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MIRANDO EN TU INTERIOR
HUMILDE DESDE LA SOMBRA
Humildad es la capacidad de mostrarse tal y como uno es, con sus luces y sus sombras, reconocer los errores que cometemos y aceptar nuestra vulnerabilidad.
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Suena hermoso pero difícil de poner en práctica.
Habitualmente escondemos lo que no queremos que los demás descubran y nos mostramos a través de una máscara como personas seguras, simpáticas y fuertes, aunque por dentro no lo sintamos. Nos cuesta reconocer que no lo sabemos todo, que somos vulnerables, que tenemos miedo o incluso que sentimos envidia, culpa, ira o vergüenza.
“Lo importante no es lo que vives, sino cómo lo vives y que aprendes de cada experiencia”.
Nos cuesta pedir ayuda, porque creemos que se nos va a percibir como débiles y que no somos capaces solos.
Por lo tanto, preferimos mostrar solo lo que nos conviene, aparentar que somos fuertes y que no tenemos dudas ni miedos.
La pregunta es ¿por qué nos cuesta tanto ser humildes y mostrarnos tal y como somos?
Creemos que mostrarnos sin máscara nos pone en peligro y si los demás ven todas nuestras sombras y debilidades, podrían burlarse o reírse de nosotros, engañarnos o humillarnos.
Sentimos que nos darán de lado y finalmente nos quedaremos solos y destrozados.
O lo que es peor… lo utilizarán en nuestra contra para hacernos daño cuando tengan la oportunidad.
Y claro, con esa visión del mundo nadie está dispuesto a mostrarse abiertamente y correr el riesgo.
Pero el tema no es cómo nos ven los demás, sino cómo nos sentimos nosotros.
Y el problema es que esa barrera no solo nos protege del exterior, sino que también nos aísla y desconecta de nosotros mismos.
Al final ya no sabemos ni quiénes somos, ni qué sentimos, qué queremos o hacia dónde vamos. ¿Qué podemos hacer entonces?
Para recuperar la conexión, la confianza y finalmente la humildad, debemos trabajar en los miedos y conflictos emocionales que nos impiden mostrarnos como somos.
Por ejemplo, sentir envidia de otra persona está muy mal visto, por eso cuando la sentimos, automáticamente se despierta en nosotros una sensación de rechazo y culpa que nos lleva a esconderla y hacer como que no está.
Pero ahí la humildad es nula y aparece la prepotencia.
En cambio, si vamos al fondo de esa envidia podemos encontrarnos, por ejemplo, con una niña o un niño herido que no se siente capaz de conseguir lo mismo que la otra persona.
Solo desde ahí podremos empezar a trabajar para sanar nuestras heridas y trascender nuestros juicios para que aparezca la humildad de forma natural y podamos valorar lo que somos y mostrarnos sin miedos ni prejuicios.
Sobre todo es importante entender que todo lo que hacemos y sentimos tiene una razón de ser, pero si lo rechazamos o lo juzgamos nos estaremos alejando cada vez más de nuestra esencia.
Una vez más, el trabajo es de adentro hacia afuera.