de cocaína a

el

como

un

animal.

automóvil y mataba

una

10


CARLOS VATTIER

146

gallinas de la localidad. Una cancha de rayuela reemplazaba allí el espectáculo de la iglesia y del De noche, el teatro que ostentan cualquier villorrio. viento trasportaba en volandas una plancha de zinc y columpiaba los faroles a parafina. A veces caía un ven dedor viajero y causaba cierta alarma en aquella pobla ción que no alcanzaba a engendrar siquiera los defec tos de una pequeña comunidad humana. ¿En qué hora de las pocas

muerta

y

para

qué habían construido

lamentable

ese

kiosko de la música? Los sábados llenos. que

Bajaban

sólo

rompía

se

los mineros

bajaban

acorazados de en

hediondo galpón de las

una

un

violación

rameras

o

tropel. Entre la infección profunda cosméticos baratos, se desplomaban en piedra o de corvo ensangrentado. Volodia volvió con

unos

a

los bolsillos

una a

riña. Al

dar todos

y

el olor de los

su

borrachera de

la mina abandonada de

su

padre

hombres el metal de baja obtuvo el dinero suficiente para

cuantos

ley de los desmontes,

y

viajar al Sur. Pensaba abrir en

en

viejas iban

en

Acarreó

con

silencio subterráneo,

otra

galería de tentativas

el socavón de la mina.

Para los mineros pobres del país, el rico de

metal

escaso

pedimentos, es el pan inmediato, la oscura cosecha de piedras que se trueca por alimentos. Para Vo lodia, a pesar de su miseria, una mina sería siempre el sus

túnel que conduce al dominio del mundo. ¡Ah! cuánto había deseado cortar una ca,

aunque

fuese

en

un

del Sur. Volodia cortó

su

paseo

público

rosa

y conoció

de a

rosa

una

fres

ciudad

Brana.


NOCHE DE LOS JUDÍOS

Brana

perándolo

no se

movía

nunca

de la

147

casa, pero

estaba

es

la puerta aquella tarde. Husmeaba el aire, moviendo los globos de los ojos, como una vaquita nue va

en su

cha

las

y

en

primera preñez. Iba

y venía, con la cabeza ga el vientre, dilatado hasta la desespe

manos en

ración.

Volodia tal

vez

lo

ignoraba,

porque

ella

no

se

lo

había insinuado, sino muy veladamente. Además, su cintura no estaba tan notoria y él debía pensar en cual

quier

trastorno

contacto

de Dios

cosas

propio del

sexo,

ardiente. Para qué iba son

tan

Rendida, sintiendo

cuando ella huía de

su

preocuparlo,

las

a

si

simples. un

peso

tibio

los

en

senos

y

esos

golpes de carne entrañada en las paredes del vientre. Brana se sentó en el umbral. Ella no hablaba nunca y tenía

una

gran

amistad

males más bravos manos

que

no

la tierra. La seguían los ani

había

mañanas

plantado por sus viejecito curioso y

grano

floreciera. Como

barbón, todas las a

y

con

no

un

bajaba del

monte

un

chivato,

darle cariñosas cornadas. Cuando amanecía contenta,

Brana abría mucho los ojos, como si quisiera decir algo. Volodia ya se había acostumbrado y no le daba más ré

plica

que

su

ca, pero esa

cuerpo

indomable. Brana

tarde habría

no

querido gritar

en

hablaba el

nun

despobla

cualquier nombre de mujer o de hombre. Con sus botijos de barro y su pregón, venía llenan do el aire de lluvia un aguador. Cuando lo vio atar fren do

te

a

gio.

la

casa

su

asno

terroso,

Brana creyó

en

un

presa


148

CARLOS VATTIER

Temprano

y

con

jó Volodia de la

una

mina.

inquietud incomprensible, ba Con toda la gravitación del

hilo, de la ingeniosa resistencia de los so de madera, dependían la seguridad de las bóve portes das y su vida todo el día. Habló fuerte y respiró con monte en

un

avidez. En la hondura su

voz

había

la de

era

un

un

rocosa

y

dentada de los piques,

enterrado vivo durante la faena. Y

polvillo desprendido de los

terrones

las vagonetas, que le escarbaba la garganta pluma fina. Brana y

le hizo

no

corrió

una

a

abrazarlo. Se paró

seña temblorosa. Todo

al

caer

como

en

una

dificultad

con

ocurrió

después

silencio. Volodia apoyó la cabeza dulcemente en el vientre de su mujer y lloró de alegría. Fumó más que

en

aquella tarde. Pero, cuando Brana lo impuso de que la vieja co madrona del lugar había muerto y que sólo quedaba un partero de animales, Volodia se desesperó.. Ya no hay tren hasta el Martes, vociferaba. Después le preguntó a Brana, con una ingenuidad y una suavidad de lágrimas: ¿No podrías esperar hasta mañana? nunca

—No. —

hijo

Pero

yo

no

aquí. Ensillemos

quiero

que

tú te

entonces la burra blo vecino. Allí hay de todo. Creo pacio, alcanzaríamos a llegar. —

un

mueras

ni que mi

nazca

y

vamonos al

que,

pue

andando des

Volodia hizo del lomo punzante de la burra casera tan blando, que Brana sonrió en medio de

cojín


NOCHE DE LOS JUDÍOS

dolores. Cogió

sus

subir

cerros, tomó

darle

otra

149

seguida el bastón ferrado

en

para

la rienda

y salió del pueblo con su Iba entonando el Kol-Nidré que le había mujer. feliz, enseñado su padre. ¿No serían tan fuertes los deseos de

cerse con

vida esta

a

hijo

su

que

el destino

llegaría

a

tor

huida?

La noche había caído cuando llegaron al límite del desierto. Atrás quedaron los cactus como candelabros de siete brazos; los cárdenos y amoratados yacimientos de hierro. Hicieron un alto para beber. Pero Volodia no

pudo advertir

da

y que

tar

del dolor de las convulsiones. Debían

se

que

su

aferraba al

mujer tenía la testuz

de la

desencaja

cara

bestia,

no

por

cruzar en

gri dia

del desierto. Les quedaban todavía dos horas, de camino para llegar a la aldea.

gonal

este extremo

La media luna

ya

había comenzado

su

egira

cielo lechoso de estrellas. Las dunas modulaban dura

en

la mudez de las sábanas de

había impreso

en

ellas

sus

arena.

pies diminutos

e

por

su

el

blan

El viento

incontables.

Volodia, ya no puedo más. Desconcertado, con un temblor en todo el cuerpo no podía dominar, Volodia la bajó de la burra,

que

murmurando las más extrañas palabras de amor. Pa recía él la parida. Extendió su manta en el suelo y allí se echó Brana a la buena de Dios. Las convulsiones fueron volviéndose cada

insoportables.

Y cuando el

sacro

y

la

pelvis,

vez

como

más un

abre lo justo, hicieron su mara que villoso juego para expulsar al niño hacia la luz, Brana dio un grito sobrehumano. Lleno de una ternura enloalicate de hueso

se


CARLOS VATTIER

150

quecida, Volodia recibió dre. Con

su

Brana sonreía

carne.

a

su

misma cuchilla de

hablaba mucho

con

y muy

hijo

en

a

la

ma

lo desunió de

trabajo

el niño

despacio,

biera traído el don de la

atendió

y

su

los brazos. Ahora

como

si

su

fruto le hu

palabra.

los tiempos en que errara la esclava Agar por el desierto, cuando la tierra estaba más cerca del Cielo, Volodia le hablaba a Dios, cara a cara: Como

en

¡Cuidado

con

mi

hijo

y

con

sus

hijos,

Señor!

Lo miraba pegado al pecho de Brana y miraba ha lo alto. El cielo estaba claro como un horóscopo. cia Su hijo, nieto y biznieto de judíos, había nacido en ple no

desierto. Qué

no

haría por borrarle de la frente

ese

espantoso signo de soledad. No más hambre ni sudor para él. No más oro desen trañado de la tierra y pagado más caro que un robo.

Un pozo de

agua

dientes; aceite

sonora;

para

leche

como

la leche de

sus

sombra de oloroso de toronjas; higos de miel

ungirlo

como

a

un

rey;

greda porosa; zumo bermeja y cuajada; vides para sus noches de amor y su sed de acosado jabalí. Todos los prodigios que traen los hijos para su hijo. Volodia y Brana soñaban cuando los sorprendió el sueño. ¿Los vieron durmiendo o vinieron los animales a calentar a su hijo con el aliento, como a aquel otro niño judío, perseguido acabando de nacer? ¿Voló un ángel alrededor y quiso hablar el buey? Cuando despertaron, el día estaba presente y per fecto

como

un

salmo.

fsECCÍON

i

CONTROL Y

CATALOGACIÓN

]


ÍNDICE Pág. Noche de los judíos

9

Abel envejece algunas horas El pequeño Se hacen

maestro

cortos

21

Ben

los dias

39 _

49

El leproso de Uz

61

Nuestra hermana Noemí

75

Jessica

89

En la muerte de Samuel Goldmann

Soy La

yo, Señor casa

prometida

Oro de Bethlem

105 117

131 141


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