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Entre Tú y yo: ¿qué función cumple el consumismo?
¿Recuerdas el momento en el que empezaste a consumir? Probablemente sea difícil, ya que desde el momento en que fuiste concebida/o comenzaste a llevar a cabo tal acción: utilizaste para tu propio provecho los recursos disponibles del exterior. Por lo tanto, hablar de consumo y equipararlo a problema sería un error. Sin embargo, cuando hablamos de consumismo como una exageración del consumo, en su multiplicación desmedida, sí que cabría plantearnos qué está sucediendo.
En la mayor parte de sociedades actuales, el consumo y, especialmente el consumo de mercancías no necesarias para la supervivencia, se ha convertido en una actividad central. Podríamos pensar que tal conducta es un simple proceso económico y utilitario, de necesidades y satisfacción. Sin embargo, Jean Baudrillard la describió como un fenómeno influido por el deseo de convertirse en un determinado tipo de persona. Por su parte, Adela Cortina, dice que el consumo ha llegado a convertirse en una actividad valiosa por sí misma, al canalizar una de las capacidades más profundas del ser humano: la capacidad de desear, que se materializa en objetos en los que se espera encontrar algo de lo que falta; por lo que lleva implícita la idea de que lo novedoso es más valioso (Rodríguez Díaz, 2012).
Sonia Pedrosa Armenteros
Licenciada en medicina y residente de psiquiatría
Nos encontramos, así, con la llamada Cultura de Consumo. Esta se encuentra determinada de forma significativa por este, como modo de construcción de significación social y como productor de una forma de conocimiento, reflejándose en estilos de vida y de pensamiento. Dicha cultura se englobará dentro de lo que Zygmunt Bauman define como «modernidad líquida», donde la velocidad y el cambio constante se traducen en una existencia efímera y evanescente. En la que los objetos han pasado a convertirse en intermediarios de las relaciones sociales, subordinando el trabajo y cosificando al ser humano (Carosio, 2010).
En dicho contexto, surge un modelo de bienestar basado en la posesión-acumulación de bienes y la moral del disfrute a través del consumo obsolescente, individualista y acelerado. El consumo es el universal de nuestra época, como antes lo fueron la religión y los grandes ideales humanistas. Encontramos que el consumo es una actividad social cuantitativa y cualitativamente central en nuestro contexto. No solo porque a ella se dedican gran parte de los recursos económicos, temporales y emocionales, sino también porque en ella se crean y estructuran gran parte de nuestras identidades y formas de expresión relacionales (Panesso, 2009).
Surge así, la necesidad de analizar de manera crítica las funciones y repercusiones de dichas conductas de consumo, tanto a nivel personal como social. Al mismo tiempo, será esencial reflexionar sobre todo ello desde un punto de vista bíblico, con la finalidad de valorar alternativas que permitan la trascendencia del individuo así como la búsqueda de un sentido último.
¿Quién es el homo consumens?
Cabría preguntarse, entonces, ¿Qué clase de vida social crea el consumismo? ¿Qué seres humanos produce?
Encontramos que lo «superfluo» se ha convertido en algo más que un derecho. El amor a uno mismo se ha impuesto como finalidad legítima, como piedra de toque de decisiones y acciones. La autonomía moderna, respecto a la ética, ha elevado a la persona a categoría de valor central. La subjetividad contemporánea supone un conjunto de valores, donde el placer y el tener se presentan como objetivos deseables y centrales en la vida. El
Entre Tú y yo: ¿qué función cumple el consumismo?
mundo consumista es un mundo «positivo», donde cuenta lo que puede ofrecer alguna utilidad o satisfacción. La libertad concebida como elección pura se basa en que todo tiene significado potencial de manera que «todo vale». La entronización de la potestad sin límites y líneas de valor sin fronteras, conduce al egoísmo generalizado (Carosio, 2010).
Se da lugar a sociedades competitivas, con carencias de afectividad y cercanía humana genuinas, la mercantilización de las relaciones humanas alcanza hasta la compra de compañía, el encuentro es un consumo más. Tanto es así que en la sociedad de consumidores, los individuos deben convertirse en una inversión, para ello deben adquirir un valor para sí mismos, aumentando su atractivo como productos disponibles para ser poseídos (Posadas Velázquez, 2011). La expansión de la cultura del consumo conlleva sus consecuencias: consumismo y endeudamiento, fraude, invasión de la privacidad, racionalización y consiguiente deshumanización. Detrás de la producción capitalista; detrás del consumo y detrás de la teoría del valor, se esconde una subjetividad del ser humano.
Con todo ello, parece que los seres humanos buscan en los objetos no el fin de un deseo sino el principio y lugar de refugio a su hambre psíquica, de su necesidad de afecto y cercanía; encuentran en los objetos el modo de investir todo el malestar formado por la cultura. Pero sabemos que esa es la ilusión que él mismo se da, el autoengaño. La guerra, los objetos de la guerra, la pornografía, «la cultura de masas», en suma, la sociedad espectáculo no logra llenar todos esos agujeros que se encuentra. Los placebos que ofrece esta no llenan y tampoco dan sentido a la vida humana (Panesso, 2009).
Sobre el bienestar socio-emocional en la sociedades de consumo
«La sociedad de consumo justifica su existencia con la promesa de satisfacer los deseos humanos como ninguna otra sociedad pasada logró hacerlo o pudo siquiera soñar con hacerlo. Sin embargo, esa promesa de satisfacción sólo puede resultar seductora en la medida en que el deseo permanece insatisfecho o, lo que es aún más importante, en la medida en que se sospecha que ese deseo no ha quedado plena y verdaderamente satisfecho… Precisamente la no satisfacción de los deseos y la firme y eterna creencia en que cada acto destinado a satisfacerlos deja mucho que desear y es mejorable, son el eje motor de la economía orientada al consumidor. La sociedad de consumo consigue hacer permanente esa insatisfacción…» 1 (Bauman, 2010).
1 Ello hace que las precauciones frente a la posibilidad de que las cosas duren más de lo debido ocupen el lugar que los apegos y
Consumimos más, poseemos más bienes materiales y de servicios, tenemos la última tecnología y vivimos de modo muy autónomo. ¿Se acompaña todo ello de un mayor bienestar psíquico y físico? ¿Es nuestra vida más satisfactoria? Los datos indican que no. 2
Esta situación es irónica, ya que damos por conquistada la calidad y, por supuesto, la cantidad de los objetos materiales. Pero ello no nos ha reportado el bienestar social, emocional y personal que esperábamos –y que nos «vendían»–. Podríamos decir que la causa de dicha situación se debe a que hemos traspasado este modelo de calidad/garantía objetal a las cuestiones de índole personal. Pero en el trasvase de la felicidad material a la personal surgen varios problemas: 1. En lo personal no hay garantía que valga (en lo material sí la hay). 2. En lo personal cuesta más aceptar el límite (en lo material se comprende mejor). 3. Lo personal se construye en contacto con los otros, no depende solo de uno mismo (lo material nos viene dado y, si se puede, se compra) 4. Lo personal es cada día más individual y menos colectivo (fin de las ideologías sostenedoras: clase, religión, política…).
Nos encontramos, así, con tres grandes fenómenos que, de modo entrelazado, usamos para conseguir la felicidad y que, en ocasiones, son causa de desencanto: consumo, ciencia e individualismo. Estos se comportan de modo paradójico: ofrecen enormes cotas de bienestar y, simultáneamente, grandes dosis de malestar (Talant, Rigat y Carbonell, 2011).
Consumo: Como mencionábamos en la introducción, el problema no radica en el consumo, sino en su multiplicación desmedida. Tanto es así que en un extremo de la línea continua del consumo hallamos a quienes, infelices e insatisfechos, se lanzan a la compra como sucedáneo de la vida y la felicidad a la que se aspira, como un paliativo de los deseos frustrados. Se trata del consumismo como ansiolítico, como satisfacción compensatoria, como una forma de levantar el ánimo. Ello hace que la pobreza material se experimente como carencia de autonomía
2 los compromisos a largo plazo; exalta la rapidez, el exceso y el desperdicio. Para justificar tal afirmación nos basaremos en tres datos: 1) el incremento exponencial del consumo de antidepresivos (http:// www.elperiodicodearagon.com/noticias/aragon/consumo-antidepresivos-duplica-ultimos-14-anos_1189206.html); 2) la depresión como principal causa mundial de discapacidad (http://www.who. int/mediacentre/factsheets/fs369/es/); 3) el aumento progresivo de las muertes por suicidio (https://politica.elpais.com/politica/2016/03/29/actualidad/1459249694_040134.html).
y de proyecto, como fracaso personal, fomentando la tristeza y la angustia, minando la autoestima. La precariedad intensifica el trastorno psicológico, la convicción de haber fracasado en la vida.
Tecnociencia: La tecnociencia promete, pero no puede darlo todo. Nos da más comodidad, más facilidades, pero no mayor realización personal. Y es que las promesas de la tecnociencia, al igual que las del consumo, han invadido el espacio de lo personal. Así, por ejemplo, a nivel médico, hay quien pretende mostrar siempre un aspecto juvenil, eliminar la calvicie o la menopausia, vivir la vejez como una segunda adolescencia, disfrutar del sexo sin límite alguno, moldear su cuerpo a voluntad, tener hijos siempre que se desea, y que todo sea previsible, mejorable o reparable. En los aspectos psicológicos también se observan, en no pocas ocasiones, demandas desmesuradas: superar las pérdidas con psicotropos, mejorar el rendimiento personal en diferentes áreas, explicar y curar los trastornos mentales…
Primacía del individuo: Llegamos al punto esencial de la búsqueda de la felicidad. El paradigma personal, afectivo y relacional. Por más consumistas que seamos, esto no significa que pongamos las cosas por delante de las personas. Todas las encuestas lo confirman: lo que más valoramos es la familia, la pareja y los hijos.
Sonia Pedrosa Armenteros
Sin embargo, hoy día todo encuadramiento colectivo parece caduco. Ya no hay lucha de clases, ni ideologías salvadoras y plenipotenciarias. Se han esfumado la mayoría de los puntos de referencia constantes y sólidos, que sugerían un entorno social más duradero, más seguro y más pleno de confianza que el tiempo que duraba una vida individual. Somos más libres, pero también tenemos más posibilidades de sentirnos decepcionados. Nos desengañamos más a menudo. El resultado de todas estas circunstancias es que vivimos en la era de la autoconstrucción del yo. Somos los únicos responsables de nosotros mismos.
En este mundo de capitalismo feroz y veloz, de cuerpos jóvenes y delgados, y de individuos librados a su suerte, esto no es nada fácil. Ya que, ante la vida, sus placeres y sus infortunios, nos sentimos solos, dependiendo únicamente de nosotros mismos, de nuestras decisiones y aptitudes.
En ese contexto, nos encontramos con una comercialización de la infelicidad cotidiana que requiere para sus propósitos (comerciales) que se definan y diagnostiquen como trastornos o enfermedades cosas que no lo son 3 : la tristeza, el miedo, la timidez, la indisciplina infantil, el fracaso escolar, el cansancio, la
3 Cada día se atiende a más personas que se quejan de ciertos malestares que quizá tengan más que ver con «estar mal» que con auténticas «enfermedades».
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Sonríen para la fotoEntre Tú y yo: ¿qué función cumple el consumismo?
intranquilidad, el estrés, la ansiedad, el aburrimiento… Nuestra cultura actual fomenta la medicalización, la psicologización, y la psiquiatrización de la existencia. O de algunas existencias que se encuentran parcial, o totalmente, estancadas en su búsqueda de la felicidad; siendo el principal obstáculo para ello el que la ideología predominante prepara a la gente para consumir, no para actuar 4 (Talant, Rigat y Carbonell, 2011).
Entonces, buscaremos el sentido
Todo lo expuesto podría generar una visión sesgada del Ser Humano en su situación actual: la de un individuo determinado por la sociedad, por lo externo. Sin embargo, tal y como dice Viktor Frankl: «El hombre no se limita a existir, sino que decide cómo será su existencia, en qué se convertirá en el minuto siguiente». Siguiendo con dicho pensamiento, Adela Cortina afirma que los Seres Humanos no somos simples marionetas, sino personas autónomas que tienen el poder de cambiar la forma en que consumen (y viven) por razones de justicia y felicidad, tomando conciencia de sus motivaciones personales, de las creencias sociales, de los mitos existentes.
Entonces, ¿qué sucede con nosotros, cristianos del s. XXI? ¿Cuáles son nuestras motivaciones, nuestras creencias? ¿Somos ajenos a la realidad expuesta? ¿Tenemos algo que aportar a la sociedad actual? ¿Aún estamos «llamados» a marcar la diferencia?
En lugar de dar respuesta a dichas preguntas (las cuales serían mucho más enriquecedoras en un contexto grupal), recordaremos dos narrativas ya conocidas:
La primera la encontramos en Juan 1:14, donde describe la actitud, deseo y conducta de Jesús hacia nosotros: pone su casa entre las nuestras. No es indiferente a nuestra realidad, sino que decide caminar a nuestro lado y, de forma activa, mostrarnos que decidir es posible y necesario (Juan 15:12-13).
La segunda está en Romanos 12, donde Pablo expone qué implica el no amoldarse a los valores que imperan en la sociedad. Habla de abrazar la diversidad (v. 5-8); de amar de corazón a los demás y a uno mismo (v. 10); de tener una relación estrecha con Dios (v. 11); de vivir esperanzados y alegres (v. 12); de acompañar de forma activa a los que nos rodean (v. 13-15); de sencillez, de humildad (v. 16); de bondad (v. 17); de generar ambientes de paz (v. 18).
Lo expuesto puede parecer sencillo, quizá hasta simplista. Sin embargo, implica un salto a la fe, por el cual nos despojamos de la coraza de los impulsos y predilecciones «naturales», eligiendo, de
4 No hay sociedad humana que haya estado exenta de malestares y de trastornos psicológicos, encontrándose con elevada frecuencia una relación entre estos y las características sociales predominantes. forma activa, una postura diferente (Bauman, 2005). Podremos evidenciar con nuestra vida «que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino» (Frankl, 2013). Este cambio no implicará ausencia de malestar, ausencia de dificultad o ausencia de enfermedad. Irá más allá, supondrá un nuevo punto de partida, desde el que transitar por caminos conocidos con actitudes, pensamientos y narrativas diferentes; las cuales serán un reflejo de Aquel que nos acompaña (Mateo 28:20). Junto al que encontramos el verdadero sentido de la existencia.
Bibliografía Bauman, Z. (2005). Amor líquido. Madrid: Fondo de Cultura Económica de España. Bauman, Z. (2010). Vida líquida. Barcelona: Paidós Ibérica. Carosio, A. (2010). La cultura del consumo contra la sostenibilidad de la vida. Sustentabilidades, 1(2):50-61. Cortina, A. (2002). Por una ética del consumo. Madrid: Taurus. Frankl, V. (2013). El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder. Panesso, F. (2009). El consumo de la ideología consumista. TENDENCIAS.
Revista de la Facultad de Ciencias Economicas y Administrativas
Universidad de Nariño, 10(1): 63-70. Posadas Velázquez, R. (2011). La vida de consumo o la vida social que se consume: apreciaciones sobre la tipología ideal del consumismo de Zygmunt Bauman. Estudios Políticos, 29: 115-127. Rodríguez Díaz, S. (2012). Consumismo y sociedad: una visión crítica del Homo Consumens. Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, 34(2): 189-210. Talarn, A., Rigat, A. y Carbonell, X. (2011). Los malestares psicológicos en la sociedad del bienestar. Revista de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport, 29: 325-340.