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Cristianismo y política. De derecha a izquierda

:: COMUNICACIÓN

Cristianismo y política: De derecha a izquierda, pasando por Jesús

Juan Ramón Junqueras

Teólogo y periodista

Para empezar, diré que la primera vez que expuse el embrión de esta comunicación en una iglesia cristiana adventista, hace ya algunos años, una hermana me hizo la primera pregunta del tiempo de intervenciones. Fue la siguiente: “¿Por qué se titula tu charla «De derecha a izquierda, pasando por Jesús», y no «De izquierda a derecha, pasando por Jesús»”? Así está el patio… ¿Qué relaciones pueden establecerse entre el cristianismo y la política? Si Jesús de Nazaret dijo que su Reinado no era de este mundo, ¿es oportuno que el cristiano preste atención a los aspectos políticos de la vida? ¿Qué ocurre cuando esto pasa de forma institucionalizada? El cristianismo, por naturaleza, ¿debería ser conservador o progresista, en el ámbito político? ¿Dio Jesús, en su mensaje, pautas que nos ayuden a optar por una u otra propuesta política? En la comunicación que presentaré intentaré contestar a estas y a otras preguntas.

Pero, ante todo, descubriremos a un hombre, Jesús de Nazaret, comprometido con su tiempo… y con el nuestro. Un Maestro que no quiso pasar de puntillas sobre nada de lo que concierne al ser humano. Un hombre extraordinario que se enfrentó al poder para defender los derechos de los débiles, pero que propuso, a la vez, una solución suprapolítica a los problemas de este mundo. Nos encontraremos, frente a frente, con el hombre cuya propuesta política —si es que pudiera llamarse así— fue que el Reinado de Dios gobierne los corazones de ciudadanos y servidores públicos.

PREMISA

Para empezar habrá que aceptar que cuando el estado y la religión se acercan demasiado, al primero le salen alas y a la segunda dientes. Porque una religión unida al poder se convierte en un monstruo devorador e insaciable, que si no convierte… tortura; y si no convence… descuartiza, decapita y quema públicamente en la hoguera. Pocas cosas hay que tengan que estar más lejos del poder que la religión. Porque las emociones que concita no son compatibles con el ejercicio del gobierno humano. A mi entender, solo un estado laico garantiza la práctica en libertad de la religión escogida por cada creyente. Ni siquiera nuestro modelo aconfesional español desmarca suficientemente el fenómeno religioso de la acción de gobernar. Porque está admitiendo, intrínsecamente, que es un estado de fe, que no profesa ninguna confesión en concreto, pero que se sabe creyente. Un estado en el que, cuando sus ministros juran o prometen su cargo, pueden hacerlo sobre una Biblia. ¿En qué lugar quedan los musulmanes, los budistas, los judíos, todas religiones consideradas de arraigo por el estado? ¿Dónde quedan los agnósticos, los ateos? Cuando de instituciones hablamos, cuanto más lejos la religión del estado, mejor. Vaya eso por delante.

1. LOS PRINCIPIOS DEL REINADO DE DIOS COMO PROYECTO POLÍTICO

1. Premisa: responsabilidad social del creyente

El vínculo entre el evangelio y la responsabilidad social de los cristianos se manifiesta claramente en el proyecto de Jesús de Nazaret. La Biblia entera insiste en que, cuando predominan la pobreza, la injusticia y la opresión, la fe que habla solo a las necesidades espirituales de la gente, fallando en demostrar una férrea voluntad de cambiar las cosas, es una adoración falsa (Isaías 58). Como lo expresó Gandhi: «Debemos vivir en nosotros mismos los cambios que queremos ver en el mundo.»

Un seguidor y verdadero creyente en Jesús de Nazaret no puede tratar con indiferencia las desigualdades, ni la manifestación de poder y privilegios que hiere a tantos y conduce al empobrecimiento de muchos. El Evangelio invita a solidarizarse con todos los que sufren, para juntos recibir, incorporar y compartir las buenas nuevas de Jesús, y mejorar la vida. Hay veces cuando la indiferencia puede llegar a ser la más atroz de las violencias.

Los pobres, los marginados, los discapacitados, los inmigrantes, los refugiados son personas. Esta es la gente de la que habla Jesús vez tras vez en su enseñanza y en su predicación. Busca dignificarlos, y desafía a los cristianos a asumir su deber de constituirse en una bendición para ellos. Los programas políticos que no lleven entre sus prioridades más básicas esta premisa, no deberían ser votados ni apoyados por los seguidores de Jesús de Nazaret.

Juan Ramón Junqueras

La Biblia lo deja claro: la responsabilidad de los cristianos hacia los que sufren la injusticia social no es de menor importancia que la predicación del Evangelio —ni es opcional— porque son lo mismo. Y esto solo puede lograrse de verdad teniendo en cuenta la política, porque lo contrario significaría remitir todo nuestro esfuerzo a la labor asistencial, a la limosna, convirtiendo a los débiles en receptores de una mera voluntad caritativa. ¡Y son sus derechos los que están en juego, y no nuestra caridad!

2. En busca de un modelo: La actitud de Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret se enfrentó a la «casta» de su tiempo, a aquellos que se repartían todo lo que entraba en las arcas del dinero, y hasta los despojos a los que aspiraban los más pobres e indefensos. Quiso remover un statu quo injusto y pernicioso, pero para ello...

No gritó «¡Arriba parias de la Tierra!», como lo hace la izquierda, ya hoy domesticada, porque sabía que sin la conversión de los ricos a los principios del Reinado de Dios la lucha de clases suele redundar en un baño de sangre, sobre todo la de los parias. En lugar de eso, gritó: «Quien quiera ser el primero que se haga servidor de los últimos». En el servicio mutuo encuentra el ser humano la salida a su egoísmo —los ricos— y a su miseria —los parias—.

No predicó las bondades de un «capitalismo compasivo», como el que postulan las derechas más centradas, porque sabía que el capital no tiene compasión, y su misericordia no es más que una pose para aletargar a los pobres con limosnas, anclarlos perpetuamente donde están, y seguir amasando sin miedo ingentes cantidades de fortuna. En lugar de eso, predicó: «No podéis servir a dos señores, a Dios y al dinero a la vez». Si el rico acepta de verdad a Dios como Señor, no soportará ver la miseria de los oprimidos por el capital, y hará todo lo que sea posible para remediarla, aún a costa de su propia riqueza.

Tampoco proclamó: «Podemos», porque sabía que tanto ricos como pobres son impotentes. Impotentes unos para abandonar la seguridad del dinero amasado; impotentes otros para no acabar comportándose como los primeros si tuvieran acceso a su poder. Es muy difícil que un ser humano se comporte como quien sirve cuando se siente poderoso. Tan difícil como que un camello pase por el ojo de una aguja. En lugar de eso, proclamó: «Él puede. Dios puede, si lo dejáis. Puede cambiarlo todo si todos le permitís cambiar vuestros corazones. Arrepentíos de vuestra ambición. Unos de la ambición de guardar para vosotros solos lo que tenéis; los otros de la ambición de conseguirlo. Él puede. Dios puede, porque su Reinado ya se ha acercado lo suficiente para que veáis lo que puede hacer por todos.»

Jesús habló y vivió arrebatado por el Reinado de Dios y sus principios —justicia, acogida, compasión, fraternidad—. Sabía que el Reinado de Dios no es de este mundo, pero que se le puede dejar reinar en el marco de nuestras decisiones. No irrumpe como un emperador que conquista, sino como una semilla que se siembra: de forma imperceptible, misteriosamente, va creciendo a medida que damos espacio a su acción liberadora. Y así, liberados unos del egoísmo, y otros del resentimiento, acrecienta su fuerza transformadora e impulsa hacia cotas más altas de justicia, equidad y dignidad para todos.

Que Dios reine de verdad aquí, como lo hace en los Cielos, debería ser, para cualquier creyente, su mayor y mejor aspiración. Es decir, una política —una actuación en la polis— tendente a expandir los principios del Reinado de Dios.

2. ¿SON APLICABLES, EN PLENO SIGLO XXI, LOS PRINCIPIOS DEL REINADO DE DIOS COMO PROYECTO POLÍTICO?

1. Como dos gotas de agua

No seré yo quien os diga a quién votaría hoy Jesús de Nazaret en España. Pero sí puedo deciros qué hizo cuando estuvo en una tierra que se parece a la nuestra como dos gotas de agua, aunque hayan pasado más de 2.000 años: Colocarse al lado del pobre, del obrero, del perseguido por los conservadores religiosos, de los marginados por razón de sexo, de los hambrientos, de los presos, de los inmigrantes, de las mujeres, de los niños —que eran el más bajo escalafón social—. Se enfrentó al poder establecido cuando este conculcaba derechos fundamentales de las personas. Se opuso a la pena de muerte. Se declaró a favor de la reinserción social de los delincuentes. Pactó con nacionalistas y los integró en su proyecto, así como con terroristas, con quienes hizo lo mismo. Dialogó con el Imperio, pero no se dejó engañar por sus cantos de sirena. Y, sobre todo, situó la solución a los problemas de este mundo en un ámbito absolutamente suprapolítico. Su Reinado, su voluntad de reinar, no era de este mundo, aunque sí para este mundo.

2. El cristianismo y los principios del Reinado de Dios como amenaza…

Y, sin embargo, ¿por qué todas estas resistencias a Jesús? ¿No era un simple e inofensivo predicador ambulante, un iletrado carismático arrebatado por el amor y la debilidad? En absoluto. Es muy difícil aceptar a una persona que puede poner en peligro la seguridad de la rutina, el dominio de las conciencias, la comodidad —incluso el futuro— si la seguimos.

Casi todos los grupos religiosos entendieron que tenían motivos de sobra para oponerse a Jesús. Incluso el poder romano estuvo amenazado, aun sin saberlo. Cada uno de ellos vio peligrar

Cristianismo y política: De derecha a izquierda, pasando por Jesús

sus propios intereses e incluso su idiosincrasia. Muchas diferencias los separaban entre ellos, pero esto no. Consideraron a Jesús un volcán a punto de estallar. Y tenían razón...

Si el cristianismo de hoy no amenaza desde su raíz a los poderes de este mundo; si no es percibido como algo ajeno a las estructuras de este mundo; si se alía con ellas para medrar y acomodarse; si no se lo considera un volcán a punto de estallar, es que ha acabado por perder su esencia jesuánica, y su única razón de ser.

3. No podemos mirar hacia otra parte, aunque «no seamos de este mundo»

Así que el cristiano no puede abstraerse de las contingencias de la sociedad en la que vive. Las decisiones políticas nos afectan, vivimos en este mundo y somos ciudadanos de nuestra comunidad. Además, afectan también a los más débiles y marginados, a quienes somos llamados a proteger. Una cosa es poner todas nuestras esperanzas en la política, y otra muy distinta olvidar nuestra responsabilidad como ciudadanos, cristianos además, por lo que con doble responsabilidad. Creo que en este asunto se han malinterpretado dos mensajes de las Escrituras: 1. En primer lugar, cuando el apóstol Pablo exhorta a los cristianos a obedecer a las autoridades superiores, se refiere a que las admitamos en tanto que son superiores en lo secular, y en absoluto porque determinado régimen político tenga la aprobación de Dios. 2. En segundo lugar, cuando Pablo explica que «no somos de este mundo», lo dice para que no pongamos nuestras esperanzas en él —pues se acabará—, pero no para que nos mantengamos indolentes, cruzados de brazos, mientras vemos cómo el mundo se autodestruye.

El compromiso cristiano ha de llegar también hasta el ámbito de la política. No para dominarla —el Reinado de Dios no es de este mundo—, sino para orientarla —el Reinado de Dios sí es para este mundo—. Sin centrar nuestra esperanza en el mundo de la soluciones humanas, sino humanizando al mundo con las soluciones de Dios.

3. UNA PALABRA SOBRE LA POLÍTICA Y LA AUTORIDAD EN LA IGLESIA

1. El pueblo ha de ser soberano

Y, para terminar, una palabra sobre la política y la autoridad en la iglesia…

El pueblo ha de ser soberano, no solo en el ámbito secular sino también en la iglesia. Esto cae de cajón cuando se entiende como pueblo no a la gente que es gobernada porque lo necesita, sino a los hombres y mujeres que escogieron a sus gobernantes porque así lo quisieron. Son los segundos quienes han de rendir cuentas a los primeros, y no a la inversa. Hacer otra cosa es subvertir los principios básicos de la democracia y de la libertad.

En la sociedad somos ciudadanos, y no súbditos; en la iglesia somos hermanos con la dignidad que confiere el propio Dios y nuestra propia humanidad, y no almas desvalidas que ni saben ni entienden. Los paternalismos son más propios de dictaduras que de democracias. La autoridad que reciben los líderes religiosos proviene de quienes los eligieron, y no de Dios. Él, después, hace todo lo que puede para que esa autoridad se manifieste en servicio, que es para lo que fueron escogidos.

2. La autoridad en la iglesia es para servir

Nadie debería sentirse con una autoridad conferida desde arriba, sino desde abajo. Nada es tan pernicioso y peligroso, tanto en lo secular como en lo religioso, como un dirigente «iluminado». Esto hace que se sitúe en un plano ambiguo, que lo incapacita para el verdadero servicio a la comunidad, su única razón de ser. Cuando alguien cree que su liderazgo le permite rendir cuentas solo a Dios, y que solo Él ha de juzgar sus actos, puede entrar —y en muchos casos entra— en una deriva que conduce al autoritarismo. Los gobernantes —tanto seculares como religiosos— no son elegidos por Dios, sino por el pueblo que quiere ser servido por ellos. A él se deben, y por él deben trabajar. Solo así Dios podrá hacer de esa elección una fuente de bendiciones para todos.

Es más: según Jesús de Nazaret, quien más autoridad pretenda tener más tendrá que servir (Mateo 23, 11). Y yo añadiría la inversa: quien más sirva más autoridad adquirirá.

3. Confianza crítica

Los evangelios son claros en esto: Jesús de Nazaret fue un ciudadano comprometido con la verdadera felicidad de todos, y fue un creyente crítico con los líderes religiosos que no velaban por esa misma felicidad. Hace dos mil años, los gobernantes romanos y judíos, desde su poder militar, político y económico, condenaron a muerte a Jesús porque criticaba los valores de sus instituciones, desnudaba sus prácticas injustas e hipócritas, y representaba un desafío a la hegemonía de su poder. Sin embargo, él no criticaba solamente al sistema sociopolítico, sino que se dirigía directamente al liderazgo religioso, ético y moral de su pueblo, exigiéndoles coherencia, transparencia, responsabilidad y compasión. Frente a los abusos de poder, Jesús no se quedó callado, y en sus enseñanzas y ejemplo de vida propuso nuevos valores: acogida, solidaridad, tolerancia, amor, ternura, autenticidad, fe... Hoy, dos mil años después, todo esto sigue por hacer… ¿Te animas…?

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