Sicilia
Primera edición: junio de 2019 Título original: Sicily: A Short History from the Ancient Greeks to Cosa Nostra © John Julius Norwich, 2015 © de la traducción, Joan Eloi Roca, 2019 © de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2019 Todos los derechos reservados. Diseño de cubierta: Taller de los Libros Imagen de cubierta: Mount Etna volcano, eruption in 1669 - ©Antiquarian Images/ Mary Evans/Age Fotostock Publicado por Ático de los Libros C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª 08009, Barcelona info@aticodeloslibros.com www.aticodeloslibros.com ISBN: 978-84-17743-07-9 IBIC: HBL/1DSTC Depósito Legal: B 14754-2019 Preimpresión: Taller de los Libros Impresión y encuadernación: Liberdúplex Impreso en España — Printed in Spain Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia. com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
JOHN JULIUS
NORWICH
SICILIA Una breve historia desde los griegos hasta la Cosa Nostra
Traducción de Joan Eloi Roca
Barcelona - Madrid - México D. F.
A mis hijos y mis nietos
Índice Prefacio.................................................................................11 Mapa....................................................................................16 Introducción.........................................................................21 1. Griegos.............................................................................27 2. Cartagineses......................................................................47 3. Romanos, bárbaros, bizantinos y árabes.............................65 4. Normandos.......................................................................93 5. El final del reino..............................................................117 6. Stupor Mundi..................................................................143 7. Las vísperas.....................................................................159 8. El dominio español.........................................................179 9. Piratería y revolución......................................................197 10. La venida de los Borbones.............................................223 11. Napoleón, Nelson y los Hamilton.................................249 12. José y Joaquín...............................................................273 13. El final de los Murat......................................................295 14. Los carbonarios y el quarantotto....................................311 15. Risorgimento..................................................................331 16. La mafia y Mussolini.....................................................357 17. La Segunda Guerra Mundial........................................ 377 Epílogo...............................................................................389 Agradecimientos..................................................................397 Créditos de imágenes..........................................................399 Bibliografía.........................................................................401 Índice onomástico y de materias..........................................405
Prefacio Descubrí Sicilia hace más de medio siglo, casi por error. En junio de 1961 trabajaba en el departamento de Oriente Medio del Ministerio de Asuntos Exteriores británico cuando Iraq invadió Kuwait. (Plus ça change…) Esto provocó una crisis; Gran Bretaña envió tropas y el resultado fue que no pude irme de vacaciones hasta mediados de octubre. En consecuencia, si mi esposa y yo queríamos disfrutar de un poco de sol y calor, teníamos que viajar bastante al sur, y por ese motivo —y solo por ese motivo—, nos decidimos por Sicilia. Sería la primera vez para los dos, y ni ella ni yo sabíamos nada sobre la isla. Condujimos hasta Nápoles y subimos el coche al ferry nocturno con destino a Palermo. Nos invadió cierta emoción de madrugada, cuando pasamos frente al volcán de Estrómboli, que emitía un resplandor cálido aproximadamente cada medio minuto, como si fuera un ogro que fumaba un puro inmenso; al cabo de unas pocas horas, cuando los primeros rayos de sol iluminaban el Mediterráneo, llegamos a la Conca d’Oro, la llanura en la que está la ciudad. Aparte de la belleza del entorno, recuerdo que me sorprendió percibir un cambio inmediato en el ambiente. El estrecho de Mesina tiene solo unos pocos kilómetros de anchura y la isla es parte de Italia. Sin embargo, de algún modo, al llegar sientes que has entrado en un mundo distinto. Durante las siguientes dos semanas exploramos ese mundo tan a fondo como pudimos. Verlo todo era imposible —la isla tiene casi 26 000 kilómetros cuadrados y la mayor parte de las carreteras no estaban todavía asfaltadas—, pero abarcamos cuanto pudimos. Fue, creo, no solo la calidad, sino la extraordinaria variedad de cuanto vimos lo que más me impresionó: los antiguos griegos, luego los romanos, los bizantinos, los árabes y, finalmente, el barroco; pero, de todos ellos, fueron los normandos los que me robaron el corazón. Recordaba que se los mencionaba brevemente en un párrafo de la Historia de Europa, de H. A. L. Fisher, 11
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pero no estaba preparado para las maravillas que me aguardaban; por mencionar solo dos ejemplos: la Capilla Palatina de Palermo, de planta latina pero con las paredes decoradas con asombrosos mosaicos bizantinos y un techo totalmente árabe —un techo de estalactitas de madera del que estaría orgullosa cualquier mezquita—; y, mejor aún, el enorme mosaico del siglo xii del Cristo Pantocrátor de la catedral de Cefalú, la más espectacular proclamación de cristianismo que existe en el mundo. Una vez los hube visto, no pude quitarme esos monumentos normandos de la cabeza y, a mi regreso a Londres, acudí directamente a la Biblioteca de Londres. Para mi asombro, no había prácticamente nada publicado sobre ellos en inglés; encontré, eso sí, dos volúmenes titulados Histoire de la Domination Normande en Italie et en Sicile, publicados en 1907 en París por M. Ferdinand Chalandon, que se describía a sí mismo como un archivistepaléographe. El señor Chalandon había trabajado con diligencia ejemplar; había estudiado todas las fuentes, viajado a incontables bibliotecas monásticas, anotado textos, aportado bibliografías e incluso —algo muy raro en los libros franceses de esa época— un índice onomástico y de materias. Lo único que le faltó fue encontrar sentido a lo que había escrito. A lo largo de seiscientas páginas, un hecho seguía a otro; nunca hubo la menor sugerencia de que encontrara nada bello, sorprendente o especialmente notable. Por ende, los dos volúmenes provocaban un aburrimiento rayano en la atrofia. Por otra parte, había llevado a cabo prácticamente todo el trabajo de recopilación de información, así que lo único que tenía que hacer yo era darle una forma interesante y legible. A pesar de todo, seguía siendo un desafío complicado y, como comprobé de inmediato, un trabajo a tiempo completo. No tuve otra opción que dimitir de mi puesto en el ministerio de Exteriores y dedicarme a escribir con ahínco. No he dejado de hacerlo desde entonces; pero fueron mis dos volúmenes sobre la historia de los normandos los que me dieron el impulso que necesitaba para empezar. Mientras trabajaba en ellos, muchos me preguntaron cuál era el tema de mi libro; solo en una ocasión encontré a alguien que supiera de qué hablaba y, cincuenta años después, todavía me hago la misma pregunta: ¿cómo es posible que una historia tan maravillosa del paso de la pobreza a la riqueza, protagonizada por los mismísimos hermanos y primos de los norman12
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dos que hicieron picadillo a los ingleses en 1066, sea todavía tan poco conocida en Inglaterra? Hoy en día, que tanta gente viaja a Sicilia de vacaciones, la situación quizá haya mejorado, pero la gran mayoría de turistas está más interesada en hacer fotos que en escuchar a sus guías, así que yo no pondría la mano en el fuego por ello. Seguía trabajando en el primer volumen, Los normandos en el sur —que se publicaría en 1967— cuando me pidieron que hiciera un documental sobre el tema para la BBC. Hoy parece increíble que fuera en blanco y negro, pero así fue y, aunque no era muy bueno, quizá no estuvo tan mal como primer intento. Lo cierto es que no nos lo pusieron nada fácil. El anciano sacerdote a cargo de la Capilla Palatina, monseñor Pottino, se propuso ponernos tantos palos en las ruedas como pudiera. Primero se negó a permitirnos encender ninguna luz, argumentando que podría disolver el yeso sobre el que estaban fijados los mosaicos. Le dijimos que solo necesitábamos unos treinta segundos y que las luces se apagarían mucho antes de que causaran ningún daño al yeso. Luego miró nuestro trípode. No, no, no se podían meter trípodes en la capilla, pues podrían rayar el suelo. No quisimos mencionarle los cientos de zapatos de tacón que lo pisaban cada día, pero sacamos un artilugio llamado alargador en el que se incrustaban las patas del trípode, de modo que lo que tocaba el suelo era una superficie plana. Impertérrito, monseñor Pottino siguió negando con la cabeza; no ofreció en ningún momento una disculpa ni mostró el menor atisbo de sonrisa. Entonces, nuestro director, que hablaba un italiano perfecto, perdió la paciencia. «Este hombre —dijo mientras señalaba y hacía que me muriera de vergüenza— es un vizconde. En consecuencia, es miembro de la Cámara de los Lores. Cuando regrese a Londres informará a la Cámara de lo mal que ha sido tratado». Monseñor Pottino lo miró con pena. «Io sono marchese»:* eso fue lo único que dijo. Fue juego, set y partido para monseñor; sabíamos que nos habían derrotado. Ese monseñor es el único siciliano verdaderamente antipático que he conocido; no obstante, a mi parecer, en ningún lugar de la isla se encuentra uno con la desbocada jovialidad de la Italia continental. Y hay algo inmediatamente perceptible, sobre todo en los pueblos: la curiosa ausencia de mujeres. Rara vez se las * «Soy marqués».
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ve en las cafeterías; estas están dominadas por completo por los hombres, que, cuando juegan a las cartas, lanzan cada naipe sobre la mesa como si fuera el as de espadas decisivo y les fuera la vida en ello. No suelen oírse risas. En ocasiones me pregunto si esto se debe al pasado islámico de Sicilia, pero hay muchos factores que tener en cuenta: los siglos de abyecta pobreza, la serie interminable de victorias y la frecuente crueldad de los conquistadores, por no hablar de los desastres naturales (terremotos, plagas y hasta erupciones volcánicas). Incluso en el oeste de la isla, el monte Etna nunca parece lejos. Escribir esta historia que el lector tiene en sus manos me ha resultado más difícil de lo que esperaba. En primer lugar, me sorprendió y me dejó un poco conmocionado lo mucho que ignoraba. Tras varias visitas como guía en viajes y cruceros, conocía, al menos de paso, la mayor parte de la isla; pero lo cierto es que creía que sabía mucho más de lo que realmente sabía. Después de todo, los guías y conferenciantes solo se quedan en la superficie de las cosas —de hecho, no tienen tiempo para más—, y más allá del trágicamente corto período normando en los siglos xi y xii, descubrí que me quedaba mucho trabajo por hacer: tenía una formidable cantidad de lecturas en las que sumergirme. Y, además, debía enfrentarme a otro problema: desde la Edad Media en adelante, Sicilia siempre había pertenecido a algún foráneo. Tras las Vísperas sicilianas, en 1282, se había convertido en una colonia de la Corona de Aragón; luego, durante los siguientes cuatro siglos, más o menos, no pasó prácticamente nada. Los virreyes se sucedieron, los barones siguieron explotando al campesinado, pero hubo tan pocos acontecimientos importantes que una narración cronológica detallada deviene imposible. Incluso la gran historia en tres volúmenes de Moses Finley y Denis Mack Smith cubre ese período en poco más de cien páginas; en este libro, dos capítulos han resultado más que suficientes. En el siglo xviii, después de la firma del Tratado de Utrecht, las cosas se animaron bastante. Hubo siete años de dominio piamontés y catorce de austríaco, y luego regresaron los españoles, en esta ocasión eran los Borbones españoles, que se italianizarían más y más con el paso del tiempo y que acabaron detestando a sus primos de Madrid. Sicilia, sin embargo, se convirtió de nuevo en una mera provincia, y el centro de atención derivó inevitablemente hacia Nápoles, bajo cuya égida permaneció durante la ma14
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yor parte de los siguientes ciento treinta años. Como es natural, tenemos que seguirla: los reyes de Nápoles eran también reyes de Sicilia, y la siempre fascinante historia de Nelson y los Hamilton —que no puede omitirse bajo ningún concepto— empieza en un reino y acaba en el otro. Durante las Guerras Napoleónicas, los Borbones son reemplazados durante un breve período por el cuñado del emperador, el levemente ridículo Joaquín Murat; luego, regresan para quedarse otro medio siglo, tras el cual el Risorgimento acaba definitivamente con ellos. La historia de Sicilia —como he comentado en más de una ocasión— es una historia triste, porque Sicilia es una isla triste. Los visitantes que vienen durante una semana o quince días, como hace la mayoría, no se percatarán de ello. Verán que el sol brilla, el mar hará gala de un increíble color azul y los monumentos les provocarán asombro y admiración. Si estos visitantes son lo bastante sabios como para viajar a Cefalú, se encontrarán cara a cara con una de las obras de arte más impresionantes del mundo.* Pero la tristeza está ahí, y todos los sicilianos lo saben. Este libro es, entre otras cosas, un intento de analizar sus causas. Si fracasa, será porque tales causas son muchas y muy diversas; y quizá también porque yo no soy siciliano, y, para los que no somos sicilianos, esta bella isla siempre será un enigma. Hoy es mi octogesimoquinto cumpleaños, y quizá ya nunca regrese a Sicilia. Este libro es, por lo tanto, también una despedida. A pesar de su tristeza, la isla me ha hecho muy feliz y ha marcado el principio —y quién sabe si también el final— de mi carrera literaria. Las páginas que siguen tienen muchos defectos, desde luego, pero han sido escritas con profunda gratitud y con amor. John Julius Norwich, Londres, septiembre de 2014
* Si toman el ferry para cruzar el estrecho de Mesina y un taxi hasta el museo arqueológico de la Magna Grecia, encontrarán dos más: ese mágico par de estatuas griegas de guerreros desnudos conocidas como Bronces de Riace.
SICILIA MAR TIRRENO Monte Pellegrino
Islas Egadas
Castellammare del Golfo Erice
Trapani
Monreale
Palermo
Partinico Misilmeri
Bagheria Termini Imerese
Segesta Motya Salemi
Marsala
Caccamo
Calatafimi
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Selinunte
Sciacca
Caltabellotta Casteltermini lata Río P
Eraclea Minoa
MAR MEDITERRÁNEO
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30 40
40 60
50 millas 80 km
ni
Mussomeli Racalmuto
Agrigento
Porto Empedocle
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Lercara Friddi
Bisacquino
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Mazara del Vallo
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Corleone Castelvetrano
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Hímera
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Filicudi Alicudi
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Islas Eolias
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Giardini-Naxos
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Siracusa
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Regio Calabria
Taormina
Randazzo
Bronte
Calascibetta
Barcellona Pozzo di Gotto
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Cefalú
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Milazzo
Módica
Noto
Pozzallo Cabo Passero
«Somos viejos, Chevalley, viejísimos. Hace por lo menos veinticinco siglos que llevamos sobre los hombros el peso de unas civilizaciones tan magníficas como heterogéneas: todas ellas nos llegaron de fuera, ya completas y perfeccionadas, ninguna germinó entre nosotros, a ninguna le marcamos el tono; somos blancos como usted, Chevalley, como la reina de Inglaterra, y sin embargo hace mil quinientos años que somos colonia. No lo digo por quejarme: en gran parte es culpa nuestra; pero no por ello nos sentimos menos despojados y exhaustos». […] «Esta violencia del paisaje, esta crueldad del clima, esta crispación permanente de todo lo que nos rodea, incluso estos monumentos del pasado, magníficos pero incomprensibles, porque no los hemos edificado nosotros, que nos asedian como bellísimos fantasmas mudos; todos estos gobiernos que llegaron con sus armas desde lugares desconocidos para encontrarse con nuestro sometimiento un día, nuestro odio al siguiente y nuestra incomprensión todo el tiempo, y que solo se expresaron a través de unas obras de arte cuyo sentido se nos escapa y de unos recaudadores de impuestos bien palpables cuyos esfuerzos jamás beneficiaron esta tierra; todas estas cosas han influido en nuestro carácter, que sigue estando signado por las fatalidades del mundo exterior, amén de nuestro temperamento tremendamente insular». Giuseppe Tomasi di Lampedusa El gatopardo
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