El último duelo - Eric Jager

Page 1



El último duelo


Primera edición: enero de 2021 Título original: The Last Duel: A True Story of Crime, Scandal, and Trial by Combat in Medieval France © Eric Jager, 2004 © de la traducción, Joan Eloi Roca, 2021 © de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2021 Todos los derechos reservados. La publicación de esta traducción se han gestionado con Crown, un sello de Random House, una división de Penguin Random House LLC. Corrección: Isabel Mestre Diseño de cubierta: Taller de los Libros Crédito de la imagen: Caballeros compitiendo en una justa durante un torneo medieval. El romance de Jean de Saintré. Francia; alrededor de 1470. Fuente: Cotton Nero D. IX f.32v. | Album / Biblioteca Británica Publicado por Ático de los Libros C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª 08009, Barcelona info@aticodeloslibros.com www.aticodeloslibros.com ISBN: 978-84-18217-31-9 THEMA: NHDJ Depósito Legal: B 240-2021 Preimpresión: Taller de los Libros Impresión y encuadernación: Black Print Impreso en España — Printed in Spain El editor hace constar que ha hecho todo lo posible por encontrar a los propietarios (en caso de haberlos) de las imágenes incluidas en este libro, por lo que manifiesta la reserva de derechos de los mismas y está a disposición de los titulares de los derechos de autor con los que no haya podido ponerse en contacto. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia. com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).


Traducción de Joan Eloi Roca

Barcelona - Madrid - México D. F.



Para Peg, sine qua non



Las complejas reglas del juicio por combate no dejaban nada al azar, excepto, por supuesto, el propio resultado del duelo. Martin Monestier, Duels: les combats singuliers Este duelo fue el último jamás decretado por orden del Parlamento de París. J. A. Buchon, editor de las Crónicas de Jean Froissart Nadie conoce realmente la verdad sobre este asunto. Jean Le Coq, abogado parisino, finales del siglo xiv



Índice Nota del autor.......................................................................13 Prólogo.................................................................................15 Primera parte 1. Carrouges.....................................................................19 2. La disputa.....................................................................41 3. Batalla y asedio.............................................................61 4. El crimen de crímenes...................................................75 5. El desafío....................................................................101 6. La investigación..........................................................135 Segunda parte 7. 8. 9. 10.

El juicio de Dios.........................................................161 Juramentos y últimas palabras.....................................177 Combate mortal.........................................................201 Convento y cruzada....................................................225

Epílogo...............................................................................241 Apéndice: Después de la querella.........................................245 Agradecimientos..................................................................253 Notas..................................................................................259 Fuentes...............................................................................279 Índice onomástico y de materias..........................................291



nota del autor

L

a idea de escribir este libro se me ocurrió hace diez años, mientras leía una crónica medieval de la legendaria disputa entre Jean de Carrouges y Jacques Le Gris. La historia me fascinó, así que empecé a recopilar cuanto hallé sobre la querella Carrouges–Le Gris. Una cosa llevó a la otra y, al final, me encontré viajando a Normandía y a París para explorar archivos de manuscritos y para visitar en persona los lugares en los que se había desarrollado este drama hace ya más de seiscientos años. El resultado de esa experiencia es este libro, una historia real basada en las fuentes originales: crónicas, actas judiciales y otros documentos que han sobrevivido hasta nuestros días. Todas las personas, fechas, lugares y muchos otros detalles —incluido lo que cada persona dijo e hizo, sus contradictorias afirmaciones ante la corte, las sumas de dinero que pagaron o recibieron e incluso el tiempo que hizo un día concreto— son hechos reales y se basan en las fuentes consultadas. Allí donde estas ofrecen diversas versiones, me inclino por la más probable de ellas y, cuando el registro histórico guarda silencio, utilizo la deducción y la imaginación para rellenar los huecos, pero siempre escuchando con atención las voces del pasado.



PRÓLOGO

U

na fría mañana de 1386, pocos días después de Navidad, miles de personas abarrotaron un gran espacio al aire libre tras un monasterio de París para contemplar cómo dos caballeros se batían en un duelo a muerte. El campo de batalla era rectangular y estaba cercado por una alta empalizada de madera que rodeaban guardias armados con lanzas. Carlos VI, el joven rey de Francia, de solo dieciocho años, estaba sentado rodeado por su corte en unas coloridas gradas en un lado del rectángulo mientras que una multitud de espectadores se apiñaba alrededor del resto del campo. Los dos combatientes, pertrechados con armadura completa y con espada y dagas pendiendo de sus cintos, estaban sentados en dos sillas semejantes a tronos situadas en extremos opuestos del campo, justo al lado de sendas grandes puertas que daban entrada al recinto del combate. Junto a ellas, los respectivos escuderos sostenían las riendas de un caballo de batalla mientras los sacerdotes retiraban rápidamente del recinto el altar y el crucifijo ante los que los dos enemigos acababan de pronunciar sus juramentos. Cuando el alguacil diera la señal, ambos caballeros montarían en sus caballos, pondrían sus lanzas en ristre y cargarían a través

15


el último duelo

de la liza. Los guardias cerrarían las puertas tras ellos, encerrando a los dos hombres dentro de la gruesa empalizada. Allí, lucharían sin cuartel, y sin ninguna posibilidad de huir, hasta que uno matara al otro, lo que probaría que aquel llevaba razón en su disputa y revelaría el pronunciamiento de Dios sobre su querella. La excitada multitud no solo se deleitaba con el espectáculo de los dos fieros guerreros y del joven rey rodeado por su espléndida corte, sino también con la contemplación de la bella joven sentada sola en un cadalso forrado de negro junto al campo, de luto de la cabeza a los pies y también rodeada de guardias. Con los ojos de la multitud clavados en ella, la dama se preparaba para el calvario que la esperaba con la vista fija en el recinto despejado y llano en el que pronto se escribiría con sangre cuál habría de ser su destino. Si su campeón ganaba el juicio por combate y mataba a su oponente, ella quedaría libre; pero, si era él quien moría, sería ejecutada por haber jurado en falso. Era la festividad de santo Tomás Becket, la muchedumbre estaba de un humor festivo y ella sabía perfectamente que muchos no solo querían disfrutar del espectáculo de la muerte de un hombre en combate, sino también del ajusticiamiento de una mujer. Cuando las campanas de París tocaron la hora, el alguacil del rey salió al campo y levantó la mano para pedir silencio. El juicio por combate estaba a punto de empezar.


primera parte



1 carrouges

E

n el siglo xiv, los caballeros y peregrinos tardaban varios meses en viajar de París o Roma hasta Tierra Santa, y a los frailes y comerciantes les llevaba un año, o incluso más, recorrer la distancia que separaba Europa de China a través de la Ruta de la Seda. Los europeos todavía no habían colonizado Asia, África ni la todavía no descubierta América. Y la propia Europa había estado a punto de ser conquistada por los ejércitos de jinetes musulmanes que habían emergido de Arabia en el siglo vii, navegado desde África para adueñarse de Sicilia y España y cruzado espadas con los cristianos en lugares tan al norte como Tours (Francia) antes de estar obligados a retroceder. En el siglo xiv, la cristiandad llevaba más de seiscientos años enfrentada a la amenaza musulmana y había lanzado repetidas cruzadas contra el infiel. Cuando no estaban unidos contra su enemigo común, los cristianos guerreaban a menudo entre ellos. Los reyes y reinas de Europa, una amplia familia de hermanos, hermanas y primos casados entre sí, reñían y combatían unos con otros continuamente

19


el último duelo

Soldados saquean una casa: soldados ingleses saquearon gran parte de Francia durante la guerra de los Cien Años. Chronique du Religieux de Saint-Denys. MS. Royal 20 C VII., fol. 41v (Biblioteca Británica).

por tronos y territorios. Las frecuentes guerras entre los belicosos monarcas redujeron ciudades y campos a humeantes ruinas, provocaron incontables muertes en el campo de batalla o a consecuencia del hambre y dejaron a los gobernantes con grandes deudas que hubieron de sufragar mediante subidas de impuestos, devaluando la moneda o simplemente expropiando la riqueza de víctimas como los judíos, que utilizaban como chivos expiatorios. En el centro de Europa se encontraba Francia, un vasto reino que tardaba en cruzarse veintidós días de norte a sur y dieciséis de este a oeste. Francia, la forja del feudalismo, había perdurado durante casi diez siglos. Fundada sobre las ruinas de la Galia romana en el siglo v, había sido la fortaleza de Carlomagno contra la España islámica en el siglo ix y a principios del xiv era la nación más poderosa y rica de Europa. Pero, en unas pocas décadas, Fortuna se había vuelto en su contra y la nación estaba sumida en una lucha desesperada por la supervivencia. En 1339, los ingleses cruzaron el Canal de la Mancha e invadieron Francia, lo que marcó el inicio del largo y calamitoso conflicto que se conocería como la guerra de los Cien Años. Tras

20


carrouges

aniquilar la flor de la caballería francesa en la batalla de Crécy en 1346, los ingleses se hicieron con Calais. Una década después, en Poitiers, en medio de otra gran matanza de caballeros franceses, los ingleses capturaron al rey Juan y se lo llevaron a Londres, de donde lo liberaron solo tras recibir inmensos territorios en Francia, una legión de rehenes nobles y promesas de que se les pagaría un colosal rescate de tres millones de escudos de oro. Conmocionada por la pérdida de su monarca y por lo que había costado recuperarlo, Francia se precipitó a una guerra civil. Nobles rebeldes traicionaron al rey Juan y se unieron a los invasores ingleses, campesinos furiosos por los nuevos impuestos se alzaron y mataron a sus señores y los siempre volátiles ciudadanos de París se dividieron en facciones y se mataron los unos a los otros por las calles de la ciudad. Las constantes sequías y una sucesión de pésimas cosechas empeoraron todavía más la situación y, cuando parecía que las cosas no podían ir a peor, la peste negra llegó a Europa en 1348-49 y acabó con un tercio de su población. Ciudades y campos quedaron cubiertos de cadáveres insepultos y la peste regresó aproximadamente cada década, cobrándose en cada ocasión su macabra factura. La Muerte, que los artistas de la época representaron como un esqueleto envuelto en un sudario que blandía una gran guadaña, asoló el país y banderas negras de aviso ondeaban en los campanarios de las iglesias de los pueblos afectados por la peste. Parecía que Dios había abandonado a Francia. Cuando el Gran Cisma de Occidente sacudió a Europa en el año 1378 y dividió a la cristiandad en dos bandos enfrentados liderados por papas rivales, uno en Roma y otro en Aviñón, el pontífice romano bendijo la cruel y mercenaria guerra de conquista que Inglaterra había emprendido contra Francia y los clérigos ingleses predicaron una nueva «cruzada» y vendieron indulgencias para financiar la masacre de los «herejes» franceses. Tras los ejércitos conquistadores ingleses, acudieron a Francia criminales y forajidos de toda Europa, bandas de hombres salvajes conocidos como routiers, o «el flagelo de Dios», que vagaban por los campos, saqueaban pueblos y aldeas y obligaban a sus

21


el último duelo

aterrorizadas víctimas a pagarles onerosos tributos. Ante tal violencia y anarquía, Francia se arrojó a un frenesí de construcción de fortificaciones. Los aterrorizados aldeanos levantaron murallas de tierra y cavaron fosos defensivos. Los desesperados granjeros rodearon sus casas y establos con torres de piedra y fosos inundados de agua. Las ciudades y los monasterios construyeron o reforzaron sus murallas. Las iglesias se fortificaron hasta parecer castillos. El ardor bélico y el espíritu cruzado que alentó el Gran Cisma de Occidente llevaron a muchas atrocidades. Ni siquiera se respetaron los conventos. En julio de 1380, tropas inglesas lanzaron un brutal ataque contra Bretaña durante el cual «asaltaron un convento y violaron y torturaron a las monjas, y se llevaron a algunas de las desventuradas mujeres para entretenerse con ellas durante el resto de la campaña».

E

n el otoño de 1380 murió el rey Carlos V y el reino pasó a su hijo de once años, Carlos VI. Francia ocupaba entonces solo dos tercios de su tamaño actual y era menos una nación unificada que un mosaico de feudos. Grandes territorios estaban en manos de los cuatro celosos tíos del joven monarca, que habían sido nombrado regentes durante su minoría de edad; otros estaban ocupados por tropas enemigas. Borgoña pertenecía a Felipe el Audaz, el más poderoso de los tíos del rey y el fundador de una dinastía que pronto rivalizaría con la misma Francia. Anjou pertenecía a otro tío del monarca, el duque Luis. Provenza era un condado aparte que todavía no formaba parte de Francia y partes de la Guyena estaban ocupadas por los ingleses. Bretaña era un ducado prácticamente independiente y Normandía estaba también infestada de ingleses, que la utilizaban para lanzar incursiones sobre el resto de Francia para las que reclutaban a muchos nobles normandos desafectos. El estratégico puerto de Calais, que desde hacía tiempo era un bastión inglés repleto de hombres y armas, apuntaba como una daga hacia el mismo corazón de Francia: París.

22


Sluys Calais Arrás Crécy

Évreux NORMANDÍA BRETAÑA

París

Alençon Chartres Le Mans ANJOU To     urs Poitiers

BORGOÑA

BORBÓN

Aviñón GUYENA

LANGUEDOC

PROVENZA

NAVARRA

Francia en 1380: el rey Carlos VI, coronado cuando tenía solo once años en 1380, heredó un mosaico de territorios feudales, muchos en manos de parientes poderosos u ocupados por tropas enemigas.


el último duelo

Rodeado por rivales y enemigos, el niño rey gobernaba, en teoría, sobre diez millones de personas. Sus súbditos pertenecían a tres principales estamentos o clases sociales: guerreros, sacerdotes y trabajadores, o «los que combaten, los que oran y los que trabajan». La inmensa mayoría de la población eran trabajadores, algunos de los cuales vivían en ciudades donde tenían talleres, pero muchos más eran campesinos o villeins y trabajaban las tierras de sus señores locales, o seigneurs. A cambio de protección en tiempos de guerra y de una franja de terreno para su uso personal, araban y cosechaban los campos de su señor, le cortaban leña para su hogar y le entregaban parte de lo que recogían del campo y de lo que obtenían de su ganado. Atados a la tierra desde su nacimiento, hablaban dialectos locales, vivían de acuerdo con las costumbres de su provincia y tenían poco o ningún sentido de identidad nacional. De la misma manera que el campesino servía a su señor, también el señor servía, a su vez, a otro señor. El señor menor podía ser un caballero con uno o dos feudos en su haber y el mayor, un conde o un duque con muchos feudos (tierras que recibía a cambio de servicios). Un vasallo —y era vasallo cualquier hombre que juraba servir a otro— quedaba unido a su señor por el acto del homenaje y el juramento de vasallaje.* El vasallo se arrodillaba con las manos entre las de su señor y decía: «Señor, me hago hombre vuestro». Luego, se levantaba, recibía un beso en la boca, el ósculo, y juraba servir a su señor durante toda su vida. Estos rituales cimentaban los vínculos mutuos que constituían la urdimbre de la sociedad feudal. El vínculo vitalicio entre señor y vasallo se basaba principalmente en la tierra. Como decretaba la ley feudal, «ni señor sin tierra ni tierra sin señor». La tierra ofrecía las cosechas que sustentaban la vida, así como lucrativas rentas, bien en moneda o en especies, junto con levas de caballeros enfundados en cota de malla y hombres de armas. La tierra, pues, era la principal fuente de riqueza, poder y prestigio de la nobleza feudal, y lo más perdu* El término homage procede del francés homme, ‘hombre’, y feudo procede de fealte, ‘fe’.

24


carrouges

rable que un hombre podía dejar a sus descendientes, junto con el apellido familiar. Valiosa y muy deseada, la tierra era también la causa de muchas disputas y enfrentamientos mortales.

E

n ningún lugar se luchaba con tanta ferocidad por la tierra como en Normandía, un sangriento cruce de caminos de la guerra desde la Antigüedad. Allí, los celtas habían luchado contra los romanos; los romanos, contra los francos, y los francos, contra los vikingos, antes de que franceses e ingleses se enfrentaran durante la guerra de los Cien Años. Los vikingos —u hombres del norte, normanni— habían terminado por asentarse allí. Habían tomado tierra y mujeres francesas, habían adoptado el francés como idioma y se habían convertido en normandos. Los duques de Normandía, un linaje fundado en el 911, se convirtieron en vasallos del rey de Francia. En 1066, el duque Guillermo de Normandía cruzó el canal con un ejército de caballeros, se enfrentó y derrotó al rey Haroldo en la batalla de Hastings, se coronó rey de Inglaterra y pasó a la historia como Guillermo el Conquistador. Como rey de Inglaterra, el duque de Normandía ahora rivalizaba con el monarca de Francia. Durante el siguiente siglo y medio, Normandía, con sus prósperas ciudades y ricos monasterios, continuó siendo propiedad de la corona inglesa. A principios del siglo xiii, el rey de Francia recuperó la mayor parte de Normandía en una dura campaña contra el rey de Inglaterra. Pero los monarcas ingleses, de sangre normanda, nunca dejaron de soñar con Normandía. Y muchas de las grandes familias normandas, que eran normandas antes que francesas, nunca apartaron la vista de Inglaterra, siempre atentas a cualquier cambio de viento que pudieran aprovechar. Cuando empezó la guerra de los Cien Años y los ingleses emprendieron la reconquista de Normandía, muchos nobles normandos traicionaron al rey francés y se aliaron con los invasores ingleses.

25


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.