CarlosVattier
í^ak^í
-£r /
Carlos Vattier literarios el
en
tales
chilenos.
conjunto
como
es
uno
Posee de
la
de
dotes
los
nuevos
que
literatura
lo de
valores
distinguen su
patria,
la observación irónica, la descriollización
gracia
sentido pictórico, la audacia imaginativa y la en el decir. Es, indudablemente, un degus
tador
literario,
en
su
un
narrador
de
verdadera
anima
ción.
Su libro "Cuentos para gente simpática" (1938) constituyó un verdadero triunfo, sobre todo el re lato
o
evocación titulada
luce Vattier, de modo hemos
"Agenda 1900", en donde especial, las cualidades que
apuntado.
Este
nuevo
libro "Noche de los
judíos" refleja
el progreso de Vattier en la técnica del relato. A él concurre con su fidelidad de retratista, su humor
de caricaturista, mezcla de al par, de
su auténtico ingenio (que es una "esprit francés" —acaso por linaje— y, socarronería criolla) y un agudo sentido
de lo dramático sin concesiones al mal gusto, dentro de
una
sobriedad que
contribuye,
'hacer más intenso el patetismo de
por sus
eso
mismo,
narraciones.
ERCILLA.
a
COLECCIÓN CONTEMPORÁNEOS
NOCHE DE LOS JUDÍOS
OBRAS
DEL
AUTOR
Barula, 1931. (Novela.) Agotada. Cuentos para gente simpática, 1938, Edit. Nascimento, Noche de los
judíos (Cuentos)
Edit. Ercilla.
PRÓXIMAMENTE
Propio Morir
del hombre. a
/ais seis.
(Poesía.)
(Seguido de "El cielo
Novelas. ) Cuaderno
en
limpio. (Infancia)
es
el mar".
CARLOS
VATTIER
NOCHE DE LOS JUDÍOS
EDICIONES
ERCILLA
SANTIAGO DE CHILE 1940
Es propiedad. Registro' N.° 7321
J
COPYRIGHT by Ed. Ercilla, S. A., 1940.
-i-
Prensas de la Editorial Ercilla, S. A.
FABRICACIÓN CHILENA
—
Santiago de Chile
PRINTED
IN CHILE
Profond est pas diré
le puits du passé. Ne devraiLon
qu'il
est
insondable?
L'essénce mystérieuse qui recele notre ptopte existence, faite de jouissances natutell.es et de misére sutnatutelle,
THOMAS MANN. (Prélude. La Deséente Aux Enfers. "Les Histoices de Jacob". "Die Geschichten
]aakobs".)
NOCHE DE LOS
/
JUDÍOS
VISITACIÓN JUL 24*640
La luz del farol atraviesa el verde La señora Steinmann alcanza
a
tenue
brillo teatral del árbol
que sirve de toldo
al pie de
su
Y
sensación
de
ventana.
no
sabe
algo asfixiante,
cierra los ojos,
de las
mirar desde la
por
a
un
hojas.
cama
el
basurero
qué la invade la
inhumano. Cada
vez
que
arboleda, bajo la luz hú meda de las estrellas. Pero no logra conciliar el sueño. El calor del día se ha adherido a las paredes del cuarto como en un horno de barro. ¡Qué primavera tan tem prana y tan desesperada! Si no hubiese otros¡ durmiendo tranquilamente bajo el mismo techo, ella podría cerrar la ventana y librarse siquiera de la horrible ferralla de los se
va
por
una
tranvías nocturnos; amortiguar todos los ruidos que lle gan a tener formas y colores en el desasosiego del
¿Si se quitara la frazada? Cualquier pequeño puede ser la salvación en una noche así. Co sudario poroso, la sábana moldea el cuerpo an
insomnio.
movimiento mo
un
y trabajado de la señora Steinmann. Entonces son diez minutos de playa, entre gente rica, limpia, fresca como una copa de helados a la orilla del mar. ¿Será
cho
posible
que
no
le
quede
ya
ni
la felicidad inofensi-
12
CARLOS VATTIER
de
va
y
un
el lienzo
buen sueño? Porque ha despertado tiritando se le pega con un sudor frío. Vuelve a taparse
el sucio cobertor que le ha servido tanto en los puen tes* de esos barcos cargados de emigrantes, como de bes tias en cuarentena. Su grueso cobertor es como el pe con
invernal de los animales, pues ella no ha tenido nun segura ni la cama, esa cama que la ley comienza a
laje ca
llamar
sagrada, cuando
está
en
el medio de la calle. La
señora Steinmann permanece mucho
tiempo
los ojos
con
abiertos. Sus pupilas fijas1 han creado un punto hipnótico que fluctúa como una luciérnaga en la penumbra. No se diría que piensa o acaricia el dulce fluir
enormemente
de las imágenes. Hace años que, en su cerebro, se ha llenado de una densa y dolorosa materia el espacio abier to
al aire ligero de las ideas. Su cabeza rechina
como un
hondo cajón de despensa: pan, leche, carne, aceite. Le cuesta apretar los ojos endurecidos. ¿Qué hora es? Sería inútil saberlo. El tiempo del desvelo enloquece a
los minuteros,
cuentas
falsas
y
como
enloquecen
precisas
que
sacan
te, la señora Steinmann siente se
le
agolpara
dencia. Es
entre
las sienes
a
las matemáticas
los clowns. De
como con
si toda
una
su
esas
repen
historia
terrible clarivi
segundo, segundo que deja mucha la un miedo encallecido y algunas flo vaza, carbón, res secas que podrían ser la leyenda de su juventud. El calor aumenta. ¿Si esta atmósfera compacta se deshicie ra en una lluvia torrencial? Pero hoy no habrá paz. Los ratones corren por el entretecho, con todo el peso de sus vientres elásticos y musculosos. Empiezan a roerle los un
un
mucho
nervios desde la raíz. Ella sabe lo que
son
las chinches
NOCHE DE LOS JUDÍOS
gordas
en
los asilos de noche
negros hoteles vecinos
y
13
las pulgas furiosas de los
las estaciones; pero la crispa el e invisible de una rata. Lenta, solapada trabajo agudo mente: así va destruyéndose hasta lo que pareció ser la verdad. Alguien sube a trastabillones por la escala em a
pinada. Debe
ser
de pájaros al
amanecer.
el borracho barbudo
único que les sonríe ve
en
la boca
en
como
que
imita
cantos
Molesta demasiado, pero es el la casa. Y la sonrisa se le disuel terrón de azúcar
un
vino rojo. Un día lo hallarán muerto,
con
en un
de
vaso
la misma
cara
de patriarca sinvergüenza. Ella asegura que el resto de los que trepan los cuatro pisos y se enronquecen pidien do
un
jarro de
compone
esa
agua por
gente gris
el tubo siniestro de la escala, lo no disimula el júbilo fisioló
que
gico que le proporciona una invitación a comer. En la calle, muestran un aspecto satisfecho, hasta cortés. Y có mo
aprecian las salidas solemnes de los matrimonios
las fuentes luminosas'
en
los días feriados de fiestas
pa
las más largas conferencias sobre eugenesia o apicultura. Sólo que a al gunos les ha costado diez años de trabajo embrutecedor trias. Para matarles
el alivio de
a
tener una
ellos las tardes
y
son
camisa de más.
De pronto, se derrama por el cuarto una débil cla ridad. Cae desde lo alto del tragaluz de la pieza con
tigua, haciendo brillar las sombras. Llega
seguida un murmullo de oraciones. Luego la voz pierde el sonso nete místico y adquiere el de un monólogo quejumbroso. Es la vieja de la cofia, que descuelga a medianoche los cuadros de los rias1. Les
santos y
conversa
les
hasta de
cuenta cosas
sus
en
más íntimas mise
indecentes
y contesta
14
CARLOS VATTIER
por ellos
con
lleva
iglesia
para
a
la
una a
seriedad dramática. De madrugada, los
que tienen
marcos
nutrirlos de divinidad. Lo cierto
do paciencia
para esperar año
merecido. Ella misma
es
más pequeños, que no ha teni
tras año
paraíso
su
tan
lo ha creado. Un paraíso pal pable, emotivo, pintoresco. Y nada la inquieta ya. Des pués de una hora larga, reina el silencio y se apaga el se
cielo de la vecina. La bulla de la calle ha cesado. La señora Steinmann busca ahora la compañía del
menor
ruido. La inquilina de enfrente, mujer nario público vivencia tenebrosa de —
o
tía de
una
un
funcio
chaqueta de al
permitiéndole divisar por la puerta entreabierta los escombros de su madriguera, le advirtió el primer día que evitara todo roce con la prostituta del tercer pi so. Después desapareció, dejando la impresión sedosa y polvorienta del vuelo de una polilla. paca
—
La señora Steinmann
jer
que
de los
jamás ha
se
pone
a
pensar
visto. Ella ¡as ha tratado
en
esta
las
mu
terceras
log suburbios de las El ciudades. destino las transforma en algo tan grandes duramente corpóreo, que sólo tendrían la responsabilidad trenes
del objeto tidas
como
internacionales
en
que
nos
moscas
y
en
hace tropezar y caer de bruces. Ba y llamadas a gritos por todos los
caminos que ciñen el
planeta, allí
están. Como fardos
blandos fardos, allí están. Vacías, fá palpitantes, ciles, mudas. Dueña de su antigua virtud israelita, de su feroz virtud de cal viva, ella no puede despreciarlas. Hay como
solo signo de persecución bajo el sol; cia de vida violenta. Y cada cual recibe
un
una
su
sola
esen
porción de
NOCHE DE LOS JUDÍOS
15
hiél, de acíbar o de vinagre. No, ella no debe despreciar a la prostituta del tercer piso. Su propio hijo la buscará a oscuras, sin mirarle la cara, de fuego. noche cualquier, En devolución de
su
ella le dejará el cauterio de
paga,
mandato de limpieza profunda, que lo hará recono cible entre los suyos, como otra gota de agua exacta.
ese
Aplastada, perseguida, vejada, la no
sabría manejar
pobre
carne
Forzada tal son
con
destreza
un
señora Steinmann
par de frases.
En
su
están formuladas todas las reclamaciones.
la más ciega lucha, gritar que la elocuencia a
cuerpo
a
cuerpo,
podría
y los buenos sentimientos los efluvios de los estómagos llenos.
vez
Ni el
la sostiene. Ella experimenta la sensación de haber ido esparciendo a su esposo por todos los paí amor
ses,
hasta
las
manos.
que se
quedó
con
su
cabeza consumida
entre
Creando y dios voluntarioso, se
sacando la vida del vacío, como le ha convertido la astucia en
órgano condicionado sagradas de su casta
a
un un
Porque las llamas altas murallas que sólo po
la hostilidad.
y sus
desplomarse ante una música divina, no han sido todavía amagadas ni abatidas. Habilidad, argucia, suti leza, persuasión, perseverancia judía: qué finura tan vi drían
sobre los caballos que patean co sobre las balas que muerden como
gorosa y tan eterna, por mo
hombres,
por
dientes.
La señora Steinmann
nunca
pensó
bién judíos ricos. En ello ha estribado resistencia. Y que el en
los
no
tuvo que
que
hubiese
gran
andar mucho
tam
parte de
para
su
aprender
pobre descansa al amparo del pobre. Acorralada ghettos desde niña, adjudicada de grande a un
CARLOS VATTIER
If
barrio, siempre localizada, tiene
una
noción delirante de
la libertad. Como casi todos los suyos,
lo el cansancio de haberse filtrado de las ciudades, sino
a
en
no
las
siente tan só
masas
cerradas
través de todo el espesor de la
tierra.
¿Cómo poder dormir? La cien
la
veces
la cifra de
consume o
señora Steinmann
repite
economías. La estira, la reduce,
sus
la hace durar toda la vida. Otra mujer llo
Las lágrimas parecíanle a ella una co quetería. Otra mujer rezaría. Raquel Steinmann piensa que es Dios quien lee en ella como en una vieja Biblia raría de
temor.
abierta.
Mjel envenenada
en
Italia;
vitriolo hasta los tuétanos
col, metralla de cielo,
para que
santas.
sas
por
pus
se
en
lleven
en
de
pan
Austria;
plomo
en
Polonia;
afrenta de estiér
Alemania. Y los ríos llenos de a
los hombres puros
Y todo el mundo
una
y
a
las
estepa de alba y
co
fuga
delante.
Hasta la bolsa
para
los siete
objetos familiares, la
bolsa rayada que fué la casa al hombro de sus mayores, ha sido vaciada en la puerta de la ciudad y cae al suelo
primer albergue del viaje, como una vergüenza más. Parchada, blanda, humana, cuelga ahora de la perilla de un catre de esta pensión sospechosa, escondiendo en el fondo de sus entrañas algunos retratos benditos y esa To en
pa
el
gastada
cuerpos.
que
Como
ha vivido
un
tempestad, cuelga
ahorcado
ya
una
o una
la bolsa de esta
vida al calor de los carpa
deshecha
por
la
perilla dorada, miraje
de riquezas fabulosas para la señora Steinmann.
NOCHE DE LOS JUDÍOS
La puerta
17
abre
sigilosamente. Entra Isaac. A la señora Steinmann le late el corazón con violencia, pero prefiere callar. Por el suspiro jadeante que le ha escu chado al entrar, comprende que su hijo viene extenuado. Y no tiene valor para interrogarlo. Mañana sabrá si ha encontrado trabajo. De todos modos, mañana ella ten drá también que seguir buscando trabajo. Lo mira una
se
el overall y saltar a la cama con graciosa agilidad. Dos años atrás, él se habría que sacarse
dado dormido
completamente desnudo
sofocante. Pero los vada
se
secretos
revelan ahora
en
de
ese
una
pudor
en una
noche
vida calurosa que
y
ha cortado
tan
pri en
definitiva el cordón sanguíneo que lo ataba a su madre. Pues ella gozaba mirando el desnudo fuerte de su hijo, como
un
árbol
pudiese besar sus frutos. quedado tendido en el suelo, conser rápido diseño las formas de Isaac. Mirándo que
El overall ha vando
lo, la la
en un
señora Steinmann
de
se
estremece.
pogrom, al
Ella ha visto
en
de las
resplandor bayonetas, diez cadáveres sin cabeza y vaciados así. ¡No, a su hijo, no! Sin embargo, presiente que le será imposi masacre
ble arrancarlo
un
cortante
su época de odio y de batalla, aunque haga soñar que Isaac podría ver el mundo por sus ojos piadosos y cansados. La señora Steinmann se levanta a taparlo. Isaac se ha dormido de golpe. Una respiración tranquila, como la del agua oleosa junto a los docks, imprime un ritmo de embarcación a su pecho amplio y pulido. El vino li gero del sueño de la adolescencia sonroja sus mejillas. El tinte oliváceo de la piel atenúa la frialdad de sus su
ternura
a
la
2
18
CARLOS VATTIER
facciones demasiado delicadas; pero los años acusarán su nariz afilada, su labio inferior carnoso y el
más
destello de
templa niño; se
ojos semitas. La señora Steinmann
sus
orgullo
con
el
circular
como un
las
reaparecerá algún día,
pero que
za
pureza de vertiente.
una
su espiritualmente judío podrá diluir
agua secreta por
extrañas, y
con
de
durante generaciones,
ese rostro' que,
y
rostro
JLa señora Steinmann
reposa
con
sangres más
con
fuer
una
sólo pensar
en
él.
Sufre al verlo mal alimentado, al saber que su esplendor juvenil extrae su savia únicamente de la alegría de tener dieciocho años, como de un viento quemante y endemo niado. Gesticulando, exagerando, apasionándose, culti vando
en su
interior la
rosa
de los vientos
con
mayor
ce
lo que nunca, él aprenderá todos los oficios. Y sobre todo uno: su oficio de judío. Pues, aunque en las plazas
de
ciudad sudamericana
esta
no
haya bancos pintados
de ignominia para él; aunque no lo crean descendiente de otro Adán; aunque los enigmas de Sion sean aquí secre tos
a
cada
habrá siempre acecho.
voces, en
En la
cama
una
valla sutil
y una
embos
del lado duermen el abuelo Israel
y
la
pequeña Esther. El pelo de lino de la niña se desparra ma sobre un brazo del anciano, amorosamente tendido como
una
almohada. La barba blanca dá al sueño in
móvil del Rabino al cielo. Es el
solemnidad de pastor muerto cara depositario ritual de la fe que anima; el una
hombre litúrgico, el oficiante intocable de la familia. Orando y lamentándose cuando el texto bíblico lo re
quiere,
con su
gorra
de caftán
negro y
sus
triángulos
sim-
NOCHE DE LOS JUDÍOS
bólicos, el abuelo Israel
grado
la Thora
como
o
transfigura
se
19
algo
en
tan
sa
el Arca de la Alianza. Los Re
yes y
los
Y
de nuevo, para él, una cosa tan inmunda la carne de cerdo. A ninguno de sus familiares se
un
como
Jueces
son seres
vivientes
en
conversación.
su
goy es,
le habría ocurrido insinuarle siquiera
que
trabajase;
pero
él siente la fatiga alucinada de toda su tribu en pos de Moisés. Su sugestión religiosa es tan concreta y candente como
los tumultos del Éxodo.
El abuelo Israel custodia
en
corazón,
su
como
un
sagrario, el instinto de cielo de los suyos, mientras pasan las privaciones que los amarran a la tierra. La señora Steinmann mira
frente espaciosa
su
y marmórea.
Tras
llanura de sal, bajo el ámbito de la voz de Jehová. Junto a él, la pequeña Esther es la vara florecida de Aarón; la flor de hálito brillante, que vive ella
sus
dilata
se
días
no
una
menos
livianos que el rocío y
se
cierra para
dormir.
Tras
cortina llena de
remiendos, colocada por la madre, para aislarla en medio del hacinamiento en que viven, duerme Sarah. Está en la edad en que cual una
quiera mirada joven rubio brazos, de un El sueño la sola
la pone roja, y debe soñar que la salva, siempre es uno distinto incendio gran suave
—
—
b-
es
palabra
.
su
único
amor
tante, por encima del esta
primavera de mil
.
entre tanta
yemas
en
.
refugio. ¿Pues
hambre,
un
su
a
qué sonaría
humillación? No obs cuerpo
sensibles
se
ha llenado
y prontas
a
esta
llar. Su madre la acaricia por todos los muchachos que
20
CARLOS VATTIER
la rondarían por el parque, sí tuviese la avergonzara de ser mujer.
vestido
otro
que
no
halla cómo ponderar la be lleza de Sarah, desde el día que el maestro de escuela de la aldea en que habitaban, hizo subir a su hija al pu La señora Steinmann
pitre,
explicarle
para
nómicos de
esa
a
criatura
no
los alumnos que los rasgos fisiosollozante, mostraban todas las
lo judía. Y aquel hombre más horriblemente puro posible en medio de las car cajadas de los otros pobres niños, como un caníbal eu fórico, dictó, sobre el modelo apetecible de su hija, la características de la hidra
—
—
clase de
zoología
más asquerosa de que
se
tiene
memo
ria.
El alba
estrellas da
y
como
un
azulosa y callada. Las una claridad tan delica
agua
consumiéndose
en
transparente que ni el aire la absorbe. Cuando apa
gan los
faroles,
vidrios. Al una
fluye
van
su
cerrar
presencia cristalina
luz,
su
confunde los
en
los
la ventana, la señora Steinmann mira
ciudad casi inmaterial. Llena de las
da la
difunde
se
mirada dibuja
una
casa
esperanzas que
con
el halo que
contornos.
Acostada
ya en
la
cama
fresca,
tiene
uno
de aque
llos pensamientos inauditos que sólo nos asaltan en la soledad del amanecer. ¡Si pudiera hacer volver a sus hi
jos hacia ella, como se vuelve a la tierra! Sin muerte, sin dolor, milagrosamente. Pero al oír en su sangre la orden de marcha, dada a los suyos como a todos los
hombres,
se
tibio
y
su
renuncia.
ojos, se dice la señora Stein dormida, respirando el aliento quedándose de sus hijos. acompasado
Un día mann.
avergüenza de
Y
vá
nos
cierran los
ABEL
ENVEJECE
ALGUNAS HORAS
Hacía frío,
empeñaba
en
fanda de lana
pero
no
obligarlo que
a
el que
tanto como
sentir. Lo
le había
sacársela delante de ella. En
tejido,
su
madre
congestionaba mas
cuanto
no se
la vio
atrevía
se
arrancó la bufanda
con
para
furia
a
desaparecer,
después de haberla oído gritar desde la puerta comendaciones maternales
se
la bu
esas
re
morirse de vergüenza, y
el frío le
produjo
una
franca sensación de alivio. Permaneció tanto tiempo so lo en el salón de visitas que llegó a pensar que lo habían
olvidado. Sin embargo, no se atrevía a llamar la aten ción sobre su presencia. Aprovechaba más bien aquel abandono momentáneo, como si fuese la última hora ín vida. Helado, insensible, contemplaba la hi lera de sillas que daba vuelta al cuadrado de la sala, con una estrictez militar. Su mirada tropezó con el Cuadro tima de
su
de Honor. Como en
un
gran
panal de
pequeñas celdas, franqueadas
oro,
por finas
estaba dividido coronas
de lau
rel. Allí habitaban las cabezas) de los semidioses, los retratos de los querubes de la aplicación, cuyo Paraíso y Domingos sonrientes, le estaba vedado verdadera fatalidad. Tenía la certeza de que no
de medallas
por
una
po-
24
CARLOS VATTIER
dría
jamás
sustraerse
a
destino de mal alumno.
su
Algo
lo interior que su sabiduría estaba esperán dolo afuera, en la calle. De pronto, escuchó la sonajera
le decía
de
un
en
llavero y
¿Dónde
—
Pero él ta
desagradable:
una voz
se
ha metido
dio señales de vida. Fué
no
la ventana y
se
asomó al vestíbulo
tón estaba abierto de par
garle
a su
niño?
ese
madre
lo
que
en
puntillas has
cautela. El
Intentó huir,
par.
dejara
en
con
en casa
o
para
por
para
ro
perderse
la ciudad, lleno de odio. Pero se contuvo. Precedidos por el portero, entraban en ese momento dos hombres, en
llevando al hombro y
humillantes
su
cama
pareciéronle
él mismo hubiera tenido
los ojos de
ante
sus
si le exigieran contar
y
allí que
vieja maleta. Qué feos
su
sus
objetos familiares. Si
conducirlos al dormitorio
compañeros, habría sufrido en
público
No había alcanzado aún
a
como
privadas. impresión, al Inspector General.
sus cosas
reponerse
de
más
esta
cuando oyó un portazo y vio venir En un tono totalmente distinto al que le había hablado cuando fué —
a
Abel Rainer.
Entonces sintió
matricularse, llamó: plena
tuvo
conciencia de
su
soledad. Se
perdido.
Atravesaron
pasadizo que daba acceso a los es cursos superiores. Era un cañón intermina ble, iluminado apenas por la luz crepuscular que se fil un
tudios de los traba
especies de trampas de fierro, practicadas en el techo. Muy en el fondo, había un res plandor de incendio. Manaba del vitral de la capilla, a
través de
unas
NOCHE DE LOS JUDÍOS
25
repetía desde la fundación del Colegio
que
puesta de sol. Sin cruzar año. De
tercer
palabra, detuviéronse pie
en
en
el umbral, había
un
una
misma
el estudio del
castigado
que
divertía haciendo morisquetas, en cuanto el Inspector miraba hacia otro lado. Abel entró en el preciso momen se
to
lo sorprendían. En medio de su timidez, sintió el chaparrón de amonestaciones caía también sobre
que
que
él. Se dose !
y
vorido siu
colorado. Miró al Inspector como disculpán dirigió al pupitre con ese atrevimiento despa-
puso se
que da
nombre;
ya este
el
temor.
pero el
Tenía vergüenza hasta de decir
Inspector General habíale ahorrado
sacrificio.
'Abel Rainer, elija cualquier banco libre. Como conocía por experiencia propia la encarnizada —
crueldad que se dispensa tradicionalmente a los nuevos, hubiera querido llegar a su puesto por debajo de la tierra. No obstante, parecía que
víacrucis había sido poster provocó sino un murmullo de su
gado, pues su paso no abejorros que paró de súbito
puñetazo del Ins el escritorio. Desde lo alto de su tarima, como
pector en el Dios de la
eterna
con
un
vigilia, él lo miraba todo,
sin
fijarse
en nada. Tras el grueso cristal de los lentes, sus ojos se alejaban hasta convertirse en un punto luminoso y obse
sionante.
Abel sólo atinaba color violeta
tan
una
esconder la bufanda. Era de y
femenino
que atraía
un
el pe
la tejió con la lana sobrante del traje hermana. Abel presentía que iba a acarrearle la
ligro. Su madre de
a
encendido
desgracia. Se
se
puso
después
a
abrir los libros. Estaban
26
CARLOS VATTIER
todavía flamantes, como hemisferios sin descubrir. Al cabo de algunas semanas convertiríanse en algo tan su de
colegial. Con una curiosidad, mezclada de orgullo, Abel hojeaba las últi mas páginas de cada tomo. Como un aprendiz de brujo, su imaginación se deslizaba sobre aquellos misterios que no desencantaría nunca hasta el extremo de que dejasen de serlo. Su aguda sensibilidad acortaba la dimensión de su conocimiento y lo hacía aprender como durmien frido
lamentable
y
como
su
ropa
do.
Tocaron la miedo
campana.
Su extraño sonido infundióle
nostalgia. Era tan diferente colegio y no podía llamarlo sino a y
rio. A pesar del frío, para
salir
tierno y
a
a
tabla bruta lavada
mecía al único árbol del tro.
dir
con
Las nubes corrían su
carga
un
la de
a
con
se
purgato levantaron
aquel olor
agua.
antiguo
su
nuevo
cuando los niños
hízose más vivo
recreo,
a
a
cuerpo
El viento
estre
patio y se colaba por el claus parejas con los niños, para fun
de lluvia.
Apoyado en una columna, Abel se mordía las uñas desesperación. Hubiera querido conocer por ciencia
infusa los nombres de
sus
compañeros; los sobrenombres
de los maestros; las parejas inseparables; los grupos her méticos y los juegos del día. Que nada se le ocultara en
aquel dédalo. ¡Oh! adivinar las consignas, do
en
aquella
tener
un
gra
masonería y estar ya dentro de la cabala.
El había vivido
en un
gran
desamparo
entre
los gran
pues fueron siempre sus enemigos jurados. Y no imitaba sino para vencerlos con sus mismas arti los
des,
mañas,
ya que
en
el universo de
sortilegio
y
fascinación
NOCHE DE LOS JUDÍOS
salido de
27
hallaba lo necesario
sus manos,
hasta lo
y
cesivo para sentirse colmado. Pero estaba ahora
ex
a
las
puertas de su Cielo y no escuchaban sus llamados. Vien do que nadie se le acercaba, Abel decidió lo inaudito.
Había reconocido
al
castigado
retó el
que
cuando lo llevaron al estudio. Discutía sabañones
en
el centro de
un
corrillo. Abel
enrojecido hasta las orejas. Perdóname, le dijo. Si —
ese
momento,
no
te
yo
no
Inspector
un
con
se
calor de le acercó,
hubiera llegado
en
habrían visto.
El muchacho lo miró de alto abajo. La astuta deli cadeza de Abel no lo había tocado. Sacando de los bol sillos
sospechosas
sus manos
y
manchadas de tinta,
con
testó :
Siempre
—
Hubo
un
me
pillan.
silencio embarazoso. Abel sondeaba las
indiferentes de los demás. Espiaba casi con imper tinencia la de su interlocutor. Era un muchacho muy de caras
sarrollado,
con unas
ojeras inequívocas
y
un
mechón dís
colo sobre la frente. Lo seguían hasta el doblegamiento, porque era el más alto y sabía más cosas. Seguramente, las
primeras viborillas de la adolescencia, aparecidas de
masiado temprano en el clima inconveniente de su ni ñez, se le habían convertido en animales domésticos. —
¿Cómo
te
llamas? preguntó.
Abel Rainer. ¿Y tú? Jorge Smith.
—
—
Y de vió
a
nuevo
el mismo silencio sin salida.
romperlo: ¡Abel Rainer! ¿Eres inglés
—
o
alemán?
Jorge vol
CARLOS VATTIER
28
Soy
soy
—
.
.
.
.
.
.
Abel temblaba. lo mismo que tú. Mi abuelo era inglés,
Soy
—
—
tras
las
erres
Mi
—
para
padre
respondió Jorge. Tú
arras
hablar. Es decir, yo he hablado alemán des
...
de chico.
¿Y
—
qué
por
cambiaron de Colegio?
te
Abel mintió: Por mala conducta.
—
Uno de los muchachos hablóle te
se
al oído. Es
a Jorge diálogo de
y terminó el
impacientó
una
manera
fulminante : —
Bueno, si quieres
ser
amigo mío,
no
te metas
con
los del "Cocodrilo''. —
—
¿Qué El
es
otro
el "Cocodrilo"?
bando. El patio está dividido
Dicho esto, dio media vuelta
guido de
satélites,
sus
bía montado
cerse
notar.
Abel
vez,
hubiera cometido
una
Culpó
echó
en a
halló
se
locura
a su
o
padre,
dos.
correr,
se
general legendario. Ha
caballo visible únicamente
en un
•Solo otra
un
como
y
se
tan
para
ellos.
insignificante
que
la mayor vileza para ha a su madre, a sus herma
Los detestaba. ¿Qué se había hecho la ternura con lo agobiaba su madre? ¿Dónde estaba aquella feli que cidad que parecía eterna y que fluía como un río tibio
nos.
de las
manos
de
su
padre? Mientras
diente, todos estaban la estufa,
los hacía
y
sintiendo
correr a
en ese
casa,
él daba diente
delicioso olorcillo
la cocina
a
con
conversando alrededor de a comida, que destapar las ollas. Después
NOCHE DE LOS JUDÍOS
29
pondrían
uno de los cinco únicos discos en la victrola les había que dejado en pago uno de los arrendatarios. Nadie cesaba de conversar, mas era la hora de la música. A las diez llegaría Mendel, el hijo de la nodriza, que
vendía corbatas ser
para
los
en
banquero.
ma como un
restoranes y
Y pensando
par de
que
estudiaba de noche la
cama
abierta lla
brazos abiertos, terminaría la velada
la discusión que se prolongaba ya como la famosa Querella de las Investiduras1. "No, señores, los sefarditas con
son
más finos que los
esquenasis".
El cúmulo de recuerdos
se
le iba condensando
en
sensación opresora. Aquel desfile de imágenes cá lidas estaba pronto a derretirse en un mar de lágrimas. Abel se esforzaba por no llorar, pero retenía los recuer una
dos más dulces,
verdadero placer de sufrir. En la pajarera del patio, escu chóse un griterío cerrado, como un adiós a todos los gri tos. Después reinó el silencio, para cederle el paso a las
Tocaron la
voces
con un
campana.
de mando. El entusiasmo
jadeaba
en
la recta for
mación de las filas. Pero todo llamado al orden sería in consecuente; toda
inútil.
rigir
¿Quién a
prisión, insegura; toda vieja ciencia,
ha escrito el guía de soñadores
para
di
los niños?
Apenas probó la comida. Y como no habían dado permiso para hablar en el comedor, lo exasperaban las ganas de conversar con sus compañeros de mesa, a quie nes
les
regaló los
arenques
ahumados
y
la compota de
30
CARLOS VATTIER
ciruelas que
su madre le hizo llegar. Pero fué todo im posible. Del refectorio salieron derecho a la capilla. El último recreo quedaría suspendido indefinidamente, al
menos
que
acabara de
una vez
el moscardoneo
en
las fi
las. Así declaró el Inspector de internos.
Los reclinatorios de la capilla estaban húmedos y lamparinas hacía bostezar. Seguros
la luz aceitosa de las toda
sientimentalidad, como los ángeles en la casa del Señor, rezando las plegarias de la noche, los niños hacían algo de más. Subieron al segundo piso. La' ancha escala de piedra quedó cerrada tras ellos con una reja recoleta. Abel sa
y
ajenos
bía
que
a
lo habían ubicado
en
el dormitorio de los gran
des. No tenía sueño, pero estaba rendido y quería cercio luego de quiénes eran sus vecinos de cama. En
rarse
Las ampolletas, protegidas por bombillas de alambre, reflejábanse a lo largo del linóleum encerado. Olía a unto de zapatos, a toalla húmeda y a jabón fetraron.
nicado. Cada
yectaba
en
cama, con
su
la atmósfera
un
baúl distinto cuarto
a
los pies, pro
inconfundible. Lo in
definiblemente repulsivo que había allí, se equilibraba cierta sana brutalidad de dormitorio de regimien
con
to.
Tenían sólo cinco minutos la última
palmada
Quedaba
tan
la obscuridad
completo,
del
para
sólo la débil no
se
desvestirse. Sonó
apagáronse las luces.
guardián bujía de y
la veladora. Como
había adueñado del dormitorio
las sombras
planeaban
los niños, batiendo las alas, moviendo
de
aparecidos
o
desplegando
sus
por
sobre las cabezas de sus
mantos
capuchones de mujeres
NOCHE DE LOS JUDÍOS
31
abandonadas. Era el
momento álgido del paso de un el asalto otro; del ladrón en la frontera de la noche, que los iría despojando hasta volverlos sobrenatu rales.
mundo
a
Por el declive de se
flotantes
y
de
sus
inmensa
explanada, con ellos juegos dolorosos, sus palacios
jardines circunscritos en el aire. Hasta el torre rodante, pasaría el recinto,
sus
otro campo,
como una
vida, amurallado de altos vidrios. Y ellos segui dentro, provocándose el miedo; convirtiendo la ima
su
rían
ginación
en
memoria; exigiendo
mismo; prefiriendo la dulos se
una
deslizarían también
leyenda
un
a
la
amor
que
les da lo
historia; siendo
cré
la medida de que las mentiras de los mayores
en
adapten
a
su
Llovía. El
verdad.
rejurgitaba
aguacero
en
las cañerías y
se
desgranaba sobre
el zinc de los techos. De pronto, el viento desflocaba la trama del agua, que caía en seguida con
un
verdadero ataque de desesperación. se había dormido en el acto. En su sueño llo
Abel
vía también torrencialmente. El
granizo hacía trizas los vidrios de los maravillosos insectarios y las mariposas volar bajo el vendaval. El di luvio deshacía los herbarios como hojarascas de otoño y
aterciopeladas echaban
a
descoloraba los
inundando
mapas,
sus
continentes
con
la
tinta azul de los océanos. Las estrellas de tiza borrában se
solas
en
el cielo
negro
del pizarrón. Todo
sorpresa cuando le
o
sistente visión del
cuarto
de
su
cuanto
mostraron el
alegría vagaba por su sueño con un designio Despertó sobresaltado. Tuvo que causó
casa
le
colegio,
de tristeza.
luchar
la per para asegurarse de con
32
CARLOS VATTIER no
que no
estaba allí. Entonces la angustia
porque
tía ya sino
se
le anudó la garganta
y
más el llanto. Lloraba sin motivo preciso,
contuvo
se
los había devorado todos¡. No
sen
malestar físico. A través de las
lágrimas, chispa roja que se movía siempre en el mismo sentido. Jorge Smith fumaba. Como al Ángel de las ti nieblas, se lo habían puesto a su lado casualmente. Los vio
un
una
sollozos de Abel
eran
cada
vez
más fuertes-
¿Por qué lloras?
—
No sé por qué.
—
—
¿
Nunca habías estado interno ?
Nunca.
—
—
pero
Ya
no
—
—
te
acostumbrarás. A mí
vine
No, si Bueno,
a
eso
no
es
no
llores más.
.
.
no me
sino al
entretenerme
pasó lo mismo,
mes.
.
¿Trajiste algo
de comer?
Sofocando el llanto, Abel enjugóse los ojos sábana y contestó:
Tengo chocolates
en
Sácalos sin bulla
y
—
—
con
la
la maleta.
convídame
Abel obedeció. Después cama de Jorge y le dijo con
se
uno.
sentó
una
voz
a
los pies de la
entrecortada:
Hoy te engañé. No quise decirte lo que era. ¿Y qué eres? Mi padre dice que somos judíos. ¡ Judío ! El tono de la exclamación de Jorge revelaba que no había pensado en una raza mejor o peor, sino sim plemente en la cualidad o defecto "judío", aplicable a cualquier nacionalidad. Abel aguardaba su respuesta con —
—
—
—
NOCHE DE LOS JUDÍOS
inquietud;
pero
Jorge
no
33
le concedió mayor importancia.
¿Para qué ibas a decirme que eras judío? Tienes razón. Además, a mí me gusta ser igual
—
—
a
todos. Los judíos mataron a Cristo, decía el profesor de Religión. Cada judío perseguido me resucita a Cristo, decía el padre de Abel Rainer.
Jorge siguió —
Si
no
el hilo de
su
mezquino,
eres
pensamiento: qué ibas
¿para
a
llamarte
judío ? Abel
se
conmovió. Mascaba y sollozaba,
lágrimas y Sin embargo, le habló
chocolates.
ciándole las
manos
con
Jorge como
una
no
tragando podía comprenderlo.
hermano chico, acari torpeza de terranova enter a
un
necido. —
arma
Acuéstate, grande.
será
mejor. Si llegan
a
pillarnos,
Lo dicho. El muchacho que dormía junto los iluminó de improviso con su linterna. ¡Qué diablo! He estado oyéndolos hace —
se
lo
coman
do
a
Jorge,
rato.
No
todo.
Al saltar de la con
se
la
cama a
recibir los chocolates, tropezó
el velador. La jarra del agua cayó al suelo, un explosivo. Los de sueño liviano
como
reventan
desperta
sobresaltados. Las carcajadas nerviosas de Jorge incontenibles. Y comenzó la batahola. La mirilla
ron eran
iluminó. Encendiéronse las
de la celda del
guardián
luces
encantamiento.
como
por
se
¡Qué pasa aquí! ¡Qué escándalo es éste! El guardián estaba ya en el centro del dormitorio.
—
3
CARLOS VATTIER
34
Por más que Jorge empujaba a Abel no se movía. Estaba fuera de sí. —
¿Qué hace ahí,
una
para
persona
en
señor
este
Las
Rainer?
Colegio. ¡Y
los pies, éste
con
esto
camas
son
el primer día!
¡Muy bonito! Es demasiado tarde para averiguar nada. Mañana se presentará a primera hora en la oficina del Rector. Ahora, a callar y a dormir todos. Sumido nuevamente en la penumbra, Abel
esperaba
milagro de ternura de los suyos. Los veía reunidos en punto del espacio, como en uno de esos iconos donde
un un
cabe
do. No
lo tenía agarrota conciliar el sueño hasta que la claridad del
multitud de
una
pudo
santos.
El
terror
piel como un bálsamo frío y apaciguador. Y fué sumergiéndose poco a poco en la luz amanecer se
de
una
derramó
estación
en su
suave
y
perpetua
como
una
aurora
bo
real.
Abel
no
tenía
una
costumbre, sino
sueño. El sabía más que los
grandes,
ba
era una
pura
mera,
en
sino
su su
pureza.
Y
no
pues
fuga
voluntad de
la vida para
propia materia. ¿A quién pedirle
¿Dónde refugiarse,
socorro?
una
sin
caer
de
entra
él la qui entonces
nuevo
prisio
nero?
Así, do se
como
un
animalito
salvaje
y
clarividente, cogi
red invisible de puro sutil, estuvo debatiéndo desde las primeras horas de la mañana. ¡Ah! si él hu en una
biera podido largarles la furiosa jauría de Jorge, ya que no disponía sino de una fauna mitológica, irrisoria de tan
espantosa.
NOCHE DE LOS JUDÍOS
Era
primaveral. La lluvia había lavado las
día
un
35
hojas del viejo castaño,
cuyas raíces
se
insinuaban
como
poderosa musculatura en el asfalto del patio. La sala del kindergarten quedaba frente a la oficina del Rector. El sol desprendía agujas luminosas en los vidrios, en el barniz de las bancas, en las bolitas del tablero de las uni dades. Qué vida tan apacible se llevaba dentro de los una
cuadros de las El Rector
estaciones.
cuatro
llegó
las
a
dumbre alcanzaron
Abel
en
El
nueve.
susto
y
grado tal,
un
la incerti-
le avisaron que entrara a la oficina, lo invadió ma rayana en la insensibilidad.
La rectoría
era
no
lo suficientemente
cuando
que,
una
severa
cal
como
locutorio de monjas, pero no para dejar había en ella nada que le quitara su aire de institución. El Rector era un hombre gordo, cuya desmedida nutri de parecer
ción
podía haberle prestado
pero la reza
un
frialdad salía
través de
a
de hueso. Atacó
—
¿Qué
a sus
a
rasgos cierta sus
gestos,
blandura,
con una
du
Abel sin rodeos.
hacía usted anoche
en
la
cama
de
Jorge
Smith? Me levanté
—
conversando
tuve
oído llorar
más,
no es un
¿no
se
to? Como
a
convidarle chocolates. Después es los pies de su cama. El me había
y...
Llorando
como
—
Este
a
presidio da
no
cuenta
lo
una
ni
niña.
una casa
¿Llorando
usted de lo grave
conozco
bien,
por
qué?
correccional. Por lo de
me
que
abstengo
es
todo
es
mejor de
hacer suposiciones. De todos modos, el desorden que promovió anoche en el dormitorio, merece un castigo
36
CARLOS VATTIER
ejemplar. Hay dre llegará de pan, tanto un
él,
de raíz la mala
que cortar
momento
un
como
establecimiento
usted, lo
que
yerba.
Es necesario
Su pa se
que
significa la disciplina
padre.
su
a
otro.
en
éste.
como
Habían llamado
a
Tendría
que
mirarlo
¿Y para qué? Nada castigarlo a ¿Qué mal secreto e irre parable había en todo aquello, que no podía penetrar? Se le nubló la vista y quiso pedir perdón a gritos; pero cara a
cara
en
unos
instantes más.
él solo.
les costaba
estalló
en un
llanto convulsivo.
El portero anunció: El señor Rainer. —
El La
rector
cara
medida
lápiz,
levantóse
a
recibirlo
con
toda amabilidad.
sonriente del señor Rainer fué endureciéndose
lo imponían de lo sucedido. Dando con el golpecitos intermitentes en el escritorio, el Rector que
salivaba cada palabra de su peroración: Por algo me resistía yo a recibirlo —
Es
a
muy
delicado para
grandes. Tenemos de adivinar qué
que
cosas
en
el
Colegio.
hacernos cargo de niños formarlos de nuevo. Uno no pue nosotros
han
aprendido
en
esta
edad
tan
peligrosa. El desorden de anoche me da mucho que pen Hay una grave responsabilidad para con los padres de los demás niños. Esto no significa que pongo en te la de juicio las costumbres de su hijo, ni los principios En consi que han debido inculcarle en el hogar. Pero a usted tan deración una persona influyente, se que es ñor Rainer, le hicimos esta concesión. Yo le aconsejaría que tuviese a su hijo una semana más en casa. Por otra parte, la señora Rainer me dijo que no le habían dado sar.
...
NOCHE DE LOS JUDÍOS
educación cristiana.
37
En fin, él podrá elegir más verdad? Creo que los cristianos tenemos
una
tarde ¿no es todavía mucho
en
.
.
común
ustedes.
con
El señor Rainer pensó, sin no elegirá nada".
.
.
atreverse
a
formularlo:
"Mi hijo
Levantándose, el Rector hizo una pausa de gran efecto. Le volvía la espalda a un Cristo de talla que es tiraba los brazos más allá de sus clavos ensangrentados. —
Al fin
y
al
cabo,
este
en
colegio
se
instruye la
me
agregó. Yo comprendo que no haya escatima do usted sacrificios para educarlo aquí. Nada le costaría
jor gente
—
dejarnos las
entonces
manos
formación religiosa.
a su
.
libres
en
lo que
se
refiere
.
Como el condenado al subterráneo
que
se
inunda de
este lenguaje lleno de poco, ahogándose circunloquios, el señor Rainer hizo un brus co movimiento de impaciencia. Pero el Rector aunque intención de sugerirle algo no tenía tal vez la oscura vergonzoso, sino de aprovechar más bien aquella coyuntu ra con su voz insinuante y sus frases dejadas en el aire, logró hacerlo pensar lo peor. El señor Rainer perdió en un segundo toda noción de las proporciones. En su pro pia persona reencarnó los hechos, descubriéndole tras cendencia a los menores detalles y exagerando el de rrumbe de sus esperanzas. Insultó a su hijo en la forma más soez. Después se levantó y lo abofeteó con tal ensa ñamiento, que el Rector intervino, suplicante:
agua poco
en
a
reticencias y
—
—
¡Por Dios, señor, querido. —
.
.
si
no
es
para tanto!
Yo
no
he
38
CARLOS VATTIER
Pero el señor Rainer había perdido el control. No
podía sión.
ya
volver atrás.
Inmóvil,
con
una
hasta el dominio de abrazó
tregua,
se
rencor,
con
una
serenidad
en
hubiera dicho
golpes alteraban, reír. Sonreír sin saber, se
como un
sus
sin compa
Siguió castigándolo el
que
rostro que ni
Abel quería
enajenado
expresiones. En
que
un
ha
los
son
perdido
momento
de
padre ciegamente. Lo miró sin inocencia que humillaba. Entonces el a
su
señor Rainer
perdió también el pudor y lo estrechó con tra su pecho, como si lo hubiese recuperado. Cuando salió de la oficina, tirando a su niño de la mano, no se supo si
su
cólera recaía sobre él mismo
tor: —
¡Bestia!
asco»*»
omM^
o
sobre el Rec
EL PEQUEÑO MAESTRO BEN
Ben sabía
países de
que
menos
son
las
manos
tibias
distinguidas de todos los
más frías; pero sintió que las temperatura que le llegaba con
o
pueblo tenían una agrado al corazón. Conmovido, recibió el ramillete su
le ofreció so
una
comisión de niñitas
de bienvenida
y
el
trozo
en
del Profeta
los bronces mohosos del Orfeón,
con
pareciéronle admirables. Ben sonreía, dito
a
su
que
el andén. El discur que
chirriaba
en
toda sinceridad,
sin
poder dar
celebridad. El alcalde le ofreció
una
cré
copa
de
Consistorial, donde lo esperaba champagne un piano abierto. Pensando en su equipaje, Ben tocó peor en
la Casa
fué más!
aplaudido
que en ninguna parte. la puerta de calle con violen cia, para poder librarlo de los curiosos que querían se guirlo hasta el interior de la casa. que
nunca
Su madre
—
y
tuvo que cerrar
¡Ben, hijo
mío!
Todo estaba igual. Viejo, feo, adorable. El espejo de la chimenea había perdido otro poco de azogue y se guía llevándose hacia dentro los toques del reloj. El bri llo festivo del encerado hacía resaltar más la pobreza de
42
CARLOS VATTIER
log muebles. Los membrillos samada
—
dían
—
madera de fruta embal
alineados sobre el armario de
nogal, despe
de Otoño. Pero Ben reconocía
su perfume olor de familia, en medio de aquel aroma de alacena limpia. El álbum de retratos, como siempre, debía estar guardado bajo siete llaves. Su padre lo hojeaba a diario
y
su
seco
temblaba cuando veía el
pobre
del abuelo Neftalí. El
retrato
había hecho lo indecible
por
disimular
cres
ese
infamante que les obligaban a llevar como distintivo aquella época. Se lo habían tomado en Varsovia, en
po en
los malos tiempos de Israel.
Seguido la
casa
en
por
madre y
su
su
hermana, Ben
recorría
silencio.
volvía rico y tornarlo todo
Después de diez años de ausencia, famoso. Pero qué duro le iba a ser trasicon
dinero. Era
su
de
familia
si, en el fondo, hubiese prosperado.
como
alegrara que obstante, tendría que borrar de una plumada fancia, la hostería abierta de sus sueños. ¿No me preguntas por nadie?
se
su
no
No
su
in
ventana
es
—
—
Por nadie, madre.
Y subió
a
encerrarse
en
su
cuarto.
La
taba entreabierta. Ben miró hacía afuera y encontró a Lenka, asomada a su balcón, como todas las tardes.
Ben viole la misma blusa azulina de hace diez años. Le hizo las señas de costumbre y fué a tenderse a su cama.
Debería haber atravesado
a
decirle
que
la amaba
más que nunca; pero Ben tenía que soñar primero, aun que la dicha estuviese al alcance de su mano. Y aquella era su
hora,
en
que
el
crepúsculo lo anestesiaba
luz más delicada que la de
amanecer.
Entonces
con una se
dor-
NOCHE DE LOS
mía a
con
livianura
y
soñaba lo
las siete de la tarde
que
despertar
y
43
JUDÍOS
quería. ¡Oh! dormirse las!
a
nueve
de la
no
el día al revés y el mundo perdido. che, Cuando bajó a la hora de comer, un poco traspues con
todavía, su madre regañaba a Ezra. Es inconcebible tu indolencia. Sabías de más
to
—
que
llegar a las seis tu hermano Ben. Todo el pueblo ha ido a recibirlo, menos tú. Nunca serás nada con esa iba
a
brutalidad.
No, madre, si estoy
de verlo
cualquie Además, yo no soy ningún personaje para us tedes, la interrumpió Ben, acercándose a su hermano. —
ra
contento
a
hora.
Ezra evitó
en
lo
posible
que
mería verlo emocionarse
en
lo había hecho
menos
te
Pero Ben lo quería contra sí mismo. De niño, a pesar de su carácter impla cable, lo servía como una hermana menor. Aunque Ezra
podía saber si
padecer
su
la
lo abrazaran. Nadie
casa.
ninguno, Ben
a
que
no
correspondido. De todas ma la dureza es siempre la forma más
amor era
pensaba que aceptable de la dulzura. Le habían preparado un maná crujiente y dorado. Quisieron informarse de todo, acosarlo a preguntas: neras,
pero
Ben les rogó: Hablemos de
—
ayer.
¿Sanó de
los
sabañones el
pequeño Noel? ¿Apareció la llave del armario? ¿Sigue la misma gotera en el desván? Después de comida, un poco desilusionada de en contrar
a
su
hijo igual, la madre pidió
para
revisarla. Sin hacer
en
busca. Sacó
su
un
caso
montón de
a
sus
ese
la ropa ruegos,
blanca
Ben fué
cofre de cedro,
pa-
CARLOS VATTIER
44
sado
espliego,
a
apareció
en
que
era
el orgullo de la
la sala, Ezra lo miró
casa.
los ojos
a
Cuando
se
y
hubiera
que iba a sonreírle con ternura. Y llegó la hora de todas las cosas tristes de todas
dicho las
casas.
Tú
—
ves,
al
pobre Ezra
no se
le compone la suerte. digo que cambie de
si gana para vestirse. Yo le
Apenas
carácter. Hace tanto el modo de las personas. —
No hace nada, madre. Pero
cambiará de estrella
como
te
juro
que este año
de guantes.
Ben, sabes de más que no desprecio tu ayuda, pe que no puedo aceptarla tampoco. Eres más joven que yo y estás comenzando, intervino Ezra con brusque —
ro
dad. —
to que
No he hablado de tengo.
dido las
ayudarte. Es un presentimien Además, dicen que Sigfrid Claver ha per partes de las acciones de la fábrica. venia teatral y salió a la calle, silbando
tres cuartas
Ben hizo
una
el mismo aire que tarareaba desde chico
en
la pieza de ba
ño.
No atinaban a comprenderlo. Su madre se quedó preocupada. En el fondo, no le hacía mucha gracia aquella personalidad de sus hijos, tan fuera de lo co mún. La desorientaban los arranques de Ben y Ezra la enfurecía con su orgullo de pantalones rotos. Pero, ha
ciendo memoria, Sobre todo
a
se
daba
cuenta
Ben, del cual
enternecida. La seriedad de que nunca,
como tras una
de
que
no
tenía tan sólo su
arte se
los conocía. una
noción
lo ocultaba más
cortina de humo.
NOCHE DE LOS JUDÍOS
¡Qué estafó
raros
45
eran! Cuando el malvado
padre, dejándolo en la ruina al poco tiempo, no derramaron
a su
muerte
y
Sigfrid Claver causándole la
una
lágrima. Ni
les escapó una interjección de protesta. A medida que Sigfrid Claver se extendía a costa de las
siquiera ideas ella
y
en
rante.
se
del dinero de su
casa,
Pero
se
era
su
marido, el odio
cada
estrellaba
vez
que
proclamaba desespe
más enconado y
contra
las
caras
cerradas de
sus
dos hijos.
Ben, el
que
el más distante
aparentaba
tener más
sensibilidad,
era
incomovible. Porque Ezra la impulsa ba siquiera a llevar a cabo algún medio para reivindicar sus derechos. Sin hallar eco para sus gemidos, llegó a gri e
tarles: —
¡Inconscientes! ¡Malos hijos! ¡Ni la miseria los
asusta!
Con el mismo
fuego difamaba al canalla. Y cuando Ezra, Sigfrid Claver, fué expulsado tam bién de la fábrica, la dejación de Ben colmó la medida. Sin inmutarse, se impuso de lo sucedido y salió de la pieza, diciendo que no podía seguir lamentándolo, pues a
tenía
instancias de
una
entrada de favor
para oír
la Pasión de Bach.
¡Y pensar que Sigfrid Claver, el renegado, habla ba de la inmunda raza judía de su familia! hasta muy tarde, dán dole vueltas a su antigua pena. El ritmo de su labor in terminable, era ya el mismo ritmo de su sangre.
¡Qué horror! La madre
Ben había salido sus
calles,
su
olor,
a
sus
estuvo
reconocer muros
la ciudad. Su parque,
escritos
riosas, ellos le habían entregado
su
grietas miste primer caudal de con
46
CARLOS VATTIER
emoción. Y sobre todo la otra ciudad, la que estaba de cosas y de los seres, como un cuerpo glorioso.
trás de las
¿Qué
secreto
para que este a
la pureza de
con
libertad
arte?
su
tumulto de reclamos interiores? Un día,
este
sintiendo
en
el aire
través de las
a
trabajo tendría que realizarse, llegara a ser necesario y extraño ¿En qué lenguaje iría a expresar
divino
y
material
pecho el vuelo de
el
rosetas
de
piedra
en
mirando
y
la
torre
que el cielo había hallado
adivinó
la
catedral,
su
pauta. Entonces cantó.
buscándose
Ben caminaba,
pájaro
un
con
pasión las viejas
sensaciones, para recibir en ellas un paisaje que día ya decirle lo mismo. Sufría. Sufría como en carnizada lucha
de
ellos
en
no
po
esa
en
la esterilización de todo lo vivo
contra
iba conduciendo la perfección de su música. Pero él tendría que alcanzar a ser el más alto, con los
a
que lo
más obscuros y peores elementos. un
furor de cielo
y
no
se
halla
Porque hay primero después cómo descender
al paraíso terreno.
¡Oh! Adonai, qué dulce es la venganza tolerancia paternal te haces olvidar en ella —
y
con
por
qué
unos
instantes.
De regreso a la casa, Ben escuchó esta voz interna, que si lo intimidó con su altisonancia, lo hizo también sentirse vivir con arrebato. Porque él se estaba vengan
do,
y acaso no
acabar de
había venido
vengarse.
dueño absoluto de te.
su
La desconfianza
sido tal
vez
sus
a su
ciudad natal, sino para
Había esperado veinte años. Era e
alegría inhumana de impaciencia de
mayores
acicates. Sin
su
tan conscien
madre habían
embargo, lo irrita-
NOCHE DE LOS JUDÍOS
ba el
que
pueblo de Por
ella
no
hubiese reconocido, en mordiente silencio.
47
su
actitud,
a su
espera y
de León Klein,
Su mejor amigo, Ben ha bía ido adquiriendo, valiéndose de los más hábiles ardi tes, la mayor participación en la Hilandería que Sigfrid mano
Claver había robado cuarta
pleto. bre
'
a
su
padre. Sólo le faltaba
parte del capital para adueñarse de ella por Y no le quedaba sino poner los títulos a su
una com
nom
entregarle a su hermano Ezra el puesto de más alta ingerencia. ¡Qué cara pondría ahora Sigfrid Claver, reducido ya al mínimum de poder! Pero era poco todavía. Para po der sentirse realmente satisfecho, Ben necesitaba la rui na total del viejo Sigfrid. El descrédito, el hambre, la muerte, si fuera posible. No en vano el doloroso rostro de su padre traspasaba los cielos para llenarlo de con goja. ¡Oh! adelantarse a la fatalidad y apurar a esa jus ticia inmanente, tan insospechada y rara en venir. Ven gar a su padre, vengar a su madre, vengar a su hermano, vengarse y verlo pisoteado como a un sapo. Hacer hasta el último sacrificio para aniquilar al enemigo y verlo ¡Ben! ¡Nuestro querido Ben! y
.
.
.
—
En la cervecería lo asaltó No les había torturante y
pasado
fervorosa
un
un
grupo
año. Estaban
juventud de
de compañeros.
jóvenes,
los deseos
no
con
satisfe
chos. Lo abrazaban, lo tocaban, entrechocaban los en
su
esa
vasos
hone&,
Vengarse y verlo Qué bien se encontraba allí. La bomba de porcelana —
...
CARLOS VATTIER
48
floreada hacía de
reno,
la
espumear
cerveza.
En la
cornamenta
estaban colgados quizás los mismos sombreros.
Más tarde, más tarde, el duro calor de la pipa iría formándose
en
una
Vengarse
—
carne suave entre
verlo
y
.
.
trans
sus manost
.
No. Aunque lo justo no basta siempre, Ben no lo haría. Ezra sería feliz y él habría cumplido ya con su me dida. Como en todos los imaginativos, la venganza ha
bía hallado
un
principio
y
un
fin
en
su
Tal
mente.
vez
habría podido sobrevivir a tanta dulzura. El mun do tendría que perdonarlo; pero aún existía la música y Lenka asomada a su balcón. La vida se le embelle
no
cía
en
cada cambio
y
hallaba
tan
agradable
fumarse
quilo el primer cigarrillo de la mañana. Y él mido, pequeño, pero lo querían mucho. Cuando llegó a su casa de amanecida, zapatos para que
no
lo sintieran.
era
se
tran
feo,
tí
sacó los
SE HACEN CORTOS LOS DIAS
4
Estaba obscuro todavía. El se levantó con tanto cuidado, que ella vino sólo a despertar con el ruido del el baño. Temerosa de haberse atrasado en sus quehaceres, saltó de la cama y abrió las persianas. Las estrellas estaban ahí. Entonces preguntó en alta voz: agua
en
—
El
¿Te vas sin desayuno? jadeo de la respuesta la
hizo sentir el hielo de la
ducha: —
Duérmete. No tengo hambre. No
me
esperes
en
todo el día.
Ella volvió a acostarse y se encogió en su rincón. No tenía costumbre de averiguar más. Su marido deja ba en la cama un hueco amplio y caliente. Poco a poco fué hundiéndose cavidad de su
có
en
él,
como en
sueño. El salió
una
comarca
o
en
una
puntillas, abrochándose ancho cinturón de cuero. Cogió algo de la mesa, bus otra cosa a tientas y se fué sin decir palabra. Ella despertó a la hora de siempre. Tuvo que hacer su
en
memoria para cerciorarse de que lo ocurrido no fué un simple sueño. Pero estaba allí, al otro lado de la cama,
aspirando
en
el almohadón
ese
olor personal tan agrá-
52
CARLOS VATTIER
dable
rrada,
sin la
hasta
él cuando entraba
despedía
que
tarde,
en
preocupación del desayuno, como
calor. Amodo estuvo
tendida
colegiala ei primer día de
una
vaca
ciones.
La luz entraba bre los muebles movilidad. Como cordar
de
peso
raras
entregas
sus
ambos el
cuerpo. su
pequeñas franjas, posándose
en
recorriendo el
y
tan
Por
cuarto
con
una
so
aérea
complacía ella en re completas. Qué bien se conocían veces,
eso
se
sentía ahora
como
si el duro
hombre, hubiera llegado a adaptarse a la esas cosas que cabían en su pecho.
livianura de todas
Era
imagen impresa en un viento ligero como su sangre. Cuando lo sabía lejos, comenzaba a mirarlo por primera vez. Lo veía en las calles de la ciudad, casi co una
rriendo de
largas
pura
juventud, ella
con una
vida tal
en sus
piernas
más. En la ardorosa
podía penumbra, en medio de ese silencio que impone el deseo, no dejaba tampoco de ser para ella el desconocido de los pantalones negros y la camisa adherida de transpi ración,
y
llenas,
que
que
la hizo
no
apresurar
el
paso,
con
un
ansia de
sorprenderle hasta el hondo sabor del aliento. ¡No poder quedarse así todo el día! Cuando echó atrás el cobertor, flotando todavía su
somnolencia, la asaltó
una
violenta sensación de
en
sus
¿Qué podía ser? Da lo mismo. El corazón anuncia en igual forma el dolor y la felicidad. Parece que el mie do es su disposición más sincera. Abrió las ventanas y el espejo relampagueó. En se guida fué recogiendo los calcetines, la ropa interior, to do lo que él disparaba con el apuro de lanzarse a la cato.
NOCHE DE LOS JUDÍOS ma, como so a
la piscina los días sábados.
a
hacer el
no
matinal, rabiando
aseo
de las colillas escasez
53
Después
por
se
pu
las quemaduras
el suelo.
Sudaba, protestaba contra la en fin, es posible que mujer más orgullosa de sus ojeras en
en
de dinero, cantaba. Pero,
hubiera
una
todo el edificio. En el baño,
palpó
se
se
y
miró los
senos
crecidos
bajo el buen clima de su lecho, con el mismo enerva miento que le producían las grandes manos de su mari do. De pronto pensaba en la estrechez de su vida o que carecía de rias para
falta
a
mundo de
un
esas
futilezas
mujer. Porque prenderse un alfiler. a
una
veces
la
que
mayor
En
son
lo necesitaba todavía. Estaba excesivamente
en
descubrir
confesable
aquello que debía ser in ¡Oh! el íntimo paraíso de sus movi malas costumbres, de su fuerte respira
y gozar
para
con
él.
mientos, de
sus
ción, de
adorables miserias.
sus
¿Lo amaba? Sería mucho decir. do presente y el memoria. se
Además, ella en
sentimientos
le
una
con
que
en
es
más bien apenas
era
su
Lo tenía demasia un
una
ritornelo de la niña y aún
no
interior las cortinas de este
exagerar y representar los Había algo, sin embargo, que ira celosa. Era la seductora defensa,
se
toda
a
provocaba
el misterio
que
vencida de que
quieren
costa.
rodeaba él
nunca
a sus
amigos. Estaba
lograría desenmascarar
a
con
aquellos
le indicaba que una par considerable de la vida de su marido pertenecería
seres
te
amor
habían descorrido
escenario
se
verdad, la suya ocupada
no
hasta
cosas
dicha la hace
intocables,
cuya existencia
54
CARLOS VATTIER
exclusividad
siempre
y
Tal
tendría
vez
con
Almorzó
que
poco,
ción para la noche.
a
alcanzaba
género hombre.
con
egoísmo de
un
a
y
gía. Encontrándose
tan
ágil
como
él, después de sus quiso sentir de súbi
prolongados abrazos, cuantas veces to en el vientre la gravidez de una criatura a
gara
caminar
la carga de
buscándose
perro
le brillaban los ojos de salud. Ella no quitarle ni la más ínfima cantidad de ener
hueso
su
su
compartirla por mitades. procurando guardarle una doble ra Se ponía tan amoroso y alegre con
el estómago satisfecho. Comía con
los de
su
y
Fuera de
con
dificultad
y que
esto,
en
nada la
la obli
la hiciese soportar
apasionamiento. Porque
buscándolo
que
se
quedaba sola,
el aire.
preocupaba.
Se hubiera di
cho que ignoraba hasta de dónde procedía. Educada en un asilo de huérfanas, salió a ganarse el pan, muy poco
de conocerlo. El la llevó a casa de sus padres, donde le preguntaron el nombre. Lo dijo. Y por la cara que le pusieron, ella dedujo que no les sonaba a algo antes
del otro mundo. Mas bien les agradó que fuera aquél. Su marido confesóle después que eran ambos harina del mismo costal. No cabía duda, pues los otros
judíos de la vecindad prestáronle el primer tiempo hasta las ollas para cocinar. Pero esto es lo de menos. Una
terminado el arreglo del departamento, puso componer medias. Entre la finura de sus de seda dos, la y la aguja del crochet hacían un trabajo al
se
vez
a
vuelo.
Tuvo que cerrar las ventanas. Había empezado la bulla ensordecedora de las motocicletas en que reco-
NOCHE DE LOS JUDÍOS rrían las calles! los
tenía noticias, fué
dueños de la ciudad. Según
nuevos
invasión
una
55
esperada. De todos modos,
pacífica
aun
no
y
largo tiempo
hacía sentir
se
en
Ellos hablaban el mismo idioma, con un acen más áspero, eso sí. De seguro que el orden estable
extremo. to
cido iría
cambiar profundamente. En su casi total retraimiento, ella no podía opinar. Sin embargo, desde que ellos aparecieron, su marido perdió la calma y no
tábase
a
una
visible alteración
gunos vecinos.
Ella
no
leía
en
las conversaciones de al
periódicos
y
a
causa
de
su
esquivo recogimiento, nadie le participaba sus inquietu des. Su silencio y su discreción habíanle dado fama de tonta.
Un día que comentaban con el conserje los prepa rativos de una exposición rodante, que exhibiría los pe ligros y los defectos de cierta raza, le extrañó la avi lantez y el
irritado
tono
Siguiendo
—
en una
en
una
"menagerie" de
su
marido:
entero
exposición rodante,
tendría
peor
aún,
circo.
La tarde comenzaba de
que contestó
criterio, el mundo
este
que transformarse
con
a caer.
Primero tiñó los vidrios
indeciso y luego de un azul conmovedor. Ha lo alto, envolviendo las torres y las cúpulas, esa
un rosa
bía
en
neblina dorada
que
es
la
corona
y
el hálito invernal de
las antiguas ciudades. Desde losi muelles del río, llega ban derechos al corazón los silbatos de las embarcacio nes.
levantó de improviso, como si una mano la hubiese rozado, para avisarle una hora llena de sentido. Caminó hasta la puerta y salió al pasadizo. Un sordo
Ella
se
56
CARLOS VATTIER
sollozo repercutía ramente:
do,
en
la negra fosa de la escala.
"Hasta las lágrimas
tuve que
anunciarle
por
nos
Oyó cla
han robado. Sonrien
teléfono,
a
mi
hermana,
que
hijos estaban perfectamente bien. Los habían muer to, uno por uno. Todavía veo las bocas de los revólve res, apuntándome, mientras hablaba. Silencio. Allí vie mis
nen." Ella entró de pie
rato
en
a
la casa, sin atinar la
oscuridad,
a
nada. Estuvo largo
enteramente
paralogizada.
De pronto escuchó un seco tableteo y un tropel como de caballería, trepando la escala. Todo fué muy rápido,
impensado. Golpearon la misma —
a
su
puerta y volvió
a
repercutir
voz:
¡Abajo! ¡Abajo! despavorida. ¡Abajo! ¡Abajo!, clamaba ¿Qué pasa? gritó ella.
Ella salió, —
—
Los han asesinado
—
—
—
—
Y
¿Y
a
todos
una
en
anciana.
la puerta.
mi marido?
¡Abajo ¿Dónde está? quiso desprenderse
de la vieja que la abrazaba por la cintura hasta clavarle las. uñas. No pudo dar un paso.
—Es inútil, hija mía. Lo han muerto junto con mi nieto. En la puerta estaban, boca abajo, contra el pavi mento. Ya se los llevaron. No queda una sola mancha.
Son
muy
listos para lavar la sangre.
NOCHE DE LOS JUDÍOS
Ella abrió los ojos
enormemente y
57
no
habló más.
Lívida, inmóvil, parecía haber echado raíces hasta el fuego central. sas
Cuando entró al departamento el pelotón de cami negras, como un pesado revuelo de buitres, ni si
quiera pestañeó. Ejecutando un rito bárbaro, con una especie de sadismo colectivo, quebraron vidrios, objetos, su pobre espejo. Después de registrar, de destrozar la ropa y de darse el ingenuo placer de arrojar algunos muebles por
la ventana, salieron en fila, escupiéndola turno, con una admirable disciplina. ¡Qué muchachos tan fuertes y tan hermosos, ha por
—
ciendo
tanto
piso desierto,
pensaba la anciana, bajando
daño! con
liberación: la de
a
la única esperanza que se acerca esperar nada ni a nadie.
a
su
la
no
saqueada, ella permanecía de pie. Des de abajo llegaba el trepidar de lasi motocicletas y un En la pieza
vocerío intermitente.
¿Qué había ocurrido? ¿Qué le había pasado a ella misma? Porque volvía en sí como de un hecho muy re moto. Sólo una hora después vino a comprender que, si no lloraba, iba a estallar. La tragedia no se había apo derado aún de ella. Planeaba, rondaba su aturdimiento, la circundaba
como
una
presencia creciente
aquellas cumbres del dolor, cómo el organismo de su juventud. Sus nervios, Hasta
en
sólo daban
en
su carne
imaginar el infinito
a
un
enemiga. defendía
sus
aviso confuso. Ella
reflejos podía
no
través de la maciza estatura, de la
solidez de los miembros de
ocultaban, privándola
y se
su
marido. Más bien
se
lo
de todo consuelo ilusorio. No exis^-
CARLOS VATTIER
58
tía,
ella,
para
una
tumba
pudiese
que
encarcelar
y apa
ciguar el frenesí de aquel cuerpo, cuya sangre seguiría ardiendo más allá del espacio. La muerte no puede ser
abominable, a
la
porque
juventud,
se
es
inconcebible;
vuelve falsa
Ella caminó hasta la
pies, adueñándose de
sus
ba
a sus
rincones más
cia flotante. Ella
no
y
temible. La ciudad estaba
ventana.
noche
una
ocultos,
pero, cuando ataca
a su
que
se
colorido
a
reincorpora y
a su
esen
conocía otro país del mundo. Si al
preguntado : ¿ de qué raza eres o qué san respondido: Soy de esta ciudad. En el suelo estaban los pantalones negros que él usa en el taller. Conservaban las manchas y los pliegues
guien le hubiera
gre tienes? habría
ba que
habían estampado los movimientos de
Acusaban nes
con una
más secretas.
sus
piernas.
terrible precisión hasta las ondulacio Ella los recogió desesperadamente y
los atrajo contra su pecho. Su olor viril, inconfundible, dióle una tal sensación de volumen, que lo tuvo vivo entre
sus
Supo
brazos durante entonces que
de
unos
algo
cuantos
minutos.
había desalojado también doloroso por la presión de
se
su espíritu. Algo que era corporeidad. Pero se despertó en ella una memoria secular, una preparación inmemorial para afrontar toda persecución o afrenta. Y tuvo valor. Tiró lejos aquella ropa viviente, tomó el retrato de su
su
tía
lo cubrió de besos. Por primera vez lo sen el corazón. Después se lanzó a la calle, como al
esposo y en
vacío.
NOCHE DE LOS JUDÍOS
La multitud
59
apiñaba para presenciar un desfile. Encabezábanlo algunos ancianos que llevaban, colgados al cuello, letreros escritos con letras rojas: JUDE. Ella no supo si
era un
unió
él,
a
como un
se
tumulto de santos
o
de
pues tenía la seguridad de oscuro río, lejos de allí.
ladrones, que
pero
se
la conduciría,
ACCIÓN CWI4J
1
EL LEPROSO DE UZ "Vivimos
en un periodo de exagera ción del nacionalismo. Como peque ña nación que somos, debemos tomar en cuenta estas circunstancias".
Einstein.
En
barrio comercial, por ejemplo, aplastados los rascacielos, subsisten el chato bodegón del ro pavejero Calmann y el palacio francés de David Rossenheim. La bulla del tráfico y el ambiente son endiablados, este
entre
pero las rositas rococó parecen
cillos
emprenden
indelebles,
y
los
amor
vuelo de yeso. La marquesina que protege la balaustrada de mármol, sirve de refugio a los transeúntes en los días de lluvia, y los corredores no
su
de la Bolsa, mordiendo un
poco
de recelo las
sus
largos habanos,
ventanas
miran
con
siempre iluminadas del
banquero Rossenheim. Toda clase de gente
entra y
sale de palacio, pero
portones, con monograma de bronce, están hoy ce rrados a piedra y lodo. Sumergido en la fría sensación de vacío que crea la cúpula, el portero dormita. En me sus
dio de
esta
penumbra,
una voz
prendería
como
una an
catacumba. Desde los hondos nichos, las torcha estatuas griegas se van por sus órbitas huecas a su cielo en
físico. Y mes
mino
una
es
como
si todas las puertas blancas y unifor
de la planta baja dieran a la nada. Siguiendo el ca recto de una espesa alfombra, se puede llegar sin
64
CARLOS VATTIER
ruido hasta el Y allí
cesa
cuarto
de
el decorado solemne, la suntuosidad
lesca. Un curioso sello a
trabajo de David Rossenheim.
personal añade
nove
encanto
un
más
la pureza de estilo del interior.
David tiene los ojos fijos en la pared. Mira un thalis plata, colgado entre las miniaturas de sus hijos. En uno de sus tantos viajes, se lo compró a un anticuario de
de Amsterdam, su ciudad natal. Cuando lo usó el RabíJ para las grandes ceremonias, el viejo puerto de Holanda
debía
aún
ostentar
su
título de La Nueva
Jerusalem.
La Nueva Jerusalem, se sorprende diciendo en dientes David. Después, sonriendo con ira y dando —
tre
puñetazo
un
en
el escritorio:
—¡Haber gastado una inteligencia da una vida para llegar a esto! Se levanta zados
y tensos
y
el
tacto
de
to
y va hasta la ventana, con los brazos cru de losi nervios. Descorre la cortina. La luz
intermitente de
un
letrero luminoso enrojece la habita
parpadea sobre su rostro como el resplandor de llamarada. No era más impresionante la estampa co
ción y una
briza de Simón Simónides
o
la de Ben Rubí,
a
la luz de
la hoguera de la Inquisición. A cuántas brazas quedarían las meditaciones de Da Labán Poliakov, su hombre de confianza, entró el escritorio sin ser oído y esperó cerca de un cuarto
vid, en
que
de hora para obtener
Señor,
—
ya
David volvió —
no
a
respuesta. queda nadie en la una
sentarse
en
casa.
el sillón de
Gracias, Labán. Deje aquí las llaves
mañana.
su
y
escritorio. no
venga
NOCHE DE LOS JUDÍOS
65
Antes de marcharme, debo advertirle que su se pidió la llave de la caja fuerte, para sacar sus joyas. Yo le dije que no podía abrírsela, si no recibía órdenes suyas. ñora
me
Hizo bien, Labán. Valen na
no
se
se
que
dispersará mientras
saque
un
sábanas vendrán muy bestias que —
Me
yo viva.
solo mueble de mi a
dormir
sean,
un
tienen
fortuna
una
su
parece que el cuarto
día
y mi
Además,
casa.
...
no
fortu deseo
En las mismas
Las
bestias,
por
querencia. de
su
hijo Saúl estaba
luz todavía.
con
—
Es
tan extraño mi
hijo Saúl. Buenas noches, señor. Adiós, Labán. Lo habían dejado solo. Habían pretendido transfor mar su vida en un problema sin solución. ¡A él, que los tenía resueltos todos! Habían entrado a saco en su tem —
—
plo, dejando esparcidos en medio de la calle sus teso ros secretos. Habían querido desligarlo del grupo, para ponerlo en el peligroso contacto consigo mismo. Lo ha bían lanzado
siga
iría
en
su
propia persecución, sin
prever que
a
ellos. Habían intentado convertirlo en la expropiación dentro de la propiedad, es decir, habían hecho lo inaudito por que se reincorporara el temible fan su
tasma
Su
con
judaico a su simple vida de judío. hija mayor dio la voz de alarma;
pero, en reali fué así. Antes que nada, había una enorme for tuna; una de aquellas fortunas que acaban con la grandeza de su creador y que descubren un fondo de miseria inson-
dad,
rable
no
en
los que la
dilapidan
sin sentido. De modo que el 5
CARLOS VATTIER
66
matrimonio de
su
hija
mayor,
miento y contra todos
sus
efectuado sin
su
consenti
planes, fué el primer
golpe
optimismo y a su voluntad dionisíaca, en cuya pauta parecía amoldarse el contrapunto del destino. Más tarde vinieron los primeros choques con su hijo Benjamín, el preferido. Con cuánto amor y qué vano combate libraba día a día, para mostrarle la cantidad asestado
su
a
de muerte y la constante negación de loa valores inmarcecibles que le aportaban sus controversias políticas. Pero sucede que las ideas más inofensivas toman cuer A las de Ben po y un día se arman hasta los dientes.
jamín les llegó Por
su
turno.
Y vino la ruptura.
habría tolerado David la presencia de su hijo, convertido de la noche a la mañana en un enemigo bajo su mismo techo. Además, mediaba entre ambos el respeto
amor,
a
habría osado
portaba
independencia de
esa
tocar.
criterio que David
En último término, lo
a
no
él nada le im
lo que
Benjamín podía tener de más sensible su pueblo, pues llegaba a concederle una plena facultad de preferir cualquier otro, si su es píritu
que
se
desenvolvía
en
atacara
él
con
en
mayor
libertad. David
reconocía la habilidad y la buena fe de
hijo;
su
pero
ocurrió que el excedente de inconsciencia y de brutalidad
ideologías más cerradas,
que tienen
Tas
cio de
causa,
una
zara su a
llegarí
vida de a
su
removió el subsuelo
pura
reserva
puestas al servi en
que
David al
alcanzó inteligencia. Benjamín vital, pero sí logró estremecer su
postura intelectual. Hasta ese momento,
no
fuerza de vigilancia y de do minio, David había vivido como cualquier hombre de a
NOCHE DE LOS JUDÍOS
negocios de cualquier país. Y logró
67
conquista máxi
su
olvidarse de que era judío, de tanto saberlo: "Nin gún francés se acuerda de que lo es, precisamente a la hora del té", decía David a menudo. Pero cuántos años ma:
y
qué de íntimas batallas costáronle
para presentar
su
actitud definitiva, por sobre sus taras hereditarias, por sobre su atavismo y su llagada memoria de israelita. Desde
brazo de sivismo
dad
su
capacidad de absorción,
mar, su
la concurrencia; de gran amplitud; de
una
materialismo, David
una
no
su
adivinación exacta; de
penetración
pensaba
tan
interna de
sólo
que
exclu
humil
a
su
robusto
ciego.
la vida
cada instante, sino también a sus rado de la temible psicosis del perseguido dose
su su
su
de visionario,
tos
a su
como un
orgullo mesurado; de su índole corro bonhomía conciliadora; de sus desbordamien
enfermiza,
siva,
entrega
congénito, surgió
abrió,
se
va
hacién
expensas. y
Cu
extirpándose
de raíz todo pesimismo, repudiaba el menor gesto im plorante. David estaba seguro de pertenecer a una enti dad que le
no
otorgaba,
se
había desmembrado
como
cualquiera
otra,
en
una
principio carta
danía llena de altos deberes. David Rossenheim
y que
de ciuda no
había
hecho nada por asimilarse; al contrario, había abierto sus puertas con una impetuosa necesidad de que lo co nocieran tal cual. Su
dignidad
no
era
la del mártir ni la
del triunfador, sino simplemente la de un judío digno. La grey flotante de Israel había hallado fronteras y re poso
en su
El
que
equilibrio. hijo lo hiciese cavilar siquiera sobre
su
sición; el que le mostrara, aunque fuese
en un
su
film
po exa-
68
CARLOS VATTIER
gerado, las
contorsiones de
su
pueblo, imperdonable
y
doblemente echado al abandono, lo obligaron a expul sarlo de la casa, sintiendo que se le iba con él una parte de
imagen. Aún le dolía la mano con que le mostró la salida; pero hay que añadir también la crueldad con que su
inteligencia muestra las caídas del corazón. No, David no podía soportar que su hijo Benjamín pretendiera arras la
trarlo de cho de
la vorágine,
nuevo a
sedición. Y
su
israelita hacía frente
con
a
su
para
debilitarlo
en
prove
qué desparpajo típicamente padre, para demostrarle su
conveniente antisemitismo.
Replegados en el olvido los años de lucha en común; revelados sin ambages, en la libertad de la abundancia, los resortes de la verdadera personalidad; agotado el la excesiva
ante
respeto sión y
con
ternal,
pero
complacencia; extinguida la
pa
punto de miras que David parecía estor bar, su mujer aprovechó la primera coyuntura para libe rarse. Salió tras de Benjamín, abogando por su amor ma otro
poniendo
ya
de manifiesto
su
horror al más
pequeño sacrificio. Poseedor sin competencia de todas las artimañas para no podía convencerse de que el
hacerlo surgir, David
dinero, mas
una vez
morales
manos
estaba
opulencia. Y guirlo. La ley
—
contener a su
o
conseguido, pudiese crear tales proble llegara a ser un lastre del alma. En sus
entonces
que
poder
sanar a
los suyos de
—
en caso
a
su
conse
juicio sino una cuba para le ley entregaría a su hija menor que se formalizara la separación. Sin
no
el océano
mujer,
el
qué solapada delicadeza iba
con
era a su
la
NOCHE DE LOS JUDÍOS
69
embargo, aunque no fuese a suceder así, la dejó partir también, sin una protesta. Pero fué una comprensión ge nerosa que lo rebajó ante el conocimiento de su forta leza. Con la partida de la pequeña Milka, se cerraba la única ventana abierta
cido
y
envuelto
que
fluctuaba
en un
entre
vida
en su
a
ese
mundo descono
aire visible. Con ella
lo increíble
se
iba
algo
la realidad insospe
y
chada de la poesía: el fruto de su vejez. No, David ya no podía defenderse con ninguna ar gucia. Los sentimientos habían sobornado su inteligencia.
La luz roja del letrero luminoso habíase vuelto más se -miró las manos, como manchadas de
intensa. David sangre.
Con el horror
a
la repentina visión de
una
fiera
la sombra, encendió las luces. Movió la cabeza para espantar un mal pensamiento y tomó el pri mer papel que halló a la mano, tratando de engañarse
agazapada
con
en
cualquiera distracción. ¡No es tan grande la tragedia
como
—
tación que
señal de duelo!
todos los añosi,
en
—
la misma fecha. Pero David
ría confianza, ni escucharía el Kadisch du por
sus
tampoco
a
a
abrirle crédito
en
el Banco.
David Rossenheim había reducido los
siempre presente
semiarraigada,
por ciento
le da
en
común denominador: el número neto de
o
no
Tal, ejecutado
la intimidad del hogar. David no iría abrazarlo en la Sinagoga el Día del Perdón,
hijas
ni volvería
para vestirse
exclamó, leyendo la invi el ropavejero Calmann le enviaba inútilmente,
con sacos en
que cuya
pertenecía
a una
proporción
de la humanidad,
no
y cuya
extremos su
a un
vida. Tenía
población flotante
subía
a
más| del
uno
calumniada riqueza
CARLOS VATTIER
70
era
precaria
o
muy
aleatoria. Convencido así de que
su
pueblo podía ser la argamasa que uniera en una gran hermandad las esperanzas puramente humanas de to dos los tica
las
sentía sobre sí
pueblos,
indeclinable. Por
e
cosas
riara;
se
demás,
responsabilidad
una
dejó de hablar
eso
como
un
contagio benéfico. y aislamiento, he aquí los dos polos
los cuales ha oscilado la vida de los
dispersión. Pero David sabía que, tos tan exclusivos como ellos, la
a
en
judíos desde la
pesar
de
sus
defec
humanidad
nueva
no
es
la de nive
sino la de asociar diversas unidades. Su
espíritu bí
podía desplazarlos, lar,
gritos da
elevadas, para que su propia alma no se va hizo feliz, para comunicar su felicidad a los
Asimilación tre
a
mís
blico, profético
y
pues
su
tendencia
no
revolucionario llevábalo
a
Lenin, Liebk-
racionalismo posi Luxemburgo; pero tivo lo impulsaba al agio cosmopolita de los Rotschild. ¿Cómo hallar una fórmula para neutralizar las fuerzas de necht
o
a
Rosa
su
dualidad? El camino
esta
parecía abrirse
como
una
Palestina, a la dulce Sion, ruta salvadora; pero habría
a
desprenderse primero de las profundas la costumbre. Otros vendrían después.
escamas
que
.
A las siete de la tarde pero, en
a
las seis
en
no
de
.
quedaba nadie
en
la
casa;
punto, David firmó el último cheque
blanco.
Nadie,
porque
el otro, el que le dolía
había sido
a
David
en
la
contribución impuesta y que por la naturaleza a su equilibrio perfecto, debía haber partido también. ¿Y quién daría un paso por retenerlo? Desde que se tuvo la certeza de su anomalía, pasó a ser carne
como
una
NOCHE DE LOS JUDÍOS
la bestia ni y
su
negra
de la
propia madre
que
Sodoma
y
Como herida
en su
feminidad,
de él. Y las reprimendas
se
las maldiciones de en
casa.
71
su
apiadó padre, hicieron llover
Gomorra sobre
-su
más
fuego
cabeza. Se hubiera
dicho que David no perdonaba ni a Lot, el justo, por haber pisado tan sólo el polvo de las ciudades malditas.
Esterilidad, persecución, mofa, asco, abandono, miseria y todo un cortejo de siniestras aventuras, creía ver David a través de los ojos angelicales de su hijo Saúl.
Aunque tenía la convicción de que podía llevar éste vida fácil en su época tolerante; aunque supiera la naturaleza es la única medida del hombre; aunque que la Ciencia le diera mil explicaciones ni Dios intere Da saría dárselas más claras sobre el caso de su hijo
una
—
—
vid
no
se
conformaba.
El aspecto exterior de Saúl extrema
una
susceptibilidad
lo
lo
delataba, y sólo distinguía de los demás. no
Si alguien lo hubiera puesto en descubierto con una frase infamante, no lo habría arrojado a esa cámara obscura, en ese
que
uno
antro
se
donde
revela se
con
una
prefiguran las grandes
espíritu. Sin embargo, hasta seducción
dolorosa nitidez, sino
su
innegable, alteraban
a
aventuras
-misterioso y David cuando lo
encanto
a
del su
te
nía delante.
Afectuoso de corazón, Saúl sufría con la frialdad de su familia; mordaz por defensa natural, en lo alto del retiro
en
que
se
había encastillado, sonreía de la inocen
cia y
puerilidad de los métodos que empleaban para en derezar su vida. Con tanta hostilidad, ¿no estarían em
pujándolo al orgullo demoníaco de
su
flaqueza? ¿En el
CARLOS VATTIER
72
fondo, aunque fuese de muy distinto linaje, problema semejante al de su padre?
no
era
su
David tenía los pies fríos y la vista nublada. Se sacó los anteojos, les echó el aliento y los restregó con el pa ñuelo. Pero el malestar continuaba. ¿Iría a enfermarse también? Cuando se puso de pie, vino a darse cuenta de que tenía
hambre.
Comió solo. Y por primera
vez
dióle
un
poco
de
repulsión el lujo desmedido de su casa. La ceremoniosa obsequiosidad de la servidumbre lo cohibía en la sole dad como a un pobre visitante. Le pesaba aquel boato como una joroba o una excrecencia dorada, saliéndole sin término
en
todo el
pero el vino ya
bre,
cuerpo. no
Bebió más que de
costum
lo alegraba.
Cuando el paciente Job, roído por su lepra celeste, iba camino del muladar, ¿no llevaba una cara semejante verdadera grandeza? que hubiese comenzado a escuchar el concierto de las esferas. Sucedía que el rumor de la vida no le lle
a
Y
la de
David,
en
el límite de
su
no era
gaba
ya
libre
y
como
el vocerío de
un
combate, sino
simple como un canto llano. ¿Por qué no iba a detenerse David
a
en un
la hora
coral
en
que
el tiempo detiene las horas como en un remanso? ¿No tenía la suficiente porción de bondad, para que saliese de ella la
abierta
vía,
a
prueba,
porque
que
permanecería no
como
una
herida
estaba maduro toda
descendimiento meridiano, esa seguridad sin palabras, no había sobrevenido aún en su ese
sin juicio y espíritu. Sólo con
que
la revelación? Pero él
en
la total obscuridad vería David los hilos
estaba atado
a
lo absoluto.
NOCHE DE LOS
Cabizbajo, sensitivo,
en
ese
JUDÍOS estado
cia de los sentimientos está pronta
73
en
que la
hacer crisis
a
dolen en
una
iluminación de la mente, David recorrió las habitaciones vacías de sus hijos. Mas, al entrar a la pieza de Milka, lo invadió
tristeza llena de
una
cuando reconoció cara
su
para
interior
a
sus
Como José Egipto, volvió la
esperanzas.
hermanos
en
llorar. El también acababa de una
emoción
limpia
y
recluida
reconocer
en
el fondo de
en
los años.
David
se
extrañó. El domitorio de Saúl estaba ilu
minado. Caminó hasta la puerta
y
lo miró por el postigo
entreabierto. Estudiaba. Con los ojos bajos, parecía niña; con los ojos abiertos, un sabio. David sintió deseos de posar la
mano
sobre
su
una
ca
beza. Por primera vez, desde que Saúl era niño, lo mi raba con ternura. No tenía piedad de él; comenzaba a
comprenderlo. Lo amaba desde en su
ese
instante;
se
soledad.
Entró.
Buenas noches, hijo.
—
—
Buenas noches.
¿Por qué
—
—
—
Todavía
no no
te me
fuiste
con
los demás?
has expulsado de la
casa.
¿Quieres acompañarme a dar un paseo? ¿Salir a la calle contigo, padre?
—
—Sí.
amaba
NUESTRA HERMANA NOEMÍ Yo soy
un
medio de ti;
\
Dios celoso y habito en y cobra ánimo.
purifícate
Jonathan sabe soñar,
pero
no
La abundancia le ha echado la
tiene
tiempo
para
soga al cuello y
de títulos
nada. no
lo
facturas,
respirar. Bajo deja queda sepultado desde las primeras horas de la mañana cualquier intento suyo de liberación. Qué brillo de fie bre cobra en sus labios la sola palabra extraordinario. montones
casi
Pero las
cosas
ya están escritas y la tierra
y
lo atraerá sin
compasión hasta el final. Mas hoy miante y
no
día que quiere huir del tiempo apre un enorme número de calendario. Hoy
es un ser
golpeado con mucha timidez los muros del estrecho y lujoso ghetto en que se ha encerrado Jo nathan por su propia voluntad. Desde el primer piso, entre voces desfiguradas y acordes de ensayo, llega hasta su escritorio un sordo mar tilleo. Jonathan camina de un lado a otro, sin saber lo el
pobre
que
sueño ha
busca.
¿Habrán colgado ya las guirnaldas y la campana ensayando la Marcha Nupcial? Les rogué que eligieran la de Mendelssohn. Tocarán otra. Lo —
de azahar? ¿Estarán
sé. Me da lo mismo. Todo
esto cuesta
un
dineral.
78
CARLOS VATTIER
Sin embargo, es
no
imprescindible
tan
como
al balcón. Las anchas un
decide
se
a
casa
su
el laboratorio. Se
en
aceras
bajar. En
no
asoma
están desiertas y el sol
es
elefante blanco que llena la calle. Las puertas de las
grandes —
crujen de insolación.
casas
Noemí lleva dos días de
sucedido nada. Noemí. Y el nombre de
.
capado de la boca
como
sentir de súbito
peso
ese
de la memoria tiene
impregnada Noemí la lente;
aldea
trae
.
.
su
un
le ha
se
es
clave olvidada, lo hace
una
delicado niñez.
le
que
dejaban
en
el
la vida silenciosa
Porque un gris intenso
cielo de
la tristeza esencial de todas las
con
y
está
cosas.
el borch y los deliciosos leiber de la abue
las botas escarchadas
trae
puede haberle
única hermana, que
su
pecho los recuerdos de
No
atraso.
Nuestra Noemí.
.
el fustazo
en
la escuela de la
plena cara que recibió el abuelo barin del de Jechua Kazan; Noemí trae la relojería, del Con la misma lupa para aumen mago Simón Meyer. y
en
.
tar
.
las minúsculas maquinarias,
frunciendo
che. Noemí
trae
primer oficio; la herrería
lloso viaje nieve, como
los dulces abedules
con sus
sostenía el viejo, astros y y
Noemí
copos.
la feria de Novogorod; tiaras estrelladas de
a
unía
troika
través de la eternidad
que .
.
.
a
mediano
el buen el
canto
trae
trae
pan
del
rojo de
el maravi
las niñas de
lentejuelas, graciosas se aleja con podría caminar por
las cúpulas de San Stanislas. Noemí
el cascabeleo de
Rusia
la pobreza friolenta
trae
bajo los albos a
que
ojo, quería él mirar los
un
NOCHE DE LOS JUDÍOS
La puerta del escritorio nathan
ha vuelto
no
gritos de
en
79
abre de improviso. Jo sí del todo, cuando escucha los se
mujer.
su
¡No he visto en mi vida semejante indolencia! ¡Tú siempre igual! Falta media hora para que se case tu hija y ni siquiera te has vestido. Por favor, Jonathan, —
terminemos de
Pero
a
una vez.
Jonathan le
costó
un
triunfo
desarraigarse del
aire. Se puso rojo con sólo imaginar que su mujer pu diera haber adivinado sus divagaciones. Salió del escri
torio, corrido —
como un
niño.
En cinco minutos; estaré listo.
Frente al
suntuoso
espejo florentino, ella quedó ade
rezándose el tocado de encajes
negros que
aristocracia
reavivaba
en
la última moda.
perdida Después siguió a su marido al cuarto de vestir. Ella, la última palabra en todo, a quien Jonathan debía la rara adquisición del buen gusto, no podía dejar de vigilarlo su
rostro
esa
mientras éste —
¿No
Me dice
en
mudaba
se
te
inquieta el
a
pensar
con
en
Pero
ropa. atraso de mi hermana
cartas que
sus
matrimonio de mi atrozmente
con
desea asistir
a
toda
Noemí? costa
al
hija. La pobre tiene que haber sufrido viaje forzado. Y no quiero ponerme
este
los días que debió
pasar
en
Alemania.
mujer tenía un verdadero sistema de acti tudes. Ahora eludía cualquiera alusión a la desconocida que era para ella esta hermana de su marido, que caería en
la
su
casa como
uñas, dijo
en
un
un
bólido. Mirándose el barniz de las
tono
ambiguo:
80
CARLOS VATTIER
No ha sido
—
esperarla
veces a
día más
a
por
culpa
la estación.
a
Tú fuiste
nuestra.
Hoy mismo,
dos
ayer
que
no es
ei
propósito, le hemos mandado el coche, por si
llegaba. Además,
para
eso
están los
telégrafos.
Es extraño, realmente.
—
Y
apretando los ojos,
para
que
esas
—
y
¡Qué bonita
triste que
me
Bajando desembocaba
verá de novia la niña! Pero
se
lleven
una
la escala de
es
vez,
muy
hija. mármol,
el hall de recibo
en
in
lágrimas
fuera de toda etiqueta, rodaran de una Jonathan dijo en voz baja, como hablando solo: oportunas
cuya con
amplia gradería una
pompa
de
ópera, Jonathan
y
mente,
teatral. A pesar de que el sol entraba
un
paso
su
mujer habían tomado, inconsciente
las altas ventanas, todas las arañas estaban encen didas. Los invitados respiraban con dificultad en aquella atmósfera acolchada de tapices, saturada con los perfu
por
mes
than
de las señoras no
y
de los canastillos de flores.
lo hubiera confesado
nunca,
pero
estaba
Jona orgu
lloso hasta la soberbia de todo aquello. Lucía una son risa triunfal, como si hubiera sido el invitado de honor
aquella fiesta espléndida. La angustiosa inquietud por su hermana, el apego a su hija y el placer que le comu nicaba la visión palpable de su riqueza, creábanle un difícil problema de conciencia. Estaba como esos niños que siguen sollozando entre risas, aunque les hayan en tregado el juguete que les escondieron. en
Iba domo
se
ya
a
empezar
acercó
a
la ceremonia, cuando el
hablarle
a
la señora:
mayor
NOCHE DE LOS JUDÍOS
—
Acaba de llegar
en
señor. He ordenado que
mientras —
obispo
este momento
dejen
su
81
la hermana del en
la repostería
para
recibirla. El
maleta
tanto.
Está bien. Pero no
puede
no
hay tiempo
esperar más. No le avise
a
nadie.
¡Qué
falta de tino! Y sin cavilar más, fué a reunirse al cortejo que la peraba. Jonathan entraba del brazo de su hija en
es ese
instante.
Transpirando, llena
de tierra,
con
el chai desteñido
que le sirvió también para apoyar la cabeza en los du ros asientos de tercera. Noemí apareció en medio de
los invitados. Su sorpresa y su aturdimiento la paraliza momentáneamente. Como confabulada con el escán dalo que provocó su aparición, la elegante Marcha Nup
ron
cial de
Grieg, añadía cierto exhibicionismo a su infelici dad. Era gorda, tenía el cutis asollamado, las facciones gruesas y los pies apelotonados. Caminaba con un vaivén de gansa doméstica y como distraída. Sin embargo, bajo su masa
de cabellos cenicientos, la bondad picaresca de
ojos la volvía entrañable y más que maternal. Tenía de secretos caseros y de sufrimientos como un nimbo sus
tragados
en
silencio. No obstante,
ción característica de los
con
esa
deshumaniza
así lo definió
figurines, ñada al divisarla: "Es simplemente ordinaria". Nadie
se
le acercó. Pero ella
era
su
cu
demasiado sencilla
para preocuparse más de lo conveniente del efecto que producía su presencia en cualquier sitio. Prescindió de
pechó hasta conseguir colocarse Estaba ansiosa de contemplar a gusto el todos
y
en
primera fila.
emocionante ri6
82
CARLOS VATTIER
tual del matrimonio
judío. Pero
no
vio ni la ronda de
los novios bajo palio al aire libre. No oyó el ruido de los vasos quebrados, ni la voz del Rabino, varones, ni
a
peso de
celado de
su
deslumbrante un
oro,
en
agobiado bajo el
los libros. Casi
fluyendo del Libro de
capa
pluvial,
obispo católico bendecía
Jonathan estaba de rodillas junto cubría la
cara
con
la atención. Sentía
las
manos.
Noemí
a
no
hijos
Se su mujer. quiso llamarle
profundo desgano, hubiesen vaciado. Pensaba: "Otra religión, un
hermano". Y fué abriéndose
salir de la Había enviado
un
niño sentado
retrato
abrazarlo
¡Yo
—
y
su
otra
hasta
que
vida,
logró
de
su
peldaño de la Jonathan habíale hijo menor. Llegó hasta él, en
en
el primer
el
acto.
besarlo.
soy la tía
Pero el niño
dura de
paso
si la
como
aglomeración. un
escala. Noemí lo reconoció
para
los
a
hermano.
su
otro
ídolo cin
como un
se
Noemí
debatía
y tú con
el sobrino Bob!
visible
asco
en
la blan
pecho.
Estás sudando. Mi mamá ha prohibido
—
que
nos
besen. Noemí
dijo
en
su
no
le hizo
caso.
Sacudiéndose el vestido, le
media lengua:
Tu tía ha viajado mucho. Los trenes son sucios. La ceremonia había terminado. Jonathan se apre
—
suró
a
abrazarla. Pero
no
tuvieron tiempo de hablar. Los
desprendía la avalancha de gente. Su cuñada estaba fren te a ella. Estirábale la mano como a una extraña.
NOCHE DE LOS JUDÍOS
La
—
esperamos
taba intranquilo
83
desde hace dos días. Mi marido
y yo
no
podía explicarme
por
qué
es no
telegrafiaba. Quise darles una sorpresa. Me quedé un día más en casa de mi prima Rujl, en el puerto. Estamos tan dispersos los de la familia, que tenemos parientes en todo —
el mundo. —
Tomará
baño
un
y se
cambiará traje, naturalmen su cuarto. Dis
Cualquier empleado puede mostrarle culpe, voy a atender los invitados. Noemí no volvió a bajar.
te.
La
casa
nente, fría
había quedado,
como
un
por
fin,
en
silencio. Impo
símbolo, la escala de mármol
cía condensarlo. Arrinconado
en
el sofá de
su
pare
escritorio, condena a
Jonathan ho era sino un niño cumpliendo su la pieza obscura. Estaba solo, como todos los hombres de regreso o que salieron unos instantes a mirarse vivir. Podría haber permanecido hasta el amanecer en esa hon
da confesión vino
con
las tinieblas,
pero
un
andar conocido
turbarlo.
a —
—
—
¿'Noemí? Noemí.
¿Sabías
cuál
era
mi escritorio?
Todavía fumas el mismo tabaco fuerte. Has hecho bien en venir. Estaba muy solo. Hasta
—
—
ahora nos.
.
no .
hemos tenido tiempo de hablar, de explicar
CARLOS VATTIER
84
lado y le buscó las manos acariciárselas. Una vuelta al mundo valía para ella Noemí
sentó
se
a su
solo instante. Jonathan buscaba
su
en
para este
corazón la mayor
delicadeza. —
Creí al principio
bajabas a la fiesta, por fatigada. Tuve después un mal presenti
que te sentías
miento. Yo —
conozco
Como
insistir
en
un
nos
día
que
no
los míos
a
demasiado,
conocemos como
y te conozco,
Si
no
fuera
vale la pena
hoy.
Entonces Jonathan reveló en tenía guardado desde hacía años. —
no
Noemí.
por esta
unos
instantes lo que
satisfacción de los negocios
día, mi único refugio, no Me sobra el dinero, pero en la vida. si dejara de acumularlo, quedaría como -muerto. Ya no me rodean sino cosas. Y he llegado a amarlas, Noemí. Hasta mis propios hijos se escabullen de mi cariño y de en
marcha,
que
siendo, día
va
a
tendría más aliciente
preocupación
esa
que siento
ellos,
por
casi
como
una
Parece que les desagrada hasta mi efusión cuan do los beso. Su madre. En fin, yo tengo la culpa de
tortura.
.
que vaya muriendo eterno.
en
.
ellos, lo
que
Pretendí formar
que
ser
sino
esparcir ceniza al viento. Ya
surgido la hostilidad del
otro
en
una se
mí y en ti, tendrá familia y no hice
acabó el
amor
y
ha
lado bajo mi propio techo.
Estás equivocado, Jonathan. Aquello desaparece apariencia, pero es eterno. Son tus hijos. Y da gra —
en
a Dios, hermano: tú y ellos viven al abrigo de una fortuna, al resguardo de una clase tan fuerte y tan ce losa como una patria. En cambio, yo y miles de otros,
cias
NOCHE DE LOS JUDÍOS estamos en
85
descubierto. Hazte cada año más poderoso,
Jonathan. Para ti
y para los míos, Noemí. Te suplico ahora mi aceptes ayuda. Cuando se me terminen las fuerzas, te daré consuelo. Sé que serás feliz entonces. —
que
—
ese
Jonathan ya no exigía con su voz metálica. Se le quebraban las palabras en la garganta. Su orgullo ma terial lo hacía sufrir más que sus descalabros morales. Hace una semana dijo quise darme un gusto. —
—
—
Tenía verdaderas ansias de
comer un
plato de
esos
ge-
filte-fish que tú preparas tan bien. El cocinero los hizo bastante sabrosos, pero mr mujer se levantó de la mesa,
podía soportar ese olor a comida de gitanos. No recuerdo bien, pero debí soplarle en mi idio ma algo no muy fino. Es un combate continuo, Noemí. diciendo
Por
ofrezco mi
te
eso —
no
que
Ya
no
casa
con
temor.
puedo subir espalas, hijo. Viviré
en un
piso y le tendré más cerca de aquí. Tu mi mezzie a la cabecera de la cama.
mer
Jonathan ignoraba reserva
de tristeza
en
que
hubiese
para
cada cual
es
tanta
el mundo.
Tú has sufrido lo indecible, Noemí. Mereces
—
te
pri
retrato
que
sirvan de rodillas.
Noemí
cariñosa;
no
le
respondió,
pero
se
decía
en
sino que
con
una
palmada
lo interior:
La que ha visto cómo se deshace un hijo muerto de días en los, brazos de su madre; la que ha dormido —
establo junto a los apestados sin socorro; la que ha llegado a dudar si ea un ser humano; la que llevó en
un
CARLOS VATTIER
86
colgando del cuello, durante
una
como
meses,
bestia de
JUDE; la la que ha seguido la trágica fila en la Tierra de Nadie; una en en es convertirse, cuerpo y alma, que sabe lo que industria como cualquiera, y está viva, ya no pide
feria,
más
un
.
.
letrero escrito
sangre:
.
Y
si lo hubiera formulado, exclamó:
como
Todo
se
—
he venido
a
arreglará. Esto
no
puede durar. Yo
no
entristecerte, amigo.
Jonathan temblaba
como una
bía mentido transitoriamente en
propia
con su
lo más recóndito
una
con
hoja; pero Noemí ha aquella calma. Traía
consigna de lucha sin cuartel.
Pudo pronunciar una palabra, una breve palabra, y como con una diminuta porción de radio, lo hubiera traspasado todo. Se contuvo, sin embargo. Sabía que el alma de
Jonathan era descansar,
ría
tas de
una
para
tierra demasiado labrada. Ella la ha volver
un
cultivarla
con
las herramien
sus armas.
Apoyó la cabeza estuvo
a
mucho
rato
don del cielo.
en
el hombro de
sin hablar. Recibía
su
su
hermano
aliento
y
como
Después fueron reviviendo hasta tal lente, mientras lim
punto los viejos tiempos, que la babe
piaba el
samovar,
les contó la última historia de la
no
che:
"Hace siglos, hubo un los ricos plateros y los que
hombre no
muy
feliz.
Entre
tenían más fortuna que
cogulla infamante, vivía prisionero en el ghetto de Venecia, cuyos muros tapaban el mundo. A él nada le importaba que el Gran Gonfaloniero dispusiera a su arsu
NOCHE DE LOS JUDÍOS
87
bitrio de la inmensa llave de sus puertas, porque todas las tardes escalaba la almena más alta y sentía en verdad que
cia
las nubes resbalaban por mano de Dios".
de la
su
mirada,
como una
cari
■"
;,;«.¿:> '■":'-:..:', ;:
JESSICA
Alba del lago. Cuando el volcán
amanece
—
envuelto
en
nu
esos
barrones desilusionantes, los hoteleros deberíamos reba
jarles el precio
los
a
pobres
turistas.
Todo lo contrario: deberíamos subirlo, porque los nubarrones les aumentan la curiosidad. Desde la oficina, la risa trepaba los dos pisos del Hotel. En el silencio de la madrugada, penetraba la ma —
dera de los techos
y
de los
tabiques,
como
en
una
caja
de resonancia. Pero recordaron de pronto que no esta ban en la risueña casa de Viena, y que debían cuidarle el sueño a los extraños. Entonces Ismael paseó sus gafas por el
libro de
cuentas
Jessica
y
se
puso
un
dedo
en
¡os labios,
como un ángel grave de Yahweh. No, decididamente, no tenían ganas de trabajar. Co
mo
si
se
hubiesen visitado
bían amanecido
con
una
en
sueños,
felicidad
motivo de felicidad. Podían caber ñana redonda del
lago; el
por las angostas
calles del
padre
pura y en
y
ajena
hija ha a
todo
alegría la ma de los corderos
su
río espumoso
pueblo,
e
la luminosa
cara-
CARLOS VATTIER
92
de pequeñas nubes, esponjándose y descendiendo torno al agua azul. Podían caber los mil rostros fres
vana en
adorables del día recién nacido; pero, medio a me dio de su alma, el júbilo cantaba por sí sólo. Cantaba
cos
y
el pájaro que
como
todo
se
escucha,
porque
se
respirar
a
ha vuelto
canto.
Tuvieron món
no
ese
que
salir al huerto,
aire tierno
como
un
a
pleno pul
tallo. Ismael hablaba y ha
padre, como sus hermanos. Jessica, ¿cuál fiesta es hoy, que estamos celebrán
blaba,
como
su
—
dola desde
Es
—
temprano?
tan
un
día
como
todos los días, papá.
¡Ah! cuando el tío Isaías se despertaba así, rien do por todo y por nada, nos decía: "No hemos, perdido —
por
el Paraíso Terrenal. Cada
completo
pedazo
de
su
territorio, abandonado
en
uno
tiene
medio de
un sus
abandonos". —
—
¿Era poeta el Fué
ficaba las
tío Isaías?
hombre incomprendido y sencillo. Simpli más obscuras y les descubría un origen
un
cosas
sorprendente
las más
simples. Tal
poeta. Y nombrando las flores del camino, Jessica se lle naba el pecho de colores y perfumes. Con un fino tacto a
vez era un
de estambre, acariciaba las diminutas mejillas de las ro silvestres y removía los heléchos irisados de rocío.
sas
borbotones, como el verde hervor de una tierra de hojas; los heléchos, como vegetales plumas o savia dura; el encaje de los heléchos, tejido a fuerza Los heléchos
de
a
tanto espeso
oxígeno
o
de selvas traspirando.
NOCHE DE LOS JUDÍOS
Ismael hablaba
y
Que nadie
diga
—
mañana
una
nos
hablaba: que no
somos
hijos de Dios
en
ésta. Pues
como
mi mejor obra y de
zar
93
hoy sería capaz de reali perdonar a mi mayor enemigo.
Y el mundo salió así de las
manos
del Señor: de
puro
exclamó
Jes-
gozo. —
Lo
demás queda en la risa
sica, echando
entre su
nosotros.
—
aliento sabroso.
El jubileo del día creciente seguía celebrándose, el Levante
era
ya
como
toda flor desde
Pero ellos tuvieron
momento.
mer
famoso,
un
repentino
su
y
pri
temor
de sí mismos. Estaban siempre tan solos con su dolor o su dicha en medio de las cosas creadas. La fuerte ten sión de sus estados desplazaba hasta las zonas interme
dias de rior
espíritu
su
los demás
con
gran
altura
a
cauce.
su
como
o
los
y
dejaban
seres.
sin comunicación inte
Volvían
en
sí
de
como
el río salido de madre que
se
una
recoge
El cuadro perfecto de la hortaliza, con su tierra aca y su plantación, parecía haber sido depositado,
nalada
el suelo. Era el juego
ya
hecho,
un
mundo de
sus
quince
tas
tibias
en
se
y
como
Jacobo;
movían mejor
puso
a
cortar
fresas. Entreabría las
ma
aparecían los frutos bermejos, rosando la duros pezones. Después llenó su cesta de
frambuesas. Saltaba, corría, cantaba: ¡Estas son las únicas flores que se oomen!
grosellas —
verdura,
serio de se
años.
Jessica tierra,
agua y
en
donde
y
En qué clara corriente, con qué jabón y qué almi a risa limpia, lavaba Jessica su ropa de verano,
dón olor
94
CARLOS VATTIER
la luz la envolvía
que
como
a
un
entre
rápidos anillos
y
la laceaba
caballito blanco.
Un vendedor de salmones los atajó en la puerta. Aún temblaba en su canasta la carne dulce y anaranja da de los mas
ese
pescados. Y conservaban todavía en las esca madreperla que transportaba a Jessica a
iris de
la ventura de
una
fabulosa vida submarina.
Apenas la hubo divisado, Hans corrió desde el mue a lle saludarla. Brillábale al sol la cabellera, como un casco
dorado
.
Ismael le hizo
por cortesía, y llamó cualquiera. Pero ella alcanzó marse
La
Jessica
pudo
to
pretexto hacerse inolvidable de
a
con
un
seno
lago con una alba cintura, cargaba la atmósfera como un gran
ceñía el
resaca suave
la forma del volcán
La
venia que
sola mirada.
una
y
una
a
de mujer.
lámpara. Las noches del
sur
acumulan
sus
sombras
difi
con
cultad.
Después de un crepúsculo inacabable, flota hasta tarde una película luminosa que va volatilizándose. muy Y cuando las grandes estrellas australes rompen el cas carón obscuro del cielo, el frío
el silencio
como
otro
se
hace distancia
y surge
elemento de la naturaleza que
ven
cer.
Ismael enciende la lámpara, yos como
a
lasj mariposas
que congrega
nocturnas.
La
a
ventana
los
su
ilumi-
NOCHE DE LOS JUDÍOS
nada mantiene hasta las altas horas razón cordial
su
95
presencia de
co
medio de la salvaje intemperie. Porque el paisaje habitual, liberado afuera de toda presión hu mana, se ha vuelto amenazante. Y hay un acecho de selva
en
profunda, pugnando
contra
la
casa.
El círculo luminoso de la lámpara misma estancia,' un límite tan vivo y
bra
lleno de sentido,
tan
se
que
plano de
de
pasa
un
som
mundo
a
la intimidad.
otro en
Devanando los recuerdos
dera, la bla,
dentro de la
crea, un
memoria atormenta
como
antigua lanza
una
la abuela Rebeca. No ha
a
queja, pero permanece en la penumbra y mo vieja, como si la hubiesen asesinado. Jacobo tien de el mantel y reparte los platos, como quien distribuye no se
rirá de
caras
de confianza. Cuando la
mesa
dispuesta, Is
está
mael empieza la lectura santa. Hoy será el clamor voz de león herido de Jeremías:
entre
ruinas, la "Yo
me
acuerdo de
tu
amor
cuando
Desde hace mucho tiempo quebrantaste te tus lazos y dijiste: Yo no quiero más al pie de toda colina alta
doso,
te
has encorvado
A pesar de
su
y
eras
tu yugo,
joven. rompis
esclava. Pero
ser
de todo árbol fron
debajo una prostituta".
como
calma filosófica y de
su
índole
tan
bien temperada, Ismael se desdobla y alcanza su ver dadera altitud moral en compañía de la feroz soledad de los Profetas. Porque las profecías quedan cumplidas, para que ellos las enuncian. No le concede al tiempo
él, desde
la realización de las diato de
prueba
sus
del
predicciones,
esperanzas y de
amor
más ciego,
sus
sino al
poder
temores.
comprende
el
inme
Como
una
lenguaje de
96
CARLOS VATTIER
los Profetas goce, en
Ismael. Así las catástrofes
lanzados al espacio
espíritu
su
como
palabras,
los días de se
eternidad. Por
una
en
las
por
y
consumen
eso,
cuando
padre lee o habla por boca de su destino, Jessica y Jacobo le tiemblan como al jefe divinizado de un clan. El silencio litúrgico va cediendo paso imperceptible mente a las cosas cotidianas. Inconsciente, por tradición, el
de la belleza de
su
ritual, Ismael
corta
el pan
y
lo ben
dice.
Boruj Eloeino
Luego la Padre, 1—
ato
Adonai
meilej oilam.
conversación tú odias
No lo odio, hubiera querido. —
a
se
anima.
Hans.
pero no
me
es
indiferente,
como
lo
El
no tiene la culpa de ser hijo de alemán. Tú tampoco tienes culpa de ser hija de judío. Sin embargo, presiento que podría ser mi mejor
—
—
—
amigo. Yo
no
No
me
lo prohibo, pero es necesario que lo se pas: Aquí vamos entrando también en la línea de la sombra, en la cuarentena de la lepra. —
te
.
do to
.
lo
prohibes, pero manifiestas tu desagra ostensiblemente, cada vez que te lo nombro. Respec —
a
lo demás.
Cada
—
.
vez
.
que
me
demasiado comprometido No olvides,
Jessica,
lo con
nombras,
es verdad. Está las infamias de los suyos.
que yo vivía
en
Austria
como un aus-
NOCHE DE LOS JUDÍOS
97
tríaco, y que sólo vine a orientar mis negocios como un tránsfuga dentro de sus fronteras, cuando ellos me pu sieron fuera de la
ley.
Ismael refrenaba contrariar tanto
a
su
furioso mesianismo.
Para
no
lo
como
un
hija querida,
su
quemaba
viejo papiro. Añadió: —
trabajada en su lengua
ron
de
tuas no
su
Nuestros abuelos vivieron por los
rra
unos
con
"tie
en esa
milagros". Nuestros abuelos habla los ángeles y decapitaron las esta
dioses más débiles
pueden abandonarnos. No A medida que escuchaba judaismo
Oriente,
en
como una
que
nos a
llagadura;
los hombres. Ellos
abandones tú ahora.
padre, Jessica
su
pero
era
sentía
demasiado
ya
tarde. Ismael acababa de entregarle todas las contrarie dades y las vallas infranqueables de que vive el amor.
Dijo: —
Hay
que
ser
justo, padre. La mayoría de los
is
raelitas siguen adorando a su becerro de oro. Pero siempre desciende Moisés y se los destruye con las Tablas de la Ley. —
Ahora ha descendido,
—
Entonces apareció
en
padre.
el rostro de Ismael
ese
rictus
inextricable, que no lo diferenciaba de un demonio o de un arcángel. Respondió: Ha descendido, pero es menester defenderse has —
ta
de la ira de Dios.
La comida terminó
en
silencio. Sólo
un
pintor
teo
lógico del cuatrocientos, con su simplicidad y su cien cia en la disposición jerárquica de las figuras, habría po dido pintar
a
la familia de Ismael
en
aquel instante. 7
98
CARLOS VATTIER
El ángel de pie
sica
Había quedado de venir a buscarla al amanecer. Jespudo dormir durante la noche y estuvo paseándo
no
frente
se
a
la tapia del huerto, mucho antes de la hora gran hotel del balneario per
convenida. Las luces del
aún encendidas.
manecían
como una
briagada, y
El estrépito de
la vida
perpetua fiesta,
en
porque
acudían
la sangre
tropel
en
a
sus
precipitaba en el corazón labios, esos pensamientos mu se
le
tilados que se convierten en cuando esperamos a sangre fría
ignoramos
o
que
no
quisimos
un
ritornelo torturante,
algo
que
aterra, que
nos
prever.
Hans traía los caballos de las riendas. Montaron
salieron de to
de
llegábale
desde lejos onda de alcohol. Pero ella estaba también em
aquella gente
y
galope hacia las afueras del pueblo. Cuán había deseado ella este momento. Hans era uno de un
los pocos que conocían en Villarrica la ruta más segura para llegar hasta el cráter del volcán. Aunque Jessica no hubiese amado a Hans, el peligro de esta excursión la habría que
rir
obligado tal
amaba todo lo
personalidad
una
todavía
a
diferenciar
que
vez
a
quererlo,
su
Ismael
sación de
acción
una
la angustia
la hacía desconocerse y
casi irreal. Pues ella
no
adqui
alcanzaba
verdadera esencia, de los límites
de la realidad ajena. Era muy posible que esta aventura una
con
irreparable,
huida infinita.
pero
no
Jessica
fuese
tenía la
para sen
NOCHE DE LOS
Como prisionera de el alba trasponía que circundan
con
una
una
99
JUDÍOS
noche
delgada
y muy
claridad madura los
breve,
montes
el lago. El agua, pegada casi a la orilla su luz como la entraña marina de
del cielo, reabsorbía un zafiro.
Cuando
comenzaron
a
faldear los
cerros,
bajaban
ya del interior las pequeñas carretas de la región, tira das por bueyes de grande alzada, con un yugo angosto como
la frente de
sus
arrieros.
Junto
a
los
pilotes de
un
embarcadero, desnudos hasta la cintura, realizando un prodigio de equilibrio en una estrecha tabla, corrían los leñadores a depositar en un lanchón su carga de más de cien kilos. Los trozos de raulí rojeaban como muñones sangrientos sobre
Ulmo,
sus
hombros de
toros.
olivillo, coihue, alerce, roble, raulí. Jes-
tepa,
sica repetía hasta el placer los nombres de los árboles del sur. Eran para ella las facciones inconfundibles del
paisaje. Hans mostrábale las cosas de la naturaleza, co mo quién exhibe interesadamente sus sentimientos más puros. —
Este árbol
se
llama Ñiri. Es
un
alerce
degenerado
por la altura. —
to
de
¡Ñiri! Es
un
un
nombre de árbol
que parece el
can
pájaro.
Después de repechar los primeros lomajes, miraron desde una eminencia descubierta la amplia hondonada. El sol había salido. El lago tenía ahora una lumbre helada quemante de ventisquero. Sostenido en brazos por las montañas, como un valle líquido, todo disminuía y se y
replegaba
a
su
alrededor: las siembras, los caminos, las
100
CARLOS VATTIER
forestales, la labranza. Y sobre todo las casas del pueblo, las tiernas casas de madera, que se volvían tan colinas
infantiles. Filudos techos de calamina; techos de rama ahumada; azulosos techos de pizarra; techos de dul ce
teja
un
romana;
techos de teja
grande
y
tostada
como
pan.
lo oía hablar:
Jessica
El volcán tiene la misma conformación
—
el le
que
cabría
cho
profundo del lago. Si pudiéramos invertirlo, en él. La altura se ha equilibrado con una idéntica. depresión Y ya era un goce, para ella, el choque de su apasio exactamente
namiento
con
Por
—
no
tenga
la exactitud de Hans.
eso es raro encontrar en
un
el país
un
volcán, montándole guardia frente
lago a
que
frente.
Descabalgaron a corta distancia de los primeros planchones de nieve. Jessica se tendió junto a unos ar bustos. Y cuando Hans se acercó a pasarle su termo con café y lo tuvo cara a cara, comprendió que había embe llecido la imagen que tenía de él. Ya no le parecía sino hombre joven, cuya hermosura surgía continuamente de la virilidad y desenvoltura de sus movimientos. En
un
medio de la soledad
y
de
aquel silencio
que
hasta el paso embrujado de un zorro, Hans el hombre. Su aliento la turbó más que una
no
debelaba era
mano
sino atre
Después todo ocurrió en silencio. En el silencio que van abriéndose adentro los deseos; en el silen
vida. con
cio
con
que
se
lleva el cuerpo, como un secreto; en el con la tarde sobre el animal amoroso
silencio que cae «n los pastizales.
NOCHE DE LOS JUDÍOS
Pero
Jessica
por
dola sin
y
no
lloró ni
no
habría atacado
tuvo
101
vergüenza. El
amor
la
la espalda cualquier día, encontrán la misma nitidez. Sólo que ahora había conocido el placer. Se levantó dolorosamente.
Sentía reció
armas
que a
su
con
la sangre le subía
a
vista durante
minutos. Miró
unos
los ojos. Hans desapa su caballo
reluciente de sudor y tuvo asco. La había asaltado la vi sión de sus botas y de sus muslos potentes, apretando en la carrera los costados de la bestia, como los de un cuerpo sumiso y
tierra, quiso
ser
estremecido. Blanda, lo más blanda de la en un momento para él; pero ya estaba
de pie. Y sintió miedo, porque comprendió de súbito que su entrega la había arrojado a un desierto sin fin. En el primer desfallecimiento verdadero del es píritu. Una caída hacia dentro, que le creaba y le hacía palpable lo infinito de su alma. Nunca necesitó más una
tonces tuvo
confidencia inocente, un quehacer do méstico que la devolviera a la tibieza protectora de sus
familiar,
voz
una
costumbres. Mudos
y
distantes continuaron la ascensión. El si
lencio atmosférico iba petrificándose en grandes blo ques de hielo. Subían por un desfiladero abierto en una masa
sada
de luz fría y punzante. Nieve, blanca nieve, po el pecho del fuego y como durmiendo con un
en
criminal.
Agua alba,
copos,
tando la eternidad al
Jessica recía
un
se
timos días
de las llamas.
volvía cada
desierto la
blándose de
rasi
caras
avalanchas de nieve, inten
vida,
vez
sino
más sola. Ya un
páramo
con
su
padre
y
su
pa
que iría po
ansiosas y extrañas. Pensó
pasados
le
no
en
los úl
hermano;
pero
102
CARLOS VATTIER
los buenos recuerdos
habían
perdido
diafanidad.
su
¡Qué advenimiento de tristeza la primera conquista del espíritu! Hallaba falsa hasta la alegría gloriosa de sus mañanas junto al lago. Descubría una sonrisa maligna, brillo de fiesta vecina
un
a
la muerte,
el abandono
en
del paisaje. Su cielo tenía esa exasperante serenidad de los cielos que contemplan los terremotos y las grandes
hecatombes. La sensación de dolor
periencia
amorosa,
tencia de
la
placer
un
le
que
impulsaba
a
la hiciese
que
dejara
rior. Y allí
taló
ya
nada
a
se
perder
en
con sus
con su
sus
le
alma, amor,
marcas
sino el clamor de
En
ella, puesto
manos
su
de
produjo
que no
Hans
no
reaparecía
el vacío inte
sangre.
estaría
odios, con sus pre Jessica ya no escuchaba
con sus
raza.
Y le tuvo
terror.
después repararlo todo,
de disimulo; pero ella doble vida a espaldas de
poco
una
que
adelante el
instaló Ismael de cuerpo presente. Se ins
gobernar
juicios,
un
para
actual estado de
su
en
ex
desconfiar de la exis
dominio de sí misma. El convencimiento de
significaba
primera
su
no
un
con
tenía valor para vivir, ser tan querido. Aca
baba de saber hasta qué punto esclavizaban la alegría y la libertad que Ismael les había otorgado. Se desesperó. Escalando
montones de escoria, llegaron al borde del cráter. El viento dispersaba un vapor denso y ama rillento de solfatara. La lava tenía el burbujeo gelatinoso
del asfalto un
reptil
los nervios
ba
y
en
en
ebullición. Chapoteaba en su hervor como ciénaga. El ambiente fuliginoso ponía ignición. Parecía que el suelo se ablanda
una
en
podía quebrarse
como
una
cascara
delgada.
NOCHE DE LOS JUDÍOS
103
Rígida, desafiante, Jessica miraba aquella grieta in una palabra de Hans para enloquecerla. Poseída de un orgullo diabólico, como un reto y un la fernal. Bastó
tigazo, le tiró su
temerosa
a
la
cara
su
soberbia. Dio
humillación, un
paso
jó al cráter. Era el mediodía. La nieve no
se
hubiera advertido el
paso
su
viejo dolor,
adelante
resplandecía de un ángel.
y
se
tanto
arro
que
StíCG2ál»
EN LA MUERTE DE SAMUEL
GOLDMANN
—
Desconfíe de todo
y no
los
deje solos
motivo. Encuentro que mi condescendencia
por
es una
ningún verda
dera temeridad. He aleccionado al niño lo suficiente, de modo que no le costará mucho hacerse obedecer.
Rojiza, redonda como una torcaza, Madame Durand recibía al pie de la balaustrada las órdenes de la señora. La sentía caer como una lluvia metálica sobre inverosímil capota de viaje. En el colmo de los ner vios, llegó a cortarle la cadena a su guardapelo en for su
de corazón. Los silbidos de la huasca y las
patadas al enganchados monumentales, percherones viejo landau, la ponían fuera de sí. ¡Sacarla de su tierno cos turero, desprenderla de sus anteojos bondadosos, dete ner la alegoría matinal de sus lecciones para lanzarla con su pupilo a la ordinariez de un viaje inexplicable! Que el niño no saque la cabeza por la ventanilla. Podría guillotinarse. Vigile las comidas y la temperatura
ma
de los
—
del baño. Una
no
sabe qué
cosas raras
tiene
esa
gente.
negra espesura de los árboles, el crepúsculo morado perdía su furiosa luminosidad. Filtrándose por los claros de los troncos, teñía con una tinta diluida los ca-
Tras la
108
CARLOS VATTIER
minos
perfectos del
de la
Adheridas
parque.
a
los
muros
blan
georgiana, las buganvilias violáceas irri taban de color. El jardinero regaba los retamos a toda
cos
casa
Los macizos amarillos exhalaban
agua.
un
perfume de
panal mojado. Vestida lió
la
a
al instante vor
a
como
una
terraza con
esa
su
reina ¡oca
en
exilio, la abuela
sa
el niño. Y Madame Durand recobró
postura diametral de institutriz. Le tenía pa ahogaba la atmósfera vasta y sa
anciana que
del campo, con su rigidez protocolar de Cancillería. Cuando le servía de dama de compañía y la miraba mos na
trar
el horizonte
con
su
puntiagudo bastón de ébano,
Madame Durand tenía la impresión de
que
alcanzaba
a
pincharlo. —
fin de
semana
—
que
No llores más. Ya has llorado lo necesario. A estarás de vuelta.
No lloro por
el tío Samuel
se
eso,
iba
abuela. Tú misma a
me
dijiste
morir.
Madame, recójame los impertinentes. Benedicta, hijo Nicky es un Jeremías. Yo no tengo la culpa, mamá. Además no había para qué leer la carta de Samuel Goldmann delante de —
tu
—
él.
Pero el niño seguía llorando inconsolablemente. El vago recuerdo del tío Samuel se le unía en una conmo ción obscura y como
si
se
exagerada
a
la inquietud del viaje. Era
hubiese propuesto sollozar
por
un
fantasma
olvidado. La abuela ser
sincero y
adoptó producir
un
su
demasiado melifluo para efecto: tono
NOCHE DE LOS JUDÍOS
—
muel
Los hombres
derramó
no
no
109
lloran, Nicky. El propio tío Sa
lágrima, cuando escribió
una
que
se
sentía tan enfermo y que deseaba verte. Tú debes
llegar
alegre a galará nada.
te re
muy
¿Y
—
si
casa.
su
me
Porque
si te portas!
mal,
no
da miedo y lloro?
La abuela fría su
perdió la paciencia. Toda la voluntad complicada de sus cálculos salió a la dureza de
y
exclamación: —
Te he dicho que
no
tienes para
qué llorar
por
Sa
muel Goldmann.
Sofocada
inútil, Madame Durand estiraba dentro del coche el chalón escocés, para cubrir con
esta
las suciedades de los
jines
en
escena
que anidaban sobre sus co la cochera. Se estrellaba contra las cosas, con gansos
la misma ceguera empecinada de las falenas en el agua comprimida y volando de la lámpara del gran salón. —
Adiós, Nicky.
El niño
viaje que
no
no
contestó. Había entrado
en
la fábula del
mundo. Tras ellos quedaba la casa echaría nunca raíces. La casa construida sobre
como
en
otro
la destrucción de los hondos murallones de adobe, cidos
como
plantas
de la buena tierra. Talados
por
cre
manos
extranjeras, los árboles regionales habían cedido su gran porción de cielo a la fragilidad de los árboles aclimata dos en el parque. Aún se veían en el aire, moviéndose como
nunciar
caídas
cicatrices verdes y transparentes. Pro nombres aborígenes es como morder bayas
follajes, sus
en
sus
el fondo del
bosque.
11C
CARLOS VATTIER
Hectárea
hacienda,
su
por
para
hectárea, la abuela ha ido parcelando sostener su inveterada manía de los
viajes. Sólo un milagro podría salvarla ahora. Y ella no se conformaría nunca, si tuviese que cambiar el bri llo de los mosaicos de opaca, que
se
moldea
su
casa,
como
la
arcilla roja y
esa
por
o
carne
la redondez de
la tierra.
Cuando el coche traspuso la verja del parque, el aire traía ya la terneza del pasto ácido y la leche pas tosa
tas
de las vacadas
de
agua
que
vuelven al establo. Las
de las
estagnada
ranas
hacían
gargan
subir hasta
frío de lama. A través del polvo sordo de la carretera, brillaban las ancas lustrosas de los caba
el cielo
llos
a
un
la luz vacilante de los faroles. Desde lo alto de
loa viñedos, las fogatas en llamas.
acres
de la tarde parecían tien
das
En calma a
pensar
zonables,
con
ya, sus
como
Madame Durand había comenzado a tenderse trampas ra menudo. Llevaba al niño
sentimientos;
le ocurría
a
dormido sobre la falda. Sin
qué, lo atrajo hacia sí
con
explicarse claramente
por
verdadera violencia.
Señora X.
Estimada señora: Los años han aumentado
distanciamiento
nuestro
ni
posible que embargo, mis últimas señales de vida es
no
cuente ya
con
sus
y
recuerdos. Sin
son
para
la
ma-
NOCHE DE LOS JUDÍOS
111
dre de la que fué mi único amor. No sé cómo he tenido el coraje de sobreviviría. Nadie sabe mejor que usted, a costa de qué renuncias y de cuánto sacrificio pudimos librar nuestro cariño. Pues nadie contribuyó mayormente ensanchar los abismos de religión, social que nos separaban. Pero ella
a
ruego
y
condición
amaba. Y le
ir más allá de esta inmensa
no
plicarse,
raza me
no
mi
desprecio,
sino mi
felicidad, para ex imposibilidad de de
fenderme.
Estoy
de que si ella volviese a vivir, haría lo mismo: huir conmigo. Huir como venimos huyendo los seguro
judíos, desde hace veinte siglos. Huyendo sin saber por qué, semejantes a todos los ríos de la tierra. Huyendo de las malas sombras; huyendo de una maldición escrita en el aire por una mano carbonizada, en una lengua que nadie entiende. Créame, llego a tener la sensación de Su hija era de mi no haber nacido en ninguna parte. mismo temple. Nunca debió salir usted de la casa, señora. Nunca
debió abrir es
sus
ventanas
la quietud de los
tienen ni para tener
al
del mundo. El viaje Y nuestras madres no se de
judíos. sus hijos. Pero
habría conocido al ángel loado. no
que
canto
sin
que fué
sus
su
equívocos,
hija. Jehová
yo sea
Sin embargo, es necesario que sepa, aunque tarde, si hubiese existido un solo miembro de mi familia
inalterablemente israelita, muerte
con
pues
debería haber luchado
a
Llamo
para poder hija. pérdida de la estimación de uno de los la brega en común pesa más que las afee-
él,
"a muerte" la
míos,
yo
casarme
con
su
112
CARLOS VATTIER
ciones. Y cuando
se
ha tenido que inventar
fórmu
una
la sospechosa, para poder subsistir en la misma tierra de los hombres, de los pájaros y de las bestias, se está
parapetados detrás
más allá del bien y del mal. Vivimos
de la inteligencia,
hay
que
ventes
como
extrañarse, si
o
en
una
nuestras
trinchera. Por
ideas
omiso que hiciera
disol
desórdenes económicos ni el
sus a
mis consejos financieros. Es
tión de temperamento. No le echo en
veces
no
explosivas.
No le critico
ayuda
a
son
eso
efectivo que le procuró
su
en
una cues
tampoco la
cara
hija
caso
mi
con
dinero;
pero le advierto que estoy al corriente de los más ín fimos detalles de su bancarrota.
Mi Dios en
su
demasiado tremendo
es
mentos extremos.
Porque,
si
su
Dios
pedirle algo
para
nombre. Al espíritu del suyo invoco es
en
estos
mo
de mi Dios
hijo
de terrible justicia y ha vivido entre nosotros, debe nocer más de cerca que Aquel los decaimientos del razón. En nombre de El y de
le
su
co co
conocimiento humano,
mande al pequeño Nicolás. Yo no tengo para quince días de vida. Quisiera verlo antes de morir.
pido
que
Lo mecí
mis brazos hace diez años. Era
señora. Si
hija, y
en
me
en
me
una
este
favor,
me
igual
a
su
iré contento
paz.
Los médicos no
concede
me
ocultan la verdad
inútilmente,
Al contrario, la recibo experiencia más de la vida."
le
temo
a
la
muerte.
Samuel Goldmann estaba nunciado sino algunas
palabras
seguro
de más
de
no
en su
haber
pues como
pro
vida. Obra-
NOCHE DE LOS JUDÍOS
ba
o
escribía lo
incontestable,
la cual
113
era
otra
manera
patética de obrar. Para en
interiorizar demasiado
no
de
asuntos
a
familia, la abuela tejió
cionante alrededor del texto de
historia
emo
carta.
su
Cuando vio el león de bronce
Madame Durand una
que
mordía el tirador
de la puerta, sin ninguna intención simbólica, Madame Durand se dijo: Debe ser el León de Judá.
Salió
a
recibirlos
una
enfermera
como
hecha de
gasa
y éter. La casa estaba sumida en una fresca penumbra. De vez en cuando, el viento inflaba las cortinas como
velámenes
sedoso de la sentido
refulgía
y
resaca
las
a
cosas
un
trazo
celeste de
llegaba desde
la
mar.
El ruido
playa, dándole
otro
más usuales.
Vienen muy a tiempo. Si hubieran llegado maña na, tal vez habría sido demasiado tarde. Nunca creímos que esto iba a terminar tan luego. El señor ha preguntado —
por
ustedes toda la noche.
Náufrago aferraba
a
en
medio de
la institutriz
tantas sorpresas,
como
a
una
el niño
se
tabla salvadora.
Mientras esperaba que la llamaran, a pesar de haberse abandonado por completo a una aflicción casi imperso nal de puro humana, Madame Durand samiento:
lada daría
acceso
tuvo
un
mal pen
alguna puerta disimu escondite al repleto de tesoros? ¿En
¿Estaría bajo
sus
pies
o
interior de apariencia tan sencilla, detrás de qué muralla se proyectarían las sombras de la balanza de este
8
114
CARLOS VATTIER
aguda del probador de oro, frasco de Agua Regia en la garra de una mano?
Shylock con su
y
la de la barba
El señor les
—
ruega que pasen.
de modo que les recomiendo
El
exceso
nal abierto al
Está
muy
agotado,
prudencia.
de luz que entraba por el amplio venta mar, impedía la visibilidad como una eva
poración resplandeciente. No sin esfuerzo, pudo ver Ma dame Durand la cabeza alba del enfermo, consumién dose
como
un
ingrávida
agua
mohadones. Irradiaba niño
se
no
logró
una
sino levantar los
Sobrecogido, to
la blancura de los al
temor.
seña para que
última mirada
una
en
debilidad
le acercó sin ningún
intentó hacerle pero
una
se
tan
suave
que
el
Samuel Goldmann le aproximara más;
párpados
dar tal
y
vez
inteligible.
el niño
bonete del Rabino
no
que
vista del al
despegaba la
musitaba
en
un
yiddish
mo
algunos versículos de su enorme Biblia. Madame contemplaba el océano fundido con el sol. El enfermo debió pasar sus últimos días, descansando de su vida nerviosa junto a esta planicie sin ningún vesti gio de trabajo humano. Los movimientos finales de su nótono
Durand
espíritu tuvieron cesante
paso
con
adelante
qué fácil
es
que
confundirse
las formas libres
e
en
una
comunión in
infinitas del
hacia atrás. Después de la lectura líquida de las olas. y otro
mar.
tanto
Un
afán,
La enfermera le administraba el oxígeno como un del cuerpo. Eran los últimos esfuerzos del
sacramento
aire por mantener el su
vida, la
muerte
soplo
que
lo ataba
a
la tierra. Como
de Samuel Goldmann
no
pesaba
en
NqCHE ninguna parte. Era
algo
cuarto
como
remoto
El señor
en
hacerlo
si estuviese sucediendo
en
el umbral
y
encargó
me
ayer
que
cuanto
usted llegase. Yo
no
estos
momentos, pero él
me
en
en
el
llamó
a
Madame
dijo:
—
carta
115
imaginario.
o
Un mujer apareció Durand. Le
DE LOS JUDÍOS
le entregara esta hubiera querido ha dado siempre
órdenes precisas. Le repetiré sus palabras exactamente: "Quiero que la lean antes de que yo pierda el conoci miento."
Madame Durand
no
pudo
sustraerse
tampoco
al
atractivo dominante de Samuel Goldmann.
do
me
vi
obligado
emplear
a
Leyó: "Cuan durante mi vida las pala
bras experiencia o sabiduría, creí siempre que no decía nada. Por eso escribo ahora que he tenido la sabiduría de formar
un
montón de dinero de mi misma estatura.
No correré así el riesgo de que me tomen por un muer to inferior a su fortuna. Sin embargo, contraviniendo estos
go
casa. a
deseos de desaparecer sin dejar rastros, en desvelos, dejo a mi secretaria Vera Lifchitz
a sus
pa esta
Es mi único haber. Mi depósito bancario alcanza con diferencia de centavos el total monto de
cubrir
mis deudas.
Nunca dejé de
tener una
noción cabal de mis
res
las he hallado siempre menores que ponsabilidades; mis actos. Después de mi muerte, se le hará entrega a mi sobrino Nicolás, el cristiano, de mi colección de ob pero
jetos típicamente nacionales. Deseo desde niño a su país .
.
.
que
aprenda
a
amar
116
CARLOS VATTIER
Sería inaudito ran
la
suma
que,
que los gastos en
funerarios
sobrepasa
vida, estoy acostumbrado
a
gastar
mensualmente.
Es
esta mi
última voluntad.
Samuel Goldmann". Cuando terminó de leer, Madame Durand compren
dió de súbito los propósitos sibilinos de la abuela. Se pu so a llorar de alegría. ¡Samuel Goldmann no dejaba un centavo! Y ella recibía
como
un
legado inapreciable, la
esencia puramente humana de este hombre desnudo, nido de cualquier sitio, en cualquiera época.
ve
En ese instante, Samuel Goldmann clavó los ojos, inclinó la cabeza y murió como todo el mundo.
SOY YO, SEÑOR It's
me,
Oh Lord"
—
tierra!
¡A
La revista de la Aduana
y
Salomón Leví libre
ya
de las ganas de vomitar. Pero tendrán que pasar mu chos días, para que se le vaya de la nariz ese olor a co mida
pintura fresca de la
a
y
tercera
clase. No
trae
más
equipaje que una bolsa de ropa y otra pequeña bolsa, que oprime contra su pecho, mirando a hurtadillas. La brisa engrifa sus cabellos y esponja su barba rala. Apo
yado
en
la barandilla del entrepuente,
es
un
ave
de
ce
plumaje miserable y colorino. Su vista de flecha podría recorrer hasta el último escondrijo del
trería,
con
el
puerto. miedo y camina hasta la pla de la Intendencia. A la izquierda, el puerto insomne;
Baja la escala
za a
con
la derecha, la provincia soñolienta. ¿Dónde ir? La no y hace frío. Salomón Leví apenas habla cas
che ha caído tellano
y
le
cuesta
un
triunfo hacerse entender.
Logra al
fin que lo encaminen hasta un hotel modesto; pero lo halla demasiado caro. El sabe ahorrar, por instinto, en
120
CARLOS VATTIER
los cinco continentes. Y algo más: hacer que se dezcan de su triste vejez, pagando los servicios
ojos
blanco. Con
en
su
firme
compa
los
con
voluntad, Salomón Leví
podría hacer amanecer antes de las seis. La noche se le llena de encrucijadas y desde hace muchos años lo asal ta
en
la oscuridad
paciente
por
llegar
un a
miedo vergonzoso. Ahora está im su destino.
lujoso restorán de la Estación. ¡Cuánta buena comida pierde la gente rica en los ele gantes restos de sus platos! Aunque Salomón aprovecha ra hasta el hartazgo la última cena de a bordo, piensa el que podría llevarse de allí una buena merienda para viaje de mañana. Un poco de piedad, nada más. ¡Ah! nadie se compadece de este triste y pobre inmigrante. Camina hasta
el
Lo único que le interesa en el puerto es saber a qué hora parte el primer tren para la capital. Allí, entre su gente
estagnada,
entre
los
que
se
cubren de limo
por
moverse, clavará sus huesos y tenderá los hilos de su la. Habrá una lucha de competencias, es claro; pero cuesta tanto-
arrebatarle
"luftmenschen",
a
esos
no
te no
poco de espacio a los feroces "hombres del aire" que se cuelan un
todas partes. No obstante, él dispone de tal canti dad de miseria que nada le cuesta sembrarla en derre por
dor. Sólo que, tendido casa, el Deuteronomio
en
que
el inmundo camastro de
su
combate enérgicamente el
préstamo usurario y suprime con una maldición de azu fre el préstamo prendario, lo hace llorar sin consuelo. Pero esto le ocurre por idolatría habitual, más bien, pues to que
la sonda
no
halla fondo
en su
conciencia. Por
eso,
NOCHE DE LOS JUDÍOS con
absuelve de
se
sus
faltas y cul
los demás.
a
pa
giro vertiginoso,
un
121
Una
Ejército noche toma
en un
de
cruz
ampolletas rojas. La hospedería del
de Salvación. Por una
un
peso,
duerme toda la
se
limpia; por unos centavos más, se que tranquiliza el estómago durante
cama
desayuno
algunas horas. Y si los bolsillos están realmente vacíos, se puede pagar con una sonrisa. Pero Salomón es orto doxo. El
dormirá al
no
de
amparo
secta
una
cristiana.
Y aunque lo muerda el hielo, no cambiará una sola no dormirá allí. El no dormi
moneda sin ganancia. El rá
allí,
mientras
modo.
otro
.
va! El espíritu
¡Qué
.
das partes. ¡Si hasta el
¿Avaro? ¿Avaro si lo que tiene ocurriría
cuerpo
de
es como
pedirle
nada.
mano
lo
se
acomoda
en
no se
concede nada;
si fuera de otro; si
a
¿Avaro? Sólo
fisonomía
tendida; sólo
que un
hará
mal
to
cobija!
qué? Si él
curridiza de nacimiento,
quier
posibilidades. De
agoten todas las
no se
uso
una
caer
del
nadie
se
le es
siempre cual
mundo,
que po
dría pagarse más caro que un Cielo. Además, la exis tencia es relativamente larga. Y se vive en una constan te postergación de los mejores deseos, como dándole crédito al infinito. Y hay las alzas y bajas del cambio; las transacciones bursátiles; las Üetras ahorcadas; las comisiones ingeniosas;
las fianzas ingenuas,
los nego
cios curiosos, en fin, un tumulto de ocupaciones para ol vidarse del gran temor. Y cuando algunos patricios es
tán
a
varlo, rio
punto de
perder
aunque sea
a
su
costa
prestigio, tienen que de la indignidad. Es
conser necesa
ayudarlos. El corazón enrarecido de Salomón Leví
122
CARLOS VATTIER
ello
encuentra
en
pequeño.
Las
una
válvula de
grandes
empresas
escape. son
Pero todo casas
como
en
sin
puertas. —
¿Vamos
a
dormir, yiejito?
La prostituta le echaba su aliento vinagre y el vaho rancio de su traje de baile. Lo acarició con impudicia,
susurrándole al oído algo canallesco. ¡Respeto a la ancianidad! —
Después pensó en su yiddish secreto: "A esta hora, abrigado en mi cuartito del Havre". El tiempo vuela. Treinta años atrás, cuando podía sacarse fuego como de un pedernal, habría dormido yo estaría bien
gratis
y
las mujeres lo habrían recordado hasta fin de
Hace treinta años, en la trastienda de Daniel Co hén, vivía como dentro del cuento de hadas de la cam mes.
del Big Ben. Era un mundo fresco de porcelanas azules, de cretonas floreadas y blancas puertas que, al abrirse, hacían sonar sus timbales como una música de aguas. Y estaba Bilba, con sus dientes de puro arroz y sus pechos que no lo dejaban comer en paz. Daniel lo había recogido de niño y la madre Lea lo amaba como al huésped enviado por el Señor. Pero, en aquella épo pana
ca, su
él habría sido capaz de conducir por mal camino a Ángel Guardián. Pertinaz, solapadamente, se intro en los negocios del viejo Daniel, olvidándose manejos de toda gratitud.
dujo sus
Cuando la gente no decía Salomón, escondiendo —
finos que que
se
birlaba
substituía
por
en
es
inconsciente,
es
falsa,
en
se
boardilla los brillantes las transformaciones de joyas y en su
piedras falsas,
con
una
admirable
NOCHE DE LOS JUDÍOS
delicadeza. Pero Bilba, años, lo delató
para
do
más
pudo
no
ya
Los
—
sigue
perros
quién él sedujo
a
aminorar con
siguen
123
su a
a
los quince
responsabilidad,
su
cuan
culpa.
los hombres.
perro. ¡Tú los seguirás! lo Así maldijo Daniel Cohén, su
Ningún hombre
a un
—
¡Te tomarás!
un
trago
con
segundo padre. viejo del dia
nosotros,
blo! Y fueron empujándolo hasta la primera cantina. El se abrazaba al enfermero de a bordo, que
marinero ebrio
le
arreglaba la pechera como una madre que le hubiese palpado hasta el grosor de las venas. Al fin y al cabo, era un trago obsequiado. Aunque Salomón no bebía nunca, no podía rehusarlo. Pero tuvo que acompañarlos hasta muy tarde, explicándose por señas. En unos pocos meses más, Salomón podrá con versar sus
hasta que le duelan las mandíbulas. Les dirá a nocturnos que la sociedad se divide en
contertulios
los ebiorsim rosos. o
hombres ricos;
u
en
los anavim
o
meneste
Y que existe una tercera clase, la de los chassidim a la cual él pertenece por derecho propio y
los justos,
porque es,
mediario
dentro de
entre
actividad,
su
ricos y
El marinero miró
un
equitativo
inter
pobres. en
el espejo del bar la
cara
de
hasta
Salomón, con el sombrero grasiento, encasquetado las orejas. Tenía en la barba un pelo crespo de pubis y la montura de oro de los anteojos, sobresaliéndole en el cabellete de la nariz. El marinero un
nudo
con
no
pudo
la barba y
se
resistir la tentación. Hízole marchó sin decirle adiós.
124
CARLOS VATTIER
¡Porque me pierden el respeto, Dios mío! Si has los mendigos parecen sagrados. Cuando sea rico, ha castigar sin piedad a los insolentes, exclamó Salomón —
ta
ré y
salió
la calle.
a
El frío relente de la noche lo hacía
toser.
Echó
an
el firme propósito de buscar alojamiento. ¿Dón de había visto la misma cara de aquél marinero rubio?
dar,
con
Fué
en
Coblenza,
la de Wilhelm
Kalens, el violinista. desempeñado mu comenzaban ya a despuntar en su
Antes de conocerlo, Salomón había chos oficios
raros
y
espíritu los primeros síntomas de su actual estado. En aquella época, se improvisó Empresario de Teatro y no lo hizo mal. Wilhelm tenía éxito y Salomón estaba fe
liz de triunfar ro
su
a su
sombra. Pudo llegar
signo ineluctable volvió
crito que,
mientras viviera,
muy
arriba,
manifestarse. Estaba
a
pe es
podría reclamar ni sus derechos; que nunca haría nada grande, sino a despecho de los demás. Sin saberlo, a medida que su orgullo cre no
con la fortuna de Wilhelm Kalens, lo roía una en vidia virulenta. Por eso, sin comprender bien lo que ha cía, obligóle a perder el más ventajoso de los contratos. Tal vez quería verlo recomenzar y poner toda su capa
cía
cidad hasta hacerlo surgir de nuevo, de que no llegaría a nada sin él. Fué
donable,
que
le costó la ruina
y
para
convencerlo
una rareza
imper
desprecio del único vida.
el
había conseguido en su Absorto en sus recuerdos, Salomón había caminado mucho. Encontróse en una callejuela desierta, comple
amigo
que
tamente
desorientado. Debía
lo increpó duramente.
ser
muy
tarde. Un policía
Aterrorizado, Salomón retrocedió,
NOCHE DE LOS JUDÍOS
125
mirando el bastón del
guardia y dando mil explicaciones ininteligibles. Temblaba como un perro apaleado. Era tanto su pavor que hubiera llegado a confesar un delito que no había cometido. Cuando perdió de vista al vi gilante, echó a correr. ¡Sale youpin! ¡Derty jew! ¡Perro judío! En todas las lenguas, había escuchado el mismo in sulto y creía oírlo a sus espaldas, aunque nadie viniera detrás. Pero, cuando lo escuchaba en realidad, agacha ba la cabeza, tomaba una actitud rastrera y desaparecía cuanto antes. En el fondo, él. despreciaba a los mente catos que, por costumbre o por tradición, descargaban —
contra
su
raza
cia. La actitud
la bilis de
baja
la revelación de la
y
su
ignorancia
y
de
cobarde de Salomón,
inseguridad de
el reconocimiento subconsciente de
su
impoten era
sino
sí mismo y tal
vez
su
no
vergüenza.
días que pasó en la cárcel, por extorsión y chantage, lo harían huir durante su vida, hasta de los cuidadores municipales. Sin em Los trescientos
sesenta y cinco
bargo, aunque se negó a leer en su celda, sitio indecoroso, El Antiguo Testamento una
por hallar el
que
le llevó
dama caritativa de Las "Hermanas de Palestina'',
haría siempre lo indecible por quedar al margen de la ley, huyendo hasta de su propia sanción.
dolorosa juventud, habría si do tal vez una pretensión de Salomón Leví, la de querer entroncarse con la línea roja de los perseguidos, de los Aun
en
su
ardiente
y
malditos, de los tremendos rebeldes. Porque Caín, Ismael o Esaú tenían una altiva genealogía del mal, una historia de dragones invencibles o de toros desollaferoces
CARLOS VATTIER
126
dos vivos. No
la frente estrecha de Salo
soplaba sobre
món el mismo viento del desierto que curtió los labios de
Ismael, el
eterno
marcado de Yahweh,
ese
"asno
salvaje".
Entre los que fueron y no eran; entre los que llegaron del Cielo, tal a hacernos pensar en un remordimiento
allí moraría Salomón Leví,
vez
los siglos de los si
por
glos. para crearle siquiera un ser su conciencia, qué alta voz puede problema, en una le gritará plaza pública: ¡Fuera de Israel, perro sarnoso! ¡Alimaña infa me, no ensucies con tu carroña el campo limpio del pue blo más sufrido! ¡Apártate adonde no te vea ni Dios! ¡Límenle los grillos a los asesinos, porque ellos son más
En
deshecha senectud,
su
si
no
—
que tú!
Amor, insensibles lee to
como
de
su
no
y
otra no
en una
miseria,
cosa
que
amor.
Pues
sus
días
son
el reposo, donde la vida se cisterna. Aire del amor, porque el bul conoce
a
veces
se
transparenta y muestra
una
pobre alma, pidiendo el mismo sustento del cuerpo. Fuerza del amor, para que el espíritu destruya su razón contrahecha, aunque lo enloquezca. Bondad del amor, para que
reconozca entre
se
los hombres
Las cinco de la mañana. tren para
la capital sale
en
y
¿Para qué
tres
de la
un
en en
una
El se
hora,
el minuto
muerte.
Extenuado, Salomón frío,
acostarse?
horas más. Salomón
gran peso al saberlo. Pero, cabe el largo pasado, como toda la vida
alivia de
ame.
un
frío
en
se
sienta
en
un
banco. Tiene
los huesos que nadie podría entibiar. Aun-
NOCHE DE LOS JUDÍOS
lo's
que
párpados
sueño entrega
en
el respaldo,
en
cumbe
en
le caen, no se atreve a dormir. El poder del enemigo. Apoya la cabeza
se
olvida
se
abandono
un
127
instante de sí mismo y
un
que
transfigura
su
vuelve emocionante de humanidad. En hasta acercarse a él con piedad sería un
En cido
otras ocasiones
en
un
.Una
rostro y
su
lo
se
este
momento,
acto
brutal.
pasó también la noche,
entume
banco. ¿Hace cuántos años? de aldeas
lynchadas. Ladijenka, Trotianetz, Stepanitz-Afner, Fastov, Rossava, Proskurov. Las hordas de cosacos zaristas entraron en ellas, masa crando, robando, violando niñas y niños judíos. Eran .
.
masa
.
.
los espantosos días del exterminio, en que la tierra de Ucrania chupaba la sangre de Israel; en que la fiebre
del paludismo antisemita, latente en tantos pueblos, ha bía hecho estallar los termómetros. En vano el Arzobis de Londres
po
y
Víctor
hebrea, presidieron
un
Hugo,
con
su
poética filiación
inmenso desfile de protesta. El
de Israel, como siempre, no estaba allí para reco aquel calor de acercamiento y solidaridad humana.
resto
ger
Huyendo hasta mida
y
de
su
sombra iba,
agria liebre. En
vano,
Salomón lo recuerda de
sus
hermanos
con
en
con
su
vano.
.
horror. Fué
judíos gritaban
carrera
de tí
.
en
Kiev, don
de espanto, estremecien
desde el primero al último piso; donde los lamentos de su familia, con esa atroz energía sacada del do las
casias
de la tierra, habrían demolido las casas, bayonetas no les hubieran rebanado las gargan
centro mismo
si las tas.
CARLOS VATTIER
128
¿Cómo huyó de aquel infierno? Salomón no ha po dido saberlo hasta hoy. Vagó durante meses, comiendo sobras y durmiendo en los bancos de las plazas. No obs aquella debió
tante,
ser
su
hora, el fin prematuro de su es libre ante toda
tiempo sobre la tierra. Mas el hombre manifestación de lo invisible. Salomón Leví
no
adivinaría jamás
que
su
Guehenna,
infierno viviente, que el tránsito de su condena que ción, había comenzado desde aquella fuga, desde aquel su
rechazo de morir nes
no
lo harían
con
el alma
crecer
con
intocada,
su
ya que
las pasio
abono. Salomón Leví
lo sabe, porque ni a quererse a sí mismo ha porque hasta su conocimiento de Dios es
no
aprendido; una
cuenta
mal sacada. En medio de
su
infortunio ¿cuántas
pies los frutos maduros de la
veces
caerían
a
sin que él
bonanza, pudiera verlos? Elias, su hermano menor, huyó también de Kiev aquella noche apocalíptica. Pero él es otro ejemplo. La tragedia, como un carro de fuego, lo aisló en la cima de sus
espíritu, donde el aire es tan puro que embriaga co mo un vino. En Bronks, cortando mangas y viendo man gas hasta en las nubes de Nueva York, Elias morirá en paz. Por causa de él, no odiarían a los suyos, como por su
de un hombre se suele odiar a la humanidad. "Prohibida la entrada". Es la única razón para
causa
trar.
y
de
Salomón atraviesa sacos
con
en
altos de pasto aprensado las orejas atentas al menor ruido. Caute entre
losamente, va siguiendo a un perro para no caerse. En la víspera del amanecer, el mar despide una emanación
NOCHE DE LOS
tibia. Salomón barre
lo, y
para sentarse.
el sueño lo
junto
los pies el carboncillo del sue en su bolsa- de ropa
Reclina la cabeza
vence.
él. Pero
a
con
129
JUDÍOS
El
no
perro le lame la
alcanza
a
cara
y
se
echa
dormir mucho, pues el
fuerte temblor de los calofríos lo despierta de golpe. ¡Me voy, me voy a un hotel! —
Tras los alambres de púa, los vagones vacíos se pue blan de sombras viajeras. Salomón intenta pararse, pero ya no tiene fuerzas. Una espada lo atraviesa del pecho a la espalda. A su lado, el perro se pone a gemir como humano. La temperatura, en su grado extremo, lo hace perder el conocimiento, pero lo postra como ser
un no un
plomo. Rojo, rojo detrás de los ojos; rojo el fragor del mar y los aullidos del perro-más rojos. No de
trozo
debe un
ser
este
el Infierno, porque lo invade de pronto como si flotara en el éter, hast-
inmenso bienestar. Es
perder el sentido, sobre la almohada de un oleaje suave. Y hay una difusa luz de mar amanecido, fluyendo detrás de los párpados. Y tiene que ser éste el Cielo, ta
porque
Salomón Leví
cree
que lo
merece.
últimas gotas de agua y del horizonte, sube el so despegado por completo nido del día y pueden verse los pescados muertos que la
Cuando el sol evapora
se
sus
ha
noche arroja
a
la
playa.
9
««"í^o*»**1
I
LA CASA PROMETIDA
Había comprado radio, refrigerador, cocina, plan cha eléctrica, automóvil a plazo. Hacía las operaciones y las componendas con mucho ojo, pues su crédito se ba
avispas del mismo colmenar. Tenía pocas compromitentes y muchas pequeñas participa ciones en negocios volantes. Era al mismo tiempo deu dor y acreedor en la hermandad industrial y supervigi-
rajaba
entre
acciones
Judá. Podía decirse
lante de
salido
a
Efraín Ivovich había
que
flote.
Judith, la cabeza
mujer,
su
como
a
estuvo
Holofernes
muchas a
veces
por
medianoche;
cortarle
pero
se
le
vantaba de madrugada, convencida de que el comer cio al por menor tenía mayor interés que una desave nencia conyugal insubsanable. He aquí cómo se convir tió,
con
el
transcurso
de Efraín, mientras
de los años,
era
en
prácticamente
el brazo derecho su
azote
izquierdo. Como la urgencia había ensamblado tinos por
fuera,
no
le
profesaban
un
horror
tan
con sus
el
des
serio al
vacío.
hombre inteligente. Sin negocios prosperaban. Es que no les con-
En verdad, Efraín
embargo,
sus
no
era un
134
CARLOS VATTIER
sólo tiempo y cuidado, sino amor; ese furioso idéntico amor que la mayoría de sus colegas conside
cedía e
tan
raban la coronación de esta
zona
sus
económica de
su
esfuerzos. En
un
vida afectiva
comienzo,
tuvo
sin
un
número de feas alternativas; pero fué ennobleciéndose a
parejas
flacas,
su
con
el éxito. Durante el
honorabilidad
estuvo
período de las
en
razón
directa
vacas a
la
competencia; la calidad de su mercancía fué inversa mente proporcional al consumo y su avidez a la medida de la imprevisión ajena.
Como
sucursales,
su a
peletería había alcanzado el honor de dos pesar de haberse perfeccionado en el ra
hasta el punto de hacer maravillosas composturas e imitaciones, Efiraín ya no confundía, por 'distracción,
mo
el conejo con la nutria. No significa esto que hubiese perdido el instinto de saber dónde salta siempre la lie bre
de descubrir la debilidad mercantil,
y
amalgamada
menudo con los sentimientos más decorativos de muy humanidad. Efraín no ignoraba que cada hombre la a
tiene
su
precio,
pero
desconocía aún el delicado
arte
de
ofrecérselo. En el fragor de la lucha, no había sido muy observante del Sábado, mas la solidez de su estableci miento lo había llevado hasta la Adoración de los Ci rios y al ayuno más estricto. Efraín no estaba bien segu ro de que este temor religioso no proviniera del bienes tar
de
libro
sus
con
setenta y cinco tantos
kilos. Si
aspavientos,
a
llegó
a
comprar
nadie la extrañaría
un
que,
del tiempo, Efraín no pudiese permanecer hasta la tarde y tuviera un carneador propio, impuro como salido de la higiene intransigente del Talmud. con
el
correr
NOCHE DE LOS JUDÍOS
Efraín tropezó, más
tes
por
cierto,
con
considerables
135
algunos el
inconvenien
de su fami lia. Primeramente, no pudo conseguir que su hijo Ru bén fuese de su misma pasta. Porque el muchacho ni siquiera se le parecía en lo físico. Rubio, pálido, her menos
o
en
seno
moso como el Ángel del peligro que envió Elohim a las ciudades malditas, era cínico y vagabundo como un na rrador de cuentos orientales. No tuvo paciencia para es
tudiar
la atmósfera tórrida de
en
su
adolescen
tendido a un oasis. Su boca hú demasiado roja le ponía los nervios de punta Efraín. Además, Rubén, era derrochador y se robaba
cia,
meda a
vivía
y
la sombra de
como
y
la tienda, para repartirlas entre los cristia a dejarlo a casa al amanecer. Efraín no se
carteras
en
nos
iban
que
explicaba de quién había heredado su hijo aquella finu inútil y aquel don inaudito de convertir la ociosidad en un quehacer abrumador. ra
"Soy dio de garage
las doce
alto-parlante, ma era ra
de
o
soy
la
una
y
media", decía
Dios
comer
momento
no
por
dio
me
y
el barrio de las prostitutas, que Mahosu Profeta. Otro día dijo a la ho
Alah
que él fumaba
opio. Aseguró que hasta ese había tenido visiones muy celestes:, porque
vomitaba los sueños toda la tarde. Efraín su
en
familia incomprensible. Una noche sacó del el auto de la reclame y anduvo gritando en el su
una
no
supo si
le descompuso el estómago y le tunda de garrotazos. Después de esta escena,
hijo mentía,
lo mandó
a
pero
se
Buenos Aires,
el taller eléctrico de
su
a
trabajar de mameluco
cuñado Abrum Marcovich.
en
136
CARLOS VATTIER
La hija Ruth,
que
llevaba
los cabellos
en
su
mejor
colecta de espigas, le proporcionó también más de algún quebradero de cabeza. Es cierto que su educación dejó
mucho
desear. Hasta
que
vo
debajo del mostrador
eso
le costó
a
su
madre
cerca
de los doce años andu
como
un
una
rata
blanca. Por
largo martirio enseñarle las
primeras letras. Pero parecía que Ruth no necesitaba, como la mayor parte de las personas, salir de la igno
completa oscuridad de su espíritu contribuía prestarle cierto encanto, pues era dueña de una sabiduría corporal, comunicable con el menor ade mán. Irremisiblemente, tuvo que hallar un amante el mismo día que se puso medias largas. Fué un muchacho judío, con un extraordinario parecido a Disraeli. Salvo rancia. La más bien
que
a
éste usaba corbata encarnada y tenía
una
biblioteca
marxista, más repleta de pólvora que el Instituto Smolny. El día en que Ruth manifestó de sobremesa que era
revolucionaria,
su
madre la llamó
a
la cocina
y
su
padre
siguió leyendo los Avisos Económicos. Pero el mucha cho
se
aburrió
muy
pronto. Ella
quedó
encinta y
con
el enigma de la palabra superestructura en la punta de la boca. Entonces huyó de la casa. Sus padres no pudie ron
explicárselo
decible
durante mucho tiempo. Hicieron lo in
pero en vano. Es posible que Efraín grandemente, pues en aquella épo ca estaba muy ocupado. Cuando recibió la carta de Ruth, fechada en Bucarest, en que le contaba que ha bían vuelto a abandonarla y que no pensaba regresar, no
por
hallarla,
hubiera sufrido
entonces
blasfemó:
NOCHE DE LOS JUDÍOS —
¡Que
no
al par de
castraran
137
el día de
puercos
su
circuncisión !
No obstante, desde
bajar
para sí y vio la
que le caía
a
volvería. En de
una
la caja. Estaba convencido de que Ruth juventud, había tenido trato con más
su
prostituta judía. No sólo añoraban el hogar
los ojos llenos de
lágrimas,
por
con
sino que estaban seguras de
umbral bendito, cuando fueran una carga. Nadie les preguntaría nada, y el solo hecho de volver, las considerarían ya pu
poder traspasar de ya
aquel día, Efraín dejó de tra de sus hijos en cada moneda
cara
nuevo
su
no
rificadas. Y así ñana y
hubo fiesta
Efraín
se
tela. Si los
laron
tuvo que
en
en
suceder. Ruth volvió
la
ella lo esencialmente plástico de
día. Había
ganado
la clien
a
la habían vuelto más hábil,
no
en
ma
casa.
embobaba mirándola atender
viajes
una
flexibilidad
y tenía
dadera distinción internacional. Hasta
su
su
reve
alma ju
ahora
una ver
exceso
de pul
seras y de collares, dábanle ese rango imponderable y aquella dignidad de diosas ofendidas que tienen las pros
titutas
en
Oriente.
Más que el pan ácimo, que el cordero puro o que su límpida visión del Siloé, había torturado a Efraín el sueño de
una
casa,
cuyos
heridos horadaban
su
cora
zón; cuyas murallas', como las de los gentiles de Jericó, llegaban al Cielo. Ahora podía considerarse un hom bre feliz: la había comprado. Por las mismas calles que recorrió en su juventud, vendiendo agujas y hojas de
afeitar, el que
se se
paseaba ufano, observando las compra
un
casas,
par de zapatos y comienzan
como a
in-
138
CARLOS VATTIER
teresarle por primera vez los zapatos de los demás. ¡Ah! ni en el Arca de Noé habría cabido la profusión de co sas
ta,
que
Efraín elucubraba
mujer hablaba
su
para
con
su casa.
cierta
Sin darse
cuen
trascendencia, cuando
le decía:
Efraín,
—
dad.
.
es
como
si hubieras
comprado
ciu
una
.
domingo en el campo. A la sombra saludable de los eucaliptos y de los pinares. Efraín hacía ejercicios respiratorios, aprovechando así hasta el último átomo de oxígeno. Aunque no sentía ya los perfumes campes ese pegajoso olor a curtiembre, tres lo hacían soñar con una vida de égloga. A su mu jer no le gustaba la naturaleza y se quedaba dormida fácilmente. Era hija de campesinos y lo había pasado muy mal. Ruth preparaba la merienda y desaparecía bosque adentro con sus amigos. Como la temperatura estaba deliciosa, regresaron más tarde que de costumbre. Efraín dejó el auto en el garage y se fueron caminando hasta la casa, cargados de canastos. Estaban ya por llegar, cuando escucharon Habían salido
a
pasar
el
la campana de incendio. Llenaba el cielo de un luto pesado y rojizo. Sonaba como dos mundos dando tum el campanario de las noches de mar brava.
bos
o
como
Qué trágicas
—
son
las
una
aldea sumergida,
campanas
de incendio,
amigo. Parece que nos anunciaran una desgracia sonal que nada tiene que ver con las llamas.
un
en
dijo per
NOCHE DE LOS JUDÍOS
—-Lo
no
que
hace el
139
fuego, lo hacen los bomberos,
sugirió Judith. A fin de año comienza el negocio de los incen dios. Por el número de toques, éste debe ser bastante lejos, añadió Efraín. —
Pero, al doblar la esquina, divisaron las bombas y un gran gentío apelotonado frente a la casa. Efraín echó a correr. Quiso romper los cordones, gritó, suplicó: —
¡Señores,
Pero
si
lo
no
es
mi propia casa!
dejaron
fera estaba caldeada. El
atravesar
fuego
no
la calle. La atmós
salía al exterior,
pero
las llamas aparecían y desaparecían como lenguas dia bólicas tras de las ventanas. Los potentes chorros de las
mangueras
humo
negro
hacían crepitar los materiales al rojo. El por todas las rendijas y la calle se lle
salía
naba de charcos enrojecidos. De repente, reventó la vidriera de un bow-window y hubo un chisporroteo que
petardo. Efraín oyó después un crujido y plúmbeo, como de algo que se desfonda. Su mujer y Ruth contemplaban atónitas la quemazón, sin querer dar crédito todavía a aquella pesadilla. Efraín
sonó
como
un
sordo
tenía los ojos fuera de las órbitas. ¿Quién ha quemado mi casa? Yo lo averiguaré —
todo. Todo lo sabré.
¡Dios
de
Jacob,
me
quemo sin
se
guro!
Después, como le gritó a Ruth: —
bién.
Corre
Hay
a
dos
si hubiera recibido
la tienda.
abrigos
Algo
está
una
inspiración,
pasando allí
de armiño que valen
una
tam
fortuna.
140
CARLOS VATTIER
Efraín pensaba que no
que
desgracia
su
totales. No concebía
ser
ruina tenían
su
y
mandato del Cielo que
un
fuese absoluto. En medio de
su
desesperación,
se
encaró contra el —
público: ¡Lindo espectáculo
Las bombas salieron las calles
Era
si
como
toda velocidad, atronando
a
los lamentos de
con
dejasen
de ociosos!
para la tropa
detrás
sirenas
sus
una
desgarradoras.
catástrofe acarreada por
ellas mismas. El olor de los escombros
poniéndose cada taba aún
remojados iba desagradable. Efraín no es juicio. Caminaba, balbuceaba, gesti
vez
en su sano
más
culaba. Desde lejos, vio que las llamas no habían tocado el garage. Corrió hasta allí y quiso reavivar el fuego, arrojándole fósforos prendidos a un 'tambor de benci na.
Sólo el llanto
enloquecedor de
mujer logró ha
su
cerlo desistir. Sollozando sin ningún respeto humano, se sentó en la escalinata de la entrada ¡Qué cosecha de dolor para desgarrarse las vestiduras habrían tenido sus
abuelos aquella noche! ¡Cuánta ceniza
para
cubrirse los
cabellos! Otra
camino del hotel, encorvado
vez
ciano, le decía cedor: La
—
Prometida.
casa .
.
a
la mujer,
prometida.
¿Estará
en
.
.
un
tono
como un an
dolido
y enterne-
Nuestra pequeña Tierra
escrito que
no
la
veamos
nunca?
ORO DE BETHLEM
I
Hasta aquí llegan hombres de todo el país. Vienen oro o salud los del valle central; trabajo y aventura los náufragos de las selvas del sur; calor y ho a
buscar
rizonte el hombre ártico y pequeño de los
Pero vienen al Norte los más fuertes crecer
bravo; las
o
archipiélagos.
los que
van
a
de viejos, porque el desierto es un antiguo mar porque el mar es el principio y el fin de todas
cosas.
Parece
que
la tierra
es
redonda
y
no
muy
grande.
puesto que Exequiel Brener ni siquiera estaba cansado y tenía la sensación de no haberse movido de China,
cuando
bajó del ferrocarril
en
este
rincón
perdido de
Chile, hace treinta años. "Pueblo Hundido", rezaba el letrero de la Estación. Exequiel contempló el caserío
encajonado en el horno de las montañas y tuvo sed. Llegó hasta el sequión que franquea la entrada del pue blo y miró correr el agua. Era un líquido cobrizo y bi tuminoso que traía su veneno desde un lavadero de me tales. Después atravesó la calle principal, sin saber que llevaba un espejismo en cada lechuga de su cesta de
provisiones. Al
otro
lado de la línea del tren, el azul
CARLOS VATTIER
144
fluido de la tarde reflejábase la pampa,
durmió
Exequiel el otro,
en
las más puras aguas.
en
como
en
el hotel de
quedaba
el que
la inmensa costra de
en
Wang-Li,
pues
en
la muela descomunal
entre
y la gran bota de palo del zapatero, ha asesino escondido. Aunque Exequiel traía su de
del flebótomo
bía
un
rrotero, pasó
do
de la minería en
mala noche, porque
una
le habían pega
se
los oídos las conversaciones de los mil Aladinos
en
los
trenes
viajan
que
con
del Norte. Sin
lámparas maravillosas
sus
una
queja,
mujer
su
sopor
pestilente hedor pantanoso de los arrozales y frió las consecuencias de una manga de langostas
tó el
su
en
hizo aquí sino llorar desde su lle pero Presentía que no iba a caer sola en este hoyo sin
Manchuria,
gada.
no
fondo.
Exequiel Había
una
se
levantó de alba
en
busca de
camanchaca arrastrada,
que
su
cateador.
lamía la
cara
vapor Exequiel contempló el grupo de casas, reunidas para no decirse nunca nada. Hizo des pués la diligencia de las muías y volvió al cabo de una
con
helado.
su
barbudo
semana,
sonriente.
y
Exequiel Brener había profesado
en
cuerpo y
en
la fabulosa orden d^ la minería. Y así
en
esta
Sacó
oro
mismas
mujer
falange de a
en
montones, pero volvió
cavernas
de
sus
vetas
se
hora de a
incorporó su
enterrarlo
vaciadas.
Porque
muerte. en no
las
hay
ni concubina más insaciable que la hidra de las
minas. Los na
termites hasta la
alma
sus
cerros
del Norte están huecos
entrañas
das las negras
como
cuevas
en
una
y
la
voz resue
catedral. Pero casi
de las boca-minas,
que
se
to
descu-
NOCHE DE LOS
bren
los montes azafranados
en
145
JUDÍOS o
de
ese
áureo que
rosa
tienta, dan también al filón perdido, donde habita el ánima
en
p»?na
de
Allí, al pie de a
de
causa
da
con
las
Allí nació tus
y
un
un su
Dorado fascinante, murió
derrumbe. Allí murió
conservas, y creció
llenos de
minero.
agua,
soñando
una
Exequiel
mujer, intoxica chacra anegada.
el milagro de esos cac medio de los liqúenes chamuscados
Volodia, en
con
su
como
de las tierras brillantes de sílice. Pero el delirio
pasa y satura
la sangre
se
tras
el oxígeno. Volodia
como
no
emigró al Sur. Entre la peonada de un enganche, llegó hasta las salitreras'. Aquellos mantos inextinguibles de riqueza,
cuya
materia
depurada
se
derrama
por
la tie
buen espíritu el poder mismo de la naturaleza, lo atraían desde niño. Pero qué vida infernal se llevaba allí, apretada entre la placa candente
nutriendo
rra,
del cielo
potencias
y
la
se
seca.
ganta había atado no
como
corteza
un
de la tierra. Parecía
comprimían
en
el collar de
Y cuando vio estallar la
que
todas
fuego de mano
en
su
sus
gar
que
se
un cartucho de dinamita el compañero que ansiaba sino beber más aguardiente con la plata de
la indemnización, Volodia arregló sus cuentas a Pueblo Hundido. Allí lo esperaba, por lo infierno de
un
sueño
y
regresó
menos,
propio.
Como siempre, la polvareda era el único tráfico el largo callejón. Sólo los muros calcinados de las sas mostraban el avance de su lepra. En medio de potes de
porcelana floreada,
muerto
Muy
las
perdidas, pasaba
un
en ca
sus
de aburrimiento, el
boticario «seguía dopándose de cocaína a
el
como
un
animal.
automóvil y mataba
una
10
CARLOS VATTIER
146
gallinas de la localidad. Una cancha de rayuela reemplazaba allí el espectáculo de la iglesia y del De noche, el teatro que ostentan cualquier villorrio. viento trasportaba en volandas una plancha de zinc y columpiaba los faroles a parafina. A veces caía un ven dedor viajero y causaba cierta alarma en aquella pobla ción que no alcanzaba a engendrar siquiera los defec tos de una pequeña comunidad humana. ¿En qué hora de las pocas
muerta
y
para
qué habían construido
lamentable
ese
kiosko de la música? Los sábados llenos. que
Bajaban
sólo
rompía
se
los mineros
bajaban
acorazados de en
hediondo galpón de las
una
un
violación
rameras
o
tropel. Entre la infección profunda cosméticos baratos, se desplomaban en piedra o de corvo ensangrentado. Volodia volvió con
unos
a
los bolsillos
una a
riña. Al
dar todos
y
el olor de los
su
borrachera de
la mina abandonada de
su
padre
hombres el metal de baja obtuvo el dinero suficiente para
cuantos
ley de los desmontes,
y
viajar al Sur. Pensaba abrir en
en
viejas iban
en
Acarreó
con
silencio subterráneo,
otra
galería de tentativas
el socavón de la mina.
Para los mineros pobres del país, el rico de
metal
escaso
pedimentos, es el pan inmediato, la oscura cosecha de piedras que se trueca por alimentos. Para Vo lodia, a pesar de su miseria, una mina sería siempre el sus
túnel que conduce al dominio del mundo. ¡Ah! cuánto había deseado cortar una ca,
aunque
fuese
en
un
del Sur. Volodia cortó
su
paseo
público
rosa
y conoció
de a
rosa
una
fres
ciudad
Brana.
NOCHE DE LOS JUDÍOS
Brana
perándolo
no se
movía
nunca
de la
147
casa, pero
estaba
es
la puerta aquella tarde. Husmeaba el aire, moviendo los globos de los ojos, como una vaquita nue va
en su
cha
las
y
en
primera preñez. Iba
y venía, con la cabeza ga el vientre, dilatado hasta la desespe
manos en
ración.
Volodia tal
vez
lo
ignoraba,
porque
ella
no
se
lo
había insinuado, sino muy veladamente. Además, su cintura no estaba tan notoria y él debía pensar en cual
quier
trastorno
contacto
de Dios
cosas
propio del
sexo,
ardiente. Para qué iba son
tan
Rendida, sintiendo
cuando ella huía de
su
preocuparlo,
las
a
si
simples. un
peso
tibio
los
en
senos
y
esos
golpes de carne entrañada en las paredes del vientre. Brana se sentó en el umbral. Ella no hablaba nunca y tenía
una
gran
amistad
males más bravos manos
que
no
la tierra. La seguían los ani
había
mañanas
plantado por sus viejecito curioso y
grano
floreciera. Como
barbón, todas las a
y
con
no
un
bajaba del
monte
un
chivato,
darle cariñosas cornadas. Cuando amanecía contenta,
Brana abría mucho los ojos, como si quisiera decir algo. Volodia ya se había acostumbrado y no le daba más ré
plica
que
su
ca, pero esa
cuerpo
indomable. Brana
tarde habría
no
querido gritar
en
hablaba el
nun
despobla
cualquier nombre de mujer o de hombre. Con sus botijos de barro y su pregón, venía llenan do el aire de lluvia un aguador. Cuando lo vio atar fren do
te
a
gio.
la
casa
su
asno
terroso,
Brana creyó
en
un
presa
148
CARLOS VATTIER
Temprano
y
con
jó Volodia de la
una
mina.
inquietud incomprensible, ba Con toda la gravitación del
hilo, de la ingeniosa resistencia de los so de madera, dependían la seguridad de las bóve portes das y su vida todo el día. Habló fuerte y respiró con monte en
un
avidez. En la hondura su
voz
había
la de
era
un
un
rocosa
y
dentada de los piques,
enterrado vivo durante la faena. Y
polvillo desprendido de los
terrones
las vagonetas, que le escarbaba la garganta pluma fina. Brana y
le hizo
no
corrió
una
a
abrazarlo. Se paró
seña temblorosa. Todo
al
caer
como
en
una
dificultad
con
ocurrió
después
silencio. Volodia apoyó la cabeza dulcemente en el vientre de su mujer y lloró de alegría. Fumó más que
en
aquella tarde. Pero, cuando Brana lo impuso de que la vieja co madrona del lugar había muerto y que sólo quedaba un partero de animales, Volodia se desesperó.. Ya no hay tren hasta el Martes, vociferaba. Después le preguntó a Brana, con una ingenuidad y una suavidad de lágrimas: ¿No podrías esperar hasta mañana? nunca
—
—
—No. —
hijo
Pero
yo
no
aquí. Ensillemos
quiero
que
tú te
entonces la burra blo vecino. Allí hay de todo. Creo pacio, alcanzaríamos a llegar. —
un
mueras
ni que mi
nazca
y
vamonos al
que,
pue
andando des
Volodia hizo del lomo punzante de la burra casera tan blando, que Brana sonrió en medio de
cojín
NOCHE DE LOS JUDÍOS
dolores. Cogió
sus
subir
cerros, tomó
darle
otra
149
seguida el bastón ferrado
en
para
la rienda
y salió del pueblo con su Iba entonando el Kol-Nidré que le había mujer. feliz, enseñado su padre. ¿No serían tan fuertes los deseos de
cerse con
vida esta
a
hijo
su
que
el destino
llegaría
a
tor
huida?
La noche había caído cuando llegaron al límite del desierto. Atrás quedaron los cactus como candelabros de siete brazos; los cárdenos y amoratados yacimientos de hierro. Hicieron un alto para beber. Pero Volodia no
pudo advertir
da
y que
tar
del dolor de las convulsiones. Debían
se
que
su
aferraba al
mujer tenía la testuz
de la
desencaja
cara
bestia,
no
por
cruzar en
gri dia
del desierto. Les quedaban todavía dos horas, de camino para llegar a la aldea.
gonal
este extremo
La media luna
ya
había comenzado
su
egira
cielo lechoso de estrellas. Las dunas modulaban dura
en
la mudez de las sábanas de
había impreso
en
ellas
sus
arena.
pies diminutos
e
por
su
el
blan
El viento
incontables.
Volodia, ya no puedo más. Desconcertado, con un temblor en todo el cuerpo no podía dominar, Volodia la bajó de la burra,
—
que
murmurando las más extrañas palabras de amor. Pa recía él la parida. Extendió su manta en el suelo y allí se echó Brana a la buena de Dios. Las convulsiones fueron volviéndose cada
insoportables.
Y cuando el
sacro
y
la
pelvis,
vez
como
más un
abre lo justo, hicieron su mara que villoso juego para expulsar al niño hacia la luz, Brana dio un grito sobrehumano. Lleno de una ternura enloalicate de hueso
se
CARLOS VATTIER
150
quecida, Volodia recibió dre. Con
su
Brana sonreía
carne.
a
su
misma cuchilla de
hablaba mucho
con
y muy
hijo
en
a
la
ma
lo desunió de
trabajo
el niño
despacio,
biera traído el don de la
atendió
y
su
los brazos. Ahora
como
si
su
fruto le hu
palabra.
los tiempos en que errara la esclava Agar por el desierto, cuando la tierra estaba más cerca del Cielo, Volodia le hablaba a Dios, cara a cara: Como
—
en
¡Cuidado
con
mi
hijo
y
con
sus
hijos,
Señor!
Lo miraba pegado al pecho de Brana y miraba ha lo alto. El cielo estaba claro como un horóscopo. cia Su hijo, nieto y biznieto de judíos, había nacido en ple no
desierto. Qué
no
haría por borrarle de la frente
ese
espantoso signo de soledad. No más hambre ni sudor para él. No más oro desen trañado de la tierra y pagado más caro que un robo.
Un pozo de
agua
dientes; aceite
sonora;
para
leche
como
la leche de
sus
sombra de oloroso de toronjas; higos de miel
ungirlo
como
a
un
rey;
greda porosa; zumo bermeja y cuajada; vides para sus noches de amor y su sed de acosado jabalí. Todos los prodigios que traen los hijos para su hijo. Volodia y Brana soñaban cuando los sorprendió el sueño. ¿Los vieron durmiendo o vinieron los animales a calentar a su hijo con el aliento, como a aquel otro niño judío, perseguido acabando de nacer? ¿Voló un ángel alrededor y quiso hablar el buey? Cuando despertaron, el día estaba presente y per fecto
como
un
salmo.
fsECCÍON
i
CONTROL Y
CATALOGACIÓN
]
ÍNDICE Pág. Noche de los judíos
9
Abel envejece algunas horas El pequeño Se hacen
maestro
cortos
21
Ben
los dias
39 _
49
El leproso de Uz
61
Nuestra hermana Noemí
75
Jessica
89
En la muerte de Samuel Goldmann
Soy La
yo, Señor casa
prometida
Oro de Bethlem
105 117
131 141