Vikingos - Neil Price

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Introducción Ancestros y herederos

¿A qué hace referencia realmente el término «vikingo»? ¿Debe utilizarse esta palabra y, si es así, cómo? Los escandinavos de los siglos viii a xi conocían este vocablo —víkingr, en nórdico antiguo, cuando se aplicaba a una persona—, pero jamás se habrían referido a sí mismos ni a su época de ese modo. Para ellos, «vikingo» tenía un significado parecido al de «pirata» y definía un oficio o actividad (que, además, probablemente era marginal en su sociedad); desde luego, no definía la identidad de toda una cultura. Ni siquiera entonces era esta una palabra necesariamente negativa ni estaba siempre asociada a la idea de violencia; adquiriría estas connotaciones en los siglos posteriores a la época vikinga. Por si fuera poco, el término no se refería a los escandinavos en exclusiva, sino que se aplicaba a los saqueadores bálticos en general e incluso se utilizaba en Inglaterra. Del mismo modo, los objetivos de los vikingos no solo se encontraban fuera de Escandinavia: la piratería marítima violenta rara vez respeta sutilezas tales como las fronteras. Todavía en el siglo xi, una estela rúnica sueca conmemoraba a un hombre —un tal Assur, hijo de Jarl Hákan— «que montó guardia por los vikingos»; es decir, era el vigía que protegía a su pueblo de las incursiones de los vecinos. La etimología exacta del término se desconoce, pero la interpretación más aceptada hoy afirma que procede del nórdico antiguo vík, el término empleado para referirse a una bahía marítima. Así pues, es posible que los vikingos fueran originalmente «el pueblo de la bahía», con sus barcos ocultos preparados para atacar al tráfico marítimo que pasara frente a ellos. Una etimología alternativa afirma que deriva del término de la región de Víken, en el suroeste de Noruega, de donde se creyó, en tiempos, 27


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que procedían los primeros piratas; tal vez esta teoría también tenga cierta validez. En las lenguas nórdicas modernas, vikingar o vikinger se emplean todavía en el sentido estricto para designar a saqueadores marítimos, mientras que, en el inglés y en otras lenguas, abarca a todos aquellos que, como dijo con resignación un académico de Cambridge, «guardaron alguna relación, por pasajera que fuera, con Escandinavia durante “aquella época”». Ha habido muchos intentos de resolver el problema que plantea el término, pero ninguno ha tenido demasiado éxito (como, por ejemplo, el del ya fallecido historiador que dedicó varias páginas a criticar lo que consideraba el descuido terminológico de sus colegas solo para luego decantarse él mismo por «noruegos», y excluir de ese modo a suecos, daneses y, huelga decir, también a las mujeres). Algunos historiadores anglosajones utilizan hoy «vikingos» en minúscula para referirse al pueblo en general y reservan la mayúscula para sus parientes piratas. En este libro se utilizará «vikingos», en minúscula, y el término se definirá a través del contexto. No se trata de ninguna quisquillosidad semántica. Si hablamos de una época vikinga empleando un término que habría sorprendido a las personas a las que supuestamente define, cabe la posibilidad de que los historiadores hayamos creado una abstracción que solo contribuya a la confusión. Por supuesto, el pasado siempre se ha dividido en periodos de tiempo manejables, pero cuando los historiadores discuten sobre el «inicio» de la época de los vikingos no es lo mismo que, por poner un ejemplo, debatir sobre los orígenes del Imperio romano, pues este no es un concepto creado en retrospectiva. Es bueno tener presente que ningún otro pueblo contemporáneo viajó tanto como los escandinavos por la Eurasia y el Atlántico Norte conocidos entonces. Pasaron por el territorio de más de cuarenta países actuales y se han documentado encuentros con más de cincuenta culturas. Algunos historiadores han defendido que esto no es algo extraordinario ni significativo de los vikingos, sino una mera manifestación regional de la movilidad continental y de las tendencias generales de la reorganización de la economía en la época posromana; en esencia, algo similar a una pujante Unión Europea en la Alta Edad Media con negociadores particularmente agresivos en el norte. Es cierto que las incursiones y la guerra marítima sin duda existían en el Báltico y el mar del Nor28


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te desde hacía siglos (tal vez, milenios), desde antes de la época vikinga. Sin embargo, no hay duda de que el flujo, la escala y el alcance de la piratería marítima aumentaron de manera gradual aunque espectacular a partir de la década del 750, hasta culminar en las campañas militares a gran escala de los siglos ix y x que destruirían las estructuras políticas de Europa occidental. Al mismo tiempo, hubo movimientos paralelos y entrelazados de colonialismo, comercio y exploración, sobre todo hacia el este. En breve, la «época vikinga», a pesar de ser un constructo creado a posteriori por los investigadores, es un apelativo genuinamente válido. También ha habido intentos de borrar a los vikingos de la historia, que, irónicamente, se han basado en cómo se inscribieron en ella. La idea es que este fragmento del pasado fue «colonizado» por el futuro y deformado para adaptarse a sus necesidades; es decir, que los vikingos fueron creaciones de la imaginación de gente posterior a su época. Para mí, esto no tiene mucho sentido. Sí, el nacionalismo romántico, el imperialismo victoriano y sus todavía más oscuros sucesores europeos claramente influyeron en cómo se vio a los vikingos más adelante, pero eso no nos dice absolutamente nada sobre lo que sucedió en realidad entre mediados del siglo viii y el xi, solo sobre cómo otros se apropiaron más tarde de ellos y, en ocasiones, los utilizaron como arma. Aunque no debemos ignorar estas perversiones, no nos dicen nada de los vikingos. Dada toda esta ambigüedad y el historial tan largo de abusos sociopolíticos, es vital dejar muy claro que el concepto de la época vikinga es una realidad empírica y comprobable sobre la que se puede arrojar luz mediante la investigación histórica. Los trescientos años a partir del 750 d. C. fueron, sobre todo, un periodo de transformación social tan profundo que daría forma al norte de Europa durante el siguiente milenio, un proceso que por sí solo justifica la noción de una época vikinga. Sintetizar todo esto supone un reto apasionante. Es necesaria una trama cronológica para comprender los acontecimientos de estos tres siglos en su contexto, pero no hay ningún hilo único que seguir entre los vastos y diversos escenarios de la diáspora vikinga. Se han escrito libros más largos que este solo sobre las interacciones de los escandinavos con lo que hoy es la Rusia europea, por poner solo un ejemplo, y lo mismo puede decirse sobre el resto de su mundo. Al usar un angular tan amplio, es inevitable que algo se pierda por el camino. Los lectores que busquen un análisis 29


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exhaustivo del arte vikingo, una tipología de sus artefactos, un estudio minucioso de sus métodos de construcción naval y demás harán bien en dirigirse a uno de los muchos manuales ilustrados o ensayos técnicos que existen sobre esas materias, a los que pueden llegar a través de las referencias que incluyo al final de este libro. Del mismo modo, si los escandinavos entraron en contacto con más de cincuenta culturas, tan solo mil palabras sobre cada uno de estos encuentros habrían convertido fácilmente la mitad de este libro en una árida descripción de pueblos que no son su protagonista. Aunque no perderemos de vista el panorama general al acompañar por la historia a los vikingos, lo más productivo es que nos centremos en las simultaneidades, en imágenes de breves visitas en tiempos y lugares distintos. Esta aproximación abre nuevas posibilidades, pero también presenta sus límites. En particular, la noción del excepcionalismo vikingo (que no es lo mismo que decir diferencia) es muy problemática y, según creo, debe evitarse en la medida de lo posible. Por ilustrarlo de un modo que les habría gustado, los cuentos populares del norte de Europa a menudo giran alrededor de la búsqueda del nombre secreto de alguien (el cuento de Rumpelstiltskin es un ejemplo obvio de ello). Los vikingos han dejado pistas a sus herederos, pero su auténtico yo permanece oculto bajo la superficie. En la poesía nórdica, e incluso en las inscripciones rúnicas, se percibe un potente sentido de lo numinoso, creado por mentes en sintonía con su entorno. Ese mismo marco mental se manifiesta en su cultura material, en la que todas las superficies posibles —incluido el cuerpo humano— están cubiertas con patrones complejos y entrelazados, animales y otras imágenes preñadas de significado. Su mundo bullía de vida, pero sus fronteras, tanto internas como externas, eran, en muchos sentidos, más permeables que las del nuestro, conectadas en todo momento por misteriosos caminos a los reinos de los dioses y de otros poderes. Sin embargo, junto con las historias que se desplegarán a lo largo de este libro, es importante no perder de vista las ausencias, las cosas que no se saben. Algunas de ellas son detalles, pero otras son fundamentales. Los vacíos en nuestro conocimiento pueden parecer azarosamente aleatorios. Es posible rellenarlos, pero solo mediante especulaciones bien fundamentadas. La historia, después de todo, no es otra cosa que una disciplina basada 30


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en suposiciones, en ocasiones semejante a la recreación histórica en forma de ficción especulativa. Poco se sabe, por ejemplo, sobre cómo medían los vikingos el tiempo. Su música y sus canciones son un misterio, aunque contamos con un potencial punto de partida gracias a los escasos instrumentos vikingos que han llegado a nosotros, cuyas cualidades tonales podemos reconstruir. Lo que no podemos recrear es qué hacían los vikingos con ellos; este es un asunto muy distinto. ¿Por qué enterraban tanta plata que no recuperaban? Estas y otras preguntas aparecen con asiduidad y han frustrado a los historiadores durante siglos. Algunas otras cuestiones son más hipotéticas, y quizá nunca encontremos respuesta para ellas, pero, aun así, vale la pena formularlas. Si de verdad alguien creía —si, de hecho, sabía— que el hombre que vivía más arriba en el valle podía convertirse en un lobo en determinadas circunstancias, ¿cómo era ser su vecino? ¿Cómo era estar casada con él? Probablemente nunca pronunciaremos el nombre secreto de los vikingos, pero si estamos abiertos a escuchar sus voces, a conocer sus preocupaciones e ideas —es decir, si estamos abiertos a comprender sus mentes—, creo que no solo es posible explorar estas antiguas vidas, sino escribir una nueva historia de cómo hemos llegado a ser lo que somos. Esta es, pues, la época vikinga de los hijos de Askr y Embla: una serie de atalayas desde las que podemos observar gentes y lugares en el tiempo, inevitablemente finito pero en constante movimiento. Por supuesto, es también, en cierto sentido, mi época vikinga, basada en más de treinta años de investigación, pero —como sucede con el trabajo de cualquier estudiante profesional del pasado— asimismo limitada por mis propios prejuicios e ideas preconcebidas. Sin embargo, ¿cómo llegamos hasta allí? ¿Qué fuentes y pruebas podemos utilizar para acercarnos a los vikingos en la práctica? Como otros muchos campos de la investigación histórica, las disputas interdisciplinarias convulsionan de vez en cuando el estudio de los vikingos, sobre todo las de aquellos que trabajan con textos y sus colegas arqueólogos, que se aproximan al pasado a través de lugares y objetos. Este es un debate sin fin, que perdura como un rumor de fondo, como los temblores irregulares de una falla. La producción de textos, por supuesto, también es un acto 31


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profundamente material —la talla de símbolos en piedra o madera, o la escritura con una pluma sobre un pergamino— un proceso que requiere dirección, esfuerzo, recursos y preparación, todo ello, de forma natural, con un propósito y contexto social que van más allá de la simple comunicación. Algunas de las fuentes más valiosas y extraordinarias, como el gran poema épico Beowulf, por ejemplo, han llegado hasta nosotros a través de un único manuscrito; son, en un sentido asombrosamente literal, artefactos. Los estudiosos de los vikingos tienden a especializarse en un ancho de banda concreto de señales procedentes de finales del primer milenio, pero necesitan conocer y comprender muchas otras, que a menudo se remontan mucho más atrás en el tiempo: arqueología, estudio de las sagas, filología, runología, la historia de las religiones… La lista continúa y, ahora, crece con las contribuciones de las ciencias naturales y medioambientales, incluida la genómica. Es esencial, por supuesto, conocer los lenguajes escandinavos modernos, así como estar lo bastante familiarizado con el nórdico antiguo y el latín como para trabajar con ellos. Siendo, como soy, un arqueólogo, no es sorprendente que gran parte de este libro se base en los resultados de las excavaciones y el trabajo de campo. Sea a través de objetos, edificios, tumbas o muestras para análisis científico de cualquier tipo, todo esto guarda, en esencia, una relación con las cosas o, por usar un término académico que captura el concepto bastante bien, con la «cultura material». Algunas de estas cosas, sobre todo el contenido de las tumbas, han sobrevivido porque la gente de la época tomó medidas deliberadas para deshacerse de ellas: dicho llanamente, las hemos encontrado porque las dejaron de manera intencionada en lugares determinados. En las tumbas es posible encontrar directamente a los propios vikingos, en forma de esqueletos o restos incinerados. Sin embargo, lo que la mayor parte de los estudios arqueológicos descubre son fragmentos, rotos y mal preservados, que han sobrevivido hasta nuestros días por casualidad porque alguien los perdió, abandonó o desechó, o porque no se han descompuesto. Entre estos restos se incluyen los estratos arqueológicos superpuestos de los asentamientos, con todos los fragmentos y trozos que se integraron en el suelo a lo largo de los años en que la gente vivió allí: cerámica rota, residuos alimentarios, cosas que se tiraron o se dejaron atrás cuando finalmente llegó el momento de irse a otra 32


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parte. Los arqueólogos también encuentran restos de los propios edificios, conservados como líneas de contorno oscuras en el suelo allí donde las vigas se han podrido o a través de los agujeros en los que otrora se anclaran los postes que sostenían el techo y las paredes. En muy raras ocasiones se encuentran, además, piedras de los cimientos o las zanjas en las que se encontraban antes de que alguien las reciclara. La arqueología es una labor forzosamente abocada a la interpretación, una disciplina que debe encontrar y mantener un equilibrio constante entre las probabilidades y las alternativas. Existe la posibilidad de especular con diversos grados de certidumbre, pero no siempre es posible estar seguro. Un prerrequisito fundamental para cualquier buen investigador es la disposición a aceptar que está equivocado, la constante invitación a la crítica constructiva. No obstante, aunque las conclusiones deben formularse con cuidado, no tiene sentido trufar el texto de advertencias y matizaciones hasta el punto de llevar al lector a creer que es imposible saber nada sobre el pasado. En este sentido, los arqueólogos cuentan con la ayuda de un impresionante aparato teórico, en constante evolución y, a menudo, impenetrable para los legos, pero que resulta vital. Puede resultar asombroso, y también inspirador, comparar lo que sabemos de la época vikinga (o del pasado en general) con lo que sabíamos hace cincuenta años. Los vikingos que yo estudié en la escuela durante la década de 1980 son muy distintos del pueblo que enseño hoy a mis alumnos universitarios y, sin duda, esta situación se repetirá cuando algunos de ellos enseñen quiénes fueron los vikingos a sus futuros alumnos. Y así debe ser. También hay otras cuestiones. Un aspecto común a todos los yacimientos arqueológicos es la cuestión de la preservación, que, en su mayor parte, depende del tipo de suelo local y su acidez relativa. La piedra es el material más resistente a los daños, aunque puede astillarse o erosionarse si se expone a los elementos durante un periodo de tiempo prolongado. El metal y la cerámica también suelen sobrevivir (aunque se corrompan o degraden de otro modo), mientras que la preservación de los huesos varía en cada caso. Lo más difícil de preservar de todo son los materiales orgánicos —objetos hechos con tejidos, cuero, madera y materiales similares—, que han desaparecido en casi todos los casos, excepto cuando el suelo está anegado o impide de algún modo la presencia de oxígeno. 33


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Todo esto se aplica a las cosas que se encuentran en el suelo, pero los arqueólogos también registran el paisaje visible, que en la época vikinga encuentra sus exponentes más obvios en movimientos de tierra, fortificaciones o túmulos funerarios, pero que también incluye monumentos de piedra, limites entre campos en forma de zanjas, albarradas, etcétera. La topografía puede haber cambiado, los ríos haber alterado su curso, la línea de costa tal vez haya avanzado o se haya retraído, quizá las marismas se hayan secado o, en casos más extremos, es posible que fenómenos naturales como las erupciones volcánicas hayan tenido un impacto más drástico, pero, en cualquiera de estos casos, las pruebas siguen ahí. Igual que los paisajes pueden «leerse», también puede leerse aquello que ocultan bajo su superficie, mediante técnicas no invasivas de reconocimiento como el georradar y toda una serie de herramientas electromagnéticas que pueden penetrar el suelo y revelar elementos ocultos como zanjas, agujeros para postes u hogares. Al combinar la excavación, el trabajo de campo y las prospecciones geofísicas, el panorama de asentamientos de la época vikinga puede reconstruirse hasta llegar a los detalles más ínfimos de la vida de sus habitantes. De este modo podemos conocer cómo vivían, vestían o qué comían; vemos las cosas que hacían y utilizaban. Los arqueólogos pueden reconstruir cómo eran sus hogares y granjas, cómo la gente se ganaba la vida y cuál era su sustento, y nos podemos hacer una idea de cómo era su economía. También permite el esbozo de un esquema de su estructura familiar y jerarquías sociales, una aproximación a sus sistemas políticos y a la manifestación del poder. La arqueología puede, además, recuperar actividades rituales, tanto para los vivos como los muertos, que nos abren una ventana a la mente y paisajes religiosos vikingos. Y, no menos importante, todo esto puede ilustrar cómo estas gentes de la época vikinga interactuaban los unos con los otros, tanto dentro del enorme territorio de lo que hoy es Escandinavia como allende. Durante la última mitad de siglo, la ciencia arqueológica ha cambiado de manera espectacular cómo entendemos el pasado, y sus efectos se han sentido en el estudio de la época vikinga tanto como en otros periodos. El análisis de los isótopos de estroncio y oxígeno en dientes y huesos humanos permite localizar los lugares donde la gente pasó sus años formativos, decirnos si viajaron y también revelar cómo era su alimentación. La ciencia de los 34


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materiales puede identificar objetos y sustancias tan mal preservados que antes debíamos contentarnos con adivinar su naturaleza. El análisis científico puede rastrear los orígenes de metales, arcillas y minerales utilizados en la manufactura de un objeto; las especies y hábitats de los animales cuyas pieles, huesos y marfil se emplearon como materias primas, y extraer fechas exactas de los anillos de crecimiento de los árboles, en ocasiones hasta el punto de permitir establecer el año e incluso la estación en la que tuvo lugar un determinado acontecimiento. Los arqueólogos pueden excavar un barco hundido en Dinamarca y determinar que se construyó en Irlanda. El análisis del ADN antiguo puede especificar con seguridad el sexo de los muertos, desentrañar sus relaciones de parentesco e incluso revelar el color de sus ojos y de su cabello; también posibilita el seguimiento de las migraciones a gran escala y los grandes cambios demográficos. Los estudios medioambientales tienen la capacidad de recrear la flora de los asentamientos y paisajes, determinar si un área se cultivó o si estaba cubierta por un bosque y qué tipo de cosechas se cultivaron allí, además de aportar una escala sobre las alteraciones en el uso de la tierra a lo largo del tiempo. Es imposible que un solo especialista domine todos estos campos, pero el trabajo en equipo de los arqueólogos sobre el terreno, en laboratorios y bibliotecas nos ofrece mejores posibilidades que nunca de recuperar las vidas de las gentes del pasado. Pero las evidencias de la época vikinga se basan en algo más que en su cultura material y el resto de rastros naturales y físicos de la época, aunque los datos son diversos y no dejan de crecer. ¿Y qué hay de las fuentes escritas? Las culturas escandinavas de la época eran predominantemente orales en el sentido de que no guardaban registros literarios ni documentales. Los vikingos nunca escribieron sus propias historias. Esto no significa que fueran analfabetos; el uso de la escritura rúnica estaba muy extendido en el norte desde sus inicios, en tiempos romanos, hasta el florecimiento de las inscripciones que se produjo en la propia época vikinga. Sin embargo, este material es limitado. Existen miles de breves mementos y epitafios tallados en piedra, en ocasiones con unos escasos versos líricos, y también unos pocos ejemplos de notas cotidianas y de etiquetas grabadas en trozos de madera. Sin 35


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embargo, no hay textos más largos que procedan de las sociedades del norte durante la época vikinga. Su cultura es, en cambio, lo que se denomina como protohistórica, pues su «historia» procede de lo que algunos de sus contemporáneos extranjeros escribieron sobre ellos. Esto, no obstante, supone una serie de problemas presentes en la base de todos los estereotipos modernos sobre los vikingos, por la obvia razón de que la mayoría de los autores de este tipo de fuentes fueron víctimas de sus agresiones. El grueso de estos registros ha llegado hasta nosotros en la forma de los anales cortesanos, a menudo compilados en latín, de las dinastías gobernantes de Europa occidental. Una serie de textos distintos, a menudo bautizados con el nombre de los monasterios en los que se redactaron, cubren los imperios franco y otoniano (alemán) de la Europa continental, y variantes de manuscritos en inglés antiguo de la Crónica anglosajona cubren Inglaterra. Encontramos equivalentes del mundo árabe, sobre todo en el califato de Córdoba, en Andalucía, y en el Imperio bizantino, que gobernaba desde Constantinopla, por citar solo un par. A estos puede añadirse la documentación legal, mucho más árida, relacionada con la propiedad de tierras y las cartas estatutarias, algunas de las cuales recogen información fortuita sobre las actividades de los vikingos, como referencias a las ubicaciones de sus antiguas obras defensivas o campamentos. Luego está la propia ley en sí misma, la legislación regional de la Alta Edad Media escrita un siglo o más después de los tiempos de los vikingos, pero que a menudo codifica diversas informaciones útiles que son, a todas luces, muy antiguas. Ese mismo entorno cultural produjo también un número más pequeño de textos más personales escritos por monjes y sacerdotes, viajeros, diplomáticos y comerciantes, espías, poetas y otros que se encontraron con los vikingos en sus tierras o en el extranjero. Todos estos documentos se estudiarán en los capítulos siguientes, pero es importante comprender, por encima de todo, dos de sus cualidades. En primer lugar, aunque tienen su origen en testimonios contemporáneos y, en ocasiones, presenciales, en su forma actual se compilaron, editaron o transcribieron con posterioridad en la mayoría de los casos, por lo que debemos plantear preguntas críticas sobre ese contexto. En segundo lugar, aunque a menudo se presentan como si fueran reportajes objetivos, se 36


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escribieron con un propósito, a menudo como descarada propaganda, no solo para retratar a sus autores de forma favorable, lo cual, en consecuencia, ensombrece la figura de los vikingos, sino también para desacreditar a pueblos o reinos vecinos. En breve, deben analizarse con sumo cuidado. Además de las fuentes escritas más o menos contemporáneas, también nos encontramos con las que quizá sean las narraciones más famosas sobre los vikingos: el extraordinario cuerpo de textos islandeses que brinda al norte su propia tradición literaria. Para muchas personas, los vikingos son tan sinónimos de «las sagas» que les sorprende descubrir que, en realidad, esas vívidas historias datan de siglos después de los acontecimientos que describen. Para cualquiera que desee comprender mejor la época vikinga, saber qué hacer con estos textos es un reto muy complejo. Saga quiere decir simplemente ‘historia’, literalmente ‘lo que se dice’, tanto en nórdico antiguo como en las lenguas escandinavas modernas. Como sucede con todas las tradiciones narrativas, cuentan con numerosos estilos y géneros, y se compusieron en distintas épocas y lugares por un amplio abanico de motivos y con diversos propósitos. Las primeras sagas nórdicas antiguas se escribieron en Islandia a finales del siglo xii, más de cien años después del final nominal de la época vikinga. La tradición continuó durante siglos, aunque con un florecimiento creativo durante el siglo xiii, y se siguieron componiendo sagas incluso más allá de la Reforma protestante y hasta principios de los tiempos modernos. Este término engañosamente simple, pues, abarca una amplia serie de textos diversos que van desde historias formales hasta relatos para ser contados junto al hogar antes de ir a dormir, y, entre estos dos extremos, encontramos una inmensa variedad casuística. Los dos géneros de sagas más citados en relación con los vikingos son las sagas islandesas, también conocidas como sagas familiares, y las llamadas fornaldarsögur, que, literalmente, significa ‘historias de los tiempos antiguos’, pero que se conocen por lo general como sagas legendarias. Ambos géneros guardan relación con la época vikinga, aunque de distintas formas y tienen un diverso grado de fiabilidad, a pesar de que la cuestión de su «precisión» depende del modo en que uno se aproxime a estos textos medievales. Las sagas islandesas a menudo se centran en familias concretas de colonos en ese joven país del Atlántico Norte y, con frecuen37


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cia, tratan sobre una región más pequeña, como un valle o un distrito. En ellas, se traza el árbol genealógico de los colonos con mucho detalle; no solo se remontan hasta los inicios del asentamiento en Islandia, sino que viajan hasta sus antepasados más antiguos en Escandinavia. Las sagas siguen vívidamente las vidas y aventuras de estas personas, a menudo a lo largo de décadas, y, con ello, ofrecen un retrato apasionante y convincente de la Islandia de la época: un experimento político único, una república de granjeros en una época de reyes. Las rencillas y las venganzas son temas comunes, con disputas entre vecinos que escalan rápidamente a robos y asesinatos mientras pleitos enconados intentan contener la marea de violencia intergeneracional que a menudo se desencadena. Estos temas están entrelazados con los asuntos del amor y la guerra, y reflejan todo el abanico de emociones humanas en unas comunidades rurales muy unidas que mantienen contactos internacionales. Bajo la piel de la mayoría de estas historias late el pulso firme de contactos místicos con el Otro Mundo, de magia y adivinos, de espíritus y seres sobrenaturales, aunque muy pocas veces aparecen los dioses en ningún sentido directo. A partir del siglo x en adelante (según las cronologías internas de las sagas) tales actividades se ponen cada vez más en contraposición y, en ocasiones, entran en conflicto, con la creciente influencia del «Cristo Blanco», el nombre que daban a la figura de Jesús. Todos estos acontecimientos se representan a menudo en un escenario de tensiones con las familias reales de Noruega, que contemplaban Islandia con envidia territorial, y sobre el omnipresente telón de fondo político del mundo exterior. Como su nombre implica, las sagas legendarias incluyen elementos comunes a las historias fantásticas —héroes que combaten contra monstruos, maldiciones de brujas malvadas, etcétera—, pero a menudo estos se insertan en relatos que, a pesar de dichos elementos fantásticos, guardan alguna conexión con la historia conocida. En particular, las sagas legendarias en ocasiones incluyen narrativas que parecen referirse a acontecimientos que sucedieron mucho antes de la época vikinga y que se remontan a la era de las grandes migraciones que transformaron con su violencia el mapa de la Europa posromana. Personajes como Atila, el caudillo guerrero de los hunos, aparecen (retratados con aprobación) junto con reyes y líderes militares de los siglos v y vi, que pugnan por dominar el continente. A diferencia de las sagas 38


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familiares, en estas historias Islandia no es siempre la protagonista, y abarcan todo el mundo europeo y llegan incluso a Oriente. Hay otras formas literarias, más contemporáneas, que tratan sobre los tiempos de los autores de las sagas, entre ellas la Sturlunga saga, una recopilación que relata las fortunas políticas de la familia que le da nombre; las sagas de los obispos; varios tipos de cuentos morales cristianos, y otros tantos relatos más. La Islandia medieval no estaba ni mucho menos aislada, así que también hay sagas que reflejan claramente la influencia de la moda europea de las novelas de caballerías, con tramas que muestran a heroicos caballeros que rescatan a princesas de dragones y cosas por el estilo. Incluso la popular épica de la guerra de Troya se rehízo en una versión en nórdico antiguo, Ektors saga, que, de forma muy reveladora, prefiere centrase en el desventurado héroe homérico en lugar de en su asesino, Aquiles, lo que nos ofrece un indicio de las nociones escandinavas de honor marcial. Hay otra categoría importante de texto nórdico antiguo: la poesía. También esta nos llega con diversos sabores, en ocasiones como versos sueltos, pero, más a menudo, como conmemoración de acontecimientos o, más que de ninguna otra forma, como poemas de encomio. La poesía se utilizaba también como un medio para almacenar y comunicar conocimientos mitológicos y como repositorio de hazañas heroicas. A diferencia de los textos en prosa de las sagas medievales, la gran mayoría de los historiadores y académicos piensa que es muy probable que el corpus de poesía en nórdico antiguo sea considerablemente más antiguo que las sagas y, por lo tanto, que cabe la posibilidad de que haya preservado las voces de la época vikinga. Esto se debe a la extremadamente compleja estructura y al tipo de rima de la poesía nórdica, que comporta que, para que el poema funcione, sus versos deben recordarse y repetirse intactos, sin cambios. La habilidad poética era muy apreciada en la época vikinga y se consideraba un rasgo admirable de una persona equilibrada, sobre todo si esta aspiraba a una posición de liderazgo. También esto ha contribuido a la supervivencia de la poesía. El recuerdo individual —el legado de una buena reputación tras la muerte— era crucial, y las capas superiores de la sociedad lo fomentaban deliberadamente, ya fuera mediante la composición de versos en su propio honor o bien actuando como patrones de otros para que estos los escribieran. Estos poetas profesionales 39


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eran los famosos skalder, o ‘escaldos’,* y hay que reconocer que hicieron su trabajo: unos mil años después, todavía hablamos sobre los protagonistas de las poesías de alabanza que les encargaron. Existen tres fuentes principales de poemas en nórdico antiguo, una de las cuales es el propio corpus de sagas, que en algunas ocasiones preservaron en forma de diálogo declamado por sus protagonistas. Gran parte del resto ha sobrevivido en dos obras medievales islandesas conocidas como Eddas. La etimología y el significado del término no están del todo claras —se han propuesto multitud de explicaciones—, pero sea por definición directa o por alusión metafórica, parece que hace referencia a la producción de poesía. Una de ellas, conocidas como la Edda prosaica, es una obra escrita por el erudito, historiador y político Snorri Sturluson en algún momento de la segunda o tercera década del siglo xiii y preservada en muchos manuscritos posteriores. La Edda de Snorri es, literalmente, un manual para poetas, un libro de estilo dividido en tres secciones y un prólogo, cuyo texto se dedica íntegramente a tratar géneros y métricas e incluye discursos sobre los temas apropiados para diversas ocasiones y propósitos. Además de contener una gran cantidad de información en sus apartes en prosa, la clave es que Snorri ilustra sus argumentos con citas a modo de ejemplo. Así pues, la Edda prosaica, en cierto sentido, tiene un nombre engañoso, ya que sus páginas están repletas de poemas, citados completa o parcialmente, y a menudo acompañados por el nombre de su autor. Parte del material nos ha llegado también a través de otras fuentes, pero una gran cantidad ha sobrevivido solo gracias a Snorri. El texto cuenta con abundantes poemas escáldicos y alusiones a la mitología y religión tradicionales, e incluye numerosos fragmentos de cuentos y listas de términos poéticos alternativos para un amplio conjunto de ideas, entre ellas entidades sobrenaturales (como, por ejemplo, los muchos nombres de Odín). La Edda de Snorri es uno de los documentos literarios más notables de la Edad Media. Junto a este manual existe otra obra medieval conocida como Edda poética, aunque, como también sucede con el libro de Snorri, este es un título moderno. Preservada en su mayor parte en dos manuscritos con variaciones entre ellos, así como en varias * Los escaldos (del nórdico antiguo skald) eran poetas guerreros que pertenecían a la corte de los reyes escandinavos durante la Edad Media. (N. del T.)

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copias posteriores, se trata de una variada colección de poemas anónimos de temas mitológicos y heroicos. Se sabe muy poco sobre cómo acabaron recopilados de este modo o sobre quién lo hizo y por qué. Se ha especulado con que el principal manuscrito (el llamado Codex Regius, que se guarda en Reikiavik) es obra de un coleccionista de curiosidades, lo que explicaría por qué es un librito pequeño, hecho de retazos y pergamino reutilizado; nada que ver con los materiales que uno espera encontrar en un libro destinado a albergar información prestigiosa. Nadie sabe qué empujó a un cristiano islandés del siglo xiii a conservar con tal cuidado las principales leyendas de su pasado pagano, pero tenemos suerte de que lo hiciera. Los poemas son ambiguos, elusivos y difíciles de interpretar, y hablan de forma indirecta de un conocimiento poderoso y sagrado reservado a iniciados. Son también difíciles de fechar, aunque se cree que los más antiguos se compusieron hacia el final de la época vikinga y se basan en modelos más antiguos. A pesar de toda su complejidad y de los problemas que sus fuentes plantean, la Edda poética es la fuente primaria de todo cuanto sabemos sobre la mitología y cosmología nórdicas, así como de las historias de sus dioses y diosas, y de los grandes cantares de gesta del norte. Fragmentos de poemas «éddicos» aparecen también en los escritos de Snorri y, de vez en cuando, en las sagas, y componen un corpus de unas cuarenta obras. Con la excepción de las inscripciones rúnicas, todos los textos en nórdico antiguo que han sobrevivido datan de siglos después de la época de los vikingos, y los escribieron cristianos. Por lo tanto, los separan de la época vikinga pagana que afirman describir significativas barreras temporales, culturales e ideológicas. Muchas de las sagas, además, se centran en Islandia, sea por localizar la narración allí o por su producción, e introducen de ese modo una desviación geográfica en lo que debió de ser en sus orígenes un mundo mucho más amplio de historias panescandinavas. Es más, cada texto era único y se escribió por razones concretas, no todas evidentes para un lector moderno. Además de todo esto, uno también debe tener en cuenta los azares de la conservación: los textos se han corrompido debido a los errores de copiado a lo largo del tiempo (casi nunca disponemos de los manuscritos «originales»); se han perdido, editado y alterado pasajes, o simplemente se han censurado, y, por supuesto, la propia supervivencia de una obra jamás está asegurada. En ocasiones, la naturaleza fragmentaria de 41


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un texto resulta evidente, así como también los motivos y la causa de esa fragmentación. Algunas veces conocemos los nombres de sagas que no han sobrevivido y contamos con breves resúmenes de su contenido. En muchos otros casos, resulta imposible saber qué se ha perdido. Antes de abordar las sagas o, de hecho, cualquier otra obra en prosa o verso escrita en nórdico antiguo, es necesario responder una pregunta engañosamente sencilla: ¿qué se quiere hacer con ellas? Muchos de los que estudian el texto de una saga, sea desde la perspectiva de la investigación literaria o material, sienten a menudo (en palabras de Tolkien en relación con Beowulf ) «un desengaño al descubrir que era lo que era y no lo que el erudito hubiera preferido que fuera». Como su nombre implica, las sagas eran en primer lugar y en esencia historias, pensadas para contarse en voz alta ante unos oyentes que estaban familiarizados con el contexto lo bastante como para comprenderlas. Las vidas vikingas se organizaban en torno al parentesco, no solo dentro del núcleo familiar, sino entre ellas, en una red que se extendía muy lejos y generaba relaciones de mutua dependencia. Las sagas anclaban a la gente en el tiempo y ofrecían un vínculo con el pasado, con lo que, de nuevo, Tolkien denominó «ese sentido de perspectiva, de antigüedad con una antigüedad todavía mayor y más oscura detrás». Esta percepción no ha desaparecido. Parte del efecto perturbador que las sagas familiares provocan en una audiencia moderna se debe a lo reales que se perciben, como si alguien hubiera permitido al lector, de algún modo, experimentar qué significa estar vivo en un mundo completamente ajeno, con todo su lacónico dramatismo y su exaltada percepción. En Islandia, su hogar, las sagas son todavía obras completamente vivas que todos sus habitantes conocen. Todo el mundo puede (¡y debería!) disfrutar de estas historias como las auténticas obras maestras de la literatura mundial que indudablemente son, pero cuando uno quiere ir más allá de eso, cuando quiere «utilizarlas» de algún modo, es cuando surgen problemas más fundamentales. La cuestión más básica de todas es la de nuestra intención: ¿nos interesa la época vikinga real y auténtica de la que tratan las sagas o queremos saber cómo esta experiencia antigua se transmitió y cómo el entorno y contexto social medieval en el que se compusieron las sagas se apropió de ella? Estos son dos enfoques completamente distintos. 42


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Un razonable primer paso debe ser preguntar si cabe siquiera la posibilidad de discernir auténticas vidas vikingas bajo la pátina del texto medieval o si, para empezar, estas estuvieron alguna vez presentes en el texto. Es necesario considerar lo que comportaría una respuesta negativa. Incluso los más escépticos de los investigadores literarios, aquellos que, por lo general, rechazan que los textos en nórdico antiguo puedan ser fuentes viables (por remotas que sean) para vislumbrar la verdadera época vikinga, no siempre dan el paso adicional de plantearse la cuestión que requiere este punto de vista: ¿por qué, en ese caso, habrían creado los islandeses medievales —a lo largo de varios siglos— el conjunto más asombrosamente detallado, completo y coherente de obras de ficción histórica del mundo? Aunque algunos han defendido las sagas como alegorías cristianas —consideran al odínico guerrero-poeta Egil Skalla-Grímsson un avatar de san Pablo, por ejemplo—, ¿qué sentido tendría crear un artefacto así cuando los nórdicos eran capaces de asimilar las historias bíblicas directamente? Si la intención era vincular en retrospectiva las virtudes cristianas con antepasados a los que todavía podían admirar, pues por entonces aún no tendrían conocimiento del cristianismo, ¿cómo explica eso entonces un género de narraciones cuyo núcleo moral promueve una visión pagana de la vida completamente opuesta a las normas predominantes en el pensamiento medieval? Mucho más allá de la borrosa edad de oro de la Ilíada o de los mitos fundacionales por encargo de la Eneida, nos encontramos con ciclos enteros de historias que tratan con detalle la malhadada nobleza de un pueblo que habría repugnado a la Iglesia de los tiempos de los escritores de las sagas. Este libro rechaza ese punto de vista en lo que respecta a los textos en nórdico antiguo e intenta trazar un camino claro pero no falto de sentido crítico a lo largo del otro sendero, uno que espero que nos lleve al mundo de los propios vikingos; así pues, no nos detendremos mucho en su posterior sombra medieval. Sin embargo, los obstáculos para la lectura de estas fuentes son considerables. A grandes rasgos, los escritos medievales de cualquier tipo casi nunca pueden leerse como una crónica fiable de los acontecimientos que afirman describir. Casi siempre tienen una intencionalidad, de un tipo u otro, aunque el grado de esa intencionalidad varía en cada texto y es siempre discutible. Las sagas y otros productos textuales del nórdico antiguo son en realidad ma43


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ravillosos, pero deben interpretarse con mucha cautela; debemos ser conscientes en todo momento de las lagunas (que a veces son más bien abismos) de conocimiento que nos pueden transmitir. Las fuentes aportan puntos de referencia, pero antes de proceder es necesario establecer algunos términos y condiciones, relacionados con el contexto social, la responsabilidad intelectual y la ética. Igual que las experiencias de cualquiera que viva en el presente son siempre subjetivas, lo mismo sucede con la historia y su estudio. Los vikingos son un excelente ejemplo de ello. A lo largo de los siglos, mucha gente ha reclutado forzosamente a los vikingos para alguna batalla moral (o inmoral), y otros siguen haciéndolo hoy. Sin embargo, la intensidad del interés por ellos demuestra que sus antiguas vidas todavía son relevantes para nosotros. Creo firmemente que cualquier aproximación significativa a los vikingos en el siglo xxi debe reconocer las formas a menudo problemáticas en que su recuerdo se emplea en el presente. Los estudiosos de los vikingos reconocerán con facilidad la sensación de encontrarse con alguna tontería impermeable a los hechos en el discurso público o privado, por lo que resulta esencial ser inequívocamente claro desde el principio. El mundo vikingo que este libro explora fue un lugar profundamente multicultural y multiétnico, con todo lo que eso conlleva en cuanto a movimientos de población, interacciones (en todos los sentidos de la palabra, incluido el más íntimo) y una necesaria relativa tolerancia. Esto se remonta muy atrás, hasta la prehistoria nórdica. Nunca existió un linaje «nórdico puro», y las personas de la época probablemente se habrían quedado atónitas si se les hubiera planteado el concepto. Utilizamos el término «vikingos» conscientes de que es una etiqueta problemática con la que describir a la mayoría de la población escandinava, pero sabemos que compartieron su mundo inmediato con otros y, en particular, con el pueblo seminómada sami, quizá más conocidos como lapones. Las historias de sus respectivos asentamientos se remontan hasta la Edad de Piedra y hacen que cualquier discusión moderna sobre «quién llegó primero» resulte absurda. Escandinavia, además, había recibido inmigrantes durante milenios antes de la época vikinga, y no hay duda de que un paseo por los centros mercantiles y de 44


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comercio de la época habría resultado una emocionante experiencia cosmopolita. No es posible reducir a los vikingos a una plantilla, pero si recurrir a conceptos abstractos puede ayudarnos a describir su impacto en el mundo y las interacciones que mantuvieron con el resto de pueblos, entonces deberíamos hablar sobre su curiosidad y creatividad, sobre la complejidad y sofisticación de sus imágenes y referencias y, sí, también sobre su apertura a nuevas ideas y experiencias. Estos son conceptos que cualquier enfoque serio del estudio de los vikingos y de su época debe abordar para evitar convertirlos en estereotipos planos. A nivel individual eran tan diversos y variados como los lectores de este libro. Al mismo tiempo, no debemos apartar la vista de aquellos aspectos menos agradables, en particular la agresión que, en parte, impulsó su movimiento hacia el exterior: más allá de los clichés de los «saqueadores vikingos», este aspecto de las culturas escandinavas de principios de la Edad Media fue muy real. El suyo fue un pueblo guerrero en unos tiempos de conflicto, y sus ideologías estaban muy marcadas por los ejemplos de violencia sobrenatural. Esta podía tomar formas extremas, que se manifestaban en horrores como la violación ritual, la masacre general y esclavización de poblaciones, y los sacrificios humanos. No tiene sentido leer a los vikingos de acuerdo con los parámetros de nuestro tiempo, pero si alguien se siente tentado a contemplarlos bajo una luz «heroica» quizá debería recapacitar. En cualquier relación moderna con los vikingos es clave y necesario comprometerse con la claridad. Observar que estas gentes del norte cambiaron el curso de la historia no supone ni aprobar ni condenar lo que hicieron, sino reconocer una realidad muy antigua cuyo legado todavía es perceptible. Los estudios convencionales de los vikingos tienden a organizarse de acuerdo con las regiones en las que se centran y perpetúan los conceptos artificiales de áreas de actividad «occidental» y «oriental», que no son sino un resquicio académico de la Guerra Fría y de la barrera más o menos impermeable que erigió y que dividió Europa en dos. Por lo general, suelen empezar por la islas británicas, luego pasan a la Europa continental y al Atlántico Norte, desde las primeras incursiones a la batalla de Stamford Bridge, para 45


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luego pasar a hacer una revisión cronológica de Europa oriental durante el mismo periodo. En medio de todo esto, en las obras de ese tipo, se incluyen temas aparte, cuidadosamente separados de la narrativa general (como «Capítulo 4: “Religión”»). Este libro tiene un objetivo muy distinto, no solo a la hora de transmitir mejor cuál era la forma en que los vikingos concebían el mundo, sino también a la de subrayar que era el mismo pueblo el que protagonizaba los viajes a través de ese gran mapa de culturas y encuentros; para ellos, no existía ningún telón de acero. Además, debemos ver sus vidas como un todo sin costuras, que incluye aspectos como la religión, la política, el género, la subsistencia y el resto de elementos relacionados con la existencia en una percepción general de la propia realidad, lo que nos permitirá comprender cómo creían ellos que eran las cosas. Lo que para algunos es un «trasfondo» que dio lugar a las hazañas vikingas aquí constituye una parte esencial de su historia. El texto, pues, se divide en tres secciones principales, que siguen aproximadamente un orden cronológico y tienen en cuenta la contemporaneidad además de la secuencia de los acontecimientos. El nuevo hogar donde Askr y Embla se despertaron recibía el nombre de Miðgarðr, o Midgard, literalmente ‘lugar medio’ (concepto, por cierto, en el que se inspiró Tolkien para su Tierra Media). Este, por supuesto, es nuestro mundo, aunque los vikingos lo veían de forma muy distinta a nosotros. Sus límites geográficos no parecen estar definidos por otros medios que la experiencia y los viajes. La primera parte explora este reino a través de los ojos de los vikingos y a partir de su entorno, y empieza por delinear los contornos de ese paisaje tanto sobre el terreno como en su mente. Indaga en su forma singular de entender lo que significaba ser una persona, el género y cuál era el lugar del individuo en las múltiples dimensiones del cosmos. También abarca el encuentro con otros seres con quienes los vikingos compartieron estos espacios. Seguiremos los rastros de la experiencia escandinava desde el ocaso del Imperio romano de Occidente y a través de sus interacciones con las tribus germánicas más allá de sus fronteras, a lo largo de los turbulentos años de los siglos v y vi, hasta la construcción de un nuevo orden sobre las ruinas del antiguo. Aquí se describe el panorama social del norte en estos primeros momen46


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tos: la cultura material del día a día, el paisaje de asentamientos y las estructuras generales de la política, el poder, los rituales, las creencias, la ley y la guerra. Exploraremos las fronteras entre vivos y muertos, así como las relaciones humanas con la población invisible que los rodeaba. Aquí, la escala temporal nos lleva hasta el siglo ix, más o menos en la mitad de la época vikinga, tal y como se la define habitualmente. La segunda parte se remonta a principios del siglo viii, pero sigue un camino distinto, en busca de los principales desarrollos sociopolíticos y demográficos que se combinaron y, poco a poco, desencadenaron el fenómeno vikingo. Esta fue la época de las incursiones y de su gradual intensificación desde meros ataques aislados a grandes expediciones para conquistar territorio, en el contexto siempre presente de unas redes comerciales en constante expansión. La cultura marítima de Escandinavia, el ascenso de los reyes del mar y el desarrollo de singulares entidades políticas piratas móviles constituyen el núcleo de esta sección. Los principios de la diáspora se pueden rastrear en todas direcciones: a lo largo de los ríos de plata orientales hacia Bizancio y el califato de los árabes, donde se crea una nueva identidad: la de los guerreroscomerciantes conocidos como los rus; al oeste, hacia las islas británicas; hacia el sur, en dirección a los imperios continentales y el Mediterráneo; y a través de la apertura del Atlántico Norte. Esta sección sigue estos acontecimientos hasta el principio del siglo x en una serie de narrativas simultáneas y paralelas. La tercera parte nos lleva hasta mediados del siglo xi, cuando el fenómeno vikingo se diversifica a lo largo del norte de Europa. Sus consecuencias incluyeron una revolución urbana en las economías escandinavas y la reorganización del campo, seguida, en paralelo, por la consolidación del poder real y la creciente influencia de una nueva fe. En el exterior, bases del poder vikingo que se disputaban la hegemonía se establecieron en Francia (el reino de los francos), Inglaterra, Irlanda y las islas escocesas. El florecimiento de la república de Islandia llevó a viajes hacia el oeste, hasta Groenlandia, y al primer desembarco europeo en América del Norte. En el este, el estado de los rus se expandió cada vez más. Hacia el 1050, los límites de las modernas Noruega, Dinamarca e incluso Suecia estaban cada vez más claros y los pueblos escandinavos empezaron a ocupar su lugar en el escenario de la Europa cristiana. 47


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La época vikinga no «terminó» con unos sucesos concretos en un momento o lugar determinado, al igual que tampoco «empezó» de ese modo. En cambio, se convirtió en algo más con otro cambio de perspectiva, con nuevos puntos de vista a medida que los escandinavos avanzaron hacia sus diferentes futuros. Este libro empezó con la madera de deriva en la playa, cuando la primera pareja de humanos caminó sobre la arena, es decir, con el origen de todos nosotros. Su final lo encontramos en la batalla definitiva y el fin del cosmos, el apocalipsis nórdico: el Ragnarök. Los lobos engullirán el sol y la luna, las candentes estrellas se hundirán en el mar y cubrirán el mundo de vapor. Los poderes de la noche se derramarán a través de un agujero en el cielo y los dioses irán a la guerra por última vez. Pero queda mucho tiempo hasta entonces, y el camino es muy tortuoso. Todo empieza con el tronco de un árbol.


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