Introducción En la Segunda Guerra Mundial murieron más de sesenta millones de personas de unas sesenta nacionalidades. Se destruyeron ciudades enteras, rediseñaron fronteras nacionales y varios millones de personas fueron desplazadas de su hogar. En las dos últimas décadas, muchos de los habitantes de Oriente Próximo o de algunas partes de África, los Balcanes, Afganistán e incluso Estados Unidos pueden tener la sensación, sin duda justificada, de que esta época nuestra tan convulsa es la más traumática de su pasado reciente. Sin embargo, desde un punto de vista global, la Segunda Guerra Mundial fue, y sigue siendo, la mayor catástrofe de la historia moderna. Como drama humano no tiene parangón; ninguna otra guerra ha afectado a tantas vidas en un número tan elevado de países. Sin embargo, gran parte de lo que creemos saber sobre la Segunda Guerra Mundial se basa más en percepciones y mitos que en hechos reales. En los últimos sesenta años apenas hemos cambiado nuestra visión de este conflicto, un verdadero cataclismo, sobre todo cuando se aborda el análisis de la guerra en Occidente, es decir, del conflicto entre el Eje, liderado por la Alemania nazi, y los Aliados occidentales. Setenta años después, la generación que luchó en la guerra desaparece rápidamente. Mientras escribo, la inmensa mayoría de los que aún viven andan por los noventa años; de ahí la urgencia con la que se ha entrevistado a los veteranos antes de que sea demasiado tarde, y no cabe duda de que ha sido la experiencia humana de la guerra la que ha centrado gran parte de los libros recientes más populares sobre este asunto. El drama humano de la guerra fue lo que primero me atrajo de este tema. Resulta increíble que hace tan poco tiempo los europeos nos enzarzáramos en un conflicto tan amargo y destructivo. A menudo me pregunto qué habría hecho de haber sido un joven en aquellas circunstancias: ¿me habría alistado en las Fuer31
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zas Aéreas, en la Marina o en el Ejército? ¿Cómo habría sobrellevado la pérdida de amigos y familiares? ¿De qué modo me habría enfrentado al miedo, o a las situaciones casi siempre brutales? ¿O al hecho de estar lejos de mi hogar durante años enteros? Estas preguntas todavía me fascinan y la enormidad del drama sigue siendo sobrecogedora, pero a medida que mis conocimientos y mi comprensión de los hechos han aumentado, he comprobado que muchas preguntas siguen en el aire y lo amplio que es el tema de esta guerra. Por fortuna, descubrir materiales inéditos y conocer nuevas perspectivas es más fácil ahora que en el pasado. El abaratamiento de los viajes, la apertura de muchos archivos y, sobre todo, el advenimiento de la fotografía digital han desempeñado un papel importante; lo sé porque en la década pasada viajé a Alemania, Austria, Noruega, Francia, Italia, Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, India, Egipto, Túnez, Libia, Sudáfrica y Australia para visitar archivos, entrevistarme con veteranos y para pisar el terreno en el que sucedieron los hechos. Cuando empecé mi investigación, una visita a un archivo implicaba pasar una enorme cantidad de tiempo tomando apuntes a mano; en la actualidad, lo que antes requería una semana ahora lo puedo obtener en una mínima parte de ese tiempo. Cuando estuve en The Citadel, la Escuela Militar del Sur, en Charleston, Carolina del Sur, fotografié la mayor parte de los archivos del general Mark Clark en un solo día. Ya en casa, estos documentos se pueden examinar con mucha atención y sin prisas; esto significa que se pueden comprender y analizar más a fondo. A pesar del permanente interés por el tema y del abundante flujo de libros, documentales, revistas e incluso películas sobre la guerra, resulta asombroso que suelan ajustarse a la visión tradicional, y en muchos casos mítica, del conflicto. Esa percepción general está, más o menos, en la siguiente línea: al principio de la guerra, la Alemania nazi contaba con el ejército mejor preparado del mundo, que estaba dotado con el mejor equipo y las mejores armas. En 1940, Gran Bretaña, entonces aislada y en apuros, consiguió resistir y continuar luchando hasta que Estados Unidos entró en la contienda. A partir de ese momento, el poderío económico estadounidense se impuso a la habilidad militar de Alemania, que de todos modos estaba fatalmente debilitada por la guerra mucho más importante, y a gran escala, que había 32
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emprendido en el Frente Oriental. Estos supuestos básicos han dominado el pensamiento acerca de la Segunda Guerra Mundial durante la mayor parte de los últimos sesenta años. Sin embargo, en los círculos académicos se ha abierto paso una revolución pacífica y, de vez en cuando, esta corriente ha conseguido llegar al gran público, y ha sido una suerte. Mi punto de vista empezó a cambiar drásticamente cuando me dispuse a escribir una serie de novelas de tema bélico. Por más que sean obras de ficción, tienen que estar basadas en una minuciosa investigación, pero mientras las escribía, de repente me di cuenta de que necesitaba saber mucho más acerca de los detalles de la guerra, es decir, sobre los uniformes y las armas que se usaban y, lo más importante, cómo se usaban y por qué se desarrollaron ciertas tácticas en particular. Este estudio en profundidad resultó revelador porque, de pronto, emergió un panorama muy diferente. El discurso se había centrado excesivamente en los países —tal como lo estaba, casualmente, en la mente de Hitler— y a menudo nos hemos dejado seducir por la acción bélica en el frente. Efectivamente, el planteamiento táctico es importante, pero una guerra no se gana a menos que se hayan tenido en cuenta otros factores con la misma intensidad. En los primeros relatos, el foco estaba puesto en el nivel más alto de la guerra —las decisiones de los generales, por ejemplo—. Luego vinieron los recuerdos personales: primero las de los generales y los héroes de guerra condecorados y, a continuación, los de las personas «corrientes». En los últimos treinta años, también se ha trabajado mucho en la experiencia humana de la guerra, pero lo que se ha dejado notoriamente de lado es el contexto en que se dieron estos relatos personales. Está muy bien tener el testimonio de un soldado estadounidense, agazapado en su madriguera y asediado por el fuego de mortero, pero ¿por qué estaba allí y por qué se disparaban morteros? ¿Cómo operaban, en concreto, los ejércitos, las fuerzas aéreas y la marina? ¿Y cuáles eran las diferencias entre sus respectivos enfoques? Con demasiada frecuencia, los relatos de quienes lucharon en la guerra retornan a los viejos mitos y estereotipos: las tropas británicas eran lentas y pasaban demasiado tiempo «preparando» el té; los estadounidenses eran desaliñados y carecían de disciplina; las ametralladoras alemanas eran claramente superiores a las de sus contrincantes; el Tiger fue el mejor tanque de la guerra, y así sucesivamente. 33
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¿En qué se basaban estos juicios? Y ¿son correctos? A menudo no. Si, por poner un ejemplo, hablamos con un GI* o con un Tommy† que se hayan enfrentado a un Tiger alemán, lo más probable es que nos digan que era una bestia terrible y muy superior a cualquiera del arsenal aliado. Era enorme. Estaba equipado con un cañón de gran calibre. Su blindaje era extraordinario. La visión de los soldados aliados es perfectamente válida. Pero el Tiger era, además, tremendamente complicado, poco fiable desde el punto de vista mecánico, de mantenimiento muy difícil en combate, útil solo en las distancias cortas y solo se podía trasladar por ferrocarril, para lo que necesitaba que le cambiaran las cadenas, porque, de otro modo, excedía la anchura máxima que cabía en los ferrocarriles continentales; el Tiger también era insaciable en el consumo de combustible —del que los alemanes eran muy deficitarios en 1942, cuando este modelo de tanque empezó a usarse— y era demasiado pesado para la mayoría de puentes de la época, por lo que habría resultado inútil para una fuerza militar en una ofensiva. Para el GI que se enfrentaba a un arma tan terrible, ninguno de estos aspectos era relevante: el Tiger es grande y amenazador, y el soldado ve literalmente la muerte en su enorme cañón. Pero el historiador debe tener en consideración todo eso. Creer que un arma en particular era más mortífera que otras simplemente por la palabra de alguien que la tuvo enfrente durante una batalla no es acertado. Hay que tener en cuenta un panorama más matizado, y al analizar estos aspectos y poner en tela de juicio estas visiones largamente aceptadas, surgen visiones muy diferentes. En la guerra, se contemplan tres niveles importantes: el estratégico, el operativo y el táctico. La estrategia hace referencia al * GI es un término que se refiere a los miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos, sus elementos o sus equipos. Originalmente las iniciales se referían a «Galvanized Iron», hierro galvanizado, material a partir del cual se hacían algunos equipos. En la Primera Guerra Mundial, GI se empezó a interpretar como «Government Issue», suministro del gobierno, por lo que pasó a hacer referencia a cualquier cosa que estuviera relacionada con el Ejército de Estados Unidos. (N. del E.) † «Tommy Atkins», a menudo abreviado como «tommy» (plural «tommies») es un apelativo por el que se conoce a los soldados británicos desde el siglo xviii. El origen de esta expresión no está claro, pero hoy se identifica especialmente con los soldados británicos de la Primera Guerra Mundial. (N. del E.)
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panorama general, a los objetivos globales; el nivel táctico tiene que ver con la lucha en el frente y el modo de llevarla a cabo; y el operativo se refiere a los medios que permiten que se concreten tanto la estrategia como la táctica; en otras palabras, las tuercas y los tornillos: el equipo, la munición, la logística, los recursos, o sea, los aspectos económicos de la guerra, trasladar hombres y máquinas desde A hasta B. Mantener la capacidad de librar la batalla. Si hablásemos con un veterano británico de la Batalla de Inglaterra, por ejemplo, nos describiría que lo derribaron un día pero que a la mañana siguiente estaba volando de nuevo. ¿Dónde consiguió con tanta rapidez el nuevo avión? En una ocasión se lo pregunté a Tom Neil, que pilotó aviones Hurricane del Escuadrón 249 en el verano de 1940. «No tengo ni idea de dónde venían ni cómo llegaban hasta allí»,1 respondió. «Pero cada mañana, como si fuera un milagro, teníamos todos los aviones que necesitábamos». Si hablamos con un tanquista aliado que haya luchado en Normandía en 1944 nos dirá casi con certeza lo mismo: su Sherman quedó fuera de combate una tarde, pero a la mañana siguiente estaba a bordo de uno nuevo y de vuelta en el campo de batalla. ¿De dónde salió? «Solo tuvimos que volver a Echelon y echar mano de otro», me respondió el comandante de un escuadrón británico de los Sherwood Rangers.2 Cuando insistí, confesó que había perdido tres tanques desde el desembarco de Normandía hasta el final de la guerra, en el mes de mayo siguiente, pero no se quedó sin tanque ni un solo día. Este nivel operativo ha sido uno de los aspectos más olvidados por la historiografía de la Segunda Guerra Mundial. Pero no se debe perder de vista, dado que también es uno de los más interesantes, porque cuando se empieza a comprender este nivel más complejo surgen todo tipo de nuevas perspectivas que permiten contemplar los acontecimientos de la guerra bajo una luz diferente. Y eso es apasionante. He dedicado varios años a la investigación de los tres volúmenes que conformarán esta obra, pero cuando empecé a escribir se me ocurrió que debía establecer, desde el principio, mis objetivos y los parámetros con los que debía trabajar. Sobre todo, este libro desea ser una narración histórica estimulante, que se pueda leer 35
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y asimilar con facilidad, y espero que hasta disfrutar, pero en él se incluyen no solo mis propias investigaciones sino también, en gran medida, las ideas académicas más recientes sobre el asunto. El objetivo no es únicamente escribir una historia militar, sino también una historia social, política y económica. Una de las cosas que he aprendido es que cuando se estudia la Segunda Guerra Mundial, ninguno de estos temas debe abordarse por separado. O, mejor aún, cuando se interrelacionan estas distintas facetas, se consigue una imagen mucho más clara de lo que en realidad sucedió. Esta obra no pretende ser un relato detallado de las vicisitudes de cada país que participó en Segunda Guerra Mundial en Occidente. Antes bien, me he centrado en los principales actores: Alemania e Italia del lado del Eje, Gran Bretaña y Estados Unidos por parte de los Aliados (aunque, de hecho, formaron una coalición y no una alianza formal). Entre ambos está Francia, uno de los aliados en un primer momento, más tarde de parte del Eje (aunque algunos elementos luchaban a favor de los Aliados), y luego otra vez de parte del bloque de los Aliados hasta el fin de la guerra. También se analizan otros países, como Noruega, Holanda, Grecia y Bélgica, pero sin tanto detalle. Tampoco se ignoran los acontecimientos de los demás escenarios de guerra. Lo que ocurría en la Unión Soviética y en el Lejano Oriente tuvo un impacto enorme en los acontecimientos de Occidente; es totalmente imposible separar por completo Oriente de Occidente. El hilo que dará coherencia a la narración, según espero, es un elenco de personas que va desde políticos, generales e industriales hasta capitanes, soldados y civiles. Sus historias ilustrarán la experiencia de la guerra y serán el medio para explicar el panorama general. La narración de la Segunda Guerra Mundial en Occidente es amplia y de gran abasto: por tierra, mar y aire, va desde las montañas y fiordos de Noruega al calor del desierto africano, y desde el centelleante Mediterráneo al salobre gris del Atlántico. Es una historia épica de la que, a pesar del tiempo transcurrido, hay mucho que aprender.
PRIMERA PARTE ESTALLA LA GUERRA