AULA 7 NÚMERO 30 / DICIEMBRE DE 2017

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:: ¡Me muero deprisa! La vivencia del tiempo en un mundo consumista José Álvaro Martín Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, sección Filosofía Pura. Profesor de ‘Pensamiento Filosófico’(CEAS). Investigador de la ‘Teología de la Esperanza’ propuesta por J. Moltmann y el ‘Mesianismo Judío’ del siglo XX.

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constante lucha por alcanzar niveles de máxima productividad. En palabras de Byung-Chul Han (filósofo alemán con origen coreano): «El sujeto del rendimiento que se pretende libre, es en realidad, un esclavo. Es un “esclavo absoluto” en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria…»3 Las consecuencias de tal estado, no se hacen esperar: «Vivimos inmersos en una cultura del dopaje: buscamos a través de distintas sustancias la estimulación necesaria, el golpe de energía faltante. Oficinistas y amas de casa que sin café no logran despertar. Red Bull o alguna otra bebida energética para terminar la jornada laboral. Ingerir lo que sea necesario para inhibir a los neurotransmisores que reciben las señales de cansancio y sueño. El objetivo: embrutecer el sistema nervioso central para poder seguir trabajando.»4 Pero no se trata únicamente de adquirir dependencias hacia determinadas sustancias dopantes. Está también lo que Lipovetsky llama: «hoguera de las ansiedades y depresiones». «Una de las consecuencias más notables… es el clima de opresión que hace sentir en la vida de las organizaciones y de las personas. Son muchos los ejecutivos que dan fe del ritmo desenfrenado que domina la vida colectiva de la empresa en la época de la competencia globalizada y de las imposiciones de la lógica financiera. Cada vez se exige que haya más resultados a corto plazo, hacer más en el menor tiempo posible, obrar sin tardanza: la carrera competitiva lleva a primar lo urgente sobre lo importante, la acción inmediata sobre la reflexión, lo accesorio sobre lo esencial. Lleva asimismo a crear una atmósfera de exageración, de estrés permanente, así como toda una serie de trastornos psicosomáticos».5 Esta misma aceleración sitúa nuestras preocupaciones siempre en el presente, en los asuntos que se deciden dentro del corto plazo. Desaparecen los proyectos de futuro, la espera, la anticipación de algo que, todavía no ha sucedido. Nuestra realidad hiperproductiva, hipercomunicada e hiperactiva, impide preguntarse por finalidades o sentidos que vayan más allá de esa febril rapidez acelerada. Con Byung-Chul Han: «el tiempo transcurr[e]… sin dirección y se descompon[e] en una mera sucesión de presentes temporales… La mera desaceleración… no impide la precipitación

o es verdad. No nos corroe la aceleración, porque se nos multiplican exponencialmente las obligaciones. No idolatramos la urgencia, porque, de lo contrario, nos resultaría imposible atender nuestras necesidades más básicas… En realidad, este ritmo hiriente, esta aceleración angustiante, nos viene impuesta. Es el sistema económico quien la exige férreamente. Así lo expresa Luciano Concheiro (finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2016): «Bajo la lógica capitalista… ir más rápido significa mayores ganancias. A la inversa, cada minuto desperdiciado conlleva pérdidas monetarias. Mientras que la rapidez, la eficiencia y la agilidad se santifican; la lentitud, la torpeza y la pereza resultan aberrantes… El capitalismo, como sistema económico y social, está basado en un principio simple: el “apetito insaciable de ganar” (Marx).»1 Porque estamos ante un modelo construido sobre la ambición: hemos de incrementar siempre y en cualquier circunstancia los beneficios. Así, debemos considerar nuestras ganancias como continuamente insuficientes. Para aumentarlas, es preciso recurrir a incesantes innovaciones tecnológicas que acortan el tiempo requerido para producir cualquier objeto y a un consumo de lo producido, cada vez más veloz. Por ejemplo, ver una película es consumirla. Normalmente ya no volvemos a contemplarla, sino que nos interesamos rápidamente por otra. Esta inmediatez y caducidad, es la que interesa al mercado. La velocidad de adquisición aumenta, también, vertiginosamente en el campo tecnológico, donde son necesarias continuas actualizaciones de programas y soportes informáticos. La obsolescencia programada y la publicidad, disparan el ritmo incansable de nuestras compras.2 Esta tiranía veloz a la que nos somete el sistema se ejerce de forma seductora: somos nosotros mismos quienes nos obligamos a vivir sin aliento. Inconscientemente hacemos nuestra la propaganda capitalista: impossible is nothing (nada es imposible), just do it (simplemente, hazlo) y nos autoexigimos un rendimiento laboral extenuante, así como un consumo agotador. Nos lo venden en términos de autorrealización: el trabajo nos permite desarrollarnos, ser mejores, adquirir aceptación social. Pero detrás se esconde una autoexplotación severa, destructora, al hacernos asumir una

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