Religi贸n, Arte y Cultura
Popay谩n Religi贸n, Arte y Cultura
Arquidi贸cesis de Popay谩n
Nuestra Señora de la Asunción, Patrona de Popayán
Retablo del Cristo. Talla en madera. An贸nimo quite帽o. Siglo XVIII. 288 x 228 x 64 cms.
Popayán: Religión, Arte y Cultura Dirección General Excelentísimo Monseñor
Iván Antonio Marín López Dirección Ejecutiva, Investigación y Textos Presbítero
Raúl Ortiz Toro Editor
Arquidiócesis de Popayán Fotografías
José Luis Pérez Una publicación de la Arquidiócesis de Popayán
Arquidiócesis de Popayán Obispado creado en la Ciudad de la Asunción de Popayán el 1 de septiembre de 1546 por el Santo Padre Paulo III. Elevado a categoría de Arquidiócesis el 20 de junio de 1900 por el Santo Padre León XIII.
Popayán: Re ligión, Arte y Cultura
Dirección Ge n e ral Excelentísimo Monseñor IVÁN ANTONIO MARÍN LÓPEZ Arzobispo Metropolitano de Popayán
Dirección Ejecutiva, Investigación y Textos Pbro. Raúl Ortiz Toro
Fotografía José Luis Pérez
Diseño
Diego Ernesto Vallejo Benavides
Edición
Arquidiócesis de Popayán
Impresión
Editorial FERIVA
Arcángel en dosel Talla en madera policromada y estofada con incisión en laminilla de oro. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. Talla: 82 x 42 x 29 cms. Dosel: 145 x 85 x 56 cms.
Una publicación de la Arquidiócesis de Popayán – Cauca – Colombia. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en sistema recuperable o transmitida en ninguna forma o por ningún medio electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros, sin previo aviso a la Arquidiócesis de Popayán. Todos los bienes culturales de la Iglesia expresados en pintura, imaginería religiosa, orfebrería y demás manifestaciones del arte, conservados en el Museo Arquidiocesano de Popayán, los templos y el Palacio Arzobispal están amparados por los derechos patrimoniales que son intransferibles y constantes en beneficio de la Arquidiócesis de Popayán. Su utilización para fines comerciales o culturales sin expresa autorización de ésta configura un desacato a las normas sobre derechos patrimoniales y se procederá según la ley vigente. Impreso en Colombia en noviembre de 2014 en los Talleres de Feriva (Cali – Valle del Cauca) Arquidiócesis de Popayán www.arquidiocesisdepopayan.org Calle 5 No. 6-71 Tel (2) 8241710 – 8241712 Popayán – Cauca – Colombia ISBN
Presentación Excelentísimo Monseñor Iván Antonio Marín López Arzobispo de Popayán
La historia de la iglesia en Popayán y en el Cauca entremezcla sus páginas
con la historia de la ciudad y de los pueblos. La fundación de Popayán tiene como acto central la celebración de la Santa Misa y en la historia de la fundación de muchos pueblos aparece como fundador el nombre de un sacerdote. Apenas transcurridos 9 años de la fundación de la ciudad, en 1537, ésta fue erigida en Sede Episcopal, constituyéndose así en una de las primeras sedes episcopales mediterráneas en América. La casi simultaneidad del nacimiento de la ciudad y su elevación a sede diocesana se constituye en origen de esa serie de manifestaciones culturales que tienen como inspiración la fe religiosa del pueblo payanés; en 1546 el Papa Pablo III crea la diócesis y nombra al Presbítero Juan del Valle, natural de Segovia (España) como primer Obispo. Este acontecimiento se constituye como una piedra milenaria a partir de la cual empieza a desarrollarse toda una sucesión de acontecimientos históricos y de creaciones culturales. En 1548 el primer Obispo hace su entrada a la población que llevaba escasamente 11 años de fundada; como gran humanista, considerado uno de los adalides de la defensa de los derechos humanos, desde el Evangelio se propuso defender a los indígenas, en su dignidad de personas humanas, de los excesos de los españoles que recibían las encomiendas de indios. Por eso podemos presentar al Obispo Juan del Valle como un adalid de la inculturación de la fe católica en las tribus aborígenes que hacían parte de la naciente diócesis. Dadas las circunstancias que se vivían y la dependencia de España, se entabló de inmediato una relación estrecha entre el Obispado y la Corona Española; de la década de 1550 a 1560 datan los primeros documentos del Archivo Histórico Eclesiástico de Popayán, que son como el punto de partida de toda una gesta cultural religiosa de la ciudad y de la Diócesis. El hecho mismo de que ya desde esa época hace 468 años, se hubiera iniciado la recopilación de documentos, indica la seriedad con que se asumía todo lo relativo a la administración religiosa como expresión cultural de un pueblo; juntamente con la iniciación del Archivo a mediados del Siglo XVI, se inicia también el esfuerzo por dotar a la ciudad y a la comunidad de lugares de culto; es muy explicable que de esa primera época no quede ninguno de los lugares de culto que se remonte al Siglo XVI. Ya en el Siglo XVII empieza la construcción de los primeros templos en ladrillo y calicanto, entre ellos la segunda Catedral que sucedió a la Catedral pajiza; de esa segunda Catedral subsiste aún la denominada Torre del Reloj o campanile de la Catedral, monumento quizás de los más antiguos y venerados de la ciudad, construida en la segunda mitad del Siglo XVII entre 1673 y 1682. En la Curia Arzobispal se encuentra la placa de plomo que fue colocada con la primera piedra que recuerda el acontecimiento datado el 30 de mayo de 1673. Del mismo siglo tenemos como expresión de los monumentos religiosos la Iglesia denominada Ermita de Jesús Nazareno del remoto 1617 y la traída de España y de Italia de las primeras imágenes religiosas que se conservan en Popayán. Muy justo es que hablemos de dos realidades y un espíritu. Esas dos realidades son los documentos y el arte religioso. La Diócesis de Popayán tuvo desde siempre tradición artística; miremos, por ejemplo, la majestuosidad de las obras que se conservan en el Museo Arquidiocesano de Arte Religioso, rico en orfebrería, en pintura, en tantas formas de expresión del espíritu religioso-cristiano de sus gentes, animadas siempre por la presencia de un Obispo que ejercía su ministerio para una feligresía que se extendía en un territorio que constituyó, más o menos, una tercera parte de la actual República de Colombia. Esta obra es historia y homenaje a la Iglesia de Popayán, aquí llegó y se quedó la buena semilla del Evangelio; la iglesia católica se implantó y ha dado muchos frutos y los seguirá dando, pues está en pleno florecimiento. Que la Virgen Santísima, Nuestra Señora de la Asunción, siga ayudando y protegiendo siempre como Madre bondadosa y solícita a sus hijos. Imploro para todos la bendición del Señor.
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Parque Francisco JosĂŠ de Caldas La Torre del Reloj y el Palacio Arzobispal
La Ermita de Jesús Nazareno. Al fondo, arriba, el Santuario de Nuestra Señora de Belén y el Amo Jesús.
Introducción Raúl Ortiz Toro Presbítero.
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opayán es una Ciudad que no ha cejado en su protagonismo histórico en los procesos de diversa índole que han comprometido a Colombia. Si bien es cierto que la “Ciudad Fecunda” hoy ha perdido mucho de la hegemonía económica, política y religiosa que detentó durante siglos, sin embargo continúa estando en el panorama nacional a veces como ciudad nostálgica que encierra en un halo de gracia algo de lo que fuimos, a veces como constatación de los desafueros de lo que hemos sido – a través de esa triste representación de la irracionalidad humana que es la violencia – y, a veces, en fin, como ese mundo inexplorado que guarda tras sus valles y sus cordilleras, en sus páramos y sus ríos, el verdadero “El Dorado” que la ceguera colectiva no ha sabido apreciar. Cuando apenas era el Valle de Pubén, estuvo entre las primicias de aquellas altiplanicies adornadas con la belleza de un natural encanto, tanto para haber sido escogida como centro de desarrollo de aquella cultura ancestral pubenense que le dio relieve a esta región y que hizo atractiva su morada a los ojos de los españoles. Después de la llegada de éstos estuvo entre las primeras fundaciones que en el territorio de la actual Colombia llevaron el sello de la empresa conquistadora de Sebastián de Belalcázar, lugarteniente del tristemente célebre Francisco Pizarro, iniciando una historia española en las periferias de aquel Perú indomable que llegó a ser la mitad de América. En el campo religioso Popayán llegó a ser el 1 de septiembre de 1546 la tercera sede episcopal en territorio Colombiano, siguiendo a Santa Marta y Cartagena, erigidas como obispados en 1534; llegado el siglo XX fue la segunda Iglesia Particular del territorio nacional que fue elevada a categoría de Arquidiócesis (20 de junio de 1900) reconociendo en ella los siglos de historia que había gestado este episcopado, como Sede particularmente célebre, gracias al arraigo cristiano de sus gentes, la particularidad de sus representaciones esculturales, pictóricas y arquitectónicas, por la blancura de su fe. Luego, en los avatares de la política, sobre todo en la gesta libertadora y en la recién fundada República, esta Ciudad Procera aportó grandes hombres de leyes y de espadas, de estrategias y de arcabuces, que vertieron su sangre con el deseo de abrazar la libertad. Aportó también, lo mismo, grandes dirigentes como cuestionados representantes del poder en una lista que llega a poner a Popayán en el primer lugar de procedencia de Presidentes de Colombia. Por aquí pasaron las ideas de la conquista y la dominación que después cederían paso a las ideas de la Libertad y los Derechos del Hombre; ideas estas que no iban ya de paso sino que buscaban pernoctar. Por aquí pasaron Virreyes, Conquistadores, Arzobispos y Obispos, Delegados Apostólicos, Nuncios, Marqueses, Condes, Oidores, Gobernadores de capa y espada, Alcaldes de ciudades misteriosas ubicadas más allá de los confines conocidos e imaginados; Libertadores, guerreros de la Patria, caciques e indios de otras latitudes, esclavos recién emancipados, cazadores de tesoros, sabios e intelectuales de expediciones astronómicas, botánicas y científicas que iban haciendo más real a través de sus estudios el mundo inconmensurable que a los europeos les parecía sacado de una obra de Dante o de Boccacio. Económicamente esta ciudad jalonó procesos de verdadero desarrollo con la implementación de la agricultura, la ganadería y la minería, temas en los que fue una verdadera abanderada. Una particular posición estratégica en la vía comercial entre la costa Caribe colombiana y el Virreinato del Perú, con sede en Lima, cuando la vía marítima en el recorrido Panamá – Guayaquil se tornó peligrosa por la acechanza de los corsarios, propició el auge de un camino que más fue un tríptico de la osadía: el agua, la tierra y la ciudad: La Magdalena, Guanacas y Popayán a finales del siglo XVII y hasta el siglo XIX fue un camino proverbial y esta ciudad un cruce en el que la vida cotidiana se tornó una intensa expectativa por el siguiente visitante y el posible huésped que se dejara seducir por su encanto y desistiera el camino hacia la cuesta de la cordillera o hacia la hoya del río Mayo. En fin, todo el mundo fue Popayán, según un adagio del siglo XVIII.
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Una floreciente esfera de nuevos criollos que gozaron de la bonanza del oro y de la plata, de la caña de azúcar y el ganado vacuno, propiciaron que maestros del cincel, la pluma y el pincel dieran a Popayán un aire de ciudad española que, motivado por la Contrarreforma, llenó de representaciones de los misterios cristianos cada rincón de las conciencias y de los lugares de habitación y de culto. Aquí también hubo un Renacimiento pero sin Edad Media porque el mundo recién descubierto ya tenía sus propios afanes. Con el correr de las vicisitudes propias de cada época, la historia se iba escribiendo palmo a palmo. La paradoja de ser una ciudad de encrucijada se iba descubriendo al ser, al mismo tiempo, una ciudad en descampado y soledad. Solo la posición estratégica y mística de Popayán, aislada del resto del mundo, en este sur de fuertes accidentes geográficos, lograron que se conservaran los vestigios de una cultura superior que no tuvo la suerte de trascender en otras ciudades intermedias. Popayán es un museo al aire libre. En sus iglesias y templos históricos, en sus calles hipodámicas y en sus casas de pórticos andaluces y balcones semanasanteros se guarda un inapreciable tesoro a la vista de todos. Por su parte, el Museo Arquidiocesano de Arte Religioso, gran legado del Obispo Payanés Miguel Ángel Arce Vivas, es en esta obra el gran protagonista como si se tratara de la domus de Cayo Cilnio Mecenas donde la Iglesia presenta al verdadero Augusto la cosecha de las artes, como en el conocido cuadro del renacentista Giovanni Battista Tiépolo. En la presente obra, la historia es otra de estas realidades protagonistas. La Iglesia de Popayán conservó desde sus años fundacionales los documentos clave para la interpretación posterior de sus hazañas; ello lo demuestran los trabajos del padre Manuel Bueno (1876) y del Obispo Juan Buenaventura Ortiz (1894) que son obras fundamentales para comprender nuestra historia. La presente investigación es apenas la punta del iceberg de toda la vasta riqueza documental con la que contamos en el Archivo Episcopal y el Archivo Central del Cauca; la historia aquí contada no es tan exhaustiva como esencial; por ello, se vuelve urgente la necesidad de continuar esta labor historiográfica con la investigación y la redacción de una historia de la Iglesia en Popayán que tenga en cuenta una novedosa metodología y un amplio panorama documental. No habremos trabajado en vano si el pueblo popayanejo, viendo el liderazgo de la Iglesia en la obra de conservación y visibilización del Patrimonio Arquitectónico, Artístico e Histórico, como un día lo ejerció en su promoción y difusión, fruto todo de la gran obra de evangelización, se convierte en propiciador de una cultura de la reconciliación con su propio pasado del cual brotan las actitudes transformadoras de un porvenir sensato. Solo las raíces profundas generan estabilidad y fruto.
La cúpula de la Catedral. Arquitecto Adolfo Dueñas, 1906.
Capítulo I La Cruz en el Valle de Pubén Raúl Ortiz Toro* “El padre Garçi Sánchez… ques de los primeros que entraron en esta tierra es muy honrrada persona y a bibido muy bien, [pero] sus reprehensiones y amonestaciones en esta tierra no fueron oydas… y un día que entró el capitán [Benalcazar], en un pueblo çerca de esta ciudad [de Popayán], saliendo los yndios de paz, entraron por ellos alançeando y matando y no se podiendo sufrir este buen padre de ver tanta crueldad se fue al capitán y le dixo porque hazeis señor tanto mal syn causa nyrrazon y le respondió que porque le temiesen no devía de entender quanto más vale un amigo por obras que no por malos tratamientos y miedo” Carta del Adelantado Pascual Andagoya al emperador Carlos V, 15 de septiembre de 1540
A
quel valle feliz del cual cantaba el poeta Julio Arboleda tener tierras onduladas y plácidas colinas dio asiento a la hermosa ciudad que hoy conocemos. El valle de Pubén, como se conocía este lugar entre los habitantes precolombinos, fue siempre un sitio estratégico para los nativos, adornados con boscosa vegetación sus cerros, manantiales proverbiales que corrían por la llanura y una hermosa laguna que aceptaba las aguas diáfanas de varios afluentes. Cuando llegaron los españoles a estas latitudes encontraron poblado todo el extenso territorio por tribus independientes en ambas márgenes del río Cauca. Desde tribus feroces de la cordillera, como los Pijaos y los Pantágoras, que pasaron a la historia por sus lides cruentas, porque su oficio era, sobre todo la guerra, hasta pueblos menos belicosos como los Pubenenses que habitaban el valle que nos ocupa con no menos de diez mil nativos (Arroyo, 1955). Su economía era básica, fundamentada en la incipiente agricultura de las laderas y aunque trabajaban el oro ya sabemos que su valor estaba asociado al culto de los dioses y los muertos y al embellecimiento de las personas más que al comercio. Los primeros españoles que atravesaron este valle fueron Juan de Ampudia y Pedro de Añasco que, enviados desde Quito en 1535 por Sebastián de Belalcázar, teniente General de Francisco Pizarro, hicieron un viaje de reconocimiento por donde pasaron haciendo una inspección del lugar. Los cronistas de la época no son benévolos en la descripción de sus hazañas pues muchos años después aún estaba patente en la memoria de los pueblos y de los testigos españoles la desolación que dejaban a su paso y los ánimos adversos que suscitaban en los indios al imponer su fuerza desmedida. Así lo revelan las apreciaciones sobre Ampudia en los escritos de Marcos de Niza, * Presbítero. Magister en Teología y Especialista en Historia por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Magister en Bioética por la Universidad Pontificia Regina Apostolorum de Roma. Párroco en Popayán y Docente del Seminario Mayor San José. Líneas de investigación: Teología Bíblica y Patrística / La cotidianidad del hecho religioso en la Colonia. Correo: rotoro30@gmail.com
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En la página 18
La Adoración de las cinco razas a la Santa Cruz. Óleo sobre lienzo. Rafael Troya. 1879. 197 x 245 cm.
Bartolomé de las Casas y Alfonso Palomino. Inicialmente, llegaron hasta Anserma y cuando al año siguiente los encontró Belalcázar ya habían fundado una villa que él mismo trasladó el 25 de julio de 1536 a un lugar que antecedió el asentamiento final de la ciudad de Cali. De regreso al sur, el 13 de enero de 1537, Sebastián de Belalcázar fundaba Popayán en aquel hermoso valle por donde había ya pasado en su camino hacia la conquista del norte de la Provincia de Quito que, finalizada aquella, llegó hasta el actual departamento de Antioquia. Había llegado, seguramente, a las inmediaciones del valle en las postrimerías del año 1536 como varios autores refieren, entre ellos Pedro Simón, Cieza de León y Juan de Castellanos (Aragón, p. 30), concluyendo incluso que fue en diciembre la fundación de la villa. Según Arroyo (1955), “una vez que Belalcázar recorrió el país desde el Carchi hasta Anserma, supo que el sitio más apropiado para su futuro gobierno era el Valle de Pubén” (p. 195). Y así lo hizo. Antes de seguir su camino hacia Quito, donde se le encuentra a mediados de 1537, dispuso que el tiempo que los separaba del 15 de agosto de ese mismo año, fecha en la que se llevarían a cabo los actos protocolarios de fundación, fuera invertido en la pacificación total del lugar, la división de solares - cosa que acaeció el 9 de abril de ese año-, y la construcción de algunos ranchos de paja incluida una capilla para la celebración de la Misa que acompañaría los actos. En el acta de fundación había decidido Belalcázar que “por nuestra Santa Fe Católica mando que en el solar y sitio que do se funde edifique la iglesia mayor de esta ciudad y se ponga por nombre Nuestra Señora del Reposo porque ella sea ayuda y favor contra nuestros enemigos” (Arboleda, 1966, p.8). La fecha de esta fiesta mariana de Nuestra Señora del Reposo, llamada también Tránsito de María, Dormición o Asunción, se celebra en la Iglesia desde época inmemorial el 15 de agosto. Así pues, cumplidas las indicaciones del fundador, y llegada la fecha preestablecida, se llevaron a cabo los actos protocolarios de fundación y la liturgia fue celebrada por el padre García Sánchez en el humilde templo del lado sur de la futura plaza. Así fue como la villa empezó a ser conocida con el nombre de Asunción de Popayán. Ya para 1538, el 26 de junio, recibía Popayán el título de ciudad por cédula Real y en enero de 1539 se convertía en centro fiscal de la provincia, incluida Quito, de modo que en ese año tuvo todas las prerrogativas para que en este territorio fuera creada una gobernación autónoma que llevaría el mismo nombre de la ciudad (Friede, 1962). La estrategia de Belalcázar era clara: si bien es cierto que el territorio tenía una considerable extensión y se podía autoabastecer, también era claro y para él urgente, que se decidiera una separación del gobierno de Quito que lo ponía en calidad de súbdito frente a Pizarro. Por tal motivo viajó a España en 1539, en el famoso viaje con Gonzalo Jiménez de Quesada y Nicolás de Federman de donde trajo, al año siguiente, la Cédula Real fechada el 10 de marzo de 1540, en la que se creaba la Provincia de Popayán y se le asignaba el título de Adelantado y Gobernador Vitalicio de dicha provincia.
La Asunción Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada 50 x 32.5 x 6 cms.
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Un Obispado para Popayán Debido al espíritu de la época, a Belalcázar no le bastaba con tener independencia civil si aún seguía de súbdito de Quito en lo eclesiástico; razón fue ésta para que el Conquistador empezara a acuciar la creación del episcopado en Popayán. En el Archivo General de Indias encontramos varios testimonios de las diligencias de Belalcázar alentando en cartas a Su Majestad Carlos V para que solicitara la creación de la diócesis al Romano Pontífice; por ejemplo, el 9 de noviembre de 1543, solicita el nombramiento de Obispo de Popayán en la persona de Fray Hernando de Granada (AGI, Quito, 16, R1 N1), misionero mercedario en Popayán que había llegado en 1540 con el mismo Belalcázar desde España y le había sido de gran ayuda para apaciguar los ánimos de los ibéricos en Cali fraccionados en bandos de Lorenzo de Aldana y Pascual de Andagoya hasta convencerlos de la sumisión al recién nombrado Gobernador, según nos lo cuenta el padre Bueno (1945) en su extensa obra histórica del Obispado de Popayán. A medida que el Nuevo Mundo se iba expandiendo a través de la conquista, la división de gobernaciones y obispados facilitaba la administración del territorio, a la vez que favorecía económicamente a los gobernadores; en ese orden de cosas, como afirma Friede (1962), “El 12 de febrero de 1546 se inicia la autonomía de la Iglesia americana al separar el Papa las diócesis erigidas en América de la Sede Metropolitana de Sevilla, de la que eran sufragáneas. Se crean tres arzobispados, los de Santo Domingo, México y Lima” (p. 68). Conociendo estas noticias supo Belalcázar que sería pronto escuchado su deseo. En efecto, la solicitud se vio realizada en el consistorio del 20 de agosto de 1546 y materializada en la Bula de Erección de la Diócesis “Super Specula Militantis Ecclesiae” del 27 de agosto de ese mismo año. Una Cédula Real de Felipe II en 1584 confirma la fecha, indicando que Popayán, como jurisdicción eclesiástica segregada del obispado de Quito, y sufragánea de la Arquidiócesis de Lima, debía serlo ahora de Santa Fe. Allí el Rey declara: “La Provincia de Popayán por ser grande y muy poblada erigió en Obispado, a instancia de la Majestad del Emperador y Rey mi Señor y Padre, que está en gloria, en 27 de agosto del año pasado de 1546 Pablo III, que a la razón presidía la Iglesia de Dios” (Hernáez, 1879, p.148). No obstante, esta fecha, defendida por Friede (1962) en su estudio biográfico del primer Obispo de Popayán, ha sido largamente discutida ya que la tradición que brota de las traducciones de la bula original latina data el acontecimiento el 1 de septiembre. Según el biógrafo de Juan del Valle se trataría de un error común en las dos traducciones de la bula de erección, llevadas a cabo en Popayán el 3 de enero de 1619 y el 31 de mayo de 1722; sin embargo, más que pensar en un error de traducción, difícil de suponer – aun cuando no imposible – en latinistas eclesiásticos que conocían el idioma, no podemos olvidar que, cuando se trata de datar algunos acontecimientos de la época colonial, nos encontramos con informaciones diversas derivadas de procesos también diversos de un mismo acontecimiento, según la usanza de la época. En cuanto a la creación de obispados, siguiendo las disposiciones del patronato real, se usaban muchas formalidades que hoy pudieran pasar por solo burocracia; en la actualidad, los procesos son mucho más sencillos pero en la praxis antigua el Consistorio para crear un nuevo obispado se reunía en una fecha determinada y estaba seguido por diversas bulas fechadas en días sucesivos. Más tarde se databa la ejecución de las decisiones, como si se tratara de la primera disposición.
La Virgen de las Mercedes Óleo sobre lienzo. Autor anónimo Escuela Quiteña. Siglo XIX. 155 x 108 cms.
En el caso de Popayán, como lo hemos anotado, el consistorio se realizó el 20 agosto de 1546 en Roma presidido por el Papa Paulo III, luego de la solicitación del Rey; subsiguieron cinco bulas que fueron la de erección, la destinada a Juan del Valle preconizando su elección como primer Obispo, la destinada al clero de Popayán y las correspondientes al Arzobispo de Lima y al Emperador Carlos V. Por ello han pasado a la historia diversas fechas de erección según las bulas y destinatarios; así es como el Rey Felipe II no se equivocaba al decir que su padre había alentado la erección que se dio el 27 de agosto. Y no se equivoca al escribir Don Juan del Valle que la erección se dio el 1 de septiembre. Lo cierto es que esta última fecha ha quedado como canónica y es la usual hasta este momento.
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Carta Cosmographica Facsímil. Miguel Vopellio Medeburgense. Milán, 1556.
El primer Obispo: Un pastor, defensor de Indios La solicitud de Belalcázar se escuchó en el Palacio Real y en la Sede Apostólica, aunque en parte. Como ya aludimos, tenía razones de sobra para haber sugerido el nombre de Fray Hernando de Granada, quien después de acompañarlo en varias correrías desde 1540 había prestado su apostolado en esta ciudad hasta 1544 cuando el mismo Belalcázar lo envió a España, de donde no pudo regresar, con cartas de recomendación para este objetivo. El obispado para el mercedario de Granada era, apenas lógico para Belalcázar, una recompensa a la fidelidad de su capellán; sin embargo, esta petición no fue escuchada y más bien el encargo de pionero en el ejercicio del ministerio episcopal recayó, como lo anotamos atrás, en Juan del Valle, un sacerdote de Segovia (España) que “lo sacaron de las disputaciones y sesiones de Salamanca…” y como él mismo se describe con sobriedad, se consideraba “inútil e inhábil para execución de cosa de tanto peso” aunque “A petición y elección de los Señores Reyes, Nuestro Sumo Pontífice Paulo Papa tercio, condescendió con paternal afecto como es razón, nos envió letras apostólicas por las manos reales, las cuales letras fechadas a 1º de Septiembre de 1546 y escritas en pergamino con el nombre romano pendiente del sello apostólico en hilos de seda de colores rubio y colorado, sanas, enteras, no viciosas ni sospechosas en parte alguna nos presentó el Secretario Real...”. (ACC Sig.: 4813 (Col. C II -15 g).
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Carta Cosmographica (detalle de América del Sur) Facsímil. Miguel Vopellio Medeburgense. Milán, 1556.
El 26 de mayo de 1547 una Bula papal autorizaba a Juan del Valle para que se consagrara ante un solo Obispo, acontecimiento que se llevó a cabo el 27 de agosto siguiente y en Aranda del Duero, Obispado de Osma, España, el 8 de septiembre del mismo año se llevó a cabo la erección del obispado de Popayán estableciendo su organización interna. Ese mismo día, después de los actos protocolarios, como se acostumbraba debido a la distancia entre América y Europa, después de tomar posesión canónica, escribió una carta destinada a los interesados del asunto en Popayán, misiva que reposa en copia original en el Archivo Central del Cauca (V. doc. 4822, C I-11n). A la nueva Diócesis se le fijaron los mismos límites que tenía la Gobernación y son los que en la actualidad corresponden a los departamentos de Nariño (excepto la región al sur del río Mayo), Cauca, Valle del Cauca, Chocó, Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío y Huila. Para que nos demos cuenta de cuán ingente era el trabajo apostólico que le esperaba al nuevo Obispo, el agustino fray Jerónimo de Escobar describía así la Gobernación años más tarde (1582): Esta provincia llamada así de Popayán, corre desde el pueblo que llaman de Otavalo que es como veynte leguas más abaxo del pueblo que llaman San Francisco del Quito hasta el pueblo que llaman Sancta Fe de Antiochia de suerte que ay del principio al cabo dozientas y treinta leguas la mayor parte dellas de asperissimos caminos que gran parte dellos no se pueden andar a cavallo y ríos peligrosísimos en compás i contorno (Tovar, 1993, T. I, p. 388)
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A ese vasto y agreste territorio fue al que Juan del Valle llegó en 1548 para tomar posesión definitiva de su obispado. Con el paso de los siglos y los años esta amplia extensión de la otrora Diócesis de Popayán fue dando nacimiento a lo que hoy son 27 circunscripciones eclesiásticas divididas en 5 arquidiócesis, 20 diócesis y 2 vicariatos apostólicos, correspondiente geográficamente a un tercio de la actual Colombia. Pero, ¿qué encontró el primer Obispo de Popayán? Todo y nada. Ante sus ojos y en sus propias manos se presentaba la ocasión de concretar las Leyes Nuevas que habían sido firmadas en España en 1542, para defender a los nativos. Un desafío implícito traía su nombramiento y era el de haber sido preferido un profesor de Salamanca, conocedor de los debates sobre la dignidad de los indígenas en la Escuela de Francisco de Vitoria, antes que un capellán de la Conquista, amigo de conquistadores, conocedor del quechua y testigo de bondades pero también de desafueros del propio Belalcázar y sus soldados. La voluntad de ejercer su apostolado era máxima mientras los recursos eran mínimos; no solo los económicos sino aún los humanos y logísticos. Todo debía empezar de cero: la evangelización de los nativos, la corrección de las costumbres para los españoles, la construcción de la Catedral, en fin, el ejercicio de la caridad. Juan del Valle se convertiría en el primer seguidor de la doctrina de Bartolomé de Las Casas en el sur occidente de Colombia y el gran defensor de indios que le granjeó no pocos enemigos, lo mismo que conceptos de verdadero encomio. El lascasiano Obispo de Popayán se quejaba hacia 1554 de la situación de Santiago de Arma, actual Ríonegro, según lo refiere Friede (1976): “…Está casi despoblada, por haber el licenciado Briceño y un teniente deportado muchos indios y consentido que los soldados y mercaderes sacasen mucha cantidad de niños y niñas y padres y madres, de los cuales la mayor parte se han muerto…” (T.2, p. 221). A su llegada buscó aplicar las provisiones que se referían a la protección de los indios; por ello denunció que algunos encomenderos ponían a éstos como esclavos para sacar oro de sus minas y otros los obligaban a trasportar mercancías a sus espaldas desde el puerto de Buenaventura hasta el interior de la gobernación. Él vio estos abusos con sus ojos de pastor y juez, lo primero por ser servidor de la Iglesia, lo segundo porque los Obispos de América, a partir de 1531 y por disposición real, eran investidos por su cargo del título de “Protectores de Indios”, que las Leyes Nuevas de 1452 intentaron quitar, asignando esta obligación a las autoridades españolas, pero que Juan del Valle siguió ejerciendo: vigilar las expediciones españolas, reunir a los indios en poblados, crear escuelas y decidir si se podía legitimar en determinadas circunstancias la “guerra justa” contra determinados nativos.
Por tal motivo, al develar los maltratos contra los nativos, fue recusado ante la Real Audiencia por la supuesta “ilegalidad” de sus actuaciones protectoras. Sin embargo, estaba destinado para ser la voz profética de su tiempo que clamaba en el desierto de este nuevo mundo en el que todo “era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre” usando una expresión que describe el Macondo de nuestro Nobel Gabriel García Márquez. Buscando la defensa de los indios convocó el primer Sínodo del que se tiene noticia en territorio colombiano (junio de 1555) y redactó para éste 40 artículos referentes a problemas indígenas; más adelante, en 1558 convocaría un segundo Sínodo que molestó aún más a los españoles esclavistas de indígenas: allí dispuso que ningún confesor podía absolver de sus pecados al encomendero que no hubiera restituido en derecho el excedente que se había arrebatado a los indios por encima del tributo justo. Y a los Yanaconas, indígenas pacíficos que habían venido del Perú en las distintas expediciones de los españoles, como traductores y cargueros, les enseñó el arte de la labranza, les fundó escuela y destinó para ellos amplios territorios comprados a su costa. En cuanto a la organización parroquial y los inicios de la diocesana encontró Juan del Valle en Popayán un capellán, el padre Francisco Jiménez de Ayala, que atendía la pequeña capilla pajiza de bahareque en el costado sur donde hoy se encuentra parte del Palacio Episcopal. A Jiménez de Ayala le habían precedido los clérigos García Sánchez, Juan Pericón, Juan de Ocaña y Juan Coronel, que básicamente habían logrado sostener la fe y el culto en medio de la precariedad de la época. Por eso, debido a la penuria, lo que encontró el primer Obispo en la pobre capilla fue una imagen de bulto de Nuestro Señor, un crucifijo y lo necesario para celebrar la Eucaristía, aunque con ornamento prestado (Arboleda, 1966, p. 254). No encontró más señas de trabajo pastoral pues parece ser que a su llegada el convento de la Merced, fundado por fray Hernando de Granada y fray Juan de Quesada, en 1540, de acuerdo a la Cédula Real del 10 de marzo de ese año, ya se había extinguido para concentrarse únicamente en el convento de Cali (Bueno, 1945, p. 13); aunque los Padres Mercedarios fueron los primeros en evangelizar estas tierras, sin embargo la ausencia del fundador del convento, enviado a España, minó mucho las energías de éstos. Junto con la defensa de los indios, otra gran preocupación del primer Obispo de Popayán fue la construcción de su Catedral. La carta de erección de la Catedral está dada en Popayán a 1º de Diciembre de 1558, año en el que convocó el segundo Sínodo del Obispado, y por mandato del mismo Del Valle (ACC V. doc. 4822, C I-11n) se pide que se inicien las obras. Sin embargo, el prelado nunca vio la construcción como la hubiera deseado y por la precariedad de los medios tuvo que conformarse con una pequeña Catedral pajiza, eso sí de más amplitud que la capilla que había encontrado. Sobre su muerte no existe una fecha común pues el padre Bueno (1945, p. 191) lo supone fallecido en Popayán en 1562, donde se dice que fueron exhumados sus restos en 1786 y trasladados a la Iglesia de la Compañía de Jesús; Guitarte (1994, p. 60) en el Episcopologio Español dice que ocurrió en 1563 camino a Trento, se supone que viajando al Concilio que ignoraba ya había concluido. Sin embargo, Friede (1962) ha sido concluyente al respecto pues según su investigación murió en 1561 en Francia, luego de presentarse ante el Consejo de Indias en España, circunstancia que ha documentado ampliamente. .
Virgen del Rosario y el Purgatorio Óleo sobre lienzo. Manuel Sepúlveda (firmado). 1781. 230 x 202 cms.
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Los tres primeros Conventos En 1552, con la dirección de Fray Francisco Carvajal, se establece en Popayán el convento de Dominicos acogidos por Juan del Valle y destinados a la evangelización de indios (Vejarano, p. 25). Dispersados por todo el territorio del Obispado fueron grandes colaboradores del Obispo hasta que muy pronto se vieron reducidos en número debido a que “los religiosos, dedicados a la evangelización de los indígenas, perecieron en esa empresa, a manos de los naturales (tres de ellos en la región de los bugas en 1553)” (Aragón, 1930, p.193) y se cerró esta misión. Años más tarde, en 1575, escuchadas las peticiones de los vecinos de Popayán, el provincial dominico da la orden de refundar en esta ciudad un convento, fundación que acaeció a manos de fray Francisco Miranda, enseguida de la creación del convento de Pasto y subsiguiéndole las de Buga y Cali, poniéndolo bajo el patrocinio de San Sebastián. Debido a que en la época solo se podían fundar parroquias donde hubiera una población de blancos, entonces gracias al establecimiento de los hijos de Santo Domingo se pudo llevar a cabo la creación de las “Doctrinas” destinadas a la población indígena en este territorio. Se trataba de resguardos en los que se adoctrinaba a los nativos en la fe de Cristo. Así fue como a los Dominicos se les encomendaron las Doctrinas de Chisquío, Valle de Epandí y Tambo inicialmente y luego las de Popayán, Rioblanco y Palacé como anota el padre Bueno (1945):
“Así, pues, estos celosos religiosos tuvieron estas doctrinas muy bien servidas desde el 6 de septiembre de 1582, fecha del Decreto del gobernador Sancho García, que las encargó al convento de Santo Domingo, hasta el Decreto del señor [Obispo Juan Gómez de Nava y] Frías en 1719, en que los privó de su servicio (p.13). Junto a las Doctrinas, los Dominicos empezaron a ser un referente de espiritualidad en el poblado de Pubén. Tras no pocas dificultades, que se han de colegir del espíritu y las necesidades de la época, por fin pudieron construir la Iglesia que pusieron bajo el patrocinio de Santo Domingo, inaugurada el 10 de abril de 1588. Presidía el altar un hermoso lienzo de Nuestra Señora del Rosario, patrona de la comunidad dominica, hasta que hicieron provenir de España una representación de bulto (1589) que aún se conserva. El templo que hoy vemos no es la construcción primitiva pues aquella perduró hasta el terremoto del 2 de febrero de 1736. Después de esta fecha la familia Arboleda asumió la reconstrucción de la Iglesia y el convento aledaño. El convento de Popayán se extinguió en 1826.
La Virgen del Rosario Talla en madera policromada. Autor anónimo español. Siglo XVI (ca. 1589). 58 x 165 cms.
La Cena. Óleo sobre lienzo. Bernardo Rodríguez De La Parra y Jaramillo. 1780. 585 x 213 cms. Tríptico estilo muralesco. En el centro la Última Cena de Jesús acompañada de dos escenas de iconografía franciscana: a la izquierda, San Francisco de Asís, asistido por Serafines; a la derecha: San Pedro de Alcántara, alimentado por Cristo mismo.
También a aquella época fundacional se remonta la presencia en Popayán de los Franciscanos, que tuvo dos etapas; la primera se trató de un convento dedicado a San Bernardino, con frailes que ayudaron en la evangelización de los indígenas (desde aquí salían a las misiones de la Hoya amazónica, Napo y Caquetá), el ejercicio de la caridad con los menesterosos y la dirección espiritual de muchos fieles. La segunda etapa, a mediados del siglo XVIII, se trató de un Colegio de Misiones. Sobre la primera etapa dice M. Bueno (1945) que “aunque no hay datos precisos para fijar la fecha de la fundación que hicieron los Padres Observantes del convento de San Bernardino, es innegable que ellos se establecieron en Popayán al tiempo de la conquista” (p. 68). Según Aragón (1930) este convento fue fundado entre los años 1568 y 1570, en época del segundo Obispo de Popayán, por Fray Jodoco Riquer, quien había hecho la misma fundación en Quito y que perduró hasta 1752, cuando inició el Colegio de Misiones, que es la segunda etapa de la presencia de los Franciscanos en Popayán; esta institución vio su Cédula Real el 17 de abril de 1753 y la Bula Pontificia de Benedicto XIV el 22 de septiembre de 1755 con el liderazgo de Fray Fernando de Jesús Larrea.
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Mientras existió el Convento de San Bernardino la capilla fue pequeña y pobre. El actual templo de San Francisco fue obra del dinamismo del Colegio de Misiones con Fray Juan Gutiérrez quien insistió en iniciar su construcción el 14 de julio de 1775 bajo la dirección del arquitecto español Antonio García. En 1864 se extinguió la comunidad por falta de personal y el local del convento fue destinado a casa de gobierno hasta 1926, luego fue Palacio de Justicia y más tarde se convirtió en hotel. Establecidos ya los Dominicos y los Franciscanos en la ciudad y con la venia de Agustín Gormás que pasaría a la posteridad como Agustín de Coruña, segundo Obispo de Popayán (Ob. 1564-1589), la tercera comunidad en poner su asiento en este territorio, antes incluso de su establecimiento en Santa Fe, pero después de Cali, fue la Orden de San Agustín (Pérez, p. 57-73). Aprovechando la visita que uno de los suyos hizo a esta Gobernación para redactar el informe que más tarde se conocería como “Memorial que da Fray Gerónimo Descobar, predicador de la orden de San Agustín, al Real Consejo de Indias en lo que toca a la provincia de Popayán (1582)” esta Regla instauró en primer lugar el Convento y más tarde la iglesia aledaña.
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En una placa conmemorativa, colocada en el año 2004 por los mismos Agustinos en esta iglesia, con motivo de los 1.650 años del nacimiento de su fundador, se lee: “Convento e Iglesia de N.P. San Agustín, fundado y habitado por Padres Agustinos: 15781824”. Debido a la pérdida de los archivos de esta Orden, por muchos años la obra de M. Bueno (1876) indujo a que se pensara que los Agustinos habían llegado mucho antes de 1578, más exactamente en época del Obispo del Valle; el principal argumento consistía en que en el testamento del Obispo Agustín de Coruña no mencionaba como una de sus obras la llegada de asiento de su misma Orden; sin embargo, era evidente que de allí no se podía colegir el hecho de que en su episcopado no hubieran llegado los Agustinos ya que el objetivo fundamental de su testamento fue expresar su voluntad para que con sus bienes se diera la creación del Convento de la Encarnación y la llegada de las Monjas Agustinas. Esta fundación se llevaría a cabo en Popayán el 20 de marzo de 1591 (Aragón, p. 213) convirtiéndose en obra pionera de educación femenina en esta zona norte del entonces Virreinato del Perú, al que la actual Colombia perteneció hasta la creación del Virreinato de la Nueva Granada (1718). Con los estudios de Arroyo (1907) y los posteriores sobre la historia de la Provincia agustiniana de Nuestra Señora de la Gracia, (Pérez, 1994) se llegó a la conclusión de que la fundación del Convento de San Agustín fue en 1578. Sin embargo, resulta de las crónicas de la época que la fundación tuvo que haber sido después de 1583 pues el mismo Jerónimo de Escobar, agustino, en su detallado informe del estado de la
Agustín de Coruña Óleo sobre lienzo. Autor anónimo. Siglo XVIII. 140 x 220 cms.
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provincia de Popayán (1582) no hace mención de los suyos, ni de fundación alguna; igualmente el documento Descripción de Popayán (1583) de autor anónimo, transcrito por Tovar (1993) anota al respecto: “No ay más de un Obispo, un gobernador y un monesterio de françiscos y otro de Dominicos”. Al respecto, la primera noticia documental de los agustinos en Popayán es de 1607 cuando firma como prior del convento Fray Luis de Cadahalso (Bueno, p. 30). Fueron los padres Agustinos famosos en Popayán por sus misiones y su elevada oratoria que animó por dos siglos y medio el clima espiritual de la ciudad no solo en las continuas misiones entre los indígenas sino también en el templo aledaño al convento que destruido por el terremoto de 1736 fue reedificado gracias a las donaciones y el liderazgo de Jacinto de Mosquera y Figueroa. La Orden Agustina se extinguió en Popayán en 1829 como consecuencia de la Ley de supresión de conventos menores que el Congreso de Cúcuta sancionó el 6 de agosto de 1821 y que en adelante hizo clausurar definitivamente los conventos que tuvieran menos de ocho religiosos sacerdotes, destinando sus edificios a distintas obras. Por ello en el Convento de Santo Domingo iría a tomar asiento la Universidad del Cauca, en el de San Francisco la administración pública y en el de San Agustín una escuela femenina. Así, pues, en aquellos años fundacionales, que corresponden a la segunda mitad del siglo XVI, Popayán era una ciudad agraciada. En lo eclesiástico contaba con Obispado propio, prelado residencial y, aunque pobre, una Catedral, construida en el costado sur, con su altar ubicado hacia el oriente, la puerta de entrada por el occidente y una puerta del perdón lateral que daba a la plaza, en el lote que corresponde al actual Palacio Arzobispal (Arboleda, p. 272). También contaba la ciudad con Capítulo Catedralicio, con al menos diez dignidades, y tres órdenes religiosas masculinas y una femenina, cada una con su respectiva iglesia. En cuanto al orden político, la Gobernación de Popayán tuvo desde 1563 a esta ciudad como centro administrativo desplazando a Cali y, por lo tanto, contaba con Gobernador, Alcalde y Cabildo (Z. Díaz, 1996, p. 61). De modo que como centro de la Provincia desde aquí se iniciaron campañas de exploración y se libraron negocios y acuerdos en el campo de la minería, la agricultura y la ganadería que ya en los albores del siglo XVII pondría a Popayán en un lugar privilegiado económica y políticamente.
Campanario del Templo de la Encarnación Llamado “El Mirador de las Monjas”. Al fondo, el Volcán Nevado Puracé. Foto Archivo Ledesma. 1928.
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Custodia del Templo de San Francisco Sol en oro adornado con esmeraldas y esmaltes verdes y morados. JosĂŠ de la Iglesia. 1740. Soporte en figura de ĂĄngel sobredorado. E. Paredes. 1873. 87 x 32 cms.
Capítulo II Y El Verbo Se Hizo Arte “Cuanto brilla en los tejidos, cuanto luce en los Templos, casas y familias; y cuantas joyas de este metal tienen guardado en sus arcas, es de los minerales de este Reyno de Popayán, que es El Dorado de las Indias” Fray Alonso de Zamora, Historia de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada (1696).
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legado el siglo XVII la floreciente economía que centró sus negocios en el Valle de Pubén hizo que surgiera una nueva generación de lugartenientes y ricos españoles que tomaron asiento definitivo en esta ciudad. Sus descendientes fueron los criollos que en el siglo XVIII tomaron la bandera de los negocios y engalanaron con su mecenazgo las iglesias y los conventos de Popayán; éstos, a su vez, fueron los patriarcas de la siguiente generación de payaneses que desde finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX aportó a la gesta libertadora grandes y a veces cuestionados hombres de armas y letras. Pero al principio no fue así. Mientras fueron descubriendo las minas de oro de esta vasta gobernación, y mientras los indios se fueron volviendo diestros en esta labor, el flujo en la llegada de españoles que en los albores de la ciudad tuvieron que ver los vecinos de este lugar, fue disminuyéndose paulatinamente dadas también las adversidades del lugar que, según Fray Jerónimo de Escobar, a diferencia con el Reino del Perú, era como comparar un lugarejo de Asturias con la corte del rey en Madrid. Justamente, al respecto escribía, después de haber pasado por Popayán en julio de 1578, como lo trascribe Tovar (1993): “…Para los que van de acá nuevamente [a España] como llevan imaginaciones queste nuebo Mundo de las yndias, piensan aún que las paredes de las casas es oro y plata y como bien acavo de aver pasado tantos travajos, tanta miseria y todo tan diferente de lo que pensaban, desconsuelanse mucho y afligense, diziendo que los engañaron que si supieran lo que hera antes se fueran a galeras que pasar a las yndias.” (T:1, p. 414) El agustino describe así ese período de transición y desencanto que se vivió en la segunda mitad del siglo XVI entre el proceso de dominación española y el asentamiento del modelo colonial en América. Los enormes beneficios económicos de la expropiación de los bienes de los naturales – que ellos no miraban con ojos de codicia o de riqueza sino con la naturalidad de un producto precioso de la tierra – fueron cediendo y acabándose. Con razón dice García Márquez (23.07.1994) que
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El Bautismo de Jesús Óleo sobre lienzo. Autor anónimo. Siglo XIX. 169 x 151 cms.
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“El oro y las piedras preciosas no tenían para ellos un valor de cambio sino un poder cosmológico y artístico, pero los españoles los vieron con los ojos de Occidente: oro y piedras preciosas de sobra para dejar sin oficio a los alquimistas y empedrar los caminos del cielo con doblones de a cuarto”. La proveniencia del metal precioso en su primera etapa de expoliación y exportación estaba marcada por el saqueo de tumbas y de enterramientos cultuales, el descubrimiento de hipogeos de reserva y la expropiación directa de accesorios preciosos que adornaban el cuerpo de hombres y mujeres. Por ejemplo, si para la época de Fray Juan de Santa Gertrudis, escritor de las “Maravillas de la Naturaleza” (1771), existían aún numerosas guacas, imaginémonos cómo sería al inicio de los saqueos. El cronista franciscano cuenta la manera como se enteró, de camino hacia Popayán, pues venía para el Colegio de Misiones, que el cura de El Pedregal encontró “una guaca tan rica que las alhajas que sacaron de oro, tigres, monos, sapos, culebras, etc., puesto en una batea un negro con toda su fuerza no lo pudo levantar. Y que el mismo año había encontrado otra con un indio seco y entero, rebosado con un capote de oro, que pesó más de cuatro quintales”. Y es que los conquistadores estaban tan interesados en el plan de sometimiento que no contaban con tiempo para iniciar el proceso sistemático de explotación minera que tuvo su desarrollo a finales del siglo XVI y su máxima expresión en el siglo XVIII – con la pacificación de los naturales del Chocó - en las aguas de los ríos y a manos de indios y negros en la Gobernación de Popayán (Buci-Glucksmann, 25). Al respecto escribía el fraile y cronista Alonso de Zamora a finales del siglo XVII: “Toda la codicia de los hombres está más aplicada á los minerales de oro que ay en los contornos de las Ciudades de Popayán, Barbacoas, Antiochia, Cartago, Ancerma, Chocó, Remedios, Guamocó, Cazeres, Zaragoza, Neyba, Ibagué y Mariquita, que demoran entre el Cauca y río de la Magdalena”. Sin embargo, mientras contaron con el personal y la estructura de asentamiento para empezar esa avanzada que desentrañó las vetas preciosas de oro del agua y de la tierra, la ilusión del metal, ahora escaso, fue un fiasco y por ello, según Jerónimo de Escobar, muchos ibéricos habrían de preferir las galeras a las Indias. De modo que aquellos Galeones que antes partían hacia España repletos de oro, pedrería, telares y frutos que para ellos eran los más exóticos de la tierra desde el cacao de México hasta el tomate del Perú, de la hoja de tabaco hasta la papa y el maíz y la quinua del altiplano de los Andes, esas naves a finales del siglo XVI iban más cargadas de cristianos frustrados que de tesoros. Pero si unos se regresaban a la Península y otros iban aventurando nuevas expediciones hacia el norte y hacia el Pacífico, no pocos iban tomando asiento permanente, favorecidos por el poder de su ancestro y los beneficios de la Corona. Para aquella época, y a pesar de ser tan reciente todo, Popayán tenía a finales del siglo XVI una buena representación política y religiosa, que aventajaba a muchos centros poblados de la época. La ciudad se podía enorgullecer por contar con la presencia de un buen grupo de clérigos seculares y órdenes religiosas que no solo atendía las necesidades espirituales de los españoles y sus descendientes americanos, sino que ayudaban en la evangelización de los indios en regiones tan cercanas como Yanaconas, Julumito, Puelenje y la cuchilla del Tambo y en otras tan lejanas como las misiones de Agustinos en Caloto y Raposo. Aún más distantes se encontraban las doctrinas de Dominicos a cargo del convento de san Sebastián de Popayán en Toro, Chisquío y Valle de Epandí o la de los Franciscanos en el Chocó, donde se les encuentra desde mediados del siglo XVII (Caicedo, 2008) y en Putumayo y Caquetá donde tuvieron a su cargo nueve poblaciones de indios hasta la segunda mitad del siglo XVIII (Mantilla, 1997). También de este periodo son las misiones de Jesuitas entre los paeces (desde 1640) y chocoes (hasta 1690), así como sus doctrinas en Timbiquí, Barbacoas, Pasto y Los Pastos (Ortiz, p. 259-261).
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Los indígenas habían sido sometidos a la legislación española, “principiando la evangelización y la creación de instituciones como la encomienda y la mita, destinadas a aprovechar su mano de obra a cambio de recibir protección y educación religiosa” (Fajardo p.43). Por eso, los encomenderos españoles tenían la obligación de adoctrinar en la fe católica a los nativos, dependiendo en gran parte su permanencia en este beneficio del cumplimiento de esa disposición; fue por ello que invirtieron dinero en estas fundaciones extramuros donde los religiosos buscaban trasmitir la fe católica. En la Gobernación de Popayán fueron conocidos estos métodos a través de las Doctrinas o pueblos de indios que siguieron paulatinamente al sistema de encomiendas por ser aquellas más eficaces en la defensa de los indios. La Iglesia, en su misión evangelizadora se beneficiaba sobre todo en el ámbito pastoral más que en el económico; en primer lugar, como lo veía Fray Bartolomé de las Casas (Pabellón, 1992): “este descubrimiento fue una de las obras más hazañosas que se han realizado en la tierra; por él, Dios abrió el camino para el principio de la última predicación del Evangelio en lo último ya del mundo… Dios determinó dilatar su Santa Iglesia, y quizá del todo allá pasarla” (p. 36). La visión del famoso defensor de los indígenas respondía al original deseo evangélico de ir hasta los confines del Orbis Terrarum, como un mandato divino y su tono escatológico es una interesante evidencia de cómo la cristianización de estas tierras más que una estrategia proselitista era un imperativo moral. Los beneficios pecuniarios fueron escasos inicialmente; un canónigo del Capítulo no ganaba más de trescientos pesos de oro, los sacerdotes de las doctrinas trescientos cincuenta pesos y los vicarios en pueblos de minas podían ganar no más de quinientos pesos; si tenemos en cuenta que eran costosas las importaciones de productos peninsulares para la subsistencia, debido a la distancia y los caminos difíciles, podemos inferir que al inicio del proceso evangelizador los sacerdotes vivían pobremente. Escribe el cronista Escobar en 1578 que “son en esta provincia de Popayán muy más caras las mercaderias que van despaña que en otro cabo ninguno por los grandes acarretos que tienen… una botija de vino [cuesta] diez y seis pesos y una libra de xavón un peso, una arroba de aceite, veinte” (Tovar, p. 403). A ello se sumaba que en toda la Provincia de Popayán existían muchos lugares verdaderamente inhóspitos donde la economía se había frenado luego de la conquista, como la ciudad de Toro donde “no ay clérigo que quiera yr alla porque el sacerdote que huviere de yr ha de entrar a pie y han muerto dos del trabajo del camino y no se les puede meter sacerdotes que dotrinen los yndios porque no tienen con que sustentallos” (Tovar, p. 411). También no faltaban las localidades donde las gentes estaban cansadas de la guerra, como en el caso de San Sebastián de la Plata, que por sus confrontaciones con los indios Pijaos, y muy a pesar de sus minas de este metal, la villa había quedado para finales del siglo XVI convertida en un “pueblo tan pobre que no se puede sustentar sacerdote que les diga misa sino es un clérigo viejo que movido de caridad está allí treynta años ha que no vale su hazienda treynta reales” (Tovar p. 406). Paulatinamente, la precariedad fue dando paso a una cierta bonanza económica que favoreció muchos procesos de evangelización. Con el paso del tiempo, superado el decaimiento de la producción aurífera de principios del siglo XVII, Popayán empezó a articular su comercio como ciudad de transeúntes hacia y desde Cartagena, Santafé y Quito (Herrera, 2009, p. 75) por donde pasaba oro, textiles, esclavos, ganado y sal, mientras se daba el descubrimiento de las minas de Barbacoas y el Chocó. Con el florecimiento de la ciudad con vocación cosmopolita, para definir y expandir su presencia, la Iglesia a través del obispado y las órdenes religiosas, recibía para su labor beneficios patrimoniales como tierras, ganados, diezmos y herencias que hicieron que muy pronto aumentara su peculio.
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Cabeza de San Juan Bautista Oleo sobre lienzo. Pedro Tello (firmado). Siglo XIX. 70 x 44 cms.
Excesos los hubo siempre, sobre todo por la codicia, como los que en su momento denunciaron los dos primeros Obispos de Popayán contra los capellanes de encomiendas que no contentos con el mal trato a los indios por parte de los apoderados españoles, reforzaban las intrigas cuando no querían someterse a la jurisdicción episcopal. En su obra, Escobar insiste en que los Franciscanos de la doctrina de Guachicono no querían examinarse ante el Obispo para determinar si eran idóneos para el ejercicio de los sacramentos y además llama “idiotas” a los frailes mercedarios por los agravios que cometen en la doctrina de la montaña de Caly (Tovar p. 402). En el mismo sentido, pero desde un ámbito secular, siglos más tarde, en 1893 el Gobierno Civil de Quibdó denunciaba ante el Obispo Juan Buenaventura Ortiz que los padres Capuchinos cobraban, además de los derechos de estola por el bautismo de niños, una multa de 80 centavos por cada mes de edad que se contara después del primer mes de nacido, límite que habían puesto para administrar el sacramento a los neonatos (AHEAP L:9507, M:00391).
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Los desafueros de unos hicieron desestimar los esfuerzos de muchos. No pocos autores al hacer un juicio sobre las acciones de la Iglesia en la época no han tenido en cuenta que la conquista de estos territorios no fue idea de ella sino del imperio español. De no haber estado la Iglesia presente, incluso en medio de sus falencias, este acontecimiento hubiera sido más triste, pues como institución denunció excesos y consolidó procesos de desarrollo a través de la educación, las artes y la economía agrícola; un buen ejemplo sigue siendo al respecto Juan del Valle, que trajo consigo de España ocho campesinos labriegos, como lo refiere Friede (1962), para cultivar la tierra y enseñar a los naturales a hacerlo al estilo ibérico. Ya en la Española, Fray Pedro de Córdoba había pasado a la historia como un gran defensor del método pacífico y apostólico que le ganó tantos enemigos; en aquella misma región Antonio de Montesinos inauguró un estilo de denuncia que haría mella en la legislación de defensa de los indios. En efecto, el 21 de diciembre de 1511, pronunció su famoso sermón de adviento en el que recriminaba la crueldad y tiranía en el trato con los indígenas dejando en claro a los encomenderos que se encontraban en pecado mortal. Fruto de esta denuncia y con el viaje de fray Montesinos a España se redactaron las leyes de Burgos en 1512 y de Valladolid en 1513 donde se declaraba que los indios son hombres libres aun cuando podía obligárseles a trabajar para pagar tributos y se obligaba el proceso de Requerimiento según el cual los indios, para evitar la guerra, debían someterse a los reyes españoles y a los conquistadores. Aunque a los ojos modernos estas disposiciones no dejan de ser escandalosas, sin embargo resultan ser un avance significativo que dejó sin piso la facción contraria que abogaba por declarar la simple animalidad e irracionalidad del indígena. Al respecto, el tema de la esclavitud de los indígenas fue un asunto neurálgico, máxime cuando el emperador Carlos V la prohibió en 1530 pero la restableció en 1534 instigado por intereses económicos y políticos. En este contexto tuvo gran trascendencia la disposición del Papa Pablo III, el mismo que erigió este obispado, quien intervino con la bula Sublimis Deus del 2 de junio de 1537 defendiendo la libertad de los indios y el derecho que tenían a la posesión de sus bienes, dejando en claro que a nadie le es lícito esclavizarlos. En el documento se deja en claro la doctrina tradicional del homo capax Dei que hace referencia a la capacidad del ser humano para aprehender el misterio divino, a pesar de sus limitaciones naturales para abarcar el Trascendente. A pesar de la voz pontificia, sin embargo los abusos fueron frecuentes. Años más tarde, entre nosotros, el ya citado Escobar, denuncia que en las encomiendas de Popayán, en el año 1558, vivían doce mil indios de los que veinte años después, cuando escribe, quedaban solo cuatro mil quinientos. Arboleda Llorente en 1948 publicó un
Atril Plata repujada. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 32 x 25 x 39 cms.
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Atril (detalle de indígena con frutos de la tierra). Plata repujada. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 32 x 25 x 39 cms.
interesante estudio sobre El indio en la colonia basado en los documentos del Archivo Central del Cauca cuestionando muchas veces la voz de los cronistas; para Arboleda, el despoblamiento de nativos se debió no solo a la crueldad del invasor a través de la explotación desmedida y a la ferocidad de las epidemias traídas por él mismo. También hay que tener en cuenta el fenómeno de la emigración, muy común entre los indios al contar únicamente con una agricultura imperfecta no a base de sementeras que obligaban el sedentarismo permanente sino a través de la recolección de frutos silvestres y el cultivo transitorio de tierras junto con la caza y la pesca. A las anteriores causas de despoblamiento indígena hay que agregar el proceso de mestizaje e, incluso, el canibalismo que, según Arboleda era común entre los Pijaos y los Patías (1948, p. 21). Razón tendría Escobar, que relatando las excentricidades de los naturales de “Antiochia” no ocultaba su asombro al comentar que “criavan y engordaban sus hijos para comérselos en las fiestas como quien engorda lechones sin necesidad de comida” y agregaba que “antes dizen los propios yndios que son mejor tratados agora que entonces” (Tovar, p. 418). Los relatos de antropofagia no son escasos entre los cronistas de Indias; sin embargo, muchas veces estuvieron provistos de relatos fantasiosos para subrayar el salvajismo y justificar el proceso de dominación. En cuanto al agustino Escobar, solamente refiere este caso puntual en su pormenorizada obra. Como hemos visto, dos terceras partes de la población, tan solo en esta ciudad y sus alrededores, desaparecieron en el lapso de veinte años; precisamente, por esta realidad fue que Juan del Valle llamó la atención cuando en el Sínodo de 1558 en Popayán (AGI, Justicia, L.1103) declaró que “las guerras de conquista fueron injustas y contra derecho” de modo que los indios procedieron contra los españoles en legítima defensa. Como era de esperarse, ante la voz de alerta del Obispo, la reacción restrictiva del Imperio fue inmediata y por ello en adelante en el Nuevo Mundo no se podrá reunir un Sínodo sin la aprobación y supervisión explícita del Consejo de Indias (Friede, 212).
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La Evangelización: Cuestión de método Hacia los indígenas, los Obispos de Popayán siempre probaron una especial dedicación de acuerdo a las posibilidades de la época. Se buscó, en primer lugar, sacarlos de la idolatría, un concepto que también debe entenderse a la luz de la época para no caer en anacronismos pues nos ubicamos en la concepción del momento que no conocía estudios de antropología religiosa ni de libertad de cultos. Entonces, se buscaron métodos persuasivos que buscaban hacerles cambiar de parecer religioso. Para los infantes, la creación de escuelas permitía a los conquistadores trasmitir la fe cristiana sin mayores resistencias; para ello, la obra de la Iglesia inició con la creación de centros educativos. Se tiene conocimiento de que la primera iniciativa escolar documentada en el Nuevo Mundo fue la del Colegio de San José de los Naturales del fraile Pedro de Gante en 1526, en México. Luego vendría el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco donde se enseñó a los hijos de los caciques en tres lenguas: latín, náhuatl y castellano. (Pabellón, p. 237). Enseñar a leer, escribir y la doctrina cristiana fue la primera preocupación de los misioneros y junto con ello, la instrucción en artes y oficios. En nuestro ambiente Juan del Valle fundó escuelas por todo el territorio del obispado donde se enseñaba a los indígenas a leer, a escribir, a contar y los rudimentos de gramática. (Otero, 1962, p. 53). Lo mismo haría De Coruña en su momento cuando de manera póstuma propició que las Monjas de la Encarnación recibieran a las jovencitas de Popayán para que se les enseñara el arte de leer, escribir, tejer y cocinar (Méndez, p. 24) en una obra abanderada para una época en la que ni siquiera a las hijas de los españoles se les consideraba merecedoras de asistir a una escuela. Acompañando el método educativo para los menores hubo una proliferación de textos escritos por religiosos para acompañar la predicación del Evangelio entre éstos y los adultos. Se tiene noticia de que el segundo Obispo, cuando era misionero agustino en México (1534-1560), redactó un catecismo para la enseñanza a los indígenas que muy probablemente trajo e implementó en Popayán después de asumir el Obispado. Como explica Borja (2012) Los catecismos para la enseñanza de los indios estaban dirigidos a los predicadores a través de preguntas y respuestas que hacían énfasis más que en los misterios de la vida cristiana en los preceptos morales, el cumplimiento de los mandamientos, el arrepentimiento por las faltas y la remisión de la culpa, conceptos que era difícil trasmitir en una población que no conocía la conciencia de pecado. Los métodos de evangelización de aquella época prescindieron voluntariamente del acercamiento directo a la Biblia. En la sesión IV del Concilio de Trento (8 de abril de 1546) se habían direccionado todas las normas sobre la Sagrada Escritura. El Concilio defendió la versión Vulgata de san Jerónimo (siglo V), prohibiendo otras traducciones, amonestó a las imprentas que editaban la Biblia cambiando el sentido de los textos y logró que, en consecuencia, se impusiera la obligatoriedad del nihil obstat,un método censor que permitía evaluar el contenido de una obra, y el imprimatur o permiso para que esa obra fuera difundida a través de la imprenta, incluso si trataba temas profanos en tierras cristianas. Antes que leer la Sagrada Escritura, los fieles eran invitados al estudio e imitación de la vida de los santos. Por tal razón se explica que junto con los catecismos, destinados tanto a los indígenas como a los españoles, pero más a los primeros, también tuvieron su momento los textos que encomiaban la vida de los santos del Martirologio Romano y los panegíricos sobre sus hazañas. Como escribe Llanos (2007):
Santa Ana y la Virgen Niña Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 78 x 73 cms.
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“A partir del siglo XVI y sobre todo a partir del concilio de Trento, se escribieron nuevas hagiografías que criticaban los aspectos legendarios de las medievales y actualizaban las vidas de los santos de la iglesia, con el fin de fortalecer y facilitar el carácter doctrinal y misionero de las órdenes religiosas y el clero secular. Estas obras tuvieron repercusión en las colonias americanas como lecturas ejemplarizantes y como guías iconográficas para las representaciones artísticas de los santos”(p. 145). Limitar la lectura e interpretación de la Biblia únicamente a los clérigos tenía como objetivo frenar el libre examen, método que secundado por Martín Lutero invitaba a los lectores de las Sagradas Escrituras a interpretarlas al margen del Magisterio de la Iglesia. Por ello el Concilio declaraba que “con el fin de contener los ingenios insolentes, que ninguno, fiado en su propia sabiduría se atreva a interpretar la misma Sagrada Escritura en cosas pertenecientes a la fe o a las costumbres… contra el sentido que le ha dado y da la Santa Madre Iglesia”. Como resultado, en tierra americana, la Biblia fue tardíamente editada e impresa debido a tales disposiciones y se prefirieron textos que, escritos por religiosos, alababan las hazañas de los personajes de la Historia Sagrada y de los santos de la Iglesia; por este motivo el pueblo cristiano en aquella época no se acercó al texto de la Biblia sino a su interpretación a través de modelos concretos de vida cristiana, como lo demuestra, por ejemplo, la popular Vida y excelencias del Patriarca San José del dominico Antonio José de Pastrana escrita en 1690 en Lima, de los cuales un ejemplar de la época aún se conserva en Popayán.
El Patriarca San José Grabado sobre papel. Antonio José de Pastrana. 1690. 20 x 15 cms.
San Jerónimo Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 102 x 78 cms.
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La función pedagógica y devocional del Arte Religioso Para reforzar figurativamente la comprensión de los temas de la predicación los misioneros en sus Doctrinas se valieron inicialmente del signo de la cruz, desnuda, sin Cristo, como el más elemental y primitivo de los signos cristianos y el más accesible recurso de representación al no haber posibilidad en la urbe incipiente para la construcción de imágenes. Un par de siglos más tarde se implementarían en la ciudad los talleres para la talla de imágenes cuando ya era frecuente que la imaginería religiosa se importara de España e Italia, costumbre que se remonta a finales del siglo XVI, época de la que data la imagen más antigua de Popayán que es la de Nuestra Señora del Rosario en la Iglesia de santo Domingo (1589). Así pues, la cruz fue un signo muy difundido que iba siendo colocado en los antiguos monumentos a los dioses indígenas como el ubicado en el cerro de La Eme, colina que compró el primer Obispo Juan del Valle, para los indios Yanaconas y en el que según Castrillón (2007) fueron puestas, desde aquel tiempo, las tres cruces de madera que, desaparecidas por muchos años, en 1930 dieron paso a las de hormigón que hoy existen. Por su parte, los conquistadores y los religiosos solían cargar pequeñas imágenes de madera de sus santos titulares, estandartes e insignias, relicarios y estampas grabadas (Londoño, 2012) y seguramente eran las imágenes que iban adornando las sencillas capillas doctrineras, como La Ermita que, construida en 1612 en tapia y teja (ACC Cabildo T:1, F:14v), fue destinada inicialmente al culto de Santa Bárbara y de Santa Catalina de Alejandría, dos santas del antiguo martirologio, contadas entre los Santos Auxiliares de Popayán, a cuyo amparo se encomendaban los españoles contra el rayo y la muerte súbita, respectivamente. Con la llegada del movimiento de Contrarreforma para detener la avanzada del Protestantismo, el arte, como medio de evangelización, tuvo un gran desarrollo. De Norden (2007) lo resume en esta frase: “Bien lo intuyó la Iglesia Católica que, al contrario del Protestantismo, no se opuso al arte y lo entendió como propaganda” (p.17). En efecto, el arte no solo trasmitía la belleza como propiedad trascendental del ser sino que contenía un impresionante poder pedagógico. Ante una gran presencia de iletrados en esta América de dialectos y de lenguas provinciales indígenas, en la que con el Español se pretendía trasmitir la fe, empezó a sentirse favorecido mucho más el uso de las imágenes mientras se aunaba toda la cultura a través del idioma y la religión. La imagen tallada en madera o pintada en el lienzo no solo transmitía las verdades de fe sino que además ejemplarizaba las costumbres y los modos y actitudes que el cristiano debía asumir para relacionarse con Dios.
El Martirio de Santa Bárbara
En el siglo XVI la principal fuente de recursos para el arte provenía de los españoles y los conventos; Popayán, hacia la mitad del siglo XVII contaba con cuatro de ellos masculinos: Dominicos, Franciscanos, Agustinos y Jesuitas y dos femeninos: el de la Encarnación perteneciente a las Monjas Agustinas y el de Nuestra Señora del Carmen, propiedad de las Carmelitas Descalzas; desde aquellos claustros y sus iglesias aledañas se incentivó enormemente la consecución de imágenes y pinturas, así como las ricas obras de orfebrería; sin embargo, más tarde, sobre todo en el siglo XVIII, también entrarían a jugar un gran papel tanto las colectividades, agrupadas en hermandades, cofradías, capellanías y el Capítulo Catedralicio, como las personalidades, es decir, los grandes fieles benefactores, algunos canónigos particulares y los Obispos, que fueron muy alentados por el Concilio de Trento para que incentivaran la devoción a los santos, a las reliquias y a las imágenes. Y de estas personalidades y aquellas colectividades no había pocas. Un empadronamiento de 1797 al cual se refiere Caicedo (2008) en su estudio sobre el clero en la Popayán del siglo XVIII nos muestra que en la antigua Gobernación había para la época 18.714 habitantes de los cuales 537 eran hombres religiosos, lo que sugiere que había un clérigo por cada 35 personas. El dato resulta sorprendente si ponderamos que hoy en día encontramos, aproximadamente, un sacerdote por cada diez mil habitantes.
(detalle) Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVII. 100 x 251 cms.
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Las Cofradías y Capellanías En Popayán siempre han sido famosas las cofradías que hoy subsisten a través de las llamadas juntas fiesteras; las había obligatorias para cada iglesia como lo eran las del Santísimo Sacramento, la Virgen y las Almas; luego fue obligatoria también la del Amo Jesús, devoción alentada por los Dominicos en todo el sur occidente colombiano. Tan solo en el Cauca, la devoción cristológica nos dejó hermosas tallas de diferente procedencia y época: hoy encontramos imágenes del Amo Jesús sedente o Santo Ecce Homo en La Ermita, el Santuario de Belén, La Catedral, el Museo Arquidiocesano de Arte Religioso (procedente de la Iglesia de San Agustín), Puelenje, Yanaconas, El Tambo, Timbío y un hermoso lienzo en Guanacas – Inzá. La más venerada de todas estas imágenes es la conocida como el “Amo de Belén”, con su hermosa fiesta celebrativa que inicia quince días antes de la fiesta del trabajo; en esta ocasión se hace descender la venerada imagen desde la colina donde se halla su santuario hasta la ciudad, todo a cargo de las mujeres; concluyéndose el quincenario festivo, una multitudinaria procesión con la imagen de regreso hasta su santuario, el 1 de mayo, es coordinada por los hombres. Su talla fue iniciada en Pasto y encarnada en Popayán en el siglo XVII. Sin embargo, las cofradías más difundidas fueron las constituidas ad libitum o sea creadas por iniciativa de una persona o grupo para honrar un misterio de la vida de Cristo, una advocación específica mariana o un santo particular; detrás de muchas cofradías subsistía el interés de un gremio particular que honraba una devoción específica de acuerdo a la especialidad del santo: como las cofradías de San Isidro entre los agricultores, la de San Crispín entre los zapateros o las de Santa Apolonia entre los dentistas.
Santo Ecce Homo (detalle) Talla en madera. Siglo XVII. Tamaño natural. A la derecha: Santo Ecce Homo sobre su trono de plata repujada. Santuario de Belén.
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San Antonio de Padua Óleo sobre lienzo. Autor anónimo. siglo XIX. 125 x 108 cms.
Por ser Popayán una ciudad bien particular en cuanto a su clima, hubo cofradías muy relacionadas con los llamados Santos Auxiliares, un conjunto de quince santos con especialidades diversas cuya fiesta se celebraba en la ciudad el sábado siguiente a la infraoctava del Corpus Christi, según testimonio del Obispo Juan Buenaventura Ortiz en su obra; el origen de la fiesta se remonta al año de 1619 cuando por motivo de una gran peste los cabildos civil y eclesiástico se reunieron junto con la comunidad para elegirlos y determinar el modo de celebración. Allí se encontraba Santa Bárbara, para defenderse de los rayos, Santa Catalina de Alejandría, para evitar la muerte súbita, San Juan Bautista, quien ya había sido designado por el Cabildo Eclesiástico en enero de 1618 como patrono para defenderse de las plagas de langosta y doce santos más. Los Santos Auxiliares fueron grandes devociones en la Popayán de los siglos XVII y XVIII sobre todo en épocas aciagas como en aquellas temporadas en las que el comején hacía estragos en los enmaderados de las casas, los retablos de las iglesias, los marcos de las pinturas y las imágenes de madera. Era tanta la calamidad pública que el Capítulo Catedralicio decretó la fiesta llamada de “El Conjuro” que iniciaba con la celebración de los Santos Auxiliares, generalmente en junio, y terminaba un mes después de ejercicios religiosos entre ellos las rogativas, con su acto final en el que se llevaba en procesión la imagen del Santo Ecce Homo de Belén como lo vemos en mayo 8 de 1788 (ACC Cabildo T:34, F:14v).
Virgen de la Almudena Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño Época siglo XVIII 99 x 71 cms. En la parte inferior, a la derecha, la donante.
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Como lo explica Sotomayor (2004), el proceso para la conformación de una cofradía iniciaba con la creación de una hermandad que destinaba un patrimonio a una devoción especial. El patrimonio (donaciones, limosnas y producto de negocios de los bienes –muebles, inmuebles y semovientes – cedidos en vida o heredados en testamento a la cofradía) debía ser destinado tanto para el embellecimiento de la imagen tallada o pintada que representaba la devoción, como para el culto que debía tributársele, sobre todo a través de la celebración de misas (cuya frecuencia durante el año dependía de los fondos económicos) y la celebración anual de la fiesta. Cuando la hermandad se fortalecía entonces se iniciaban los trámites para que fuera aprobada la Cofradía mediante breve pontificio y se le concediera los beneficios de las indulgencias parciales o plenarias. En este territorio fueron famosas en el siglo XVII las cofradías de Nuestra Señora de la Concepción en la Catedral, la de la Virgen de los Dolores en san Agustín, la de Santa Bárbara en la Ermita, la del Santísimo Sacramento encargada de organizar la Solemnidad del Corpus Christi, la de San Juan Bautista encargada de organizar las rogativas en tiempos de plaga de langosta y peste (ACC Cabildo T2 F65v), la de Jesús, María y José que organizaban la fiesta de Nuestra Señora de Belén, la de Nuestra Señora de la Gracia en el Colegio de Misiones de los Franciscanos, la de Nuestra Señora del Rosario en la Iglesia de los Dominicos, la del Cristo de la Veracruz y la de San Antonio en San Francisco, entre otras. Precisamente, sobre esta última el Archivo Central del Cauca conserva el breve pontificio de 1772 en el que el papa Clemente XIV fundaba la cofradía (ACC-Colonia Sig.: 9450 [Col. E I -6 o]). La cofradía estaba representada jurídicamente por la figura de un mayordomo que hoy subsiste a través de los síndicos de las imágenes procesionales. El mayordomo administraba los bienes de la cofradía y coordinaba las actividades de culto y las obras pías de la misma. Los bienes por administrar no eran pocos ya que los devotos cedían beneficios a cambio de prestigio y reconocimiento en las fiestas y en el orden de benefactores, durante su vida, así como aguardaban la retribución a través de responsos y misas de sufragio por sus almas al fallecer.
Cristo Redentor de las Almas Óleo sobre lienzo. Anónimo Payanés Siglo XVIII. 60 x 42 cms.
La Virgen de la Luz Óleo sobre lienzo. José Cortez de Alcoser, quiteño. Siglo XVIII. 83 x 64 cms.
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Al respecto, abundan las evidencias en el Archivo Central del Cauca sobre cesiones y testamentos beneficiando a las cofradías; resulta interesante el litigio de tierras entre un mayordomo que querella por los linderos de un terreno heredado por don Diego Tenorio en 1580 a la Cofradía de las Almas del Purgatorio (ACC-Colonia. Sig: 8387 [Col. J I -19 cv]). También se encuentra la herencia de Jacinta Correa en 1681 de unos zarcillos de oro con amatistas para la cofradía de Nuestra Señora del Rosario en la Iglesia de Santo Domingo (ACC-Colonia Sig: 8284 [Col. J I -18 cv]). Beneficios los había aunque no faltaban además las reclamaciones a los mayordomos de parte de los clérigos por los estipendios; ya en 1838, en una época de crisis en la región, que golpeó también lo concerniente al culto, el sacerdote Manuel María Urrutia demanda ante el Obispo de Popayán a José Vicente Cobo, Síndico mayordomo de la cofradía de Santa Bárbara, “para que le cancele los gastos hechos en este culto durante 22 años 7 meses, tiempo en el cual desempeñó como Cura Rector las funciones pertenecientes a lo formal del culto, como lo fue la misa del miércoles y los gastos de incienso, cera y música”. (ACC República Sig: 736 [Rep. E I -5 j]). Junto a las Cofradías era muy frecuente, también, la fundación de Capellanías de misas, que consistía en fondos pecuniarios destinados específicamente a privilegiar un altar en el que se debían celebrar temporal o perpetuamente, de acuerdo al patrimonio destinado, misas en sufragio del alma del donante. Inicialmente eran los sacerdotes quienes administraban el dinero de la capellanía, aplicando las intenciones del difunto con la frecuencia estipulada; más tarde, también las cofradías, o personas particulares, se convirtieron en administradoras de estos bienes, como lo vemos en la fundación de la capellanía de misas para el altar de San José en la Iglesia de la Encarnación con beneficio perpetuo para el donante (ACC-Colonia Sig.: 6733 [Col.-E I- 12 cap.]).
Trono del Amo Jesús Plata repujada, cincelada y ensamblada sobre madera. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 117 x 151 x 68 cms.
De modo que las Hermandades, Cofradías y Capellanías buscaban el boato de sus devociones para lo que no escatimaban esfuerzos; entonces, a su propia costa, embellecieron las iglesias construyendo altares, expositorios, caliceros y retablos de talla barroca como los del destacado Sebastián Usiña, autor también del hermoso púlpito del templo de san Francisco, y los de los hermanos Lorenzo y Joaquín Gironza, frailes legos Franciscanos payaneses. Igualmente, las cofradías mandaron pintar cuadros, tallar imágenes, fabricar vestidos, modelar zarcillos y fundir alhajas, coronas en oro y en plata, y andas de madera para las procesiones adornadas con mallas, confeccionaron terciopelos y finas vestimentas para sus imágenes y altares y finos ornamentos para los sacerdotes, estandartes bordados y casacas procesionales para dar así un hálito de esplendor a las celebraciones. Precisamente por este motivo, la riqueza en alhajas de distinto porte y calidad fue lo que motivó a que el General Antonio Nariño en 1814, preparando la campaña del sur, hiciera una confiscación de muchas de ellas recogiendo en cada capilla y templo de Popayán sus riquezas hasta el punto de llegar a reunir trescientos mil pesos oro (Olano, 2002). La derrota de Nariño y su detención en el alto de Tacines fueron vistas por los pobladores como una retaliación divina por la usurpación que no perdonó ni las pesas de plomo de las campanas de la Torre del Reloj que fueron fundidas en balas.
Corona de la Virgen del Rosario Plata cincelada. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 58 x 42 x 18 cms.
Corona de Virgen con dos diademas Plata labrada. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 12 x 10 x 10 cms.
Relicario de Santa Rosa de Lima Plata labrada. Lleva una inscripción que dice: Dada por el Arzobispo de Lima. Siglo XVIII. 49 x 20 x 15 cms.
Precioso Relicario de la Santa Cruz Cristal de roca, tallado y engastado con filigrana de oro. Anónimo europeo. Siglo XVII. Perteneció a la Reina Isabel Farnesio, segunda esposa de Felipe V de España . Donado a la Catedral de Popayán por el Obispo Jerónimo Antonio de Obregón y Mena (siglo XVIII).
Diadema de Virgen con once estrellas. Plata martillada y cincelada. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 58 x 50 cms.
Cristo Muerto Talla en madera con potencias de plata dorada. Anónimo quiteño del Círculo Caspicara. Siglo XVIII. 161 x 80 x 32 cms.
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Imaginería religiosa en Popayán: Realismo y esplendor Junto a la realidad de las cofradías devocionales se encontraba también el adoctrinamiento del pueblo a través de las representaciones. La visibilización del misterio inabarcable a través del arte quería hacer corresponder la representación con la realidad. Según el parecer de Londoño (2012) “La pintura del siglo XVII, y parte de la del XVIII, expresó en la América española la estética y la doctrina de una Iglesia triunfante, que ejerció el poder religioso y social con la satisfacción de la evangelización consumada” (p. 81). Así fue como el realismo que suscitó el movimiento de Contrarreforma propició paulatinamente la aparición del Crucificado como realidad iconográfica y por ello empezaron los altares de las iglesias y capillas a ser presididos por tallas en madera de tamaño natural con ojos de vidrio, cara trabajada con plomo o plata, que iban siendo producidas en Sevilla o en Nápoles, primero, y más tarde en Popayán y Quito, ciudad ésta de donde vinieron la gran mayoría de representaciones de la imaginería que encontramos en Popayán en el siglo XVIII, cuando no eran los mismos quiteños los que venían a instaurar aquí sus talleres. Por ello afirma Herrera (2009) que “es necesario mirar a la Provincia de Popayán no solo en el contexto de la Nueva Granada sino también en el de Quito” (p. 74) sobre todo en aquel siglo XVIII en el que la Audiencia de Quito fue incorporada al Virreinato de Nueva Granada lo que propició un intercambio comercial y cultural mucho más decidido. Llegaron también las tallas de las imágenes de los santos que iban proliferando en los altares popayanejos a medida que Roma elevaba a la “Gloria de Bernini” a los nuevos modelos de santidad. El Protestantismo había cuestionado la doctrina de la comunión de los santos y su poder de intercesión, dejando en entredicho, además, algunos hechos considerados legendarios en las narraciones de la vida de los santos; ahora, desde Roma, se promovían nuevos modelos contemporáneos de santidad que junto con el movimiento de la Devotio Moderna alentaban un nuevo estilo espiritualista e intimista para expresar la fe. Así fue como cientos de religiosos, hombres y mujeres, fueron canonizados, tal es el caso de San Ignacio de Loyola en 1622, Santa Rosa de Lima en 1671 y San Pedro de Alcántara en 1669.
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San Francisco de Paula Talla en madera. Anónimo italiano. Siglo XVIII. 172 x 81 x 58 cms.
No solo las cofradías y capellanías ayudaron a embellecer con el arte el ámbito de las Iglesias, los oratorios particulares de las casas más prestantes y las salas y habitaciones de los hogares. Particulares también los hubo que ayudaron a evangelizar a través del arte; por ejemplo, los mismos sacerdotes como el caso del presbítero Lorenzo de Mosquera quien donó al Convento de Santo Domingo de Popayán el 14 de Mayo de 1793 una efigie de Santo Tomás de Aquino que había hecho traer de Quito, junto con “un hábito con su escapulario de raso liso, blanco, bordado de oro, capa y capilla de terciopelo negro, también bordado de oro” que había pedido a España, y más “un bonete de terciopelo negro bordado y una pluma de plata” (ACC Colonia - Sig.: 9555 (Col. E I -6 o)). Tallas e imágenes muy conocidas fueron en el siglo XVIII “las de los doce apóstoles, los evangelistas y todos los doctores de la Iglesia, mandados a hacer por el acaudalado sacerdote don Manuel Ventura del Águila, que se sacaban en la procesión del Corpus” (Ortiz p.324) y que pertenecían a la Catedral. En este sentido, también los Obispos fueron grandes mecenas del arte, a la vez que promovían los modelos de santidad, como Jerónimo Antonio de Obregón y Mena (Obispo de 1758 a 1785) quien costeó las imágenes de San Francisco de Paula y la de San Pedro de Alcántara con sus respectivos ricos vestidos de terciopelo bordados de oro, uno en Italia y otro en España (Bueno, p. 161). San Pedro de Alcántara estaba recientemente canonizado (1669) y su hermosa talla española, del siglo XVII, elaborada al parecer por Pedro de Mena, que se encuentra en la Iglesia de San Francisco es, según Santiago Sebastián (1964), “la obra cumbre de la imaginería barroca en Colombia…En la concepción de esta obra se ensamblan un elemento espiritualista y otro naturalista, ambos de gran fuerza y vigor” (p.85). La fuerza expresiva de esta talla representa muy bien al santo franciscano alto y demacrado que “parecía hecho de raíces de árbol”, como solía describir Santa Teresa a su amigo y consejero.
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San Pedro de Alcántara Talla en madera. Pedro de Mena, español. Siglo XVII. 170 x 78 x 58 cms.
Cristo muerto en la Cruz Talla en madera policromada y laminilla de oro. Atribuido a Manuel Chili Caspicara. Siglo XVIII. Cristo: 50 x 29 cms. Cruz: 128 x 68 cms. El conjunto estรก rodeado de 20 รกngeles con las insignias de la Pasiรณn de Cristo.
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En la serie de tallas un puesto sin igual merece la Virgen del Apocalipsis del maestro Bernardo Legarda. A juicio de Buci-Glucksmann (1997) “la Virgen alada es el símbolo, el síntoma y tal vez incluso la metáfora de todo el barroco de Popayán, de su elevación y de su vuelo”. Nos encontramos así ante una hermosa síntesis entre el solemne manierismo y el cargado barroco, entre la madera y la plata, entre la danza creatural y la sublimidad extática lo que ha hecho decir a esta especialista que se trata de la gran representación del “manierismo barroco”. Entre las imágenes de altar y procesionales de Popayán hay una larga lista de representaciones españolas y quiteñas de distintas épocas; pero sería el siglo XVIII, según Enríquez (2006), el que a justo título vendría a ser llamado la “edad de oro” de la imaginería religiosa en la ciudad. Nos encontramos entonces con nombres de escultores como Sebastián de Usiña, Alfonso María de los Reyes, ecuatoriano, que esculpió la Piedad del templo de Santo Domingo, Alcides Montesdeoca, que talló la del Cristo del Descendimiento, también del Templo de Santo Domingo y sobre todo los discípulos de las escuelas de Bernardo Legarda y Manuel Chili, apodado El Caspicara, de cuyo taller salieron hermosas tallas en madera policromada que hoy en día se pueden admirar no solo en el Museo de Arte Religioso sino en los templos de la ciudad.
Inmaculada del Apocalipsis. Talla en madera estofada y policromada con accesorios de plata. Círculo Quiteño de Bernardo Legarda. Siglo XVIII. Talla: 150 x 85 x 42 cms. Esfera y peana en plata: 170 x 100 x 102 cms. Alas: 160 cms. Rayo: 116 cms.
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El deslumbrante mundo de la pintura La Virgen del Silencio Óleo sobre madera. Atribuido a Juan de Juanes. Siglo XVI. 51 x 41 cms.
Otro invaluable tesoro que se puede apreciar por todos los rincones de Popayán, sobre todo en sus museos y templos, es el de la pintura. A finales del siglo XVII y durante todo el XVIII cientos de lienzos entraron a embellecer los altares particulares y públicos de los rincones devocionales de la ciudad. Los artistas, ante todo, eran personas de fe que, como los grandes iconógrafos orientales, se adentraban en la contemplación de los misterios sagrados y en su propia experiencia religiosa para trasmitir no solo la belleza del arte sino la riqueza de la doctrina con fines catequéticos. Aparte de ser un oficio remunerado, sin embargo su principal interés no era la gloria personal sino la manifestación de un espíritu religioso que llegaba hasta la médula en los fieles popayanejos; de ello nos da cuenta el hecho de que pocas obras hayan sido firmadas de modo que la gran mayoría han pasado a la historia como de autor anónimo. En cuanto a las técnicas pictóricas, las pinturas al fresco buscaron abrirse paso en el ámbito artístico de Popayán pero no lo lograron debido quizá a la condición húmeda del clima de la ciudad. En la Iglesia de San José y en su sacristía aparece una muestra de los pocos vestigios al respecto, que se remonta a finales del siglo XIX. Por el contrario, la pintura al óleo en diversas técnicas fue un gran método para incentivar el culto y afianzar la catequesis. Se encuentran pinturas al óleo sobre madera como la de la Virgen del Silencio, obra del siglo XVI atribuida al español Juan de Juanes, o sobre lienzo, que son las más numerosas, entre ellas la hermosa Virgen del Topo, réplica de la pintada por el maestro Luis Morales “El Divino” para el convento de las Teresas de Sevilla en 1728 con marco barroco de plata y madera (Sebastián, p. 50), la Virgen del Rosario de Manuel Sepúlveda o la Virgen Inmaculada de Manuel Ramírez así como la Última Cena de Bernardo Rodríguez de la Parra y Jaramillo y el San Jerónimo del quiteño Vicente Albán (1785), obras del siglo XVIII . Menos común, pero también presente en el arte payanés, se encuentra la pintura al óleo sobre mármol, especialmente sobre el que se usaba como piedra de ara, una losa consagrada que conservaba las reliquias de algún santo y sobre la cual se celebraba el sacrificio de la Misa. Las propiedades del mármol contribuyeron a la composición final de la pintura como lo vemos en la Anunciación, obra anónima del siglo XVIII, o el San Pedro, también anónima del mismo siglo.
La Anunciación Óleo sobre mármol. Anónimo. Siglo XVIII. 59 x 46 x 5 cms.
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Técnica también poco convencional fue la pintura al óleo sobre lámina de cobre, arte de origen flamenco, como la hermosa serie mariana de los hermanos Cortez (Antonio y Nicolás), del siglo XVIII, doce pinturas elaboradas por los que luego serían dibujantes de la expedición botánica de Mutis que dejaron este legado en Popayán mientras pasaban una cuarentena por un brote de peste en su camino hacia Santa Fe en el año 1786. Según Santiago Sebastián (1964) estas pinturas están basadas en un conjunto de grabados originales de Gottfried Bernhard Goetz, artista de la escuela de Augsburgo que pintaron con la técnica mencionada y pusieron marcos en plata repujada y cincelada.
La Concepción
La Natividad de María
Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms.
Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms.
Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
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La Presentación de María Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
Los Desposorios Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
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La Anunciación Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
La Visitación Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
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La Purificación Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
La Pasión Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
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La Asunción Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
El Patrocinio Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
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La Reina del Santísimo Rosario Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
Las cuatro partes del mundo ante la Virgen Óleo sobre lámina de cobre. Cortez (firmado). Siglo XVIII. 31 x 21.5 cms. Marco en plata repujada y cincelada 50 x 32.5 x 6 cms.
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Extraños para el ámbito de la época, encontramos también grabados italianos en papel pegado de cara al vidrio con laca, técnica no muy difundida pero igualmente representativa del siglo XVIII. Se trata de una serie de trece cuadros, un apostolado y Jesucristo, provenientes del templo de San Francisco de esta ciudad; se encuentran también ejemplares de esta técnica, con idénticos grabados, en Marinilla (Antioquia) región que perteneció al Obispado de Popayán por la época en que llegaron a América estos cuadros, que fue la segunda mitad del siglo XVIII. Según Vives (1998) aquellos fueron atribuidos a los artistas italianos Giovanni Battista Piazzeta que ejecutó los dibujos y Marco A. Pitteri que los grabó al aguafuerte.
Jesucristo Grabado italiano en papel pegado de cara al vidrio. Giovanni B. Piazzeta y Marco A. Pitteri. Siglo XVIII. Vidrio 40 x 31 cms. Marco 60 x51 x 74 x10
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Santo TomĂĄs Grabado italiano en papel pegado de cara al vidrio. Giovanni B. Piazzeta y Marco A. Pitteri. Siglo XVIII. Vidrio 40 x 31 cms. Marco 60 x51 x 74 x10
Santo Judas Tadeo Grabado italiano en papel pegado de cara al vidrio. Giovanni B. Piazzeta y Marco A. Pitteri. Siglo XVIII. Vidrio 40 x 31 cms. Marco 60 x51 x 74 x10
San MatĂas Grabado italiano en papel pegado de cara al vidrio. Giovanni B. Piazzeta y Marco A. Pitteri. Siglo XVIII. Vidrio 40 x 31 cms. Marco 60 x51 x 74 x10
Santiago el Menor Grabado italiano en papel pegado de cara al vidrio. Giovanni B. Piazzeta y Marco A. Pitteri. Siglo XVIII. Vidrio 40 x 31 cms. Marco 60 x51 x 74 x10
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Los motivos más representados en la pintura fueron los referentes a los misterios cristianos cuestionados por la reforma protestante. En primer lugar, la Santísima Trinidad, sobre todo en su manera simbólica a través del triángulo equilátero solo, como lo vemos en el San Miguel, un lienzo del quiteño José Cortés, pintado para la Catedral a principios del siglo XVIII, o también grabado en las puertas de los sagrarios o los caliceros y otras piezas de orfebrería como la Custodia del Seminario. Igualmente el equilátero se convirtió en la corona del Padre Eterno dando paso a la representación figurativa de la Trinidad como se puede apreciar en la pintura de la Sagrada Familia, obra anónima de escuela quiteña en el siglo XVIII. En esta pintura nos podemos dar cuenta de la intención catequética de mostrar la doble naturaleza de Cristo que siguieron muchos pintores: la Trinidad vertical muestra al Padre, al Espíritu Santo, figurado como paloma radiante, y al Hijo, dejando en claro la procedencia divina de Jesús que, a su vez es representado infante con la Virgen lactante para demostrar con impresionante realismo la procedencia humana del Salvador. Esta representación permite la concatenación con el misterio de la Encarnación en el plano horizontal. La realidad trascendente (Santísima Trinidad) se hace concreta a través de una realidad histórica (Sagrada Familia) también con un carácter tríadico doble: a la derecha Jesús, María y José, y a la izquierda los santos Joaquín y Ana, padres de la Santísima Virgen, dejando muy en claro el dogma cristológico de Calcedonia (451 d.C.) de la doble generación divina y humana del Salvador. El motivo trinitario figurativo también se encuentra en los trabajos de orfebrería como en la preciosa custodia de San Francisco donde el Padre Eterno con los brazos abiertos insufla el Espíritu Santo que desciende en forma de paloma sobre Cristo Sacramentado. Igualmente este motivo se encuentra en el medallón tallado en marfil que representa el Nacimiento, obra anónima del siglo XVIII.
San Miguel Arcángel Óleo sobre lienzo. José Cortez (firmado). 1771. 169 x 117.
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La Sagrada Familia con San Joaquín y Santa Ana Óleo sobre lienzo. Anónimo de Escuela Quiteña. Siglo XVIII. 107 x 87 cm.
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El tema mariano tuvo un lugar lo suficientemente destacado como para que hayan pasado a la historia de Popayán numerosas pinturas que representan a la Madre de Dios hecho hombre, siguiendo los patrones impuestos por el renacentista italiano Rafael Sanzio para representar a la Madonna; así, autores hoy anónimos, legaron hermosas pinturas al óleo con la Virgen y el Niño como aquella italiana del siglo XVIII o la quiteña del XIX. A los cánones clásicos se fueron agregando motivos sacados de la cultura como lo vemos en la pintura de la Virgen y El Niño, obra del siglo XVIII, anónima, de escuela quiteña que representa al divino infante “chumbado”, según la usanza de la época de fajar a los niños. También en ámbito mariano, el interés por la triada que no solo tiene un carácter simbólico sino una intención de plenitud espacial en el lienzo, hace que encontremos con frecuencia la representación de la Sagrada Familia con San Joaquín y Santa Ana, donde la Virgen pertenece al ámbito creatural a través de sus padres pero se encuentra a la vez inmersa en el misterio sobrenatural a través de la maternidad divina, bien sea cargando al Cristo infante, en el contexto de la madera del pesebre, o recibiendo el cuerpo exánime del Cristo sufriente, en el ámbito del madero de la cruz.
La Virgen con el Niño Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 91 x 69 cms. Marco en plata martillada. Copete en plata sobre madera. 139 x 85 x 8 cms.
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La Virgen con el NiñoLa Madonna Óleo sobre lienzo. Anónimo italiano. Siglo XVIII. 61 x 46 cms.
La Virgen con el Niño Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 204 x 161 cms.
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Las representaciones de la Virgen buscaban sobre todo en el ámbito doctrinal dejar por sentados los dogmas cuestionados como el de la Virginidad, la Maternidad Divina, la Inmaculada Concepción y la Mediación Intercesora. Artísticamente, se buscaba además darle el protagonismo del altar, como lo vemos en las pinturas de la Inmaculada del Apocalipsis o Nuestra Señora de los Remedios, La Virgen de las Mercedes o Nuestra Señora de Chiquinquirá. En la serie mariana de los pintores Cortés se evidencia el protagonismo singular de la Madre de Dios en doce obras que representan igual número de acontecimientos sacados de la Sagrada Escritura (Anunciación, Visitación, Pasión, etc) pero también de la Sagrada Tradición (Inmaculada Concepción, Desposorios, Patrocinio, etc), contrastando la idea protestante de que la Sola Scriptura era el único método para evidenciar la autenticidad histórica de los misterios de Cristo y los santos. Junto con la devoción mariana se pudo traer a cuento la representación de misterios aún más intrincados como lo era la existencia del purgatorio, según lo vemos en el lienzo de la Virgen del Rosario; se ejemplarizaba así una intención del Concilio de Trento en la sesión XXV (4 de diciembre de 1563) ya que había sido ampliamente cuestionado como estado del alma post mortem. De aquella época data la figuración del purgatorio como realidad espacio temporal que contribuyó indirectamente a que se promoviera la imaginería popular de fuego, diablos, duendes y almas en pena.
Nacimiento Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño, Escuela Cortez. Siglo XVIII. 87.5 x 64 cms.
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Un motivo no menos importante en la pintura fue el de Cristo sufriente, y la ausencia de representaciones de la resurrección. Se le ve sobre todo padeciendo los vejámenes de la pasión y la crucifixión, como en los lienzos del payanés Josef María Burbano del siglo XVIII que legó una hermosa colección de pinturas del Viacrucis. El interés por el tema del sufrimiento y la representación de Cristo como primer analogado buscaba explicar a los fieles la indefectibilidad de las contrariedades sufridas incluso por Dios mismo, a las cuales correspondían actitudes de arrepentimiento por los pecados y sumisión a la voluntad de Dios. Esta hermenéutica amartiológica, es decir, enmarcada en la doctrina del pecado y la interpretación de ciertos fenómenos naturales como castigo de la divinidad a causa de éste, incentivó una devoción centrada en la búsqueda de métodos devocionales y obras pías de caridad para aquietar la ira del Señor como lo expresa tremendamente el famoso himno medieval Dies Irae.
Jesús y la Verónica Óleo sobre lienzo. Anónimo. Siglo XVIII. 180 x 108 cms.
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El arte, una cuestión de Pasión Solo la devoción podía dar paz a días tan aciagos donde las circunstancias adversas, a falta de explicaciones circunstanciales y científicas, fueron creando un contexto pesimista. Uno de los terrores más comunes fueron las incursiones de los enemigos en la ciudad como lo vemos en un documento del 15 de junio de 1586. Proveniente de la cordillera llegaba el peligro de la rebelión indígena con los ataques de los feroces Pijaos y Patimaes que al fin y al cabo resultaba secundario si había que enfrentar el otro peligro proveniente del Pacífico: los ingleses, mejor armados y enemigos de honor más que de fuerza (ACC Cabildo, Libros de Belalcázar, F:169). Los ingleses llegaban a atacar los puertos del Pacífico y suscitaban el mismo tremor que los peninsulares habían experimentado ante la avanzada islámica. Por ello, en 1671, “el cabildo manda pregonar la noticia para que los vecinos hagan el inventario de las armas y se le comunica al Obispo para que organice las rogativas y novenas y se ordena dar aviso a Caloto y Cali para que alerten las poblaciones de Buenaventura y el Raposo” (ACC Cabildo T:4 F: 26-27). El inminente peligro ante la avanzada de piratas corsarios y bucaneros hicieron que España, por la fuerza, recurriera a la búsqueda de una vía alternativa para llegar y salir del Perú prescindiendo de la ruta de Panamá; de modo que la ruta de Cartagena de Indias encontró su apogeo y por ende fue la época en la que Popayán se convirtió en centro primordial de intercambio comercial, sitio de descanso y cruce de caminos; como lo explica Aragón (1930), la arteria fluvial del Magdalena, por medio del Canal del Dique, remontaba su corriente hasta Neiva y pasando por Popayán tocaba en Quito y llegaba hasta la opulenta Lima. Sin embargo, la ciudad tuvo que pagar en muchas ocasiones el estatus de localidad cosmopolita de la época pues los transeúntes no pocas veces traían consigo el enemigo natural de las enfermedades, sobre todo las epidemias de peste bubónica y viruela pero también el sarampión, la fiebre amarilla y el tifo, que diezmaron importantes porcentajes de la población. Los métodos de la medicina convencional estaban limitados casi siempre a un incipiente sangrado a través de la punción de una vena para dejar correr una cierta cantidad de sangre con la esperanza de la expulsión del morbo; de modo que a los pobladores solo les quedaba la esperanza y el consuelo de la plegaria como lo vemos en 1787 (ACC Cabildo T:34, F:5) cuando se ordena hacer “el novenario ante la sagrada imagen del Señor de la Ermita de Belén y su traslado a la Santa Iglesia Catedral con motivo de la general peste que experimenta la ciudad”. A la guerra y a la peste le subseguían otras calamidades: Las plagas, sobre todo la de la langosta y el comején, que fue otro lastre para la tranquilidad de la ciudad. De modo que se convertía en un asunto de salud pública de interés general; así lo vemos el 8 de mayo de 1788 (ACC Cabildo T:34, F:14v) cuando Se congregaron el regidor y el cabildo, prelados regulares, el rector del colegio seminario, capellanes de los monasterios y religiosos con el fin de premeditar y abrazar los más seguros medios con que puedan cortarse y calmar los considerables estragos que ocasiona en esta ciudad la extendida y dilatada plaga del insecto conocido con el nombre del comején, cuya propagación aumenta cada día más con acelerado crecimiento, por lo tanto se hará una rogativa en que procesionalmente todo el pueblo con los dos cabildos , el clero y comunidades se suba a la capilla de Belén ante la sagrada imagen del Santo Ecce Homo y ante la proximidad de la festividad de los quince Santos Auxiliares y allí se ofrezca el sacrificio de la misa y se hará el conjuro conforme al ritual romano cada mes hasta completar el año. Al ambiente pesimista por las contrariedades propias de la época se añadía el clima plomizo propio del Valle de Pubén acompañado de frecuentes tormentas eléctricas; no es raro, por ello, que los cronistas de aquel entonces siempre tuvieran una palabra para el clima; por ejemplo, Fray Juan de Santa Gertrudis (1771) anotaba que “el clima de Popayán es muy frío y destemplado, y se conmueven en todo tiempo del año tempestades muy furiosas de aguaceros, ventarrones, truenos, rayos y relámpagos, que continuamente es menester estar haciendo rogativas. Hay muchísimas niguas, y todo el día es menester estar sacándolas” (p.153). Fue ese mismo contexto el que le sirvió a Humboldt para decir que fue aquí donde escuchó “el trueno más majestuoso que jamás se ha oído”. Ni hablar de los terremotos, documentados desde 1566 y que, hasta 1983, suman una docena, generando pánico constante por el peligro de muerte súbita.
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Niño de la Pasión con Cruz de carey Talla en madera policromada y estofada. Anónimo quiteño del Círculo Caspicara. Siglo XVIII. 97 x 41 x 15 cms.
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Así pues, el tema climático y telúrico favoreció mucho el recogimiento y la devoción hogareña a la vez que, como amenaza, fue junto con los motivos ya mencionados, un gran propiciador de la pintura con inspiraciones intimistas de la pasión de Cristo y el martirio de los Santos. Por estas razones el espiritualismo devocional apuntaba a la configuración de los fieles en el Sacrificio Redentor de Cristo, motivo que expresó muy bien el arte sacro. La cruz de piedra de cantera en el atrio del Santuario de Belén, obra de Miguel Aguilón en 1789, refleja muy bien los temores más encendidos a finales del siglo XVIII en el alma de los payaneses: El rayo, la plaga del comején, la peste (“una buena muerte”) y el terremoto (“la ruina”). Ante este panorama desolador la representación de Cristo sufriente era un aliciente para sobrellevar las penas propias de la época, en un mundo en el que los antibióticos, los plaguicidas, la seguridad arquitectónica y los pararrayos ni siquiera eran imaginables; por ejemplo, hubo que esperar hasta 1856 para que se colocara el primer pararrayos en Popayán, justamente colocado en la Catedral (AHEAP L: 2.197, F:25.585).
Santuario de Nuestra Señora de Belén El Santuario es centro de devoción del Santo Ecce Homo, patrono de Popayán.
En el atrio, a la derecha:
Cruz en piedra de Cantera Miguel Aguilón. 1789.
En su base lleva inscritas cuatro deprecaciones: Oriente: “Un Ave María a Santa Bárbara para que nos defienda de los rayos”. Occidente: “Un Padre Nuestro a Jesús para que nos libre del comején”. Sur: “Un Padre Nuestro a San José para que nos consiga buena muerte”. Norte: “Un Ave María a la Madre de Misericordia para que no sea total la ruina de Popayán”.
Niño Jesús Talla en madera con encarne. Anónimo del Círculo Caspicara. siglo XVIII. 22 x 8 x 9 cms. Accesorios: Concha, cruz y diadema Plata en su color repujada y martillada. Anónimo del Círculo Caspicara. Siglo XVIII. Concha: 17 x 29 x 14 cms. Cruz: 14x 5 cms. Diadema: 5 x 3 cms.
De modo que atravesar el Valle de Lágrimas, como lo cantó San Bernardo en la Salve Regina, era una alegoría de la vida misma prevista desde la infancia. Precisamente, los motivos de Cristo infante con los signos de la Pasión, pretendían trasmitir estos conceptos como lo demuestran las tallas en madera policromada del conocido Niño de la Concha, obra anónima del siglo XVIII, que con ternura está imbuido en profundo sueño pero que con un elocuente acto premonitorio empuña una cruz de plata; y el Niño de la Pasión, talla del círculo Caspicara, de escuela quiteña en el mismo siglo, que contempla absorto su cruz avizorando lo que deberá enfrentar en la Pasión.
Los santos también fueron ampliamente representados en la pintura popayaneja. No solo por su carácter intercesor sino además por ser modelos de santidad. Vemos a Santa Mariana de Jesús Paredes, la “Azucena de Quito”, patrona del Ecuador, gran ejemplo de vida casta, igual que encontramos a Santa Margarita de Cortona, moviendo al desprendimiento y a la conversión, a Santa Clara de Asís, motivando la devoción eucarística, a los Doce Apóstoles con sus signos martiriales, y a los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Occidente: San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio Magno, defensores de la fe y aguerridos extirpadores de la herejía a través de sus escritos y el ejemplo de sus virtudes. Al lado del santoral también estuvieron las jerarquías angélicas; muchas tallas en madera adornaron los altares de las iglesias, primero personificando las milicias celestiales a través de ángeles vestidos a la usanza romana y, sobre todo, ángeles no alados en edad pueril que muy probablemente quisieron ser un aliento y una explicación pastoral para la alta tasa de mortalidad infantil de aquellos siglos. Estos ángeles fueron representados con vestimentas que usaban los niños de la época aderezadas con pinturas de flores vivas que trasmiten vitalidad y fuerza expresiva, la vitalidad del ángel que vive junto al dueño de la vida. Estos seres angélicos también fueron representados alados sobre todo en la pintura representando las milicias angélicas como un motivo muy seguido en el arte americano (Londoño 2012 p. 224). Según Fajardo (1997) se trata sobre todo de representaciones angélicas, privilegiando los arcángeles guerreros, comandados por San Miguel, capitán de las huestes celestiales, muy en consonancia con la obra de Dionisio Areopagita sobre las jerarquías angélicas que tuvo gran difusión durante el Renacimiento. A propósito resulta interesante encontrar una pintura que representa a este escritor sagrado en la Capilla de la Hacienda de Calibío que luego pasaría a hacer parte de la Colección del Museo Valencia.
Santa Margarita de Cortona Óleo sobre lienzo. Anónimo de Escuela Quiteña. Siglo XIX. 119 x 87 cms. Marco moldura de madera tallada y fondo azul con relieves dorados 132 x 101 x 7 cms
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El Corpus Christi La Virgen con el Niño Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 86 x 105 cms.
La fiesta del Corpus Christi fue establecida por Urbano IV en 1264 y fue el Concilio de Viena el que en el año 1311 hizo que se convirtiera en una fiesta universal. Pero a pesar de la solemnidad con la que se celebraba en el viejo mundo no alcanzaría el verdadero realce sino hasta la avanzada del protestantismo que hizo que la Contrarreforma asentara las bases de una doctrina eucarística permanente y decidida junto con su celebración festiva; el protestantismo cuestionaba el carácter memorial y sacrificial de la Eucaristía poniendo en entredicho el dogma de la transubstanciación, es decir, la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas, convirtiéndolas en un mero simbolismo consubstancial.
Camino de flores para el Corpus. Popayán, 1945. Foto Archivo Ledezma.
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En América, la fiesta del Corpus Christi fue una celebración vinculante, colorida, multitudinaria y transcultural razón por la cual su fama llega hasta nuestros días aun cuando con matices distintos; en Popayán, particularmente, se trataba de una fiesta que daba licencia para saltar las barreras de linaje y abolengo ya que en ella participaba desde el Gobernador de la gran Provincia hasta los indígenas y esclavos, pasando por el Alcalde de la ciudad, el Cabildo en pleno, - a quien le obligaba la confesión y la comunión aquel día-, el Capítulo Catedralicio, los religiosos, el clero en general, los gremios de trabajadores, los fieles venidos de todos los rincones, y sobre todo el Obispo, quien con la custodia en sus manos, bajo el palio procesional, llevaba la Sagrada Forma. Incluso los reclusos también tenían su participación ya que, como lo vemos en un documento de finales del siglo XVI, el recorrido procesional debía pasar por la cárcel. La fiesta iniciaba en la Catedral donde se realizaba la Misa Pontifical y desde donde partía la procesión; la celebración era tan esperada y destacada que estaba precedida por el “Novenario de Corpus” que a finales del siglo XVIII se realizaba en la Iglesia de San Francisco (ACC Colonia Sig.: 9329 (Col. E I -12) y seguida por la “Octava de Corpus” con celebraciones alusivas en las iglesias de Santo Domingo, San Agustín, San José y los Conventos de la Encarnación y de las Carmelitas Descalzas. Contrario a lo que se ha pensado acerca de la introducción de la fiesta de Corpus Christi en la Nueva Granada, atribuida a la iniciativa del Arzobispo de Bogotá Fray Cristóbal de Torres hacia 1634, según lo afirma M. Fajardo (2007), podemos constatar que en Popayán, muchos años antes ya se celebraba esta fiesta; el 4 de febrero de 1584 el Cabildo señala el orden y la disposición que se debía llevar y que no falte “el Cabildo en la fiesta del Corpus Christi ya que como es una fiesta Real se debe hacer presencia tanto en la misa como en la procesión”; igualmente se presenta “solicitud para que los capoteros, zapateros y carpinteros salgan en la procesión de Corpus Cristi con pendones”. (ACC Cabildo. Libros de Belalcázar F: 32) y siglos más tarde, el 15 de mayo de 1809, se comisionó a “los alcaldes ordinarios salir a hacer los convites necesarios y de repartir a los gremios y demás vecinos para adorno de las calles por donde deba pasar su majestad en las Festividades del Corpus Cristhy”. (ACC Cabildo T: 55, F: 18). La participación de los indígenas, negros, mestizos y mulatos era infaltable. Escribe Llanos (2007) que “a la representación teatral europea de la batalla entre moros y cristianos, que se representaba el día del Corpus, fueron vinculados los guerreros indígenas como aliados, claro está, del ejército imperial de España y el papado” (p. 177). En Popayán, un documento del 22 de mayo de 1728 señala que “el arreglo y limpieza de la plaza que debe estar a cargo de los indígenas de la región”. (ACC Cabildo T: 10 F: 22) y un documento muchos años más antiguo indica que el 29 de mayo de 1586 se trató “y se acordó que haya danzas de indios, negros y algunos corrillos de niños si fuere posible que canten y que las calles estén muy bien aderezadas y toldadas todas de las tapicerías”.(ACC Cabildo. Libros de Belalcázar F: 161v). Un acontecimiento tan multicultural propició que junto a la fiesta religiosa empezara a surgir una celebración más profana. El 2 de octubre de 1715, con motivo de la fiesta de Corpus se inauguró una capilla que se había construido en la Catedral de Popayán para la adoración eucarística y para la celebración se proponen “fiestas de toros, hacer un altar y luminarias y para ello se reparten el arreglo entre los pulperos, los artesanos y los principales de la ciudad. Se ordena que los altares los hagan las personas que siempre los hacen para el Corpus Christi” (ACC Cabildo T8, F: 109 v). Ya para principios del siglo XVIII vemos aparecer documentalmente aquellas figuras míticas y colosales, construidas por los artesanos para divertir la muchedumbre con motivo de la fiesta; se trata de los gigantes, las tarascas y tarasquillas
Santa Clara de Asís Óleo sobre lienzo. Anónimo Escuela Quiteña. Siglo XVIII. 146 x 116 cms.
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La tarasca era una especie de toro a veces más parecido a un dragón que “corría en distintas direcciones y perseguía a los asistentes, que huían despavoridos, como si se tratara del mismísimo Diablo” como lo cuenta Llanos (2007); se dice que Santa Marta lo dominó en un bosque de la ciudad francesa de Tarascón mientras masticaba y devoraba un peregrino; por ello uno de los actos del espectáculo era que la tarasca, ya terminada la procesión, se fuera lanza en ristre contra los altares de los productos del campo o los canastos de las revendedoras para devorar los frutos, según la narración de José Manuel Groot citada por Llanos (2007). En efecto, el 18 de abril 1719 el Cabildo “ordenó el aderezo de las calles y la fabricación de los altares de Corpus Christi incluyendo castillos y danzas; seis gigantes, una tarasca y dos tarasquillas”. (ACC-Cabildo T: 9, F: 44 v). El Corpus, que como lo hemos visto, permitió unir expresiones sagradas y profanas fue permitiendo poco a poco algunos excesos que no se hicieron esperar. En marzo de 1709 una carta del Marqués de San Miguel de la Vega, Gobernador de Popayán, informa sobre las pendencias y graves escándalos ocasionados por las danzas que en la iglesia de Barbacoas y fuera de ella ejecutaban los indios el día del Corpus y en su octava, “por andar enemistados los sindaguas con los de las demás encomiendas que entraban en dichas danzas”. Debido a tales peleas, donde incluso los encomenderos intervenían, el Marqués decide prohibir las danzas en lo sucesivo a pesar de que “estas obedecían a una costumbre antigua”. (ACC Colonia Sig.8366 (Col. C III 11 g). Junto con las peleas del Corpus entre indígenas danzarines otro motivo de desorden fueron las bebidas. El 26 de abril de 1776 el cabildo dispone lo relativo a gastos y organización del Corpus de aquel año pero igualmente hace un “pedimento para poner fin a los desórdenes que se presentan en muchas chicherías que hay en la ciudad por los tantos vicios que son la perdición de los hijos de familia”. (ACC Cabildo T: 28F: 9 y 86). El 7 de junio de 1787 se adelanta una causa criminal contra María Micaela Vidal, por haber herido a su marido Mariano de la Cruz Catanico “después de haber andado juntos la víspera del Corpus por la noche desde la una de la mañana viendo altares y bebido entre cinco compañeros un real de aguardiente, a lo que se agrega algún motivo de celos”. (ACC Colonia Signatura: 7824 (Col. J I -8 cr). Después de siglos de magnas celebraciones la llegada de la crisis durante el proceso de Independencia hizo que disminuyera el boato y la celebración festiva de este misterio de la fe cristiana. El 23 de mayo de 1822 en el Cabildo “se leyó oficio del señor cura rector donde manifiesta la profunda tristeza al no poder celebrar como todos los años la fiesta tradicional de Corpus Cristy por carecer de fondos para solventar los gastos, lo mismo para el aseo de las calles por donde deba pasar el santísimo”. (ACC Cabildo T: 63, F: 29v). Sin embargo, la fiesta se siguió celebrando aun en tiempos de penuria eso sí, con menos parafernalia y boato.
La muerte de San Jerónimo Óleo sobre lienzo. Anónimo italiano. Siglo XVIII. 58 x 40 cms.
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Custodia de Morales Cauca Plata dorada, cincelada y repujada. An贸nimo payan茅s. 1617. 56 x 25 x 12.5 cms.
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La orfebrería y el culto eucarístico De la altura e importancia que adquirió la celebración del Corpus Christi en Popayán nos han quedado doce custodias preciosas que fueron elaboradas entre los siglos XVII y XIX y que son testimonio de muchas circunstancias: la fe del pueblo, la riqueza de los benefactores, la fastuosidad de la celebración; hoy se hallan en el Museo de Arte Religioso fundado por el Arzobispo Miguel Ángel Arce Vivas en 1976 con el fin de salvaguardar la hermosura y la riqueza del patrimonio artístico de la Arquidiócesis. Las custodias americanas crearon cualitativamente un nuevo estilo de expresar y resaltar la belleza del Misterio Eucarístico demostrando un carácter de discontinuidad con el estilo tradicional de los ostensorios europeos para la adoración del Cuerpo Sacramentado de Cristo cuyas expresiones estaban limitadas a la representación de cimborrios o torres en oro donde se colocaba el viril con la Sagrada Forma. El Corpus Christi como fiesta popular se concretó rápidamente y el gran protagonista fue, y sigue siendo, el “Corpus Domini incruento” que empezó a ser llevado en las procesiones y expuesto en las iglesias en ostensorios preciosos que asumieron distintas formas. Una primera muestra de esta devoción se expresa, por ejemplo, a través de la “Custodia de Morales” (1617), el ostensorio del pueblo caucano del mismo nombre, que representa una especie de transición entre el Renacimiento y el Barroco. Con probabilidad, como lo refiere Fajardo (2007), podría tratarse de un relicario que tardíamente fue adaptado como ostensorio y ello se nota en el espacio dedicado a la exposición de la Sagrada Forma, más ovalado que circular, como sería apenas normal.
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Custodia del Templo de San Agustín llamada “Águila Bicéfala”. Plata dorada adornada con perlas y esmeraldas. Antonio Rodríguez y N. Álvarez. 1673. 97 x 39 cms.
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Una mención independiente merece la hermosa custodia llamada del Águila Bicéfala, que se aparta de los cánones de la época, trabajada en Popayán por los orfebres Antonio Rodríguez y N. Álvarez en 1673. Fue ostensorio en la Iglesia de San Agustín en esta ciudad y representa el águila emblemática de la casa de Austria que gobernó en España hasta 1700. La dinastía de los Habsburgo utilizó el águila de dos cabezas con las alas extendidas por influencia de los emblemas del Sacro Imperio Romano Germánico y el ambiente bizantino. Con ojos de antropóloga, Christine Buci-Glucksmann (1997) anota que en la custodia de la Iglesia de San Agustín más que el águila de la casa de Habsburgo de España se debe ver el águila de los Andes, “motivo indígena tan antiguo que se encuentran sus trazos en los nichos arqueológicos de la Sierra Nevada de Santa Marta” (p.25). Sin embargo, es cuestionable esta insinuación conociendo el contexto de la época en la que fue trabajada. Sin desmentir completamente esta hipótesis podríamos decir que recurren en la elaboración de esta custodia al menos tres motivos: el político, el simbólico religioso y el arcaico indígena o la memoria.
Los religiosos encargados de la evangelización en América, entrando poco a poco a través de la observación de las costumbres de los nativos, fueron descubriendo que un signo fuerte en su cultura era el sol que, cristianizándose, sería de gran utilidad en la evangelización; a ello se sumaba que, como lo recuerda Buci-Glucksmann (1997), “el trabajo de orfebrería es una tradición indígena que se remonta al siglo VIII antes de Cristo, porque el oro como el sol tenía una función mágica” (p. 23). De modo que confluyendo el hecho de una cosmovisión indígena religiosa solar, la constatación de una riqueza aurífera extraordinaria – solo en Almaguer se extraían más de 30.000 pesos de oro fino cada año en la segunda mitad del XVIII (Sebastián, 1964) – y la necesidad de cristianizar una costumbre “pagana”, la fe cristiana en el Nuevo Mundo se volcó hacia la adoración eucarística utilizando el símbolo solar cristianizado a través de otra esfera: el pan eucarístico. Por tal razón aparecen entonces una serie de custodias solares con rayos flameantes o rectos e incrustaciones de pedrería preciosa que dieron a Popayán nuevos motivos como ciudad hacia dónde mirar. El sol por ello estará presente en las custodias payanesas y americanas significando a Cristo, el “sol que nace de lo alto” como lo cantó Zacarías (Lucas 1, 78). Aparecen entonces las custodias de los templos de San Francisco, Santo Domingo, La Catedral, El Seminario y la Encarnación, ejemplares que aún se conservan en el Museo Arquidiocesano de Arte Religioso. Las habrá especiales y preciosas pensando en las celebraciones solemnes, como lo refiere el padre Bueno de la custodia de Santo Domingo pues “esta custodia sólo sirve para las cuarenta horas antes de la cuaresma, para la fiesta del Corpus en esa iglesia, para la del Corazón de Jesús, la fiesta del Rosario y su octavario” y las hubo más sencillas aunque no menos preciosas para la adoración eucarística “ordinaria” semanal.
Custodia del Templo de San Francisco. Sol en oro adornado con esmeraldas y esmaltes verdes y morados. José de la Iglesia. 1740. Soporte en figura de ángel sobredorado. E. Paredes. 1873. 87 x 32 cms.
Custodia del Corpus Christi Sol en oro, perlas y esmeraldas. Base en plata dorada martillada. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 64 x 29 cms.
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Custodia Preciosa del Seminario de Popayán Plata fundida y dorada con esmeraldas y brillantes. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 62 x 25 cms.
Con relación a la hermosa y mítica custodia antigua de la Catedral, que ya no existe, pero que fue durante más de un siglo (1758-1869) una de las más preciosas de la ciudad debemos anotar que fue el Obispo Diego del Corro y Carrascal quien reunió veinticinco libras de oro y 835 esmeraldas en 1756, provenientes de donaciones sobre todo de Jacinto de Mosquera y de otros pudientes de la ciudad y a su propia costa mandó la construcción de la magnífica custodia en Lima a manos de un joyero francés (Bueno, p. 208). Antonio Nariño en 1814, la quiso para expropiarla pero la habilidad del sacristán de la Catedral para esconderla le valió un poco más de permanencia en la ciudad. Libre de las manos del prócer no lo fue de la de los bandidos pues infortunadamente la custodia fue robada en 1869 y recuperada en parte, pero ya destruida. El Obispo Carlos Bermúdez vendió los pedazos recuperados y de la magnitud de la obra nos damos cuenta gracias a la inversión que se logró con la venta de sus restos, que fueron pocos, pero que dieron lo bastante para comprar una buena custodia, costear el viaje de los primeros padres vicentinos que vinieron a hacerse cargo del Seminario en 1871 y también para otras cosas (Ortiz p. 311). La custodia que no pudo salvarse de las manos de Antonio Nariño fue la de San Francisco; como lo refiere Fajardo (2009), en el año 1740 el orfebre José de la Iglesia la trabajó pero en 1814 cayó entre las obras confiscadas y fue despojada de la parte inferior, la base y el pie, que estaba hecha en oro macizo. El orfebre Paredes construyó el actual soporte en figura de ángel en 1873 donde el trabajo en oro se complementa con esmeraldas, rubíes, topacios y diamantes, a más de ricos esmaltes.
europeo.
Custodia de la Ermita de Jesús Nazareno
Custodia de la Iglesia de la Encarnación
Plata dorada con esmeraldas y rubíes. Francisco Paredes, payanés. 1788. 78 x 30 cms.
Plata cincelada y dorada con circones, rubíes, esmeraldas y amatista. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 75 x 28 cms
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A la par de las custodias que servían para la adoración eucarística en tiempos litúrgicos determinados, la bonanza de metales preciosos en la Provincia de Popayán y la aparición de todo un gremio de plateros y orfebres a finales del siglo XVII y durante todo el siglo XVIII hizo que las iglesias, conventos y capillas se proveyeran de artículos en oro y plata para el culto eucarístico. De allí los cálices y copones de altura, filigrana y pedrería; los caliceros en plata donde se guardaban éstos; los sagrarios o tabernáculos, en los que se conservaba la reserva eucarística muchos de ellos con velos confeccionados en hojilla de plata como el de la Catedral en el siglo XVIII que contenía hasta 1500 piezas. Con ellos, los limosneros en plata para colectar fondos para obras pías, las incrustaciones en plata para adornar los misales, las calderetas para el agua bendita, las navetas del incienso, los incensarios y candelabros todos finamente trabajados por manos expertas para la amplia demanda de la ciudad y de toda la vasta gobernación.
Cáliz con alegoría de la Eucaristía (detalle). Plata dorada, repujada, cincelada y ensamblada, de base circular. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 14 x 26 cms.
Vinajeras con asas Plata dorada y repujada. An贸nimo payan茅s. Siglo XVIII. 22 x 17 x 8 cms.
C谩lices Oro y plata, dorada y ensamblada con piedras preciosas An贸nimos payaneses. Siglo XVIII.
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Sagrario Sagrario en forma de templete con alegorĂa de la Fe. Plata en su color repujada, cincelada, ensamblada, picado de lustre y tachonada sobre madera. Francisco Javier de GuzmĂĄn, platero payanĂŠs. 1747. 84 x 39 x 27 cms.
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Uno de los pioneros de la platería en Popayán fue el santafereño Diego de Salas quien llegó a la ciudad después de 1661 seguido de N. Álvarez (de Quiñonez) a quien se le atribuye la custodia bicéfala (1673). Se destacaron también Pedro Domínguez (1714), quien, además de platero, se desempeñó como contraste, que era el oficio de comprobar y fijar la ley, peso y valor de los objetos de oro y plata y sellarlos con la marca oficial; y José de la Iglesia (1742), autor de la bellísima custodia de San Francisco a la que ya nos hemos referido; Francisco Javier de Guzmán (1747), autor del sagrario de plata repujada y fundida que perteneció al templo de Santo Domingo; Francisco Paredes (1788), también dejó numerosas piezas de platería religiosa, de su autoría es un limosnero de plata decorado con pintura al óleo en el que se aprecia el Santo Ecce Homo. Las cofradías y los particulares también promovieron el desarrollo de estas empresas con el enlucimiento de los pasos procesionales de sus santos patronos y de las imágenes de la Semana Santa. Es de destacar el hermoso paso de La Virgen de los Dolores del templo de San Agustín, cuya fama de pesado se debe en gran medida a los adornos de plata entre los que se encuentra la espléndida base, el nimbo de rayos, la media luna, los candelabros, la corona en plata dorada, del maestro José Arboleda, las mariolas y el antiguo arco de plata, obra de Miguel Villagómez en 1795; esta imagen lleva un corazón de oro con piedras preciosas que es traspasado por una daga de plata conjunto donado por el sacerdote Ignacio Tenorio y Carvajal.
Alegoría de la Fe Detalle de Sagrario. Francisco Javier de Guzmán, payanés. 1747. 12 x 6 x 5 cms.
Igualmente, para destacar entre los trabajos de plata, se encuentra el trono del Santo Ecce Homo que es una hermosa pieza sobre la cual iba sedente el Amo Jesús en las procesiones y que embellecía el nicho expositorio. Otras piezas de plata dignas de mención son la esfera en ley 900 del Señor del Perdón que acompaña la talla en madera de origen español (siglo XVIII) y la cruz forrada en plata repujada con los signos de la Pasión que acompaña la talla del Cristo de la Veracruz. Igualmente el Sepulcro de origen español en carey, marfil y plata dorada que se remonta al siglo XVIII es una hermosa pieza digna de admiración, conservada en el templo de Santo Domingo. A ello se suman las potencias, diademas, coronas y zarcillos de oro y plata con las que eran engalanadas las imágenes mayores y las alas de ángeles y las coronas en las imágenes menores. Al respecto, mención especial merece la ya mítica obra conocida como “Corona de los Andes” que ha recibido quizá una sobrevaloración histórica y artística tal vez por el hecho de que la actual ausencia de la joya alimentó la leyenda; la corona fue vendida por el síndico de la Cofradía de la Inmaculada de la Catedral, en los años treinta del siglo veinte en Estados Unidos y aunque se ha querido en varias ocasiones repatriar, no se ha logrado el cometido. En su momento, la Arquidiócesis de Popayán demandó la venta lo que produjo un famoso litigio muy bien documentado (Archivo Episcopal L: 10.720 y Ulloa, 1943). Se trata de una corona votiva en oro que perteneció a la imagen de la Inmaculada Concepción de la Catedral; está adornada con 450 esmeraldas, pesa 2 kilos y 18 gramos y tiene 34.5 centímetros de altura (El Tiempo, 19.11.1995). La joya demuestra enormemente el talante de lo que fueron las manifestaciones de fe a través de la orfebrería. Aunque algunos se han aventurado a decir que esta pieza se remonta a 1599 sin embargo, según Santiago Sebastián (1964 p. 45) se trataría de un trabajo de finales del siglo XVIII, elaborada entre 1798 y 1801.
Expositorio y Sagrario de la Iglesia del Carmen Plata en su color repujada, cincelada, y ensamblada sobre madera. Anónimo payanés. Siglo XVIII. Expositorio: 141 x 100 x 74 Sagrario: 114 x 87 x 51
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La Semana Santa Si por algún motivo Popayán ha pasado a ser conocida como ciudad religiosa y por ello “Jerusalén de América” es debido a las procesiones de la Semana Santa, con sus actuales 68 pasos con imágenes que se remontan al siglo XVI, pasando por el XVIII, centuria que trajo la gran mayoría, hasta las del siglo XX con procedencia española, italiana, francesa, quiteña y popayaneja. Debido a esta riqueza artística y cultural las procesiones fueron declaradas Patrimonio Cultural de la Nación en 2004 y Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2009. Con el liderazgo de ciudadanos payaneses, entre los que se destaca Guillermo Valencia, en el año 1937 se conformó la Junta Pro Semana Santa, entidad laica que desde aquella época tiene a su cargo la organización cultural y artística de las procesiones de la Semana Mayor de común acuerdo con la Arquidiócesis de Popayán que organiza los actos relacionados con el culto y la liturgia. Por su parte, desde 1949, gracias a la organización de Pedro Antonio Paz, se llevan a cabo durante la Semana de Pascua las “procesiones chiquitas” donde los niños son los grandes protagonistas, a través de una réplica de las procesiones. Arroyo (1955) y más tarde Arboleda Llorente (1958), basados en la obra Elegías de Varones Ilustres de Indias del español Juan de Castellanos, cuya primera edición apareció en 1589, dedujeron que ya en 1556 se evidenciaban procesiones en la ciudad. En la tercera parte de esta obra, llamada “elegía a Benalcazar”, el canto XI se intitula “Conclusión a la historia de lo sucedido en la Gobernación de Popayán…donde se da cuenta de cierto alzamiento que allí se intentó por algunos soldados que vinieron desterrados de Pirú, cuando se reveló Francisco Fernández Girón en El Cuzco”, se lee en la decimosexta estrofa:
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Fue pues la máquina que se levanta/ en el celebro de esta pestilencia./ En tiempo sancto que la Madre Santa/ tiene dicado para penitencia/ después un año del que ya se canta (1555)/ que fueron desterrados por sentencia/ y el salto concertaron entre tanto/ que se disciplinaban Jueves Santo (p.499). Vemos allí que los instigadores pensaban dar un golpe en Popayán aprovechando la ocasión de la Semana Santa, tiempo dedicado a la penitencia en el que cesaban las artes de la guerra. Vicente Tamayo, enterándose de las intenciones de los asaltantes va donde el Gobernador para advertirlo y señalarle que a pesar de ser días santos “Conviene que vivamos advertidos/ listos el arcabuz, caballo y lanza/ de todas armas bien apercebidos/”. Contrario a las reglas del culto semanasantero aquellas noches en las procesiones salen “hombres de quien se tenga confianza/ porque si fuéremos acometidos/ toméis a vuestro gusto la venganza”. Así, en la vigésimo quinta estrofa encontramos que fueron muchos los que salieron a hacer acto de defensa: Porque con otros bien aderezados/ tal orden dieron en las procesiones,/ que no pudieron dar los conjurados,/efectos a sus malas intenciones/ pero firmes en ellas y obstinados/ esperan adaptadas ocasiones/ sabiendo bien disimular el ascua/ hasta llegar primer día de Pascua (p. 500)
Virgen de los Dolores Talla española. Siglo XVIII.
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La Magdalena Talla española. Siglo XVIII.
El interesante relato de Castellanos no tiene nada que ver con algunas interpretaciones erróneas que señalan que los instigadores del orden venidos del Perú, viendo bajar una larga serpiente encendida en fuego por las laderas del monte, huyeron despavoridos ignorando que se trataba de los alumbrantes en la procesión. Al contrario, la historia señala una huida a causa de una estrategia defensiva y de paso nos da cuenta de que ya en 1556 las procesiones existían, apenas con veinte años de fundada la ciudad. La fecha es indicativa, solamente, pues se trata del primer testimonio documental que conocemos; erróneamente algunos concluyen que aquel año iniciaron las procesiones ignorando que más exactamente se debe indicar que desde 1556 están documentadas las procesiones de Semana Santa.
Muy seguramente, las procesiones de la Semana Mayor se empezaron a realizar en Popayán, muy sobrias por cierto, desde 1538, medio año después de los actos fundacionales del 15 de agosto de 1537. Velásquez y Hartmann (2006) lo refieren de este modo: “Las procesiones payanesas han sido siempre nocturnas; sus primeras expresiones debieron estar signadas por la simplicidad y humildad de lo bello” (p. 84) cuando ya se podía contar con la capilla pajiza y con las pequeñas y sencillas imágenes que usualmente traían los españoles en sus aventuras de conquista. Siendo una costumbre profundamente arraigada en el alma de los españoles intuimos que no podían dejar pasar la ocasión anual sin manifestar exteriormente su fe a través de las procesiones, que además fueron muy alentadas por el proceso de Contrarreforma. Santiago Sebastián (1964) al estudiar el fenómeno religioso popayanejo afirma que en la ciudad la fe popular se desbordaba en estas procesiones callejeras que revivían y actualizaban la Gran Tragedia mientras dejaban ver el carácter sentimental de la Contrarreforma ante el carácter frío del protestantismo.
San Juan Evangelista Talla española. Siglo XVI.
Por tal motivo, la fecha, en últimas, es de la menor importancia si nos vamos al espíritu de lo que ha significado este acontecimiento para la historia de Popayán que ha sido “cátedra para los iletrados, acicate para el sentimiento y motivo de penitencia para los pecadores… No son desfiles de obras de arte sino conjuntos que tienen una entidad, un simbolismo, unos actores, unos materiales y un fin” (Enríquez, 2006, p.105). Incluso las procesiones influyeron en el trazado de las calles por lo cual vemos una ciudad en plan hipodámico con cuadras rectangulares; el mismo nombre de las calles privilegió el carácter religioso antes que el topográfico u onomástico y a medida que fue creciendo la ciudad, las casas se iban construyendo altas, con hermosos balcones y portadas de corte andaluz por donde podía entrar lo mismo un corcel que una imagen procesional, cuando se arreglaban en las casas, y que favoreció una arquitectura urbana semanasantera (González, 2006). Alrededor de la Semana Santa fueron alentándose también usos y costumbres que tocan lo sagrado y lo profano, y oficios que van desde lo gastronómico hasta lo cultual pasando por profesiones y empleos de coheteros, tejedoras, bordadoras, tabaqueras, talabarteros, escultores, plateros, altareros y muchos otros (Velásquez y Hartmann, 2006); con la consecución de las imágenes y el embellecimiento de éstas y de sus respectivos pasos procesionales la Semana Santa siempre alentó el arte y la catequesis; más aún cuando no faltaron incentivos que buscaban destacar la precedencia, alentados sobre todo en aquellos años del siglo XVIII en los que los religiosos de cada orden y los fieles de cada templo promovían la mejor procesión, la más fina talla, el paso mejor aderezado. A ello debemos sumar que en el contexto de las procesiones, a medida que pasaban los siglos y se iban organizando más estrictamente, se empezaron a destacar distintos protagonistas, cada uno con una misión específica. En primer lugar, el carguero, con su alcayata, sobre cuyos hombros descansa no solo el peso de los pasos procesionales sino el peso de la tradición; las sahumadoras, jóvenes que preludian el avance del paso llevando en sus manos el incienso humeante; los regidores, que se encargan de coordinar la procesión e inspeccionar el orden del recorrido; los porta estandartes, generalmente autoridades que como un heraldo anuncian el motivo del paso; los moqueros, que limpian la cera chorreada de las velas que alumbran las imágenes. No menos importantes son los síndicos que presiden las juntas encargadas de organizar cada paso; los pichoneros, jóvenes aspirantes a cargueros que sacan en hombros los pasos desde el templo hasta el lugar de inicio de la procesión; los grupos musicales y los alumbrantes. No han faltado cronistas de los últimos siglos, como Vergara y Vergara (1857) que han sabido trasmitirnos la belleza secular de esta hermosa tradición que traslada la imaginación a aquella pequeña ciudad de templos majestuosos, de campanarios sonoros, de clima “inventado por los dioses”, de Ánimas Solas con sus melancólicas campanillas distribuyendo en la mañana del lunes santo los cirios para la procesión de la noche, de esas solemnes y sobrecogedoras procesiones que también se llevaban por dentro y que caminaban al lento paso de las mismas penas; procesiones que expresaban una fe a prueba de terremotos y de contradicciones de la vida. Una fe que ha de prevalecer por encima incluso de la superficialidad de un acto externo. Lo decía muy bien el Arzobispo Samuel Silverio Buitrago (1984) en tono profético el Domingo de Ramos de 1983, cuando expresaba que “si nuestra actitud frente al turismo religioso de la Semana Santa no se renueva… nuestra Semana Mayor seguirá tomando cada día un ritmo más acelerado de secularización y pronto no tendremos una Semana Santa sino un espectáculo ferial” (p.11). Para ello el Arzobispo Iván Antonio Marín en los últimos años ha incentivado un programa de renovación espiritual de la Semana Santa favoreciendo el acompañamiento espiritual a la Junta Pro Semana Santa, los ejercicios espirituales para los cargueros y una rica doctrina que bien se puede apreciar en su homilía durante la llamada “Misa del Carguero” celebrada los lunes santos de cada año. De aquella de los 450 años de conmemoración de las procesiones en Popayán en el año 2006, rescatamos que “Nuestra identidad de amigos y seguidores de Cristo, nuestra fe católica, es el patrimonio más precioso de Popayán” y el “carguero es amigo y discípulo de Cristo” por lo cual “el verdadero semanasantero debe vivir en la plena comunión eclesial”.
Cristo en Agonía Talla española. Siglo XVI.
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Capítulo III Una Huella Indeleble “Al oriente Belén, donde el devoto pueblo va a celebrar el nacimiento de Jesús, su Señor, y cumple el voto año por año en santo arrobamiento; en la blanca capilla mudo, inmoto, contempla aquel gran pueblo el gran portento y en silencio solemne recogido adora al salvador recién nacido” Fragmento del “Gonzalo de Oyón” de Julio Arboleda
Junto al legado artístico la Iglesia en Popayán ha sido siempre promotora de
obras grandes y pequeñas, a veces discretas, a veces más visibles, en el ejercicio de las virtudes, favoreciendo siempre la promoción de la dignidad humana. Vemos su influencia en la arquitectura, la educación, la industria, las vías de comunicación, la asistencia social a través de hospitales, asilos de ancianos, orfanatos y guarderías y en sí, en distintas obras donde se trasluce el ejercicio de la caridad. Aunado a ello la predicación del Reino de Dios ha sido siempre oportuna, conscientes de que a través del Evangelio de la Caridad se llega al corazón del hombre; por tal motivo la Iglesia siempre ha encontrado métodos para transmitir su doctrina y testimoniar su predilección por las personas.
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La educación como motor de transformación social El programa educativo fue fundamental para que se concretara el proyecto evangelizador en América. La instrucción permitió formar paulatinamente tanto la idiosincrasia de los hijos de españoles como la de nuestras gentes en la que se iban concatenando los motivos lingüísticos, religiosos y transculturales. En la antigua Gobernación de Popayán el Obispo Juan del Valle favoreció la fundación de escuelas por todo el territorio del obispado donde se enseñaba a los indígenas a leer, a escribir, a contar y los rudimentos de gramática. (Otero, 1962, p. 53). Estas escuelas, muy incipientes por cierto, eran sobre todo centros de instrucción básica, dirigidas por las comunidades religiosas que tenían a su cargo las encomiendas y las doctrinas de indios. Más tarde, gracias a la intervención del Obispo Agustín de Coruña se alentó la llegada de la primera comunidad religiosa femenina a Popayán, las Agustinas, a las que se les construyó el convento de la Encarnación y entraron en clausura el 25 de marzo de 1591 (Bueno, p. 105). Como lo demuestra Méndez (1994) junto con las actividades propias del claustro las religiosas incentivaron una obra educativa no formal, adelantada para su época, ya que la instrucción femenina estaba subvalorada; a pesar de ello fue allí donde muchas jovencitas de la región durante los siglos XVII y XVIII aprendieron el arte de leer, escribir, tejer y cocinar. Los deseos de establecer una institución educativa con todas las formalidades del caso empezaron desde muy temprano en el siglo XVII con el Obispo Juan González de Mendoza pero solo se concretarían en parte con el Obispo Ambrosio de Vallejo cuando en 1621 organizó un insipiente plan de estudios con doce becas bajo la dirección del licenciado Pedro Sánchez Trigueros. Sin embargo, la institución formal del establecimiento educativo solo se haría realidad con la llegada a la ciudad de La Compañía de Jesús o Padres Jesuitas, congregación religiosa española fundada por San Ignacio de Loyola en 1539.
Retrato de la que fuera Priora, durante 18 años (1764-1782), del Convento de Nuestra Señora de la Encarnación, centro de educación femenina payanesa en la Colonia. En su priorato se construyó la Iglesia del Convento que aún hoy se mantiene en pie y que aparece en el recuadro superior izquierdo.
Madre Mariana de San Estanislao y Saa (1726-1795) Óleo sobre lienzo. Anónimo payanés. Siglo XVIII. 97 x 82 cms
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En primer lugar, era necesario poner en práctica las disposiciones del Concilio de Trento que exigía la organización de estudios para los aspirantes al estado clerical. Antes de este Concilio no existían los Seminarios, razón por la cual la formación se realizaba en las universidades o en las casas episcopales donde los aspirantes se formaban en teología y derecho canónico, gramática y retórica; al terminar sus estudios se presentaban para concursar a un beneficio parroquial y recibían la ordenación. Sin embargo, no se encontraban bajo la guía específica de un tutor y estaban privados de una verdadera formación integral razón por la cual se quejaba el Concilio de que “no faltan curas ignorantes y otros que, por la torpeza de su vida más bien destruyen que edifican” (Sesión XXI, Capítulo VI). Si por una parte era urgente un Seminario también lo era la necesidad de formar a los hijos de los españoles nacidos en la Gobernación de Popayán que, como los religiosos, tenían que recurrir a tutores privados o al Seminario de San Luis en Quito fundado por los Jesuitas en 1594 (Vargas p. 420). De modo que cuando hubo lugar, a finales de 1631, ocasión en que dos padres Jesuitas pasaban por la ciudad con destino al Perú, el Obispo y el Cabildo junto con toda la ciudad motivaron a los sacerdotes para que pensaran en una fundación suya en Popayán, deseo que se cumplió prontamente con la cédula real del 12 de marzo de 1633 para que la Compañía de Jesús fundara dos nuevas casas en esta provincia. Llegado en 1640 el Obispo Francisco de la Serna a tomar posesión de esta sede episcopal puso todos sus esfuerzos para que con la herencia del deán Francisco Vélez de Zúñiga que había dejado sus bienes para la instalación de los Jesuitas, se creara el Real Colegio Seminario San Francisco de Asís (Cédula Real del 25 de abril de 1643). Durante su existencia (1643-1870), las glorias del Real Colegio Seminario no fueron pocas; allí se formaron generaciones de hombres de la Gobernación y de otras latitudes con temple universal. Entre todos descuellan como gran galardón muchos defensores del proceso libertador como los payaneses Camilo Torres, Francisco José de Caldas, Francisco Antonio Zea, José María Cabal, Joaquín de Caicedo y Cuero, Francisco Antonio Ulloa, entre otros. No se pueden olvidar también dos destacados docentes como José Félix de Restrepo (de 1782 a 1811), discípulo de José Celestino Mutis, que pasó a la historia como ideólogo de la libertad para los esclavos en Colombia, ley que sancionó el payanés José Hilario López, y el maestro José María Vergara y Vergara a mediados del siglo XIX. Las vicisitudes del Real Colegio estuvieron marcadas por las dificultades que debieron soportar sus directivos, los Padres Jesuitas. Dadas las intrigas de una época convulsionada por la lucha de poderes éstos fueron expulsados de todos los dominios del imperio español a través de la “Pragmática Sanción” de Carlos III en 1767. Idos los Jesuitas, quedó un enorme vacío que afectó el proceso de la educación en Popayán ya que el Real Colegio era la alternativa única de formación integral para profesionales; de modo que buscando que la institución no viniera a menos, durante los primeros años el Obispo Jerónimo de Obregón confió algunas clases a los Dominicos que sentaron cátedra hasta 1778 cuando se dio su refundación asumiendo la dirección y las clases ilustres sacerdotes llamados de todos los rincones de la Gobernación de Popayán (Vargas p. 521).
Templo de San José A la izquierda, el primer local del Real Colegio Seminario San Francisco de Asís (1643 – 1870). El conjunto del Claustro y la Iglesia perteneció a la Compañía de Jesús o Padres Jesuitas, quienes regentaron inicialmente la Institución.
Llegado el siglo XIX el Colegio Seminario tuvo que enfrentar entonces las circunstancias de la gesta patriótica. El 1 de enero de 1814 entró vencedor en Popayán con Nariño el primer ejército de la Independencia; en marzo instaló el Colegio Constituyente bajo la presidencia del presbítero Andrés Ordoñez que era su capellán castrense (Vargas, p. 544) pero el clero y las autoridades civiles y la mayor parte de los ciudadanos prefirieron huir, el seminario quedó desierto y el Colegio se cerró. Subsiguieron periodos alternados de ocupación de la ciudad por parte de realistas y republicanos donde las locaciones del Real Colegio fueron destinadas como cuartel del bando que predominaba. Se tuvo que esperar a 1818, con la llegada del Obispo Salvador Jiménez de Enciso, para poder reabrir el Seminario con tres cátedras, latinidad, filosofía y teología, cuatro sacerdotes y treinta y tres estudiantes. Las vicisitudes de la época no permitieron que el proyecto prosperara pues a comienzos de 1820, el Obispo Jiménez debió trasladarse a Pasto huyendo de la guerra de independencia en Popayán; pensaba regresar del todo a España pero fue el mismo Libertador quien lo convenció para que no abandonara su diócesis y así fue como regresó en junio de 1822 convirtiéndose en gran amigo de Simón Bolívar y defensor de su causa.
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Claustro de San Sebastián Interior del Claustro de San Sebastián de propiedad de la Orden de Predicadores o Padres Dominicos contiguo al Templo de Santo Domingo. En 1827 fue expropiado para destinarlo a la naciente Universidad del Cauca.
Con el retorno del Obispo a su sede tuvo lugar una nueva reapertura del Real Colegio Seminario, con la circunstancia de que debió poner en consideración los nombres de los directivos para su aprobación por parte del Vicepresidente General Santander; se iniciaba así en aquella época una nueva modalidad del ejercicio de autoridad eclesiástica que limitaba su autonomía frente al poder civil. En este mismo orden de cosas, el 9 de mayo de 1825 ordenó Santander que las clases de filosofía debían darse en castellano y no en latín, mandato que no fue bien aceptado entre el clero por venir en menoscabo la lengua oficial de la Iglesia. Y dura prueba fue la consiguiente orden de enseñar la doctrina utilitarista de Benthan, declarada por la Iglesia como inmoral y la filosofía de Destutt de Tracy como cátedras obligatorias en todos los colegios. En efecto, los catedráticos del Seminario de Popayán, con gran inteligencia, usaron aquellos textos pero para refutarlos hasta que en 1828 Simón Bolívar derogó aquellas disposiciones de Santander. Como lo aprecia Vargas (1945) “casi todo el clero y la nobleza de Popayán siguió la causa del Rey hasta que la Independencia fue un hecho consumado” (p. 578); sin embargo, sabemos que el clero, en no pocos casos, apoyó el ejército patriota y le correspondió acallar los ánimos adversos y promover el trabajo por el orden y el desarrollo, pasado el movimiento independentista. De los más de 200 próceres que ofreció Popayán en el ara de la libertad más de una quincena eran sacerdotes que siendo capellanes en los ejércitos o ejerciendo el ministerio clerical en los poblados, fueron al destierro o entregaron su
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vida por esta causa desde el bando republicano. También hubo mártires sacerdotes en el bando realista como el Presbítero José María Morcillo, cura de Mercaderes, asesinado en El Tambo en 1817 (AHEAP L:51, F:704). Arcesio Aragón (1939 p. 176) reporta una interesante lista de estos héroes procedentes de Popayán, a la que denomina: “La ciudad de los grandes sacrificios”. Por su parte, el Obispo de la época no fue indiferente a los signos de los tiempos; en un sermón de la fiesta de “Acción de Gracias por el restablecimiento del legítimo gobierno de la República” el 11 de junio de 1831 exclamaba Monseñor Jiménez de Enciso: “Se miren los fieles como hermanos e hijos de Nuestro común Padre y solo se consagren ya a cultivar sus campos, al fomento del comercio que ya se hallaba paralizado y a cumplir cada uno con las respectivas obligaciones de su estado”. A pesar de la convulsión propia de aquellos años, llegado 1827, el 24 de abril, le correspondió a José Manuel Restrepo suscribir el decreto de erección de la Universidad en el Departamento del Cauca, siguiendo lo dispuesto por el vicepresidente Santander. Expropiado el convento de Santo Domingo, fue destinado el local para la naciente obra educativa y el seminario tuvo que destinar toda su renta para este propósito, propiciando así una gran crisis para su funcionamiento; no obstante, contrario a lo que comúnmente se cree, es decir, que la Iglesia fue desplazada radicalmente de este proyecto educativo, la Universidad del Cauca inició otorgando grados en jurisprudencia y teología, donde los profesores provenían sobre todo del Seminario (Quintero, 2000).
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El primer Vicerrector de la Universidad del Cauca en 1827 fue el Presbítero Manuel José Mosquera, más tarde Arzobispo de Bogotá, quien regresó a la dirección de este claustro en dos periodos más (1829 y 1834). Desde su fundación, el alma mater de la región ha visto entre sus directivos, como rector o vicerrector, a once sacerdotes de Popayán el último de los cuales fue el Presbítero Miguel Ángel Arce Vivas quien estuvo encargado de la Rectoría en 1956 y quien llegaría a ser años más tarde Arzobispo de Popayán. Mientras crecía la recién fundada Universidad, el Colegio Seminario decaía en rentas y personal, minado sobre todo por la escasa juventud que había sobrevivido a la independencia y la traslación de sus bienes al peculio del claustro deseado por Santander. Y cuando no fueron los hombres los que irrumpieron el curso académico, lo fue la naturaleza. El terremoto del 16 de noviembre de 1827 hizo que se cerrara nuevamente el Seminario `por haber quedado inservible su local y solo un par de años después fue reabierto para lidiar con la ley del patronato que minaba la independencia administrativa de los establecimientos religiosos poniéndolos bajo la observancia de la ley civil. Llegado 1843, luego de la muerte del Obispo Jiménez de Enciso, fue destinado a esta sede Fernando Cuero y Caicedo quien puso todo su empeño por traer de nuevo a los Jesuitas, restablecidos por el Papa Pío VII el 7 de agosto de 1814; así, pues, en mayo de 1845 el Presidente firmó un decreto autorizando la creación en Popayán de un Colegio de Misiones regentado por la Compañía. Como el convento de los Franciscanos ya había sido desocupado entonces les destinaron el templo de San Francisco y el local aledaño donde tras su llegada ubicarían el Noviciado. Tuvieron que esperar
Pedro Antonio Torres (1791-1866) XXV Obispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Anónimo payanés. Siglo XIX. 120 x 80 cms.
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hasta 1848 cuando pudieron llegar tres sacerdotes y dos hermanos Jesuitas a dirigir el Seminario; por aquella época fundaron también la Congregación de los Artesanos que pusieron bajo la protección de San José para promover las artes y oficios a través de talleres, siendo abanderados de esta instrucción en la Gobernación (Bueno, 1945). Sin embargo, breve fue la dicha de Popayán pues el 4 de junio de 1850 se publicó el decreto de expulsión de 38 Jesuitas que en ese momento se encontraban en la ciudad en las dos casas, el noviciado y el Seminario, alegando el gobierno anticlerical que aún estaba vigente la Pragmática Sanción de Carlos III (Vargas p. 590). Desierto el Seminario a causa del segundo extrañamiento de sus directores y tras la muerte en 1851 del Obispo Cuero y Caicedo le correspondió a un hijo de Popayán tomar las riendas de la diócesis en 1855. El Obispo Pedro Antonio Torres había sido exalumno del Real Colegio Seminario, capellán del ejército del Mariscal Sucre y luego Vicario de los ejércitos del Libertador; siendo Obispo de Cartagena, fue desterrado hasta que salió su nombramiento para Popayán. Fue con Monseñor Torres que el Colegio Seminario pasó a tener carácter de Instituto de enseñanza secundaria. Fue tanta la acogida de este nuevo empuje del Real Colegio Seminario que tuvo el señor Obispo que pensar en la ampliación de las instalaciones para lo cual se sirvió de Fray Serafín Barbetti, famoso arquitecto franciscano que ayudó también en la reconstrucción de la Catedral y que diseñó y dirigió los trabajos del puente del Humilladero sobre el río Molino; dicho sea de paso que este puente, representativo de la ciudad, fue construido entre 1868 y 1873, tiene 240 metros de longitud, 12 arcos de medio punto, 5,26 metros de ancho y una inclinación de 5 por ciento. El hábil franciscano también diseñó y dirigió los puentes sobre el río Juanambú y Río Palo.
Puente del Humilladero (1873) Arquitecto Fray Serafín Barbetti. Foto capturada desde el Barrio Bolívar. Popayán, 1926. Foto Archivo Ledezma.
Mientras se adelantaban los trabajos de ampliación del Seminario los alumnos fueron llevados a la Estancia, la finca de descanso. Fue la época en la que llegó a tener 200 alumnos externos y 84 internos. Se inició la cátedra de música y se fundó la sociedad denominada Filarmónica, luego se fundó la sociedad historiográfica y se introdujo una larga lista de material científico desde brújulas y teodolitos hasta mapamundis, verdaderas novedades en los claustros de la recién fundada República. Con tantas glorias que no se veían desde el siglo anterior con aquella generación que forjó la independencia, el Real Colegio tuvo que prepararse para otra prueba: las luchas internas por el poder político en el ámbito nacional que hicieron de Popayán nuevamente un centro de contiendas. A principios de 1860 el gobernador Tomás Cipriano de Mosquera se levantó contra el gobierno de Ospina factor que económicamente perjudicó a la institución dejándola casi únicamente con los alumnos externos que no fueron más de cincuenta hacia 1862. En 1869 llegó como Obispo a Popayán Monseñor Carlos Bermúdez quien reorganizó el seminario y fue él quien logró que llegaran a dirigirlo los padres Lazaristas, hoy conocidos como Vicentinos, empezando una etapa que llegó hasta 2010 cuando su regencia pasó a los padres diocesanos. El 2 de febrero de 1871 los padres Gustavo Foing y Juan Bautista Rieux comenzaron su tarea con 18 estudiantes internos, 125 externos y 6 docentes dejando aún el carácter de colegio a la institución. Pero durante aquel año se tomaron serias decisiones: clausurar el externado y destinar el Real Colegio Seminario únicamente a la formación de los futuros sacerdotes ya que la Universidad del Cauca permitía la posibilidad de adelantar estudios superiores. Además de ello, separar el Seminario Menor del Mayor, el primero en los mismos claustros contiguos al templo de san José y el segundo en el convento de San Camilo.
Carlos Bermúdez Pinzón (1826 – 1886) XXVI Obispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Anónimo payanés. Siglo XIX. 120 x 80 cms.
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El Patriarca San José Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 135 x 85 cms.
Pese al gran entusiasmo del Obispo y de los Vicentinos, los años fundacionales fueron difíciles; con la llegada a la gobernación del anticlerical César Conto en 1875, para quien el Cauca era “una gran sacristía” (Vargas, p. 612) el Seminario se vio varias veces invadido para ser destinado a cuartel. Fue él quien en 1876 expulsó a los padres Vicentinos del Seminario, que fueron a refugiarse a Guayaquil haciendo la vía de Panamá, y al año siguiente al señor Obispo que se radicó transitoriamente en Chile. Para fortuna de la institución un par de años más tarde, alejado César Conto de la presidencia del Estado del Cauca, y habiéndole sucedido Modesto Garcés, vino en 1879 la reivindicación de los derechos del pueblo católico en la persona del general Eliseo Payán, de modo que pudo regresar Monseñor Carlos Bermúdez en 1880 después de casi cuatro de exilio; el Obispo, en su primer acto de gobierno en esta etapa hizo retornar también a los Vicentinos y reabrió el Seminario en febrero de 1881; logró además que en 1882 llegaran las Hermanas Vicentinas al Hospital y desde allí iniciaran un verdadero programa de educación femenina, obra a la que se le asignó el antiguo claustro de San Agustín en 1888 y cuya institución hoy lleva este nombre. Tras la muerte de Monseñor Bermúdez y la llegada de Rafael Núñez a la Presidencia de la República con el programa de la Regeneración, auspiciado por la Constitución de 1886, fue posible que se volvieran a abrir escuelas con identidad católica; así fue como le correspondió al Obispo Juan Buenaventura Ortiz recibir en 1889 a los Hermanos Maristas, procedentes de Francia, grandes abanderados en la formación de niños y jóvenes que habían sido recomendados por los Padres Vicentinos de Popayán para que abrieran una escuela en la ciudad llenando el vacío dejado por la reestructuración del Real Colegio Seminario; la escasez de oferta educativa era tal que solo se encontraban iniciativas a veces marcadamente anticlericales o algunos colegios particulares privados que seguían la tradición de lo que fueron en el siglo XVIII los colegios de don Manuel María Luna por la calle de la Ermita en el que estudiaron Sergio Arboleda Pombo, Jorge Isaacs y Carlos Albán o la escuela de don Antonio Pombo en el Carmen en la que estudió Camilo Torres. Así fue como el 20 de enero de 1890, apenas dos meses después de la llegada de los Hermanos Maristas, tenían más de 300 estudiantes en aquellas incipientes aulas. Se fundó entonces la Escuela de Varones número 1 llamada por ellos “de la Inmaculada” hasta que tuvo que trasladarse al convento de las extinguidas Carmelitas Descalzas donde tomó el nombre de Escuela del Carmen en 1891. Desde allí, con motivo del primer centenario de la Independencia, en 1910, dieron pie a la enseñanza industrial con la Escuela de Artes y Oficios, cuya obra representativa fue la Tipografía El Carmen desde donde se concretaron numerosas ediciones de textos escolares para las escuelas locales y las foráneas que iban fundando los Hermanos Maristas por el territorio nacional. La acogida brindada a los Hermanos Maristas y la urgente necesidad de instituciones educativas para una población creciente hizo que finalizando el siglo XIX y en las primeras décadas del XX se iniciaran importantes obras educativas muchas de las cuales perduran hasta hoy. En 1892, dado el aumento de estudiantes del Seminario Mayor, nuevamente éste se trasladó al Claustro de San Camilo pero solo hasta 1911 pues al año siguiente ya vemos a la Escuela de los Hermanos Maristas instalada en aquel local, juntándose nuevamente Seminario Mayor y Menor en un solo lugar.
La Virgen del Carmen
En 1897 las Hermanas Josefinas llegaron a Popayán y abrieron una pequeña escuela con nueve alumnas; al final de aquel año contaban ya con más de noventa, lo que facilitó la apertura de la educación primaria; ocuparon el claustro de la Encarnación de 1900 a 1920, año en el que se solicitó la llegada de las Hijas de María Auxiliadora (Salesianas), buscando ofrecer a las jóvenes una carrera comercial, y de hacerla más accesible a los sectores populares de Popayán (Méndez, p. 153), proyecto que se realizó en 1927 a través del colegio Sagrado Corazón de Jesús. Por su parte, en cuanto a la educación masculina, en 1932 los Hermanos Maristas decidieron iniciar dos obras educativas: el Colegio privado Champagnat y la Escuela pública San Camilo, esperando con la primera poder financiar la segunda.
Óleo sobre lienzo. Anónimo payanés. Siglo XIX. 132 x 81 cms.
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Llegado a la sede de Popayán el Arzobispo González Arbeláez, el Seminario fue trasladado en 1942 al sector de Campamento y allí empezó a construirse el actual local que adelantó en gran parte Monseñor Diego María Gómez quien le sucedió en esta sede arzobispal. En ese mismo año llegaron las Hermanas del Buen Pastor, quienes además de ayudar en la formación integral de la mujer marginada, sobre todo con su labor en la cárcel del Buen Pastor, fundaron la Escuela Santa Luisa. En 1947 se fundó en Popayán la Congregación de Hermanas Siervas de la Madre de Dios que hoy tienen a su cargo el Colegio Madre de Dios y en 1951 se presentaron las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada para iniciar actividades académicas en el Colegio de Nuestra Señora del Carmen. Por su parte, separado el Seminario Menor del colegio externo, Monseñor González aprovechó para fundar el Colegio de Nuestra Señora del Pilar que funcionó en los locales del antiguo seminario pero que sería cerrado en 1952 por la imposibilidad de sostenerlo (J. Arboleda, p. 28). En ese mismo año los Hermanos Maristas lograron sacar adelante con ayuda del gobierno nacional el proyecto de la Normal de Varones “José Eusebio Caro” que hasta hoy se encuentra en funcionamiento como colegio público estatal. En agosto de 1954 las localidades del antiguo seminario sirvieron para dar acogida al seminario de los Padres Redentoristas que atendían pastoralmente el contiguo templo de San José; en aquel mismo lugar en 1962, por iniciativa del padre Luis Jenaro Rojas Chaux se restauró el Colegio de San Francisco de Asís que dirigieron los Padres Vicentinos hasta enero de 1981 quedando después bajo la dirección de docentes laicos. Dicho sea de paso que gracias también a la idea de este sacerdote vicentino se fundó el Albergue Julia Chaux que funciona como hogar de paso para indigentes y personas adultas en condición de desprotección y que hasta el momento sigue siendo dirigido por la Congregación de San Vicente. En 1960 llegaron los Padres Salesianos y abrieron el Instituto Don Bosco, que desde aquella época ha sido uno de los centros educativos más destacados en su interés por la formación de los jóvenes; ese mismo año también hicieron su arribo a tierras payanesas las Hermanas de la Obra Misionera de Jesús y de María y abrieron el Jardín Infantil Divino Niño; en 1961 lo harían las Hermanas Bethlemitas que tienen el colegio de Nuestra Señora de Bethlem y al año siguiente las Hermanas Rosaristas empezaron su labor en esta Arquidiócesis y hoy cuentan con la “Escuela de Artes y Oficios” y la obra social “San José” para niños. Luego, en 1965, las Hermanas Lauritas fundarían el Colegio Madre Laura que se instaló inicialmente en San Camilo pero que luego fue trasladado a El Cadillal. Antes de esta experiencia de bachillerato las Lauritas habían iniciado en Popayán su labor educativa en la Escuela de María Inmaculada, en el Barrio Alfonso López, en el año 1950. Con respecto a la formación propiamente apostólica, en la época del postconcilio, durante el episcopado de Monseñor Miguel Ángel Arce (1965-1976) se fundó el Instituto Catequístico para la formación de los agentes de pastoral que facilitó a muchos laicos la consecución del título de Licenciatura en Ciencias Religiosas. La del setenta, del siglo XX, lamentablemente, fue la década en la que muchos seminarios mayores y menores fueron cerrados por escasez de vocaciones; en 1973 se destinó el Seminario de Garzón (Huila) como centro de estudios filosóficos y el de Ibagué (Tolima) como centro de estudios teológicos de las Provincias Eclesiásticas de Ibagué y Popayán en las que los seminarios estaban a cargo de los Padres Vicentinos; en estos dos seminarios los hijos de San Vicente concentraron los pocos estudiantes que iban quedando diezmados en sus propias diócesis; cuando se cerró el Seminario de Ibagué entre 1976 y 1978 tuvieron que pasar al Seminario de Bogotá hasta que se reabrió en Popayán el Seminario Mayor en 1981, cuando ya se había superado en parte la crisis vocacional del postconcilio. Por su parte, el Seminario Menor había sido reabierto por Monseñor Samuel Silverio Buitrago en 1979 como Colegio de Bachillerato confiando su dirección a los Hermanos del Sagrado Corazón que entregaron su dirección en el año 2001 a los sacerdotes de la Arquidiócesis.
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La Virgen con el Niño y las Monjas de la Encarnación Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 163 x 128 cms.
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Ya en el año 1980, bajo el beneplácito de Monseñor Samuel Silverio Buitrago, se habían empezado conversaciones con algunos académicos de la ciudad para la creación de una institución universitaria que respondiera a las necesidades de educación superior de la juventud caucana complementando la oferta educativa que proponía la Universidad estatal; así fue como se gestó la creación de la Fundación Universitaria de Popayán y se destinó para ello el Claustro contiguo a la Iglesia de San José. Con el terremoto de 1983 y las averías que sufrió el local mencionado, la sede se trasladó a un predio de la vereda Los Robles en la periferia de la ciudad. El Arzobispo Iván Antonio Marín, en el año 2006, firmó una alianza estratégica con la Universidad Minuto de Dios, de los Padres Eudistas, buscando el fortalecimiento institucional de la Fundación que hoy en día acoge a más de 5.000 estudiantes en 16 programas académicos no solo en Popayán sino también en Santander de Quilichao y La Vega. En las últimas décadas, las instituciones educativas ya existentes se han ido fortaleciendo y han sido más bien pocas las nuevas fundaciones en el campo académico. En 1981 llegaron las Hermanas de la Anunciación que tienen el Centro Infantil San José, y en el año 1999 lo hicieron las Hermanas de la Caridad de Santa Ana al asumir la dirección del Colegio San Agustín entregado por las Hermanas Vicentinas; finalmente, en el año 2002 llegaron las Hermanas de la Compañía del Niño Dios que dirigen la Casa Niña Eufemita en Julumito. Con la celebración del bicentenario de la Independencia de Colombia, en 2010, los Hermanos Maristas volvieron a dar muestra de su carisma formativo y su predilección por los más necesitados cuando asumieron la dirección de la Institución Educativa Bicentenario; ese mismo año llegaron las Hermanas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María que tienen hoy a su cargo el Preescolar Sagrada Familia. Como lo acabamos de ver el aporte de la Iglesia a la educación ha sido constante e invaluable a través de distintos proyectos; en la actualidad, las instituciones de educación con inspiración católica se reúnen en Conaced (Confederación Nacional Católica de Educación) que cuenta con 21 instituciones afiliadas en Popayán, no solo regentadas por religiosos sino, incluso, por laicos comprometidos en la formación humana y cristiana de sus estudiantes. En estos siglos de empeño educativo de la Iglesia han sido millares los jóvenes y adultos que han recogido una formación integral del árbol de la ciencia que muy bien han sabido cultivar los agentes educativos inspirados en la doctrina cristiana.
San Agustín Óleo sobre lienzo. Anónimo de escuela quiteña. Siglo XVIII. 111 x 78 cms.
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“La Caridad de Cristo nos apremia” Muy pronto en la antigua Gobernación de Popayán fue evidente la necesidad de implementar obras de caridad que en el siglo XVII empezaron como Obras Pías, auspiciadas sobre todo por las Cofradías en una especie de proyección y responsabilidad social muy adelantada para la época. Una de las primeras obras dignas de verdadero encomio fue el Hospital de Caridad que según Manuel Bueno (1945, p. 71) fue instalado por primera vez gracias al padre Francisco Vélez de Zúñiga en 1628 cuando dispuso en un local cerca al río Molino siete camas para igual número de enfermos. Pero sería en 1711, en los albores del siglo XVIII, cuando entrarían los religiosos Bethlemitas, dedicados al servicio hospitalario, a dar una organización definitiva a esta obra bajo el episcopado de Monseñor Mateo Villafañe quien dispuso que el patrono del convento y por ende del hospital fuera San José como hasta hoy se mantiene. El principal benefactor fue don Jacinto Mosquera, alma caritativa de aquel siglo que no solo donó el terreno donde se construyó el primer hospital de Popayán pasando el río Molino sino que también ayudó mucho con otras obras no solo de caridad sino de arquitectura, como la financiación en 1713 del puente llamado de La Custodia, en recuerdo de aquel sacerdote que él vio casi ahogado, sobre su jumento, en el afluente mencionado cuando se dirigía a llevar la comunión a un enfermo. En 1740 llegaron siete religiosos Bethlemitas y fue allí cuando se dio perfectamente la fundación; crearon además la primera botica que existió en la ciudad y la única que hubo durante muchos años no solo para enfermos sino también para todo el que tuviera necesidad. Así fue hasta 1827 cuando después de la guerra de Independencia y del terremoto de aquel año pasó el hospital a ser atendido por el gobierno local; a finales del siglo XIX llegarían las Hermanas Vicentinas a regentarlo y finalmente pasaría al Municipio que trasladó en 1940 el Hospital a su emplazamiento actual. Una iniciativa también de mucha trascendencia en Popayán fue la presencia de la Orden de los Ministros de los Enfermos o Congregación de los Padres Camilos de la Buena Muerte desde 1766 hasta 1820, cuando murió el último de los padres después de la Revolución Independentista. Estos sacerdotes y hermanos legos se especializaron sobre todo en la atención domiciliaria a los enfermos, como lo dice su libro de apuntes, según lo transcribe el padre Bueno (1945): “Durante cuarenta y dos años consta haber muerto con asistencia de dichos padres 2.966 personas… Todos anhelan morir asistidos por ellos: indios, negros, mulatos, mestizos, blancos, europeos, criollos, dos gobernadores, un Obispo, deanes, canónigos, curas, varios presbíteros, muchas monjas y religiosos de ésta y otras órdenes… Se han bautizado también algunas criaturas, hecha operación cesárea…” (p.101). Con respecto a este último dato fueron ellos propiamente los primeros que se aventuraron a practicar este método de parto y legaron unas muy completas instrucciones sobre el particular en un documento de 1805 (AHEAP L:566 F: 14.218). De su paso por Popayán no solo quedó el buen aroma de su acendrada caridad sino también el convento de San Camilo que ha sido testigo de la historia de la Arquidiócesis desde su construcción en el siglo XVIII. Por allí ha pasado el hospital, escuelas de Padres Camilos, Hermanos Maristas, Seminario, Hermanas Lauritas y Universidad del Cauca y ahora la Fundación Universitaria; allí mismo tiene lugar la hermosa capilla neogótica de Nuestra Señora de La Merced, cuya construcción fue iniciada en 1928 para reemplazar la existente y deteriorada que allí existía y que hoy está por recuperar.
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Muerte de San José Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 99 x 59 cms.
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El Puente de la Custodia (1713). La construcción del primer puente en Popayán sobre el Río Molino se remonta a un acto de caridad de modo que los sacerdotes que llevaban la Sagrada Comunión a los enfermos no corrieran riesgos en su paso por el caudal.
Luego del proceso independentista muchas de las antiguas comunidades religiosas que existieron en Popayán fueron extinguidas tanto por disposición del gobierno civil como por la penuria de vocaciones. Fue una desbandada de religiosos que dejó un enorme vacío en la católica Popayán que en el siglo XVIII contaba con siete comunidades religiosas masculinas y dos femeninas. A mediados del siglo XIX habían salido todas las congregaciones históricas: Dominicos, Franciscanos, Agustinos, Jesuitas, Camilos, Bethlemitas y los Carmelitas del Santuario de Belén. Las religiosas corrieron igual suerte: las Agustinas de La Encarnación y las Monjas Carmelitas. En aquella época en la que las comunidades religiosas iban saliendo de la ciudad, Popayán pudo contemplar la inigualable obra del gran Toribio Maya Sarmiento, nacido aquí mismo el 27 de abril de 1848 y fallecido en olor de santidad el 16 de agosto de 1930. Un gran apóstol del servicio a los hermanos más necesitados, dedicó su vida a la caridad, adquirió una casa aledaña al puente sobre el río Chune para alojar a los leprosos antes de llevarlos al sanatorio de Agua de Dios y “santificó su vida con los hechos más sublimes. Su obra caritativa, de haber sucedido en Europa, habría conmovido el mundo… su bella existencia transcurrió entre los lazaretos, curando heridas, vistiendo al desnudo, dando de comer a los hambrientos” (Restrepo, p. 62). Actualmente se encuentra en proceso de beatificación.
Mientras tanto, la Divina Providencia dispuso que así mismo llegaran otras Congregaciones con un ánimo evangelizador renovado respondiendo a nuevas circunstancias: En el campo de la educación se han destacado los Vicentinos, Maristas, Salesianos, Eudistas y Corazonistas, éstos últimos ya ausentes de la Arquidiócesis. En el campo de las Misiones se han destacado sobre todo los Redentoristas, los Hermanos Franciscanos, los Misioneros de la Consolata, la Sociedad Misionera de Belén y los Misioneros de Cristo Maestro; estas comunidades, en la actualidad tienen a su cargo la atención pastoral de algunas parroquias en el territorio arquidiocesano. También aquí estuvieron en su momento los Padres Sacramentinos, pastoreando la parroquia de Santo Domingo (1951-2007). Los Terciarios Capuchinos dirigen el conocido “Instituto Toribio Maya” destinado a la atención de jóvenes infractores, en convenio con el Estado, y la Casa Éxodo, que es una obra de rehabilitación para jóvenes con problemas de adicción. Por su parte, el Instituto San Pío X, se esmera por la formación humana y cristiana de los laicos. De este Instituto el más destacado religioso que ha prestado sus servicios en la Arquidiócesis de Popayán es el hoy cardenal Cipriano Lacroix, Arzobispo de Quebec y Primado de Canadá.
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Los
Redentoristas
en Popayán
Pintura al fresco Templo de San José. Anónimo. Siglo XX.
Muchas otras obras encaminadas al ejercicio de la caridad han sido posibles gracias a la contribución del carisma de las comunidades religiosas femeninas como el Hogar de Ancianos Divino Niño Jesús de las Hermanas de los Ancianos Desamparados, y el Hogar para ancianos San Vicente de Paúl dirigido inicialmente por las Hijas de la Caridad y hoy a cargo de las Hermanas de los Pobres de San Pedro Claver. Las Hermanas de la Anunciación tienen centros de promoción social y docencia rural; misiones también tienen las Hermanas de los Sagrados Corazones y el Instituto Ravasco así como las Hermanas de la Caridad de Santa María, con su casa misión para atender sobre todo a niños y ancianos y las Hermanas Servidoras de Jesús que prestan su servicio en el “Cottolengo del Padre Alegre” atendiendo con gran generosidad a las enfermas terminales. Esta obra, por iniciativa del Arzobispo Iván Antonio Marín, es el recuerdo conmemorativo del Gran Jubileo del año 2000; la Arquidiócesis se asoció con las Religiosas donando el terreno para la obra. También debemos anotar en este conjunto de Religiosas dedicadas a la misión de caridad a las Hermanas Vicentinas con sus obras sociales y las Fieles Siervas de Jesús con su centro san Pablo. Particularmente relevante en el campo de la misión es la presencia de las Hermanas Lauritas quienes desde la Misión de Totoró, fundada en 1925 gracias a la solicitud constante de Monseñor Maximiliano Crespo, que las había conocido en Medellín, desplegaron por todo el Cauca una gran obra evangelizadora con los indígenas y los afrodescendientes que hoy perdura a través de 12 casas de misión. Incluso la misma Santa Laura Montoya, primera santa colombiana, estuvo en Popayán y vivió durante un periodo en la Misión de Calibío, a las afueras de la ciudad, entre el 7 de agosto y el 17 de septiembre de 1932, cuando dispuso que allí se reunieran cada año las religiosas de su congregación para la predicación de ejercicios espirituales que era a la vez un breve descanso de su arduo trabajo. Un servicio más discreto pero no menos importante es el de las Hermanas Agustinas y las Hermanas de la Sagrada Familia en la atención a los sacerdotes las primeras en la Casa Betania y las segundas en la Casa Episcopal. Igualmente, las comunidades contemplativas, dedicadas a la oración, ejercen un papel importante en la vida de la Iglesia como testimonio de vida espiritual y cercanía a Jesucristo; así lo hacen en Popayán las Hermanas Clarisas que se encuentran en el Monasterio Santa Clara contiguo a la capilla de La Jimena llamada así en recuerdo del Obispo Salvador Jiménez de Enciso, que la mandó construir, y las Hermanas Carmelitas, en el Monasterio San José contiguo a la capilla del Niño Jesús de Praga. Una mención especial ha de hacerse cuando se trata de destacar la presencia y el liderazgo de la Iglesia en momentos cruciales de la historia como lo fue en tiempos recientes el terremoto de Popayán, el Jueves Santo, 31 de marzo de 1983. Luego de una inicial asistencia dada la inmediatez del evento, la Iglesia arquidiocesana liderada por Monseñor Samuel Silverio Buitrago y con los sacerdotes y religiosas del Cauca pudo responder efectivamente a este reto. Precisamente así se titulan las memorias editadas por el Arzobispo mencionado, luego de haber adelantado en gran parte la obra de reconstrucción espiritual, social y física de la ciudad: “La Arquidiócesis de Popayán responde a un reto – Terremoto del Jueves Santo 1983”. La Arquidiócesis inició elaborando los proyectos y los presupuestos para dicha reconstrucción a través del “Programa de reconstrucción de vivienda popular y promoción social y cristiana de la comunidad” donde el primer objetivo se centró en la Evangelización y el culto, acompañando a los damnificados desde la perspectiva del consuelo y la esperanza; luego se pasó a la capacitación de los animadores de la comunidad y la aceptación de ayuda de agentes de pastoral de otras diócesis y comunidades religiosas, se construyeron nuevos templos, se distribuyeron alimentos, medicinas y ropa a los damnificados y se hizo un programa de reconstrucción de vivienda popular beneficiando a 1.200 familias en Popayán y sus veredas y en algunos municipios o corregimientos aledaños (Cajibío, Piendamó, Paniquitá, Timbío, Usenda, Zarzal) con la participación logística del Sena, la Universidad Javeriana, la Federación de Cafeteros, la CVC, FANAL, un Equipo de Laicos Misioneros Suizos y otras entidades. Decía Monseñor Buitrago Trujillo (1984):
Nuestra Señora de los Remedios Óleo sobre lienzo. Anónimo Escuela quiteña. Siglo XVIII 187 x 128.5 cms.
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“La Arquidiócesis, sin despliegues publicitarios, se ha empeñado a fondo en este programa de vivienda, convencida de que la vivienda para las familias más pobres, a las cuales no alcanza a llegar la acción del Estado, es la necesidad más grande planteada por el terremoto. Formando la comunidad y facilitando la reconstrucción de las viviendas, estamos construyendo la misma Iglesia” (p. 36) Los recursos para estos proyectos fueron gestionados por la Arquidiócesis y contribuyó la Iglesia en el mundo entero, sobre todo en el primer año de la catástrofe: Cor Unum, Caritas Suiza, Misereor, Conferencia Episcopal de Estados Unidos, Caritas Alemana (Adveniat), Diócesis de Aachen, Caritas Italiana, Caritas Española, Caritas de Bélgica, Diócesis de San Antonio de Texas, Arquidiócesis de Miami, Diócesis de Montreal-Canadá, Arquidiócesis de Puerto Rico, Instituto Secular San Pio X de Montreal, Arquidiócesis de Panamá, Católicos de Sydney – Australia, Católicos de Arabia Saudita, Santa Infancia de Estados Unidos, Católicos de Francia, Curia General de las Hijas de la Caridad-Hermanas Vicentinas y muchos benefactores anónimos.
La Cúpula de la Catedral de Popayán luego del terremoto del 31 de marzo de 1983.
Después de más de tres décadas del último terremoto la ciudad se ha expandido y cuenta hoy con 24 parroquias para atender las necesidades de sus 300.000 habitantes. En todo el territorio arquidiocesano existen 90 parroquias; el número de sacerdotes incardinados, más los religiosos y foráneos es de 148 y 23 diáconos permanentes que colaboran en la pastoral parroquial. A nivel arquidiocesano la pastoral es diversificada y cuenta con 17 comisiones: Bíblica, Litúrgica, Social, Nueva Evangelización, Vocacional, Sacerdotal, Diaconado Permanente, Vida Consagrada, Familiar, Juvenil, Educativa y Universitaria, Catequética, Misionera, Afrodescendientes, Indígena, Medios de Comunicación y Salud. Especial realce en cuanto a la Evangelización ha tenido el Proceso SINE (Sistema Integral de Nueva Evangelización) introducido como método pastoral por Monseñor Iván Antonio Marín en el año 2002, como respuesta a los retos del mundo actual, sobre todo el indiferentismo religioso y las sectas protestantes. El Proceso se basa en el anuncio fundamental del “Kerigma” (es decir, el anuncio del mensaje sobre Cristo muerto y resucitado para salvarnos) como punto de partida e hilo conductor; junto con este anuncio se plantea la vivencia comunitaria de la fe a través de un sistema de conocimiento de la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia para vivir los compromisos bautismales. Ya es tradicional el encuentro anual de todas las comunidades de evangelización donde se congregan alrededor de siete mil personas junto con los sacerdotes y el Señor Arzobispo.
La Arquitectura Religiosa en la Ciudad Blanca Popayán es una ciudad privilegiada, por su ubicación, por su clima, por su gente y por sus riquezas arquitectónicas. En su proceso de desarrollo la Iglesia cumplió un papel fundamental y las tradiciones religiosas marcaron un modo y un estilo de construir. Por ejemplo, en el siglo XVIII el 45 por ciento de la ciudad construida estaba en manos de miembros de la Iglesia. Cada una de estas comunidades religiosas tenía una cuadra completa donde estaba construido generalmente el claustro, el templo y el huerto: Dominicos, Agustinos, Franciscanos, Jesuitas, las monjas Agustinas (2 cuadras entre el monasterio, el mirador y el huerto) y las Monjas Carmelitas. Además de estas Congregaciones también se encontraba la manzana de la Catedral, incluida la casa episcopal, y el Cementerio junto a la Ermita. Los Padres Carmelitas tenían el Santuario de Belén con el Cerro de la Eme y la Ermita. Los Bethlemitas, el Hospital. Los Padres Camilos, su claustro y la Capilla de Nuestra Señora de la Merced. También había otros centros de culto menor, capillas como la del “Jesús de la Plaza” de la familia de doña Manuela Correa, viuda de don Felipe Usuriaga u oratorios en las casas como el de doña Jerónima de Velasco, quien tuvo la talla del Santo Ecce Homo – que luego iría a Belén – durante 33 años en su recinto doméstico. Junto a la gran diversidad de posibilidades para manifestar la devoción cristiana debemos considerar el predominio económico de Popayán durante el siglo XVIII que permitió el desarrollo arquitectónico. Refiere M. Méndez (1994), hablando de la ciudad, que “sus templos y sus casonas solariegas fueron destinatarios de una admiración que trascendió los límites continentales y se integró al mundo de la época. Los nuevos criollos fueron acumulando grandes fortunas: el ganado, la agricultura de la caña, la minería, la proliferación de hatos y trapiches” (p.67); por su parte, Z. Díaz (1983) anota que es la época en la que “se empiezan a diferenciar tres regiones en la Gobernación: la zona minera de Chocó-Barbacoas, la agrícola del valle del Cauca y la autosuficiente de la planicie de Popayán” (p.30). De este modo, con semejante beneficio económico las casonas empezaron a ser construidas grandes y amplias no solo para albergar mercancías y transeúntes sino también para destinar espacios a la plegaria, como los oratorios, o a la veneración, como altares en los alrededores de la casa. Las procesiones de Semana Santa y de Corpus Christi hicieron que además aparecieran los infaltables balcones desde donde se podía admirar la pompa de las celebraciones que pasaban frente a las amplias casas con los portalones de la entrada enmarcados en cantera que comúnmente llevaban en el dintel el año de construcción o el distintivo de la familia o comunidad religiosa.
Popayán, Centro Histórico Panorámica desde el campanario del Templo de San Francisco
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Dos enemigos, desde el punto de vista arquitectónico, aprendió a enfrentar la ciudadanía de Popayán: los terremotos y el comején. Los terremotos han sido constantes en toda la historia de la ciudad haciendo que cada época tenga una particularidad arquitectónica, tanto que el estudioso S. Sebastián (1964) llegó a afirmar que “por la violencia sísmica, la estampa colonial de Popayán es completamente barroca y neoclásica” (p.18). Están documentados terremotos, unos más devastadores que otros, en los siguientes años: 1566, 1736, 1751, 1785, 1817, 1827, 1835, 1841, 1885, 1906, 1983 y son frecuentes los movimientos telúricos de menor intensidad. Sin embargo, resulta también providencial que después de los más desastrosos terremotos siempre ha surgido el liderazgo de algún religioso que se empeña en la reconstrucción del patrimonio religioso de la ciudad. Después del terremoto de 1736 fue el jesuita Simón Schenherr, tras el sismo de 1885 estuvo el franciscano Serafín Barbetti y, finalmente, después del terremoto de 1983 el Arzobispo Samuel Silverio Buitrago.
Museo Arquidiocesano Interior del Museo Arquidiocesano de Arte Religioso. Arquitecto Marcelino PĂŠrez de Arroyo. Siglo XVIII.
Detengámonos un poco en los bienes inmuebles que hacen parte del patrimonio histórico y religioso de Popayán. En primer lugar se encuentra La Ermita, cuya etapa en paja y bahareque probablemente se remonta a finales del siglo XVI, para ser construida en 1612 en tapia y teja (ACC Cabildo T:1, F:14v); es sin lugar a dudas la edificación más antigua de Popayán y el único templo que no cayó en el terremoto de 1736 ya que los demás, excepto la Catedral, que quedó muy averiada, se vinieron al suelo en aquella ocasión. Se rinde allí culto a Jesús Nazareno representado en una hermosa imagen de origen italiano y fueron famosas en la época de la Colonia las cofradías de Santa Bárbara y Santa Catalina; conserva el estilo de las capillas doctrineras que se usaron para la instrucción de los indígenas y aún así, a pesar de su reducido espacio, fue destinada como Catedral pro tempore de 1782 a 1784 cuando fue trasladado este privilegio al templo de San José.
La Ermita de JesĂşs Nazareno (1612)
Otra de las obras maestras de la arquitectura en Popayán, construida en el siglo XVII, es la famosa Torre del Reloj, levantada entre 1673 y 1682 por iniciativa del Obispo Cristóbal Bernaldo de Quirós en la que se utilizaron noventa y seis mil ladrillos y mano de obra proveniente de Santa Fe. La Torre no fue concebida como una obra independiente sino que en verdad pertenece al conjunto arquitectónico de la segunda Catedral pues le servía de campanario. El reloj de la Torre, de fabricación inglesa, fue colocado en 1737. “Su mecanismo funcionaba por la acción de dos pesas de plomo que fueron cambiadas por Antonio Nariño en las lides de la independencia en 1814, cuando se requería el metal para fabricar munición, por dos piedras de cantera” (Castrillón, p. 115). El terremoto de 1736 hizo que la Torre perdiera uno de los tres cuerpos que tenía y que desapareciera la hermosa cúpula que la remataba. De modo que los dos cuerpos y el techo de teja son posteriores, es decir, de mediados del siglo XVII (Bueno, p. 224). Fue el Obispo Quirós muy encomiado por toda la población al lograr semejante obra para la época lo que le valió que las autoridades civiles convocaran el 30 de marzo de 1674 a cabildo abierto para enviar al rey un listado de las buenas obras ejecutadas por el Obispo (ACC Cabildo T:4, F:166v), entre ellas la Torre del Reloj. Después del terremoto de 1983, la Torre fue reforzada, con el patrocinio de Asocaña, y el reloj fue restaurado y puesto nuevamente en funcionamiento por la misma compañía inglesa que lo fabricó. Si bien es cierto que la Catedral en su disposición actual es la construcción más moderna de las tradicionales iglesias del centro histórico, sin embargo, representa el resumen de lo que es Popayán. Las construcciones que le antecedieron estuvieron determinadas por diferentes circunstancias: la precariedad económica y logística de los primeros días, las luchas entre los cabildos civil y eclesiástico, la sede vacante de Obispo, los numerosos proyectos dependiendo del prelado de turno, la lucha por la independencia y las guerras subsiguientes, en fin, y sobre todo, los continuos terremotos y la plaga de comején. Así, pues, la Catedral actual es la más moderna edificación de ese conjunto clásico pero su espíritu es el más antiguo porque representa el hecho concreto de Popayán como sede de un obispado con su cátedra desde 1546.
La Torre del Reloj (1682)
La primera edificación destinada a la sede episcopal fue de paja y bahareque en honor a Nuestra Señora de la Asunción o del Reposo, construida por el primer Obispo de Popayán, Juan del Valle, hacia 1558. Según Castrillón (2007) esta edificación fue destruida por el sismo de 1566. Preocupado el Rey Felipe II por las condiciones en las que se celebraba el culto divino en la sede episcopal de Popayán dispuso mediante Cédula Real del 8 de noviembre de 1590 algunas indicaciones prácticas de financiación para la construcción de una nueva edificación. Por el espíritu de la época fue el Gobernador Mendoza y Silva, en 1599, quien emprendió la obra como autoridad civil mientras la sede estaba vacante. Con la llegada del Obispo Juan de la Roca en 1601 tomaron más fuerza los trabajos pero su muerte repentina hizo que se detuvieran durante algún tiempo. Para el año 1608 ya estaba casi lista esta nueva edificación en tapia y teja y con el arribo del Obispo González de Mendoza se dio apertura a la obra para su uso público en 1609. Debido a su deterioro por el paso del tiempo, las tempestades, el comején y los terremotos, fue para aquella Catedral que Monseñor Quirós mandó construir la Torre del Reloj (1682) para reforzarla; los sismos de 1736 y 1751 la dejaron tan deteriorada que, como ya se aludió, fungieron de Catedral “pro tempore”, durante casi un siglo, los templos de la Ermita, San José y San Francisco. Mientras tanto, fueron muchos los intentos de construir una Catedral a la altura de aquella hidalga Popayán del siglo XVIII. El Obispo Jerónimo de Obregón fue el primer interesado cuando pidió en 1763 al jesuita Simón Schenher y al arquitecto José Aguiló un concepto sobre el particular; mientras éstos sugirieron derribarla para construir una nueva, llegó también el concepto del arquitecto Venancio Gandolfi quien aseguraba que lo mejor era reconstruirla.
La Catedral de Nuestra Señora de la Asunción
Entre una y otra idea los años pasaban y solo en 1784 pudo Monseñor Obregón decidirse por una construcción nueva ayudado por los arquitectos Antonio García y Fray Antonio de San Pedro, franciscano español; con la muerte de Monseñor Obregón se detuvieron en parte los trabajos mientras el arquitecto García entregaba los planos, que solo se conocieron en 1786. El Obispo sucesor fue Monseñor Ángel Velarde quien prefirió contratar los planos con la famosa Academia de San Fernando que a pesar de enviarlos fueron desatendidos para darle la razón al arquitecto García. La muerte, en 1809, del Obispo Velarde ocasionó una nueva paralización de los trabajos; junto a ello, las luchas por la Independencia no permitieron reiniciar, no solo por los problemas de orden público sino por la penuria de medios debido a lo costoso que resultó para el pueblo popayanejo, desde el punto de vista económico y de vidas humanas, la gesta de la libertad. De modo que hubo que esperar a 1818, con la llegada de Monseñor Jiménez de Enciso, para poder pensar en la continuación de los trabajos; solo que, español como era, el último de aquella lista de ibéricos, prefirió contratar unos nuevos planos con el arquitecto Marcelino Pérez de Arroyo, quien diseñó un templo en forma de cruz griega. Las vicisitudes propias de la naciente República y las implicaciones que soportó Popayán en este proceso hicieron que se tuviera que esperar a 1858 para que el Obispo Pedro Antonio Torres decidiera reemprender los trabajos. En ese año la obra fue asignada a otro arquitecto, el payanés José María Mosquera (AHEAP L: 6737 M: 736) pero debido a su muerte repentina se volvió a detener la obra; entonces el Obispo Torres decidió retomar los planos elaborados por el arquitecto Pérez de Arroyo pero la guerra civil de 1860-1863 volvió a truncar la anhelada obra. Llegado a Popayán el Obispo Juan Buenaventura Ortiz en 1889 y con la asesoría de Fray Serafín Barbetti, quien reformó sustancialmente el plano de Mosquera, se reiniciaron las obras; en 1897 el Obispo Manuel José Caicedo confió la dirección del proyecto a Adolfo Dueñas, quien finalmente diseñó la cúpula y la ornamentación, terminando los trabajos un poco más de cincuenta años y tres Obispos después, el 12 de junio de 1906. En 1918 se hicieron las instalaciones de la energía eléctrica bajo el episcopado de Monseñor Manuel Arboleda; terminado el trabajo de construcción de la Catedral el Arzobispo Maximiliano Crespo dedicó sus esfuerzos para lograr la construcción del actual Palacio Arzobispal, de corte ecléctico, entre 1930-1934 con planos del ingeniero Jesús María Plaza. Resulta interesante ver en los Archivos de la Arquidiócesis que para tal ocasión, entre 1927 y 1928, se hizo una encuesta a los ciudadanos sobre la posible demolición de la Torre del Reloj (AHEAP L: 10.720; F: 101 y 112); ver hoy este monumento representativo de la ciudad, aún incólume, nos da cuenta del gran aprecio que la ciudadanía históricamente le ha profesado. Continuando con la Catedral, años más tarde, con el arribo del Arzobispo Diego María Gómez, se logró la obtención del título de Basílica Menor. Lamentablemente, el terremoto de 1983 la dejó inservible pues se vino abajo la cúpula y en el altar mayor quedó arruinado el ciborio neoclásico de mampostería dorada en laminilla de oro, el expositorio grande de plata estilo rococó del siglo XVIII y el altar en mármol y alabastro; en términos generales quedó destruida y el Arzobispo Samuel Silverio Buitrago designó Catedral “pro tempore” al templo de la Medalla Milagrosa. San Juan Pablo II oró entre sus ruinas el 4 de julio 1986 y luego, en la celebración multitudinaria en la explanada de Campamento, diría: “Acabo de visitar la Catedral, centro y símbolo de la Iglesia local. He orado en ella por vosotros y por vuestros seres queridos, y he pensado que los majestuosos muros de esa basílica, cuatro veces quebrantados por catástrofes sísmicas, son a la vez signo de la tragedia acaecida y presagio de un pujante resurgir, al que todos estáis generosamente entregados… Que Dios os dé firme esperanza y que Él sea vuestra fortaleza en esta dura tarea” Solo en 1989 se concluyeron los trabajos de reconstrucción de la Catedral, liderados por el Arzobispo Buitrago, y el 15 de agosto de 2006 fue consagrada solemnemente por el Arzobispo Iván Antonio Marín López.
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Altar Mayor de la Catedral La escultura de Nuestra Señora de la Asunción fue obra del Maestro Buenaventura Malagón Silva encargada por el Arzobispo Samuel Silverio Buitrago para la reconstrucción de la Catedral.
Templos, claustros y conventos “Tres van a ser los edificios propugnados en América: el monasterio medieval del siglo XVI, la Catedral renacentista del siglo XVII y la iglesia – parroquial o conventual, urbana o rural – del barroco dieciochesco” (Pabellón, p. 308). En Popayán no hubo excepción a esta regla que vemos cumplirse cabalmente en las demás ciudades coloniales. Los monasterios fueron fundamentales para el desarrollo de la educación, la economía y la sociedad en general, pues alrededor de ellos se fue configurando la ciudad que, para la época, tenía como referente fundamental el hecho religioso y la economía rural y minera de la que hacían parte también los religiosos debido al método de sostenimiento de la época que les permitía usufructuar haciendas y minas.
Templo de Santo Domingo El Templo de Santo Domingo y el antiguo Convento de San Sebastiรกn
Templo de Santo Domingo Interior del Templo de los Padres Dominicos hoy con categoría de Parroquia.
En Popayán, el primer convento construido con su templo aledaño fue el de la Orden de los Predicadores o Padres Dominicos que fue puesto bajo el patrocinio de San Sebastián; según el padre Bueno (1945) fue en 1552 cuando fray Francisco de Carvajal lo estableció. Un tiempo después fray Francisco de Miranda recibió del Cabildo la donación del terreno para levantar el templo que fue inaugurado en 1588 y la casa conventual, de bahareque y paja, que solo en los gloriosos años del siglo XVIII se pudo ver en teja. Después del terremoto de 1736, que dejó muy averiado el templo, don Francisco Arboleda y el presbítero Mateo de Castrillón financiaron su reconstrucción. Así vemos que en la construcción o restauración de las iglesias del siglo XVIII no intervienen tanto las órdenes religiosas sino los criollos “para quienes el barroco fue también la expresión de un lucimiento cifrado en la vanidad personal” (Pabellón, p. 310). Por su parte, fueron los Dominicos, con su propio peculio y con donaciones de los fieles de la ciudad, quienes reconstruyeron el convento. En 1826 los Dominicos cerraron el convento y en 1827 fue expropiado el claustro para destinarlo a asuntos académicos y aún hoy funciona allí la Universidad del Cauca. Dignas de destacar de este templo son sus imágenes talladas en madera, sobre todo la más antigua de la ciudad, Nuestra Señora del Rosario, que data de 1589; el precioso retablo del altar mayor fue diseñado por el sacerdote Marcelino Pérez de Arroyo y tallado por el ebanista Camilo Guevara; el púlpito es diseño de Francisco José de Caldas. La Portada labrada en piedra tiene un encanto particular, en su dintel lleva la fecha de 1741, año en el que seguramente el templo ya estaba reconstruido tras el sismo de 1736.
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Altar Mayor Templo de Santo Domingo
El templo de San Agustín y el claustro que le acompañaba empezaron a ser construidos a finales del siglo XVI. Sin embargo, la construcción que hoy vemos data del siglo XVIII en su diseño pero sabemos que en el siglo XIX tuvo que ser intervenida en varias ocasiones debido a los terremotos que la afectaron, sobre todo el de 1827. El convento se extinguió en 1829 y el local fue destinado a la Universidad que lo cedió a la escuela de niñas para lo cual fue demolido; por su parte, las obras de reconstrucción del templo fueron lideradas por el entonces síndico de la cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, devoción insignia en esta iglesia. En 1834 se concluyó el camarín de la Virgen en el altar mayor y las bóvedas; de mediados del siglo XIX es la torre, el techo y el pórtico (Bueno, p. 31).
Templo de San Agustín El Templo de San Agustín y el antiguo Claustro
Retablo del Altar Mayor Templo de San Agustín
Templo de San Francisco
El templo de San Francisco responde a un nuevo modelo arquitectónico muy emparentado con el barroco. Los Franciscanos llegaron a Popayán entre 1568 y 1570 y fundaron el convento de Padres Observantes de San Bernardino hasta cuando en 1752 inició una nueva etapa de su comunidad con la creación del Colegio de Misiones de Nuestra Señora de las Gracias. Mientras existió el Convento de San Bernardino la capilla fue discreta. El actual templo de San Francisco fue obra del dinamismo del Colegio de Misiones con Fray Juan Gutiérrez quien insistió en iniciar su construcción el 14 de julio de 1775 bajo la dirección del arquitecto español Antonio García. En 1864 se extinguió la comunidad por falta de personal y el local del convento fue destinado a casa de gobierno hasta 1926, luego fue palacio de justicia y más tarde se convirtió en hotel. Hermosas obras de arte se encuentran en este templo, que se remiten a diferentes épocas; son muy apreciadas las tallas en madera de San Pedro de Álcantara, San Francisco, San Antonio de Padua, el Señor de la Veracruz y el Cristo conocido como “Cachorro” donado por Guillermo Valencia a principios del siglo XX. Es digno de apreciar el púlpito plateresco del cual ya se hizo referencia en su momento y que constituye un testimonio casi único de este estilo en América. Igualmente, como lo anota M. Bueno (1945) es de resaltar que en la campana mayor del templo se mezclaron muchas libras de oro para su fundición, “donadas por el benefactor Pedro Agustín de Valencia y fue consagrada a San Antonio” (p. 63). Junto a los tres primeros conventos de Popayán con sus iglesias aledañas también debemos considerar el primer convento femenino que fue una obra de religión muy apreciada en la ciudad. Querida la fundación por el segundo Obispo de Popayán, para que fuera refugio de las hijas solteras de los encomenderos y albergue para las mujeres pobres de la región, destinó para ello todos sus bienes póstumos (Méndez, p. 19). El deseo de Monseñor De Coruña se hizo realidad con la llegada de las Monjas Agustinas el 20 de marzo de 1591 para la instauración del convento de la Encarnación (Aragón, p. 213). Los Franciscanos se opusieron vivamente a esta fundación e incluso también el Gobernador Pedro de Velasco, secundando la idea de los religiosos y aduciendo la pobreza en la que se encontraba la Catedral, sugería se invirtieran los dineros en el proceso de construcción de la sede episcopal; y lo mejor de esta historia de pros y contras es que una hija del gobernador mencionado, María de Velasco, estuvo en el grupo de las primeras tres jovencitas que entraron al convento apenas fundado (Sánchez, 1946).
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Altar Mayor Templo de San Francisco.
El convento de la Encarnación fue construido pensando en que se trataba de monjas de clausura de modo que pudieran allí encontrar todo lo necesario para su subsistencia. Se logró un conjunto arquitectónico único en la ciudad que abarcaba dos cuadras completas. En el costado nororiental se encontraba la capilla que tenía acceso a la calle y que estaba destinada al culto en el que participaban las religiosas desde el coro, viendo pero sin ser vistas, a través del sistema de celosías. Junto a la iglesia se levantó un torreón de tres niveles más conocido como “El mirador de las Monjas” desde el cual las religiosas podían apreciar las procesiones de Semana Santa y del Corpus, así como otros actos civiles y religiosos celebrados en la Plaza mayor. Esta sección de todo el conjunto es la única que aún se conserva. Luego, más hacia el occidente, estaba el claustro con las celdas para cada monja – llegó a haber hasta 120 monjas en su mejor época - y los lugares de convivencia comunitaria, el refectorio, los lugares destinados para las artes y oficios, las manualidades, las aulas de instrucción para las novicias, el jardín y las locaciones del personal de servicio. Finalmente, contaban con una cuadra entera de huerto y solar más las locaciones destinadas a matadero de ganado con cuyas rentas se sostenía el claustro. En 1864, ya extinto el convento, se pudo abrir la calle sexta entre carreras quinta y sexta (ACC Cabildo. T:80, F:36); con el predio dividido se dispuso el 14 de octubre de 1871 que la cuadra desprendida hacia el sur oriente fuera destinada “a la construcción de 10 tiendas, una escuela de niños, una plaza de mercado y un teatro” (ACC Cabildo T:85, F:57). El Convento de la Encarnación fue, según Arboleda Llorente (1966), el primer colegio femenino en el territorio que corresponde a la actual Colombia o en palabras de Cepeda Vargas en su prólogo del trabajo de Méndez (1994) “el lugar en donde asoma por primera vez en Colombia la idea de educar a la mujer. Fue allí donde se cimentaron los pilares que sostenían la educación femenina de entonces: aprender a leer, a escribir, a bordar y a preparar alimentos” (p. 6). Quedó gravemente averiado con el terremoto de 1736 pero fue intervenido por el jesuita Simón Schenherr y el maestro Gregorio Causí que lo restauraron y en 1764 se dio comienzo al templo actual. El 4 de febrero de 1863 se decretó la exclaustración de todas las religiosas de la República, de modo que las Agustinas tuvieron que abandonar el claustro y lo hicieron el 23 de agosto, refugiándose en el Real Colegio Seminario durante un año antes de partir definitivamente al año siguiente. En una hermosa misiva del 30 de julio de 1864, a modo de despedida, expresan: “Nos vamos, sí, para cumplir la voluntad santa e incontrastable del Todopoderoso, a cuya mano invisible todo, todo sin excepción está sujeto” (Méndez, p. 142).
Retablo del Altar Mayor Templo de Nuestra Señora de la Encarnación.
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El segundo convento clásico de Popayán fue el de las Monjas Carmelitas Descalzas. En noviembre de 1720 los Marqueses de San Miguel habían hecho consultas al Cabildo secular y al Señor Obispo sobre la posibilidad de adelantar esta obra religiosa (Bueno, p. 111). Resulta interesante la reacción por parte de las Monjas de la Encarnación en contra de la fundación de un convento carmelitano alegando razones económicas que pondrían en riesgo la estabilidad de su convento (Méndez, 109); como las Carmelitas inicialmente llegarían a un predio situado en la plaza mayor, alegaban también las Agustinas que de construirse allí un claustro, sus altos muros impedirían que llegase a la Encarnación la luz del sol necesaria para recitar los oficios religiosos. (Bueno, p. 162). Los Dominicos, por su parte, también detractores de esta fundación, adujeron que la feligresía concurriría entonces por novedad al Carmen, afectando también el decoro de las funciones litúrgicas. No obstante lo aludido, la fundación del Convento de Monjas Carmelitanas fue aprobada con Cédula Real del 13 de junio de 1724, iniciándose así la construcción del claustro bajo la dirección del arquitecto Gregorio Causí, gracias a las donaciones de doña Dionisia Pérez Manrique, Marquesa de San Miguel de la Vega, para concluirse veinte años después, en 1744. En 1863 fue expropiado como bien de “manos muertas” y funcionó allí la normal de institutores y el colegio de los Hermanos Maristas como ya indicamos en su momento. Cuando éstos pasaron al local de San Camilo entonces fue destinado como cuartel de la Policía hasta 1952 (Castrillón, p. 80) cuando pasó a ser ocupado por el Colegio Femenino de las Hermanas Franciscanas hasta el terremoto de 1983. Actualmente funciona allí una sede de la Universidad del Cauca y su amplia biblioteca.
Campanario Convento de Nuestra Se単ora del Carmen.
Continuando con los templos de la ciudad, el de San José o de la Compañía fue la iglesia insigne de los Padres Jesuitas; los primeros indicios de la construcción se remontan a 1642 cuando levantaron el primer edificio para el culto. Con la creciente acogida de esta comunidad se puso en 1669 la primera piedra de un templo mejor logrado arquitectónicamente que fue concluido en 1702 pero que el sismo de 1736 destruyó; posterior a esta pérdida el jesuita Simón Schenher proyectó un nuevo templo de orden jónico que adelantó en gran parte pero que quedó inconcluso debido a que en 1767 se dio la expulsión de su comunidad por cuenta de las disposiciones del rey Carlos III. Ausente la Compañía, el templo fue terminado por iniciativa de los Obispos de la época aunque en 1885 se averió con el sismo de aquel año y debió reconstruirse, obra que también dirigió Adolfo Dueñas, como lo hizo en su momento con la Catedral (Castrillón, p. 113). Este templo sirvió como Catedral durante ciento treinta y dos años (1784 – 1906) por las vicisitudes que tuvo que enfrentar la construcción de ésta en su emplazamiento actual. El terremoto de 1983 lo semidestruyó y gracias al liderazgo de Luz Álvarez, vecina del templo, y con el patrocinio de Colcultura, pudo darse su restauración.
Templo de San José También llamada Iglesia de la Compañía, con las dos torres de la fachada y la cúpula del altar mayor. Al fondo, a la derecha, el campanario del Templo de San Francisco
También dos capillas dignas de mención, que no están ubicadas en el centro histórico de la ciudad pero que se encuentran en sectores estratégicos, se remontan a aquella época colonial. La capilla de Nuestra Señora de la Merced en el Alto Cauca y la dedica al Amo Jesús en el sector de Yanaconas, averiadas en el terremoto de 1983 pero reconstruidas con gran acierto. Como corona de aquella época colonial que dotó a Popayán de hermosos templos se encuentra el Santuario de Belén, en aquella hermosa colina que domina la ciudad. La historia nos hace remontar al año 1679 cuando don Juan Antonio Velasco dispuso aquel predio para que se construyera el santuario en honor a Nuestra Señora de Belén; luego de la aprobación del proyecto por cuenta de Monseñor Bernaldo de Quirós, ya famoso por la construcción de la Torre del Reloj, el señor Velasco pagó de su propia cuenta la edificación, fundó la Cofradía de Jesús, María y José, para la celebración de la fiesta, y mandó traer de Quito estas tres imágenes; aprovechando el paso de algunos padres Carmelitas logró el mismo benefactor que éstos se destinaran al cuidado del templo y les construyó incluso la casa aledaña. Sin embargo, los Carmelitas no estuvieron allí más de dos años pues fueron llamados a España (Bueno, p. 83).
Altar Mayor Templo de San José.
Si bien el Santuario fue construido inicialmente para el culto a Nuestra Señora de Belén, cuya fiesta principal era en el día de Navidad, con el tiempo se destinó a la devoción del “Amo Jesús” que paulatinamente se había difundido entre los popayanejos; razón de esto es que el 4 de abril de 1717 se colocó en la capilla de Nuestra Señora la imagen del Santo Ecce Homo y selló esta decisión la unidad cultural y religiosa del santuario con el patrono devocional de Popayán. Cuenta M. Bueno (1945) que la famosa imagen del Amo Jesús fue tallada en madera en Pasto a expensas del capitán José de Morales Fábrega y traída “en bruto” a Popayán con el fin de destinarla al culto en el santuario. Como la talla debía “encarnarse” por ello estuvo casi 33 años en su casa, donde se realizó este trabajo, de modo que la viuda del capitán la creía de su propiedad y la veneraba en su oratorio privado. Tras un sonado litigio a principios del siglo XVIII se logró que desistiera de sus intereses y, como se dijo, se entronizó en el santuario; la segunda entronización solemne ocurrió en 1787. Las procesiones de “bajada” y “subida” de la imagen para que salga en las procesiones de Semana Santa iniciaron a finales del siglo XVII y aún hoy son actos religiosos imprescindibles. La bajada se realiza a cargo de las mujeres de la ciudad, ocho días antes de iniciar la semana mayor, hasta el templo de San Francisco y la subida, bajo la responsabilidad de los varones de la ciudad, tiene como fecha fija el primero de mayo luego de la celebración pontifical de la Eucaristía a cargo del Señor Arzobispo en la que participa una multitud extraordinaria de fieles. Una capilla mucho más moderna pero que hace parte también del centro histórico es la de Nuestra Señora de la Merced contigua al antiguo convento de los Padres Camilos de la Buena Muerte quienes desde su llegada construyeron una capilla para la atención de los fieles de esta zona de la ciudad. Extinto el convento luego de la Independencia en 1889 llegaron los Hermanos Maristas que construyeron allí mismo una hermosa capilla de estilo neogótico. Con planos del hermano Teodoro José, revisados por el arquitecto e ingeniero español José Sacasas, la obra concluyó en 1930. De los talleres de los Hermanos Maristas en San Camilo salió la mano de obra para esta imponente obra: de su ebanistería resultó el hermoso retablo gótico del altar mayor fruto de la destreza del maestro Pascual Bergallo y aunque los vitrales fueron traídos directamente de Francia, los marcos fueron construidos en la misma carpintería. Allí marcaron época los conciertos de música de cámara acompañados con el famoso órgano que hizo las delicias de los amantes de la buena música. El ambiente neogótico dio un aire moderno europeo a la provinciana Popayán acostumbrada a sus también hermosos templos clásicos. Después del terremoto de 1983 la ciudad se expandió considerablemente, dejando el centro histórico como un resguardo de la tradición religiosa y cultural de la ciudad. En las periferias comenzaron a surgir los nuevos asentamientos humanos, la ciudad comercial y residencial en la que también se nota la influencia de la Iglesia a través de la construcción de los templos para las nuevas parroquias y los colegios de las instituciones religiosas.
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Nuestra Señora de Belén Desde una colina, el Santuario emblemático de Popayán domina el Valle de Pubén.
Recordatorio de Tesis de don Cristóbal Mosquera Óleo sobre lienzo. Marco policromado y estofado; decoraciones florales con incisión en laminilla de oro. Anónimo Quiteño. Siglo XVIII. Lienzo: 105 x 88 cms. Marco: 181.5 x 126 x 5 x 9.5 cms.
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Capítulo IV Obispos, Clérigos y Cabildos “A la vista está, señores, el hermoso espectáculo que ofrecen los Venerables Curas en nuestras ciudades y pueblos. Miradlos fundando la enseñanza de las artes e industrias; dando reglas y consejos al agricultor y al ganadero; inculcando en el corazón de los padres la formación cristiana de sus hijos; fundando y dirigiendo cajas de ahorros y montes de piedad para sus feligreses; predicando con palabra y ejemplo la verdad de Jesucristo que es redención de toda miseria como norma de vida y foco indeficiente de sabiduría como doctrina”. Efraín de J. Navia. 5 de abril de 1921 Discurso en las Bodas de oro del Seminario de Popayán
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azón tenía don Arcesio Aragón (1930) al escribir que el Obispado de Popayán “ha contado con muchos varones eminentes por su piedad, su ilustración o su don de gobierno” (p. 184), que no obstante las dificultades de cada época, han sabido regir esta jurisdicción que está cercana a cumplir cinco siglos de existencia. De los 36 sucesores de los apóstoles que la Iglesia de Popayán ha tenido desde su creación, los primeros 27 rigieron el territorio en categoría de Diócesis durante 354 años; erigida el 1 de septiembre de 1546 por el Papa Paulo III, fue sufragánea primero de la Arquidiócesis de Lima y más tarde de la de Santafé (1684). Con la elevación a categoría de Arquidiócesis, el 20 de junio de 1900 por el Papa León XIII, durante el episcopado de Manuel José Caicedo Martínez, Popayán se convirtió en la segunda Arquidiócesis en la historia de Colombia y vinieron los nueve Arzobispos que hasta hoy la han pastoreado. Monseñor Caicedo sería a la vez el vigésimo octavo Obispo de esta Sede de Popayán y el primer Arzobispo, iniciando un nuevo y a la vez continuo elenco de prelados a cuya Iglesia Metropolitana le fueron asignadas como sufragáneas algunas jurisdicciones que en la actualidad corresponden a seis: las diócesis de Ipiales, Tumaco, Pasto y Mocoa-Sibundoy y los Vicariatos Apostólicos de Guapi y Tierradentro. Desde Don Juan del Valle, el profesor segoviano que con generosidad dejó la cátedra en Salamanca, España, para venir a fundar en medio de incertidumbre pero con mucha esperanza la tercera diócesis de la actual Colombia (1546), hasta Monseñor Iván Antonio Marín López, el entonces Secretario del Pontificio Consejo Cor Unum en Roma que en su momento hizo lo propio en 1997 para asumir la conducción del ahora Arzobispado, y que hasta el momento ejerce este ministerio, encontramos la variada lista de prelados entre los que se encuentran personajes de gran linaje, de humilde procedencia, de gobierno decidido, de extrema sabiduría, de caridad arrolladora.
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Bástenos el pensar en Melchor Liñán de Cisneros, Obispo de Popayán entre 1667 y 1671, que según el espíritu de la época, por su “pureza de sangre” llegó a ser Virrey del Perú (interino 1678-1681) mientras ejercía el Arzobispado de Lima. El famoso cronista Juan Florez de Ocariz le dedicó su obra “Genealogías del Nuevo Reino de Granada” (1674) al “Obispo de Popayán” como se puede ver en el frontispicio y dice de él que era descendiente del Cid Campeador y del rey Alfonso V de León y pariente del Cardenal Jiménez de Cisneros (Flórez de Ocariz I: 341). Al Obispo de enormes dotes políticas debemos aunarle el Obispo guerrero, como lo fue Diego de Montoya y Mendoza (Ob. 1634-1637) que, como lo refiere J. Florez (1674) fue quien condujo a la “fe católica a los indios Chocoes y Noanamaes, en 1637, por medio de su hermano don Francisco Montoya y don Ventura Montoya, su primo, capitulando gobierno y poblando un lugar con nombre de la Sed de Cristo” (IV:172), destinando grandes esfuerzos a implantar las misiones en el actual Chocó.
Melchor de Liñan y Cisneros (1629 – 1708) XI Obispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Anónimo. Siglo XVIII. 125 x 87 cms.
Si de procedencias se trata, pudiéramos ver un contraste en la historia de Pedro Antonio Torres (Ob. 1856-1866) cuyos orígenes fueron discutidos y su fama de intelectual nunca los pudo acallar. Así Aragón, (1930, p. 179) lo pone como: “Niño expósito criado en la casa de las señoras Torres Montehermoso”, el padre Vargas (1945, p. 595) refiere que “oculto fue su nacimiento y su crianza milagrosa”. El padre Bueno (1945) prefiere callar al respecto y según G. Arboleda, en su Diccionario, fue “hijo del Capitán español Mateo Fernández de Mome y de una linajuda señorita de esta ciudad, criado como expósito en el monasterio de la encarnación de donde lo sacó su padre al contraer matrimonio y lo confió a su esposa Juana Sánchez y Caldas, quien fue una verdadera madre para él”.
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Orígenes diversos pero en todos los prelados de esta Iglesia de Popayán ha sabido descollar su enorme caridad. En general, por lo que vemos en los documentos del Archivo Eclesiástico, todos los Obispos de esta sede siempre han tenido en su corazón una o varias obras de caridad; de sus iniciativas han surgido escuelas, colegios, monasterios, orfanatos, ancianatos, hogares de paso, programas de vivienda, puentes, carreteras, becas y limosnas de diverso tipo que iremos narrando según el caso. De entre todos los ejemplos bástenos dos por el momento. Del Obispo Jerónimo Antonio de Obregón y Mena (Ob. 1759 - 1785) cuenta el historiador J.M. Groot, que “sin ser crecidas las rentas de la mitra, repartía en limosnas más de 8.000 pesos en el año, sin contar las extraordinarias”. Y en el diario de los Padres Camilos, quienes lo asistieron en su última hora, se lee que “fue este prelado muy limosnero, de suerte que gastaba 90 onzas en limosnas anuales, y algunos años gastó más de la renta, echando mano de la plata labrada de su rico patrimonio” (Bueno, 162). Si consideramos que con 5 pesos en aquella época una familia podía proveerse de víveres durante un mes, nos daremos cuenta de su extraordinario desprendimiento. Del sucesor de Monseñor Obregón, Ángel Velarde y Bustamante (Ob. 1789-1809), cuenta J.B. Ortiz (1945) que “Empleaba la mayor parte de sus rentas en socorrer a los pobres, y a las familias vergonzantes de esta ciudad les tenía señalada una cantidad mensual que daba personalmente por la noche. Por uno de los balcones de la casa episcopal bajaba un talego por una soga, depositaba la cantidad señalada y haciéndola descender iba a las manos del que socorría, para volver al mes siguiente” (p. 164).
Ángel Velarde y Bustamante (1746 – 1809) XXI Obispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Anónimo. Siglo XIX. 120 x 85 cms.
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El Cabildo Eclesiástico Junto a los Obispos, el Cabildo Eclesiástico o Capítulo Catedralicio fue una institución plurisecular que, al menos en su forma clásica, vio su fin con el Concilio Vaticano II (1962-1965) que dio paso a los Consejos Presbiterales centrados más en el trabajo pastoral y no tanto en el oficio litúrgico. Arraigado en la más fina tradición del culto medieval, fue el Concilio de Trento (1545-1563) en el Decreto sobre la Reforma (Sesión XXIV, Capítulo XII) el que le dio la organización con la cual se difundió en el Nuevo Mundo (López de Ayala, 1785, p. 441). La Reforma Católica ante la avanzada Protestante, que más tarde daría lugar al movimiento conocido como “Contrarreforma”, dio relevancia especial a la solemnidad litúrgica y la celebración de los sacramentos; de modo que esta especie de Consejo del Obispo tenía un lugar destacado inicialmente en los temas del culto, pero poco a poco, al menos en el caso de América, tuvo grandes incidencias en la administración de los Obispados y en la conservación de la historia escrita que, por lo menos, en el caso de Popayán, ha sido relevante ya que el Archivo Eclesiástico consta en gran medida de los testimonios de las actas del Cabildo que hoy son una gran fuente de investigación. El Cabildo Catedralicio estaba conformado por un deán que lo presidía y cuatro dignidades: un arcediano que lideraba la liturgia, un chantre que coordinaba el coro, un maestrescuela que instruía en el ámbito cultual a los futuros clérigos y un tesorero que se encargaba de las finanzas. En orden jerárquico descendente seguían, de acuerdo a los diezmos con los que se beneficiaba cada Catedral, una serie de racioneros, medios racioneros y capellanes, cantores y sacristanes. En las Catedrales más importantes, como México y Lima, los Cabildos eran colegios de al menos veinte clérigos; Popayán, que no era la provincia más desprovista en rentas, sin embargo no tenía aquella facilidad para sostener un cabildo tan numeroso y por ello en algunas épocas debió contentarse con unas pocas dignidades. Por ejemplo, refiere J.B. Ortiz (1945) que en 1640 “a la llegada del señor [Obispo Francisco de la] Serna el capítulo estaba compuesto de sólo dos miembros: un chantre y un maestrescuela” (p. 259). Esto nos indica la penuria de aquellos años en los que la construcción de la Catedral en tiempos del Obispo Juan de la Roca había dejado sin grandes prebendas al Cabildo. Llegaría enseguida el siglo XVIII, época literalmente de oro para Popayán, donde el Cabildo volvería a tomar la relevancia de otras épocas. En el caso de Popayán, los deanes siempre fueron clérigos destacados y, con ellos, los Cabildos Catedralicios pasaron a ser reconocidos como una institución fuerte y duradera que daba continuidad a los procesos de evangelización en medio de las constantes interinidades que debió soportar el Obispado a causa de los continuos traslados de sus prelados, la distancia extrema que separaba a las ciudades, los limitados medios de comunicación, la tardanza en el nombramiento de Obispos a causa de la burocracia de la época o incluso la negación a aceptar el obispado, lo que provocaba iniciar nuevamente el proceso de selección. Lo sorprendente es el siguiente dato: sumados los años de sede vacante llegamos a noventa y seis. Es decir, casi un siglo o una quinta parte del tiempo de existencia de la diócesis ha permanecido ésta en interinidad, sin Obispo en propiedad.
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Tres periodos, casi separados por un siglo cada uno, han visto durante largos años la sede de Popayán vacante. La renuencia de los candidatos a ocupar la sede y aceptar el cargo se debió al espíritu cuando no a las condiciones de la época. En muchos casos, los Obispos rechazaron la preconización o el traslado al Obispado de Popayán por tratarse de un territorio extenso y sin mayores réditos, comparado con otras sedes episcopales más prósperas o por ser un lugar apartado de difícil acceso o incluso debido a problemas de salud y ancianidad. Algunos ya preconizados murieron con la intención de tomar posesión como Luis de Betancourt y Figueroa (1655) o Joaquín Mateo Rubio que en 1787 siendo Obispo en las Filipinas murió sin conocer que había sido elegido para la Sede de Popayán (Hernáez, p. 149). El primer periodo extenso de interinidad, de doce años, entre 1647 y 1659, nos lo relata J.B. Ortiz (1945): Larga resultó la vacante después de la promoción del ilustrísimo señor La Serna, porque durante ella fueron propuestos sucesivamente don fray Gregorio de Montalvo, don fray Bernardino de Cárdenas, Obispo que era del Paraguay, don Juan Andrés Gaitán, inquisidor de Lima, don Juan Machado de Chávez, natural de Quito y Arcediano de la Catedral de Charcas; don Agustín Velásquez de Tineo, natural de Cuellar, en el obispado de Segovia y capellán de honor del rey, y por último, don Luis de Betancourt y Figueroa, ninguno de los cuales llegó a tomar posesión del obispado, hasta que por fin, en mayo de 1658, el Papa Alejandro VII preconizó a don Vasco Jacinto de Contreras (p.172).
Diego Fermín de Vergara (1676 – 1744) XVII Obispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Anónimo. Siglo XVIII. 126 x 90 cms.
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Un segundo lapso, de nueve años de interinidad, se dio entre la muerte del Obispo Juan Gómez de Navas y Frías en 1726 y la llegada de Diego Fermín de Vergara en 1735. Durante estos nueve años encontramos una serie de Obispos preconizados que no aceptaron venir a Popayán como Juan de Laizeca y Alvarado, Francisco de la Trinidad Arrieta, que era Obispo de Santa Marta y Francisco Gómez Calleja. El que sí aceptó, pero el infortunio le impidió su llegada definitivamente, fue Manuel Antonio Gómez de Silva. Consagrado en Lima para Obispo de Popayán en 1729, a los 74 años, como ya se dijo, el 17 de septiembre de 1731 se embarcó en el puerto del Callao con sus criados. En Piura, la nave naufragó debido al choque con un arrecife (29 de septiembre de 1731). El Obispo, con sus familiares y criados, unas catorce personas, fueron enterrados en Piura, luego de haber sido rescatados sus cuerpos por los indios de la costa (Aragón, 174). Como el Cabildo Eclesiástico había tomado posesión de la sede en 1729, en nombre del Obispo Gómez, por ello hoy en día se le cuenta en el episcopologio payanés aunque nunca haya pisado la ciudad. Y el tercero de los periodos vacantes más largos, también de nueve años, fue el que por motivos de las guerras de Independencia llevó a Popayán a estar sin Obispo de 1809, con la muerte de Ángel Velarde y Bustamante, hasta 1818 con la llegada de Salvador Jiménez de Enciso. En el intermedio, a pesar de que Pedro Álvarez fue nombrado Obispo para Popayán en 1810 y tomó posesión a través de su procurador, el Presbítero Manuel Urrutia y Quijano en 1813, sin embargo nunca llegó a la ciudad sino que prefirió renunciar al episcopado y regresar a España (Bueno, p.361). Por ello, aunque la lista del padre Bueno lo agregó entre los Obispos de Popayán sin embargo no aparece su nombre en el Bulario de Hernáez (p.149). Digno de destacar en esta época (enero de 1814) es el clérigo Andrés Marcelino Pérez de Valencia que, como lo refiere Monseñor Ortiz (1945), mientras la sede vacante era aquejada por la penuria de sacerdotes, éste “continuaba solo haciendo capítulo y procurando que no faltara el culto en la Catedral, ni quedara la Diócesis en completa acefalia” (p. 366).
Salvador Jiménez de Enciso (1765 – 1841). XXIII Obispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Anónimo. Siglo XIX. 125 x 92 cms.
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De modo que el de la vacancia es uno de los motivos por los cuales vemos a los deanes de Popayán ejerciendo jurisdicción en asuntos de competencia de los Obispos como se lo permitía el Concilio de Trento (Sesión XXIV, Capítulo XVI) según lo vemos en la traducción de López de Ayala (1785 p. 453) o tomando posesión de la silla episcopal en nombre de los prelados preconizados mientras llegaban de la lejana España o de los lugares más apartados de las Nuevas Indias de donde eran trasladados. Por tal motivo trece Obispos entre los siglos XVI y XIX, desde Domingo de Ulloa en 1594 hasta Salvador Jiménez de Enciso en 1818, tomaron posesión de esta sede a través de procurador. Bástenos ilustrar el ejemplo del deán Juan Montaño quien en 1601 toma posesión en nombre de Juan de la Roca y Cuadros, o el caso del deán Miguel de Reza Montoya que en 1699 hace lo propio en nombre de Mateo de Villafañe. También Jerónimo Antonio de Obregón y Mena tomó posesión de este obispado en 1759 por medio de procurador. Ya asegurada la plaza, tardó en llegar dos años (1761) a su sede procedente de Lima, viaje marítimo y terrestre que para la época no tardaba más de cuatro meses con sus respectivas estaciones. Gracias a su predominante posición económica, también vemos a los deanes ejerciendo su liderazgo y generosidad a la hora de adelantar reformas y reconstrucciones en las iglesias como la liderada por el deán Mateo Castrillón en la Iglesia de Santo Domingo después del terremoto de 1736 y siendo mecenas de obras de orfebrería y ornamentación para ser donadas a las iglesias. Y no podemos dejar pasar también sus influencias en obras de educación, como por ejemplo la fundación del Real Colegio Seminario (14 de diciembre de 1639 con cédula Real del 25 de abril de 1643) cuya creación se debió gracias al patrimonio heredado por el deán Francisco Vélez de Zúñiga para este fin y la intervención del Obispo Francisco de la Serna, razón por la cual esta institución llevó siempre el nombre del Seráfico Doctor en recuerdo de estos dos protagonistas. Este mismo deán fue quien en 1628 compró a su costa algunas camas para iniciar el que sería el futuro hospital de los Bethlemitas y también contribuyó para que los Padres Jesuitas llegaran en 1631 a la ciudad.
Fernando Cuero y Caicedo (1780 – 1851). XXIV Obispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Anónimo. Siglo XIX. 120 x 93 cms.
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Algunas Generalidades De los 36 Obispos de Popayán 25 han sido elegidos del clero secular, la mayoría de ellos, hasta el siglo XIX, procedentes de los Capítulos Catedralicios. Las órdenes religiosas también tuvieron destacados representantes en esta sede: ocho de ellos provinieron del clero regular, de los cuales cuatro agustinos (OSA), y uno de cada una de las siguientes Reglas: Dominicos (OP), Franciscanos (OFM), Carmelitas (O.C) y Carmelitas Descalzos (OCD). Finalmente dos padres vicentinos (CM) y un sulpiciano (PSS).
San Mateo Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 100 x 71.5 cms.
En cuanto a su lugar de origen, el primer lugar lo ocupan los españoles con 16 elegidos, desde el primer Obispo, Juan del Valle (Ob. 1546-1561) hasta el vigésimo tercero, Salvador Jiménez de Enciso Cobos Padilla, en su largo episcopado de 23 años (18181841) ejercido entre la guerra de independencia y la naciente República. En segundo lugar procedían del Virreinato del Perú, sobre todo del Capítulo Catedralicio de Lima, de donde vinieron cinco. El primer americano venía precisamente de la Ciudad de los Reyes y fue Juan de la Roca y Cuadros (Ob. 1601-1605), consagrado por Santo Toribio de Mogrovejo (5 de noviembre de 1600); el último Limeño fue Jerónimo Antonio de Obregón y Mena (Ob. 1759 – 1785) que ostenta el episcopado más largo en Popayán, de 26 años. También del actual Perú, el único de este grupo no nacido en Lima fue el agustino Francisco de la Serna y Rimaga Salazar quien era original de León de Huánuco y que sirvió esta diócesis durante cinco años (Ob. 1640 a 1645).
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San Marcos Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 99 x 72 cms
En la época del Virreinato de la Nueva Granada Popayán tuvo que esperar hasta mediados del siglo XVIII para que el primero de estas tierras llegara a la sede episcopal, encargo que recayó en el payanés Francisco José de Figueredo y Victoria (Ob. 17431752). Después de la gesta independentista los Obispos han sido siempre de la Patria. También en esta lista de Payaneses entran Pedro Antonio Torres (Ob. 1856-1866) y Miguel Ángel Arce Vivas (Arz. 1965-1976). Del entonces Obispado de Popayán debemos contar los nacidos en su jurisdicción antes de la creación de la Diócesis de Cali (1910) pues en este territorio desempeñaron su ministerio no solo como Obispos sino como sacerdotes. Se trata del franciscano Fernando Cuero y Caicedo (Ob. 1843-1851) nacido en Cali, el vicentino Manuel Antonio Arboleda y Scarpetta (Arz. 1907-1923) oriundo de Cartago pues “exigencias de la política” habían hecho establecer accidentalmente allí a su padre, Simón, hijo del prócer payanés Antonio Arboleda (Aragón,1930, p.186), y el ilustre hijo de Buga, Maximiliano Crespo Rivera (Arz. 1924-1940). Décadas más tarde, durante el año 1990, también de esta región, oriundo de Cartago, el Arzobispo Pedro Rubiano Sáenz, futuro Cardenal en la sede primada de Colombia, ejercería su servicio pastoral como Administrador Apostólico de Popayán luego de la muerte del Arzobispo Samuel Silverio Buitrago. Procedentes de la Arquidiócesis de Santa Fe de Bogotá vinieron tres Obispos consecutivos finalizando el siglo XIX. El primero, de Moniquirá (Boyacá), Carlos Bermúdez y Pinzón (Ob. 1869-1886) y, los dos siguientes, de Bogotá, Juan Buenaventura Ortiz (Ob. 1889-1894) y Manuel José Caicedo Martínez (Ob-Arz. 1897-1905). Ya entrado el siglo XX la Arquidiócesis ha contado con una serie de Arzobispos que proceden del norte del antiguo Obispado de Popayán en el Gran Cauca y que hoy en día corres-
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ponde a otros departamentos. De Antioquia han ejercido aquí su ministerio Monseñor Juan Manuel González Arbeláez (Arz. 1942-1944) natural de Rionegro y el actual Arzobispo, Monseñor Iván Antonio Marín López (desde 1997), oriundo de Jardín. De Caldas encontramos a Diego María Gómez Tamayo (Arz. 1944-1964) de Aranzazu; junto con él, los también caldenses Samuel Silverio Buitrago Trujillo (Arz1976-1990) y Alberto Giraldo Jaramillo (1991-1997), nacidos en Manizales. En cuanto a la edad, Pedro Díaz de Cienfuegos (Ob. 1688-1696) fue el Obispo más joven al asumir esta sede con 34 años; después de 8 años de servicio en la Ciudad Fecunda pasaría a la sede de Trujillo; otro prelado joven fue Manuel Antonio Arboleda que a los 37 años asumió este episcopado (Arz. 1907-1923) hasta su muerte en Dagua (Valle) aquejado de una penosa enfermedad. El Obispo de mayor edad en asumir la sede fue Manuel Antonio Gómez de Silva, quien según Le petit episcopologe fue preconizado en 1727 y tomó posesión de esta sede, mediante el Cabildo, a los 74 años, edad poco usual para semejante designación; si el Concilio de Trento habla explícitamente de la edad mínima para recibir la consagración episcopal no dice nada con respecto a la edad máxima de ejercicio pues bien es sabido que la función episcopal activa cesaba únicamente con la muerte, distinto a la legislación canónica actual que la limita a los 75 años de vida. El de Gómez de Silva es el único caso en la sede de Popayán a esta edad pues en promedio los designados a esta jurisdicción han tenido entre los 50 y los 60 años. El caso es que Gómez de Silva nunca llegaría a la ciudad por el naufragio en el que perdió la vida en su viaje hacia Popayán para tomar posesión de la sede. De los que sí tomaron posesión personal del Obispado el de mayor edad es Pedro Antonio Torres quien a los 65 años llegó a esta ciudad como Obispo en 1856. Moriría 10 años más tarde en Cali, siendo Obispo de Popayán y buscando un clima más benigno para su enfermedad.
San Lucas Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 95 x 72 cms.
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Para doce de ellos Popayán ha sido la única sede de gobierno episcopal y dieciséis en total han terminado sus días en esta jurisdicción. Para los demás, sobre todo entre el siglo XVII y mediados del XVIII, fue Popayán un lugar de paso mientras recibían su promoción. En este siglo y medio hubo 16 Obispos, desde Juan de la Roca y Cuadros (1601) hasta Diego del Corro (1753). De éstos, excepto Juan de la Roca y Cristóbal Bernaldo de Quirós, los restantes 14 Obispos fueron trasferidos, lo que deja ver que Popayán era una sede de tránsito para la promoción de sus Obispos que salían de aquí a ejercer el ministerio en Trujillo, La Paz, Lima, Huamanga, México, Quito, Santa Fe y Guatemala, sedes que por su estrategia geográfica y económica iban tomando prelación. Después de la elevación a categoría de Arquidiócesis, Popayán como sede episcopal ha sido punto de llegada para sus Arzobispos, excepto para Manuel José Caicedo y Alberto Giraldo que fueron trasferidos, en 1905 y 1997, respectivamente, a la sede de Medellín donde culminaron su servicio episcopal. Sobre la duración de los periodos episcopales tenemos casos extremos. El de menor duración ha sido el de Juan Manuel González Arbeláez quien regentó la diócesis por un año y ocho meses (Ob. 1942-1944) aunque en sede únicamente estuvo un poco más de un año (julio de 1942 a diciembre de 1943). También lo fue el de Feliciano de la Vega y Padilla en el siglo XVII (Ob. 1631-1633) quien visitó la diócesis antes de consagrarse y por ello algunos dicen que no tomó posesión de ésta (Bueno, 149). Sin embargo, fue Obispo en propiedad y recién consagrado fue promovido a La Paz de donde pasó a México en 1638. Por el contrario, entre los periodos más extensos tenemos el de Jerónimo Antonio de Obregón y Mena quien sirvió esta diócesis durante veintiséis años (1759-1785), seguido de Agustín de Coruña (1564-1589) con 25 años y ocho meses, Salvador Jiménez de Enciso (1818-1841) durante veintitrés años y, durante veinte años, tanto Ángel Velarde y Bustamante (1789-1809) como Diego María Gómez (1944-1964).
San Juan Óleo sobre lienzo. Anónimo quiteño. Siglo XVIII. 99 x 72 cms.
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La Barca sacudida por las olas y la Estrella de la Esperanza En el gobierno y el servicio pastoral de estos 36 prelados no han faltado los detractores lo mismo que los contratiempos; sus historias no son las de los héroes desencarnados que están más allá del bien y del mal, sino que nos ubicamos en casi cinco siglos de historia en los cuales, por las condiciones de cada época, el Obispo no ha sido solo el guía espiritual del cristiano sino también el defensor de causas justas, el administrador de bienes eclesiásticos y el propiciador de iniciativas que resultan a veces antipáticas a los poderosos, sin hablar de las limitaciones de su propio carácter. Las controversias han provenido básicamente de tres frentes: En primer lugar han sido internas, es decir, entre los Obispos y sus mismos colaboradores, como las de Juan del Valle que prohibió a los capellanes de las encomiendas absolver de sus pecados a los españoles que trataban inhumanamente a los indios; los mismos clérigos, faltos por esto de los estipendios por la administración de sacramentos, instigaron a los vecinos de Cartago para que instauraran una acción legal contra él porque “temen que el prelado no les concederá la absolución estando cerca la Cuaresma” (Friede 1962, p. 112) aludiendo que el Obispo solo buscaba sus intereses personales. El agustino Jerónimo de Escobar en su informe después del paso por Popayán en 1587 alude a la disputa entre el Obispo y los Franciscanos de la encomienda de Guachicono por una parte, y el prelado y los Mercedarios de una encomienda en Cali por otro lado, que no querían entregarlas a pesar de la solicitud del prelado De Coruña (Aragón, 170). Un par de siglos más tarde, las dificultades las enfrentaron los Obispos Diego Fermín de Vergara (Vargas, 1945, p. 454) y Francisco José de Figueredo y Victoria (Aragón, 1930, p.175) con sus propios Cabildos Eclesiásticos en la primera mitad del siglo XVIII cuando éstos últimos habían alcanzado un gran poder de convocatoria y liderazgo. Otro tipo de disputas surgieron por cuestiones sociales y económicas, auspiciadas por los Cabildos civiles y las personas particulares, como las querellas que la ciudad presenció a finales del siglo XVI cuando los dos primeros Obispos, Juan del Valle y Agustín de Coruña, hicieron causa contra los encomenderos que despiadadamente abusaban de la mano de obra indígena, de la cual, aunque también ellos se beneficiaban, supieron ser defensores advirtiendo la necesidad del pago justo del salario y el evitar los trabajos denigrantes como la carga a lomo de indio o el robo de estos para venderlos o cambiarlos por mercancías (Friede, 1962, p. 110). Juan del Valle fue recusado ante la Real Audiencia aduciendo que eran “ilegales” sus funciones protectoras, mientras por su parte, años más tarde Agustín de Coruña fue desterrado. A. Aragón (1930p. 165-169) siguiendo algunos relatos de la época nos relata cómo el segundo Obispo de estas tierras fue a parar en arresto a Quito en 1583 por alegatos con el Gobernador Espinar. Años más tarde, las disputas entre gobierno civil y eclesiástico dieron un nuevo episodio en la ciudad. En enero 15 de 1611 se conocieron las querellas de los vecinos de Popayán “para que se tomen medidas respecto del mal comportamiento del Obispo para con los feligreses, las comunidades religiosas y el Gobierno civil” (ACC Cabildo T: 1, F: 4,5). Se trata del Obispo Juan González de Mendoza quien había llegado hacía poco a Popayán después de haber desempeñado altos cargos no solo en España sino en la China e Italia razón por la cual le fue difícil la acomodación en una sede más bien modesta pero en la cual, pasado el tiempo, invirtió sus esfuerzos y entregó su vida hasta ver la muerte en 1618. Los inconvenientes radicaban en las solicitudes que hacía el prelado del aumento del porcentaje en los diezmos para adecuar la obra de la Catedral que había quedado terminada por su iniciativa en 1608.
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Serie “El Apostolado” Óleos sobre lienzo. Anónimo Europeo. Siglo XIX. Marco de madera con incisiones en laminilla de oro. 126 x 90 cms.
San Pedro San Andrés
Santiago el Mayor
San Juan
San Felipe
San Bartolomé
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Santo Tomás
San Mateo
Santiago el Menor
San Simón
San Matías
San Pablo
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Más adelante, en enero 2 de 1617 nuevamente surge una disputa con el Cabildo de la ciudad pues el Obispo quería obligar la participación de los fieles en la misa dominical y las fiestas de guarda bajo graves amenazas, quizá de excomunión (ACC Cabildo, T: 1, F: 102); también siguieron las dificultades por la designación que hizo el Obispo del oficio de fiscal eclesiástico en la persona de Gaspar de Salamanca, a “quien se le acusa por varias personas de mal manejo en el cargo e injurias al Cabildo” (ACC Cabildo T:1, F: 125v). Las enconadas peleas no cesaron ni siquiera con la muerte del Obispo, el 14 de febrero de 1618, pues luego de su deceso llegó finalmente a Popayán, el 23 de febrero siguiente, Pedro López de Serantes “comisionado para la investigación sobre las arbitrariedades del Obispo” (ACC Cabildo T: 1 F: 130) a quien tomó por sorpresa el fallecimiento del prelado pero que adelantó sin embargo la investigación. En este orden de cosas, en abril 18 de ese mismo año, Francisco de Herrera, sobrino del difunto Obispo, es designado “para que vigile y remita a la audiencia de Quito los inventarios de los bienes que dejó Fray Juan González de Mendoza que teme que los bienes de su tío sean embargados debido a los pleitos que había entre el Cabildo y el Obispo”. (ACC Cabildo T:1 F: 137). Las dificultades con el Cabildo estaban a la orden del día. Dos décadas después, el 12 de abril de 1640 gobernando la diócesis Francisco de la Serna, una provisión real le ordena al Obispo que levante la excomunión que le había impuesto a Diego Hurtado del Águila, alcalde ordinario, quien se había negado a dar a la iglesia el quinto de los bienes de Joan Gómez quien murió intestato y sin herederos conocidos (ACC. Cabildo T: 2, F: 309). También el conocido Bernaldo de Quirós, Obispo constructor de la Torre del Reloj, tuvo sus inconvenientes con el Gobernador (ACC. Cabildo. T:4,F:241v), a quien excomulgó por un conflicto que tenía que ver con la “competencia de jurisdicción”. El gobernador pretendía solucionar la cuestión usando la violencia poniendo en riesgo la paz de la ciudad (ACC. Cabildo. T:4,F:244) hecho que hizo reunir al Cabildo abierto para rogar al Obispo que se retractara; este prometió una respuesta para el Corpus Christi si ellos lograban que el Gobernador dejara las armas (ACC Cabildo T:4, F:245v) lo que consiguieron con éxito. En 1718 el turno de la disputa será para el Obispo Juan Gómez de Nava “por el pleito de las chambas del Ejido” que impedían a la población el tránsito para la zona de Antonmoreno. El prelado amenazó con excomulgar al Cabildo por haberlas mandado tapar, mientras éstos alegaban que era una obra necesaria por diversas razones (ACC Cabildo. T:9, F: 100). Esto ocurría el 17 de octubre; cuatro días después, el Cabildo, temiendo la excomunión, había mandado a abrir las chambas para permitir el paso pero advirtiendo que se hará una recopilación de información sobre el uso de caminos públicos (ACC Cabildo T:9, F:101). En estas controversias hemos visto un lugar común: el poder espiritual del Obispo tenía hondas incidencias sociales; la amenaza de excomunión y, peor, su puesta en obra, era un factor decisivo a la hora de disuadir. Por su parte, los Cabildos veían amenazada su jurisdicción por el poder episcopal y por ello era al menos un órgano de control de las autoridades eclesiásticas. Ambos poderes dependían mutuamente durante el tiempo de la Colonia dada la particularidad religiosa de sus pobladores, que no tenían problema en asistir a la Misa del Espíritu Santo en la mañana, presidida por el Obispo, y convocar Cabildo abierto en la tarde para deliberar en su contra (ACC Cabildo T:4,F: 1V).
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El tercer frente de donde han provenido las controversias ha sido la política y por ende las ideas. Aquí vale destacar los enconados señalamientos en la época de la recién creada República contra los Obispos Salvador Jiménez de Enciso y Pedro Antonio Torres. El primero, Obispo de 1818 a 1841, enfilado inicialmente en las ideas realistas, situación perfectamente comprensible por su ancestro español, fue luego convencido por Bolívar para que no temiera los beneficios del proceso independentista como dice Aragón (1930): “Estando en Pasto se entendió con el Libertador, cuyo genio lo sedujo” (p. 178) y regresó a la sede episcopal de la cual había salido por temor a represalias del ejército libertador. De modo que los realistas lo pusieron en el paredón de los traidores por su cambio de parecer; se le acusó incluso de haber facilitado demasiado la ordenación sacerdotal a candidatos que carecían de ciencia y de virtud para el ministerio, acosado por la penuria de sacerdotes (Ortiz, p. 280). Señalamientos no le faltaron pero los superó todos con creces dando buen testimonio de amor por la República y sobre todo por sus gentes hasta su muerte natural en esta misma ciudad. El segundo, Pedro Antonio Torres, que había sido capellán de Simón Bolívar, fue a su vez duramente criticado mientras era Obispo de Popayán por su condescendencia con el decreto de tuición de cultos y desamortización de los bienes de manos muertas auspiciado por Tomás Cipriano de Mosquera en 1863. El Obispo fue juzgado por su silencio mientras el Arzobispo de Bogotá y los Obispos de Antioquia, Cartagena, Pamplona y Santa Marta habían sido desterrados por denunciar los atropellos que engendraban estas disposiciones anticlericales. Torres, por el contrario, recibió el 6 de febrero de 1862 los beneficios de un decreto “haciendo algunas concesiones al reverendo Obispo de Popayán” donde “se abstiene el gobierno del ejercicio del derecho de tuición en aquel obispado” en cuanto a las ordenaciones y nombramientos de cargos eclesiásticos, se le señalan 200 pesos mensuales al obispado de Popayán y otros apoyos económicos (Actos oficiales del Gobierno provisorio de los estados unidos de Colombia, p. 150). Seguramente, él, que ya había experimentado las penurias de ir al destierro, en 1853, no quiso pasar por esta experiencia en una segunda ocasión y prefirió legitimar las decisiones de Mosquera. Él mismo lo escribe al Papa Pío IX: “Al firmar el acuerdo reprobado por Vuestra Santidad creí que si era glorioso padecer destierro por la Iglesia era heroico no abandonarla en el peligro; pero puesto que Pedro decide que obré mal, fue porque yo procedí mal” (Vargas, p. 610). Años más tarde sería el Obispo Carlos Bermúdez desterrado a Chile entre el 8 de febrero de 1877 y diciembre de 1880 por cuenta de la guerra civil desatada en época del gobernador César Conto quien solía decir que “El Cauca es una gran sacristía y mi propósito es acabar con ella” (Vargas, 1945, 612). Le tocó a este Obispo presenciar impávido el destierro de muchos de sus sacerdotes, el asedio al Seminario Mayor y la profanación del claustro y la capilla, el apresamiento de sacerdotes y seminaristas y el suyo propio para luego ser conducido en la fecha mencionada hasta Buenaventura de donde salió con rumbo a Chile. Escribe el mismo Señor Bermúdez, citado por el Padre Vargas (1945): “La manera como me hicieron salir de mi residencia episcopal y de esta ciudad, entre la una y dos de la mañana del 8 de febrero del ya citado año, fue tan violenta y tan de improviso… No se me permitió llevar ni el breviario: se me dio para cubrirme la cabeza, a tiempo de montar a caballo, un sombrero con insignias militares, quedando así expuesto a las burlas de las gentes” (p. 619). Regresaría Monseñor Bermúdez a finales de 1880 cuando el general Eliseo Payán derrocó a Garcés, el sucesor de Conto, y le dio tranquilidad por fin al pueblo católico permitiendo la repatriación del Obispo de Popayán quien tendría que luchar de nuevo, esta vez con los sucesos de la Guerra Civil de 1885, para finalmente morir en misión pastoral en el actual Huila, en 1886.
San Bartolomé La serie “El Apostolado” describe, también, en miniatura, el martirio de cada Apóstol. Aquí, el martirio de san Bartolomé (detalle). El santo, luego de ser desollado, muestra victorioso su propia piel.
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La Piedad, llamada la Virgen del Topo. Óleo sobre lienzo. Anónimo de Escuela Española, influencia de Luis Morales. Siglo XVIII. Lienzo: 47 x 66 cms. Marco de plata martillada: 74 x 92 x 13.5 cms. Marco de madera con laminilla de oro: 110 x 140 x 17 cms.
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En época más reciente el Arzobispo Juan Manuel González Arbeláez tuvo que sufrir su propia pasión. Las vicisitudes de Monseñor González no fueron pocas en una época marcada por contrastes políticos radicales. Como lo refirió alguien que lo conoció de cerca, sería “imposible describir la cantidad de espinas y cruces que rodearon a este varón de dolores y esto hasta el último instante de su existencia” (Bronx, 1966, p.213). Una carrera eclesiástica brillante, que lo llevó a ser en poco tiempo Obispo de Manizales y Arzobispo Coadjutor de Bogotá, con derecho a sucesión, fue impedida por las controversias que el mismo Señor González sabía que le harían costar su altura. En época aciaga, cuando los prelados no podían sustraerse a la lucha bipartidista, este futuro Obispo de Popayán se ganó no pocos enemigos denunciando las extralimitaciones del partido liberal y cuestionando los alcances del proyecto de Concordato fallido en 1943. “Preocupado porque se había convertido en signo de contradicción para políticos, algunos gobernantes y algunos eclesiásticos de la alta esfera y de gran influencia, presentó renuncia de su cargo ante la Santa Sede en junio de 1941” (Bronx, p.81). A Popayán llegaría el 28 de julio de 1942, después de un año en el que la Santa Sede estudió su caso y decidió su traslado. Acontecimiento inédito en la nación, que fue el despojo público de la sede de Bogotá, dejó honda tristeza en el alma de Monseñor González. Hizo época, entonces, el famoso y recordado discurso de bienvenida que le compuso el poeta Guillermo Valencia, citado por Bronx (1966) “Venís aquí Señor como un aerolito que cae cual diamante facetado. Venís aquí en actitud de punición porque habéis sido sancionado por vuestra lealtad irreprochable a la doctrina, por vuestra entereza para defenderla, por vuestro valor para no tolerar el error, por vuestra decisión heroica para luchar por la verdadera justicia. Pero estad seguro que al caer sobre Popayán como el aerolito, habéis iluminado en la caída el horizonte oscuro de la República”. (p. 84). El 31 de julio de 1943 en Medellín, cuando aún los ánimos estaban caldeados por las agitaciones políticas, de las que mantenía desde Popayán muy enterado, tuvo entrevista con el Nuncio Apostólico Carlos Serena, de allí pasó a Rionegro a visitar a su madre agonizante para regresar en agosto a Popayán donde tuvo que exclaustrar, por orden pontificia, a las Religiosas Deificadoras, congregación que él mismo había fundado y que tenían su convento principal en Buga. El 29 de diciembre salió de Popayán a un viaje que pensaba con pronto retorno, a la Ciudad Eterna, para aclarar algunos cuestionamientos a su ministerio. Allí conoció que la Santa Sede el 19 de febrero de 1944 había declarado a Popayán sede vacante. No regresaría a Colombia sino exánime, después de su muerte en Roma, el 4 de enero de 1966. En varias poesías de su autoría se trasluce su inquietud: “Una cruz llevo clavada/ en mitad del alma mía/ Dura, silenciosa y fría/ que me hiende sin cejar” (Bronx, p.199). “Otra vez soledad/ y el amargo desvío/ otra vez el misterio/y el oscuro vacío/ ¿otra vez el penar?…. “Me resigno sin más/ resucita esta muerte/ y sin fuerzas yo pueda/ y sin luces, acierte/ y esta guerra sea paz/” (Bronx, p.200). Finalmente, el 31 de marzo de 1983 un gran contratiempo, como lo fue el terremoto de aquel día, tuvo que enfrentar el Arzobispo de entonces, Monseñor Samuel Silverio Buitrago. En su corazón de pastor fue más doloroso ver la situación de los damnificados, las víctimas y sus dolientes, que las mismas construcciones derrumbadas, sobre todo los templos y capillas. No permaneció indiferente sino que movió a toda la sociedad para la causa de reconstrucción. A tan desalentador acontecimiento correspondió una mayor alegría y un premio para su esfuerzo pues el 4 de julio de 1986 fue testigo privilegiado de la visita de San Juan Pablo II a Popayán que venía a traer esperanza al pueblo caucano, sumido en la tristeza por los acontecimientos trágicos de aquella época. Para Monseñor Buitrago se trataba de un gran consuelo que lo motivó a continuar liderando el proceso de reconstrucción moral y física de la ciudad hasta su muerte en 1990. Hoy en día San Juan Pablo II continúa visitando el Cauca: una reliquia con su sangre, traída desde Roma por el Arzobispo Iván Antonio Marín, con motivo de su canonización el 27 de abril de 2014, recorre las parroquias de la Arquidiócesis alentando a la esperanza. Por ello, más que nunca, resuenan actuales las palabras del Santo Papa Viajero durante su visita a Popayán, dando ánimo a esta comunidad eclesial “muy viva y prometedora” que ha sido pastoreada por decididos Obispos y Sacerdotes: “Aquellos insignes evangelizadores sembraron aquí la semilla de la fe, enseñando la doctrina y las costumbres cristianas a un pueblo que se abrió generosamente a la Palabra de Dios y se incorporó a la Iglesia… ¿No es éste un motivo singular para dar gracias y alabar a Dios?”.
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Sabios, santos y fuertes Un territorio como el del Obispado de Popayán necesitaba Obispos decididos en la misión. Muchos de ellos, que solo estuvieron entre dos y cinco años, como ocurre a finales del siglo XVII, no alcanzaron a cumplir con las visitas pastorales para las que era necesario invertir, todo el tiempo sumado, por lo menos cinco años para dar la vuelta completa al territorio. El territorio inhóspito de misión, que para algunos Obispos era de alguna manera causal para desistir en su nombramiento para la sede episcopal de Popayán, para otros resultaba ser lo más anhelado. Es famosa la visita de don Juan del Valle hasta Arma en alusión que ya hicimos en el primer capítulo, cuando llegó por Buenaventura desde España y quiso visitar primero ese norte de la Provincia. Por su parte, Agustín De Coruña, quien antes de ser designado como segundo Obispo de Popayán en 1564 ya había sido misionero en México (Arboleda, 260), muchas veces deseó dejar las funciones episcopales para volver a su vocación primera; así, en 1567, a tan solo tres años de su llegada, De Coruña pide a Su Majestad que envíe otro Obispo y él se irá a enseñar a los indios a las montañas de San Buenaventura que, según afirma, son “las más ásperas que hay en el mundo y que están pobladas de indios y allí enseñarles e inspirarles a Dios que ha treinta y tantos años que les beben su sangre a los españoles” (AGI. Quito, 78, N.10).
Manuel José Caicedo Martínez (1851 – 1937). I Arzobispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Anónimo. Siglo XX. 125 x 92 cms.
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Cuatro cartas en menos de tres años dirigidas a Su Majestad pidiendo ser relevado del cargo y presentando información “sobre los agravios que sufren los indios” muestran no solo un desasosiego particular por los inconvenientes presentados en estas latitudes sino la evidencia de cómo era un desafío para un fraile misionero europeo el enfrentar un cargo administrativo en estas tierras recién conquistadas, siendo él un alma misionera. En el siglo XVII vemos que, con respecto al territorio del amplio Obispado, el norte recibe con más frecuencia el desplazamiento hasta allí de los prelados. Trascendieron las visitas pastorales de Vasco Jacinto de Contreras y Valverde en 1659 cuando finalizando ese año, y por ser las parroquias de Aburrá y Guarne muy extensas, erigió dos territorios parroquiales: el de Santo Domingo y la “Doctrina de los Ríos de los Osos” más tarde llamada San Jacinto en honor al Obispo en jurisdicción de la actual Santa Rosa de Osos. Melchor Liñán también hizo su visita a Antioquia en 1669 y en 1690 Pedro Díaz de Cienfuegos visitó aquella zona.
Manuel Antonio Arboleda y Scarpetta (1870 – 1923) II Arzobispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Anónimo. Siglo XX. 125 x 92 cms.
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A principios del siglo XVIII, hacia 1716, viniendo a tomar posesión de su obispado, Juan Gómez de Nava y Frías practicó visita en Santa Fe de Antioquia donde escuchó el parecer de la comunidad y dispuso su voluntad para gestionar la llegada de los Jesuitas con fines educativos en aquella región (Aragón, 1930, p. 174). A mediados de ese siglo, en septiembre y octubre de 1757, siendo Obispo Diego del Corro se practicó visita a la ciudad de Buga y según las crónicas de la época el Obispo presenció como testigo muchos hechos extraordinarios y escuchó cientos de testimonios relacionados con la imagen hoy conocida del Señor de los Milagros; todos estos documentos los recogió con especial dedicación pero se extraviaron en su viaje a Lima cuando fue trasladado a aquella sede. Finalizando esa centuria Ángel Velarde y Bustamante inició un ciclo de visitas a la diócesis luego de su entrada a Popayán como Obispo, el 6 de julio de 1789, en el que empleó más de tres años y confirmó a más de cien mil personas (Bueno, p. 211). Fue el último Obispo que practicó visita a aquel norte que perteneció a la gobernación de Popayán desde tiempos de Belalcázar, pues el 31 de agosto de 1804, bajo su administración, fue segregado este territorio y se creó la diócesis de Antioquia.
Maximiliano Crespo Rivera (1861 – 1940) III Arzobispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Valencia (Firmado). Siglo XX. 125 x 92 cms.
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A mediados del siglo XIX el Obispo franciscano Fernando Cuero y Caicedo, recorrió todo el territorio de la diócesis y según el diccionario de G. Arboleda, fue él quien trajo el pasto por primera vez al Valle del Cauca, desde Cartagena, resultando un acontecimiento que favoreció en adelante el oficio de la ganadería. En el siglo XX fueron famosas también las visitas de Monseñor Carlos Bermúdez, el Obispo Boyacense que viniendo de Bogotá a tomar posesión visitó la región que del Tolima Grande le correspondía a este Obispado, es decir el actual departamento del Huila; allá mismo moriría años después, en visita Pastoral, cuando se encontraba en el poblado de La Mesa de Elías en 1886 queriendo iniciar un nuevo ciclo de visitas al extenso territorio. Su sucesor, el Obispo Juan Buenaventura Ortiz, corrió la misma suerte en Cartago el 15 de agosto de 1894 mientras hacía la visita pastoral y así mismo el Arzobispo Maximiliano Crespo quien murió en Palmira el 7 de noviembre de 1940 en las mismas circunstancias pastorales.
Juan Manuel González Arbeláez (1892 – 1966) IV Arzobispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. L.C.Valencia (Firmado). Siglo XX. 125 x 92 cms.
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El celo pastoral no ha sido distinto en los Arzobispos que han pastoreado a la Iglesia en Popayán durante las últimas décadas. Después del fulminante paso del Arzobispo González Arbeláez por esta Sede Episcopal (1942-1943), llegó el Arzobispo Diego María Gómez Tamayo quien durante sus veinte años de servicio (1944-1964) erigió 30 parroquias, fundó 22 casas religiosas, amplió el Seminario y propició la fundación de asilos para niños pobres y desamparados. En cuanto a la formación sacerdotal Monseñor Gómez creó también la Escuela Apostólica para la educación en Básica Primaria, alentando así las vocaciones sacerdotales que tristemente se verían diezmadas a causa de las reacciones al Concilio Vaticano II (1963-1965) y ordenó una buena cantidad de sacerdotes, entre ellos, el payanés Raúl Zambrano Camader, destacado profesor de economía en la Universidad del Cauca y Secretario de Educación del Departamento (1955) quien años más tarde fue su Obispo Auxiliar (1957-1962) hasta su designación como primer Obispo de la Diócesis de Facatativá. Al Arzobispo Gómez Tamayo se debe, también, la llegada de los Padres Salesianos destinados a la formación de los niños y jóvenes más vulnerables. Fue él quien inició la causa de Beatificación del Apóstol de la Caridad, Don Toribio Maya.
Diego María Gómez Tamayo (1891 – 1971) V Arzobispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Anónimo. Siglo XX. 125 x 92 cms.
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Le sucedió el Arzobispo Miguel Ángel Arce Vivas, payanés de nacimiento; durante su episcopado (1965-1976) buscó aplicar las disposiciones del Concilio Vaticano II y, como ya se ha referido, erigió el Museo Arquidiocesano de Arte Religioso en el año 1972 para salvaguardar el acervo artístico que posee esta Iglesia Particular y que actualmente es centro de atracción para los amantes del arte y la cultura; participó en serios y profundos debates sobre el tema de reforma agraria y de pastoral campesina, poniendo siempre de relieve la acción de la Iglesia en bien de aquellos que en la sociedad son más desprotegidos; fundó el Instituto Catequístico con el fin de preparar a líderes de todas las parroquias caucanas, impulsó el surgimiento del Colegio Cristo Rey y la consolidación del Instituto Don Bosco que auguraban un promisorio futuro para niñas y niños que allí se educan.
Miguel Ángel Arce Vivas (1904 – 1987) VI Arzobispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. (Firmado). Siglo XX. 125 x 92 cms.
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El Arzobispo Samuel Silverio Buitrago Trujillo sirvió a la Arquidiócesis de Popayán como su Pastor de 1976 hasta su muerte repentina en 1990. Fue un gran promotor de la pastoral de conjunto implementando el Plan Quinquenal para toda la Arquidiócesis y promoviendo misiones como la del año 1981 con motivo de los ochenta años de la elevación del Obispado a categoría de Arquidiócesis. Fue él quien llevó a cabo la adecuación de la Catedral de acuerdo con las reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II. Como ya se anotó, le correspondió alentar espiritual y anímicamente a la población del departamento luego del terremoto de 1983 lo que le valió el ser reconocido como el gran restaurador de la esperanza en aquella época. Reorganizó el Museo Arquidiocesano de Arte Religioso y el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Popayán, dejando un interesante documento titulado “Dos Realidades, un Espíritu”. Su empeño pastoral dio frutos, también, a través de un considerable resurgir de las vocaciones sacerdotales lo que permitió la reapertura de los Seminarios Mayor y Menor y la remodelación del edificio del Seminario. Comprometido no solo con la formación de los futuros clérigos, lideró con un grupo de payaneses el nacimiento de la “Fundación Universitaria de Popayán” (1982).
Samuel Silverio Buitrago Trujillo (1930 – 1990) VII Arzobispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. L.C.Valencia (Firmado). Siglo XX. 125 x 92 cms.
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Tras la muerte repentina del Arzobispo Samuel Silverio Buitrago Trujillo, el 11 de abril de 1990, a sus 59 años, la misión de regir los destinos de la Arquidiócesis recayó sobre Monseñor Alberto Giraldo Jaramillo quien conocía ya este territorio pues había ejercido su apostolado en esta jurisdicción, como Obispo Auxiliar de Popayán (1974-1976), durante el episcopado del Arzobispo Miguel Ángel Arce Vivas. Durante el periodo del Arzobispo Giraldo Jaramillo (1991-1997), se promovió a los Agentes de Pastoral en diferentes campos de la vida eclesial, se le dio un gran impulso a los medios de comunicación con el surgimiento del periódico “Iglesia Hoy” y la presencia de la Iglesia en diferentes campos de la comunicación. Desde el punto de vista de la promoción vocacional fue en el ejercicio de su ministerio que se promovió la reconstrucción del edificio de la Escuela Apostólica, en las inmediaciones del Seminario Menor, averiado con el terremoto de 1983; animó al Clero en su promoción y formación permanente. En aquella década de los años noventa del siglo XX, tan convulsionada por el tema de la guerra de guerrillas, fue un líder en la promoción de la paz y la reconciliación, razón por la cual participó personalmente en los diálogos de paz con los grupos Quintín Lame y Jaime Bateman Cayón.
Alberto Giraldo Jaramillo VIII Arzobispo de Popayán. Óleo sobre lienzo. Constaín (Firmado). Siglo XX. 125 x 92 cms.
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Por su parte, el Arzobispo Iván Antonio Marín, a quien le ha correspondido llevar a esta Iglesia Particular hacia el tercer milenio, favorecido por las bondades de los actuales medios de comunicación y carreteras, ha recorrido cada año, desde su ordenación episcopal y posesión en la sede de Popayán, el 6 de junio de 1997, todo el extenso territorio de la Arquidiócesis en donde no solo predicando el Evangelio sino también ejerciendo la cura de almas a través de la Caridad ha sabido ganarse el corazón de todas sus gentes. Gran muestra de su espíritu misionero no solo ha sido su disponibilidad para llegar a todos los lugares apartados de esta jurisdicción, que conoce mejor que algunos nacidos en ella, sino también últimamente, durante la sede vacante del Vicariato Apostólico de Guapi, fue su Administrador Apostólico desde febrero de 2011 hasta marzo de 2014. Hasta el momento, y con diecisiete años de episcopado en Popayán, Monseñor Marín López ha ordenado 61 sacerdotes, de los cuales 4 religiosos, y 23 diáconos permanentes. Para favorecer el clima vocacional y sacerdotal ha promovido la formación de sacerdotes en universidades de Colombia y el Exterior, los cursos de actualización pastoral para todo el clero y el curso de formación permanente para los sacerdotes jóvenes; siempre ha dispensado especial atención al Seminario Mayor San José cuya dirección pasó en 2010 de los padres Vicentinos al clero diocesano. Instituyó la Escuela para diáconos permanentes y organizó el curso de formación para el ejercicio de los ministerios extraordinarios laicales de lectorado y de la comunión a los enfermos, llevando así a la práctica las disposiciones del Concilio Vaticano II sobre el papel de los laicos en la Iglesia. Así mismo, en su ejercicio ministerial ha confirmado a más de 140.000 jóvenes del Cauca que conforman toda una generación de fieles que son testigos de la fe en sus comunidades. Pensando en la mejor atención a los fieles, ha creado 22 parroquias; bajo su gestión han llegado a la Arquidiócesis 8 nuevas comunidades religiosas femeninas y 2 masculinas para la atención a los más necesitados y como gran logro apostólico se logró implementar desde el año 2002 el Sistema Integral de Nueva Evangelización (SINE) que facilita un encuentro vivo con Jesucristo, animando a los fieles a renovar su bautismo a través de su entrega generosa a la misión. En el territorio arquidiocesano son centenares las comunidades de vida que viven este proceso en las parroquias y cada dos años realizan un encuentro multitudinario de formación y oración en Popayán para renovar la fe y el compromiso apostólico. Como gran administrador, consecuencia de su sabiduría y de la experiencia capitalizada durante su labor al servicio de la Iglesia Universal en el Pontificio Consejo Cor Unum en el Papado de San Juan Pablo II, ha promovido la fundación, construcción, restauración o remodelación de muchas obras religiosas y sociales junto a la consecución de bienes inmuebles para su funcionamiento. Una de estas obras es la fundación de la Casa de Encuentros Betania, que con el paso del tiempo se ha ido adecuando y que alberga los retiros espirituales y las reuniones del clero así como los encuentros y convivencias de diferentes grupos y movimientos laicales de la Arquidiócesis. Gracias también a su liderazgo se logró construir el “Cottolengo del Padre Alegre” para el servicio de los enfermos más pobres y se han logrado conseguir nuevas sedes para la Fundación Universitaria de Popayán.
Iván Antonio Marín López IX Arzobispo de Popayán. Bodas de Oro Sacerdotales 1964 – 8 de diciembre – 2014
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Si de restauración se trata, Monseñor Iván Antonio Marín ha trabajado por rescatar la hermosa Capilla del Seminario Mayor y proyecta la recuperación de la Capilla de Nuestra Señora de las Mercedes en el antiguo claustro de San Camilo. Por su iniciativa se restauró la casa aledaña al Santuario de Belén con el propósito de que sea residencia para sacerdotes ancianos y se restableció la Casa Arquidiocesana de Pastoral donde actualmente se imparten cursos de formación humana y cristiana para los Agentes de Pastoral. Igualmente ha destinado recursos para la conservación del Patrimonio artístico conservado en el Museo Arquidiocesano de Arte Religioso lo que ha permitido restaurar obras pictóricas de gran importancia. Además, son muchas las comunidades parroquiales que han sido alentadas por el Señor Arzobispo para la construcción, remodelación o reconstrucción de los lugares de culto (capillas y templos), casas curales y obras de beneficio común como el patrocinio que brindó para la construcción del puente sobre el río Quilcacé para que los niños estudiantes no tuvieran que atravesarlo exponiendo la vida. Una particularidad de este episcopado es que ha contado con las facilidades que hoy brinda el mundo de las comunicaciones y las ha sabido aprovechar con éxito como un medio eficaz de evangelización a través de la creación de la página de internet, nueva ágora del mundo moderno, el boletín electrónico noticioso de frecuencia semanal, la trasmisión de la eucaristía dominical por un canal de televisión local, la consolidación del periódico mensual “Iglesia Hoy” que el Señor Arzobispo dirige personalmente, así como la presencia doctrinal de la Iglesia en los diarios impresos de la región y en programas radiales. No se equivocaba el Papa Juan Pablo II cuando en su visita a Popayán, el 4 de julio de 1986, pronunciaba estas palabras proféticas, hablando de los “insignes evangelizadores” que han pasado por esta región y el desafío permanente de ser una Iglesia Particular privilegiada. Nos sirva de corolario de esta obra el legado espiritual del Papa Santo: “En el año 1546 el Papa Pablo III creó ya esta diócesis de Popayán, dando, por así decirlo, forma canónica a la gesta evangelizadora realizada por intrépidos misioneros y celosos Obispos en las primeras décadas que siguieron al descubrimiento del Nuevo Mundo. Aquellos insignes evangelizadores sembraron aquí la semilla de la fe, enseñando la doctrina y las costumbres cristianas a un pueblo que se abrió generosamente a la Palabra de Dios y se incorporó a la Iglesia. Desde el principio, la ciudad fue puesta bajo el patrocinio de Nuestra Señora de la Asunción, y la Virgen ha hecho de este lugar un terreno fértil para el Evangelio. Fértil espiritualmente en los tiempos pasados y fértil también ahora, puesto que en Popayán hay una comunidad eclesial muy viva y prometedora, llena de afanes apostólicos, en el campo de la juventud, de la educación, de la familia y de los servicios de caridad para con los más pobres. ¿No es éste un motivo singular para dar gracias y alabar a Dios?”.
4 de julio de 1986 San Juan Pablo II ingresa a la Catedral Nuestra Señora de la Asunción, semidestruída por el terremoto del 31 de marzo de 1983, acompañado por el Arzobispo de la época, Samuel Silverio Buitrago Trujillo.
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Episcopologio Payanés 1. Juan del Valle 1546 - 1562 2. Agustín de Coruña 1564 - 1589 3. Domingo de Ulloa 1594 - 1600 4. Juan de la Roca y Cuadros 1601 - 1605 5. Juan González de Mendoza 1608 - 1618 6. Ambrosio Vallejo de Mejía 1620 - 1630 7. Feliciano de la Vega y Padilla 1631 - 1633 8. Diego de Montoya y Mendoza 1634 - 1640 9. Francisco de la Serna y Rimaga Salazar 1640 - 1647 10. Vasco Jacinto de Contreras y Valverde 1659 - 1664 11. Melchor Liñán de Cisneros 1667 - 1671 12. Cristóbal Bernaldo de Quiros 1672 - 1684 13. Pedro Díaz de Cienfuegos 1688 - 1696 14. Mateo de Villafañe y Panduro 1699 - 1714 15. Juan Gómez de Nava y Frías 1716 - 1726 16. Manuel Antonio Gómez de Silva 1729 - 1729 17. Diego Fermín de Vergara 1735 - 1740 18. Francisco José de Figueredo y Victoria 1743 - 1752 19. Diego del Corro 1753 - 1758 20. Jerónimo Antonio de Obregón 1759 - 1785 21. Ángel Velarde y Bustamante 1789 - 1809 22. Pedro Álvarez 1810 - 1811 23. Salvador Jiménez de Enciso y Cobos Padilla 1818 - 1841 24. Fernando Cuero y Caicedo 1843 - 1851 25. Pedro Antonio Torres 1856 - 1866 26. Carlos Bermúdez y Pinzón 1869 - 1886 27. Juan Buenaventura Ortiz 1888 - 1894 28 Manuel José Caicedo Martínez 1896 - 1905 29 Manuel Antonio Arboleda Scarpetta 1907 - 1923 30 Maximiliano Crespo Rivera 1924 - 1940 31 Juan Manuel González Arbeláez 1942 - 1944 32 Diego María Gómez Tamayo 1944 - 1964 Obispo Auxiliar: Raúl Zambrano Camader 1957 - 1962 33 Miguel Ángel Arce Vivas 1965 - 1976 Obispo Auxiliar: Alberto Giraldo Jaramillo 1974 - 1976 34 Samuel Silverio Buitrago Trujillo 1976 - 1990 35 Alberto Giraldo Jaramillo 1991 - 1997 36 Iván Antonio Marín López 1997 -
Obispos nacidos en la jurisdicción eclesiástica de Popayán 1. Francisco José de Figueredo y Victoria 2. Juan Nieto Polo de Águila 3. Fernando Cuero y Caicedo 4. Pedro Antonio Torres 5. Manuel José Mosquera y Arboleda 6. Ignacio León Velasco 7. Maximiliano Crespo Rivera 8. Manuel Antonio Arboleda Scarpetta 9. Miguel Ángel Arce Vivas 10. Raúl Zambrano Camader
(1694 - 1765) (1703 - 1759) (1780 – 1851) (1791 – 1866) (1800 – 1882) (1834 – 1891) (1861 – 1940) (1870 – 1923) (1904 – 1987) (1921 – 1972)
Parroquias de la Arquidiócesis de Popayán Vicaría del Norte Municipio
Titular de la Parroquia
Buenosaires 1. San Miguel Arcángel 2. Nuestra Señora del Carmen (Timba) Caldono 3. San Lorenzo 4. Santa Rosalía de Palermo (Pescador) 5. Santa Bárbara (Siberia) Caloto 6. San Esteban 7. María Auxiliadora (Guachené) Corinto 8. San Miguel Arcángel 9. Divina Providencia Jambaló 10. Inmaculada Concepción Miranda 11. Nuestra. Señora del Rosario 12. Divina Misericordia Morales
13. San Antonio de Padua
Padilla 14. San Isidro Piendamó 15. Nuestra Señora del Rosario 16. Señor de los Milagros Puerto Tejada 17. Inmaculada Concepción 18. Cristo Rey 19. La Medalla Milagrosa 20. Espíritu Santo Santander de Quilichao 21. San Antonio de Padua 22. Niño Jesús de Praga 23. Santísima Trinidad 24. Nuestra Señora de Guadalupe 25. Nuestra Señora del Carmen (Mondomo) Silvia 26.Nuestra Señora de Chiquinquirá 27.Nuestra Señora de las Mercedes (Usenda) Suárez 28. Nuestra Señora del Carmen Toribio 29. San Juan Bautista 30. Nuestra Señora del Tránsito (Tacueyó) Tunía 31. San Juan Bautista Villarrica 32. San Roque
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Vicaría Centro Municipio Titular de la Parroquia Cajibío 33. San Juan Bautista 34. Nuestra Señora del Carmen (El Carmelo) 35. Nuestra Señora del Rosario (El Rosario) El Tambo 36. Jesús Nazareno 37. Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (Piagua) Paispamba – Sotará
38. Nuestra Señora del Carmen
Popayán 39. Amo Jesús (Puelenje) 40. Amo Jesús de Yanaconas 41. Cristo Resucitado 42. Divina Misericordia 43. Divino Ecce Homo 44. Divino Niño Jesús 45. Espíritu Santo 46. Inmaculada Concepción 47. Jesús Obrero 48. Juan Pablo II 49. La Milagrosa 50. Nuestra Señora de Fátima 51. Nuestra Señora de la Paz 52. Nuestra Señora del Carmen 53. Nuestra Señora del Perpetuo Socorro 54. Nuestra Señora de Lourdes (Calibío) 55. Sagrada Familia 56. Sagrado Corazón de Jesús (Julumito) 57. San Agustín 58. San Antonio de Padua 59. San Francisco 60. Santísima Trinidad 61. Santo Domingo 62. Santos Apóstoles Juan y Pablo Puracé 63. San Miguel Arcángel 64. San Pedro Apóstol (Coconuco) Timbío 65. San Pedro 66. Nuestra Señora de las Lajas Totoró 67. San Antonio de Padua 68. San Jerónimo (Paniquitá)
Vicaría Del Sur Municipio Titular de la Parroquia Almaguer 69. San Luis Argelia 70. Nuestra Señora del Carmen 71. Divino Niño (El Plateado) Balboa 72. San José Bolívar 73. Santísima Trinidad 74. San Antonio de Padua (Lerma) 75. Nuestra Señora de los Remedios (San Juan) 76. San Lorenzo (San Lorenzo) Florencia
77. Nuestra Señora de los Dolores
La Sierra 78. Inmaculada Concepción La Vega 79. San Lorenzo 80. San Miguel Arcángel (San Miguel) Los Milagros
81. Nuestra Señora de las Mercedes
Mercaderes
82. Nuestra Señora del Rosario
Patía
83. Nuestra Señora de las Mercedes (El Bordo) 84. Santísimo Sacramento de la Eucaristía (El Estrecho) 85. Nuestra Señora de la Asunción (Ríoblanco)
Rosas
86. Nuestra Señora de los Dolores
San Sebastián 87. San Sebastián 88. Nuestra Señora del Rosario (El Rosal) Santa Rosa
89. Santa Rosa de Lima
Sucre 90. Nuestra Señora del Rosario
Sacerdotes y Diáconos En la Arquidiócesis de Popayán Excelentísimo Monseñor Iván Antonio Marín López
Clero Arquidiocesano Reverendos Padres: 1. Adán Mina González 2. Álvaro Othón Muñoz Molano 3. Amado López Valderrama 4. Arcángel Acosta Izquierdo 5. Carlos Arturo Rodríguez Navarrete 6. Carlos Enrique Zuluaga Villamarín 7. Carlos Fernando Sánchez 8. Cesar Augusto Imbachí 9. David Hernando Sandoval Valencia 10. Didier Alberny Alzate Ocampo 11. Diego Trujillo Aldana 12. Diego Armando Tejada Jaramillo 13. Diego Germán Medina Bolaños 14. Edgar Mauricio Jiménez Ararat 15. Edinson Bolaños Mera 16. Edwar Gerardo Andrade Rojas 17. Efraín Eduardo Cerón Astudillo 18. Elías Durán Guerrero 19. Emerenciano Daza 20. Esmid Ortega Mondragón 21. Ever Claudio Marín García 22. Francisco Javier Gil Betancourth 23. Francisco Javier Hurtado Urbano 24. Francisco Javier Trujillo Céspedes 25. Freddy Jojoa Urbano 26. Gerardo Cayetano Constaín Mera 27. Gilberto León Gaviria Vargas 28. Guillermo León López Muñoz 29. Gustavo Aguilar Ñañez 30. Harold Hermes Tombé Hurtado 31. Héctor León Zapata Martínez 32. Hernán Alonso Peña Solarte 33. Isaías Velasco 34. Isidro Gelvez Acevedo 35. Iván Antonio Molano Dorado 36. Jairo Humberto Joaquí Robles 37. Jaime Norberto Muñoz Cantillo 38. Jairo Gembuel Victoria 39. Jairo González Córdoba 40. Jairo Libardo Solarte Ordoñez 41. James Mauricio Nieto Zúñiga 42. Javier Giraldo López 43. Javier Humberto Porras Gómez 44. Jesús Alveiro Rodríguez Rodríguez 45. Jesús Henao Arboleda 46. Jesús Enrique Paz Velasco 47. Jesús Jair González Llanos 48. Jesús María Túquerres Quinayás 49. Jilber Fabián Hurtado Bernal 50. Joel Antonio Ortiz Galíndez 51. Jorge Alirio Méndez Mera 52. Jorge Hernán López Dorado
53. Jorge Ignacio Beltrán Vidal 54. Jorge José Torres Sarria 55. José Alfredo Velasco Arce 56. José Duván Largo Sánchez 57. José Eduardo Cruz Cruz 58. José Jayson Velasco Muñoz 59. José Luis Martínez 60. José Tomás Garzón Marín 61. José Yonaimer Ospitia Sterling 62. Juan Carlos Narváez Collazos 63. Juan Diego Colorado Bolívar 64. Juan James Muñoz Noguera 65. Leak De Jesús Suárez Rodríguez 66. Leyder Palacios Mina 67. Libardo Fernández Rodríguez 68. Libardo Humberto Guaca Timaná 69. Libardo Emiro Bermeo Velasco 70. Lisandro Ney Ordoñez Chávez 71. Luis Meléndez Reyes 72. Luis Alfaro Chicangana Jiménez 73. Luis Carlos Gómez Ramírez 74. Luis Felipe Yalanda Tombé 75. Luis Fernando Londoño Betancourt 76. Luis Hernán Peña Infante 77. Manuel De Jesús Romo Medina 78. Manuel Fernando Guerrero Ortega 79. Mariano Vásquez Perdomo 80. Mario Enrique Gaviria Riascos 81. Mauro Yesid Guaca Perafán 82. Miguel Ángel Collazos Alegría 83. Nelson Ovidio Leiton Muñoz 84. Néstor Libardo Solís Yañez 85. Olivo Galindez Quinayás 86. Óscar Arturo Jiménez Marzal 87. Otón Eduardo Avendaño Palechor 88. Paulo Cesar Gonzalías Vásquez 89. Rafael Ricardo Mendoza Plazas 90. Robert Andrés Pito Montero 91. Rodrigo Moncayo Zúñiga 92. Roelfi Andrés Tróchez Quijano 93. Rúrico Granoble Meneses 94. Sabaraín Fabara Zúñiga 95. Santiago Martínez Vásquez 96. Santiago Enrique Misas Arteaga 97. Sebastián Alberto Barrera Saavedra 98. Segundo Guillermo Ruano Solano 99. Sergio Neftalí Rivera Silva 100. Silvio Hoyos Acosta 101. Vicente Caicedo Potes 102. Víctor Humberto Arboleda Calambás 103. Wiston José Chavez Cruz 104. Yormen Erlindo Rua Mira
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Clero Extradiocesano: 105. Arcesio de Jesús Alzate Giraldo 106. Aysen Jesús Gutiérrez Ñuztez 107. Bernardo Londoño López 108. Elías Salcedo García 109. Héctor de Jesús Holguín López 110. Hernando Silva Pulido 111. Jairo Rengifo Torres 112. Jairo Moisés Chingal Palacios 113. Marcel Caron 114. Nelson Darío García Ballesteros 115. Nicolás Alberto Giraldo Gómez 116. Nilton César Ramírez Cárdenas 117. Ramiro Arias Quintero 118. Raúl Ortiz Toro 119. Ricaurte Almario Quintana 120. Roberto León Rodríguez Severiche 121. Rubén Darío Ledesma Alarcón
(Sonsón-Rionegro) (Ibagué) (Sonsón-Rionegro) (Medellín) (Sonsón-Rionegro) (Ipiales) (Istmina-Tadó) (Ipiales) (Canadá) (Sonsón-Rionegro) (Sonsón-Rionegro) (Manizales) (Dorada-Aguadas) (Ibagué) (Palmira) (Sonsón-Rionegro) (Sonsón-Rionegro)
Religiosos 122. Alfredo Wey Lingg, S.M.B. 123. Álvaro Echeverri Palacio, C.Ss.R. 124. Armando Cerezo Sanchez, C.Ss.R. 125. Carlos Andrés Carreño Durán, C.Ss.R. 126. Carlos Eduardo Alvarez Carbonell, OFM 127. Hugo Alberto Ruiz Ríos, CJM 128. Humberto Aristizábal Sánchez, CM 129. Jhon Jairo García Loaiza C.M. 130. Jorge Isaac Buitrago Aguirre, C.Ss.R. 131. José Fernando Delgado Noguera, C.Ss.R. 132. José Gregorio Arroyo Estrada, M.C.M. 133. José Leví Ramírez López, T.C. 134. José Saúl Vargas Cardona, OFM 135. Juan Diego López Ocampo, S.D.B 136. Julio César Luna Santos, OFM 137. Luis Antonio Aguirre Abella, MXY 138. Luis Enrique López López, C.Ss.R. 139. Mario Alfredo Polo Castellanos, CJM 140. Naftaly Mung’athia Matogi, IMC 141. Néstor Corredor Cáceres, CM. 142. Ricardo Rivas, MCM 143. Samuel Kabiru Kibara, IMC 144. Sandro Aníbal Castaño Suárez, TC 145. Santiago Rodolfo Hernández Celada, OFM
Diáconos Transitorios 1. Víctor Alfonso Ortega Fernández 2. Rubinel Muñoz Hoyos
Diáconos Permanentes 1. Arbey Cando 2. Carlos Antidio Álvarez 3. Carlos Arturo Golondrino Peña 4. Cesar Humberto Peña Muñoz 5. Efrén Abel López Paz 6. Hugo Gilberto Dueñas 7. Jesús María Guetia Tobar 8. Luis Ramiro López 9. Martín Herney Rengifo Mesías 10. Mesías Mora 11. Raúl Daza Jaramillo 12. Simón Rey Castillo
Comunidades Religiosas En la Arquidiócesis de Popayán Comunidades Femeninas 1. Hermanas Agustinas 2. Hermanas de los Ancianos Desamparados 3. Hermanitas de la Anunciación 4. Hermanas Bethlemitas 5. Hermanas del Buen Pastor 6. Hermanas de la Caridad de Santa Ana 7. Hermanas de la Caridad de Santa María 8. Hermanas Carmelitas Descalzas 9. Hermanas Clarisas 10. Hermanas de la Compañía del Niño Dios 11. Hermanas Franciscanas 12. Hermanas Franciscanas de María Inmaculada 13. Hermanas Franciscanas Misioneras de Jesús y María 14. Hermanas Josefinas 15. Hermanas Misioneras de la Madre Laura 16. Hermanas Obra Misionera de Jesús y María 17. Hermanas Pobres de San Pedro Claver 18. Hermanas Rosaristas 19. Hermanas de la Sagrada Familia 20. Congregación de los Sagrados Corazones 21. Religiosas de los Sagrados Corazones de Jesús y María 22. Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María (Instituto Ravasco) 23. Hermanas de San Luis Gonzaga 24. Hermanas Salesianas 25. Hermanas Servidoras de Jesús (Cottolengo del Padre Alegre) 26. Hermanas Siervas de la Madre de Dios 27. Hermanas Vicentinas 28. Fieles Siervas de Jesús
Comunidades Masculinas 1. Padres Eudistas 2. Padres Franciscanos 3. Instituto de la Consolata para las Misiones 4. Instituto San Pío X 5. Hermanos Maristas 6. Misioneros de Cristo Maestro 7. Padres Redentoristas 8. Padres Salesianos 9. Sociedad Misionera de Belén 10. Terciarios Capuchinos 11. Padres Vicentinos
La Virgen de Chiquinquirá Óleo sobre lienzo. Anónimo. Escuela Alonso de Narváez. Siglo XVIII. 106 x 130 cms.
Agradecimientos Pbro. Libardo Emiro Bermeo Velasco Pbro. Otón Eduardo Avendaño Palechor Pbro. Jorge Ignacio Beltrán Vidal Pbro. Mauro Yesid Guaca Perafán Pbro. Yormen Erlindo Rúa Mira Pbro. Hernando Silva Pulido Pbro. Jorge José Torres Sarria Pbro. José Tomás Garzón Marín Luz Myriam Restrepo
Archivo Histórico Eclesiástico de la Arquidiócesis de Popayán
Carmen Elisa Hernández
Directora del Museo Arquidiocesano de Arte Religioso
Luz Beatriz Colonia
Jefe Administrativa y Contable de la Arquidiócesis de Popayán
Fuentes Consultadas Fuentes Primarias AGI: AGN: AHQ: ACC: AHEAP:
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN ARCHIVO HISTÓRICO DE QUITO ARCHIVO CENTRAL DEL CAUCA ARCHIVO HISTÓRICO ECLESIÁSTICO DE LA ARQUIDIÓCESIS DE POPAYÁN
Actos oficiales del Gobierno provisorio de los Estados Unidos de Colombia, Secretaría de Estado y Relaciones Exteriores (1862). Bogotá: Imprenta de Echeverría Hermanos. Castellanos, Juan de. (1589). Elegías de Varones Ilustres de Indias. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana. 2004. Escobar, Jerónimo de. (1582). Descripción de la Provincia de Popayán. En H. Tovar (ed.). (1993-1996). Relaciones y visitas a los Andes. S. XVI. Tomo I. Bogotá: Biblioteca Nacional. Colcultura. Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. Florez de Ocariz, Juan. (1674). Genealogías del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Prensas de la Biblioteca Nacional. 1943. Sacrosanto y Ecuménico Concilio de Trento (1545-1563). Traducido al idioma castellano por Don Ignacio López de Ayala. (1785). Madrid: Imprenta Real. Santa Gertrudis, Juan de. (1771). Maravillas de la Naturaleza. Bogotá: Empresa Nacional de Publicaciones. 1956.
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208
Cristo Agonizante Talla en madera. Anónimo. Escuela Quiteña. Siglo XVIII. 59 x 49 cms. Cruz de madera negra con base 94 x 58 cms. Presenta corona de espinas.
Carátula El complejo arquitectónico de la Catedral, el Palacio Arzobispal y la Torre del Reloj.
Contracarátula y página 2 La Virgen de la Asunción o del Tránsito. Talla en madera con encarne, policromada y estofada. Anónimo. Escuela Quiteña de Manuel Chili, llamado “Caspicara”. 120 x 101 x 73 cms.
Lleva corona abierta en plata dorada. Peana de madera en forma octogonal. Apliques dorados en forma de rocallas. 37 x 80 x 60 cms.
Guardas Vitrales de la Capilla del Palacio Arzobispal Inicio: 1. La Anunciación 2. La Visitación (detalle) 3. La Natividad del Señor Final: 1. La Resurrección 2. Pentecostés (detalle) 3. La Ascensión
Contenido Prólogo 11 Introducción 15 Capítulo I La Cruz en el Valle de Pubén 19 Un Obispado para Popayán 23 El primer Obispo: Un pastor, defensor de Indios
24
Los tres primeros Conventos 30
Capítulo II Y El Verbo Se Hizo Arte 37 La Evangelización: Cuestión de método
45
La función pedagógica y devocional del Arte Religioso
49
Las Cofradías y Capellanías 50 Imaginería religiosa en Popayán: Realismo y esplendor
61
El deslumbrante mundo de la pintura
67
El arte, una cuestión de Pasión
82
El Corpus Christi 89 La orfebrería y el culto eucarístico
95
La Semana Santa 105
Capítulo III Una Huella Indeleble 113 La educación como motor de transformación social
114
“La Caridad de Cristo nos apremia”
130
La Arquitectura Religiosa en la Ciudad Blanca
138
Templos, claustros y conventos 148
Capítulo IV Obispos, Clérigos y Cabildos 165 El Cabildo Eclesiástico 168 Algunas Generalidades 172 La Barca sacudida por las olas y la Estrella de la Esperanza
176
Sabios, santos y fuertes 184 Episcopologio Payanés 196 Parroquias de la Arquidiócesis de Popayán
197
Sacerdotes y Diáconos En la Arquidiócesis de Popayán
200
Comunidades Religiosas En la Arquidiócesis de Popayán
202
Agradecimientos 205 Fuentes Consultadas 206