Introducción En la Segunda Guerra Mundial murieron más de sesenta millones de personas de unas sesenta nacionalidades. Se destruyeron ciudades enteras, rediseñaron fronteras nacionales y varios millones de personas fueron desplazadas de su hogar. En las dos últimas décadas, muchos de los habitantes de Oriente Próximo o de algunas partes de África, los Balcanes, Afganistán e incluso Estados Unidos pueden tener la sensación, sin duda justificada, de que esta época nuestra tan convulsa es la más traumática de su pasado reciente. Sin embargo, desde un punto de vista global, la Segunda Guerra Mundial fue, y sigue siendo, la mayor catástrofe de la historia moderna. Como drama humano no tiene parangón; ninguna otra guerra ha afectado a tantas vidas en un número tan elevado de países. Sin embargo, gran parte de lo que creemos saber sobre la Segunda Guerra Mundial se basa más en percepciones y mitos que en hechos reales. En los últimos sesenta años apenas hemos cambiado nuestra visión de este conflicto, un verdadero cataclismo, sobre todo cuando se aborda el análisis de la guerra en Occidente, es decir, del conflicto entre el Eje, liderado por la Alemania nazi, y los Aliados occidentales. Setenta años después, la generación que luchó en la guerra desaparece rápidamente. Mientras escribo, la inmensa mayoría de los que aún viven andan por los noventa años; de ahí la urgencia con la que se ha entrevistado a los veteranos antes de que sea demasiado tarde, y no cabe duda de que ha sido la experiencia humana de la guerra la que ha centrado gran parte de los libros recientes más populares sobre este asunto. El drama humano de la guerra fue lo que primero me atrajo de este tema. Resulta increíble que hace tan poco tiempo los europeos nos enzarzáramos en un conflicto tan amargo y destructivo. A menudo me pregunto qué habría hecho de haber sido un joven en aquellas circunstancias: ¿me habría alistado en las Fuer31