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Me muero deprisa! La vivencia del tiempo en un

:: ¡Me muero deprisa! La vivencia del tiempo en un mundo consumista

José Álvaro Martín

Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, sección Filosofía Pura. Profesor de ‘Pensamiento Filosófico’(CEAS). Investigador de la ‘Teología de la Esperanza’ propuesta por J. Moltmann y el ‘Mesianismo Judío’ del siglo XX.

No es verdad. No nos corroe la aceleración, porque se nos multiplican exponencialmente las obligaciones. No idolatramos la urgencia, porque, de lo contrario, nos resultaría imposible atender nuestras necesidades más básicas…

En realidad, este ritmo hiriente, esta aceleración angustiante, nos viene impuesta. Es el sistema económico quien la exige férreamente. Así lo expresa Luciano Concheiro (finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2016): «Bajo la lógica capitalista… ir más rápido significa mayores ganancias. A la inversa, cada minuto desperdiciado conlleva pérdidas monetarias. Mientras que la rapidez, la eficiencia y la agilidad se santifican; la lentitud, la torpeza y la pereza resultan aberrantes… El capitalismo, como sistema económico y social, está basado en un principio simple: el “apetito insaciable de ganar” (Marx).» 1 Porque estamos ante un modelo construido sobre la ambición: hemos de incrementar siempre y en cualquier circunstancia los beneficios. Así, debemos considerar nuestras ganancias como continuamente insuficientes. Para aumentarlas, es preciso recurrir a incesantes innovaciones tecnológicas que acortan el tiempo requerido para producir cualquier objeto y a un consumo de lo producido, cada vez más veloz.

Por ejemplo, ver una película es consumirla. Normalmente ya no volvemos a contemplarla, sino que nos interesamos rápidamente por otra. Esta inmediatez y caducidad, es la que interesa al mercado.

La velocidad de adquisición aumenta, también, vertiginosamente en el campo tecnológico, donde son necesarias continuas actualizaciones de programas y soportes informáticos. La obsolescencia programada y la publicidad, disparan el ritmo incansable de nuestras compras. 2

Esta tiranía veloz a la que nos somete el sistema se ejerce de forma seductora: somos nosotros mismos quienes nos obligamos a vivir sin aliento. Inconscientemente hacemos nuestra la propaganda capitalista: impossible is nothing (nada es imposible), just do it (simplemente, hazlo) y nos autoexigimos un rendimiento laboral extenuante, así como un consumo agotador. Nos lo venden en términos de autorrealización: el trabajo nos permite desarrollarnos, ser mejores, adquirir aceptación social. Pero detrás se esconde una autoexplotación severa, destructora, al hacernos asumir una constante lucha por alcanzar niveles de máxima productividad. En palabras de Byung-Chul Han (filósofo alemán con origen coreano): «El sujeto del rendimiento que se pretende libre, es en realidad, un esclavo. Es un “esclavo absoluto” en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria…» 3

Las consecuencias de tal estado, no se hacen esperar: «Vivimos inmersos en una cultura del dopaje: buscamos a través de distintas sustancias la estimulación necesaria, el golpe de energía faltante. Oficinistas y amas de casa que sin café no logran despertar. Red Bull o alguna otra bebida energética para terminar la jornada laboral. Ingerir lo que sea necesario para inhibir a los neurotransmisores que reciben las señales de cansancio y sueño. El objetivo: embrutecer el sistema nervioso central para poder seguir trabajando.» 4

Pero no se trata únicamente de adquirir dependencias hacia determinadas sustancias dopantes. Está también lo que Lipovetsky llama: «hoguera de las ansiedades y depresiones». «Una de las consecuencias más notables… es el clima de opresión que hace sentir en la vida de las organizaciones y de las personas. Son muchos los ejecutivos que dan fe del ritmo desenfrenado que domina la vida colectiva de la empresa en la época de la competencia globalizada y de las imposiciones de la lógica financiera. Cada vez se exige que haya más resultados a corto plazo, hacer más en el menor tiempo posible, obrar sin tardanza: la carrera competitiva lleva a primar lo urgente sobre lo importante, la acción inmediata sobre la reflexión, lo accesorio sobre lo esencial. Lleva asimismo a crear una atmósfera de exageración, de estrés permanente, así como toda una serie de trastornos psicosomáticos». 5

Esta misma aceleración sitúa nuestras preocupaciones siempre en el presente, en los asuntos que se deciden dentro del corto plazo. Desaparecen los proyectos de futuro, la espera, la anticipación de algo que, todavía no ha sucedido. Nuestra realidad hiperproductiva, hipercomunicada e hiperactiva, impide preguntarse por finalidades o sentidos que vayan más allá de esa febril rapidez acelerada. Con Byung-Chul Han: «el tiempo transcurr[e]… sin dirección y se descompon[e] en una mera sucesión de presentes temporales… La mera desaceleración… no impide la precipitación

José Álvaro Martín

en el vacío» 6 Con palabras de Manuel Cruz: «Esta destrucción de toda posible experiencia de continuidad queda reflejada en el ámbito psicológico en términos de angustia e inquietud… ¿Qué queda, entonces? Una mera duración vacía o, si se prefiere, un tiempo desarticulado, desorientado… Distraerse hablando de nuestras prisas no deja de ser una forma de evitar la cuestión que verdaderamente importa, que consiste en que la vida actual, desde el momento en el que renunció a la historia, perdió la posibilidad de concluirse con sentido». 7 Si solo interesa aprovechar el tiempo presente hasta la extenuación nauseabunda, se produce un olvido del futuro, de su finalidad y caemos en las garras de un cortoplacismo sin sentido. Así solo reina una angustia inquieta, vacía e indeciblemente estresante.

El sábado como respuesta a la dictadura del mercado

Si nuestras acuciantes prisas, no son más que el resultado de un sistema económico que nos encadena a producir siempre más, en menos tiempo y con mayor eficacia; si, por ello, esta hiperexigencia productivo-laboral nos precipita en un infernal engranaje de ansiedades o depresiones; si, finalmente, conseguimos burlar sus peores consecuencias gracias al dopaje de psicofármacos, viviendo un presentismo sin sentido… entonces, podemos dejar que esta dictadura mercantilista nos asesine sin escrúpulos o, puede darse también la posibilidad de iniciar su cuestionamiento. Caso de preferir la segunda opción, resulta posible emprender una búsqueda que incluya aportaciones realizadas desde las tradiciones religiosas, para inyectar sentido en nuestra experiencia humana del mundo. Esa es, al menos, la apuesta de Yolande Boinnard, teóloga suiza, con su libro titulado: Le temps perdu. 8 En él analiza las posibilidades del Sábado, como descanso semanal que dinamita las exigencias del sistema económico. Algunas de sus virtualidades podrían resumirse así: a) El mandamiento empieza limitando el tiempo de trabajo a seis días. La obsesión productiva debe ser acotada. El culto irracional a la eficacia o rentabilidad, destruye nuestra humanidad. El sábado combate la arrogancia de estos poderes autoproclamados como absolutos. Durante ese tiempo no pueden imponer sus estrategias. 9 b) Ese mismo Sábado recuerda la creación: el hombre es fruto del amor gratuito que Dios le tiene. Es amado sin condición.

No necesita competir con otros para alcanzar valor, tampoco sobreexplotarse a sí mismo, para contentar al sistema. Esto le libera de toda culpabilidad o preocupación por no alcanzar los niveles productivos exigibles. Su dignidad le es regalada como amor y no resulta obtenida mediante sus propios conocimientos o un exhaustivo esfuerzo. 10

c) Durante esta pausa semanal descansan tanto los hom

bres libres como los esclavos. Ambos comparten la misma

dignidad, son iguales. No deben olvidar su común origen, su sufrimiento en época de esclavitud egipcia. Cada siete años deben corregirse las injusticias del mercado, los esclavos han de ser liberados, las deudas perdonadas (Deuteronomio 15; Levítico 25: 3-7), los campos dejados sin cultivar para que puedan beneficiarse de ello los más desfavorecidos… (Éxodo 23: 10 y ss.). También el inmigrante presenta un valor inviolable (Éxodo 23: 9), lo que prohíbe taxativamente que se le oprima. 11 d)El descanso se hace extensivo a tierra y animales. La voracidad dominadora del hombre hacia el medio, debe ser también evitada (Levítico 25: 4). La tierra no le pertenece (Levítico 25:23). No puede explotarla irresponsablemente. La patraña de que sus recursos son infinitos, ha de ser desvelada. 12 Además, también los animales tienen derechos…

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e) Finalmente, esta pausa semanal no interrumpe temporalmente el sistema, para que, una vez finalizada, continúe su funcionamiento destructivo. El sábado introduce unos valores que deben llevar a cuestionar el estado actual de las cosas. Si apostamos por limitar la omnipotencia apropiadora del hombre, no podemos colaborar en su mantenimiento.

Si apostamos por la igual dignidad de todo ser humano, no podemos colaborar con una lógica que reduce su valor a lo que es capaz de producir. Comprometerse en alternativas surgidas recientemente ante los modelos laborales y económicos vigentes, parece inexcusable. 13 Porque si el sábado fue hecho para el hombre, ¿no debería serlo también la economía, la política o la tecnología? 14

Vivimos una aceleración temporal que nos desgasta, hasta anonadarnos. Plantarle cara (y ese es uno de los empeños principales del tiempo sabático) empieza a resultar una cuestión de supervivencia.

1 Luciano Concheiro, Contra el tiempo: Filosofía práctica del instante,

Anagrama, Barcelona, 2016, pp. 19, 20. 2 Íd., pp. 23, 35-38. 3 Byung-Chul Han, Psicopolítica, trad. Alfredo Bergés, Herder, Barcelona, 2014, p. 7. «“Ya no trabajamos para nuestras necesidades, sino para el capital. [Ese mismo capital]… genera sus propias necesidades, que nosotros, de forma errónea, percibimos como propias”… Somos sujetos autoexplotados. Nosotros mismos nos exigimos trabajar arduamente, consumir de manera desaforada.

Sin notarlo siquiera, seguimos a pie juntillas la dinámica impuesta por un sistema basado en la búsqueda eterna de ganancia y en la explotación de unos a otros». Concheiro, op. cit., p. 92. 4 Concheiro, op. cit., p. 81 (la cursiva es nuestra). 5 Gilles Lipovetsky y Sébastien Charles, Los tiempos hipermodernos, trad. Antonio-Prometeo Moya, Anagrama, Barcelona, 2006, p. 81. 6 Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, trad. Raúl Gabás,

Herder, Barcelona, 2012, pp. 59, 65. «La vida actual ha perdido la posibilidad de “concluirse” con sentido (sinnvoll). De ahí proceden el ajetreo y el nerviosismo… se hace “zapping” entre las “opciones vitales”, porque ya no se es capaz de llegar hasta el final… Ya no hay historia ni unidad de sentido que colmen la vida». (Byung-Chul Han,

El aroma del tiempo: Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, trad. Paula Kuffer, Herder, Barcelona, 20165, pp. 26, 27). «La gente se apresura… de un presente a otro. Así es como uno envejece sin hacerse “mayor”. Y, por último, expira a destiempo. Por eso la muerte, hoy en día, es más difícil.» (Íd., p. 27). 7 Manuel Cruz, Ser sin tiempo: El ocaso de la temporalidad en el mundo contemporáneo, Herder, Barcelona, 2016, pp 73, 74. Detrás de estas afirmaciones se encuentra la crítica posmoderna hacia cualquier sentido que se le pueda dar a la historia. Imposible creer ya en

«el relato cristiano de la redención de la falta de Adán por amor, el relato ilustrado de la emancipación de la ignorancia y de la servidumbre por medio del conocimiento y del igualitarismo… el relato marxista de la emancipación de la explotación y de la alienación por la explotación del trabajo, relato capitalista de la emancipación de la pobreza por el desarrollo tecnoindustrial». (Jean-François Lyotard, La postmodernidad (explicada a los niños), trad. Enrique Lynch, Gedisa, Barcelona, 1987, p. 36). 8 Yolande Boinnard, Le temps perdu, éditions Saint-Augustin, Saint Maurice, 2003. 9 Vid., pp. 35, 93, 299. 10 Íd., p. 35. 11 Íd., p. 93. Esta apuesta por la igualdad no debería limitarse solo a cuestiones sociales, sino que también incluiría componentes ecológicos: «El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños causados por la exportación hacia [estos países] de residuos sólidos y líquidos tóxicos…» Papa Francisco, Carta encíclica ‘Laudatio sí’, Mensajero,

Bilbao, 2015, fragmento 51, p. 41. 12 Íd., p. 94 y ss; 340. 13 Íd., p. 336 y ss. Los ejemplos, aunque no señalados específicamente por Boinnard, podrían ir desde economía solidaria (Paul Singer: producción por cuenta propia y en régimen de cooperativa), azul (Gunter Pauli: combinar innovación y sostenibilidad), del bien común (Christian Felber: el éxito económico depende del respeto al medio ambiente y del establecimiento de condiciones justas para los trabajadores), circular (Ellen Mc Arthur: reaprovechamiento total de los recursos) colaborativa (Rachel Bostman y Roo Rogers.

Compartir en lugar de disfrutar en propiedad: coches, ropa, servicios…) comercio justo, agricultura ecológica, movimientos slow… 14 Íd., 337.

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