Coaching de plenitud: el camino hacia el desarrollo de las potencialidades

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‘Coaching’ de plenitud: el camino hacia el desarrollo de las potencialidades Víctor Vallejo Viciana Partner y Executive & Team Coach de Augere.

En el coaching no directivo, el coach no se sitúa como un experto consultor o mentor que da las soluciones a los problemas de sus clientes, sino que se sitúa ante ellos a su mismo nivel. Desde esta relación de igualdad, plantea preguntas potentes que ayuden al cliente a explorar los nuevos recursos y posibilidades que alberga en su interior.

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uis Picazo, coach y psicólogo experimentado, solía decir que el coaching es “una terapia para sanos”. Esto debió ser hasta que conoció los beneficios de la terapia humanista rogeriana porque ahora suele explicar que el coaching es “una terapia humanista para sanos”. ¿Qué tiene la terapia humanista desarrollada por Carl Rogers que la hace tan interesante para la buena práctica del coaching? Para empezar, Rogers parte de la idea de que el ser humano, como cualquier ser vivo, tiende por naturaleza a desarrollar todas sus potencialidades. Como él mismo cuenta, ya de pequeño se asombraba de cómo unas patatas amontonadas en un oscuro almacén de la granja donde vivía hacían surgir de su interior pequeños tallos que crecían buscando la poca luz que en-

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traba por un ventanuco. Si en una patata –un tubérculo tan rústico– reside una fuerza y una potencialidad que le lleva a cumplir su pleno desarrollo, ¿no va a existir en el ser humano –situado en la cúspide de la evolución– una tendencia similar? ¿Vamos a ser menos que una patata? A mí, al menos, me parece que no. La historia de la filosofía avala esta constatación. Spinoza expone que en el ser humano hay un conatus o fuerza impulsora que nos lleva a afirmar nuestra propia esencia. Aristóteles define el cambio como el paso de la potencia al acto. El cambio supone el paso de lo que estamos llamados a ser a su realización. Así, podríamos entender el coaching como el proceso que ayuda a las personas o equipos a llevar a la práctica todo su po-

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tencial. Por el mero hecho de existir, todos los individuos y todos los equipos tienen potencial. La vida, las decisiones y las creaciones son pasos de la potencia al acto movidos por la fuerza del conato. Sin tendencia a alcanzar objetivos y a dar fruto no damos un paso. Otro asunto es que emprendamos acciones en falso movidos por fuerzas obtusas, aunque no es el objeto de este artículo (en el coaching coactivo –procedente de la unión de “co” y de “activo”– se habla del saboteador que va en contra de nuestra tendencia a la actualización). La premisa a la hora de tratar a un cliente, como dice Giordani, un estudioso de Rogers, es que “el hombre es capaz de resolver sus propios problemas y desarrollar su plan de vida, porque tiene dentro de sí la energía y el criterio de valoración suficientes para llevar a cabo su propio desarrollo”. El coach confía en su cliente, es decir, en su coachee. El modelo de coaching coactivo lo expresa de la siguiente forma: “los clientes son naturalmente creativos, están llenos de recursos y poseen sus propias respuestas”. De ahí que un buen coach no ha de ser directivo ni ha de lanzar preguntas con segundas intenciones, buscando tener él la razón antes de contribuir a que el cliente encuentre las suyas propias. Esta confianza en los recursos internos del cliente conduce a la práctica de la no directividad. Es decir, la no directividad supone que el coach no se sitúa como un experto consultor o mentor que da las soluciones a los problemas de sus clientes, sino que se sitúa ante ellos a su mismo nivel.

Rogers parte de la idea de que el ser humano, como cualquier ser vivo, tiende por naturaleza a desarrollar todas sus potencialidades Desde esta relación de igualdad, plantea preguntas potentes que ayuden al cliente a explorar los nuevos recursos y posibilidades que alberga en su interior. Volviendo a la terminología del coaching coactivo, es el coachee el que marca la agenda, el tema y el rumbo de las sesiones. Es al coach a quien corresponde en todo momento danzar con el cliente, dando respaldo a sus más auténticos valores y a su tendencia actualizante, que le llevan hacia su plenitud.

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Partimos de la base de que las personas poseen de forma intrínseca, en palabras de Rogers, la capacidad de “desarrollar todas sus potencialidades y de desarrollarlas de forma que favorezcan su conservación y su enriquecimiento”. ¿Quiere esto decir que podemos alcanzar nuestra plenitud? Si entendemos la plenitud como un proceso más que un estado fijo, claramente sí. Rogers define la vida plena como “el proceso evolutivo dirigido hacia una dirección concreta que el organismo humano elige cuando se encuentra libre para moverse en cualquier dirección”. Por naturaleza, estamos llamados a vivir en plenitud. La única condición es que no se pongan trabas a nuestra tendencia actualizante. Muchas veces, sin embargo, bloqueamos este proceso y caemos en estados disociados. Rogers entiende que una persona disociada “se comporta a nivel consciente según indicaciones dadas por abstracciones y por constructos rígidos, y a nivel inconsciente según el empuje de la tendencia actualizante”. Es decir, muchas veces actuamos de cara a los demás o a nuestra imagen ideal de una forma, mientras que por dentro tenemos unas vivencias o deseos que chocan contra la imagen que nos hemos construido de nosotros mismos y que tratamos de justificar. Esto, aparte de disociarnos, como reconoce la programación neurolingüística (PNL), nos cansa. Se crea una tensión agotadora porque la tendencia actualizante resulta una fuerza imparable que lucha por expresarse frente a esa presión personal y social que, alimentada por el temor a ser juzgado, también tiene su poder. Rogers ve en esta tensión el origen de la neurosis. Desde el coaching coactivo, se hablaría de la tensión que nos produce atender a nuestro saboteador interno que, de forma cansina, frena o entorpece nuestro afán por lograr la vida que realmente deseamos, es decir, la vida plena. Para alcanzar esa plenitud que nos está esperando, lo que un coach no directivo ofrece es un clima de libertad experiencial que propicia la posibilidad de expresar la vivencia interior del momento, sin temor a ser juzgado y con la seguridad de que cualquiera va a ser aceptado tal y como es. Alguien que busque el equilibrio, abrir su corazón y desarrollarse plenamente ¿no dedicaría un esfuerzo a ser tratado así? Esta “no-directividad” es el principio inspirador de la terapia rogeriana y la mayor aportación que puede ser recogida por el coaching. El cliente en el ámbito del coaching es el centro dinámico del proceso. El coach ha de crear una alianza con él: una relación poderosa ali-

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mentada por la empatía, la consideración positiva y la autenticidad. Y es que éstas son las tres actitudes básicas que hacen que una “patata” se desarrolle al máximo como tal. Son el abono perfecto en un terreno inmejorable para completar su desarrollo. En su período fenomenológico, Rogers se dio cuenta de que la terapia centrada en cliente “se propone crear un clima que facilite el desarrollo de los recursos presentes en el cliente” y que esto “depende fundamentalmente de las actitudes interiores del terapeuta, más que del aparato técnico”. Tanto un coach como un terapeuta no sólo han de poner en práctica las tres actitudes que Rogers considera básicas, sino que ha de vivirlas e integrarlas en su actitud cotidiana. Como ya se ha mencionado, estas tres actitudes son la autenticidad, la consideración positiva y la empatía. Veámoslas una por una. La autenticidad o “genuidad”, en palabras de Rogers, “significa que el terapeuta es realmente él mismo durante la relación con su cliente, sin esconderse detrás de una fachada”. Dice Rogers que, desde su propia experiencia, constató que un terapeuta resulta más eficaz cuando puede ser él mismo. La consideración positiva supone la acogida de la experiencia del otro sin juicio moralizante y con aceptación y calor, algo que puede parecer sumamente difícil. La pregunta típica en este caso es si uno estaría dispuesto a hacer coaching a un terrorista desde esta actitud. Dada la confusión, Rogers precisó que “una consideración positiva completamente incondicional no existe si no es en teoría” y que, en la práctica, un terapeuta (o un coach) pasa por momentos de vivir una consideración positiva condicionada o, incluso, una consideración negativa. Con la consideración positiva, el coach se abre a la entrada de afecto en la relación de ayuda, siempre que esta afectividad no sea posesiva ni genere relaciones de dependencia. La empatía supone, en palabras de Rogers, “la capacidad de ponerse verdaderamente en el lugar del otro y de ver el mundo como él lo ve”. Se trata de la capacidad de comprender “con exactitud los sentimientos que mueven el comportamiento del cliente, sin recurrir al método interpretativo, y de ponerse en la piel del otro sin caer en la identificación”. Una vez definidas las tres actitudes básicas para todo coach, pasamos a recapitular para quedarnos con la idea de conjunto. Partimos de que en el ser humano hay una tendencia actualizante que nos impulsa a vivir en plenitud, que es la meta de nuestra vida, y el coaching es el arte de ayudar a las personas y equipos a conseguir metas. Al igual que la patata que observó

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Rogers tiende a desarrollar sus brotes, las personas estamos llamadas a desarrollar nuestras potencialidades viviendo de forma integrada. Nuestra vocación existencial consiste en arraigarnos en terrenos humanos nutritivos, en desarrollar brotes, tallos y hojas que reco-

En el ser humano hay una tendencia actualizante que nos impulsa a vivir en plenitud, que es la meta de nuestra vida, y el ‘coaching’ es el arte de ayudar a las personas y equipos a conseguir metas jan la energía del universo para, finalmente, dar fruto en abundancia. Hay en nosotros una tendencia a desarrollar todo nuestro potencial y la mejor manera en que un coach no directivo contribuye al pleno desarrollo de su cliente es ofreciéndole un marco de relación en el que éste se sienta libre, acogido y seguro para resolver sus disociaciones y vivir integrado. Un buen coach nutre la relación con su cliente a base de autenticidad, empatía y aceptación incondicional. Dominar estas tres actitudes, más que una técnica, es una manera de ser que el coach pone al servicio de su cliente, un coachee al que ve completo, creativo y lleno de recursos.

Bibliografía Kimsey-House, Henry; Kimsey-House, Karen; Sandahl, Phillip; Whitworth, Laura; Coaching Co-Activo, LID Editorial, 2009. Giordani, Bruno; La relación de ayuda: de Rogers a Carkhuff, Descleé De Brouwer, 1998. Rogers, Carl; La psicoterapia centrada en el cliente, Ediciones Paidós Ibérica, 1997.

«‘Coaching’ de plenitud: el camino hacia el desarrollo de las potencialidades». © Ediciones Deusto. Referencia n.O 3765.

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