Viajeros en el Tercer Reich, de Julia Boyd

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Viajeros en el Tercer Reich


Primera edición: octubre de 2019 Título original: Travellers in the Third Reich © Julia Boyd, 2017 © de la traducción, Claudia Casanova, 2019 © de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2019 Todos los derechos reservados. Cuadernillo: pág. 1: (arriba) reproducida con el permiso de la Fundación Histórica Farrington, (abajo) Everett Collection Historical / Alamy Stock Photo; pág 2: (arriba) colección privada, (abajo) reproducida con el permiso de Thomas Cook Archives; pág. 3: reproducida con el permiso de Thomas Cook Archives; pág. 4: reproducida con el permiso de la familia; pág. 5: (arriba) Swim Ink 2 LLC, Getty Images, (abajo) Hulton Deutsch, Getty Images; pág. 6: colección privada; pág. 7: (arriba) mauritius images GmbH / Alamy Stock Photo, (abajo) © SZ Photo / Scherl / Bridgeman Images; pág. 8: (arriba) Cambridge University Library N8259 y N8260, (abajo) Hulton Deutsch, Getty Images. Permisos de reproducción de las citas: Ida Anderson, permiso concedido por George Watson’s College, archivo. Samuel Beckett, diarios de Alemania, con el permiso de los herederos de Samuel Beckett, Fundación Internacional Beckett / Universidad de Reading, Suhrkamp Verlag AG y Faber & Faber. Bridget von Bernstorff, permiso concedido por los herederos de la autora. W. E. B. Du Bois, documentos de W. E. B. Du Bois, permiso concedido por The Permissions Company Inc., en nombre de David Graham Du Bois Trust. Ivan Brown, permiso concedido por el Museo Olímpico de Lake Placid. Arthur Bryant, permiso concedido por el consejo de administración del Centro de Archivos Militares Liddell Hart. Victor y Thelma Cazalet, permiso concedido por los herederos de los autores. Manning Clark, permiso concedido por los herederos del autor. Geoffrey Cox, permiso concedido por los herederos del autor. Sibyl Crowe, permiso concedido por los herederos de la autora. Almirante sir Barry Domvile, permiso concedido por los herederos del autor. Ursula Duncan-Jones, permiso concedido por los herederos de la autora. Eric Fenn, permiso concedido por los herederos del autor. Martin Flavin, permiso concedido por el Centro de Investigación de Colecciones Especiales, Biblioteca de la Universidad de Chicago. Louis MacNeice, extracto del diario de otoño, IV (Faber & Faber), impreso con el permiso de David Higham Associates Limited. Princesa Margarita de Hesse, permiso concedido por los herederos de la autora. Barbara Pemberton, permiso concedido por los herederos de la autora. Barbara Runkle, permiso concedido por los herederos de la autora. Stephen Spender, permiso concedido por los herederos del autor. Lady Margaret Stirling, permiso concedido por los herederos de la autora. Joan Tonge, permiso concedido por los herederos de la autora. Antony Toynbee, permiso concedido por los herederos del autor. Lady Mairi Vane-Tempest-Stewart, permiso concedido por los herederos de la autora. Bradford Wasserman, permiso concedido por la Sociedad Histórica de Virginia. Diseño de cubierta: Kid-Ethic Corrección: Isabel Mestre Publicado por Ático de los Libros C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª 08009, Barcelona info@aticodeloslibros.com www.aticodeloslibros.com ISBN: 978-84-17743-22-2 IBIC: HBTB Depósito Legal: B 21577-2019 Preimpresión: Taller de los Libros Impresión y encuadernación: Black Print Impreso en España — Printed in Spain Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).


JULIA BOYD

VIAJEROS EN EL

TERCER REICH

Traducción de Claudia Casanova

Barcelona - Madrid - México D. F.



Para Mackenzie, Harrison, Bella, Robbie, Edie, Sebastian, Matthew, Zoe, Jemima, Clio y Kit



Índice Mapa...............................................................................12-13 Introducción.........................................................................15 1. Heridas abiertas.................................................................23 2. Aumentar el dolor.............................................................37 3. Sol y sexo..........................................................................51 4. «El caldo de cultivo»..........................................................69 5. El nudo se estrecha............................................................85 6. ¿Monstruo o maravilla?...................................................101 7. Vacaciones de verano.......................................................119 8. Festivales y espectáculos..................................................135 9. Heil Hitler.......................................................................151 10. Antiguos soldados.........................................................171 11. «Turistas» literarios........................................................189 12. Nieve y esvásticas..........................................................211 13. Los Juegos de Hitler......................................................225 14. La tierra baldía académica.............................................239 15. Acercamientos ambiguos...............................................257 16. Álbum de viaje..............................................................275 17. Anschluss......................................................................291 18. «Paz» y cristales rotos.....................................................303 19. La cuenta atrás..............................................................319 20. Guerra..........................................................................335 21. Fin del viaje...................................................................347 Epílogo...............................................................................365 Agradecimientos..................................................................369 Bibliografía.........................................................................373 Archivos consultados...........................................................383


Los viajeros.........................................................................385 Notas..................................................................................405 Ă?ndice onomĂĄstico...............................................................437



S

Territorio perdido por Alemania con el Tratado de Versalles Frontera alemana en 1919

C

DINAMARCA

Otras fronteras 100 millas / 160 km Proyección conforme de Lambert Norte en la parte superior del mapa

MAR DEL NORTE

Lübeck

Hamburgo Bremen

PA Í S E S B A J O S

Ruhr

A L E H aM A Weser

Essen

Düsseldorf

Aquisgrán

Colonia Bonn

rz L Gotinga Weimar Jena

Rin

BÉLGICA

a

Osnabrük Bückberg Hannover Magde Hamelín

LA HAYA

BRUSELAS

Elb

Coblenza

Fráncfort Meno Bayreuth Darmstadt

LUXEMBURGO

Heidelberg

Alsacia y Lorena

Estrasburgo

Núremberg

Hesselberg

n

Francesa de 1919 a 1936

Ri

PARÍS

SAAR

Dachau

Múnic

FRANCIA

Oberammerg

BERNA

SUIZA

GarmischPartenkirch


SUECIA

Memel

LITUANIA Neman

MAR BÁLTICO

COPENHAGUE

Königsberg

Danzig Corredor de Danzig

Prusia Occidental (alemana) Memorial de Tannenberg

Vístu

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BERLÍN

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bio

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Alta Silesia

Gliwice

Berchtesgaden

VIENA

AUSTRIA

BUDAPEST

HUNGRÍA



Introducción Imagine que es verano de 1936 y que está de luna de miel en Alemania. El sol brilla, la gente es amable, la vida le trata bien. Ha conducido por el sur a través de Renania, ha admirado sus castillos y sus viñedos y ha contemplado con fascinación las enormes barcazas cargadas de productos que avanzan lentamente por el Rin. Ahora se encuentra en Fráncfort. Acaba de aparcar su coche, y la pegatina que indica que procede del Reino Unido se aprecia con claridad. Se dispone a explorar la ciudad, una de las joyas arquitectónicas medievales de Europa. Entonces, de la nada, aparece una mujer de aspecto judío y se le acerca. Transmite ansiedad y agarra la mano de una chiquilla que cojea debido al zapato ortopédico que lleva puesto. Todos los rumores perturbadores que ha oído acerca de los nazis (la persecución de judíos, la eutanasia, la tortura y la prisión sin juicio de los disidentes) se concentran en ese momento en el rostro de esa madre desesperada. Se ha fijado en la pegatina de su coche y le suplica que se lleve a su hija con usted a Inglaterra. ¿Qué haría? ¿Le daría la espalda al horror en que está sumida y se alejaría? ¿Sentiría compasión por ella pero le diría que no puede hacer nada? ¿O se llevaría a la niña, para salvarla? Escuché esta historia real por primera vez de labios de la hija de la pareja inglesa, mientras charlábamos en su tranquilo jardín de Cambridge y sorbíamos limonada una calurosa tarde de verano. Cuando Alice me mostró la fotografía de una sonriente Greta que la sostenía de pequeña, lo que confirmaba el feliz y notable final de la historia de esta viajera en concreto, traté de ponerme en el lugar de sus padres. ¿Cómo habría reaccionado yo de haberme encontrado en la misma situación? Solo me llevó unos segundos alcanzar la conclusión de que, por mucho que me hubiera conmovido la desgraciada situación de la mujer y por muy horrorizada que me sintiera ante la crueldad nazi, habría optado por un camino intermedio. Pero, aunque resulta fácil imaginar 15


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nuestra reacción en unas circunstancias de ese tipo, ¿sabemos en realidad lo que haríamos? ¿Cómo interpretaríamos lo que sucede frente a nuestros propios ojos? Este libro describe lo que sucedió en Alemania entre las dos guerras. A partir de relatos de primera mano escritos por extranjeros, nos brinda la atmósfera de cómo era, tanto física como emocionalmente, viajar en la Alemania de Hitler. Se han utilizado decenas de correspondencias y diarios no publicados hasta ahora para construir un nuevo y vívido retrato de la Alemania nazi que espero que ampliará, e incluso cuestionará, las percepciones actuales que pueda tener el lector. Para cualquiera que haya nacido después de la Segunda Guerra Mundial, siempre ha resultado imposible ver ese periodo desde la distancia y sin implicarse. Las imágenes de las atrocidades nazis son tan impactantes que no podemos suprimirlas o relegarlas a un segundo plano. Pero ¿cómo era viajar en el Tercer Reich, sin la ventaja que nos concede nuestra posición privilegiada, otorgada por la retrospectiva de la posguerra? ¿Cuán fácil era darse cuenta de lo que ocurría realmente, entender la esencia del nacionalsocialismo, permanecer incólume ante la propaganda o predecir el Holocausto? ¿Fue una experiencia transformadora o simplemente se limitó a reforzar los prejuicios establecidos? Exploraremos estas preguntas y muchas más a través del testimonio personal de un amplio abanico de visitantes. Personajes famosos como Charles Lindbergh, David Lloyd George, el maharajá de Patiala, Francis Bacon, el rey de Bulgaria y Samuel Beckett desfilarán por estas páginas, por mencionar solo algunos. Pero también veremos personas normales y corrientes, desde cuáqueros pacifistas a boy scouts judíos; profesores afroamericanos y veteranos de la Primera Guerra Mundial. Estudiantes, políticos, músicos, diplomáticos, niños en edad escolar, comunistas, poetas, periodistas, fascistas, artistas y, por supuesto, también turistas (muchos de los cuales regresaron año tras año para pasar sus vacaciones en la Alemania nazi). Todos tendrán su momento de hablar, así como académicos chinos, atletas olímpicos y un premio Nobel noruego pronazi. Las impresiones y reflexiones de este ramillete diverso de viajeros difieren en gran medida, como es natural, y a menudo son profundamente contradictorias. Reunidas, sin embargo, nos proporcionan una 16


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extraordinaria panorámica en tres dimensiones de la Alemania de Hitler. Mucha gente visitaba el Tercer Reich por motivos profesionales, otros simplemente para disfrutar de unas buenas vacaciones. Muchos más acudían a causa del profundo amor que sentían hacia la cultura alemana, debido a raíces familiares o simplemente por pura curiosidad. Mientras en el resto del mundo las democracias parecían fallar y el paro era galopante, los simpatizantes de la derecha viajaban a Alemania con la esperanza de aprender de la «exitosa» dictadura y así aplicar en sus países de origen las lecciones que hubieran extraído. Por otro lado, los que suscribían una adoración «carlyleana» a los héroes querían ver a los verdaderos Übermensch (los ‘superhombres’) en acción. Al margen de lo diversas que fueran las orientaciones políticas o los antecedentes de los viajeros, todos coincidían en un punto: admiraban la belleza natural de Alemania. No había que ser pronazi para maravillarse frente a la campiña y los prados verdes, los ríos flanqueados de viñedos o los huertos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Mientras, las ciudades medievales primorosamente conservadas, los pueblos prístinos, los hoteles limpios, la calidez de la gente y la comida sana y barata, por no mencionar a Wagner, las macetas rebosantes de flores y las jarras espumosas de cerveza, atraían a los viajeros de regreso año tras año, incluso cuando los aspectos más horrendos del régimen se denunciaban con creciente indignación en sus países de origen. Por supuesto, la tragedia humana que tuvo lugar durante aquellos años es lo que quedará para la historia, pero el extraordinario encanto de preguerra de ciudades como Hamburgo, Dresde, Fráncfort o Múnich, destacado en numerosos diarios y cartas, sirve para recordarnos cuánto perdió a nivel material Alemania, y el resto del mundo, por culpa de Hitler. Los viajeros procedentes de Estados Unidos y del Reino Unido superaban con creces a los de los demás países. A pesar de la Gran Guerra, una porción notable del público británico consideraba a los alemanes como parientes cercanos y, en todos los aspectos, más satisfactorios que los franceses. Martha Dodd, hija del embajador norteamericano en Alemania, expresaba un punto de vista común cuando dijo: «A diferencia de los franceses, los alemanes no eran ladrones, no eran egoístas ni tampoco impacientes, fríos o duros».1 En el Reino Unido existía un malestar 17


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creciente a raíz del Tratado de Versalles, pues, como muchos ahora reconocían, había sido especialmente severo para con los alemanes. Sin duda había llegado el momento de ofrecer al antiguo enemigo, ahora reformado, apoyo y amistad. Además, muchos británicos creían que su propio país tenía mucho que aprender de la nueva Alemania. Así, aunque la conciencia de la barbarie nazi se difundía y se hacía más profunda, los británicos siguieron viajando al Reich tanto por negocios como por placer. Según escribió el periodista norteamericano Westbrook Pegler en 1936, los británicos «tienen la ilusión optimista de que el nazi es un ser humano bajo sus escamas. Su actual tolerancia no significa que acepten al animal, sino que esperan que, al alentarlo y apelar al lado bueno de su naturaleza, un día puedan domesticarlo».2 Había mucho de cierto en esas palabras. Hacia 1937, el número de visitantes norteamericanos a la Alemania del Reich se elevaba a cerca de medio millón al año.3 Decididos a disfrutar de su aventura europea al máximo, la gran mayoría consideraba los temas políticos como una distracción inoportuna y sencillamente optaba por ignorarlos. Era fácil hacerlo, pues los alemanes se esforzaban mucho en seducir a sus visitantes extranjeros, especialmente a los norteamericanos y a los británicos. Había otra razón por la cual los turistas norteamericanos eran reticentes a cuestionar a los nazis en exceso, sobre todo en lo relativo a temas raciales. Cualquier crítica sobre la persecución que sufrían los judíos invitaba a comparaciones poco halagüeñas con el trato que Estados Unidos daba a su población negra, y eso era un camino que pocos norteamericanos comunes estaban dispuestos a seguir. La mayoría de los turistas, cuando recordaban sus vacaciones en la Alemania de antes de la guerra, creían genuinamente que no podrían haber advertido lo que los nazis se traían entre manos. Y es cierto que, para el visitante ocasional de lugares turísticos como Renania o Baviera, las pruebas de los crímenes nazis no estaban claramente a la vista. Por supuesto que los extranjeros se fijaban en la profusión de uniformes y banderas, los desfiles constantes y los saludos militares, pero ¿acaso no era un comportamiento bastante típico de los alemanes? Los viajeros a menudo comentaban, molestos, la abundancia de carteles antisemitas. Pero, por desagradable que fuera el trato que recibían los judíos, muchos extranjeros consideraban que se trataba de un tema interno y que no era asunto suyo. Además, como muchos 18


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de ellos también solían ser antisemitas, aceptaban que, efectivamente, los judíos se merecían ese trato. Por otra parte, los ataques contra el Reich que se publicaban en los periódicos a menudo se desechaban, pues todo el mundo sabía que los periodistas convertían hasta el incidente más nimio en algo sensacionalista y escandaloso. La gente también recordaba que las atrocidades alemanas que se habían denunciado en los diarios durante las primeras semanas de la Primera Guerra Mundial habían resultado ser falsas después. Como escribió Louis MacNeice: Pero eso, nos dijimos, no era asunto nuestro. Todo lo que el viajero quiere es el status quo y servido para él. Pensamos que los periódicos bromeaban hablando de política con sus invectivas vacías.4

Si bien mucho de lo que acabamos de decir era cierto para el turista normal y corriente, ¿qué sucedía con los que viajaban al Tercer Reich por motivos profesionales o iban especialmente para explorar y entender la nueva Alemania? Durante los primeros meses del gobierno nazi, a muchos extranjeros les costaba decidir qué pensar. ¿Era Hitler un monstruo o un prodigio? Aunque algunos visitantes se mostraban escépticos, las pruebas indican que, a medida que pasaban los años, la gran mayoría ya había tomado una decisión aun antes de poner el pie en el país. Iban a Alemania (como también iban a la Rusia soviética) para confirmar sus expectativas en lugar de para confrontarlas. Parece que un número sorprendentemente reducido cambió de opinión como resultado de sus viajes. Así pues, los que eran de derechas encontraron un pueblo confiado y trabajador que trataba de sobrellevar las injusticias del Tratado de Versalles y, al mismo tiempo, intentaba proteger al resto de Europa de los bolcheviques. Para ellos, Hitler no solo era un líder que los inspiraba, sino también (como los entusiastas, uno tras otro, no dudaban en declarar) un hombre modesto, totalmente sincero y entregado a la causa de la paz. En cambio, los que eran de izquierdas hablaban de un régimen cruel y opresivo alimentado por políticas obscenamente racistas que utilizaban la tortura y la persecución para aterrorizar a sus ciudadanos. Sin embargo, había un punto en el que ambos estaban de acuerdo: adorado por millones de personas, Hitler tenía a todo el país en su poder. 19


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Los estudiantes son un grupo especialmente interesante. Parece que incluso en el contexto de un régimen tan desagradable, una dosis de cultura alemana se consideraba una parte esencial de cualquier formación. Pero es difícil entender por qué se enviaron a tantos adolescentes norteamericanos y británicos a la Alemania nazi hasta poco antes del inicio de la guerra. Los padres que despreciaban a los nazis y menoscababan su burda «cultura» no mostraban el menor escrúpulo a la hora de mandar a sus hijos al Reich para una estancia de larga duración. Para los jóvenes en cuestión, esta terminaría siendo una experiencia extraordinaria, si bien no exactamente igual a la que se habían propuesto vivir en un principio. Los estudiantes fueron algunos de los que, al regresar de Alemania, trataron de advertir a sus familiares y amigos del peligro latente. Pero la indiferencia pública o la simpatía hacia los «logros» nazis, los recuerdos alegres de las tabernas y de los trajes populares bávaros y, por encima de todo, el enraizado miedo a otra guerra provocaban que a menudo sus advertencias cayeran en saco roto. El miedo a la guerra era el factor más importante en muchas de las reacciones de los extranjeros al Reich, pero entre los antiguos soldados era especialmente notable. Ansiaban creer que Hitler era un hombre de paz, que la revolución nazi se apaciguaría con el tiempo y se calmaría y que las intenciones de Alemania eran verdaderamente tan benignas como prometían sus ciudadanos. Por ello, muchos viajaron a la nueva Alemania para ofrecer su apoyo. La posibilidad de que sus hijos sufrieran la misma pesadilla que ellos —a la cual contra todo pronóstico habían sobrevivido— hace más fácil de entender su actitud. Quizá también el énfasis nazi en el orden, los desfiles y la eficiencia apelaba a lo más profundo del espíritu de los hombres que habían formado parte del ejército. Por supuesto, los extranjeros se fijaban en las espectaculares procesiones con antorchas y los festivales paganos que conformaban una característica tan prominente del Tercer Reich. Algunos sentían rechazo, pero otros lo interpretaban como una espléndida expresión de la nueva confianza de Alemania. A muchos les parecía que el nacionalsocialismo había desplazado al cristianismo como religión nacional. La supremacía aria, subrayada por el binomio Blut und Boden (‘sangre y suelo’), era ahora el evangelio de la gente; y el Führer, su salvador. Numerosos extranjeros, incluso 20


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los que no eran especialmente pronazis, se vieron arrastrados por la intensa emoción que generaban eventos extravagantes como las manifestaciones en Núremberg o los desfiles masivos de antorchas. Los nazis sabían manipular mejor que nadie las emociones de las masas, y muchos extranjeros, a menudo para su propia sorpresa, descubrieron que ellos tampoco eran inmunes. Todos los viajeros que visitaban el Reich, sin importar quiénes fueran ni el motivo de su viaje, estaban sometidos a una propaganda constante acerca de las iniquidades del Tratado de Versalles, los asombrosos éxitos de la revolución nazi, la devoción de Hitler por la paz, la necesidad de Alemania de poder defenderse, recuperar sus colonias, expandirse hacia el este y demás puntos. Pero, sin duda, el mensaje de propaganda nazi más persistente, y el que inicialmente estaban seguros de que convencería a los norteamericanos y a los británicos para unirse a ellos, era sobre la amenaza de los «judíos bolcheviques». Los extranjeros oían incesantemente que solo Alemania se interponía entre Europa y las hordas rojas que se disponían a asolar el continente y destruir la civilización. Muchos se acostumbraron a la letanía y dejaron de prestar atención. Para el viajero más inquieto, tratar de desentrañar la diferencia concreta entre el nacionalsocialismo y el movimiento bolchevique era un asunto confuso. Sabían, por supuesto, que nazis y comunistas eran enemigos acérrimos, pero ¿qué diferenciaba exactamente sus objetivos y métodos respectivos? Para un ojo inocente, la supresión que Hitler había llevado a cabo de la libertad personal, el control total de cada aspecto de la vida nacional y doméstica, el uso de la tortura y los juicios ejemplares, el despliegue de una policía secreta todopoderosa y la propaganda descarada se parecían notablemente, al menos de manera superficial, a las técnicas de Stalin. Como Nancy Mitford escribió con frivolidad: «No se puede distinguir a los comunistas de los nazis. Los primeros te torturan hasta la muerte si no trabajas, y los nazis lo hacen si no eres alemán. Los aristócratas suelen preferir a los nazis, mientras que los judíos se inclinan por los bolcheviques».5 Hasta 1937, cuando el coro antinazi se hizo más vehemente, fueron los periodistas y los diplomáticos quienes, con algunas excepciones obvias, emergieron como héroes. Viajaron en múltiples ocasiones por todo el país, se esforzaron por ofrecer un retrato honesto de la Alemania nazi y trataron consistentemente de denunciar lo que allí sucedía. Pero sus informes se recortaban 21


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o eliminaban de forma reiterada, o bien ellos eran acusados de exagerar. Muchos trabajaron durante largos años en Alemania en condiciones de extrema tensión y, en el caso de los periodistas, con la certeza de que en cualquier momento podían expulsarlos o arrestarlos aduciendo cargos falsos. Sus relatos de viaje son muy distintos de las alegres descripciones que a menudo encontramos en los diarios y cartas de los visitantes que pasaron mucho menos tiempo en el país y que preferían creer que las cosas no iban tan mal como decían los periódicos. Aunque es natural que un residente asentado perciba la situación de un país de una manera muy distinta a la de un turista de paso, en el caso de la Alemania nazi el contraste entre los dos puntos de vista es especialmente llamativo. Desde una perspectiva de posguerra, es fácil ver los temas a los que se enfrentaba el viajero de la década de 1930 en Alemania como una opción entre el blanco y el negro. Hitler y los nazis eran malos y todos los que no supieron verlo eran o bien estúpidos o fascistas. Este libro no pretende ser un estudio exhaustivo de todos los viajeros que pisaron la Alemania nazi, pero sí que intenta mostrar, a través de las experiencias que docenas de viajeros plasmaron sobre el papel en ese momento, que entender correctamente la situación del país no era una tarea tan fácil como la que muchos de nosotros hemos asumido. Las historias de estos viajeros van desde lo perturbador hasta lo absurdo, de lo conmovedor a lo profundamente trivial o trágico, y nos ofrecen una visión nueva de las complejidades del Tercer Reich, sus paradojas y su destrucción final.




Ático de los Libros le agradece la atención dedicada a Viajeros en el Tercer Reich, de Julia Boyd. Esperamos que haya disfrutado de la lectura y le invitamos a visitarnos en www.aticodeloslibros.com, donde encontrará más información sobre nuestras publicaciones. Si lo desea, puede también seguirnos a través de Facebook, Twitter o Instagram y suscribirse a nuestro boletín utilizando su teléfono móvil para leer los siguientes códigos QR:



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