Edicion 52

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( icomos )

POR: Emilio Brea García

Sánchez, la “novia de la bahía” Fue una falsa alarma repetida en las noticias. Las exageraciones de los titulares de la prensa escrita generaron toda la parafernalia de asistencia al olvidado poblado de Sánchez. La prensa diaria de mediados de agosto publicó más de una vez que Sánchez se hundía. Lo repitió y lo maximizó en extremo al informar en un titular de páginas interiores (del tabloide que le queda como vespertino al país) que 100 casas se habían destruido en esa localidad. Decenas de veces se publicaron las mismas fotos en casi todos los medios que se imprimen en la capital dominicana, y se hizo desde distintos ángulos, con diferentes encuadres, diversos enfoques y alturas, y no fue sino hasta entonces cuando el público pudo darse cuenta de que eran las mismas tres casas las que habían caído y otras dos, nunca fotografiadas, se habían agrietado. Por todo el revuelo creado, el gobierno dominicano casi en pleno visitó Sánchez, sólo para percatarse de que no había tal urgencia y que los ciertos desplomes y destrucciones de tres viviendas, obedecían fundamentalmente a dos factores: mala calidad de lo edificado y mala selección del sitio para construir. La mala calidad de lo construido y destruido obedece a su vez a que la gente, en su derecho de “progresar”, se ha apartado de la tradición constructiva y ahora prefiere el cemento y no la madera. Sánchez es una localidad caribeña y, para mayores precisiones, antillana. La topografía irregular de esa localidad –emplazada frente a la Bahía de Samaná– y la manera en que se adaptaron las edificaciones a ese perfil montañoso –que sube y baja, ascendente desde el mar hacia las estribaciones del ramal de la cordillera septentrional que forma la península de Samaná– le dieron, desde los años en que se llamaba “Las Cañitas”, hacia finales del siglo antepasado, ese prestigio de enclave paradisíaco. Sánchez era, hace cien años, como es Cannes ahora o como es Saint Tropez y muchas otras ciudades europeas que son asentamientos turísticos de gran vitalidad comercial y distinguida habitabilidad empresarial y social.

Ubicado en la zona nordeste de la República Dominicana, Sánchez fue elevado a la categoría de municipio el 21 de junio de 1886, e inició su extraordinario progreso al inaugurarse el ferrocarril Samaná-Santiago en 1887. Este pequeño enclave tuvo un notable desarrollo económico, social y cultural –cuando en sus inicios fue una villa de pescadores–, que obedeció a dos factores urbanos. Uno, la instalación de la terminal ferroviaria por donde transitaban los productos del Cibao central hasta el muelle, y el otro, el propio muelle o puerto, construido como infraestructura industrial de transporte. Ambos lo convirtieron, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, en una de las villas urbanas de mayor prosperidad del país, quizás solo comparable a Puerto Plata y San Pedro de Macorís en sus respectivos momentos de esplendor, y excluyendo, como es lógico suponer, a la capital dominicana. Este desarrollo económico atrajo un importante flujo migratorio desde las islas cercanas del archipiélago de las Antillas. Empezó a llegar gente de las Islas Vírgenes, de las Turcas, Curazao y Bahamas; hasta vino gente desde Inglaterra y también de otras partes de Europa.

Estos nuevos residentes contribuyeron con su trabajo e ingenio a aumentar las riquezas materiales y espirituales. El auge económico de la ciudad permitió, entre otras cosas, construir hermosas casas de madera, algunas prefabricadas y traídas de diferentes países de Europa, otras que seguían esos modelos y adaptaban sus formas a la vida en el trópico caribeño. Eran casas de amplias galerías frontales, colocadas sobre pilastras o altos zócalos de acceso, y a las que se llegaba por elaboradas escaleras de peldaños muy a la usanza imperial europea, de diseño elegante y pasamanos ricamente tratados. Los huecos de paso y ventilación (puertas y ventanas) tenían un toque muy peculiar, porque dosificaban –lo hacen aún– la entrada del viento costanero y la intensidad del asoleamiento. Sus techos eran (y son) un volumétrico juego de planos inclinados que permitían recolectar el agua de lluvia caída y deslizarla hasta envases estratégicamente colocados en los esquineros de la casa. Por lo regular, las casas más señoriales coronaban sus techumbres o cubiertas con respiraderos muy ornamentales, semejando cupulillas o pequeñas torrecillas centradas en los


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puntos más altos (limatesas). Elaborados enrejados de hierro colado completaban el panorama visual. Dentro, las casas tenían una espectacularidad inusual de contrastes de alturas interiores y artesonados en madera. A mediados del siglo XX, este pueblo, de extraordinaria bonanza, cayó en decadencia debido a la depresión económica de 1921 y 1930, unidas a la llegada de los vehículos y la paralización del ferrocarril (hacia finales de la década del cincuenta) y a la inauguración de las carreteras. A Sánchez, de calles estrechas y topografía escarpada, sólo le quedan, de aquella época, algunas hermosas casas de madera, las cuales se encuentran, en su mayoría, en un avanzado estado de deterioro y abandono. Para detener este acelerado proceso que se percibe en las viviendas y para contribuir con el desarrollo económico de la localidad, que actualmente sobrevive de la pesca y la agricultura de subsistencia, se ha propuesto desarrollar un proyecto, que consiste en revalorizar un tramo de la calle Libertad para explotarlo turística y culturalmente. El tramo es uno de los que posee más viviendas de valor histórico-arquitectónico, y queda ubicado en la zona que actualmente es más visitada por turistas nacionales y extranjeros, los cuales vienen a comer los famosos camarones de la bahía, a apreciar la iglesia de Sánchez, famosa por su arquitectura y belleza estilística, y a imaginar el esplendor de un pueblo que tuvo una imagen urbana como muy pocos en la región del Caribe. (A)


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