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SEMBLANZA DEL PASTOR Manuel Martínez Garibay

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Bethel

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Semblanza publicada por Revista Bethel junio 1988 y escrita por la Hna. Orelia V. de Mercado

Escribir una biografía no tiene ningún objeto. No se obtendría algún resultado positivo.

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Los números y las palabras de una biografía son vacíos y fríos, a nada conducen; no inspiran, no engendran ni sentimientos ni emociones.

El propósito de estas líneas es llevar a los miembros de esta preciosa y querida Iglesia, y a los lectores amigos, una breve semblanza de la vida del pastor Manuel Martínez Garibay, que abarca desde los albores de la juventud hasta estos días finales de 1988.

Su vida física se ve bien a pesar de las tres delicadas operaciones que ha sufrido.

Los años no han hecho mella en él; sigue mirándose el mismo joven (unas cuantas, pocas, por cierto, líneas en el rostro, y unos pocos kilitos en el cuerpo) que tomó bajo su cuidado y responsabilidad la Iglesia Bethel en 1963, año en que se organizó.

Lo conocí cuando tenía aproximadamente dieciséis años y era Consejero de un Capítulo de Embajadores del Rey de la Unión Femenil Dorcas de la Primera Iglesia Bautista de esta Ciudad. Entregado a su responsabilidad, enamorado de la obra y, más que eso, apasionado de ella y de su puesto.

Sigue siendo igual; los años, los trabajos, las experiencias no han menguado el apasionamiento por su Señor. El trabajo, los planes, sus propósitos, sus sermones muestran lo mismo. La obra del Señor Jesucristo ocupa el primer lugar en su vida, sobre la familia, la persona, la salud, el descanso.

¿Qué diría el Señor Jesucristo si cada obrero, pagado o laico, se apasionara de su labor y dejara a un lado la indiferencia, ese desamor, esa frial- dad con que se trabaja en la obra de Cristo que les es encomendada?

En aquellos días nunca hablé ni platiqué con él. Lo había visto de lejos, lo había oído hablar, platicar, reír; alguna vez oí sus carcajadas sin saber el porqué de su risa, y me dejó una grata impresión. La risa, la carcajada, muestran la educación, la preparación, las costumbres, la sinceridad y, aunque no se crea, manifiestan los sentimientos. Risa sana, limpia, clara, o risa mordaz, vulgar, hipócrita.

Unos días antes y después de la organización de la Misión Bethel, tuve la oportunidad de hablar con él, participándole la elección que, como pastor, la Iglesia había tenido a bien hacerle.

Realmente desde entonces empecé a conocerle. Y es esto lo que me animó a presentar una semblanza del pastor Manuel Martínez G., a través de hechos pequeños, al parecer sin importancia, de realidades y experiencias vividas durante veinticinco años. Angustias, inquietudes, problemas y miles de gozos que salen a flote en esta obra de Dios, del Espíritu Santo y la obra personal del hombre.

“Mi don es el de la organización”, decía este joven pastor al principio de aquella época. Esto es verdad, pero hay que agregar otros dones que el Espíritu Santo le ha dado y que han florecido durante este largo período de veinticinco años.

La Iglesia se organizó con dieciséis miembros y una asistencia media entre las treinta y cinco y cuarenta personas.

Los días del pastor se repartían entre visita pastoral y atención a las actividades normales de la Iglesia, carente absolutamente de todo: local para las reuniones, medios económicos, material humano para la realización del trabajo.

Todo había que empezar, todo había que desarrollar, todo había que preparar, y fue así como organizó el pastor un “minúsculo” instituto o seminario, en el que se inscribieron unos seis jóvenes: dos de ellos trabajan en Bethel y uno es el pastor de una Iglesia Bautista de Texas. Las mismas asignaturas que se impartían en el Seminario se daban aquí. El director y el maestro de la mayoría de las clases era, naturalmente, el pastor Martínez.

Todo se hacía ordenada y disciplinadamente. A su vez, con programas definidos y buenos métodos de enseñanza, se realizaban las prácticas necesarias y posibles. Y en esta hermosa experiencia fue surgiendo y desarrollando otro don: el de la enseñanza.

El pastor fue estudioso, fiel en la enseñanza, disciplinado, devoto y todo esto se exigía también a los alumnos.

La visita no se olvidaba. Fui a visitar a la hermana María Hernández, quien vivía con su madre, una anciana de más de noventa años.

La hermana María era la que trabajaba y era el sostén de ella y de su madre. El domingo anterior no habían asistido a los servicios; llegué a su casa casi a medio día y las encontré, cada una en su cama, enfermas. Después de lo que se hace en una visita, algo de conversación, frases de interés y de cariño y oración, me despedí preguntándoles: “Hermana, ¿qué desea que les traiga para que ustedes tomen algún alimento?”. La hermana me contestó muy satisfecha y con mucho gozo:

“La comida ya la tenemos, gracias, hermana. Unos momentos antes de que usted llegara se fue el pastor. Nos vino a visitar, fue al mercado y compró fideo, jitomates, cebollas, pollo y nos dejó hecha una sopa y un caldito con dos piernitas de pollo”.

Con voz emocionada por el gozo, insistía: “Ya tenemos todo. El pastor nos visitó y nos dejó la comida hecha”.

Es verdad, el pastor sabía organizar el trabajo y la enseñanza, pero también sabía servir y amar con verdadera ternura.

Los primeros años de Bethel fueron muy difíciles, con muchas, pero muchas carencias; al parejo de ellas, muchas ilusiones, muchos proyectos, mucho gozo. La Iglesia sólo tenía un terreno chico que se había comprado cuando era misión.

Los servicios, los cultos, la escuela dominical se tenían en casa de la familia Zamora y se habían invadido la sala, el comedor, la cocina que no era chiquita, y ya no cabían los hermanos que asistían.

El terreno estaba enfrente de la casa; lleno de hierbas, de cascajo, de basura, de piedras. No había carretillas, ni palas, ni picos, ni rastrillos. No fue cosa sencilla limpiarlo, pero se hizo. Dios proveyó elementos, fuerzas y voluntad.

Se techó una superficie de 50 m2 para ocupar como templo. Por fortuna el terreno estaba cubierto, en tres lados, por las construcciones de los vecinos y sólo se hizo el techo de lámina, el piso, el frente con ventanales. Se envasaron las paredes y se tuvo un lugar para las reuniones.

Todo el trabajo se hizo con cuatro o cinco jovencitos, cinco o seis mujeres y el pastor. En la Iglesia había pocos varones con los que no se podía contar, debido a su trabajo diario.

Pero todo se hizo. El día de la inauguración fue un día desbordado de gozo. Se había trabajado hasta la madrugada. Quedaron las espaldas y los pies doloridos, las manos hinchadas y ampolladas; se trabajó mucho. El pastor puso ejemplo de voluntad, esfuerzo, alegría, gozo, ilusión. Organizaba el pequeño grupo. No hubo ningún momento de desaliento. Sabía organizar, pero también sabía trabajar.

Alguien comentó hace pocas semanas sobre ese don de organizar del pastor y ese don de trabajar y hacer trabajar.

Ninguno puede permanecer sentado. Surge siempre su voz diciendo: “Allá hay que hacer esto o aquello”. Es un don especial saber mandar, pero requiere saber poner el ejemplo.

En estos tiempos, la oficina del pastor ocupa un lugar estratégico. Se pueden ver desde ahí las oficinas y los lugares de trabajo de los que laboran en la Iglesia.

Al parecer el pastor era una persona ilusa. Vivía sus días pensando en Bethel.

Un mediodía, pasando por la Avenida Azcapotzalco, vio en el número 187 una casa desocupada en un gran terreno como de 920 m2. El de Avenida Patria media

¿300 m2? y no podía ocuparse, según la ley, para el templo.

Dijo: “Vi una preciosa casa en un terreno no muy grande”. Llegó muy emocionado hablando de la preciosa casa de techo de dos aguas, construcción antigua, de tipo residencial porfiriano. Invitó de inmediato a ir a ver la preciosa casa.

Al abrir la puerta de entrada, salieron asustados, y dando topes por dondequiera, un buen número de murciélagos de todos tamaños, que volaban sobre las cabezas, dejando sentir ese aire helado exclusivo de estos animales. Las puertas y las ventanas enmohecidas hablaban de muchos años de abandono. Tan destruida estaba, que alguien quiso alquilarla para filmar una película de Frankenstein.

Cuántos sueños e ilusiones nacieron de esa casa vieja y ese gran terreno. El pastor soñaba cada tarde. Cada noche se levantaba y se levantaba y se derrumbaba un templo para Bethel.

Todo parecía ilusorio, pero Dios aprobó tanta ilusión y se pudo comprar el terreno con su casa vieja. ¿Cómo? Sólo Dios lo sabe, porque no había dinero en la tesorería de la Iglesia. Pero se compró. Se barrió, se lavó, se sacudió, se pintó y se estrenó.

El día del estreno se sumió un tramo del pasillo de la entrada y cuatro hermanos fueron sacados del agujero, sin problemas y sin percances. Todo fue lleno de alegría y gozo. Fue la primera vez que la Iglesia comió reunida, todos los hermanos unidos y gozosos. La casa no tuvo compostura y tuvo que ser demolida; se ocuparon dos locales atrás, medio derruidos, pero reparados.

Sólo hace dos años la Iglesia pidió prestado al pastor para la celebración de bautismos y Cena del Señor. El pastor fue ordenado. Un pastor estudioso, que se preparó doctrinalmente muy bien.

Presentó un muy buen examen, un poco nervioso y un mucho emocionado, sobre todo en el momento de la imposición de manos. Emoción verdadera y legítima. Una Iglesia muy alegre; más que alegre, llena de gozo y de gratitud a este buen Dios que ha colmado a la Iglesia de bendiciones.

Años más tarde, cuando la Iglesia cumplió cinco años de organizada, estrenó templo definitivo.

La Iglesia trabajó mucho. Hubo mucho esfuerzo. Todos colaboraron, ninguno quedó con las manos cruzadas. Sólo se pagó la obra negra. Pintura, herrería, vidrios, techo, todo se realizó bajo la dirección del pastor. El costo se redujo grandemente de esta manera. Se trabajaba día y noche por turnos.

En este rumbo, especialmente en la Avenida Azcapotzalco, donde está situado el templo, al pastor le cambiaron el título: era el ingeniero que construía un templo. Un templo definitivo, después de tanto cambio y tanto trabajo.

Gracias, muchas gracias a Dios por todas sus bondades, por todas sus bendiciones derramadas a raudales, por su inmenso amor.

Gracias también al pastor Martínez por todo lo que ha hecho en favor de la Iglesia, sin medir esfuerzo, trabajo, servicio, amor.

La Iglesia feliz puede llamarse la Iglesia Bethel, pero en su felicidad, en su éxito, ha tenido también problemas. Es natural, porque la Iglesia Bethel está en este mundo; otra cosa será cuando esté reunida en el cielo.

Su paz, su tranquilidad, su felicidad se ha sacudido en ocasiones. En estas circunstancias Dios se ha manifestado con su inmenso amor y el pastor Martínez se ha revelado como el pastor llamado por Dios con verdadera vocación, con la decisión y la valentía que un pastor necesita para el buen cuidado de la Iglesia.

El pastor ha de tener la decisión para enfrentarse al problema que vive la Iglesia y ese enfrentamiento al problema exige una determinación, aunque ésta sea dura y sacuda las fibras más profundas del corazón.

Varias veces el pastor Martínez ha necesitado de esa valentía, de esa entereza y, por esta decisión, gracias a Dios.

Hay iglesias cuyo crecimiento se detiene, cuya vida se ve amenazada por falta de valor del pastor.

El pastor de la Iglesia ha sido valiente en todas las situaciones que requieren carácter, decisión, determinación, y ese valor va íntimamente ligado a la sabiduría que Dios da, a responsabilidad y al amor del pastor a su Iglesia. Una iglesia organizada que fue y sigue siendo obra de fe.

La Iglesia se organizó con todas las carencias posibles y su haber vacío; sin templo, sin mobiliario (sólo cuarenta sillas), sin materiales para la enseñanza, sin maestros, con una sola persona a tiempo completo: el pastor. Un pastor joven, entusiasta, ilusionado por y en este grupito de dieciséis personas que formaban la Iglesia.

Bethel, obra de fe; Bethel, obra de amor; Bethel, obra de la voluntad de Dios hecha realidad; Bethel, obra del amor grande y eterno de Dios y de nuestro Señor Jesucristo.

Pocas iglesias pueden marcar en cada uno de los días de su vivir la clara manifestación de la voluntad de Dios.

Veinticinco años después se levanta ante nuestros ojos asombrados una iglesia feliz, con gozo, con éxito, en contraste con aquella iglesia pequeña, eso sí, llena de amor de Dios manifestado en el amor de unos con otros. Éxito que hay que gritar a los cuatro vientos.

¿Y por qué tanto éxito? ¿Cuáles son los factores de su éxito?

Los factores del éxito son y serán los que el Señor Dios señala:

“Estaré contigo” “El libro de esta ley no se apartará de tu boca” “Antes de día y de noche meditarás en él” “Porque, entonces, harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien”

En veinticinco años de existencia, la Iglesia ha vivido esta preciosa y sabia fórmula, y ha sido, hay que reconocerlo, el pastor Manuel Martínez el que al frente de la Iglesia la ha puesto en práctica. Fiel a la Palabra de Dios, a la pureza de las enseñanzas bíblicas, esforzado y valiente en las necesidades, en el trabajo, en las dificultades; siempre planeando, pensando, organizando todos los campos de trabajo de la Iglesia.

Crecimiento material, crecimiento espiritual, crecimiento del Reino.

Su mirar no ha llegado sólo a la zona en la que está levantada la Iglesia. Se ha extendido a las colonias cercanas y más allá, a la periferia de nuestra gran Ciudad, y no se ha detenido allí, sino que su mirada ha ido todavía más lejos. Su sentir, su anhelo, su amor se han extendido a nuestra querida y necesitada patria.

El éxito alcanzado es fácil mirarlo; basta asistir un domingo a los servicios y actividades ordinarias y se contempla ese éxito en una Iglesia grande, feliz, activa. Quiera Dios conservarla así hasta la eternidad.

Gracias, mil gracias a Dios, rendidas con Él con toda humildad, con inmensa gratitud.

Gracias también al pastor Manuel Martínez G. del que con gusto escribo esta semblanza.

Sé que no es un hombre perfecto, no es un pastor perfecto. En esta tierra no se encuentra perfección alguna, pero gracias a Dios por este pastor, por sus dones, por su amor, por su entrega a su Señor y por su entrega a esta Iglesia a la que ha amado sobre todas las cosas.

Conociendo Al Pastor

El pastor Manuel Martínez Garibay nació el 2 de enero de 1937, lo que significa que actualmente tiene 86 años. Creció en un hogar católico junto a sus queridos padres; es el mayor de 4 hijos, 3 hombres y una hermana. A los 13 años, experimentó una conversión significativa entregando su vida a Cristo. Fue bautizado el 21 de octubre de 1951 en la Primera Iglesia Bautista de México, por el pastor don Alejandro Treviño Ojeda. Durante sus años de estudio en la ESIA del Instituto Politécnico Nacional, sintió el llamado de Dios en su vida y tomó la decisión de dedicarse al servicio del Señor a la edad de 21 años.

Un Pastor De Vida Integral

Reconociendo que nadie es perfecto en este mundo, siempre hemos admirado la búsqueda del pastor por vivir una vida íntegra que refleje a Dios. Su testimonio se evidencia en su forma de hablar, sus relaciones personales y su testimonio como esposo, padre e hijo. Su carácter ha sido un ejemplo de vida cristiana, siguiendo el ejemplo de Cristo.

La vida del pastor ha sido ejemplar y, cuando ha cometido errores, ha sido humilde para reconocerlos y decir: “Me equivoqué, esto no era lo que Dios quería”. Su vida es un verdadero ejemplo de vida cristiana en nuestros tiempos.

Un Pastor De Fe

El pastor siempre enfatizaba la importancia de apartarse de las tareas cotidianas y buscar momentos de intimidad con Dios en el campa- mento. Allí, en oración, buscaba recibir la visión divina para el trabajo que se llevaría a cabo. Dios siempre le proporcionaba la guía necesaria para llevar a cabo Su obra. El pastor dedicaba varias horas cada semana para orar y clamar a Dios: “Señor, ¿qué quieres que haga?”.

El pastor nos enseñaba a no hacer nada a menos que estuviéramos seguros de que era la voluntad de Dios. No buscaba hacer lo que nos gustaba, sino lo que Dios deseaba. Así se organizaron centros de predicación, misiones y otras actividades, no en lugares donde se esperaba éxito según la lógica humana, sino donde Dios lo indicaba.

Se establecieron iglesias en lugares inesperados, se brindó apoyo a través de comedores para niños en las Águilas y Chimalhuacán, y se realizaron numerosas obras siguiendo la dirección de Dios. Todo esto fue posible gracias a la fe inquebrantable del pastor y a una Iglesia obediente, que demostraba a través de su carácter y trabajo que Dios los guiaba.

Además, el pastor se preocupaba por alimentar espiritualmente a la congregación. Durante muchos años, predicó personalmente en los servicios, asegurándose de que la Iglesia recibiera la Palabra de Dios. También implementó un Plan de Enseñanza que se extendió a otros países, impactando vidas y permitiendo que muchas personas fueran transformadas por el Espíritu Santo.

El pastor fue un hombre de fe y obediencia, que confiaba en Dios en todo momento. Su vida y ministerio son testimonio del poder y la guía divina.

Buen Administrador

Nuestro pastor ha demostrado habilidades destacadas en la administración, a pesar de no tener una formación formal en el campo. Siempre ha dado ejemplo al involucrar a todos y llevar a cabo una gestión planificada y organizada. Desde los primeros días de la Iglesia, se implementaron planes que resultaron ser una bendición para la obra de Dios.

Se establecieron diversas asociaciones y servicios, como la Asociación de Profesionistas Bethel, la Asociación de Servicios de Asesoría Jurídica Integral, consultorios dentales y médicos, y la Fundación Acción Infantil. Además, se abrieron comedores familiares en Chimalhuacán y Atizapán.

A pesar de los desafíos económicos, se inauguró una librería y dos panaderías, una de las cuales se ubicó en la esquina de Clavería, Azcapotzalco.

En 1986, se fundó el Colegio David Livingstone, siendo el primer colegio Bautista de la era moderna. Bajo la dirección de la esposa del pastor, el colegio ha experimentado un crecimiento constante y se ha convertido en uno de los mejores de la ciudad y la zona, siendo una bendición continua para la comunidad.

Un Pastor De Ejemplo

Tuvimos un pastor que puso el ejemplo. Siempre estuvo al frente de la Iglesia y su trabajo, ya sea en el colegio, las misiones o el campamento. No importaba si tenía una pala y un pico en la mano, una carretilla o una Biblia. Se dedicaba a realizar tareas sencillas como barrer, lavar y limpiar nuestro templo, y muchos hermanos lo seguían en ese ejemplo.

Durante la construcción del templo, que él mismo diseñó con los recursos disponibles, el pastor estuvo siempre al frente. Trabajaba hasta altas horas de la noche junto a otros hermanos, y al día siguiente continuaba con tareas como seleccionar ropa y arreglar donaciones recibidas de otras iglesias que nos conocían. El pastor nos ponía a trabajar a todos, pero él iba delante, dando el ejemplo. Su esposa también lo apoyaba, atendiendo su hogar y a sus cuatro hijos, mientras trabajaba en dos escuelas del sistema educativo. Incluso, cuando se fundó el colegio, ambos trabajaron sin sueldo durante los primeros cuatro años.

Tuvimos la bendición de contar con un pastor de tiempo completo, siempre dispuesto a servir en el nombre del Señor y a inspirarnos a trabajar, servir y vivir para Él.

Un Pastor Maestro

La faceta de maestro ha sido una bendición para el ministerio del Señor y nuestra Iglesia en la vida del pastor.

Siempre ha estado dispuesto a enseñar, ya sea a guías de patrulla para excursiones y campamentos, o a maestros de la iglesia para instruir en la Biblia. Aunque esto le causó dolores, en una ocasión tuvo que confrontar a un grupo de jóvenes maestros que, después de estudiar su lección los sábados, tenían reuniones de baile y consumían cerveza, comportándose de manera inapropiada. El pastor los instó a cambiar su actitud y estilo de vida, advirtiéndoles que debían dejar sus clases si no lo hacían. Optaron por abandonar sus clases y posteriormente causaron una división que resultó en el surgimiento de una nueva iglesia, que Dios utilizó para expandir su obra.

El pastor elaboró el Plan de Enseñanza Bethel con la colaboración de ocho hermanos que ejercían la docencia en sus respectivas profesiones. Este plan fue adoptado por otras iglesias en México y, especialmente, en América Latina y Puerto Rico.

UN PASTOR, UN ESPOSO Y PADRE

El pastor encontró bendiciones tanto en su trabajo ministerial como en su vida personal y familiar.

El 19 de abril de 1963, en la Primera Iglesia Bautista de Mina y Héroes de la CDMX, contrajo matrimonio con la profesora Ruth Torres Valdés, hija de los hermanos Manuel Torres López, quien fue tesorero de la Primera Iglesia Bautista de México durante muchos años, y la hermana Elisa Valdés de Torres, una gran impulsora del trabajo misionero en la misma iglesia. La profesora Ruth Torres se graduó como maestra en la Escuela Normal de Maestros en 1958, obteniendo mención honorífica en su examen profesional. Trabajó en la Secretaría de Educación Pública (SEP) hasta 1963, año en que contrajo matrimonio con nuestro pastor.

Además de su labor como maestra y directora en el Colegio Sara Alarcón y como maestra de Educación Especial en la SEP, fue directora voluntaria del Colegio David Livingstone desde 1963 hasta la fecha. El colegio comenzó con 43 alumnos y hoy cuenta con 950 estudiantes.

En la Iglesia, la profesora Ruth Torres apoyó todas las acciones del pastor. Fue maestra en diferentes grupos, desde cuna hasta adultos mayores, y fue muy apreciada por su dedicación. Cuando la Iglesia necesitó recursos para no perder la propiedad de la esquina, ella ofreció lo que tenía como herencia de sus abuelos.

Ha tenido una esposa fiel, trabajadora y educadora de sus hijos, respaldando con su ejemplo y vida el ministerio del pastor. El pastor ha experimentado la bendición de Dios como padre y esposo, y su esposa ha sido su compañera, dándole un ministerio fructífero.

Él ha sido un hombre irreprochable, que ha cumplido con las expectativas bíblicas y de la iglesia. Ha servido a Dios, sirviendo a todos nosotros con una vida de ejemplo y entrega.

En muchas ocasiones se le preguntó qué haría cuando la iglesia quisiera jubilarlo, y su respuesta siempre ha sido la misma: “Trabajar por el Señor donde Dios me ponga”. Sabemos que esto siempre será en Bethel, y como Iglesia esperamos contar con su dirección y consejo, incluso cuando ya esté jubilado.

El pastor, en pocas ocasiones, expresó que su tesoro está en los cielos, donde sin duda Dios tiene la corona de premiación, y en la Tierra su tesoro son sus hijos Manuel, Guillermo, Alieth y Jorge.

Un Pastor Bendecido Por Dios

El pastor reconoce que Dios ha derramado bendiciones especiales en su vida, a través de la Iglesia que lo ha amado y respaldado a pesar de contar con recursos limitados desde el comienzo.

El pastor recuerda con humildad el momento en que sintió el llamado de Dios, y confiesa que inicialmente tuvo temores y preocupaciones sobre su provisión. Tenía planes de establecer una carrera y asegurar algunos bienes antes de entregarse por completo al ministerio pastoral. Sin embargo, Dios lo llamó y ha demostrado su fidelidad en abundantes bendiciones. El pastor ha compartido que, aunque él y su esposa no poseen grandes posesiones materiales, han experimentado la alegría de habitar en hogares acogedores y han sido provistos de todo lo necesario. Aunque no tienen riquezas terrenales, su mayor tesoro son sus cuatro hijos, quienes los cuidan y les brindan amor y apoyo incondicional.

Estas experiencias han fortalecido la fe del pastor y le han recordado que la verdadera riqueza se encuentra en una relación íntima con Dios y en el amor de su familia.

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