Cristo no es judío

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palabras y hechos transfiguraba al judaísmo en su contrario, y no lo dejó nuevamente de sus manos hasta que hubo exhalado su alma. Y sólo así, con la muerte, fue cumplido el destino, dado el ejemplo. Mediante doctrinas no pudo ser fundada una nueva fe; no había entonces falta de nobles sabios moralistas, ninguno tuvo ningún poder sobre los seres humanos; hubo de ser vivida una vida y ser esta vida incorporada inmediatamente como hecho histórico universal en la gran Historia Universal existente. Únicamente un entorno judío correspondía a estas condiciones. Y, de la misma manera que la vida de Cristo sólo pudo ser vivida con ayuda del judaísmo, a pesar de que era su negación, así también desarrolló la joven Iglesia cristiana antiquísimas concepciones arias - del pecado, de la redención, del renacimiento, de la gracia, etc. (todas cosas que eran y siguieron siempre completamente a los judíos) - a una forma clara y visible, al incorporarla en el esquema histórico judío. (46) Nunca se logrará separar completamente la imagen de Cristo de este fondo judío; fue intentado ya en los primeros siglos cristianos, pero sin éxito, ya que de esa manera quedaban borrados los mil rasgos en que la personalidad había revelado su peculiaridad y sólo quedaba una abstracción. (47)

La voluntad en los semitas Más profunda aún es la influencia del segundo rasgo del carácter. Hemos visto que lo que he llamado el instinto histórico del judío, se debe en último término a la posesión de una voluntad normalmente desarrollada. La voluntad alcanza en el judío una supremacía tal que vence y domina las restantes disposiciones. De esta manera se origina por un lado algo extraordinario, rendimientos que para otros seres humanos no serían posibles ni deseables, por el otro lado, empero, extrañas limitaciones. Cristo, dependiente para su acción de este entorno debió adecuar a él sus doctrinas que, anti-judías en lo más profundo, aparecen necesariamente de coloración judaica en el énfasis dado a la voluntad. Este rasgo va sumamente hondo y se ramifica profusamente, como una red de vasos sanguíneos, hasta cada una de las palabras, hasta cada una de las ideas. A través de una comparación espero poder hacer claramente comprensible el pensamiento. Obsérvese la idea helénica de lo divino y de lo humano y su relación recíproca. Unos dioses luchan por Troya, otros por los aqueos; uniéndose a una parte de la divinidad, me hago extraño a la otra; la vida es una lucha, un juego, el más noble puede sucumbir, el más miserable triunfar; la moralidad es, en cierto modo, un asunto personal, el ser humano es dueño de su propio interior, no de su destino, una Providencia preocupada que castiga y premia, no existe. Es que tampoco los dioses son libres; Zeus mismo debe doblegarse al destino. “Escapar a la fatalidad impuesta no le es posible ni a un dios”, escribe Herodoto. Un pueblo que genera la Ilíada producirá más tarde naturalistas y grandes pensadores. Porque el que mira la naturaleza con ojos abiertos, no cegados por ningún egoísmo, descubrirá en todas partes en ella el imperio de la ley; la legalidad en el terreno moral se llama destino para el artista y predestinación para el filósofo. Para el fiel observador de la naturaleza el pensamiento de la arbitrariedad es por de pronto, incognoscible; ni a un dios se decide a atribuirle que hace lo que quiere. Hermosa expresión confirió a esta concepción del suscitar en el fragmento Aquiles de Goethe:

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