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SEMBLANZA DE Miss Ruth Torres de Martínez

Texto: Claudeé Galindo — "Dios es el que mueve las vidas y las va colocando"

El salón del nuevo Colegio David Livingstone se encontraba listo para comenzar las clases. Antes de la llegada de los niños, un par de pájaros ya habían tomado asiento en los pupitres. No había ventanas, así que el acceso para las aves era sencillo. Algo más hacía falta… “Manuel, no tenemos gises”, le comentó Miss Ruth a su esposo, el pastor Manuel Martínez Garibay. Miss Ruth no sabía en ese momento que estaba comenzando la etapa que ahora recuerda como la más feliz de su vida.

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Ruth Torres Valdés nació el 13 de noviembre de 1939 en el seno de una familia cristiana. Sus abuelos, Josué Valdés y Altagracia de Valdés, fueron pioneros de la obra misionera en Michoacán, aunque no era la región originaria de ninguno de ellos. “Dios es el que mueve las vidas y las va colocando”, señala Miss Ruth.

Su abuela pertenecía a una familia adinerada del pueblo General Cepeda, Coahuila, que tenía grandes extensiones de nogales y mucho ganado. Llegado el momento, se fue a estudiar al Colegio Inglés de Saltillo para señoritas, donde se formó como maestra. No se imaginaría que años después conocería a Josué Valdés, un joven de Guanajuato que había conocido a Cristo y cuya conversión le había costado el rechazo de su padre, quien mandó a hacer esquelas anunciando que su hijo había muerto.

Josué fue invitado por la Junta Bautista del Sur a dar sermones en Coahuila, pues era un gran defensor de las doctrinas Bautistas. Fue ahí donde Josué y Altagracia se enamoraron. Celebrar su unión no fue tan sencillo, ya que Altagracia estaba por casarse en un matrimonio arreglado, aunque no conocía aún al novio. Así que los enamorados acudieron a la casa del juez de General Cepeda y ahí se casaron.

La recién formada familia tenía clara su misión: compartir la Palabra en Michoacán. Así que, con el apoyo de la Junta Bautista del Sur, se mudaron a esta región y comenzaron a regalar Biblias, tocando las puertas de las casas. Posteriormente, buscaron un espacio donde pudieran reunirse con las personas que deseaban continuar escuchando del evangelio. El hambre y las carencias eran continuas, pero nada impedía que se movieran en burro de un lado a otro para esta obra. De ahí, nacieron seis misiones que hoy son iglesias.

Años más tarde, Josué fue nombrado director del Seminario de Oaxaca, pero fueron fechas que coincidieron con el estallido de la revolución y la Junta retiró el apoyo económico que les había estado proporcionando. Esto los llevó a la Ciudad de México, donde se instalaron en una de las vecindades de la colonia Guerrero y después, gracias a la comercialización del maíz y del trabajo de Josué en su propia ladrillera, construyeron una casa en Clavería, en Egipto 120. Esta casa se vistió de gala el día del nacimiento de Ruth.

La niñez de Ruth estuvo llena de felicidad, dentro de un hogar cristiano. Más tarde, en su juventud, estudió en la Escuela Nacional de Maestros. A la par de su carrera profesional, en la iglesia de Mina, a la que asistía con su familia, tenía múltiples responsabilidades, como coordinadora de departamentos, maestra de escuela dominical y directora del coro infantil. Entre los muros de esta iglesia, cuyo estilo arquitectónico hacía pensar en las construcciones inglesas, fue que Miss Ruth y el pastor Manuel cruzaron miradas por primera vez.

Ella tenía 19 años y él 21. Primero, sólo se trató de saludos cordiales al cruzarse en las reuniones de la iglesia, que después se convirtieron en visitas a casa de Ruth. Así nació un noviazgo que duraría seis años, con salidas únicamente una vez a la semana, en las que podían platicar y a veces acompañar la conversación con un helado. ¿Qué días podían verse? Únicamente podía ser entre semana, pues los sábados y domingos Manuel los dedicaría a su trabajo en la iglesia.

La iglesia de Mina se llenaría de gente aquel domingo 19 de abril de 1963. Todos los asientos estaban ocupados, con asistentes que esperaban con ilusión la entrada de la novia. Ruth caminó en un precioso vestido blanco hasta el altar, donde Manuel la esperaba, extendiéndole el corazón y la promesa de una vida juntos de servicio al Señor.

Para ese momento, Ruth ya era conocida como “Miss Ruth”. Tenía plaza en el gobierno como docente de la escuela pública Víctor María Flores, junto a la Glorieta de Colón. En la iglesia de Mina, había sido consejera de Embajadores del Rey, y su experiencia como maestra en la escuela le permitió estructurar el sistema de enseñanza entre los niños de jardín y primaria de la congregación.

Al casarse, cambios significativos reestructurarían su vida y la identidad que el título de “miss” le había otorgado. Por un lado, dejaría su trabajo en la escuela para dedicarse a su nueva familia; por el otro, con un par de lágrimas, se despediría de la querida iglesia en la que había crecido y servido, pues recientemente había comenzado una misión a la que Manuel sería enviado: Bethel.

Ruth recuerda que, entre las viviendas que eran propiedad de su abuela, había un grupo de señoritas, a quienes la hermana Altagracia les hablaba del evangelio y las invitaba a las reuniones dominicales de esta misión. “Voy al servicio y a la reunión si no me sube la renta”, le respondían las señoritas. Y ambas partes cumplieron parte del trato. ¿Se imaginaría Ruth que esta misión sería pronto una iglesia, y que Dios la llevaría a ser esposa del pastor?

Tras una luna de miel en la que recorrieron por quince días varias zonas de Michoacán, a ambos les esperaba el trabajo: a ella en el hogar y a él en Bethel. Por tres años vivieron en Cuernavaca, donde Ruth se encargaba de atender a sus hijos y Manuel realizaba visitas continuas a la Ciudad de México. Cuando los hijos se encontraban ya en la universidad, se mudaron todos de regreso a la Ciudad, y una nueva etapa de vida comenzó para Ruth.

La docencia había sido una parte importante de Ruth, y Dios había preparado un regalo especial para ella a su regreso en la Ciudad de México: el título de “Miss Ruth”. El Colegio Sara Alarcón tenía un lugar para ella y, sin titubear, la recibió con brazos abiertos. Ahí laboró como maestra durante un año e inmediatamente fue nombrada directora, cargo que ocupó por dos años. Mientras estaba en la dirección del colegio, la jefa de sector se acercó a ella y le ofreció regresar al gobierno con plaza como docente. ¡Como antes!

Así, llegó a la primaria Nuevo León, en la calle de Nilo (Clavería). Si bien no entró desde el principio como maestra, no tardó mucho en estar frente a un grupo. Pero no duró mucho la experiencia pues, al año, Manuel le planteó la necesidad que tenía el Colegio David Livingstone de una directora. No, no fue la transición más sencilla. Los cambios exigen renuncia y desprendimiento, pero si Dios va delante, cada paso que demos será para bien. Así que un equipo de cuatro maestras del Colegio Sara Alarcón acompañó a Miss Ruth al Livingstone, éste que ella nombra con un cariño entrañable “su colegio”.

“No tengo más que darle gracias a Dios por sus inmensas bendiciones, cariño y amor a mi vida”. —Ruth Torres de Martínez, 2023

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