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"Jueves"

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H istorias con autos

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Jueves

Jueves

Llevo la marca de los días jueves. Me han

pasado cosas importantes ese día. Para empezar nací un día jueves y algunos siempre me han dicho que estoy en el medio de todo…lo peor que tienen razón. Pero en días jueves también perdí a seres queridos. Los jueves son como un claroscuro en mi vida.

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Hasta que un día jueves cualquiera me crucé con ella. A partir de ese día las cosas fueron diferentes. En parte por ella, blanca, muy blanca, haría que mi vida diera un vuelco. Nada fue igual a partir de ese momento. Hasta la forma de viajar cambió con ella.

Ya nada fue igual, incluso hasta con quiénes viajaba.

Pero los v i a j e s f u e -

Nota: Mauricio Uldane, e ditor de Archivo de Autos

ron increíbles y en todos lados llamaba la atención. Ella no pasaba desapercibida. Tampoco la primera vez que la vi. Fue un día jueves que había acompañado a mi amigo Mario para ver una cupé Dodge GTX roja que estaba en venta. Mi amigo estaba muy interesado en esa cupé y estuvimos charlando un largo rato con su dueño. En un momento los dejé solos y me fui a recorrer el lugar que tenía más autos clásicos, algunos a la venta y otro simplemente estaban guardados en ese lugar. Ahí fue cuando la vi. Estaba estacionada casi al fondo, pero su color blanco hacía que se destacara entre los demás clásicos. Allí estaba la SIAM Argenta, impecable por donde la vieras. Lo primero que me pregunté fue cuánto pedirían por esa camioneta. No imaginaba que no estaba a la venta. Era un jueves, y eso para mí ya era una señal. Así que rápidamente mi mente comenzó a trabajar y pensar cómo llegaría a manejar esa Argenta. Ni sabía si estaba en venta, ni cuánto dinero

me pedirían. Solo la quería, como un chico frente a la vidriera de una juguetería. Era esa camioneta y no otra. Mario seguía tratando de cerrar trato por la GTX, que no estaba nada barata. En ese instante y sin previo aviso dije: “¿Qué precio tiene la Argenta del fondo?”. Sin mirarme el dueño dijo: “No está a la venta. Era de mi padre”. Rápidamente pensé que estaba en un problema, no solo sería más cara, sino que tenía una carga afectiva. Pero no fue un impedimento, ni que hubiera sido del padre, ni los afectos que tenía la Argenta en la familia. Fui más de una vez a tratar de comprarla. Después de la décima visita perdí la cuenta… Alfonso era el dueño me contó que su padre había bautizado a la Argenta como “Blanquita”. Cada visita la Argenta me gustaba más, y más difícil se hacía la posible compra. Hasta por cábala iba los días jueves a ver si Alfonso me vendía a “Blanquita”. La camioneta no estaba abandonada. Sino que la ponía en marcha y cada tanto la sacaba a dar una vuelta, claro que siempre que el tiempo fuera bueno… Pero eso no basta para mí. Quería que “Blanquita” volviera a vivir plenamente. Si eso se puede decir de una camioneta que solo se fabricó en Argentina, pese a que el

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diseño era inglés. Cosas que uno se entera buscando información y más cuando se obsesiona, como un chico, con un juguete deseado en la vidriera de un comercio. Creo que casi terminamos siendo amigos con Alfonso. Hasta me esperaba con mate y yo llevaba las medialunas cuando aparecía un día jueves. “¿Otra vez por acá? ’Blanquita’ no está a la venta”, esa era la forma que me recibía cuando llegaba a su taller de restauración de autos clásicos. Charlábamos de los viejos autos y siempre le tiraba, “¿cuándo me vendes a Blanquita?”, sabía que un día lo agarraría con la guardia baja. Incluso comencé a trabajar su mente al decirle que el día que él no estuviera más sus hijos venderían la camioneta. Era viudo desde hacía diez años. Todo para psicopatearlo y entrarle a la venta de alguna manera. Ni siquiera sabía si le podría pagar el precio que le pusiera a “Blanquita”. A esta altura del partido se había convertido en algo personal. Casi como una causa pérdida, una de las tantas que arrastro a lo largo de mi vida. Era charla los días viernes en el Bar La Amistad. “¡Otra vez fuiste a ver la Argenta!”, casi gritó Alfonso en el bar un viernes. Los demás amigos de la mesa se rieron. Creo que no tomaban en serio el metejón, porque eso era, que tenía con “Blanquita”. Incluso me descubría hablando de ella como si fuera una mujer. Eso me lo hizo notar, Paula, la nueva moza que reemplazó a Manolo que se jubiló, luego de 60 años de atender en el bar. “¿’Blanquita’ es tu novia?”, me dijo con una mirada interrogante. No lo hizo con mala intención, solo curiosidad femenina. Ahí tomé consciencia que estaba yendo

por un camino sin retorno y no estaba pavimentado de buenas intenciones… Una luz amarilla se encendió en el tablero de mi cerebro. El próximo jueves fui y le planteé la situación a Alfonso. Primero me miró raro y se quedó un largo rato en silencio. Luego sacándose la bombilla de su boca me dijo: “volvé el jueves que viene y te doy una respuesta”. Imaginen lo que fueron esos siete días. La ansiedad me acompañó a todas partes. Estuvo sentada a mi lado en la tarde del viernes en la reunión en el bar. Cuando llegó Paula le dije: “¿el jueves que viene sabré que pasará con ‘Blanquita’?”, me miró y me dedicó una de esas magistrales sonrisas que tenía para los mejores clientes… La noche anterior al jueves no pude pegar un ojo. Fui a trabajar como un zombi y esperé que llegaran las cinco de la tarde para salir disparado al taller de Alfonso. Llegué y estaba como desierto. Pero algo había cambiado. “Blanquita” estaba adelante y luciendo un brillo espectacular. Al ratito apareció, del fondo, Alfonso: “¡Te estaba esperando! Me imagino que habrás traído masas secas para festejar”, dijo con una sonrisa en los labios. No entendía nada. Pero un leve temblor comenzó a surcarme todo el cuerpo. En eso veo que Alfonso agitaba en su mano derecha las llaves de “Blanquita”. “Es tuya. Pero me tenés que prometer cuidarla hasta tu muerte. Además que conseguirás que alguien se encargue de cuidarla cuando no estés. Eso fue lo que le prometí a mi padre. Ahora vas a la pa-

nadería de la vuelta y comprás dos kilos de masas secas. Ese es el precio de ‘Blanquita’”, me quedé helado y sin respuesta. Balbucee algo y partí arrastrando los pies a la Panadería La Mejor. Recién a la vuelta recuperé la compostura. Al llegar le di un fuerte abrazo a Alfonso que no pudo, o no

quiso, reprimir un par de lágrimas. Ambos estábamos emocionados, creo que “Blanquita” también… Al otro día “Blanquita” estaba estacionada en la esquina del Bar La Amistad, al lado de la ventana donde la barra se sentaba. “Paula, hoy nos reunimos en la vereda”, le dije. Me miró, sonrió y señalando la Argenta dijo: “Quiero que me lleves a dar una vuelta”. z

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