7 minute read

Juana Ángeles Méndez Meléndez, In memoriam

Juana Ángeles Méndez Meléndez (Doña Juanita), In memoriam

Víctor Hernández Rivera

La educadora Juana Ángeles Méndez Meléndez (Doña Juanita), Profesora Emérita y Doctora Honoris Causa de la Universidad de Puerto Rico, nació en Carolina en marzo de 1908. Murió en noviembre de 2011, a los ciento tres años, después de haber vivido vida plena consagrada a la niñez, la juventud y la patria. En su pueblo natal, en un ambiente de limitaciones materiales, pero de abundancia en la fe, la esperanza y los sueños, se abrigó desde niña en la escuela y la reconoció como un escenario fecundo, de acogida espiritual y moral, como el complemento perfecto del hogar. Se desarrolló como alumna aplicada. Sus maestros le reconocieron sus capacidades y la estimularon para que continuara sus estudios secundarios, los cuales culmina con extraordinarios sacrificios en Río Piedras, en la Escuela Superior de la Universidad de Puerto Rico. Inicia su preparación universitaria en esta institución y se forma como Maestra Normalista (1930). Como eran los años en los que estudiar una carrera representaba un costo que la mayor parte de las familias del país no podían sufragar, logra superarse gracias al apoyo que recibió de figuras benefactoras que le acogieron y le dieron la ayuda en el momento necesario. Siempre destacó de ese grupo a don Vicente Maura, universitario cabal, quien en sus momentos más difíciles le apoyó hasta verla graduada de su Alma Máter.

Se inicia como maestra elemental rural en Carolina. Durante quince años trabaja en diferentes escuelas de su pueblo hasta el año 1945, que, siendo maestra de la Escuela Intermedia Urbana, se le designa como Técnica de Investigación en el Consejo Superior de Enseñanza. En este espacio profesional se desarrolla como investigadora pedagógica bajo la dirección del Dr. Ismael Rodríguez Bou. Junto a

este educador emprendió una carrera de extraordinaria producción, tanto en las investigaciones pedagógicas como en el desarrollo de materiales educativos. Esa trayectoria académica que desarrolla desde el Consejo Superior de Enseñanza ha de caracterizarse por una participación activa en la producción y dirección de investigaciones recogidas en más de cuarenta estudios publicados. Con la producción de esos años contribuyó de manera decisiva para que Puerto Rico pudiera contar con estudios abarcadores de su sistema educativo, y sobre los problemas educativos del país. El momento histórico en el cual estos trabajos se produjeron era crucial por lo que, con los mismos, se contribuyó a dar pautas para la legislación transformadora que se tenía que originar en un país sediento de políticas públicas que sirvieran para producir cambios en una sociedad que transitaba en su desarrollo de una economía eminentemente agrícola a una economía industrial. Claro está, durante esos años se reconoció a la educación como el pivote desde el cual se habría de edificar la modernización del país.

Doña Juanita Méndez formó parte, desde el escenario de la investigación pedagógica, de ese ejército de líderes puertorriqueños que se dieron a la tarea de transformar un país. Creó y diseñó el primer plan para combatir el analfabetismo en Puerto Rico. Trabajó en estudios que posicionaron la enseñanza del vernáculo de tal forma que nuestros escenarios escolares se convirtieron en espacios fecundos para el cultivo de la identidad puertorriqueña y la cultura patria. No habría de ser menos. Esta educadora le correspondió iniciarse como maestra junto a un grupo de hombres y mujeres que habrían de distinguirse por la toma de consciencia nacional que se ha de manifestar en la proclamación y reafirmación de la lengua vernácula y de todas las expresiones de la cultura puertorriqueña, esto es, la Generación del Treinta.

De sus estudios de posgrado en la Universidad de Indiana (1958) adviene su interés por la evaluación educativa. De ahí que a partir de esos años sus estudios se centren también en la investigación evaluativa. Cuando el Centro de Investigaciones Pedagógicas pasa a formar parte del Colegio de Pedagogía, se da a la doble tarea de dirigir esa unidad institucional e impartir cursos de posgrado en el Departamento de Estudios Graduados, el cual, también, dirigió en forma interina. Desde 1973, hasta su jubilación en 1978, dirige la Oficina de Evaluación, órgano responsable de los autoestudios recogidos en tomos de información evaluativa que requerían los organismos que acreditan los diversos programas académicos de la Facultad de Educación. Su amor y compromiso con la institución le amarró de tal forma que durante muchos años posteriores a su

retiro siguió sirviendo a la Universidad de Puerto Rico en su cargo de Directora de la Oficina de Evaluación en calidad de contrato ad honorem. Su entrega y dedicación a los trabajos conducentes a la acreditación y reacreditación de los programas académicos de la Facultad de Educación no tuvo límites. Muchos fuimos testigos de las horas de dedicación plena que demandaban estos informes y de la tenacidad y vigor que esta educadora demostraba a todos en las diversas etapas de trabajo hasta conducirlos a su feliz término.

Una carrera pública, tanto en las aulas como en los espacios de construcción de conocimiento, altamente productiva y brillantemente desempañada, cala profundo en la sociedad y en los ciudadanos a los que se le sirve. Es por eso que doña Juanita Méndez con su obra puso de relieve su talante intelectual y profesional con los más altos reconocimientos que un educador pueda recibir en su propia tierra. La Universidad de Puerto Rico le confiere dos de las más altas distinciones que otorga esta institución: Profesor Emeritus (1981) y Doctor Honoris Causa (1988). Recibió, además, múltiples premios y distinciones de diversas instituciones cívicas y gubernamentales: Premio Manuel A. Pérez –al Servidor Público— (1979); Gran Premio Puertorriqueño de la Academia de Artes y Ciencias (1986); Resolución 1043 del Senado de Puerto Rico en la que se confiere su nombre a una escuela en el pueblo de Carolina: Escuela Juana Ángeles Méndez Meléndez (15 de marzo de 1996); Asamblea Municipal de Carolina le reconoce como Mujer Carolinense Distinguida (1980); y Premio Rafael Cordero, otorgado por la Asociación de Maestros de Puerto Rico (2003).

Muchos son los testimonios de discípulos y educadores que tuvieron la oportunidad de apreciar y valorar lo que esta educadora ha representado para sus vidas y para un pueblo que tuvo la fortuna de tenerla y de aprovechar de su talento para edificar nuevos horizontes y construir nuevas esperanzas. El doctor José Ferrer Canales, reconocido estudioso de Hostos y de Martí, al referirse a ella nos remite a su altura moral: “Físicamente es casi nada: todo delgadez. No tiene peso su cuerpo… ¡Pero no su alma, que es recia fortaleza moral, todo nobleza de sentimientos, rectitud, conciencia austera, cumplidora y sonriente de estrictos deberes cívicos!”. Sobre ella nos dice, también, el profesor Canales que: “De haberla conocido José Martí, le hubiese alabado su “decoro y grandeza” y hubiese expresado que hablar acerca de ella era “como la raíz del alma con suavidad de hijo y entrañable afecto”. En los mismos términos la poeta y educadora Laura Gallego ha dicho que Juanita Méndez ha vivido “con altura de nobleza y esplendor de libertad”. Según esta educadora,

la profesora Méndez puso en práctica lo que Ortega y Gasset denominaba como “la economía de la enseñanza”, esto es, “la enseñanza de lo esencial con una gran honradez intelectual y profundo sentido de civismo”.

Cuando la Revista Magisterio, que habrá de circular desde su primer número desde el seno de la Asociación de Maestros, institución a la cual doña Juanita Méndez, también, sirvió y apoyó, decide incluir esta nota dedicada a la memoria de esta destacada educadora, invoca a la apertura en este foro a emular la calidad del trabajo, la pertinencia del esfuerzo y a estrechar la mano por el logro compartido. Así lo hizo Juanita Méndez y así le seguiremos haciendo.

Yo, que fui su discípulo, la recordaré siempre desde la apertura de la clase. Empezaba con un silencio casi místico, que lo imponía la dulzura de la mirada extendida sobre todos sus discípulos. No había alardes de versos o pensamientos rebuscados. Era una imploración sin palabras, con humildad, para que todo saliera bien. Pienso ahora que al presentarse en la clase con ese deseo auténtico, humano y esperanzador evocaba callada la Oración de la Maestra: “Dame sencillez y dame profundidad, líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana”. Así la guardo en mi memoria. ¡Mujer-milagro –como bien le llamó Ferrer Canales– gracias por la ejemplaridad y la transparencia de una vida consagrada a la educación puertorriqueña, a la niñez, a la juventud y a la patria! Sí, a la niñez y a la juventud, quienes podrán mirarla siempre como un verdadero paradigma.

Colaboradores

This article is from: