La evoluciรณn de la belleza
Primera edición: septiembre de 2019 Título original: The Evolution of Beauty © Richard O. Prum, 2017 © de la traducción, Claudia Casanova, 2019 © de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2019 Todos los derechos reservados. Diseño de cubierta: Taller de los Libros Imagen de cubierta: 7activestudio - iStock Corrección: Isabel Mestre Publicado por Ático de los Libros C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª 08009 Barcelona info@aticodeloslibros.com www.aticodeloslibros.com ISBN: 978-84-16222-76-6 IBIC: PSA Depósito Legal: B 20475-2019 Preimpresión: Taller de los Libros Impresión y encuadernación: Liberdúplex Impreso en España — Printed in Spain Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia. com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Richard O. Prum LA
EVOLUCIÓN DE LA
BELLEZA De cómo la teoría olvidada de Darwin explica la atracción sexual y cómo los animales y los humanos eligen pareja
Traducción de Claudia Casanova
Barcelona - Madrid - México D.F.
Para Ann, por inspirar y tolerar mis numerosos caprichos
Índice Introducción...........................................................................7 1. La verdadera idea peligrosa de Darwin...............................23 2. La belleza que sucede........................................................61 3. El baile del saltarín............................................................97 4. Innovación estética y decadencia.....................................130 5. El sexo entre patos...........................................................159 6. La belleza de la bestia.......................................................193 7. Los amigos antes que el romance.....................................218 8. La belleza humana también sucede..................................238 9. El placer sucede...............................................................276 10. El efecto Lisístrata.........................................................294 11. La «homosexualización» del Homo sapiens.....................318 12. La visión estética de la vida ...........................................336 Notas..................................................................................357 Bibliografía.........................................................................405 Agradecimientos..................................................................423 Índice onomástico y de materias..........................................427
Madre Oca: ¿Cuál es el secreto que conoce la naturaleza? Tom Rakewell: Qué es la belleza y dónde crece. El progreso del libertino, una ópera en tres actos de Ígor Stravinsky con libreto de W. H. Auden y Chester Kallman
Introducción Empecé a observar y estudiar a los pájaros cuando tenía diez años, y jamás pensé en dedicarme a otra cosa, lo cual es una suerte, porque no sirvo para ningún otro trabajo. Todo empezó con las gafas. Me regalaron mi primer par en cuarto, y a los seis meses me había convertido en un observador de pájaros. Antes de eso, me pasaba mucho tiempo memorizando datos de El libro Guinness de los récords y luego pedía a mis hermanos que me preguntaran para ver si me los sabía. Me interesaban especialmente los récords de «logros» humanos extremos, como quiénes eran el hombre más alto o el más gordo, y la categoría ahora extinta de récords «gastronómicos», como el mayor número posible de buccinos que se pueden comer en cinco minutos. Después de las gafas, el mundo exterior se hizo más definido. Pronto, mis aficiones difusas encontraron un eje alrededor del que organizarse, algo en lo que concentrarse: los pájaros. El siguiente elemento catalizador fue un libro. Mi familia vivía en Manchester Center, en Vermont, un pequeño pueblo en un hermoso valle a caballo entre las montañas Taconic y las Green. Un día, mientras estaba en una pequeña librería curioseando, mis ojos se posaron en el libro de Roger Tory Peterson A Field Guide to the Birds («Una guía de campo de los pájaros»). Me quedé fascinado por las ilustraciones de los cardenales, el pinzón vespertino y el frailecillo atlántico que aparecían en la portada del libro. Era un volumen de tamaño de bolsillo, agradable y eficiente. Al hojear sus páginas, inmediatamente empecé a imaginar todos los lugares a los que viajaría para ver a los pájaros, con el libro en el bolsillo trasero de mi pantalón, por supuesto. Le mostré el libro a mi madre y lo acompañé de la poco sutil súplica de que quería llevármelo a casa. «Bueno —respondió animosa—, ¡falta poco para tu cumpleaños!». Un mes después, para mi décimo aniversario, me regalaron una guía de pájaros, pero era otra: Birds of North America («Pájaros de América del Norte»), de Chandler 9
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Robbins, con el texto y los mapas de rango en la página opuesta a la ilustración en color del animal. Era un libro muy hermoso con una pésima encuadernación, por lo que leí, desgasté y compré varias copias antes de terminar primaria. Empecé a recorrer el vecindario rural en busca de pájaros armado con un enorme par de binoculares de la familia. Al cabo de un año, me había comprado un par nuevo de Bausch & Lomb de 7x35 s: lo hice con el dinero que gané cortando el césped de los vecinos y repartiendo el periódico. En mi siguiente cumpleaños, me regalaron un disco con grabaciones de cantos de pájaros, y empecé a memorizarlos. Mi curiosidad inicial se volvió una obsesión, y luego una pasión que consumía todo mi tiempo. En un buen día de observación de pájaros se me aceleraba el pulso. A veces aún me pasa. Mucha gente no comprende qué tienen los pájaros que sea tan interesante y que merezca tanta dedicación. ¿Qué hacen los que observan a los pájaros durante horas, en bosques, marismas y prados? Para entender la pasión del observador de aves es necesario comprender que, en realidad, se trata de una caza. Pero, a diferencia de la caza real, los trofeos que uno acumula se conservan en la memoria. Y, claro, es un lugar perfecto, porque así siempre van contigo, no importa adónde vayas. No se quedan cubiertos de polvo en una pared o en el ático. Las experiencias de un observador de pájaros forman parte de tu vida, de quién eres. Y, como los que observamos pájaros somos humanos, los recuerdos de las aves, como los de muchos recuerdos humanos, mejoran con el tiempo. Los colores de sus plumajes se vuelven más saturados, las canciones son más dulces y las elusivas marcas de campo son más vívidas y claras al recordarlas en retrospectiva. El excitante zumbido de la observación de aves alimenta el deseo de ver más aves, de ver las primeras llegadas y las últimas partidas, las más grandes y las más pequeñas, y conocer sus hábitos. Por encima de todo, la observación de aves genera el deseo de ver aves nuevas, que uno nunca haya visto antes, y registrar todos esos avistamientos. Muchos observadores conservan una «lista vital» de todas las especies que han visto a lo largo de sus vidas, y cada pájaro nuevo que añaden se llama «muesca», lifer en inglés. Probablemente, la mayor parte de los críos no se dedican a pensar en qué harán el resto de sus vidas, pero yo estaba muy seguro de qué iba a hacer. A los doce años ya sabía que tendría 10
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que ver con los pájaros. La observación de aves era una invitación abierta a las aventuras que saltaban de las páginas primorosamente ilustradas de la revista National Geographic. Pronto me dediqué a buscar hábitats y localizaciones aún más remotas y exóticas. En 1976, volvía a encontrarme en una librería, esta vez con mi padre, cuando vi la hermosa edición de Guía de las aves de Panamá, de Robert Ridgely. Costaba quince dólares de la época; superaba mis ahorros. Mis padres solían estar dispuestos a partirse conmigo el coste de ese tipo de obsequios, mitad y mitad, así que le pregunté a mi padre si se avendría a hacerlo así. Me miró incrédulo y me preguntó: «Pero, Ricky, ¿cuándo piensas ir a Panamá?». Probablemente mi voz adolescente se quebró cuando respondí: «Papá, primero se compra el libro y luego se va a Panamá, ¿no lo ves?». Supongo que lo convencí, porque me llevé el libro a casa y así empezó mi fascinación permanente por los pájaros neotropicales. Por supuesto, el objetivo final del observador de aves es conocer a todos los pájaros del mundo. Todas las especies: las diez mil y pico que existen. Pero no me refiero a conocer a los pájaros como podemos conocer las leyes de la gravedad, la altura del Everest o el hecho de que Robert Earl Hughes fue el hombre más gordo del mundo, con un peso de 485 kilos. La observación de pájaros consiste en conocer a las aves de manera más profunda e íntima. Para explicar mejor lo que quiero decir, imaginemos qué significa para un observador de pájaros avistar un ave. No cualquiera, sino un ejemplar en concreto: por ejemplo, un macho de reinita de fuego o de Blackburn (Setophaga fusca) (ilustración 1). Recuerdo perfectamente cuándo vi por primera vez a un macho de reinita de fuego: estaba colgado de una rama de abedul blanco con escasas hojas, en el jardín delantero de mi casa en Mánchester Center, una espléndida mañana de mayo de 1973. Años después, he visto ejemplares de esa especie muchas veces y en muchos sitios distintos, desde en sus territorios de crianza en los bosques boreales a lo largo del río Allagash, en el norte de Maine, hasta en su zona de distribución en invierno por las junglas en las nubes de los Andes, en Ecuador. Conozco a las reinitas de fuego. Por supuesto, todo el que haya visto un macho de reinita de fuego se ha fijado en las plumas negras y firmes que le cubren todo el cuerpo, la cara y la garganta de color naranja brillante, y las barras alares blancas, igual que el vientre y las marcas de la cola. La visión de una reinita de Blackburn dejará una huella sen11
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sorial memorable y verdaderamente impresionante en cualquier persona que la vea. Pero la observación de pájaros es mucho más que ver un ave y absorber el impacto visual de esa experiencia. Se trata de reconocer las características físicas del animal y de ser capaz de asignarle el nombre correcto, o su nomenclátor, a esa observación.1 Cuando un observador de pájaros ve a una reinita de Blackburn o a cualquier otro pájaro que haya identificado, la experiencia neurológica es distinta de la mera percepción sensorial de la combinación deslumbrante de plumas negras, naranjas y blancas. Lo sabemos porque los estudios de imágenes por resonancia magnética de los cerebros de observadores de pájaros demuestran que, a diferencia del observador no entrenado, los que poseen experiencia en el avistamiento de aves utilizan el módulo de reconocimiento facial que tenemos en el córtex visual del cerebro para reconocer e identificar especies de pájaros y sus plumajes.2 En otras palabras: cuando un observador de aves identifica a una reinita de Blackburn, utiliza las mismas partes del cerebro que la gente usa para reconocer caras familiares, como las de Jennifer Aniston, Abraham Lincoln o nuestra tía Lou.3 La observación de pájaros entrena nuestro cerebro para transformar un río de percepciones de historia natural en encuentros con individuos concretos. Es como la diferencia entre caminar por la calle de una ciudad en un mar de gente desconocida y recorrer los pasillos de nuestro antiguo instituto, donde reconocemos a cada individuo fácilmente y al instante. La diferencia entre lo que experimenta el observador de aves y un simple paseo por el bosque es lo que sucede en nuestro cerebro. Mi idioma no logra comunicar correctamente esta diferencia, pues en inglés solo tenemos un verbo para designar lo que es «conocer». Otros, no obstante, cuentan con dos verbos: uno que significa comprender un concepto y otro que indica que alguien o algo nos resulta familiar a través de las experiencias personales. En castellano, comprender un hecho es «saber», pero lo segundo se expresa con la palabra «conocer». En francés, la pareja de verbos son savoir y connaître, y en alemán, wissen y kennen. La diferencia clave entre la observación de pájaros y el mero contemplar es que lo primero consiste en construir un puente entre esos dos tipos de conocimiento: se trata de conectar la familiaridad y la experiencia personal con los hechos y la comprensión científica. 12
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Acumulamos conocimientos sobre el mundo natural a través de nuestra propia experiencia personal. Por eso, para un observador de pájaros, siempre es importante si uno ha visto al animal en la vida real, ¡y no solo en las páginas de un libro! Saber que el pájaro existe sin haberlo visto en persona es solo conocimiento sin experiencia, savoir sin connaissance, y eso nunca es suficiente. Cuando fui a la universidad, descubrí que la biología evolutiva era la disciplina de la ciencia que trataba el aspecto de los pájaros que más me fascinaba: su tremenda diversidad y sus infinitas y exquisitas diferencias. La evolución era la explicación de cómo habían surgido las diez mil especies de pájaros que pueblan la Tierra. Comprendí que mi afición a los pájaros (mi coleccionismo cognitivo) era la base de un proyecto de mayor alcance intelectual: mi compromiso vital en la investigación científica sobre la evolución de los pájaros. Durante más de cuarenta años de observación de pájaros y treinta años estudiando la evolución de las aves, he tenido la alegría y la buena suerte de investigar un enorme rango de temas científicos. Por el camino, me han brindado la oportunidad de observar pájaros en todos los continentes y de ver más de un tercio de las especies de pájaros del mundo, aunque no me cabe duda de que mi yo de doce años estaría muy decepcionado ante la lentitud de mi progreso en la imposible tarea de verlos todos. He trabajado en las selvas de América del Sur, y he descubierto comportamientos hasta entonces desconocidos de los manaquines (Pipridae). He diseccionado los diminutos órganos vocales de las aves para comprender mejor ese rasgo anatómico al reconstruir las relaciones evolutivas entre las especies. He trabajado en la biogeografía aviar (que es el estudio de la distribución de las especies en el globo), en el desarrollo y la evolución de las plumas y en el origen de las plumas aviares de los dinosaurios terópodos. He investigado la física y la química de la coloración del plumaje aviar y la visión en cuatro colores que poseen los pájaros. Durante dichos estudios, mis investigaciones han tomado derroteros muy sorprendentes, que me han empujado a profundizar en temas que jamás me habría imaginado que estudiaría, como la asombrosamente violenta vida sexual de los patos. A veces, los distintos caminos que exploraba ponían de manifiesto puntos de conexión entre áreas totalmente inesperadas. Por ejemplo, dos 13
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iniciativas de investigación separadas acerca de la coloración de las plumas de los pájaros y la evolución de las plumas de los dinosaurios llevó a un descubrimiento conjunto: los espectaculares colores del plumaje que ostentaba un dinosaurio con plumas de más de ciento cincuenta millones de años, el Anchiornis huxleyi (ilustración 12). Durante mucho tiempo pensé que mi campo de investigación era solo una enorme bolsa ecléctica de «temas que a Rick le interesan». Sin embargo, en los últimos años me he dado cuenta de que una amplia porción de mi investigación en realidad gira alrededor de un gran eje: la evolución de la belleza. No me refiero a la belleza tal como nosotros la experimentamos. Más bien me interesa la belleza de los pájaros vista por sí mismos. En concreto, me fascina el reto de comprender cómo las elecciones sociales y sexuales de los pájaros han impulsado tantos aspectos de la evolución aviar. En varios contextos sociales, los pájaros se observan, evalúan lo que han observado y toman decisiones sociales: verdaderas elecciones vitales. Eligen con qué pájaros volar, qué bocas de sus crías alimentar y la hembra elige si incubará o no un puñado determinado de huevos. Y, por supuesto, la decisión social más importante que toman los pájaros es con quién se aparean. Para elegir pareja, los pájaros lo hacen en función de sus preferencias por plumajes, colores, canciones y exhibiciones concretas. El resultado es la evolución de los adornos sexuales. ¡Y los pájaros tienen muchos! Científicamente hablando, la belleza sexual abarca todos los rasgos observables de lo que es deseable en una pareja potencial. A lo largo de millones de años y entre miles de especies de aves, la elección de una pareja ha generado la explosiva diversidad de la belleza sexual en los pájaros. Los ornamentos sexuales tienen una función distinta de otras partes del cuerpo. No se relacionan únicamente mediante interacciones ecológicas o fisiológicas con el mundo físico. En lugar de eso, los rasgos de ornamentación sexual funcionan al interaccionar con los observadores, a través de la manera en que las percepciones sensoriales y las evaluaciones cognitivas de otros individuos crean una experiencia subjetiva en esos mismos individuos. Y, al decir experiencia subjetiva, me refiero a las cualidades mentales internas que no son observables y que son fruto de una corriente de hechos sensoriales y cognitivos: como la visión del color rojo, 14
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el olor de una rosa o el sentimiento de dolor, hambre o deseo. La función de los adornos sexuales es clave: inspiran las cualidades de deseo y apego por parte del que mira. ¿Qué podemos llegar a saber, realmente, de la experiencia subjetiva del deseo en los animales? La experiencia subjetiva es, casi por definición, imposible de medir e imposible de cuantificar. Como Thomas Nagel dejó escrito en su artículo clásico «¿Qué se siente al ser un murciélago?», la experiencia subjetiva abarca el «qué se siente al ser» un organismo determinado, ya sea un murciélago, un lenguado o una persona, y tener una percepción o experimentar un hecho cognitivo.4 Pero, si no somos murciélagos, jamás seremos capaces de entender la experiencia de percibir la «estructura acústica» del mundo de manera tridimensional, a través de un sonar. Aunque podemos imaginar que nuestras experiencias subjetivas individuales son similares a las de esos individuos, y quizá incluso a los de otras especies, jamás podremos confirmarlo, porque, de hecho, no es posible compartir las cualidades de nuestras experiencias mentales internas con las de otros. Incluso entre seres humanos, capaces de expresar sus pensamientos y experiencias en palabras, el contenido real y la cualidad de nuestras experiencias sensoriales son, en última instancia, incognoscibles para nadie más, e inaccesibles a la medición y a la reducción científicas. Por lo tanto, la mayoría de los científicos son alérgicos a la idea de elaborar un estudio científico de experiencias subjetivas e incluso a admitir que pueda existir tal cosa. Si no podemos medirlos, numerosos biólogos piensan que dichos fenómenos no son tema de estudio científico apropiado. Sin embargo, para mí, el concepto de experiencia subjetiva es absolutamente esencial para comprender la evolución. En este libro sostengo que necesitamos una teoría evolutiva que abarque las experiencias subjetivas de los animales con el fin de poder desarrollar una conceptualización científica correcta del mundo natural. Si ignoramos las experiencias subjetivas de los animales, lo hacemos a nuestro propio riesgo intelectual, pues tienen consecuencias esenciales y decisivas en la evolución de las especies. Si la experiencia subjetiva no puede medirse, ¿cómo podemos estudiarla científicamente? Creo que la física nos ofrece una buena lección. A principios del siglo xx, Werner Heisenberg demostró que no es posible conocer simultáneamente la posición y el impulso de un electrón. Aunque el 15
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principio de incertidumbre de Heisenberg demostró que el electrón no podía reducirse a la mecánica newtoniana, los físicos no abandonaron ni ignoraron el problema del electrón. En lugar de eso, inventaron nuevos métodos para estudiarlo. De manera similar, la biología debe desarrollar nuevos métodos para investigar las experiencias subjetivas de los animales. No podemos medir o conocer dichas experiencias con detalle, pero sí que podemos acercarnos sigilosamente a ellas y, al igual que con el electrón, descubrir sus rasgos fundamentales de manera indirecta. Por ejemplo, tal como veremos más adelante, es posible investigar cómo evoluciona la experiencia subjetiva del animal si rastreamos la evolución de los adornos y las preferencias sexuales por dichas experiencias entre organismos estrechamente relacionados. Llamo evolución estética a los procesos evolutivos impulsados por los juicios sensoriales y por las elecciones cognitivas de los organismos individuales. El estudio de la evolución estética exige analizar ambas caras de la atracción sexual: el objeto del deseo y la forma del propio deseo, que los biólogos designan como rasgos de exhibición y preferencias de apareamiento. Es posible observar las consecuencias del deseo sexual si estudiamos cuál es la pareja elegida. Y aún más: es posible estudiar la evolución del deseo sexual al analizar la evolución de los objetos de ese deseo: los adornos específicos para una especie determinada y cómo han evolucionado entre múltiples especies. Lo que emerge al analizar los mecanismos de la selección sexual es la sorprendente idea de que el deseo y el objeto del deseo coevolucionan a la par. Como veremos más adelante, la mayoría de los ejemplos de belleza sexual son ejemplos de coevolución; en otras palabras, la forma de la exhibición y la preferencia por una pareja no se corresponden accidentalmente, sino que se dan forma mutuamente a lo largo del tiempo. La extraordinaria diversidad estética del mundo natural surge a raíz de este mecanismo coevolutivo. Por lo tanto, este libro, en última instancia, es una historia natural de la belleza y del deseo. ¿Cómo difiere la evolución estética de otras vías de evolución? Para explorar esta diferencia, comparemos la evolución «normal» adaptativa de la selección natural (esto es, el mecanismo evolutivo que, como sabemos, descubrió Charles Darwin) con la evolución estética mediante la selección de pareja, otro asombroso descu16
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brimiento de Darwin. En el mundo de los pájaros, los picos de los pinzones de las Galápagos son uno de los mejores ejemplos de la teoría de la evolución de Darwin.5 Las aproximadamente quince especies distintas de pinzones de las Galápagos evolucionaron a partir de un antepasado común y se distinguen entre sí, sobre todo, por el tamaño y la forma de sus picos. Algunos son particularmente eficaces para agarrar y abrir ciertos tipos de semillas de plantas; los grandes son mejores para partir semillas más grandes y más duras, y los picos más pequeños consiguen hacerse con semillas más pequeñas y delicadas. Debido a que en las islas Galápagos el tamaño, la dureza y la abundancia de las semillas disponibles varían por áreas y por estaciones, algunos pinzones sobreviven mejor en ciertas zonas que otros. Como el tamaño y la forma del pico son rasgos altamente hereditarios, la distinta supervivencia de las formas de los picos dentro de una generación de pinzones tendrá como resultado un cambio evolutivo en la forma del pico entre generaciones. Este mecanismo evolutivo, que se llama selección natural, lleva a la adaptación porque, al cabo del tiempo, las generaciones posteriores habrán desarrollado formas de picos que funcionarán mejor en su entorno, lo que contribuirá directamente a una mayor supervivencia y fecundidad individuales (es decir, la capacidad individual para la reproducción y la energía y los recursos necesarios para poner muchos huevos, y más grandes, y para criar a un montón de vástagos sanos). Por el contrario, imaginemos la evolución de un adorno aviar, como el canto del zorzal o el plumaje iridiscente del colibrí.6 Estos son rasgos que evolucionan con relación a criterios muy distintos de los que participan en la selección natural de la forma del pico. Los adornos sexuales son los rasgos estéticos que evolucionan a consecuencia de las elecciones de pareja, basadas en evaluaciones subjetivas; funcionan mediante la percepción y la evaluación de otros individuos a través del apareamiento. El efecto acumulado de muchas decisiones de apareamiento individuales conforma la evolución del adorno. En otras palabras: los miembros de esta especie actúan como agentes de su propia evolución. Como el propio Darwin comprendió, la evolución mediante la selección natural y la evolución estética mediante la elección de pareja producen pautas de variación profundamente distintas en la naturaleza. Por ejemplo, hay un número limitado de maneras en que un pájaro puede abrir una semilla con el pico y, por lo 17
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tanto, un número limitado de variaciones en el tamaño y la forma del pico. Por consiguiente, los pájaros que consumen semillas de más de una docena de familias distintas han evolucionado independientemente y han convergido hacia picos muy similares, robustos y parecidos a los de los pinzones para poder llevar a cabo esta tarea física en particular. Pero la labor de atraer a una pareja es un reto mucho más dinámico, abierto y libre que conseguir extraer una semilla de su caparazón. Cada especie evoluciona hacia su propia solución al problema de la comunicación y la atracción intersexual, lo que Darwin llamaba «estándares de belleza» independientes. Así que no es de extrañar que cada una de las más de diez mil especies de pájaros de la Tierra haya evolucionado por su cuenta en ese aspecto y haya desarrollado un repertorio de adornos estéticos originales y también unas preferencias particulares para conseguir este fin. El resultado es que la variedad de la belleza biológica de la Tierra es casi inconmensurable. Bueno, ahora tengo un problema científico. Aunque la investigación en el campo de la biología evolutiva ha sido muy gratificante para mí, la comunidad científica no está exenta de opiniones diversas, desacuerdos y conflicto intelectual. Y resulta que mis ideas acerca de la evolución estética son contrarias a la gran mayoría de las ideas que imperan en la biología evolutiva, y no solo durante las últimas décadas, sino durante casi un siglo y medio; casi desde los tiempos del propio Darwin. La mayoría de los biólogos evolutivos, entonces y ahora, piensan que los ornamentos y las exhibiciones sexuales (y generalmente evitan utilizar la palabra «belleza») evolucionan porque esos rasgos ofrecen información honesta y científica acerca de la calidad y de la condición de las parejas potenciales. Según este paradigma de «señalización honesta», la exhibición extraordinariamente azul eléctrica en forma de cara sonriente en las plumas eréctiles del pecho de un macho de ave del paraíso soberbia (Lophorina superba) (ilustración 2) actúa como un perfil de citas de Internet pajaril y ofrece múltiples informaciones que la hembra de la especie necesita saber. ¿Quién es su «tribu»? ¿Procede de un buen huevo? ¿Lo criaron en un buen nido? ¿Lleva una buena dieta? ¿Se cuida? ¿Tiene enfermedades de transmisión sexual? En especies de pájaros que forman lazos estables, este cortejo quizá comunique información adicional: ¿será un defensor enérgico del territorio de la pareja frente a los com18
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petidores? ¿Será capaz de alimentarme a mí y a nuestros vástagos, será un buen padre o madre para las crías, será fiel? Siguiendo esta teoría del adorno a lo BioMatch.com, la belleza es cuestión de utilidad. Según dicha visión del mundo, las preferencias subjetivas de apareamiento de los individuos se ajustan a la calidad objetiva de sus parejas potenciales. La belleza solo es deseable porque trae consigo otras ventajas aplicables en el mundo real, como vigor, salud o buenos genes. Aunque la belleza sexual pueda ser sensualmente placentera, la selección sexual sería solo otra forma de la selección natural; así que no habría una diferencia fundamental entre las fuerzas evolutivas que actúan sobre los picos de los pinzones de las Galápagos y las que generan las exhibiciones de cortejo de las aves del paraíso. La belleza sería una mera criada de la selección natural. Mi punto de vista sobre la belleza y su origen es muy distinto. Aunque vacilo al admitirlo, pienso que el proceso de adaptación por la selección natural es más bien aburrido. Por supuesto, en tanto que biólogo evolutivo, soy consciente de que es una fuerza ubicua y fundamental de la naturaleza. No niego su inmensa importancia. Pero el proceso de adaptación mediante la selección natural no es sinónimo de la propia evolución. Es imposible explicar numerosos procesos de la historia evolutiva solamente a partir de la selección natural. A lo largo de este libro, argumentaré que la evolución a menudo es mucho más caprichosa, extraña, individualizada, históricamente contingente y menos predecible y generalizable de lo que la adaptación puede explicar. La evolución puede llegar a ser incluso «decadente», en el sentido de que a veces los adornos sexuales resultantes no solo no indican nada acerca de las cualidades objetivas de la pareja potencial, sino que hasta llegan a reducir la supervivencia y la fecundidad del que elige y del que es elegido. En resumen, en la búsqueda de sus preferencias subjetivas, las elecciones de apareamiento de los individuos pueden ser maladaptativas; esto eso, crean un encaje peor entre el organismo y su entorno. Unos pocos biólogos evolutivos sostienen que eso es imposible, pero yo no estoy de acuerdo, y en este libro explico por qué. En un sentido más amplio, espero comunicar a mis lectores que la selección natural no puede ser la única explicación de la diversidad, la complejidad y la originalidad extrema de los ornamentos sexuales 19
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que están presentes en la naturaleza. La selección natural no es la única fuente que diseña en la naturaleza. Opino que el tipo de preguntas científicas que uno disfruta planteándose, y el tipo de respuestas científicas que a uno le parecen satisfactorias, son profundamente personales. Por alguna razón, a mí siempre me han fascinado los aspectos del proceso evolutivo que desafían las explicaciones adaptativas simples. En cierto modo, mi compromiso personal y de por vida con los pájaros, conectado a la ciencia de su evolución, me llevó por otros caminos. Sin embargo, como documentaré en estas páginas, el primero que propuso y defendió esta teoría estética de la evolución fue el propio Charles Darwin, y recibió rotundas críticas en su época por ello. En efecto, la teoría estética de Darwin de la elección de pareja ha sido tan marginada en la biología evolutiva que casi se ha olvidado.7 El «neodarwinismo» contemporáneo, que sostiene que la selección sexual es solo otra forma de selección natural, es muy popular, pero no es darwiniano en absoluto. Dicho punto de vista adaptacionista es el legado del acólito intelectual de Darwin y posterior antagonista, Alfred Russel Wallace. Yo afirmo que la evolución estética, en realidad, devuelve al verdadero Darwin al darwinismo al demostrar que las decisiones de la elección de pareja en los animales desempeñan un papel esencial y a menudo decisivo en la evolución. Pero ¿realmente podemos hablar de la belleza como de una cualidad frente a la que los animales reaccionan? El concepto de belleza está tan enraizado en las ideas preconcebidas, las expectativas y las malinterpretaciones del ser humano que quizá sería prudente seguir evitando un uso científico del término. ¿Por qué decantarnos, en efecto, por una palabra tan problemática y cargada de prejuicios? ¿Por qué no seguir empleando el lenguaje no estético e higiénico que la mayoría de los biólogos prefieren? He reflexionado largo y tendido acerca de esto y he decidido aceptar la belleza como concepto científico porque, como Darwin, creo que captura en el lenguaje común lo que la atracción biológica implica con exactitud. Al reconocer las señales sexuales como bellas o hermosas para los organismos que las prefieren, ya sean zorzales manchados, aves de emparrado, mariposas o seres humanos, nos obligamos a abarcar todas las implicaciones de lo que significa ser un animal consciente que formula elecciones sociales 20
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y sexuales. Nos obliga a reflexionar sobre la posibilidad darwiniana de que la belleza no sea únicamente un mecanismo utilitario al que da forma la ventaja adaptativa. La belleza y el deseo en la naturaleza pueden ser tan irracionales, impredecibles y dinámicos como puedan serlo nuestras propias experiencias personales. Este libro aspira a devolver la belleza a la ciencia, a reanimar la concepción estética original de Darwin de la selección de pareja y a elevar la belleza a un tema principal en los estudios científicos. El concepto de Darwin de selección de pareja tiene otro elemento polémico que también voy a defender en las páginas que siguen. Al proponer el mecanismo de evolución mediante la elección de pareja, Darwin formuló la hipótesis de que las preferencias de las hembras pueden ser una fuerza independiente y muy poderosa en la evolución de la diversidad biológica. No es sorprendente que los científicos victorianos ridiculizaran la revolucionaria idea de Darwin de que las hembras poseían o bien la capacidad cognitiva o bien la oportunidad de tomar decisiones autónomas sobre cuáles debían ser sus parejas. Pero debemos recuperar el concepto de libre elección sexual o de autonomía sexual. En este libro, mi objetivo es recuperar el retraso de unos ciento cuarenta años sobre la evolución de la autonomía sexual y de sus implicaciones, tanto para los rasgos y los comportamientos de los humanos como para los de los no humanos. Como mis investigaciones sobre el comportamiento sexual, a menudo violento, de las aves acuáticas me ha demostrado, el principal reto para la autonomía sexual femenina es la coerción sexual masculina a través de la violencia sexual y del control social. A partir de mis investigaciones con patos y con otros pájaros, exploraremos la diversidad de respuestas evolutivas a la coerción sexual masculina. Veremos que es posible que la elección de pareja evolucione de modo que incremente específicamente la libertad femenina de elegir. En suma, descubriremos que la libertad de elección reproductiva no es una mera ideología política inventada por las sufragistas modernas y por las feministas. La libertad de elección también atañe a los animales. Tras pasar de los pájaros a las personas, exploraré las maneras en que la autonomía sexual es fundamental para comprender la evolución de muchos de los rasgos únicos y exclusivos de la sexualidad humana, entre los que se incluyen las raíces biológicas 21
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del orgasmo femenino, el pene humano desprovisto de huesos y los deseos y las preferencias por individuos del mismo sexo. Es probable que la evolución estética y el conflicto sexual también desempeñaran un papel esencial en los orígenes de la inteligencia humana, del lenguaje, de la organización social y de la cultura material, así como de la diversidad de la belleza humana. En resumen, la dinámica evolutiva de la selección de pareja es esencial para comprendernos. La teoría de la evolución estética me ha interesado durante toda mi carrera, y a lo largo de los años me he acostumbrado a su estatus marginal dentro de la disciplina de la biología evolutiva. Pero recuerdo el momento exacto en que comprendí hasta qué punto la resistencia a la evolución estética era sólida, y cómo la fuerza de dicha resistencia es en realidad una medida de la amenaza que plantea para el pensamiento evolutivo adaptativo, mayoritario hasta la fecha. En ese momento me di cuenta de que era necesario escribir este libro. Tuve la epifanía durante una visita a una universidad norteamericana unos años atrás, cuando describía mi posición sobre la evolución de los adornos sexuales a un grupo de colegas biólogos evolutivos mientras comíamos. Al cabo de unas frases, mi anfitrión me interrumpió con una o dos objeciones, que procedí a responder antes de seguir explicando mi punto de vista. Hacia el final de la comida, cuando por fin había logrado ofrecerles una explicación completa de mis opiniones sobre la evolución mediante la elección de pareja, exclamó: «Pero ¡eso es nihilismo!». De algún modo, lo que yo pensaba que era una teoría potente y asombrosa sobre la diversidad de los ornamentos en el mundo natural, para mi colega era una visión lúgubre del mundo que, en caso de adoptarla, lo privaría de cualquier propósito o sentido en la vida. Después de todo, si la elección de pareja solo da lugar a la evolución de ornamentos que son meramente bonitos, en lugar de ser indicadores de la calidad de la susodicha pareja, ¿no significa eso que el universo no es racional? En ese momento me di cuenta de por qué era imperativo aceptar la perspectiva estética de Darwin en la evolución y explicársela a un público más grande. Mi teoría científica nace directamente de mi experiencia con el mundo natural, como observador de pájaros, en tanto que 22
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historiador natural, y también de mi trabajo como investigador científico: es decir, connaissance y savoir. Dicho trabajo me ha brindado un enorme placer intelectual y personal. Jamás me he sentido más excitado e inspirado para investigar como ahora: me estremezco de emoción solo de pensar en la evolución de la belleza aviar. Pero parece que mi visión del mundo niega a mis colegas una razón para levantarse por la mañana. En este libro, trato de explicar por qué creo que esta teoría más sutil y menos determinista de la evolución nos ofrece una comprensión más rica, precisa, y más científica también, de la naturaleza de lo que hasta ahora nos ofrecía la visión adaptativa más popular. Cuando analizamos la evolución a partir de la selección sexual, vemos un mundo de libertad y de elecciones que es profundamente emocionante; un mundo que tiene más belleza de la que podemos explicar si no es mediante la selección sexual.
Ático de los Libros le agradece la atención dedicada a La evolución de la belleza, de Richard O. Prum. Esperamos que haya disfrutado de la lectura y le invitamos a visitarnos en www.aticodeloslibros.com, donde encontrará más información sobre nuestras publicaciones. Si lo desea, puede también seguirnos a través de Facebook, Twitter o Instagram utilizando su teléfono móvil para leer los siguientes códigos QR: