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C. San Agustín
denunciadas por nuestro Santo Obispo y Mártir! Cayendo el mismo bajo las balas de ese poder acaparador que camina sobre estas tierras haciendo mucho daño. Rogamos a Dios que la avaricia y la usura no sigan provocando más dolor a este país, y que los problemas de violencia que hoy nos azotan sean superados más pronto que tarde.
C. San Agustín
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237. Este santo Padre y Doctor de la Iglesia ha legado a los cristianos la comparación entre el amor de Dios y el amor privado; o si se quiere, la caridad y el amor a las riquezas, fundamentando su mensaje en 1Tim 6, 10: La raíz de todos los males es la avaricia. Y define avaricia como: El acto por el que alguno apetece algo más de lo que, por su excelencia, le conviene, y cierto amor a las cosas propias, al cual dio nombre, sabiamente, la lengua latina, al llamarlo privado194 .
238. El avaro para el Obispo de Hipona, tiene un espíritu a quien la miseria oprime y desea saciarse por medio de la iniquidad195. Junto a él convive el hombre lleno de caridad; pero, no son lo mismo porque uno pertenece al anti reino, mientras que el segundo al Reino que desde el ya-todavía no, da frutos aquí en la tierra permitiendo gozar los rayos de luz, para más tarde, en la Jerusalén celestial disfrutar de la fuente de esa luz. Dos amores que compara de la siguiente manera: El uno es santo y el otro impuro; el uno social y el otro privado; el uno que busca la utilidad común para alcanzar la sociedad celestial, el otro que incluso transforma el bien común en provecho propio, por el arrogante deseo de dominio; el uno sometido a Dios, el otro émulo suyo; el uno tranquilo, el otro turbulento; el uno pacífico, el otro sedicioso; el uno que prefiere la verdad a las alabanzas de
194 San Agustín, “Del Genesis a la letra”, n. 1571. En: Sierra Bravo, óp. cit. 195 Ibidem, n. 1572.
los que yerran, el otro ávido de toda clase de honores; el uno caritativo, el otro envidioso; el uno que quiere para el prójimo lo que para sí, el otro que desea someter al prójimo a sí; el uno que gobierna al prójimo para la utilidad del propio prójimo, el otro para la suya196. Comparación que deja claro que tipo de amor debe escoger aquel que se llama cristiano o al menos “creyente”.
239. En su Tratado XL, n. 10, San Agustín ilustra – con gran sabiduría – a todos los fieles la manera cómo debe ser usado el dinero: Como instrumento de peregrinación, no como cebo de la codicia197. El uso del dinero entonces depende de la transitoriedad de la vida humana. ¿Por qué entonces amarlo como si fuera eterno? Nadie es eterno, el dinero quedará, y agrega: Usa del mundo, no te dejes dominar. Has venido para salir de este mundo, no para quedarte en él. Vas de camino. Esta vida es una posada. Usa del dinero como el viajero en el mesón usa de la mesa… Si hiciereis así… alcanzaréis las promesas de Dios198. Por esto, sugiere que, en lugar de amar el dinero, es a Dios a quien se ha de amar.
240. En uno de sus escritos, el Obispo de Hipona explica en qué consiste amar a Dios y no es más que amar al prójimo: Nadie se haga ilusiones de alcanzar la felicidad, ni a Dios, objeto de su amor, si desprecia a su prójimo199. Por lo tanto, una vez más, este Padre de la Iglesia nos recuerda que, si amamos al prójimo, derribando las barreras de clase social, étnicas, edad, sexo, o cualquier otra, seremos uno en Cristo; más no sólo de palabra sino con obras, pues el amor del prójimo no obra mal200 sino solo el bien para quien
196 Ibidem, n. 1573. 197 San Agustín, “Tratados sobre el Evangelio de San Juan”, n. 1586. En: Sierra Bravo, óp. cit. 198 Ibidem, n. 1586. 199 San Agustín, “De las costumbres de la Iglesia”, n. 1535. En: Sierra Bravo, óp. cit. 200 Cf. Ibidem, n. 1534.