EL PAISAJE #3

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EL PAISAJE

FAAD UDP Noviembre 2014

Arquitecturaahora es una publicación de Arquitectura que opera como órgano independiente de carácter crítico. Cada número es editado por un editor invitado.

EDITORIAL #3

Por Maximiliano Millán

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EL PAISAJE: ¿UN BIEN DE MERCADO? La pregunta del encabezado es válida, toda vez que en nuestra sociedad el paradigma económico ha trascendido gran parte de nuestro quehacer, de modo que tanto los elementos de la realidad (naturales y artificiales) como los servicios han tendido a valorarse en términos de mercado, donde la oferta y la demanda establecen el valor final del bien 1.

de este elemento, que corresponde a la excedencia de la propiedad individual y a su transformación, en muchos de los casos, en parte de nuestro patrimonio.

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Lectores Arquitecturaahora

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Arquitecto, Magister en Territorio y Paisaje UDP.

El territorio se encuentra sujeto a constantes transformaciones, ya sea por la acción de la naturaleza o por la intervención antrópica, lo que en ocasiones lleva a amenazar los valores ecológicos, visuales y culturales degradando el paisaje. La degradación de un paisaje contribuye a la mala calidad de vida y a la depreciación económica del espacio. La existencia de un paisaje degradado en una comunidad evoca una imagen negativa de la misma, que demuestra falta de reconocimiento, sensibilidad y cuidado, evidenciando además un deficiente ordenamiento territorial, todo esto en desmedro del valor del paisaje.

Frente al deterioro de paisajes valiosos y la pérdida de identidad que conlleva, emerge una creciente demanda social sobre el paisaje, que va aumentando el interés respecto al valor del mismo y a la relación que se tiene con los problemas territoriales, debido a un desarrollo urbano inadecuado, la industria, la minería y la construcción de infraestructuras deficientes. El reconocimiento de que cada trozo de territorio es una manifestación del paisaje, implica reconocer que este es un aspecto fundamental en la calidad de vida de la personas, ya que el paisaje es el resultado de una ecuación entre la relación personal, única y sensible que cada ser humano presenta con su entorno percibido. Esta característica de paisaje está dada por la unión de los elementos físicos, biológicos, culturales y visuales de cada lugar, lo cual lo hace un patrimonio o un bien valioso, reconocible, rescatable y difícil de renovar.

Por ello, su reconocimiento, valoración y protección requiere de un rol más activo por parte del Estado y un mayor empoderamiento social que evite la pérdida de este patrimonio.

Esto no ha sido diferente para el caso del paisaje, lo cual puede advertirse en numerosas publicaciones donde se indica que el paisaje es un bien escaso, suponiéndose que al advertir dicha escasez la demanda permitirá su adecuada valoración 2.

No obstante lo anterior, el consumo de este bien (paisaje) no sólo se realiza a través de la percepción visual, sino también mediante la transformación, deterioro o pérdida de su calidad. Ambas formas de consumo, claramente antagónicas, muestran características muy disímiles para entender dicho bien en términos económicos.

En el primer caso, el paisaje se comporta como bien público, donde el consumo por parte de un individuo no afecta el consumo de otro; mientras que en el segundo caso, se comporta como un bien de mercado normal, donde al ser consumido por un individuo, industria o actividad ya no puede ser consumido por otro en su calidad original 3 . La experiencia en nuestro país permite aseverar que el paisaje posee un comportamiento de bien público sólo cuando no existe pugna entre la actividad contemplativa (turismo, recreación, arte, etc.) y la actividad productiva tradicional (industria, construcción, etc.), ya que cuando esto ocurre el paisaje comienza a comportarse como un bien normal.

Cabe destacar que si bien las actividades humanas (productivas o de otro tipo) consumen el paisaje al deteriorarlo, no puede aseverarse que eso sea el objetivo de dicha actividad. Más bien se trata de las denominadas externalidades negativas, que muchas veces no son consideradas en el análisis económico directo, más aún cuando el valor económico del paisaje se ha considerado implícito en el precio de los terrenos afectados por las obras.

Esto último refleja parte de los problemas del mercado para la valoración del paisaje, donde se liga implícitamente su afectación a los predios intervenidos, no dando cuenta de una de las características más propias

La visualización del paisaje como bien de mercado ha permitido el establecimiento de competencias entre éste y las actividades interventoras del espacio, estableciendo una relación dialéctica que confronta el paisaje natural o cultural con la industria, la urbanización, la infraestructura, etc., y en este juego el paisaje ha sido tradicionalmente el perdedor. Esto debido a que al poner en la balanza los proyectos de inversión y el paisaje se ha optado tradicionalmente por los beneficios económicos que otorgan los primeros, sin considerar los efectos en la calidad de vida, la identidad, la pertenencia o la singularidad que otorga el paisaje a la sociedad en su conjunto. Esto a su vez ha sido reforzado por los gestores de proyectos, que han utilizado el término rentabilidad, para no incorporar opciones de diseño con mejores prestaciones ambientales o estéticas. De esta manera, al no identificarse costos asociados a la pérdida o deterioro del paisaje (no internalización del costo social), la rentabilidad de los proyectos aumenta, no mitigando, ni incorporando diseños que conserven, realcen o pongan en valor el paisaje y sus elementos.

Lo anteriormente indicado permite visualizar la deficitaria valoración que otorga el Estado, la industria y la sociedad en general al paisaje, lo cual se asocia justamente a la falta de una definición clara de este elemento, como parte integral y necesario para la vida cotidiana, la identidad y el sentido de pertenencia, entre otros aspectos. Conforme a lo indicado, el paisaje conceptualmente no logra valorarse adecuadamente desde el punto de vista económico, quedando pendiente una serie de aspectos o estrategias a implementar para darle un valor intrínseco.

Ibañez González, Pablo. 2012. El paisaje como bien público: un desafío pendiente para la institucionalidad y la industria. Revista Conserva, Nº17: 43-50. Cfr. Max Neef, 2005. 2 Cfr. Busquets y Cortina, 2009 3 Crf. Maddala y Miller, 1996 1

Tema actual #PrensaAA

“Los paisajes están sujetos a una metamorfosis permanente. Las imágenes que conceptualizamos como paisaje constituyen un momento único de un proceso en el que clima, geología, topografía, suelos, aguas, flora, fauna y el hombre han interactuado por millones de años. Se hace necesario entender que esta dinámica es continua, seguirá transformando el territorio y generando, como consecuencia, nuevos paisajes. Son tan parte del proceso un terremoto o el desprendimiento de una ladera como la extracción de material o la desforestación. ¿Porque entonces se considera a la actividad productiva como el mayor agente devastador del paisaje? Escala y velocidad son probablemente los dos factores que diferencian a la actividad humana de otras dinámicas. Son muchas y muy rápidas no dando tiempo a la naturaleza para restablecer el equilibrio ecológico. Si damos por hecho que el paisaje seguirá modificándose bajo estas condiciones el hombre debe además de “consumir” el paisaje ser un agente que propicia y acelera las dinámicas restauradoras de su huellas.” (Paula Aguirre).

“El Paisaje como objeto jurídico está teniendo en la actualidad una transición desde una conceptualización “elitista”, en donde solo se gestionan, protegen o mencionan aquellos que poseen alguna característica excepcional, hacia una mirada “social” que valora todos los Paisajes y donde entendemos que toda la población tiene derecho a este, puesto que es fundamental para el bienestar y por ende su Calidad de Vida. Así mismo es importante reconocer que todo el paisaje está en continua transformación, a través de mecanismos antrópicos, pero también naturales, en un viaje hacia el equilibrio, donde cualquier nuevo elemento que aporte energía permite reiniciar este ciclo de transformación. La comprensión de estos dos procesos resulta fundamental, para enfrentar primero un diagnóstico, luego análisis y posteriormente la prognosis de un paisaje, y de esta forma su gestión. Solo de esta manera podremos valorar adecuadamente lo que tenemos, trabajando en realzar nuestros pasivos y no deteriorar nuestros activos, permitiéndonos además evitar el enfrentamiento de incompatibilidad de acciones hacia un uso múltiple del territorio en forma armónica y de acuerdo con las dinámicas y realidades de cada Paisaje.” (Kay Bergamini).

“No se trata de frenar el desarrollo; se trata de valorar el paisaje al momento de planificarlo tomando en cuenta este factor vital en la realidad identitaria de un país, región, ciudad, o lugar. Desgraciadamente, son insuficientes los proyectos que contemplen propuestas que incluyan el paisaje como un hecho ineludible en la planificación y el diseño, sobre todo en los casos de las grandes intervenciones mineras, industriales y desarrollos inmobiliarios, aunque la problemática es un tanto diferente en los casos mencionados: La industria, en especial minera, afecta el paisaje causando impactos negativos debido al cambio de estructuras territoriales y por tanto sus paisajes; los grandes elementos construidos, o los cortes de terrenos, cambios de texturas, colores y órdenes, implican pérdida de características originales; a su vez los grandes desarrollos inmobiliarios, pecan de desechar los valores existentes en los paisajes, cambiándolos por paradigmas foráneos que, a la larga, implican mucha y constante mantención y por cierto, devastan la identidad de los territorios”. (Cristina Felsenhardt)

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