El hombre que venció la pobreza

Page 1


Apartes del discurso para la fundación de una cooperativa de crédito en Rengsdorf en el año de 1863 “No vengo a ofrecerles algo milagroso que los libre de la pobreza sin exigir ningún esfuerzo de su parte. Pero quisiera mostrarles un medio por el cual se puede lograr la libertad económica, si todos se comprometen a trabajar unidos por el bienestar común. “Debemos estar convencidos de que si mejoramos las condiciones materiales de las gentes, se mejorarán igualmente las condiciones morales. Proporcionando préstamos a las gentes necesitadas y trabajadores de los municipios, se capacitarán para gozar de los frutos de su trabajo y de sus economías, en vez de trabajar en favor de los usureros”. Discurso completo en página 203


El hombre que venciรณ la pobreza

Federico Guillermo Raiffeisen


El hombre que venciĂł la pobreza Federico Guillermo Raiffeisen (1818-1888)

Creador de las cooperativas de ahorro y crĂŠdito

Franz Braumann


Federico Guillermo Raiffeisen Precursor de las Cooperativas de Ahorro y Crédito En Alemania en el siglo XIX Libro original edición UCONAL 1968 Edición especial y tiraje limitado. Elaborado con cariño y esmero por artesanos de la palabra escrita. Edición y diagramación: Julio C. Montoya M. Impresión digital láser: FC Monocopias Encuadernación creativa: Carlos Quijano M.


Un hombre singular por Julio César Montoya

Cuando se estudia la vida y obra de grandes hombres vemos cómo el duro trasegar, en un mundo inhóspito, unido a las ansias de mejorar la situación de los desposeídos, conduce a imaginar soluciones audaces. Esa fue la vida y obra de Federico Guillermo Raiffeisen (1818-1888), un campesino alemán del siglo XIX, forjado en los queha-ceres de campo, pulido por la férrea disciplina castrense y con unos fundamentos religiosos a toda prueba. Dotado de una persistencia y consagración que no se arredraba ante los obstáculos, pues éstos más bien le servían de acicate, con fuerza de voluntad y claridad en lo que emprendía, llegó a concebir un sistema


para que los pobres se protegieran de la explotación inmisericorde de los ricos y de los usureros (ladrones sin ningún escrúpulo), que les prestaban plata al 20% mensual para luego arrebatarles su tierra y sus ganados sin que las leyes vigentes hicieran nada al respecto. Decimos que Raiffeisen creó un sistema porque imaginó una red que comienza en la asociación de campesinos para comprar harina a bajo precio y entregarla a los asociados en tiempo de escasez. Su lucha contra los usureros fue tenaz y valiente, y encontró que la raíz del mal estaba en que éstos entregaban el ganado fiado a los campesinos que debían pagar una tasa de interés que los llevaba a la ruina. Raiffeisen se ingenió un fondo que proveía de ganado al asociado para pagar por cuotas en 5 años y un módico interés. Como la Unión para la Autoayuda —nombre de la asociación—, gozaba de gran respeto y confianza, apoyados en el prestigio, el alcalde y el comité invitaron a todos los habitantes a colocar su dinero en la Unión, al interés usual. Tan grande fue la influencia de los depósitos que la Unión pudo contar con capital suficiente para financiar las operaciones del año siguiente. En consecuencia el poder de los usureros se fue a tierra irremediablemente. Uno a uno los negociantes del crédito fueron abandonados por todos y se fueron de Flammersleld. De esta forma nace el cooperativismo de ahorro y crédito en Alemania. Un año después Raiffeisen instaló el Banco de Ahorros y se dirigió al gobierno central para obtener el reconocimiento legal. Raiffeisen no solamente pensó en el cooperativismo en sus distintas modalidades, también se dedicó a


pensar en un ferrocarril y en una agencia de correos, mientras escribía un libro y trabajaba para proporcionarse su sustento, y mientras disfrutaba al ver su obra expandiéndose por todo el mundo y recibía los máximos honores de su pueblo y de distintos países. Este es un pequeño pero emocionado esbozo de la vida y obra de un singular hombre que sigue vigente, marcando una estela de señales para las generaciones actuales y del porvenir. Si este libro se lee con atención, todo cooperativista y trabajador del sector solidario sacará de él un buen provecho. Raiffeisen fue un hombre que nació y vivió en un entorno rural, y al poner todas sus capacidades e ingenio al servicio de los más pobres de los pobres dejó una huella en todo el mudo.


9

Contenido

Alcalde en Weyerbusch.......................................................13 Un recibimiento hostil...........................................................16 El encuentro con el Pastor................................................... 20 Comienza el trabajo................................................................23 Una visita a la escuela............................................................26 Recuerdos de juventud........................................................31 El recuerdo de su padre muerto..........................................34 Una madre joven viuda y aguerrida...................................39 Un campesino pobre..............................................................39 Un hombre extremadamente religioso..............................41


10

El matrimonio del alcalde.................................................. 45 Una propuesta de matrimonio............................................ 49 A construir carreteras............................................................ 51 ...y llegó la ansiada respuesta................................................ 53 Visita de la familia Storck.....................................................62 La inauguración de la escuela..............................................65 En las garras del usurero.................................................... 69 El rostro de la pobreza.......................................................... 69 De cómo se aprovechan de la necesidad........................... 71 El encuentro con un hombre sin corazón........................ 80 Ante el juzgado....................................................................... 84 Hambre en el Westerwald................................................. 87 Los campesinos amedrentados.............................................87 Los efectos de un duro invierno......................................... 89 La alegría del primer hijo......................................................91 Arrecia la escasez de alimentos............................................92 Un retrato del hambre.......................................................... 94 El hambre cobra víctimas.................................................... 96 Una aparente buena noticia................................................. 97 La sorpresa............................................................................... 98 La solución.............................................................................. 101 La panadería y la Unión del Pan................................... 103 El efecto de una decisión..................................................... 105 Unidos para comprar harina a crédito............................. 110 Ahora a fabricar pan............................................................. 121 A trabajar la tierra ociosa....................................................124 ...y les vendieron a crédito...................................................126 A lucrarse de la madera.......................................................128


11

En homenaje de reconocimiento....................................133 Un llamado del jefe............................................................... 139 El encuentro con el jefe....................................................... 141 Un reconocimiento merecido............................................143 Traslado a la comuna de Flammersfeld............................146 La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos...................................153 Una propuesta indecente.................................................... 157 Despedido por abusar del licor.......................................... 163 El servicio de correos...........................................................166 ...y siguen los usureros..........................................................168 Un hallazgo importante: el ganado a crédito empuja a la miseria...........................170 Nace el ahorro.......................................................................178 Banco de ahorros...................................................................179 “Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”...................................181 El encuentro con un ladrón................................................189 La sociedad caritativa de Heddesdorf.............................. 193 Acoge a un ex presidiario....................................................196 El abismo del dolor............................................................ 201 El hombre que venció la pobreza......................................203 La Unión de Crédito de Heddesdorf................................205 La renuncia por enfermedad.............................................. 211 Hasta pensó en un ferrocarril.............................................216 Veinte años de lucha y sufrimientos............................. 219 El cooperativismo de crédito comienza a expandirse 220 Buscando trabajo...................................................................227


12

Fracaso en el primer negocio............................................ 229 El negocio del vino...............................................................230 Amalia se sacrifica por su padre........................................ 231 Expansión de las cooperativas de crédito........................234 La necesidad de escribir un libro....................................... 235 Aparece de nuevo Cupido..................................................237

Esparciéndose por todo el mundo................................. 239 La crítica del diputado Schulze-Delitzsch......................241 Las cooperativas de segundo grado................................. 246 El Banco General de la Agricultura................................. 249 La sociedad de seguros.........................................................250 El Kaiser Guillermo I...........................................................261 Audiencia con el Príncipe heredero de Wiesbaden.....262 Lo visitaron de todo el mundo...........................................262 El último adiós...................................................................... 264


Alcalde en Weyerbusch

13

Alcalde en Weyerbusch Comienza la historia de un hombre que a base de esfuerzo, dedicación e imaginación cambió la historia de un pueblo.

C

uando Federico Guillermo Raiffeisen hubo alcanzado la cumbre ubicada detrás de Bimbach, se detuvo por unos instantes. Una última tormenta rugía alrededor de las colinas del Westerwald y oscurecía la vista. Las marcas de los pies habían sido borradas y aunque la doble fila de retorcidos fresnos bordeaba el camino, los viajeros podían extraviarse fácilmente. Haciendo pantalla con su mano a sus ojos deslumbrados por la blancura de la nieve, miró hacia adelante, buscando orientarse. Luego, moviendo la cabeza, dijo sonriente para sí mismo: Quizá Weyerbusch está ya delante de mí y sin embargo mis pobres ojos me fallan.


14

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Avanzó hacia adelante a través de la nieve. Una ráfaga de copos que sopló por el campo, se pegó a sus anteojos; cuando la hubo quitado, los árboles aparecieron como fantasmas con sus desnudos brazos moviéndose hacia él. Pronto los deslumbrantes copos dejaron de caer y a través del grisáceo cobertor de nieve aparecieron algunas manchas negras que el viajero reconoció ser casas amontonadas debajo de sus hundidos techos, con sus pequeñas ventanas parpadeando como los ojos de un loco. Nadie se veía por allí. Raiffeisen apresuró el paso. Había ya pasado la primera casa, sin encontrar a nadie excepto un gato asustadizo, cuando lo asaltó de nuevo una duda. Tocó a una de las puertas. Después de alguna espera oyó pasos, corrieron el cerrojo y la gruesa cara de un hombre apareció en el dintel. “¿Es ésta Weyerbusch?”, preguntó antes de que la puerta se abriera del todo. El hombre pestañeó desconfiado por debajo de sus espesas cejas. “Sí, ésta es”, gruñó finalmente, y añadió: “¿Es que no le gusta Weyerbusch?”. Con una palabra de agradecimiento, Raiffeisen ya había vuelto la espalda, pero mirando hacia atrás dijo: “Ciertamente, no se encuentran aquí cosas muy atrayentes”, y reanudó su marcha. Entre tanto el cielo se había despejado y el viajero pudo ahora ver claramente las calles de la aldea. Las casas se alineaban a lo largo de ambos lados del camino, con sus jardines separados por pinos que únicamente servían para acrecentar la sensación de soledad y desamparo. Solamente la torre de la iglesia daba un toque de alegría a la escena. Raiffeisen había dejado


Alcalde en Weyerbusch

15

a Altenkirchen a las ocho de la mañana. Al principio había tratado de coger un coche pero luego se resolvió a hacer el viaje a pie. Sus dos pequeños baúles podrían ser llevados al día siguiente en algún carro. Miró su reloj. Aunque había andado deprisa era ya medio día. Sintió un poco de fatiga por el largo camino a través de la nieve profunda, pero todavía estaba de buen ánimo. ¿No había aún nadie a quién ver en la calle? Por allí como que alguien salía de un granero. Raiffeisen corrió a encontrarse con el tal hombre. Quitándose el sombrero preguntó: “¿Podría encaminarme a la alcaldía?”. El hombre contestó afirmativamente añadiendo: “Ha encontrado a la persona indicada. Voy precisamente para allá”. Caminaron en silencio. A Raiffeisen no le gustaban las largas explicaciones y su acompañante, por su parte, no mostró gran curiosidad. La aldea se prolongaba a lo largo de una estrecha calle y en el cruce de dos vías se levantaba la iglesia y la casa cural, ambos edificios bajos pero sólidos. Unos veinte pasos más adelante, hacia la izquierda, los dos hombres llegaron a una fresca casa, pintada de blanco y hecha de madera. “La alcaldía”, dijo su acompañante mientras abría la puerta con una gran llave de hierro sin pulir e invitaba a Raiffeisen a entrar. Aunque se admiraba de que el hombre aquel entrara en una casa completamente vacía, no quiso decir nada. Caminaron por un cuarto oscuro. En la mitad había un viejo escritorio medio comido por los insectos y una alacena empotrada en la pared. Una silla


16

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

desvencijada en la que se sentó su acompañante, completaba el mobiliario. La luz era opaca, pues la nieve caía contra los vidrios de la única ventana. En un rincón Raiffeisen advirtió una vieja estufa apagada. Un recibimiento hostil “Usted es forastero en Weyerbusch, entonces”, dijo el acompañante. “¿Qué diablos lo traen aquí en un día como este?”. Mientras su interlocutor miraba alrededor con interés, añadió: “Yo soy el secretario de esta alcaldía; debió adivinarlo al notar que abrí la puerta”. Entonces Raiffeisen, que estaba aún de pie, extrajo del bolsillo interior de su saco un papel que llevaba un sello; lo desdobló y puso sobre la mesa. “Esto me puede servir de presentación”, dijo sonriendo y quitándose los anteojos que se estaban empañando con el ambiente tibio. El secretario tomó el papel y examinó el sello, que reconoció como el del Landratsamt de Altenkirchen. Pero sus ojos vagaron sobre los garabatos del manuscrito admirados y sin entender nada. “Haga el favor de leérmelo”, dijo un poco cortado. “No puedo entenderlo”. Raiffeisen conocía de memoria el escrito, pero simuló leer y concluyó con el siguiente párrafo: “El señor Raiffeisen ha sido nombrado Alcalde de la Comuna de Weyerbusch y debe posesionarse del cargo desde el día de hoy”. Hubo un corto silencio. El secretario agachó la cabeza y se levantó del asiento. Una semana antes el mensajero del distrito había traído una carta de Altenkirchen. Por ese tiempo él estaba de pelea con algunos del concejo y había puesto la carta en una alacena de


Alcalde en Weyerbusch

17

su casa y se había olvidado de ella. Ahora había sido cogido de sorpresa con el nombramiento del nuevo alcalde. Raiffeisen observó, por la expresión del secretario, que no era muy bienvenido, pero él también tenía su orgullo. La Comuna de Weyerbusch comprendía 22 aldeas cuyos empleados hacían, más o menos, lo que se les antojaba. Solamente el correo, y las finanzas en general, eran de competencia del alcalde. Era el intermediario entre la oficina local y el Landrat de Alterkirchen y, más allá, el gobernador de Koblenz. El secretario comprendió, haciendo una mueca que bien pudo parecer una maldición reprimida, que debía darle su lugar. Cuando se levantó de la silla, por primera vez alargó su mano. “Bienvenido, pues, a su nueva oficina, señor...”. “Mi nombre es Raiffeisen’”, dijo el extranjero con desconfianza, aceptando la mano tendida y tratando de mirar con amabilidad. Pero comprendió que las relaciones eran muy frías. “Usted es la última persona que yo hubiera pensado que sería el alcalde, señor Raiffeisen. ¿Cuántos años puede tener?”, dijo con una sonrisa forzada. “27 no cumplidos”. El hombre estaba pasmado. “Bien, bien. El gobierno de Koblenz siempre nos manda alcaldes jóvenes”. Y como Raiffeisen permaneciera silencioso, continuó: “Entonces, usted es del valle del Rin, y por tanto, Westerwald es tan extraño para usted como América”. Raiffeisen movió la cabeza: “Está equivocado, amigo. Yo nací en Hamm, sobre el Sieg”. Al oír esto, el secretario se puso un poco más amable. “¿Cómo? Hamm no está más lejos de aquí que Alten-


18

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

kirchen”. Y continuando en el dialecto local, afirmó: “De modo que nos podemos entender los dos en westerwaldeño”. Raiffeisen comprendió que la tensión empezaba a menguar, de modo que contestó en el mismo dialecto. “Solo entiendo el westerwaldeño cuando sale directamente de un corazón abierto”. El secretario miró en torno suyo. “Bien, dijo, ya que está usted aquí tengo la obligación de mostrarle la alcaldía”. Se dirigió a la alacena. En los estantes yacían montones amarrados de decretos, algunos códigos empastados en cuero, periódicos viejos y cartas. Sobre ellos se extendía el polvo de, por lo menos, dos meses, desde la salida del alcalde anterior. Raiffeisen hizo movimientos de repugnancia, levantando un papel aquí, un libro allí. Notando el embarazo, el secretario dijo: “Lo que yo y los del concejo hemos escrito, está en las gavetas del escritorio. Weyerbusch necesita cabezas y manos, no papeles”, concluyó con desprecio. “Pero vamos, échele una miradita a su casa, señor Alcalde”. Abrió la puerta del dormitorio, cocina y sala. Estaban completamente vacíos a excepción de dos camas de madera y una estufa. El joven se puso pálido. Si la habitación iba conforme a la oficina, esperaba al menos, algunos muebles. Un cuarto tan frío e incómodo lo hacía temblar. “Usted no puede vivir aquí mientras no consiga algunos muebles”, dijo el secretario. “Su antecesor alzó con todo lo que no estaba bien y firmemente asegurado. Pero el pastor tiene un cuarto listo para todo aquel que viene a Weyerbusch”.


Alcalde en Weyerbusch

19

Diciendo esto, salió del cuarto. Raiffeisen lo siguió silenciosamente a la oficina, en donde el secretario puso sobre el escritorio un rollo de papeles que llevaba debajo del brazo. “Estoy sacando un papel para el maestro de la escuela”, dijo, “para que prepare el orden del día para la próxima reunión; aunque usted hará esto por sí mismo probablemente”. “Qué quiero yo con un orden del día”, exclamó Raiffeisen, casi enfadado. “Estaré allí y antes de cualquier otro asunto, usted anunciará mi llegada”. El empleado movió los hombros. Este joven alcalde como que no era el tipo manejable que él había imaginado a primera vista. Observó la firmeza de su mirada a través de los lentes. “¿Seguiré guardando la llave de la oficina?”, indagó dudoso. Raiffeisen asintió con un gesto y preguntó: “¿Habrá un carro mañana para ir a Altenkirchen? Tengo dos baúles esperando en la oficina de la Comuna”. “Yo ordenaré alistar un carro, si la nieve no obstruye el camino de Hohlweg en la mañana”, y con un gesto de mal humor se fue. Cubierto aún con su sobretodo, el alcalde se detuvo en medio de la oficina. La tormenta rugía de nuevo alrededor de la casa y la nieve golpeaba los postigos de la ventana. Lentamente se sentó en la silla vacía y apoyó la cabeza en sus manos. Se vio a sí mismo como secretario del distrito en Mayen, en la colina de Eifel. El casi inesperado nombramiento había sido su máxima aspiración, aunque fuera solamente por mandar al diablo toda la papelería de la cancillería regional y encontrar un puesto en el que pudiera ayudar a


20

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

los seres humanos, en vez de estar todo el día metido entre actas y decretos; socorrer al necesitado y aconsejar al ignorante, éste era su deseo. ¿Qué oportunidad mejor podría encontrar que ser alcalde en un pueblo rural? El nombramiento lo enviaba allí, “en medio del pueblo pobre” del Westerwald, aunque el hecho de provenir él mismo del Westerwald había pesado algo en su designación. Ahora, había colmado sus deseos. ¡Era el alcalde de Weyerbusch! De repente sintió cierta inquietud y comenzó a pasearse de arriba a abajo en la fría oficina. Su coraje se iba menguando. ¡Tira todo a la porra y lárgate!—le dijo una voz en su interior— o di en Koblenz que has cambiado de opinión. ¡Hay puestos en el Rin que te sentarán mejor! Apretó los dientes y cerró los ojos para no ver la miseria que lo rodeaba. Cuando los abrió estaban humedecidos, lloraba. No había hecho esto durante su servicio militar. Ciertamente acostumbraba enternecerse viendo a niños mendigos que golpeaban las puertas hambrientos, mientras él estaba siempre bien alimentado. El encuentro con el Pastor La nieve había cesado y aquí y allí había claros en el cielo. Sintió que alguien se sacudía los zapatos. La puerta de la casa se abrió silenciosamente y alguien golpeó a la puerta de la oficina. En el quicio se detuvo una jovencita pequeña y delicada, quizá de unos 17 o 18 años.


Alcalde en Weyerbusch

21

Ruborosa, dijo cortésmente: “Soy Lisbeth Becker. Mi padre, el pastor, me ha enviado. El secretario le dijo que usted había venido, señor alcalde, pero como no puede venir por la nieve, me envió a mí a convidarlo a nuestra casa”. Habló rápidamente y se detuvo sin atreverse a mirarlo. Él sintió una ola de calor que le recorrió todo el cuerpo. “Ha venido en el mejor de los momentos, señorita Lisbeth”, dijo, “porque yo estaba justamente...”. Se detuvo en la mitad de la frase. ¿Irse? ¡No, no, jamás habría hecho cosa semejante! Era un antojo pasajero, nada más. Mirando a su alrededor, sintió deseos de no permanecer más en ese cuarto. El pastor Becker estaba esperando en el umbral, apoyado en un bastón, porque la humedad de la tormenta había agudizado su reumatismo. “Dios bendiga su aparición en esta casa, señor alcalde”, dijo, apretando ambas manos del joven, mientras su cara resplandecía de felicidad. Indicándole la mesa en donde estaba un humeante plato de sopa, su esposa añadió: “Tiene que estar transido de hambre, después de ese largo viaje por la nieve desde Altenkirchen”. “Ya veo que saben todas mis aventuras”, dijo Raiffeisen, y viendo la comida comprendió lo hambriento que estaba. Se sintió completamente feliz en la atmósfera familiar de la casa del pastor y bien pronto le pareció que era un miembro de la familia. “He llegado como un extraño a Weyerbusch y ya desde el primer día me siento como en un paraíso”. Con una sonrisa burlona el pastor movió la cabeza.


22

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Weyerbusch es un paraíso con muchos defectos; una tierra de gentes que llevan una vida difícil y una pobreza agobiadora. Una pobreza así, vuelve el corazón duro y agresivo. Lo descubrirá pronto usted mismo”. Raiffeisen respondió simplemente: “He hallado que los hombres lo tratan a uno como uno los trate”. El pastor movió su cabeza en señal de duda. “La gente no confía en nadie aunque uno llegue con buenas intenciones”. El pastor calificó a Raiffeisen como hombre afable y de buenos sentimientos, pero pensó que habría que esperar a ver si no se desilusionaba y tiraba todo lejos, como lo había hecho su predecesor. “Puede permanecer en mi casa todo el tiempo que necesite hasta poner en orden su casa, es decir, añadió riendo, hasta tanto tenga un hogar propio”. ¡Tener un hogar! Cuando Raiffeisen estuvo solo en su cuarto, estas palabras volvieron a su memoria. Ni en Mayen ni en Koblenz había pensado mucho en un hogar. Pero ahora las cosas habían cambiado. En el solitario aislamiento de Weyerbusch un hombre solo podría salir adelante teniendo un hogar propio. ¡Hogar, hogar! Por primera vez sintió fuertemente la necesidad de una esposa. Raiffeisen nunca había sido capaz de andar con muchachas y no aprobaba los galanteos de algunos de sus compañeros de servicio militar. Más tarde, con los estudiantes de Euterpia había charlado y también bailado con ellas, pero no más allá. Era demasiado para un tímido muchacho campesino llegar al gran mundo de Koblenz a los 17 años. Más cuando cerró los ojos, una cara de mujer le hizo señas, las mismas que le había hecho dos años


Alcalde en Weyerbusch

23

atrás, cuando frecuentaba la casa de Storck, el farmaceuta de Remagen. Pero rechazó la visión. Emilia, la delicada, la niña mimada de la elegante familia del farmaceuta. Qué haría ella en Weyerbusch en medio de la miseria hiriente de esas chozas y de esa gente andrajosa y suspicaz, en donde la nieve se amontonaba en espesas capas cuando en el Rin bullían ya las flores. No se atrevió a seguir pensando en ella. Ante todo debía trabajar, trabajar, trabajar. Comienza el trabajo Al día siguiente se puso al trabajo. Se había propuesto averiguar todo lo que pudiera sobre las gentes con las cuales debía trabajar. Estaba resuelto a sobrellevar aun la grosería de cierto empleado sordo. En consecuencia, a la mañana siguiente golpeó a la puerta del secretario y preguntó por el conductor que había de ir a Altenkirchen. El empleado movió la cabeza diciendo: “Realmente no había vuelto a pensar en ello. ¿No podría ir un día más tarde? Después de todo a usted no le hace falta nada en la casa del pastor”. Raiffeisen había pensado enviar una carta al Landrat (el jefe) anunciando su llegada, pero se limitó a decir: “Está bien. Entonces mañana”. La oficina estaba tan fría como la víspera y no había duda de que debía trabajar durante varias horas. “¿Quién está encargado de la calefacción de esta oficina?”, preguntó al secretario antes de que se fuera. “Debe ser oficio de la mujer del alguacil Brandt. La puede encontrar dos casas adelante de la que está de-


24

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

trás de la alcaldía. Pero la muy perezosa debe estar durmiendo aún en el pajar. Yo la vi ayer trastabillando con su botella de aguardiente”. El empleado se rio con descaro. “Necesitará mucha paciencia para soportar a esa vieja”. Paciencia, paciencia, prosiguió diciendo el alcalde, mientras iba camino de la choza del alguacil Brandt. Estando aún fuera, oyó gritos de niños que reñían, interrumpidos por una voz de hombre. Tocó a la puerta y entró. Un tufo de aguardiente le golpeó en la cara. Sobre dos bancas empotradas en la pared, yacían cuatro niños de 6 a 12 años, tapados con andrajos. En una mesa estaba un hombre cortando rebanadas de pan. Los gritos y chillidos cesaron inmediatamente y todos miraron al extraño personaje. Raiffeisen los saludó y trató de sonreír. “¿Estoy bien orientado? Vengo en busca de la señora del alguacil Brandt”. “¿El alguacil Brandt? Yo soy”, dijo el hombre. “Pero mi mujer...”. Alzó el pulgar sobre sus hombros señalando otra puerta. “No está por aquí hoy. ¿Pero de qué se trata?”, preguntó acercándose. “Yo soy el nuevo alcalde, señor Brandt, y espero que su esposa ponga a marchar la estufa de mi oficina”. “¡Levántese, vieja! Tiene que ir a poner en marcha la estufa de la oficina del alcalde”. Por respuesta recibió un gruñido. “Hay que hacer alguna cosa”, dijo rascándose la cabeza. “Algo hay que hacer. Iré yo mismo y prenderé fuego en la estufa. No se muevan, muchachos, mientras regreso. Y despierten a su madre”. Salió corriendo hacia la oficina del alcalde.


Alcalde en Weyerbusch

25

Raiffeisen tenía la llave y mientras iba hasta la puerta, recobró la calma. “Tráigame leña y candela. Por hoy prenderé yo mismo el fuego. Mañana su mujer debe encenderlo a las 7 en punto”. “A las 7 en punto” asintió Brandt, y al salir se golpeó la cabeza contra la leñera. “Va a ser difícil encontrar a esa vieja levantada a las 7 en punto. Lo mejor será encargarme yo mismo de este oficio. Desde ahora será necesario permanecer sobrio todas las tardes, todas las tardes...”, se fue pensando. Desde que comenzó su oficio, Raiffeisen tuvo que permanecer sentado en su escritorio hasta altas horas de la noche. Desde el otoño no se había elaborado un solo informe. Hacía de secretario, respondía las preguntas, llenaba las tarjetas, enviaba a los policías para recoger los informes de los 22 distritos. En marzo, cuando la nieve comenzó a derretirse, el alcalde fue a donde el carpintero y contrató la división de la oficina en dos partes, de tal manera que la gente que estuviera esperando audiencia, tuviera un lugar en donde esperar, en vez de tener que quedarse afuera o amontonarse en la oficina. Cuando pasaron algunos días, sintió una fuerte inclinación a salir fuera de esa asfixiante oficina. El florero de anémonas y rosas que Lisbeth puso sobre el escritorio, trajo promesas de días más templados. Raiffeisen esperaba poder salir por los alrededores y gradualmente darse una vuelta por todas las aldeas para charlar un poco con los encargados de las oficinas y visitar los hogares, aunque, cuando pensaba en el hogar de Brandt, se estremecía. Entretanto la nieve


26

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

derretida había convertido los caminos en lodazales en los que los carros se enterraban hasta los ejes. “Tiene que ver los senderos de las aldeas, señor Raiffeisen”, le decía Lisbeth, en respuesta a sus quejas. “La mayoría están intransitables, de manera que la gente tiene que cargar todo lo que necesita en canastas sobre las espaldas”. “Afortunadamente no necesitan muchas cosas”, fue la respuesta de Raiffeisen. Pero Lisbeth se ponía seria. “El pan y las papas se han acabado ya en muchos hogares y la gente está yendo a Altenkirchen por ellos. Claro está que los distribuidores los venden por todas partes, pero resulta mucho más caro”. “Y, ¿de dónde saca la gente dinero?” pregunta el alcalde. “Oh, los distribuidores dan crédito. Solo el panadero de Altenkirchen insiste en vender de contado”. Lisbeth sabía, por lo que había oído a su padre, cuán mal económicamente andaban muchas gentes, pero escondían el estado de sus negocios al nuevo alcalde. Una visita a la escuela Cuando mejoró el estado de los caminos, más y más niños vinieron a la escuela de Weyerbusch. Con frecuencia el maestro venía a la oficina del alcalde, con el fin de ganarse un dinero extra haciendo algún trabajo. El maestro Weiher nunca se quejaba porque hacía tiempos que se había acostumbrado a lo inevitable. Solamente en cierta ocasión llegó turbado y se sentó en frente del alcalde. Venía de un entierro y aún llevaba su vestido de luto. La hija de uno de tantos campesinos había muerto.


Alcalde en Weyerbusch

27

“No es posible que haya muerto la pequeña Emilia”, dijo con amargura. “Hacía todos los días una jornada de una hora. Sus vestidos y zapatos estaban rotos y murió del corazón en el húmedo y mohoso salón de clases”. El alcalde lo miró. “Húmedo y mohoso. ¿Es así de horrible la escuela?” preguntó. “La escuela es un antro”, fue la brusca respuesta. “Cuando vienen pocos alumnos, prefiero llevarlos a mi casa, que es un poco más seca, siendo una buhardilla. Pero yo no puedo amontonar, 50, 60 o 70 muchachos allí”. “Vamos, debo ver esa escuela”. La vieja escuela estaba ubicada en el último rincón de la aldea. Era únicamente un rancho que lindaba con el monte y cuyo dueño se había ido para ultramar. El piso era de tierra, las paredes divisorias habían sido derruidas y el cielorraso apuntalado con pilares, para hacer un solo salón grande y abierto. Cuando Raiffeisen entró, la mujer del maestro estaba raspando las paredes. “A la mugre se suma la humedad. El alhamí se fue y el comején está royendo todo el enmaderado. Todos los libros de la alacena están mohoseados. Solamente da el sol un poco por las tardes”. El corazón del alcalde se sintió oprimido. En silencio y con el semblante torvo, dio media vuelta y salió. Pero a la mañana siguiente se presentó de nuevo a la escuela llena de niños. No había suficientes asientos, de manera que los niños estaban sentados en los quicios de las ventanas. Caras pálidas y desnutridas miraron con curiosidad el extraño personaje. Solamente aquí y allí se veían algunos regordetes y alegres muchachos.


28

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Allí, junto a la pared de atrás, se sentó Emilia la última vez. Yo les permito cambiar permanentemente de puestos, para que no se perjudiquen mucho, pero esto resultó demasiado tardío para la niñita”. La voz del profesor era amarga. El alcalde se sentó en el puesto de la niña fallecida y se recostó contra la pared fría; cerró los ojos mientras los niños proseguían en sus lecciones. Gradualmente se dio cuenta de un olor a moho que llenaba todo el salón y que le causaba dolor de cabeza. Sin embargo permaneció allí las cuatro horas con los niños. Cuando se terminó la clase, estaba pálido. “Hay que hacer algo ya, inmediatamente”, dijo a media voz. Se sintió culpable de estar bien sentado entre sus papeles, en su calientita oficina, mientras pocas casas más allá, junto al camino, los niños se estaban minando por las enfermedades. El Concejo de la Comuna se sorprendió cuando el alcalde lo convocó para una reunión después del culto religioso, el sábado por la mañana, pero como todos vivían en Weyerbusch, obedecieron el llamado. “Solamente hay un punto en el orden del día: la escuela”, comenzó diciendo Raiffeisen sin ninguna introducción. Con una voz sorda, insegura, describió su experiencia en la escuela, pero gradualmente su voz se fue haciendo fuerte y sus ojos brillaron. “La única decisión que hay que tomar es ésta: Debemos construir otra escuela”. Los siete miembros del Concejo y los empleados de las aldeas vecinas oyeron atónitos y con un rictus de sorpresa en sus bocas entreabiertas.


Alcalde en Weyerbusch

29

“Todos ayudaremos, continuó diciendo Raiffeisen. Los campesinos deberán traer arena, ladrillos y mortero. Los constructores deberán aportar su trabajo y yo mismo daré parte de mi sueldo gustosamente cada mes, hasta que la escuela quede construida. Así no tendremos que apelar a los fondos de la Comuna”. “Sería mejor dar el dinero a los pobres”, dijo alguien del Concejo. “Los niños son los más pobres”, contestó Raiffeisen con firmeza. Hasta entonces el secretario de la alcaldía había permanecido callado. Se levantó: “No nos dejemos avergonzar con la oferta del alcalde. Nosotros debemos construir la escuela”. Pasando su mano por encima de sus enfermos ojos, Raiffeisen creyó que estaba presenciando un milagro. El último hombre de quien él hubiera esperado apoyo estaba decidido a construir la escuela. En las subsiguientes semanas llegaron los primeros carruajes y el alegre sonido de los látigos resonó a través de la aldea. Raiffeisen se quedaba hasta altas horas de la noche trazando los planos. De la noche a la mañana la escuela comenzaba a tomar forma.


Recuerdos de juventud

31

Recuerdos de juventud

Cómo se forjó un hombre de acero.

R

aiffeisen hizo un esfuerzo para entrar en contacto con sus amigos estudiantes del Círculo Euterpia de Koblenz, aún antes de ser alcalde en Weyerbusch. Euterpe, la musa de la música, fue el nombre que le dieron a su círculo un grupo de jóvenes estudiantes, la mayoría de los cuales entraron de clérigos más tarde. No solamente se dedicaban a la música y a las diversiones, sino que también dedicaban horas enteras a discutir sobre filosofía y sobre cuál sería el significado y la razón de ser del género humano en este mundo. Pocas veces Raiffeisen faltaba a estas discusiones. Aún vivía en casa del pastor, y el tema durante las comidas frecuentemente giraba sobre la raza huma-


32

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

na. Pero el pobre viejo tenía ideas muy fijas; confesaba que sus años de vida activa habían ya pasado y cuando el joven Raiffeisen irrumpía de pronto en elucubraciones imaginarias, no podía seguirlo muy lejos. “Dirija sus aspiraciones hacia lo imposible señor Raiffeisen, decía con una sonrisa, y entonces podrá lograr lo posible”. Raiffeisen tenía un amigo preferido, Karl, el hijo de su maestro de escuela Bungeroth. Un día a fines de abril, se sentó a escribir a Karl: “Me siento prisionero solitario entre las ciénagas y los bosques. Cuando cruzo la aldea por las tardes después del trabajo y veo a los labradores en las tabernas bebiendo con cierta especie de alegría, comprendo lo difícil que es cambiar el modo de vivir de ciertas personas. He escrito un artículo sobre el mal que causa la bebida, pero me parece, después de todo, que aquellos a quienes interesa no lo pueden leer. ”A la hora del crepúsculo vago solitario por los bosques detrás de Weyerbusch y escucho el grito burlón del búho; nadie me espera. Por esto, querido Karl, tú entenderás mi solicitud; aparta uno o dos días y vente a verme a Weyerbusch. Luego podremos caminar hacia Hamm y recordar los días de nuestra querida juventud”. Cuatro días más tarde, Karl Bungeroth llegó a pie de Altenkirchen en respuesta al llamado de su amigo. Había justamente pasado su examen final de teología y estaba esperando nombramiento para una parroquia. El verdor de la primavera era entonces más encantador; lanudas nubes blancas flotaban en el cielo


Recuerdos de juventud

33

azul y el aire estaba lleno de cantos de alondras y de los estridentes chillidos de las golondrinas. El joven Bungeroth entró en la oscura oficina; su rostro brillaba de felicidad. “¡Caramba! a qué paraíso te ha enviado Dios”, fue el saludo. “Cuando estábamos allá abajo en el Rin, teníamos que soportar el polvo y la suciedad de las ruidosas calles; aquí en Weyerbusch se goza del cielo más azul que haya visto y el único ruido que se escucha es el canto de las aves y el murmullo de las fuentes”. El corazón de Raiffeisen respondió al regocijo de su amigo y no quiso manchar la grata impresión de Weyerbusch contándole la lucha interminable contra la miseria, los niños mendigos, los vecinos peleadores, la voracidad de los comerciantes; todo como resultado de la pobreza general. Karl estaba ansioso de seguir adelante: “Bueno, ya que tú me llamaste para que nos vayamos, manda lejos todos tus papeles y vente conmigo para Hamm. Hace ya diez años que visité por última vez mi casa paterna”. El alcalde comprendió que no podía tomarse dos días enteros de vacaciones, pero la impaciencia de su amigo lo tentó. Corrió a la escuela, cuyo nuevo edificio estaba ya levantándose del suelo, para ver qué podría necesitarse allí; luego arregló un par de litigios sobre límites que había que dejar arreglados; finalmente entregó la llave de su oficina al secretario, a quien nombró su representante, muestra de confianza que fue altamente estimada. “De modo que se va para Hamm. Sin duda para dar un vistazo a Nest, en el valle del Sieg. En cierta oca-


34

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

sión tuve un cariño por allá... pero de esto ya hace 40 años. Eufrosina y yo nos sorprenderíamos si ahora nos miráramos uno a otro. Es mejor olvidar las locuras de juventud”. Federico Guillermo y Karl estaban cargados de recuerdos, aunque no de la misma clase, cuando dejaron tras de sí las últimas casas de Weyerbusch. No llevaban ningún equipaje, excepto un sobretodo, aunque la pálida luz del sol no auguraba muy buen tiempo. Hamm no distaba más de tres horas y podrían encontrar algo de comer en Rimbach o en Hilgenroth si los acosaba el hambre. En el mismo Hamm había una pequeña hospedería que atendía la mamá de Raiffeisen. Su mamá... hacía más de un año que no la veía: “Cuando el camino nos lleva hacia la casa materna es deliciosa la jornada”. Cuando los dos amigos tomaron el camino rumbo a Rimbach, irrumpieron a cantar. Se sentían libres y alegres como en los viejos tiempos, aquellos en que deambulaban a todo lo largo y ancho de Alemania durante los días de vacaciones. Karl golpeó cariñosamente la espalda de su amigo: “De modo que tú vas ahora al sitio en donde empezaste tu peregrinación por el mundo hace ya 27 años”. El recuerdo de su padre muerto Raiffeisen hizo únicamente una afirmación con la cabeza y de repente se quedó silencioso, tratando de penetrar en los oscuros días de su niñez. Vio una cama alta en un cuarto penumbroso. Un blanco paño mortuorio que caía casi hasta el suelo. Dos cirios encendidos delante de la cama, cuyas llamas vacilaban cuando


Recuerdos de juventud

35

se abría la puerta. En la cama yacía un hombre alto, pálido, completamente mudo, con sus brazos doblados sobre el pecho. Él no hablaría ni una sola palabra ya, ni aún a su madre que lloraba. Y de repente, se fue... Posteriormente, Federico Guillermo había visitado el mismo cuarto con un presentimiento de que de pronto el hombre silencioso aquél, aparecería de nuevo en la cama. Por lo que su madre le dijo posteriormente, el hombre aquél debía ser su padre, Raiffeisen, alcalde de Hamm. Ningún otro recuerdo guardaba de su padre, porque apenas tenía entonces cuatro años de edad. Después de pasar por Rimbach, los viajeros se sumergieron en un espeso y silencioso bosque. Al final de una profunda garganta brotaba un pequeño arroyo, cuyas aguas se iban a juntar con las del río Sieg. Se detuvieron a mirar a través de la garganta hacia las praderas a lo largo del Sieg. Ambos ya conocían el camino a Siegburg y Colonia, pero las tierras altas en las cuales se encontraban eran tierras frías. Raiffeisen señaló con el dedo los campos soleados: “Por allá corrimos en nuestra juventud, ahora buscamos retornar allá”. Karl Bungeroth insistió: “Vámonos pronto hacia esas partes más calientes, es deprimente estar lejos del sol”. Atravesando la garganta entraron a un bosque de hayas; los troncos silvestres resplandecían, las semillas estaban entonces reventando. Cuando el viento rosaba las delicadas hojas, los dos jóvenes sentían como si estuvieran caminando sobre aguas verdes y risadas.


36

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Karl se volvió hacia su amigo: “Pobre Federico Guillermo. Tú imaginabas en tu soledad, que únicamente allá abajo en el Rin el mundo era hermoso”. Y precisamente allí, cerca de Hilgenroth, un perro brincó ladrando alrededor de sus piernas. Para apartarlo con su bastón, Raiffeisen, sin quererlo, lo golpeó en la nariz y el perro corrió aullando hacia una de las casas. Una mujer apareció gritando detrás de ellos. “Sinvergüenzas, desocupados, son capaces de golpear un pobre animalito. Ustedes son los que merecen un garrotazo, chupasangres de nosotros los pobres”. El corazón de Raiffeisen dejó de palpitar un segundo. Cuánta amargura debe sentir este pueblo para tachar de chupasangre a cualquier pasajero. Después de una pausa se volvió hacia su compañero: “Seguramente esta mujer fue educada en la religión desde niña; seguramente ella escucha la palabra de Dios en los oficios religiosos de los sábados. Pero toda enseñanza de la fe, la esperanza o la caridad es inútil, si no va acompañada de las obras”. Pensó cómo un viejo proverbio podría ser enunciado en forma nueva. “La única tarea de nuestra vida debe ser el convertir en obras los grandes preceptos de nuestra religión”. El joven Bungeroth movió la cabeza asintiendo. “Se ha perdido un gran predicador en ti, Federico Guillermo”. Pero Raiffeisen sacudió la cabeza. “No hacen falta predicadores en el mundo, faltan practicantes”. Y así, mientras continuaban su marcha, los dos amigos intercambiaron ideas sobre cómo el mundo podría ser mejor y un lugar más amable para los necesitados y desposeídos. En Hilgenroth fueron a una tienda para


Recuerdos de juventud

37

tomar un refresco, pero solo encontraron queso duro y un pan aún más duro para tomar con cerveza. La dueña se reía de los esfuerzos que hacían para morder el pan: “El pan está escaso ahora y ese es viejo y ya tiene moho. Pero si tienen dinero puedo asarles uno fresco”. Bungeroth quería aceptar, pero en la imaginación de Raiffeisen aún permanecía la imagen de la horrible mujer gritando detrás de ellos. “Debemos hacer lo que los otros hacen, roer el pan con paciencia”. Dejando a Hilgenroth, volvieron a caminar por la silenciosa campiña. El día estaba ya marchitándose en la tarde y sus sombras se hacían cada vez más largas. Desde el fondo del valle se levantaba el mugido del ganado y lentamente un profundo sentimiento de paz se derramaba sobre el Westerwald. Era ya la hora del crepúsculo cuando los dos jóvenes vieron las torres gemelas de la iglesia de Hamm asentadas sobre la colina. El caserío anidaba alrededor de la iglesia y todo el lugar parecía un nido de golondrinas colgado de los empinados cerros que iban a caer al río Sieg. Las gentes se dirigían a sus hogares y se sentía un fuerte frío en el ambiente. Las pisadas de los jóvenes sonaban a lo largo de las calles empedradas. Raiffeisen recibía las buenas noches aquí y allá, pero nadie lo identificaba como el hijo de la casa de los Lantzendoerfer. Lleno de ansiedad volteó hacia el estrecho callejón al final del cual estaba ubicada la casa paterna. ¿Qué tal que su madre estuviera ya durmiendo? Ya podía ver la fachada medio oculta por un limonero. Allí, durante generaciones, había vivido el alcalde de Hamm.


38

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Cuando los dos amigos entraron al jardín, apareció una luz en la ventana. Federico Guillermo golpeó a la puerta. Cuando regresó del servicio militar, el instante más dichoso de su existencia había sido aquel en que, al acercarse a esa misma puerta, contuvo el aliento para escuchar el primer ruido proveniente del interior de la casa. “¿Quién toca? ¡Ya voy a abrir!”, era la voz de su madre. Karl le sugirió: “No olvides pedirle otra cama para mí”. Era una mujer pequeña, de cabellos grises, con una lámpara de aceite en la mano. Al salir se detuvo en el dintel de la puerta. Brillaba a la luz de la lámpara en contraste con la oscuridad circundante. ¿Sería la debilidad de los ojos de Federico la que le hacía dudar de si era ella? “Soy yo, madre, ¿no me conoces?”, dijo acercándose. “Federico, ¿estás aquí?” dijo la madre con la voz entrecortada por la emoción. Y observando al compañero añadió: “¿Quién viene contigo?”. “Es Karl Bungeroth. ¿Te acuerdas del hijo del maestro?”. Claro que se acordaba. “Tu hermano Hermann se fue para el campo, pero tu hermana Magdalena os atenderá en un minuto”. Como en los días de la niñez, la lámpara de aceite derramaba su suave luz sobre las paredes del cuarto. Los amigos se sentaron a la mesa y cuando la hermana de Raiffeisen llegó procedente de la cocina, la conversación recayó sobre los días aquellos en que la madre estaba aún rodeada de sus hijos. Con nostalgia, ella repasó los años cuyos recuerdos guardaba aún intactos en su corazón y que los niños iban olvidando a medida que iban creciendo.


Recuerdos de juventud

39

Una madre joven viuda y aguerrida “Cuando tu padre murió en 1822, quedé con los 8 niños. Juliana la mayor, tenía escasamente 17 años. Yo tuve que enfrentarme al hogar y tuve que pedir ayuda de fuera para poder llevar adelante la obligación”. “¿Pero en aquel tiempo no te ayudó mi tío Lantzendoerffer, madre?”, preguntó Federico. “En aquel tiempo él era apenas un oficial del gobierno en Koblenz, pero me ayudó después para poner a las niñas en un buen empleo. Ustedes, los muchachos, permanecieron más tiempo en el hogar”. “El pastor Seipel, que me enseñó latín, ¿vive todavía?”. Siempre que regresaba a casa Raiffeisen preguntaba por él. Su madre hizo un signo afirmativo. “Él gozará mucho si vas a visitarlo mañana. Al principio yo no estaba de acuerdo con esa formación. Yo esperaba que llegaras a ser un buen granjero que pusiera las tierras de los Lantzendoerffer en buen estado nuevamente. Después de la muerte de tu padre, tuve que vender un buen pedazo de tierra, para pagar las deudas al usurero que nos estaba cobrando, a pesar de que le permitíamos tener sus vacas en el establo a cambio de un tercer préstamo”. Un campesino pobre Federico Guillermo no sabía nada de esto. Recordaba que a los 15 años se empleó como trabajador en la granja de uno de los mejores granjeros de la región. Se


40

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

desarrolló como un fuerte y vigoroso muchacho que podía afilar su propia guadaña y cortar una ancha faja de trigo tan bien como un hombre adulto. La gente lo estimaba. Todas las tardes llevaba sus ahorros, unos pocos shillings (monedas), a su madre. Desde entonces aprendió muchas cosas al lado del negociante en ganado Koenig, de tal manera que los campesinos acostumbraban ir a él para verificar la exactitud de los intereses de los préstamos o depósitos en ganado, que les cobraba el usurero. En cierta ocasión el enfurecido negociante en ganado le golpeó en las espaldas con su bastón: “Esta es la única injuria que no he podido olvidar”, comentó Raiffeisen con amargura. “El negociante Koenig murió hace tiempo. Sus hijos se pelearon por las tierras que había acaparado mediante la usura. Durante un año llevaron una vida de continuas contiendas y luego desaparecieron de Hamm”, comentó la madre. La noche estaba bien avanzada cuando las gentes del hogar de los Latzendoerffer se fueron a acostar. Federico Guillermo se quedó a escuchar los suaves murmullos de la casa: el cerrarse de las alacenas, el crujido de los viejos colchones de paja, todos aquellos ruidos que recordaba de días ya tan lejanos. Aquí comencé mis días en el mundo de los seres humanos, meditaba mientras escuchaba. ¿Cuánto habré realizado de la misión que Dios me encomendó? Cuando llegue el día del juicio, ¿cómo aparecerá mi vida delante de Dios?


Recuerdos de juventud

41

Un hombre extremadamente religioso Su madre había levantado a todos sus hijos en la más profunda piedad y desde la niñez Federico Guillermo tenía la costumbre de examinar su conciencia antes de acostarse. Al día siguiente, el pastor Seipel recibió a su joven visitante con gran alegría. “¿De manera que el joven pajarito que había volado lejos, retorna a su nido?”, dijo. Mostró especial interés por el joven Bungeroth, quien, como él mismo, estaba consagrado al servicio de Dios. Un poco confuso, Karl movió la cabeza: “No tengo mucho qué contarle de mi vida. Cuando mis padres fueron a Neuwied, pude ir a la escuela de gramática y más tarde estudiar teología en Bonn. Mi carrera está aún sin terminar”. Miró a Raiffeisen. “Ahora te toca a ti, Federico Guillermo”. También mostró éste estar un poco azorado, pero el pastor le fue sacando todos los sucesos que lo habían llevado hasta la alcaldía de Weyerbusch. A los 17 años Federico Guillermo se había lanzado a recorrer el mundo; un mundo que para las gentes del Weterwald significaba el valle del Rin. Su cuerpo era como acero forjado por el duro trabajo y las largas caminatas. Había leído todos los libros y papeles que llegaban a Hamm y por esas lecturas había adquirido cierta inclinación a la vida militar. Su tío Hofrat Lantzendoerffer le ayudó a entrar como voluntario a la séptima brigada de artillería en Colonia, en donde estuvo durante 3 años, pasando por todas las pruebas sin notar daño ninguno en sus ojos.


42

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“En 1838 fui enviado a la Escuela para Inspectores en Koblenz”, continuó Raiffeisen. “En toda Prusia solo existían tres escuelas de esta clase en las que grupos selectos de artilleros eran entrenados para convertirse en expertos en tiro. Al final del curso los estudiantes sabían de matemáticas, química y física, como cualquier alumno de bachillerato. En 1840 me presenté al examen de artillería adelantada y luego regresé a mi unidad en Colonia”. El joven Bungeroth observó que su amigo se sentía un poco embarazado para continuar con el relato de lo que había sucedido luego. Por ello tomó la palabra para continuar la historia... “Pero después de otro año de servicio y antes de pasar el entrenamiento para oficiales, el problema de los ojos comenzó y Federico Guillermo tuvo que recluirse en un hospital durante varios meses”. “Después de un examen de la vista, el doctor determinó que no era apto para seguir la carrera militar. Con frecuencia visité a Federico Guillermo en el hospital y lo encontré muy deprimido y sin saber a qué se dedicaría luego. Finalmente tuvo una oportunidad para ingresar en el servicio administrativo en el departamento del Gobierno Real Prusiano en Koblenz”. Los amigos se miraron mutuamente. “De ninguna manera hubiera soportado esos años de burócrata si tus amigos estudiantes no me hubieran dado una calurosa bienvenida al círculo Euterpia”, continuó Raiffeisen. “Entre ustedes encontré los primeros amigos cuya amistad habría de durar por toda la vida, y el hecho de estar con ustedes fue para mí la redención definitiva”.


Recuerdos de juventud

43

El pastor Seipel se alegró al ver la simpatía reinante entre los dos jóvenes y se sintió muy complacido de ver que la semilla que había plantado en sus corazones había crecido tan vigorosamente. Después de compartir con ellos su almuerzo, los vio partir con el corazón regocijado. A Raiffeisen le había gustado siempre dar largas caminatas y aquel día él y Karl aprovecharon la tarde para pasear por los bosques vecinos y a lo largo del río Sieg. La floresta, los prados perfumados en el tranquilo valle, el mugido de las vacas y el reflejo de la luz solar en las empinadas colinas bordeadas por el bosque, le hicieron una profunda impresión de paz y de felicidad. Originalmente había pensado permanecer un solo día en Hamm, pero luego decidió quedarse un día más con su madre. Al tercer día, el cumplimiento del deber le aguijoneaba a regresar a su trabajo, pero Karl le había sugerido que continuara su viaje hasta Siegen, donde vivía una hermana del nuevo pastor. Los ojos de Karl brillaban de picardía: “Ya es tiempo de que eches una mirada a las muchachas, o vas a permanecer siempre soltero en tu Weyerbusch?”. Con un gesto de duda Raiffeisen sacudió la cabeza: “Piensas que exista una mujer, dijo, que quiera seguir a un tipo tan desgarbado como yo, a Weyerbusch?”. “¿No será que mi consejo es ya innecesario?”, respondió Karl. La madre de Federico Guillermo trató de convencerlo de que tomara un carro para regresar a Weyerbusch. “Sería indigno de un alcalde llegar a pie”. Pero él repuso: “Durante todo el camino desde Rimbach


44

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

a Hamm pasé por muchos caseríos pertenecientes a mi distrito y nadie me reconoció. Además, la gente de Weyerbusch está ya acostumbrada a verme andar a pie”. En Hamm los amigos se separaron: “La próxima vez que vayas Rin abajo, no dejes de visitarme, aunque quizás tengas algo más importante que visitar”, dijo Karl guiñando el ojo. ¿Algo más importante que hacer... algo más importante? pensaba Raiffeisen cuando caminaba hacia Pracht. Miró una vez más hacia Hamm. Los primeros capullos de cerezos estaban floreciendo y brillaban sobre las casas grises; pero poco a poco se fueron perdiendo entre la niebla blanca, a medida que se iba alejando. Allí había recordado con regocijo los días felices de su niñez. Pero ahora se presentaba ante él su futuro, nuevas metas que conquistar, caminos desconocidos y gentes nuevas. Si al menos encontrara a alguien que quisiera acompañarlo en el camino de su vida... Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no vio a nadie a su regreso. El sol continuaba su ruta; los botones primaverales le sonreían al pasar, pero nada de esto llamaba su atención. Ni siquiera el canto de los pájaros llegaba a sus oídos. Cuando el sol se ocultó detrás de los bosques de Ucherat, Federico Guillermo cayó en la cuenta de que había llegado ya a los alrededores de Weyerbusch. En su interior había tomado una decisión trascendental.


El matrimonio del alcalde

45

El matrimonio del alcalde

Cuando se enciende la llama del amor.

A

l día siguiente de la visita a su madre, el cielo tenía un azul pálido y húmedo. Por primera vez Raiffeisen sintió preferencia por pasearse por los bosques de Fohren, detrás de Weyerbusch, más bien que sentarse en su fresca oficina de alcalde. Desde que se despertó había estado reflexionando sobre la decisión tomada en el camino de Hamm a casa. Sin embargo era demasiado responsable como para irse a pasear por su cuenta. El viaje a Hamm lo había tomado como una pequeña vacación, ya que desde que era secretario del distrito en Mayen, no había tenido un solo descanso. Cuando tocó a la casa del secretario para pedir la llave de la oficina, fue recibido con admiración. “¿Ya


46

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

está usted de regreso? ¿No hubo allí nada que lo retuviera por más tiempo?”. “Estuve unas pocas horas con mi madre ¿y qué otra cosa podría retenerme allí?”, respondió Raiffeisen con sorpresa. El empleado aclaró su pensamiento: “Bien pudiera ser que nuestro joven alcalde estuviera buscando novia”. Cuando estuvo solo, Raiffeisen sacudió la cabeza en forma pensativa. Varias veces alguien le había dicho precisamente lo que estaba pensando. Y ese día, desde que se despertó, su pensamiento había volado hacia una joven, pero ella no vivía en Hamm. En la oficina todo estaba como él lo había dejado. Ni un solo papel había sido tocado. Habían barrido el piso pero había polvo sobre la mesa. Las flores del pequeño florero se habían marchitado y precisamente en ese día Raiffeisen estaba suspirando por tener flores. Afuera, en el jardín, había narcisos; solo necesitaba salir y cortarlos. Cuando las doradas y brillantes flores estuvieron delante de él sobre la mesa, se sintió tan feliz que decidió sin más entregarse por completo a revisar las cuentas de algunas de las aldeas vecinas. Después de algún tiempo alguien golpeó a la puerta, y a la voz de “entre” se presentó en el umbral la hija del pastor, Lisbeth, llevando un ramillete de flores. Cuando su mirada se posó en la mesa, un tinte carmesí ruborizó sus mejillas y se sintió confusa: “Usted ya tiene flores, señor Raiffeisen, y precisamente yo le traía este ramillete. Perdone”. Todo lo entendió de inmediato. La hija del pastor estaba enamorada de él.


El matrimonio del alcalde

47

Raiffeisen sintió dificultad en concentrarse de nuevo en su trabajo. Las cuentas de la comuna de Gutenrat, las entradas por la tala de árboles, los peajes y los escasos impuestos, todo se le confundía con los proyectos de asistencia a los pobres, el arreglo del puente dañado y el presupuesto del mantenimiento de la escuela. Dejando el trabajo a un lado apoyó la cabeza en sus manos. Cuando cerró los ojos, no fue el rostro de la pequeña Lisbeth el que se presentó a su imaginación, sino el de una muchacha cuyo retrato llevaba en su corazón por más de dos años. El día anterior había comprendido que amaba a Emilia Storck de Remagen. Había conocido a la hija del farmaceuta cuando él formaba parte del círculo Euterpia. Los jóvenes acostumbraban reunirse y turnarse en las casas de cada uno y además hacían sus excursiones al campo y tenían sus fiestas. Cuando Emilia cumplió los 17 años, el boticario Storck ofreció una animada fiesta bailable. Raiffeisen, entonces modesto servidor del gobierno, había notado que la muchacha de ojos oscuros lo miraba con interés, pero él era todavía un muchacho campesino tímido, que se sentía incómodo entre la gente refinada de la ciudad. Su conversación no iba más allá de las cosas corrientes y ordinarias y a ninguno del grupo le pasó por la mente que los dos jóvenes se interesaban más de lo ordinario el uno por el otro. “Venga a vernos de nuevo, señor Raiffeisen”, le había dicho Emilia mientras se despedían. Raiffeisen había creído notar que esta invitación era algo más que un cumplido convencional y con el corazón un poco alterado le dio las gracias.


48

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Muy pronto, sin embargo, fue trasladado de Koblenz a Mayen, en el Eifel, como secretario ejecutivo del distrito; así, pues, la prometedora amistad se interrumpió. Se habían vuelto a ver una o dos veces más, ¿pero cómo podía un secretario ejecutivo de distrito, cuyo puesto era tan inseguro, hacer serias propuestas a una joven? Para los principios religiosos de Raiffeisen una aventura amorosa pasajera era cosa insólita. Todavía estaba viviendo en la casa del pastor, pero frecuentemente pensaba en la posibilidad de establecerse independientemente. Sin embargo no corría prisa, tanto más cuanto que había prometido dar parte de su sueldo para la construcción de la nueva escuela y estaba resuelto a continuar haciendo esto hasta que el edificio quedará completamente concluido. Pero ahora todo había cambiado. Debía esforzarse por establecer su propio hogar lo más pronto posible y el puesto de alcalde le daba ciertas bases para atreverse a fundar una familia. Interrumpiendo sus meditaciones, un mensajero vino a pedirle que fuera al edificio de la escuela. Dejó las cuentas a un lado: había dicho a los campesinos que los atendería por la tarde para arreglar un pleito de linderos; además, a la carretera de Birnbach a Weyerbusch se le debían plantar los árboles necesarios para llenar los vacíos causados por el verano anterior y una cabaña de un campesino tenía tales grietas en las paredes que debía ser evacuada. La familia se resistía con todas sus fuerzas a evacuar la casa y Raiffeisen se había mostrado más bien tímido en invocar la ley contra ellos. Quizás la cabaña averiada podría ser restaurada...


El matrimonio del alcalde

49

Una propuesta de matrimonio Así pasó el día. Al atardecer Raiffeisen fue a su cuarto inmediatamente después de cenar. La lámpara parpadeó un poco en el momento en que se sentaba en el escritorio y comenzaba a escribir: “Querida Señorita Storck: ¿Podría atreverme a esperar que Usted se acordara todavía de mí? Han pasado más de seis meses desde la última vez que le escribí estando en Mayen de Eifel y en este lapso de tiempo las cosas han cambiado mucho para mí. He sido nombrado alcalde de la Comuna de Weyerbusch y llevo ya más de dos meses en el Westerwad. El trabajo es intenso y dificultoso en esta tierra de los pobres. La miseria de estas gentes me duele profundamente y es poco lo que uno solo puede hacer por aliviarla. Es necesario buscar nuevos caminos para librarlos de las garras de la miseria y estoy haciendo todo el esfuerzo posible para encontrarlos, pero hasta la presente no he podido hallar la manera apropiada de remediar estos males. Aunque hay mucho que hacer y procuro cumplir a cabalidad con los deberes del nuevo cargo, con frecuencia me siento muy solo. Los alegres tiempos pasados con los amigos de Euterpia se han ido y ha empezado para mí una nueva etapa que yo considero decisiva. Aquí he encontrado una serie de problemas que sin duda me podrían servir para adquirir una mayor comprensión de las riquezas escondidas de la vida humana. Escribo a propósito podrían, porque me falta aún la firmeza de carácter y la convicción interna


50

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

y profunda que un hombre debe poseer. Con mucha frecuencia observo que lo que me hace falta es alguien con quien compartir los problemas”. Aunque hubo escrito lo anterior, Raiffeisen se detuvo. ¿No serán estas palabras un galanteo demasiado directo o un ataque demasiado repentino para determinar una decisión final de Emilia? Vaciló y estuvo a punto de suprimir la última parte de la carta. ¿No era acaso demasiado presumido lo que acababa de escribir? Pero vino en su ayuda esa energía característica suya cuando trataba de conquistar una meta bien definida. Tenía un fin bien determinado al escribirle a Emilia Storck y siendo una finalidad honesta, tenía que exponer claramente su pensamiento con diplomacia o en otra forma. Sonriente, se puso de nuevo a redactar. “Estoy pensando en establecer mi hogar en la casa de la alcaldía y ¿quién podría ser más calificada para aconsejarme, que una joven que sin duda frecuentemente habrá pensado en cómo querría tener su casa propia? En realidad un hombre poco sabe acerca de eso a no ser que los muebles deben ser cómodos, que los estantes deben estar limpios, que la mesa debe estar en medio del comedor y que debe cubrirse con comidas siempre saludables. Pero vaya dejarme de chanzas y a pedir a usted con toda seriedad si quiere ayudarme con su consejo a elegir los cuadros que se deben poner en una buena mansión, ya que hasta ahora he estado viviendo en pieza arrendada, pero quiero poner término a esta situación lo más pronto posible.


El matrimonio del alcalde

51

Mi carta ha resultado un poco larga, pero me atrevo a remitírsela en virtud de la estrecha amistad que nos ligó en el Círculo Euterpia y con esperanza de que esta amistad dure eternamente. Afectuosamente, Federico Guillermo Raiffeisen. Después de que hubo sellado y puesto la dirección de la carta, el escritor se paró en la ventana durante largo rato. Como siempre, las frases eran expresiones de su pensamiento. Durante unos instantes dudó si enviar la carta o romperla. Sin embargo, al final no quiso cambiarle ni una letra. Es necesario decirlo todo de una vez y sin rodeos. Vamos a ver qué pasa. A construir carreteras Con la resolución de no darle más vueltas al asunto, Raiffeisen se fue a su trabajo con nuevas fuerzas. Los senderos y caminos de su distrito necesitan una atención especial. La mayoría de las carreteras eran simples caminos llenos de barro y sin piso firme. Los campesinos simplemente llenaban los huecos con ramas de arbustos o con follaje de las papas arrancadas y al siguiente aguacero esos caminos se transformaban en horribles lodazales que solo por mucha necesidad se atrevía uno a recorrer. Estos caminos intransitables eran una de las razones por las cuales todo el intercambio de los productos agrícolas se paralizaba frecuentemente y también una de las causas de la decadencia de las escasas artesanías en tejidos, cerámicas, hechura de canastos y bordados. El alcalde cayó en la cuenta de que podía utilizar muy bien sus conocimientos sobre construcción de


52

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

carreteras, adquiridos durante su servicio en la escuela de artillería y en la de Inspectores. Buscó bloques de piedra abandonados, pedruscos dejados por antiguos ríos en muchos rincones del Westerwald y se dedicó al trabajo de reconstruir los caminos. No faltaban brazos para el trabajo, ¡pero había que pagarlos! “Quizás encuentre una mina de oro, señor alcalde”, le decían en son de burla algunos empleados del municipio. “Eso también resolverá el problema de financiar estas novedosas carreteras”. Raiffeisen comprendió que debía inspirar confianza si quería vencer las dificultades. El que espera que toda oposición desaparezca por sí sola, nunca logrará hacer nada. “Una vez que se realicen estas carreteras, ellas mismas se convertirán en minas de oro para sus distritos. Lo que ustedes cosechen o fabriquen en sus casas podrá ser llevado sin dificultad a los clientes y en esta forma el dinero fluirá”, fue la respuesta del joven alcalde. Era el más joven de todos los empleados del distrito y no podía esperar que sus ideas fueran aceptadas como si fueran de un señor mayor. Naturalmente, su entusiasmo por construir las carreteras chocó con muchos obstáculos. Cuando no había dinero, los trabajadores cesaban en su trabajo. Pero donde cualquier otro se hubiera desanimado, Raiffeisen siempre encontraba modo de salir adelante. Muchos debían impuestos a la comuna y les ofreció la posibilidad de pagarlos con trabajo. Según las leyes, las gentes tenían obligación de pagar algo por el uso de las tierras de pastoreo o por el derecho de sacar madera de los bosques pertenecientes a la Comuna. Estas


El matrimonio del alcalde

53

obligaciones habían caído en desuso, pero Raiffeisen exigió el pago en dinero o en trabajo. “No conquistará muchos amigos con este modo de proceder”, le decía el secretario de Weyerbusch, ya que él había tratado en vano de allegar estos ingresos. El alcalde respondía: “Convenceré a estas gentes con los resultados. Nadie se debe sentir indiferente cuando esto es una cuestión de bien común”. El bien común encontrará convencimiento por los resultados, ¡no pensar únicamente en sí mismos! Realmente el alcalde estaba agitando ideas nuevas en la gente de Weyerbusch. En esta forma Raiffeisen se libró de la melancolía del día sin recibir la carta de Emilia Storck. Aunque la imagen de la silenciosa niña del Rin, que con sus cabellos negros y el rostro demasiado pálido estaba siempre delante de él durante su trabajo, lejos de perturbarlo le daba nuevas fuerzas para ir hacia adelante. ...y llegó la ansiada respuesta La respuesta a su carta llegó en menos de una semana. Cuando abrió la carta sintió que su vida había llegado a un punto crucial. “Querido Señor Raiffeisen: Su carta ha sido una grande y agradable sorpresa para mí. Mientras yo lo imaginaba como secretario en un departamento gubernamental en Mayen, usted ha alcanzado un honroso puesto de alcalde. Pero siempre es así. Cuando un hombre se propone alcanzar algo grande y digno, al fin lo obtiene. Usted mismo es una


54

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

prueba irrefutable de esto. Cuando pienso en su futuro, estoy segura de que hará grandes cosas, desde que una empresa le parezca útil o digna. Pero, pasando a otra cosa, usted me pide le aconseje la forma de cimentar un hogar. Francamente, yo tengo poca experiencia en tales materias, aunque ciertamente tengo mis propias ideas sobre cómo un hogar podría ser agradable, cómo proporcionar paz y comodidad a un hombre ocupado en remediar las necesidades de un mundo vacío, a fin de que recupere las energías perdidas. Pero aunque todo esto encuentre su aprobación, aún quedan cosas por dilucidar. Consulté el asunto con mis padres y ellos me dijeron que lo mejor era que usted viniera Rin abajo a fin de resolver los asuntos de palabra y no a través de largas epístolas. Por supuesto, usted será muy bienvenido aquí. Escriba qué día quiere venir. Será muy placentero para nosotros hospedarlo en nuestra casa. Atentamente, Emilia Storck”. La carta escrita con una delicada caligrafía, terminaba con saludos cordiales de toda la familia. Federico Guillermo no sabía cómo acallar la alegría que reventaba en su corazón. De toda la carta solo recordaba algunas palabras luego de haberla leído por primera vez: “Será muy placentero para nosotros hospedarlo”. Esto solo decía todo cuanto podía desear. ¿Pero Emilia había entendido exactamente lo que esto significaba? Se sentó a escribir una segunda carta. Será mejor dejar pasar uno o dos días para guardar las apariencias... Esta vez, sin embargo, había algo más que arriesgar. Si Emilia realmente lo quería, como ahora


El matrimonio del alcalde

55

se atrevía a presumir, no deseaba esperar un solo momento para obtener una respuesta decisiva. Lo más pronto posible debía anunciar su viaje para el próximo sábado. Si podía coger el coche-correo más rápido hacia el mediodía, camino de Linz a través del Neustadt y del Westerwald, podía esperar razonablemente estar al caer de la tarde en Remagen. En esos momentos, cualquier instante cerca de su querida Emilia le parecía de un valor incomparable. Su alegría fue patente a los ojos de la familia del pastor y durante el curso de la conversación dejó entender que viajaría Rin abajo, pero regresaría el domingo en la noche. “Qué irresistibles son los llamados de las viejas amistades” dijo el pastor. “Nuestro interés por servirle no ha podido retener por mucho tiempo su sangre joven”. Federico Guillermo terminó una semana de duro trabajo en favor de la Comuna. A donde quiera que iba llevaba consigo la carta de Emilia como un talismán del cual no quería apartarse. Mientras estaba entregado a su trabajo pudo constatar cuánto más poderosa es la fuerza del amor que cualquier otra actividad nacida solamente de fríos razonamientos. El viaje de Raiffeisen a Altenkirchen será más un vuelo que un viaje en coche. Solamente tres meses antes había recorrido ese camino penosamente entre la nieve espesa, a través de lugares cuyos nombres conocía, pero en los cuales nunca había estado y con los cuales no tenía conexión alguna, fuera de estar señalados en la patente de alcalde que llevaba en su bolsillo. Qué cambios tan profundos habían dejado esos tres


56

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

meses. En esos instantes podía mirar con seguridad el porvenir de su vida, porque no solamente iba camino de encontrar hogar, sino su reina, su esposa. El coche pasó raudo a través de las calles de Flammersfeld y de Neustadt rumbo al Rin. Cuando Raiffeisen entró en Remagen, el sol de la tarde se miraba en las aguas del río. Tomó un cuarto en una posada y más tarde se dirigió a la casa del farmaceuta, en donde su llegada había sido anunciada con anticipación y donde fue recibido con el júbilo anunciado en la carta. “Bienvenido, querido amigo”, fue el saludo del farmaceuta. “¿A dónde irá a parar usted si tan pronto ha alcanzado posición tan elevada?”. Emilia estaba tan turbada como Federico. No era lo mismo estar allí solos y con un propósito definido, que estar entre un grupo de alegres y despreocupados amigos. “¿Conque usted ha venido para formar un hogar en Weyerbusch?” dijo el señor Storck yendo directamente al asunto. “Emilia, déjanos leer de nuevo la carta”. Raiffeisen asintió alegremente y comenzó a divagar pensando en su vida de alcalde de Weyerbusch. “¿Pero esa casa estará acondicionada como para toda una familia?”, preguntó la madre de Emilia. “Fue edificada hace tres años para ser residencia y oficina y está a disposición del alcalde de turno en Weyerbusch”. “¿Y ahora usted pretende arreglarla y luego vivir en ella completamente solo?”, preguntó el farmaceuta con cierta brusquedad mezclada de duda. Observando el sonrojo de su hija, la esposa comprendió que su intuición maternal no la había engañado. En tono de reproche dijo a su marido: “¿Para qué hacer preguntas tan indiscretas?”.


El matrimonio del alcalde

57

“No pienso vivir solo indefinidamente”, contestó Raiffeisen. “Pero es indispensable arreglar la casa antes de vivir en ella”. Estaba a punto de tomar la mano de Emilia, pero se detuvo por no juzgar prudente declararse tan de repente. Gradualmente la conversación se fue haciendo más fácil. Estuvieron de acuerdo en que era mejor mandar a hacer los muebles en una buena carpintería de Altenkirchen. Mientras tanto podían hacer averiguaciones sobre el taller de un carpintero en Remagen y por la mañana Emilia podía llevarlo allí; a medio día, Raiffeisen debía emprender el viaje de regreso a Weyerbusch, para estar el lunes por la mañana en su puesto. Entrada la noche, la conversación se hizo más íntima, estimulada por una buena botella de vino del Rin. Cuando Raiffeisen se despidió estaba seguro de que nunca se arrepentiría de su decisión, naturalmente si sus esfuerzos concluían exitosamente. El domingo temprano esperó a Emilia afuera de la casa de su padre. Con un viejo carpintero recomendado por el padre de Emilia, Raiffeisen hizo un contrato para que le hiciera algunos muebles para más tarde, una vez que consiguiera el equipo esencial. Los dos jóvenes no quisieron tomar el camino más corto para regresar a su casa. Mientras caminaban a lo largo del paseo que bordea el Rin, Federico le sugirió que bien podían dar una vuelta por la ciudad. Emilia asintió con un monosílabo y emprendieron un largo camino... La discusión sobre los muebles se terminó. Aún lo maravilloso del tiempo de mayo, la hermosura de la ciudad matizada de flores y la descripción de la


58

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

vida en Weyerbusch, no dieron tema de conversación sino para poco tiempo. Después de un corto silencio Raiffeisen preguntó: “¿Sabe usted, señorita Storck, cuál es el objeto de mi viaje?”. Emilia bien lo sabía y asintió con un lento movimiento de cabeza. “He venido por usted Emilia. Durante tres años la he querido, desde la fiesta aquella cuando cumplió 17 años”. “Lo adiviné desde entonces, Federico Guillermo”, dijo ella con una sonrisa. En esa mañana de mayo no estaban solos y por ello sus mutuos sentimientos se demostraron únicamente por un apretón de manos. Naturalmente este corto paseo no era suficiente para decirse todo lo que tenían que decirse. Los dos amantes emprendieron el regreso. “Tú querrás unos muebles bien sencillos, Federico Guillermo. En nogal los podemos conseguir bien sólidos. Además, es poco lo que tendremos que guardar en la cocina”. “Estás en lo cierto”, afirmó Raiffeisen. “Después de todo será tu casa y por tanto tú decides”. “Creo que para el otoño nos podemos casar, ¿no te parece?”. Cartas comenzaron a volar desde el Westerwald a Remagen. Aún quedaba bastante por resolver sobre los muebles que se fabricaban en Altenkirchen y Raiffeisen quería que la última palabra al respecto la dijera Emilia, que iba a ser la reina del hogar. Por ese tiempo recobró su antigua manera de ser alegre y jocoso. En una de sus cartas escribía: “Los gallos no cantan ahora, ni las cabras retozan, como lo hacíamos nosotros en nuestros días juveniles. Pero siento ahora tanta alegría que, si no fuera alcalde, me


El matrimonio del alcalde

59

pondría a cacarear cada rato. Pero cuando estoy fuera de la Comuna, me olvido de esto y vuelvo a ser el viejo Miles de los días aquellos de Euterpia”. Miles era su nombre en el centro, en el cual todos tenían su apodo. Cuando llegaron los muebles a Weyerbusch a mediados de junio, pudo imaginarse a Emilia y a él viviendo juntos. Aún necesitaba conseguir muchas cosas. Pero lo más urgente era asegurar la esposa que aún no había llegado a ser mayor de edad. Raiffeisen había pedido a Emilia que informara a sus padres sobre la causa de su visita, pero ella le respondió que no era necesario; ya había contado todo a sus padres. Fue recibido con las mismas muestras de amistad por la familia de los Storck, pero esta vez con cierta ceremonia. Raiffeisen vestido de negro no se sentía muy a gusto. ¿Qué pensaría su madre campesina si lo viera así? Pensó en sus palabras de despedida, cuando le decía que todo un alcalde debía llegar en carruaje a Weyerbusch. Indudablemente ella aprobaría su decisión ofreciendo un ramillete de flores a la señorita de la casa. Rápidamente, dejando de lado más salutaciones, el pretendiente dijo: “Y ahora pido la mano de su hija Emilia”. El farmaceuta puso un rostro adusto. “Si solo fuera la mano. Pero entregar a nuestra Emilia a un hombre campesino y extraño... ¡Ciertamente usted no es muy modesto en sus pretensiones, señor Raiffeisen!”. Pero su esposa sonrió con tono tranquilizador: “Una hija nunca se debe casar con un extraño a la familia; aunque más bien es el esposo quien debe buscar esposa dentro de los de su parentela”.


60

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Por fin los padres de Emilia dieron su bendición a los novios. Al almuerzo se hizo evidente que había sido preparada una fiesta de compromiso. Era un día verdaderamente feliz para todos y el futuro parecía sonreírles. El farmaceuta Storck había averiguado con un alto funcionario de la administración real en Koblenz, que el alcalde Raiffeisen era señalado como un funcionario de mucho porvenir. Se convino en que los Storck harían una visita a Weyerbusch para ver a qué clase de lugar en el Westerwald iba a habitar su hija. Feliz y contento, el novio hizo el viaje de regreso a Weyerbusch. Estaba ya techada la escuela, pero si estuviera también terminada por dentro... No estaría lista para utilizarla antes del otoño. Esta era la primera obra que Raiffeisen pensaba mostrar a sus suegros. A despecho de sus ocupaciones personales, Raiffeisen continuaba extendiendo el radio de acción de sus actividades oficiales. Desde que se instaló en su propia casa, muchas veces se levantaba a las 5 de la mañana a comenzar su trabajo. El 24 de junio, antes de empezar su trabajo, Raiffeisen escribió a su novia: “Weyerbusch, junio 24, 5 a.m. Mi querida y adorada Emilia: Tú, mi querida novia, estarás aún envuelta en las cobijas, cubriéndote bien las orejas ya que el frío es intenso, mientras yo estoy ya sentado en mi despacho escribiendo, fumando y tomando agua. De este modo comienzan siempre mis días de trabajo. Lo primero, mis oraciones a Dios; luego mis pensamientos vuelan hacia ti, mi mayor tesoro sobre la tierra, y traen tal paz


El matrimonio del alcalde

61

y alegría a mi alma que parezco casi ver al Señor en el cielo. Él está con nosotros, nos bendice y nos protegerá siempre. Él deberá ser el primero y el último en nuestros pensamientos y en todo lo que hagamos; de esta manera todo irá bien indudablemente. Estos últimos días, estando tú presente en mi imaginación como consejera y estimulante, he pensado cuántas cosas buenas pueden salir de un espíritu satisfecho. Una prueba de ello, entre muchas que podrían contarse, es ésta: ha sido posible apuntalar y reforzar la casa del campesino Berghoff, de modo que su familia ya no tiene necesidad de abandonar su pobre pero muy querida casita. El pastor Becker le ha dado alojamiento a una huérfana de 7 años, una flaca y asustadiza muchacha, cuando yo le conté la vida tan dura que llevaba. La pequeña Úrsula no conoció a su padre; su madre era sirvienta y murió en circunstancias muy sospechosas. Desde entonces la muchacha pasó de casa en casa y de pueblo en pueblo. Actualmente nadie le quería dar la mano ni mostrarle cariño. Ahora encontró ya un hogar. La escuela comienza ya a verse muy hermosa; es un salón limpio, higiénico, que no solamente facilitará el aprendizaje a los niños, sino que les enseñará a llevar el sol a sus casas. Ya ves, mi querida novia, cómo tu presencia brilla en todas mis actividades. Estoy apenas empezando a trabajar y aún queda mucho por hacer. Pero cuanto estés a mi lado, tendré mucho más coraje para enfrentarme a tantos males como padece esta gente y de los cuales el principal es esa pobreza tan dura e insoportable.


62

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

¿Cuándo piensas tú y tus padres pagarme la visita? No lo demoren mucho. Te deseo toda suerte de felicidades”. Visita de la familia Storck Tres semanas más tarde la familia Storck contemplaba por primera vez a Weyerbusch. El tiempo estaba malo aquel verano. Después de varios días de lluvia, el frío era tan intenso como en marzo o abril, y aún en junio todavía caían copos de nieve durante la lluvia. Los sembrados de papas comenzaban a podrirse antes de que maduraran y los agricultores estaban temerosos por el centeno y la cebada porque no habían podido florecer bien. Pero en ese domingo en particular un sol de lluvia brillaba sobre el Westerwald. El sábado anterior, la familia Storck había atravesado rápidamente Altenkirchen y ahora, al comenzar la mañana, una llovizna fina caía sobre las colinas de los alrededores de Birnbach. Cuando los viajeros dejaron atrás la llovizna que se desvanecía lentamente, apareció de repente ante ellos Weyerbusch bañada por la luz del sol. Con el corazón palpitándole fuertemente, Emilia pensó en la casa del alcalde, aunque no le era posible verla aún, ya que estaba ubicada en la parte norte de la aldea y ellos entraban precisamente por la parte opuesta. “Una isla de paz”, murmuró el farmaceuta, pasando su mano por sus cabellos grises. Pero la madre miraba cuidadosamente otros detalles. Vio las praderas llenas de barro, los fresnos a lo largo del camino, los cerezos aún verdes y no perdió detalle de


El matrimonio del alcalde

63

esas caras pálidas de las gentes en las que se reflejaba una pobreza hiriente y que miraban con curiosidad a los viajeros. Al principio, después de saludar en la casa del alcalde, la madre de Emilia guardó silencio. Solamente habló cuando vino la buena gente de la familia del pastor. La esposa del maestro estuvo muy apenada cuando tuvo que recibir en la destartalada escuela a huéspedes tan aristocráticos. Era una mujer callada, que vivía solamente para su marido y sus cinco hijos y conocía poco de la vida fuera del círculo de su familia. Pero su corazón se enternecía cuando los niños tenían que ir a la escuela empapados y era como una madre para todos los infelices niños de Weyerbusch. “Puedes relacionarte con tal mujer cuando vengas a Weyerbusch”, dijo más tarde la señora Storck a su hija. “En corazones como el de ésta, es donde late el verdadero corazón del pueblo”. Emilia era aún niña inexperta para entender lo que su madre quería significarle con estas palabras. En Remagen había aprobado gustosa lo que Raiffeisen hacía. Pero ahora por primera vez comprobaba que la felicidad tiene su contraprestación: la responsabilidad. Dejó a Weyerbusch agitada por sentimientos muy distintos a aquellos que tenía al llegar, y las tímidas y secretas lágrimas que derramó no fueron tanto por la separación de su amado cuanto por un desconocido temor por su descuidada y demasiado protegida juventud que ensombrecía su pasado... El novio acompañó a su novia y a sus padres hasta Altenkirchen, en donde les tenía listo el alojamiento


64

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

para pasar la noche. Luego, en el coche correo que salía por la mañana pudieron regresar de nuevo a Rinelandia. “La próxima vez que vengas, serás mi esposa”, le murmuró Raiffeisen a Emilia cuando estuvieron solos por un momento al tiempo de la despedida. El regreso durante la noche por aquellos caminos solitarios puso término a un día lleno de emociones con un final pletórico de calma y silencio. No todos los pensamientos del alcalde durante las semanas siguientes fueron para su novia. En el verano de 1845 se perdieron las cosechas. El centeno se pudrió en los cenagosos campos y la avena apenas creció a la altura de la rodilla; las papas no engrosaron más del tamaño de una nuez. El alcalde envió informes de todo esto al Landrat y a la administración de Koblenz, añadiendo que el pueblo no sabía cómo se las iría a arreglar durante el invierno. Solicitaba que se trajeran granos de otros distritos con mejores cosechas y se almacenaran. Sus indicaciones fueron leídas, pero el único comentario fue el que las cosechas eran malas en todos partes y que cada distrito tendría que arreglárselas solo, respuesta que no era ni negativa ni afirmativa a su sugerencia. Raiffeisen advirtió al secretario del distrito que se debía tener mucho cuidado al trillar y que ni una espiga se podría dedicar a alimentar animales. En los rastrojos había que sembrar alforfón y otros pastos. Los sábados el trabajo de Raiffeisen era escribir a su novia largas cartas. Una vez en el mes de agosto escribió: “Había ordenado un costoso presente para ti. Un reloj de oro con su cadena; pero como una cosa de


El matrimonio del alcalde

65

éstas parece un lujo superfluo y como advertí durante tu visita que no estás muy interesada por él, he cancelado la orden y he ordenado un regalo más útil. En qué consiste permanecerá en secreto, pero el dinero que he pagado por él equivale a lo necesario para comprar un par de botas de invierno para el niñito de Antjes Weikel para cuando estuviera fuera de su casa y de su hogar. El zapatero me prometió guardar el secreto hasta tanto le llegue el dinero”. Mientras tanto el edificio de la escuela estuvo por fin casi concluido. Desde que le pusieron el techo, aún aquellos más incrédulos del pueblo, que al comienzo habían dudado, vinieron a ofrecerle sus ahorros y su día de trabajo para colaborar con el esfuerzo comunitario. El municipio pagaba o proporcionaba el alimento, pero los hombres traían las herramientas y los materiales. Al final, cuando la gran obra estuvo completa, todos sintieron que tenían una parte en ella. A fines de agosto se le dieron los últimos toques al edificio y durante varias semanas todo el pueblo estuvo preparándose para la inauguración. Pero el alcalde Raiffeisen siempre fue al centro de todos estos eventos. Su novia Emilia, que para entonces había desplegado toda su actividad, tuvo noticia detallada de la inauguración por carta fechada el 5 de septiembre de 1845. La inauguración de la escuela “Toda la semana pasada estuve ocupado en la preparación de las actividades que tuvieron lugar ayer: nuestra nueva escuela fue inaugurada. Todo salió ma-


66

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

ravillosamente y para mí fue una recompensa y uno de los días más felices de mi vida. Invité al Landrat y a otras personalidades de la comuna y se hicieron presentes todos. A las 4 en punto todo estaba listo. Había ordenado una enorme y hermosa corona bien brillante y yo mismo ayudé a decorarla. La banda de música encabezaba el desfile, que se inició en la vieja escuela ubicada en el otro extremo del pueblo. Detrás de la banda venían los carpinteros y albañiles. Enseguida veníamos el pastor y yo, mi asistente y cuatro concejeros municipales. Detrás venía la corona decorada, llevada por unas niñas de la escuela. Luego venían los profesores, las señoras de los concejales municipales y los niños y niñas de la escuela. En total el desfile constaba de 170 personas de dos en dos. Cuando todo estuvo listo, el desfile comenzó a moverse hacia la nueva escuela, seguido por varios cientos de personas de los lugares vecinos. Al frente de la escuela se detuvieron los niños cantando mi canción favorita: Ahora demos todos gracias a Dios, con acompañamiento de música. En seguida el pastor pronunció un discurso en el cual me daba las gracias. En respuesta a este discurso indiqué que debíamos agradecerle al Landrat, al secretario del municipio y a los miembros del comité, quienes habían trabajado con gran interés. Ahora el edificio se levanta airoso frente de nosotros y estuve tan impresionado, tan conmovido que apenas pude pronunciar unas pocas palabras. En ese momento me acordaba de ti, mi querida Emilia, y me sentía uno de los hombres más felices de la tierra.


El matrimonio del alcalde

67

Cuando hube pronunciado mi discurso, una de las niñas de la escuela se puso en frente y recitó un pequeño poema en el que daba las gracias en nombre de todos los niños y en el que me prometía que trabajarían seriamente en la nueva escuela; luego pusieron guirnaldas alrededor de los carpinteros. El Landrat, el pastor y yo mismo y todos los carpinteros y albañiles, teníamos insignias pegadas a los sacos. Yo también recibí un enorme manojo de rosas de tal manera que parecía un novio. Por último los carpinteros fijaron la corona en la fachada de la nueva escuela. La última parte del festival fue muy curiosa: la banda iba adelante tocando fuertemente y a los acordes de una marcha se formó un nuevo desfile. La banda se detuvo a la puerta de mi casa hasta que todos los huéspedes entraron y luego los músicos y los artesanos se fueron a bailar a la taberna del Obispo. Mis huéspedes se quedaron hasta las nueve p.m. Todos estuvieron muy contentos y mis reservas de vino se agotaron. Feliz y dichoso como un rey me fui a la cama a eso de las 10”. El día del compromiso acordaron que el matrimonio de Raiffeisen con Emilia Storck tendría lugar cuando Emilia cumpliera los 19 años. El 22 de septiembre Raiffeisen paseó por última vez con su novia por Remagen y el 23 de septiembre de 1845 unieron sus corazones para siempre.


En las garras del usurero

69

En las garras del usurero

Su vida estuvo signada por resolver problemas de hondo calado.

U

no o dos días después de la boda, alguien golpeó tímidamente a la puerta del alcalde. Raiffeisen estaba a punto de irse a ver cómo se reparaba un camino descuidado y, algo malhumorado, fue a atender. El rostro de la pobreza En la puerta estaba una joven campesina de no más de 30 años de edad, pero con una apariencia tan pobre y desagradable que cualquiera le pondría 40 años o más. El pañolón que le cubría la cabeza estaba sucio y roto y la pesada saya de lana, hecha probablemente por ella misma, era de un color indefinible, entre oscuro y gris.


70

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“¿Qué puedo hacer por usted?”, le preguntó en tono amistoso. “Entre, buena mujer”, y le acercó una silla. Sentada en frente de él, su visitante comenzó a hablar de una manera lenta y confusa. “Usted me debe conocer, señor alcalde. Soy Amalia Penkhoff de Oderath, en el Alto Westerwald, cerca de Sieg. Mi marido trató de detenerme, diciéndome que era inusitado molestarlo a usted con nuestros problemas, pero yo resolví venir”. ¿Penkhoff? Raiffeisen pensó durante un momento. ¿Había encontrado ese nombre en alguna parte recientemente? Y ciertamente lo recordó. Una venta obligada. Todos los negocios concernientes a la oficina del distrito habían sido diligenciados por el Landratsamt en Altenkirchen. Habiendo encontrado el documento especial entre los papeles que le habían llegado en la semana anterior, lo puso encima de la mesa, pero antes de comenzar a leerlo le preguntó: “¿Usted es la esposa de Miguel Penkhoff de la tarjeta número 28 en Odenrath?”. La mujer asintió, observando que Raiffeisen leía sus pensamientos en la cara. “Entonces, ¿conoce todo nuestro problema?”. Sus ojos se llenaron de lágrimas y apretó sus manos. “Ayúdenos, señor alcalde, tenemos 5 niños. ¡Qué nos va a suceder si nos echan de nuestra casa y nos dejan sin hogar!”. Raiffeisen se levantó de su silla en silencio y dio varios pasos de un lado a otro. Entendió inmediatamente que en este caso él no podía prestar ninguna ayuda. La finca estaba embargada y los documentos de embargo


En las garras del usurero

71

reposaban ya seguramente en las manos del usurero; el Tribunal remataría la propiedad al mejor postor... y en esa forma concluiría un nuevo acto legal contra unos pobres miserables. Él no podía decirle todo esto a una madre desesperada, pero sentándose de nuevo le preguntó: “¿Cómo ha sucedido esto? Cuénteme, señora Penkhoff ”. De cómo se aprovechan de la necesidad Presintiendo una luz de esperanza en estas palabras la mujer se enjugó las lágrimas y dijo: “Todo comenzó hace 10 años, poco después de nuestra boda. Para poder quedarse con la finca, Miguel, mi marido, tenía que comprar la parte de herencia que correspondía a sus tres hermanas. Pero como no tenía dinero y no quería caer en las manos del usurero, les hipotecó tres de las mejores parcelas. Las hermanas convinieron en ello. Si tuviesen necesidad del dinero antes de que Miguel estuviera en capacidad de pagárselo, podían vender la hipoteca. Solamente tres de las vacas de la finca eran nuestras, pero también teníamos bastantes ovejas y mi marido puso un telar. También planeó ir a trabajar a la carretera que se estaba construyendo en el valle del Sieg, durante los períodos en que no tuviera trabajo. Si trabajábamos fuertemente nos libraríamos de la deuda y podríamos recuperar las parcelas hipotecadas que necesitábamos para nuestras vacas. Pero al año siguiente una de las hermanas se casó y se quejaba de que no le entregaban su parte de herencia, aun cuando ella no quería poner problemas


72

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

a su hermano. Todo esto llegó a oídos del negociante en ganado Bimbaum. Este se fue a donde mi cuñada y la persuadió de que le vendiera la hipoteca por dinero contante si las otras hermanas hacían también lo mismo. Tenía algún dinero disponible y podía dárselo en cualquier momento, ya que Penkhoff podría devolvérselo tan pronto como le fuera posible. Parecía una buena sugerencia que dejaría a todos satisfechos. La hermana puso una condición: Usted debe prometerme que no sacará a subasta los campos, mi hermano los necesita y yo no quiero hacerle ningún mal. Bimbaum sonrió: ‘Una idea tal nunca se me había ocurrido. Necesito justamente ver algo por mi dinero. Su hermano podrá fácilmente pagarme los intereses justos’. Las tres hermanas gustosamente aceptaron transferir las hipotecas y se alegraron mucho de haber podido asegurar su parte de herencia sin hacer ningún mal a su hermano”. Hasta entonces la mujer había hablado en un tono tranquilo aunque sus labios se sacudían de cuando en cuando. En este momento, sin embargo, se detuvo y dio rienda suelta a sus lágrimas. Raiffeisen no la quiso apurar sino que esperó hasta que ella pudiera continuar. Mientras tanto tomó algunos apuntes concernientes a la promesa del negociante. La mujer continuó diciendo: “Poco tiempo después el negociante nos llamó para sugerimos que le compráramos un animal. Nosotros queríamos tener más ganado en el establo, pues en esa forma hubiera sido mejor nuestra situación y habiendo más estiércol podíamos abonar mejor los campos.


En las garras del usurero

73

Miguel, mi marido, dudó de poder aceptar la propuesta y ciertamente no cayó en la cuenta de que esto tuviera relación con la venta de las tierras embargadas. ‘No tengo dinero para comprar más ganado, dijo finalmente, y por tanto es necesario esperar mejores tiempos’. El negociante sonrió. ‘Pero si usted no necesita pagar al contado ni un centavo, yo pondré una vaca a su cuenta y usted la pagará después de un año cuando venda la cría y la leche’. Ni con tal propuesta quiso Miguel aceptar. Entonces el vendedor exhibió el documento de hipoteca diciendo con sorna: ‘Ustedes deben ser buenos conmigo. Acepten mi sugerencia y así la hipoteca quedará quieta. Inclusive yo puedo comprarles de nuevo la vaca dentro de un año si ustedes me hacen una buena oferta. En esta forma Miguel permitió que el negociante Bimbaum pusiera una vaca en su cuenta; el precio fue alto: 47 talers; sin embargo, haciendo cuenta de los intereses que había que pagar y de la venta de la leche y de la cría, quizás se vería justificado. De todas maneras Miguel tenía que comprar la vaca o de lo contrario el asunto hubiera sido peor”. En este momento el relato de la mujer fue interrumpido por unos golpes a la puerta y la señora del alcalde entró. “Como te demorabas en ir a ver el camino en construcción, te he cocinado algo”. Luego mirando hacia la mujer presintió que algo se estaba tratando que no podía decirse en público. “Te guardaré la comida caliente”, dijo disculpándose y salió. La señora Penkhoff sonrió con amargura: “He gastado demasiado tiempo en contarle mis problemas y puedo esperar a que usted coma, señor alcalde”. Rai-


74

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

ffeisen movió negativamente la cabeza. “Espero conocer todos los detalles, señora Penkhoff. Lo peor que puede suceder es que se enfríe la comida. No tengo nada urgente”. “No tuvimos ninguna suerte con la vaca. El ternero murió al año siguiente y la vaca se secó y no dio ni una gota más de leche. Tampoco dio más crías. Una vaca así debe ser vendida, de lo contrario se le pierde dinero. Después de muchos dimes y diretes el negociante Bimbaum aceptó tomar de nuevo la vaca, pero solo ofreció 20 talers y dijo que solamente convendría en pagarla si nos comprometíamos a comprarle dos vacas más a 49 talers cada una. Además, se reservaba el derecho de escoger los animales. Ante la resistencia de Miguel, puso resistencia, el negociante le dijo con ironía: ‘Tiene que confiar en mí’ y le pasó por las narices la hipoteca”. Raiffeisen hizo un rápido resumen de todo lo que la mujer le había contado. La deuda total, por la primera vaca, era de 37 talers; además debían la suma de 98 talers de las otras dos vacas. Con las tres hipotecas de 70 talers cada una se llegaba a la suma de 335 talers, sin contar los intereses. La rata de interés nunca había sido fijada por el vendedor, pero sin duda ninguna no era inferior al 20% anual. La mujer inclinó su cabeza y continuó la narración: “Después del segundo año habíamos logrado ahorrar 50 talers con gran dificultad. Miguel cogió este dinero y se fue al negociante y le pidió que le recibiera las dos últimas vacas; él gustosamente pagaría el interés de los 90 talers que ellas valían, y los 50 ta1ers eran para pagar la primera vaca y los intereses.


En las garras del usurero

75

Bimbaum se puso tan furioso que estuvo a punto de sacar a patadas a Miguel de su casa. ‘Yo doy aquí las órdenes, no usted, infeliz campesino, le gritó. ¿Y qué es lo que viene a traer? Esto es escasamente el interés de todo lo que usted me debe. Ahora vaya y vea si puede vender las vacas en otra parte’. Pero Miguel no podía hacerlo porque nadie se atrevía a comprarlas para no caer en desgracia con el negociante. De esta manera Bimbaum puso todo a su favor y exigió el pago de todo su dinero. Al final recibió una vaca a mitad de precio por los intereses que le adeudábamos, y por los 50 talers que Miguel le había pagado aceptó darle otra vaca que en realidad solo valía 20 talers. Tuvimos mala suerte de nuevo en el cuarto año, porque la enfermedad se presentó en los rebaños y perdimos cuatro vacas. Por miedo de que estuvieran apestadas no nos atrevimos a comérnoslas; tuvimos que enterrarlas y aun los cueros fueron útiles únicamente para hacer zapatos. Bimbaum no se mosqueó un ápice, sino que nos colocó tres vacas más en la cuenta de crédito, fijando él mismo el precio. Poco a poco perdimos la cuenta de cuánto le debíamos. Cuando nosotros nos las arreglábamos para ahorrar algún dinero y se lo llevábamos, sacaba un grueso libro y escribía en él diciendo que esto cubría únicamente los intereses que le debíamos, pero que lo recibía como un abono a la deuda”. La mujer dejó de hablar. Mirando inexpresivamente hacia el espacio, pareció que no podía continuar. Años y años se mezclaban en su memoria y no podía recordar algo más. Todo esto lo entendió Raiffeisen.


76

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“¿A cuánto asciende la deuda ahora?”, le preguntó con una voz que sacó a la mujer de su ensimismamiento. “Estamos debiéndole l.350 talers. En el tribunal hay toda una documentación sobre cómo se ha generado esta deuda. El negociante dice que él ha llevado cuenta exacta y correcta de todas las transacciones”. Raiffeisen apoyó la cabeza en sus manos. Su corazón se encontraba perturbado y conservó su boca firmemente cerrada de tal manera que no pronunció palabra. Olvidando a la mujer, se levantó y fue hacia la ventana. Era otoño y las hayas estaban floreciendo detrás de Weyerbusch. Una suave llovizna caía sobre los campos y aquí y allí se levantaban columnas de humo de los fogones en donde se asaban papas. Una manzana cayó delante de la ventana. De repente la tranquilidad se tornó insufrible para Raiffeisen. Se volvió para mirar si la mujer también se había puesto de pie. “¿Nos podría ayudar?”. dijo ella con una sonrisa fría. “De todos modos le agradezco que me haya escuchado, señor alcalde”. Raiffeisen se adelantó un poco hacia ella. “¿Tiene usted algo escrito? Quizás aquello de la hipoteca de las hermanas no ha sido todavía tenido en cuenta”. La señora Penkhoff movió la cabeza negativamente. “Entre nosotros una palabra vale tanto como una escritura. Hubiéramos querido pagar la hipoteca y transferir la deuda a la casa, pero no hay nadie en todo el distrito que nos pueda prestar dinero. Mi marido trabaja duramente y muchas veces no tiene dinero ni para los tabacos”. “¿De modo que ustedes, de hecho, han estado trabajando durante 10 años para Bimbaum?”. “¿Me puedo ir ya?”, dijo la mujer suavemente.


En las garras del usurero

77

Con un repentino impulso el alcalde exclamó: “Iré con usted, señora Penkhoff ’”. Le dijo a Emilia que no sabía cuándo regresaría, ya que se iba con la señora Penkhoff a Odenrath para poner en claro los aciertos y los desaciertos del juicio. Emilia bajó las escaleras. “Pero debe comer alguna cosa antes de irse, Federico Guillermo, y la señora Penkhoff ha tenido que hacer un largo camino. Les tengo comida lista para los dos”. La mujer estaba silenciosa cuando se sentó a la mesa en el recién amoblado comedor. Al principio no pasó bocado, pero luego se fue animando a comer. Lentamente fue recuperando el ánimo. Odenrath era un pequeño lugar ubicado en el distrito de Hilgenroth y en hora y media los dos viajeros llegaron al término de su jornada. Raiffeisen le preguntó por los niños. La mujer sonrió con gratitud. “Amalia, la mayor, tiene casi nueve años, y la menor tiene cuatro meses. Los niños no saben nada de todo esto y todavía tenemos algo para comer”. Cuando dejaron atrás a Hilgenroth y salieron a Foehrenwald, el campo hacia el sur se presentó delante de ellos radiante de belleza. Los estrechos valles aparecían bañados por una neblina azulosa y las hayas y los nogales brillaban con tonos rojos y dorados. Ningún ruido proveniente de los poblados distantes se escuchaba. Por allí cerca, un campesino araba y su arado de madera se hundía profundamente en la negra tierra. Oteando a su alrededor, el corazón de Raiffeisen se le apretó. ¿Quién será el que despoja estos campos de la paz que Dios les ha dado? ¿Quién es el que tortura los corazones causándoles dolores y penas? ¿Quién es el que inunda toda la creación en un mar de lágrimas


78

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

y miseria? Siempre el hombre... su hermano de raza y su peor enemigo. En la casa de los Penkhoff no se estaba trabajando. El cuarto niño estaba llorando en el prado en frente de la casa y cuando los vio llegar corrió lleno de gozo hacia su madre. Pero al campesino le encontraron sentado en el cuarto dormitorio, con su cabeza hundida entre sus manos. Una y otra vez, mecía la cuna con sus pies cuando el más pequeño empezaba a llorar. Solamente cuando Raiffeisen entró, levantó la cabeza con una sonrisa forzada. “Lo conozco. Yo estuve en la inauguración de la escuela de Weyerbusch. Le conté a mi esposa todo lo que había hecho y ella no pudo esperar. Se fue a pedir su ayuda”. Raiffeisen no tenía todavía una idea clara de la razón por la que había ido a Odenrath. Realmente allí no había nada que hacer, excepto mirar la finca que el usurero se había cogido y que iba a ser subastada con grandes ganancias para él. El asunto había sido llevado al tribunal y nadie era capaz de reclamar contra la injusticia o levantar una voz de protesta contra semejante atropello. Oponerse, reclamar, protestar. Mientras Raiffeisen recorría los patios, los corrales y los campos, en compañía del campesino, se le ocurrió una nueva idea. Sin embargo, nada le dijo mientras escuchaba el relato de cómo las tres vacas, el galpón y aun la mesa de la que hacía un instante se habían levantado, todo iría a parar a las manos del usurero. Al día siguiente, delante de todo el mundo, el usurero reclamaría la posesión de todo.


En las garras del usurero

79

Una rabia repentina sobrecogió al campesino. Acercándose a la sombra de una ventana, expresó en voz alta sus pensamientos. “No obtendrás nada, miserable Bimbaum”, gritó. “Le prenderé fuego a todo”. Raiffeisen agarró al hombre furioso. “¿Quieres ir a la cárcel? ¿Tu esposa y tus hijos no representan nada para ti?”. “No puedo soportar esto. No puedo permitir que me saquen de mi finca”, dijo el campesino con sonidos guturales. “Haré cualquier cosa, volveré a pagar todo, con tal que me dejen permanecer en la granja”. Lentamente se fue calmando, pero aún subsistía el peligro de que le volviera a dar un acceso de cólera. Raiffeisen sintió que por lo menos podía despertar una brizna de esperanza en su corazón. “Iré a Hilgenroth y hablaré con el negociante Bimbaum”. Hasta entonces había ocultado sus propósitos, pero movido por la conducta de Penkhoff, puso en la balanza su decisión. La familia lo miró como a su salvador y los agradecimientos y los deseos de éxito fueron la despedida. Cuando regresaba solitario, Raiffeisen pensaba cómo haría para lograr que el negociante demorara un poco, al menos, la acción judicial. Poco podía adelantar por medios legales ya que apreciaba perfectamente el abismo existente entre las leyes y la tolerancia cristiana. Cualquiera como Bimbaum, aborrecido y odiado por todos sus vecinos, podía, escudado en las leyes, levantar en alto su cabeza con soberbia por encima de sus víctimas. Si las amenazas no surtían efecto, a Raiffeisen le quedaba el camino de la apelación, pero algo en su corazón protestaba contra esto. Luego volvía a presentársele en su imaginación los ojos confiados del pueblo desesperado. Esto le proporcionaba las fuerzas necesarias para echarse encima todo lo que fuera necesario.


80

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

El encuentro con un hombre sin corazón El negociante Daniel Bimbaum tenía su casa casi en seguida de la iglesia y le fue fácil a Raiffeisen dar con el1a. Bimbaum negociaba con ganado y con cualquiera otra cosa que se le pusiera por delante, como casas, tierras, papas o pan. La casa se encontraba cerrada, pero cuando Raiffeisen tocó la campanilla, la puerta se abrió y apareció en el dintel un hombre fornido, rubicundo, de unos cincuenta años, con una pequeña joroba en la espalda. “¿Qué quiere usted?”, preguntó malhumorado, mirando con suspicacia al extraño visitante. “Mi nombre es Raiffeisen, alcalde de Weyerbusch. ¿Podría hablar un momento con usted?”. Cuando oyó el nombre de Raiffeisen hubo un cambio total en la expresión del negociante. Se inclinó profundamente. “Perdóneme, señor alcalde, por no haberle reconocido a primera vista, pero mis ojos están ya un poco miopes. Tenga la bondad de seguir. Es un gran honor recibir la visita de tan alto personaje”. Raiffeisen no respondió palabra, pero lo siguió a través de una estrecha escalera, hasta el segundo piso. Entraron en un cuarto, oscuro por el contraste con la luz de afuera. Cuando la puerta se hubo cerrado detrás de ellos, Raiffeisen comprendió que no había modo de abrirla desde dentro. “Hágame el favor de sentarse, señor alcalde”. Bimbaum le señaló un sillón de brazos, brillante por el largo uso. Luego fue a un mostrador y llenó dos vasos de ginebra. “A su salud, señor alcalde”. Puso uno de los vasos delante de Raiffeisen, tomando el otro mientras se sentaba. Raiffeisen se hizo el


En las garras del usurero

81

desentendido de la invitación a beber y sin más entró directamente a exponerle la razón de su visita. “He venido para interceder por el campesino Penkhoff, cuya posesión subastarán mañana”. Al escuchar este nombre, Bimbaum puso una cara maligna. “Pobre tipo. Le he tratado de ayudar durante varios años”. Encogió los hombros. “Pero sucede que ahora, cuando un hombre trata de montar una granja, enseguida se llena de deudas; realmente es poco lo que uno puede hacer en este caso para ayudarle. Quisiera tener alguna idea acerca de esto”. La cara de Raiffeisen permaneció hermética. “Por lo que yo conozco del caso, creo que no tiene deudas pendientes, sino una hipoteca sobre una o dos parcelas. Para mí da lo mismo una cosa que otra. Pero cuando usted recibió la hipoteca, prometió no subastarla”, continuó diciendo el visitante impertérrito. “¿Qué está usted sugiriendo, señor alcalde? Yo soy muy sensible a las amenazas. De todos modos, la subasta no se va a hacer por la hipoteca. La orden de vender se basa en otras causas: deudas no pagadas a su debido tiempo”. “Pero al comienzo usted usó la hipoteca con el fin de amedrentar y esto constituye una extorsión, una acción criminal”. Su intención al decirle esto era amedrentarlo, intimidarlo. Bimbaum también se había levantado de su posición de inferioridad. Su voz se hizo de repente fría como el hielo. “Señor alcalde, le ruego que cambie de tono; lo puedo demandar por calumnia, por tales expresiones”.


82

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Para que usted pueda entablar una demanda por calumnia es necesario que tenga testigos; aquí entre nosotros dos, yo puedo decirle algo peor. De esto ambos estamos bien seguros, señor Bimbaum”. “¿Quiere usted abusar de mi hospitalidad insultándome, señor alcalde? ¡No me importa!”. Dio unos pasos hacia la puerta y buscó en su bolsillo la llave. El visitante Raiffeisen respiró de nuevo. ¿Habría ganado la batalla? Pero sus débiles ojos no percibieron la maligna expresión de los de su contrario. “Retire la demanda contra Penkhoff, señor Bimbaum. Le digo esto como una propuesta y como una súplica”. “Esto necesita meditarse, dijo despacio y con cautela. Si existiera alguna garantía, podríamos hablar de ello”. “No puedo darle ninguna garantía, replicó de mal humor. Quiero hacer una súplica y un desafío a su conciencia, señor Bimbaum”. “Sólo por dinero contante y sonante dejaré libre la finca. La conciencia no tiene valor comercial”. Al oír estas palabras Raiffeisen comprendió que estaba perdido. La misma rabia que había sentido al escuchar la narración de labios de la mujer del ganadero, se le subió sin poderla reprimir. No había testigos para formular una acusación por extorsión; una acusación en público solo podría acarrearle castigo a él mismo. Pero allí, allí, debía hablar. Apoyó sus puños sobre la mesa. “Usted es un miserable, un usurero”. No pudo proseguir. El viejo buscó una campana y la sacudió fuertemente. Al instante apareció un hombre corpulento.


En las garras del usurero

83

“Maurus, saca a este hombre de aquí. Me siento amenazado”, ordenó fríamente dando la espalda. Sin decir palabra, el gañán cogió a Raiffeisen por el brazo y le echó fuera. A la salida le dio un empujón tal que tuvo que dar varios pasos antes de recobrar el equilibrio. El negociante Bimbaum estaba mirando la escena detrás de las cortinas de la ventana del piso superior. Rechinaron sus dientes y se sacudió todo su cuerpo. “Yo soy algo más que un comino para usted, mi estimado amigo, aunque sea alcalde. No se debe meter en mis negocios. Y mañana el triunfo será mío”. “Debo estar muy excitado. Esto puede ser mi muerte”, murmuró. Mientras llegaba a Weyerbusch la cólera de Raiffeisen se convertía en un profundo desespero. ¿Qué era lo que había hecho? ¿Había creído que con unas cuantas palabras iba a cambiar el corazón de piedra de un usurero? ¿Había tenido demasiada confianza en su autoridad de alcalde? De cualquier ángulo que considerara el asunto llegaba siempre a la conclusión de que había sufrido la mayor derrota de su vida. Había sido burlado, escarnecido y echado fuera. Se puso a pensar en algo que justificara su actuación. Vio delante de él a la esposa del agricultor pidiéndole ayuda y de repente le vinieron a la mente las palabras de Cristo: Todo lo que hagáis a uno de mis hermanos, lo tomaré como hecho a mí mismo. Ese día había sacado la cara por los más pobres. Esto no podía quedar sin recompensa. Nunca había sido humillado así, pero escuchaba la voz de Cristo: Lo tomaré como hecho a mí mismo. Meditando, Rai-


84

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

ffeisen sintió que se libraba de la desesperación. Su expresión se tornó alegre, su corazón se tranquilizó una vez más, y sus pensamientos se volvieron hacia el siguiente día. Miguel Penkhoff debía abandonar la casa solariega. Él y sus hijos necesitaban un amparo y una ayuda. El maestro de la escuela estaba ya instalado en el nuevo edificio de modo que el dormitorio del desván de la vieja escuela estaba vacío. Por ahora la familia lanzada podía encontrar un hogar allí. Emilia esperaba ansiosamente el regreso de su marido y la primera pregunta que le hizo fue: “¿Cómo te fue? ¿Tuviste éxito?”. Sonriente, Raiffeisen respondió: “No por ahora, pero quizás por el resto de mi vida. He comprendido que aún los fracasos tienen su significado si se tiene una intención recta”. Su esposa no entendió bien lo que quería decirle, pero no insistió. Se sintió tranquila viéndolo contento. Ante el juzgado Al día siguiente el alcalde estuvo presente en la subasta en Odenrath. Nadie más estaba allí, fuera del negociante Bimbaum, unos pocos campesinos y algunas gentes que miraban el proceso desde prudente distancia. Algunas mujeres estaban curioseando. Pero ninguna persona estaba realmente interesada en la propiedad. El negociante Bimbaum gesticuló cínicamente. Todo había salido como lo había previsto. Podía fijar el precio por el que la ley le entregaría la finca. Pero tuvo gran sorpresa al ver aparecer al alcalde. ¿Haría él que se elevara el precio?


En las garras del usurero

85

Ciertamente, en esos momentos no llegaría a rogar y a traer a cuento esas tonterías de conciencia. El magistrado se sentó en una mesa en frente de la casa. El secretario puso en orden los documentos; el subastador miró su reloj. Exactamente en la hora fijada se debía dar comienzo a la subasta. Raiffeisen se había acercado a la familia del campesino. Era duro tenerles que confesar que había fracasado. Penkhoff estaba pálido y le temblaban las manos. El alcalde puso su mano sobre sus hombros como para infundirle confianza. “Ten calma, Penkhoff. Te tengo un alojamiento listo y una manera de asegurar tu futuro”. El momento definitivo llegó.”La finca número 28 en Odenrath perteneciente a Miguel y Amalia Penkhoff se pone en pública subasta. Debe ser adquirida con todas sus tierras, parcelas, ganados, vehículos y plantaciones, junto con todas las pertenencias adjuntas a ella, por el mejor postor después de la tercera oferta. La subasta será terminada en una sola sesión. La adjudicación será definitiva y todo reclamo será rechazado como fuera del orden”. Esta era la forma establecida para anunciar la venta. El magistrado se sentó de nuevo y esperó el primer postor. No era costumbre fijar un precio básico. El alcalde se había retirado un poco. Respirando profundamente, la mujer de Penkhoff cogió a sus tres hijos mayores y los empujó hacia el negociante Bimbaum. Este retrocedió unos pasos, pero los niños hincaron sus rodillas y levantaron sus manos suplicando a gritos: “¡No nos eche, por el amor de Cristo! ¡Se lo suplicamos, se lo suplicamos!”. La madre temblorosa atrajo hacia sí a sus hijos.


86

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Retírense, dijo el magistrado. El proceso oficial no debe ser perturbado”. Y se mordió los labios porque él mismo estaba a punto de soltar las lágrimas. “Ofrezco 300 talers”, dijo Bimbaum suavemente. “Tiene que hacer una oferta apropiada a la magnitud de la venta”, le advirtió. “La propiedad está grabada con una deuda de 1.350 talers. Yo seré el perdedor si ofrezco más”. Raiffeisen miró al campesino que retorcía sus manos. Sufría parejo con él y poniéndole una mano sobre sus hombros, le dijo: “Venga conmigo Penkhoff, le tengo un hogar listo en Weyerbusch. El Concejo le dará trabajo durante el verano en las carreteras y durante el invierno en los bosques. Nadie sufrirá hambre”. Y sacó lentamente al hombre de aquella escena diabólica. Como no se presentó ningún otro postor, la finca fue entregada a Bimbaum por 300 talers. En circunstancias normales hubiera valido por lo menos tres veces más.


Hambre en el Westerwald

87

Hambre en el Westerwald

Haciendo frente a las necesidades.

E

n los siguientes días la familia Penkhoff se trasladó a la vieja escuela de Weyerbusch. Inmediatamente después de la compra de la finca, el negociante Bimbaum había dado plazo de una semana para desocupar la casa, ya que en este caso estaba muy enojado por la actuación del alcalde. Nadie debía salir con la impresión de que él, Bimbaum, tenía que recibir órdenes de nadie. Había maquinado de tal manera que la ley estaba de su parte, gústeles o no a los representantes de la ley. Los campesinos amedrentados Ahora más que nunca, era amo y señor de todos los pobres y necesitados de Weyerbusch y se sentía ple-


88

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

namente consciente de ello. Los pequeños campesinos que le debían dinero se le humillaron y guardaron silencio. Todos andaban retraídos, ocultando sus deudas a los vecinos. Al domingo siguiente, Bimbaum se presentó en la iglesia en su coche tirado por cuatro caballos. Su puesto estaba en una de las primeras filas, y al ofertorio, cuando pasaron recogiendo la limosna, Bimbaum depositó una linda moneda en el platillo, de modo que el acólito no pudo menos que darle muestras de reconocimiento con una inclinación de cabeza. También Raiffeisen observó la escena. Tenía abierto delante de él el capítulo sexto de San Mateo y sus ojos cayeron sobre estas palabras: “Tened cuidado de no dar vuestras limosnas delante de los hombres, para ser vistos por ellos. De lo contrario no recibiréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Por ello, cuando des limosna no hagas sonar la trompeta delante de vosotros”. No miró en dirección del hipócrita sino que trató de poner atención a las palabras del predicador. Le dio pesar no ver a Penkhoff entre los fieles. El desposeído agricultor se escondía detrás del que tenía delante como si hubiera hecho algo bochornoso. Emilia había invitado a la familia Penkhoff a almorzar con ellos ese primer domingo y en esa ocasión Raiffeisen tuvo la oportunidad de discutir con el hombre la forma como podía encontrar trabajo. Durante el tiempo de cosecha había trabajo suficiente, pero era necesario buscar algo que hacer para después.


Hambre en el Westerwald

89

Los efectos de un duro invierno Ese año el invierno sobrevino muy pronto. En noviembre las tormentas de nieve cayeron sobre los caminos y los barrizales que se formaron eran espantosos. Las reservas de alimentos en Weyerbusch eran apenas suficientes como para pasar el invierno, de manera que en los últimos días, cuando no caía la nieve, la gente pobre salía a recoger papas de haya y bellotas en los árboles, últimos regalos de los bosques, después de las cerezas y los hongos. Este fue el primer invierno que pasó Emilia en la desierta y tormentosa colina campestre, y mientras los que andaban por fuera se hundían en las onduladas mortajas de nieve, los de dentro, las familias, se apretujaban unos contra otros. La gente del Westerwald estaba acostumbrada a semejantes inclemencias. Pero aun así, al final del invierno el número de mendigos se aumentó tremendamente. Los trabajadores ocasionales encontraban poco qué hacer y sentados en sus casas consumían lo poco que quedaba; los menos emprendedores se fueron a mendigar. Sin embargo solo cuando se alejaron de su propio distrito se atrevieron a pedir de puerta en puerta. Comprendiendo cómo esto rebajaba la moral del pueblo, matando gradualmente su voluntad de valerse por sí mismo, Raiffeisen buscó alguna solución. Los telares caseros en donde se hilaban y tejían telas, abandonados cuando llegaron mercancías baratas de algodón provenientes del Rin, debían ser rehabilitados. En Koblenz encontraban mercado, pero los pre-


90

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

cios eran tan bajos que casi no pagaban el transporte; por tanto era preferible usar las telas que fabricaban para cubrir sus propias necesidades. Después el alcalde pensó que se podía buscar mejor utilización a los cestos que se fabricaban en el distrito y pedir permiso para cortar el mimbre que crecía en las partes bajas del bosque. Cualquier cosa había que experimentar con el fin de contrarrestar la enervante inactividad y la pereza, que eran fuente de tantos males. Los empleados del distrito dieron únicamente una gruñona aprobación a estos planes. Era nuevo para ellos tener que molestarse yendo a trabajar visitando las chozas, y por ello muchas recomendaciones e instrucciones se quedaban en las gavetas de la oficina. Era tremendamente difícil levantar el espíritu de trabajo de la gente. Tan pronto como los caminos comenzaron a secarse, Raiffeisen abandonó la oficina cada vez más y comenzó a fiscalizar si sus órdenes eran cumplidas. Las conversaciones personales eran más efectivas que miles de órdenes oficiales. En la casa de Raiffeisen se abrían también nuevas esperanzas y perspectivas. Una tarde Emilia dijo a su marido que no estaría sola por mucho tiempo. Gran alegría conmovió la casa del alcalde con esta noticia, porque, aunque ella no quisiera reconocerlo, se sentía abandonada al quedarse, desde la mañana hasta la noche, sola en su casa, mientras su marido se iba a recorrer los campos. Algunas veces se traía a los hijos de Penkhoff para que le hicieran compañía.


Hambre en el Westerwald

91

La alegría del primer hijo La joven pareja comenzó a hacer cálculos. ¿Cuándo debe llegar el niño? “En agosto debes permanecer en casa por más tiempo que hasta ahora”, le dijo Emilia sonriente, y Federico Guillermo se lo prometió gustoso. El 2 de agosto, cuando le llegó la hora a Emilia, era un día soleado de verano. Raiffeisen no pudo trabajar en su oficina sino que se sentó en un tronco, debajo de un cielo azul oscuro. Un libro abierto yacía delante de él, pero sus pensamientos estaban con su esposa. Por fin la partera vino corriendo: “Es una niña, señor alcalde”. Durante toda su vida, Raiffeisen nunca olvidaría este momento. La niña se llamaría Amalia como su abuela de Hamm. Fue éste uno de los pocos días de verano en que el sol brilló en un cielo sin nubes. Pero no duró mucho el buen tiempo; vinieron luego días lluviosos. En lo profundo de su corazón, Raiffeisen era aún un hijo de campesinos y por eso pudo predecir con gran inquietud y ansiedad las consecuencias del tiempo. Cuando vino el tiempo de cosecha hizo una visita a los campos. La cebada y el centeno estaban maduros, pero las espigas estaban tan inclinadas por las lluvias, que los granos apenas empezaron a nacer; granos que constituían el único alimento para el invierno que se aproximaba. No había remedio. Muchos agricultores habían ya cortado sus cosechas aun cuando las gavillas apenas empezaban a granar y los cereales ensilados eran malos. La única


92

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

esperanza estaba en las papas que aún no se habían arrancado, pero en terrenos anegados se pudrieron y en los sitios secos solo se cosecharon cortezas vacías. “En este invierno vamos a tener hambre” murmuraba la gente. Raiffeisen envió un informe urgente a las autoridades de Altenkirchen, sobre la pérdida de las cosechas. “Tendremos que habérnoslas con una extrema penuria y aún con el hambre, de tal modo que el pueblo no podrá resistir sin ayuda”, concluía diciendo. Arrecia la escasez de alimentos El gobierno almacenó todo el grano y la harina que pudo, pero lo tenía reservado para usarlo como un último recurso. El alcalde fue de aldea en aldea por la Comuna. Cualquier brizna de alimento debe ser guardado y no se debe gastar sino lo estrictamente necesario. Los molinos deben trillar hasta la última paja y aún ésta no debe echársela a los animales. Con la llegada de las primeras nevadas todos en Weyerbusch comprendieron que se las tenían que ver con un duro y hambriento invierno. Los más viejos recordaban uno o dos semejantes, cuando la gente tuvo que vivir con achicoria silvestre y moras, en un vano esfuerzo por engañar el hambre. Y recordaban cuánto más largo era un año de penurias que uno de abundancia. Para el Año Nuevo, las reservas de harina se acabaron. El pueblo empezó a ir a donde el alcalde, esperando que aquél que había hecho tanto por ellos en


Hambre en el Westerwald

93

otras ocasiones, podría hacer alguna cosa para proporcionarles alimentos. Conmovido por la confianza que depositaban en él, Raiffeisen prometió hacer hasta lo imposible. Durante una noche de insomnio estuvo dándole vueltas al problema. A la mañana siguiente Raiffeisen tomó el camino de Altenkirchen para hablar con el Landrat (alto funcionario de la administración), atravesando los caminos cubiertos de nieve. Casi a nadie encontró a su paso, ni siquiera aquellos que debían estar barriendo la nieve. Raiffeisen comprendió que las leyes y el orden se desmoronaban. Pero al avanzar el día Raiffeisen comenzó a admirarse de la cantidad de gente que encontraba. Acercándose a un grupo, preguntó: “¿A dónde van ustedes hoy?”. Sorprendidos por la pregunta le respondieron que aún se conseguía pan en Altenkirchen. Mañana quizás ya no lo habría. “La gente que tiene dinero lo está acaparando”, añadió otro. El alcalde intentó ir directamente al Landratsamt, pero cambió de parecer y prefirió seguir a la multitud hacia la pequeña ciudad. Una cola sin fin de gente se alargaba en frente del caserío, empujándose y pateándose, tratando de conservar su puesto en la fila. Cientos de personas que normalmente no tenían necesidad de comprar una rebanada de pan, tenían que ir paso a paso hasta conseguir un emparedado caliente en la panadería. Cuando llegaba la hora de pagar encontraban que el precio había subido de nuevo, y no había consideración por aquellos que no tenían el dinero.


94

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Horrorizado por la escena, Raiffeisen apresuró su camino hacia el Landratsamt. “Hay que hacer algo”. El Landrat encogió los hombros: “En uno o dos meses las necesidades van a ser peores y el gobierno no piensa distribuir nada antes de ese tiempo”. “Pero allá en el Rin, ellos no pueden apreciar la magnitud del problema” dijo el alcalde con angustia. “Envíeme unos informes detallados sobre la situación de su comuna y yo los remitiré en seguida al gobernador de Koblenz”. El Landrat comprendía que él solo no podía hacer gran cosa para ayudarlo. Raiffeisen volvió a casa para recoger todos los pormenores necesarios para llenar su informe. Él, personalmente, fue hasta los caseríos más distantes y visitó los ranchos. La clase de comidas que vio lo hicieron estremecer. Una aguada sopa de pan y unas cuantas papas tenían que bastar para todo el día. Los que tenían alguna vaca lo pasaban mejor, pero la leche comenzó a escasear cuando el alimento del ganado faltó y también los animales empezaron a sentir el hambre. En las cabañas de los más pobres, el espectro del hambre era horroroso. Cuando Raiffeisen cruzó el umbral de una de esas cabañas, un olor desagradable le dio en la cara. Sobre la mesa había un extraño brebaje negruzco. Un retrato del hambre “¿Qué tenéis aquí para comer?”, preguntó. “Achicoria con coles podridas”, fue la respuesta. “Lo último que teníamos de harina se nos acabó y ahora solo tenemos esto”. La comida ésa sabía amargo. Por un mo-


Hambre en el Westerwald

95

mento podría llenar el estómago, pero luego los golpes del hambre retornarían aún más fuertes. “Cuando terminemos tendremos que salir a mendigar”. Las lágrimas se asomaron a los ojos del hombre cuando hablaba. Raiffeisen contó la cantidad de pequeños de mejillas hundidas que lo miraban fijamente. Nunca sintió más el haberse venido con las manos vacías. Ya tenía suficientes datos para desarrollar su informe. Aún siguió cayendo la nieve, y él, aunque bien alimentado, necesitó todas sus fuerzas para luchar contra la tormenta. Así y todo, encontró muchos pordioseros en el camino, inclusive niños que habían abandonado su hogar para ir en busca de un mendrugo de pan. Este viaje dio a Raiffeisen una visión horrible de los abismos de miseria y pobreza. La mano del alcalde voló sobre el papel cuando escribía su informe. Afuera, en la cocina, había mucha agitación de gente que entraba y salía, ya que Emilia, junto con las esposas del pastor y del maestro de escuela, recogió los niños más pobres del pueblo, para darles una buena comida. Pero esto solo sucedía en Weyerbusch. En las otras aldeas nadie se movía a prestar ayuda a los demás. A la mañana siguiente el aguacil Brandt salía corriendo con el informe. La nieve era aún lo bastante profunda para que en ciertas partes se hicieran túneles para pasar de una casa a otra. Todos los trabajos estaban aún paralizados. Por los caminos solo se escuchaba un silencio pavoroso... de muerte.


96

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

El hambre cobra víctimas A eso del medio día una mujer de Hilgenroth vino llorando a la oficina del alcalde. “Señor alcalde, ayúdenos a buscar a nuestros dos hijos. Ayer no regresaron a casa y ya es medio día. Debieron perderse y es posible que estén enterrados en la nieve en algún lugar. Mi marido y algunos vecinos han comenzado la búsqueda, pero hay tantos caminos”. “¿Qué iban a hacer esos niños en un tiempo como éste?”, preguntó. “Tenían mucha hambre y salieron a buscar un pedazo de pan. Yo les prohibí salir con tan mal tiempo, pero ellos me la jugaron. Dios mío. ¡Qué les habrá sucedido a mis niños!”. Es indispensable hacer un llamamiento a todos los hombres de Weyerbusch para comenzar la búsqueda, afirmó el alcalde. “Debemos buscar por todos los caminos del vecindario mientras haya alguna esperanza de encontrar a los niños”. Al instante varias patrullas desfilaron hacia Hilgenroth en donde vivían los niños y al frente de una de ellas iba Raiffeisen. Ningún sendero de los alrededores de la aldea se quedó sin examinar, pero vino la noche y los hombres regresaron sin haber encontrado a los niños. El padre con uno o dos hombres continuó la búsqueda con antorchas, llamándolos por sus nombres durante toda la noche, pero en vano. Los jóvenes se marcharon a otras partes en donde no hubiera tanta hambre y tanta miseria, y solamente, en la primavera, cuando se derritió la nieve, se hallaron los cuerpos de los dos muchachos.


Hambre en el Westerwald

97

Una aparente buena noticia Tres días después de esta tragedia, Raiffeisen fue de nuevo a Altenkirchen. El Landrat lo recibió con una sonrisa: “Ha triunfado, señor alcalde. Ciento cincuenta barriles de harina están en camino desde las bodegas reales hacia la comuna de Weyerbusch”. “Estamos en el momento más crítico. ¿Cuándo llegará?”. “Está camino de Altenkirchen, empacada en barriles. Ahora, está de su parte el arreglar el camino a Weyerbusch y conseguir los carros para el transporte desde Altenkirchen”. Raiffeisen regresó volando a casa, dando órdenes a su paso para que arreglaran los caminos. Viene harina hacia Weyerbusch. La gente comenzó a trabajar con tanto ahínco que se atrevió a pensar que los caminos estarían listos en un día. En Weyerbusch todos los hombres estuvieron dispuestos a ayudar a aperar los carros, aún aquellos que no estaban en tanta necesidad. Raiffeisen marchó adelante con el primer coche, ya que se sentía responsable de que la harina llegara a su destino sin contratiempo. Cuando estaban cargando los barriles, el alcalde recibió una orden del gobernador de Koblenz con instrucciones acerca de la forma como se debía realizar la distribución de la harina, pero en ese momento no tenía tiempo para leer nada. Coche tras coche se fueron cargando todos hasta que estuvo toda la harina empacada. Entonces, Raiffeisen dio la orden de abrir la marcha y los coches comenzaron a desfilar sobre la nieve que se resquebrajaba a su paso.


98

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

A lo largo de todo el camino, eran saludados como una caravana de héroes que regresaban al hogar y todos decían: “Miren lo que ha hecho por nosotros el alcalde”. Cuando esto llegó a los oídos de Raiffeisen, modestamente declinó tal honor. Quizás él había podido acelerar la llegada de la ayuda, pero nada más. “Pero entre tanto muchos hubieran pasado hambre, mientras los burgueses del Rin se decidían a hacer algo”, añadió uno de los trabajadores del municipio con una carcajada. Una furiosa tempestad de nieve soplaba cuando llegaron los coches a Weyerbusch. Pero nadie notaba la nieve y una gran multitud salió al encuentro. La gente estaba con humor de fiesta; todo gesto de odio o de indiferencia había huido de sus caras. El alcalde anunció que la distribución de harina comenzaría al día siguiente. Pero primero había que hacer una reunión con los empleados oficiales de todas las 22 aldeas, para asegurarse el que cada uno recibiría la parte que le correspondía. La sorpresa La orden del gobernador todavía dormía en el fondo de su bolsillo, completamente olvidada por la oleada de alegría y confusión. No se volvió a acordar de ella hasta que toda la harina fue puesta a buen recaudo en varios depósitos y pudo sentarse tranquilo al lado de su esposa. Sacando la orden de su bolsillo, la desdobló y leyó:


Hambre en el Westerwald

99

“Por decreto del Gobierno Real, se han destinado 150 barriles de harina para la comuna de Weyerbusch en el Westerwald, por ser una área especialmente azotada por el hambre. La harina se distribuirá entre aquellos que puedan pagarla al contado y el dinero será remitido a esta oficina con un comprobante. Es necesario hacer una relación detallada de la forma como se distribuya la harina. Firmado el 31 de enero de 1847. Sello y firma”. Lentamente Raiffeisen dejó caer el papel. De modo que la harina no era un donativo. Se debe pagar al contado e inmediatamente. Leyó de nuevo la orden para cerciorarse de que no había entendido mal, pero el sentido era inequívoco... “entre aquellos que puedan pagarla al contado...”. ¿Y qué le iba a pasar a los pobres que habían gastado el último shilling comprando pan a precios cada vez más altos? Ellos eran precisamente los que pasaban las peores hambres. Los otros podían aún comprar pan en Altenkirchen. Toda su alegría y sus esperanzas se fueron al suelo. Viendo lo pálido que se había puesto y cómo rechazaba la comida, Emilia preguntó con un repentino sobresalto: “¿Qué ha sucedido, Federico Guillermo?”. Por toda respuesta él le alargó el papel. “Lee y dime si yo estoy equivocado”. Pasando su mano sobre sus ojos se levantó pesadamente murmurando: “Esto es imposible. Tenemos que encontrar otra solución”. “¿Qué vamos a hacer? Es una orden del gobernador. Tú eres un servidor del gobierno y tienes que cumplirla”. Raiffeisen anduvo de un lado a otro. En


100

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

aquel momento volvió a sentir dolor en sus ojos y cuando se quitó los anteojos vio todas las cosas confusas. Incesantemente las mismas palabras golpeaban sus oídos... “entre aquellos que puedan pagarla de contado”. “Esto es imposible, dijo con voz sorda. No puedo hacer esto”. Entonces se presentaron a su memoria los rostros suplicantes de las gentes pobres, muchos de los cuales apenas tenían unos centavos. Esos ojos lo miraban como diciéndole: “¿Qué va a ser de nosotros que no podemos pagar al contado?”. En ese momento su mente se iluminó. No puede ser la intención del gobierno que interprete esa orden al pie de la letra. Todos los que tengan necesidad, deben ser auxiliados; de lo contrario se cometería una injusticia que clamaría al cielo. La recogida del dinero no puede estar en conflicto con los mandamientos de Dios. Aquí había una nueva salida al dilema. De una cosa Raiffeisen estaba bien seguro: todo el que esté necesitado deberá recibir ayuda. Pero aquellos que no tengan una necesidad muy urgente no deben entrar en la repartición, de lo contrario le quitarían la harina a aquellos que tienen más necesidad. El factor decisivo para la distribución sería, no la capacidad de pago, sino la necesidad de cada uno. Esta tiene que ser, decidió Raiffeisen, la intención del gobierno. ¿Quién pagará pues, la harina? Porque la orden era bien clara. Daba vueltas en su mente a todas las soluciones posibles, pero ninguna le proporcionaba los medios de obtener dinero contante para remitir a Koblenz. La única solución era dar la harina a quienes la


Hambre en el Westerwald

101

necesitaban contra una promesa de pagarla más tarde. Esto constituía un riesgo que podría costarle caro a él, pero en su corazón sintió que obraba bien y su conciencia estaba tranquila. “Si tú obras de distinta manera estarías traicionando tú conciencia”, se dijo. Al día siguiente muy temprano, todos los representantes de las aldeas se reunieron para la distribución. Raiffeisen leyó la orden del gobernador y miró al círculo de caras perplejas y silenciosas, ninguna de las cuales se atrevía a emitir una opinión. La solución “Creo que todos estamos de acuerdo en que tal manera de distribuir la harina es injusta”, continuó diciendo, “pero yo tengo algo que sugerirles: vamos a crear el Comité del Pueblo Pobre, con representación de cada una de las aldeas, que hará una lista de todos aquellos que están en extrema necesidad. Para éstos, la harina se dará a crédito, con el compromiso de pagarla a un plazo determinado”. Se detuvo y esperó a que sus palabras hicieran efecto en sus oyentes. Los sentimientos se reflejaban en los rostros. Evidentemente estaban confusos sobre la suerte que correrían interpretando en esa forma una orden del gobierno; pero de otro lado, si cumplían la orden al pie de la letra, cometerían una injusticia evidente contra la ley de Dios. La única salida era esperar y volver a hablar con el gobernador. Pero en este caso, la harina quedaría almacenada quizás durante semanas, en las narices mis-


102

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

mas del pueblo hambriento. Las caras empezaron a iluminarse y hasta sonrisas aparecieron en los rostros de uno o dos. Luego alguien se puso en pie y alargó la mano a Raiffeisen. “Estoy con usted, señor alcalde”. Con este gesto, la lengua de todos se soltó y todos estuvieron de acuerdo. Al redactar la lista se presentó un problema: Era fácil hacer la de aquellas personas que todos conocían como pobres, pero en los poblados existían familias que escondían su pobreza, pues les daba vergüenza que otros se enteraran de ella. A mediodía, con mucho trabajo y muchos dimes y diretes, los empleados oficiales de las aldeas pudieron presentar sus respectivas listas y todas las personas alistadas recibieron su parte de harina. Todos prometieron no faltar a su palabra de pagar lo más pronto posible. En pocos días las necesidades se remediaron. Pero, ¿Y después... qué? “Nuestro alcalde no nos abandonará”, dijo alguien interpretando el pensamiento de todos.


La panadería y la Unión del Pan

103

La panadería y la Unión del Pan

En la Alemania rural de 1850 todo estaba por hacer.

F

ederico Guillermo Raiffeisen comprendió que había captado la confianza del pueblo, pero corresponder a esa confianza lo metía en serias dificultades que tenía que afrontar solo. Tenía que redactar el informe para la oficina del gobierno y enviárselo. Aunque tenía el apoyo de los representantes de las aldeas, la última responsabilidad pesaba sobre sus hombros. Había impuesto su parecer sobre la forma de interpretar la orden y debía responder por ello. Una tarde, mientras Emilia mecía la cuna, él descansaba en una silla con la cabeza entre las manos, buscando una solución acertada. Entonces, Emilia mirándolo a los ojos le dijo: “Yo simplemente escribiría:


104

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Mi conciencia me dijo que debía hacerlo así y no de otro modo”. “Haz encontrado la solución precisa, Emilia. ¿A dónde iría a parar yo sin ti?”. Su pluma voló sobre el papel sin detenerse hasta que hubo terminado la carta al gobernador. El meollo de todos sus claros y profundos argumentos era: La conciencia me ordenó hacerlo así. Esperaba poder llevar personalmente la carta al Landrat en Altenkirchen. Lo peor del invierno había comenzado a aflojar y en aquellos caminos que habían sido arreglados, se escuchaba de nuevo el alegre sonido de las campanas de los carros de madera y de los mensajeros. El secretario de la alcaldía de Weyerbusch fue a buscar al alcalde, quien, como de costumbre, estaba ya en pie. Sonriente detuvo el coche e invitó a Raiffeisen a subir en él. “¿Por qué siempre pone usted tanto misterio a sus viajes, señor alcalde? Después de la milagrosa distribución de la harina, todos estamos listos a ayudarle”. Cuando Raiffeisen se sentó, el compañero hizo chasquear su látigo y los caballos echaron a correr al galope. El viento golpeaba las caras de los dos viajeros impidiéndoles toda conversación. ¡Qué cambio se había operado en las gentes! Por todas partes se veían caras sonrientes, una buena parte de los trabajos estaban en marcha y saludos cariñosos partían de aquí y allá. Hasta la cara de la naturaleza lucía más brillante. Sin embargo, para un observador profundo, era evidente que la solución era provisional. El regalo de


La panadería y la Unión del Pan

105

la harina solo podría durar un corto tiempo. Luego era necesario buscar nuevas fuentes de alimentos si se quería evitar que una hambruna aún peor viniera a hospedarse en las cabañas del Westerwald. ¿Podría el gobierno dar más ayuda? Esa era la pregunta que quería formular Raiffeisen al Landrat ese día. Tenía pocas esperanzas de que las bodegas se abrieran de nuevo para el pueblo del Westerwald porque en el distrito del Rin, en la Selva Negra y en el Eifel, el hambre se había esparcido y seguro que sucedía lo mismo en Jura y la Turingia. El efecto de una decisión “¿En dónde lo dejo?”, le preguntó el empleado cuando estaban ya en las calles de Altenkirchen. “Debo dar cuenta al Landrat de la interpretación que le dimos a la ley en la distribución de la harina”. El empleado se sobresaltó. “Suponga que al poderoso y alto señor no le agrade esto. Usted debió habernos traído a todos los 22, en esa forma el caballero ese cambiaría de tono”. Sin embargo respiró más libremente cuando se marchó de la oficina del Landrat. El Landrat recibió a Raiffeisen con las mayores muestras de cariño. “¿Cuál es la situación de Weyerbusch?” preguntó de muy buen humor, ofreciendo una silla a su visitante. El alcalde le agradeció, pero permaneció de pie con el informe en la mano. Cuando el Landrat lo leyó, su expresión se tornó grave. Finalmente puso sobre la mesa el informe, en silencio. Sin decir palabra, se puso de pie y empezó a pasearse por la elegante oficina.


106

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“¿Cuántos años tiene usted, señor alcalde Raiffeisen?”. “Veintinueve y unas semanas, señor Landrat”. El hombre de cabellos ya algo grises que estaba delante de él movió la cabeza: “Bien, yo casi tengo el doble de su edad, señor Raiffeisen, pero jamás se me ha ocurrido a mí alterar voluntariamente una orden del gobierno. ¿Cae en la cuenta de lo que esto puede significar para usted?”. En ese momento Federico Guillermo Raiffeisen vio a su esposa, Emilia, sacando a la niña de la cuna y arrullándola confiadamente. Desechó la visión. “Mi salida del servicio estatal, señor Landrat”, replicó. No era cobarde y no pretendía excusarse por aquella decisión tomada. “Usted está recién casado. Debió pensar en su familia antes de poner en peligro su posición en una forma tan temeraria”. “No he obrado con ligereza, señor Landrat, sino como me lo ha dictado mi conciencia de cristiano. ¿Qué le podría yo contestar a ese pueblo hambriento?”. “En primer lugar, usted debió pedir una nueva autorización”. Se volteó y comenzó a revolver sus papeles. Finalmente, sin mirar a Raiffeisen, dijo: “No enviaré este escrito inmediatamente a Koblenz. Su conducta arbitraria puede traerle graves consecuencias para su posición como alcalde. Naturalmente usted es responsable por el pago de la harina”. Raiffeisen inclinó la cabeza: “Muchas gracias, señor Landrat”. Tomó las últimas palabras del Landrat


La panadería y la Unión del Pan

107

como su retiro del puesto y se volvió hacia la puerta, pero éste lo llamó. “Espere un momento. Entendámonos. Su modo de comportarse en este asunto, puede ser desventajoso para la Comuna de Weyerbusch y yo tendré que poner todo este problema en manos del gobierno en Koblenz”. Con esto, Raiffeisen finalmente salió. En esta oportunidad, el Landrat no estrechó su mano, sino simplemente la movió en señal de despedida. Parecía estar muy preocupado. Después de este tremendo fracaso, Raiffeisen anduvo escaleras abajo, con su cabeza tan inclinada que casi choca con un hombre que subía. Quitándose el sombrero, Raiffeisen dio su nombre y pidió excusas. Los ojos del extraño se abrieron desmesuradamente al oír el nombre de Raiffeisen. “¿Ah, de modo que usted es el alcalde de Weyerbusch? Todo el mundo habla de usted y de cuán rápidamente llevó auxilios a los hambrientos de su Comuna”. Raiffeisen no pudo captar el nombre de su interlocutor, tan solo entendió las palabras... “del Gobierno Real en Koblenz”. Confuso y dudoso de sí mismo, Raiffeisen abandonó la oficina del Landrat. Era ya conocido en Koblenz lo que él había hecho, o ¿sería este encuentro una señal de que las cosas estaban cambiando a su favor? Su estado de incertidumbre le duró días y no quiso decirle nada a Emilia. Su nombramiento de alcalde no había sido aún revocado y a los ojos del gobierno de Koblenz, estaba aún actuando como tal. Por tanto, si nada ocurría en los próximos días, sus dudas


108

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

se disiparían gradualmente. El Landrat indudablemente había ocultado el asunto a las autoridades de Koblenz, por lo cual estaba doblemente endeudado con él. Graves problemas se presentaron luego en la oficina del alcalde de Weyerbusch. El alimento había alcanzado para unas pocas semanas en el período de mayor necesidad, y aunque el invierno estaba para terminarse, no había solución a la vista para el tiempo de hambre que se aproximaba. Para muchos, una pobreza extrema se cernía sobre sus casas y ya habían consumido hasta el último grano de harina. El pan se había puesto escaso y caro. Raiffeisen había aprovechado estos días para dar largos y solitarios paseos. Simulaba examinar el estado de los caminos, pero en realidad estaba entregado a meditar sobre ese nuevo problema. Mientras era posible atacar la pobreza en sus raíces, al menos debía tratar de aliviar su peor consecuencia, el hambre. En Altenkirchen, lo único que había quedado bien claro era que no debía esperar más ayuda de Koblenz. Por tanto, las gentes de Weyerbusch tenían que valerse por sí mismas si no querían caer en un profundo desespero. ¡Valerse por sí mismas! ¡Valerse por sí mismas! El paseante había alcanzado el punto más alto de la cordillera. Entre las grietas de la nieve se veía la negra tierra y un delgado hilito de agua se desprendía de la nieve derretida. En el aire primaveral había promesas de renovaciones y de calor. Renovadas esperanzas y promesas. Había que encontrar el camino hacia esto. Lo que un hombre solo no puede realizar, quizás entre


La panadería y la Unión del Pan

109

varios lo pueden lograr, si se organizan. Reteniendo el aliento, Federico Guillermo trató de escuchar esas voces interiores. De repente todas las cosas le parecieron brillantes y claras. Entre varios lo pueden lograr si trabajan conjuntamente. “Si esto pudiera darme una solución”, tartamudeó. No pudo pensar más porque todo su ser estaba inundado de luz. No se pudo levantar antes de que la humedad fría de la tierra mojara sus rodillas. Con timidez miró a su alrededor, pero nadie había sido testigo de esta escena. Al regresar a casa la alteración de su semblante era patente a su esposa. “¿Con quién te has encontrado hoy?” le preguntó. El marido le pellizcó en su mejilla y sonrió. “Me he encontrado con el ángel bueno”, dijo en tono de misterio y besó a su esposa, cosa que hacía pocas veces cuando estaba ocupada en la cocina. “Ten cuidado de que tu ángel bueno esté detrás de ti”, dijo ella riendo y zafándose de sus brazos. Raiffeisen estaba serio. “Esto puede ser la fortuna más grande”. La mujer lo miró inquisitivamente. Pensaba que lo conocía de arriba a abajo, pero ahora aparecían nuevas facetas en su modo de ser. Comprendió que se trataba de esa fortaleza escondida que le había atraído desde cuando le vio por primera vez en medio de aquellos alegres jóvenes. “Debo citar al Comité del Pueblo Pobre”, dijo luego. “Las cosas han ido tan lejos que tienen que confiar en mí”.


110

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“¿Qué vas a concebir ahora?” le preguntó Emilia asombrada. “Tenemos que buscar alimentos y pan para la Comuna en alguna parte. Si consigo persuadir al Comité para que esté de acuerdo con lo que voy a proponerle, lo lograremos”. Emilia nunca trató de presionar a su marido para que le contara sus planes antes de que él lo hiciera voluntariamente, sabía muy bien que no le gustaba contar los proyectos antes de que estuvieran listos todos los detalles. Pasaron varios días antes de poder reunir todo el Comité y mientras tanto Raiffeisen tuvo tiempo para mirar su plan desde todos los ángulos. Estaba contento de ver cómo iban las cosas en los pequeños poblados, lo cual era esencial para enfrentarse al Comité. Tanto el secretario de Weyerbusch como los otros miembros del Comité estaban llenos de curiosidad, aunque Raiffeisen no les había indicado ninguna razón especial para la reunión. La mayoría de los empleados pensaba que se trataba de una nueva solicitud al gobierno para pedir más harina, porque la anterior se había acabado completamente. Había sido imposible guardar absolutamente nada para tiempos malos en el futuro. Unidos para comprar harina a crédito Raiffeisen había meditado cuidadosamente lo que iba a decirles: “Agradezco a todos los miembros del Comité por haber acogido la invitación a reunirnos. Sin su colaboración hubiera sido imposible realizar la distribución de la harina con tanta rapidez. Un hom-


La panadería y la Unión del Pan

111

bre solo es impotente. Solamente uniendo los esfuerzos de muchos podremos allegar recursos para llevar a cabo lo que aparentemente es imposible. El buen uso de la ayuda del gobierno ha preservado muchas familias de nuestra Comuna de terribles sufrimientos”. Los asistentes asintieron pensativos pero no estaban muy convencidos, aunque por las palabras de Raiffeisen vislumbraban que tendría alguna razón especial para haberlos convocado. Después de una corta pausa, el alcalde continuó: “El trabajo del Comité del Pueblo Pobre no ha terminado aún. De hecho, a mí me parece que apenas está empezando. Todos estamos de acuerdo en que algo hay que hacer para ahuyentar el hambre en los próximos meses, ya que no hay nada que comer en el Westerwald hasta la próxima cosecha. En Altenkirchen, el Landrat me dijo que no podíamos contar con más ayuda del gobierno. Las necesidades en otras provincias son también urgentes y el gobierno no cuenta con suficientes recursos. Aunque no queramos, debemos valernos por nosotros mismos, o de lo contrario muchos de nuestros vecinos y conciudadanos serán presa de la miseria y aun del hambre”. Algunos de los asistentes estaban ya impacientes y Raiffeisen comprendió que debía abreviar su discurso. Rápidamente fue al punto central. “No hay más que un camino. Debemos unirnos para conseguir más harina”. La palabra quedó suspendida en el aire como un reto al Comité. “Eso es fácil decirlo, señaló alguien, pero nadie en toda Alemania nos va a dar harina al fiado”.


112

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Comprendo esto y lo tengo previsto en mi plan. Debemos conseguir un préstamo y comprar la harina al contado”, concluyó el alcalde. Una fuerte discusión se levantó en ese momento entre los concurrentes. El Representante de Hílgenroth se levantó furioso: “¿Un préstamo? ¿Del usurero Bimbaum quizás? Yo no quiero nada con esto”. Acaloradamente los otros apoyaron estas palabras. Había varios entre ellos que habían estado en las garras del usurero. Raiffeisen esperó a que se calmaran los ánimos. “Yo no he pensado jamás en el usurero. Cada uno de ustedes puede entregar algunos talers, según sus posibilidades, al Comité del Pueblo Pobre. Podemos buscar otros que hagan lo mismo y si todos ponemos unos cuántos talers en el fondo, tendremos lo necesario para comprar harina y distribuirla para que la paguen con la próxima cosecha”. A estas palabras siguió un silencio absoluto. Nadie se atrevía a mirar a su vecino, ni a ser el primero en tomar la palabra, porque habían sido cogidos de sorpresa con esta propuesta. Por último, alguien se aventuró a preguntar: “¿Y quién va a servir de fiador del pago?”. “Es indispensable que nos tengamos mutua confianza, dijo sonriendo. Nuestros compañeros que tienen necesidades son campesinos como nosotros mismos, o trabajadores que cultivan una o dos parcelas, todos los cuales ofrecerán su propiedad en respaldo de la ayuda que vamos a darles en esta oportunidad. Ustedes mismos no tendrán que entenderse para nada con los


La panadería y la Unión del Pan

113

prestatarios. El Comité del Pueblo Pobre prestará el dinero y lo recuperará en seis meses. La suma no es tan grande que los beneficiarios no puedan pagarla”. Como Raiffeisen lo había previsto, el argumento dio en el blanco. A un lado miseria y hambre; al otro un llamado a la confianza. El rechazo del uno significaba la aceptación del otro. De todos modos, existían granjeros, negociantes y artesanos que en el curso de varios años de trabajo y de economías tenían algunos ahorros guardados en sus casas. Ahora éste era el último y el único medio que quedaba de salvar al pueblo del hambre. Raiffeisen sentía la lucha que se entablaba en aquellas mentes. Tal propuesta era nueva y desconocida porque era insólito para aquellas gentes confiar sus ahorros a cualquier clase de comités o unión. Ciertamente, en las ciudades existían los bancos con cuentas de ahorro, pero los campesinos jamás se acercaban a ellos. “También yo he ahorrado algo y lo pongo en manos del Comité, seguro de que se me devolverá en otoño”. La atmósfera se descargó perceptiblemente. No había obligado a ninguno; solamente había expuesto lo que se pensaba hacer cuando se tuviera el dinero recogido. Barcos cargados con cereales venían por el Rin provenientes del sur de Alemania, Polonia y Rusia, y anclarían en los grandes puertos de Duisburg y Colonia. Había que hacer contacto con alguna de las grandes firmas comerciantes. Ahora que los caminos estaban expeditos, era posible conseguir fácil transporte al Westerwald.


114

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Una vez más el empleado de la alcaldía de Weyerbusch se puso de parte de Raiffeisen. “Yo también pongo mis ahorros con respaldo en un pagaré y alguna prenda”. Algunos más se movieron a seguir el ejemplo y, al final, los que estaban más indecisos no tuvieron más remedio que entrar en el plan. Naturalmente que los miembros del Comité no podrían aportar todo el dinero necesario. Quedó convenido que cada uno de ellos hablaría con sus amigos y les pediría su contribución, ya que mientras más fueran los contribuyentes, más bajas serían las cuotas. Cuando se despidió de ellos, el corazón de Raiffeisen se sintió aliviado de un peso, pero los ojos le dolían como siempre que tenía que afrontar alguna grave situación. Exteriormente, sin embargo, aparecía tranquilo. La gente de los alrededores estaba entusiasmada porque se percataba de que un nuevo amanecer se abría sobre el Westerwald, con el esfuerzo común por rescatar a los pobres de sus penurias. “¿Quién pondrá por escrito lo acordado?” preguntó alguien. Todos los ojos se volvieron hacia Raiffeisen, como el hombre indicado. “Es necesario que hagamos una lista de todos los contribuyentes, en una semana. El hambre amenaza y no tenemos tiempo que perder. Luego podremos comprar el grano”. Al día siguiente todos los miembros del Comité del Pueblo Pobre fueron de casa en casa recolectando las contribuciones para el préstamo. La lista creció. Nadie hubiera creído que había tanto dinero guardado en el Westerwald. Al domingo siguiente hubo nueva reunión del Comité para evaluar los resultados.


La panadería y la Unión del Pan

115

Raiffeisen recogió las listas. En lugar de algunos nombres había tres cruces en el sitio de las firmas y el secretario anotó los nombres. “Tenemos 60 contribuyentes, dijo Raiffeisen. Jamás habría imaginado que se pudieran alistar tantos en las 22 aldeas”. Una ola de alegría le subió al rostro y en su corazón se avergonzaba de haber dudado de la generosidad de los campesinos del Westerwald. En la mayoría de los humanos se esconde un espíritu de altruismo que solo espera una oportunidad para exteriorizarse. “Mañana mismo nos vamos al Rin”. Estas palabras sonaron como una explosión de gozo o un grito de victoria después de una batalla. Raiffeisen sentía que ya había encontrado piso firme. Esta vez no quiso irse a pie para Altenkirchen, sino que prefirió el coche del secretario de la alcaldía para ir más rápido. Con él iba Hannes Becker, el empleado de Hilgenroth. En Altenkirchen tomaron el expreso para Neustadt. Para Becker este era su primer viaje al Rin. El viaje fue muy agradable porque comenzaba la primavera. Los árboles aun no tenían follaje pero ya se veían los retoños. Raiffeisen miró atentamente los caminos cuando pasaban, ya que pronto los vagones con el grano debían transitar por allí. En todo el distrito de Weyerbusch, el número de mendigos había decrecido considerablemente, pero cuando pasaron por pueblos extraños, los hombres de Weyerbusch pudieron darse cuenta de cuántos había por esos caminos, aun niños pequeños. La gran hambruna de 1847 se había extendido mucho, especialmente en los campos en donde


116

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

no había comercio o industrias y el dinero escaseaba en muchos hogares. Los dos hombres pasaron la noche en Linz, sobre el Rin. En esta oportunidad Raiffeisen no pudo visitar a sus parientes políticos en Remagen ya que debía tomar el primer coche que saliera para Colonia. El alcalde Raiffeisen encontró una recepción inesperada en las bodegas junto al muelle. Cuando los dos hombres se sentaron en la oficina, el empleado les preguntó: “¿Y desde cuándo los servidores del estado compran granos directamente, en vez de hacerlo por intermedio de los negociantes?”. “Estoy aquí no como alcalde sino como representante del Comité del Pueblo Pobre de nuestra Comuna”, explicó Raiffeisen. “¿Entonces la Comuna va a comenzar a negociar y va a vender granos?” dijo el comerciante con incredulidad. “No vamos a vender nada; solo a distribuir cereales. La Comuna no busca utilidades; nuestro trabajo es voluntario y sin remuneración”. “Ah, una organización de beneficencia”. El empleado movió la cabeza. “Pero tales organizaciones siempre se hacen a través de comunidades religiosas”. Al oír estas palabras, Raiffeisen se sonrió: “También nosotros pertenecemos a una gran orden: El Cristianismo”. El empleado tuvo que callar. Aceptó la solicitud por 200 barriles de centeno. “Como la firma que ustedes representan no tiene crédito con nosotros, es necesario pagar de contado, y


La panadería y la Unión del Pan

117

este pago debe hacerse al tiempo de recibir la mercancía, explicó el jefe finalmente. De todos modos vamos a procurar hacerles un descuento por pago de contado”. “Estamos de acuerdo y pagaremos el total de la cuenta al tiempo de recibir la mercancía”. El convenio incluía el transporte hasta Linz y en esa forma se cerró el contrato. Federico Guillermo tomó el camino más corto para regresar, que era el que pasaba por Siegburg. Después de tres días, una larga columna de carros rechinaba sobre las colinas del Westerwald. Los látigos de los conductores silbaban alegremente como cuando la columna iba hacia Altenkirchen. La esperanza y la alegría anticipada se reflejaban en todos los rostros y hasta algunos de los conductores cantaban ya que jamás habían tenido la oportunidad de conocer el Rin. Al siguiente día, Raiffeisen tomó el expreso correo, llevando consigo una pesada maleta de resonantes talers cubierta con una buena funda. Hannes Becker era de nuevo su acompañante y guardaespaldas, aunque nadie en el carruaje sospechaba el tesoro que llevaban. Sin embargo, no queriendo salir responsable él solo, el alcalde quiso que todas las transacciones se hicieran con dos firmas. Para este tiempo el grano ya había llegado y se comprobaba que fuera la cantidad exacta convenida en Colonia. El precio era, inclusive, un poco menos del convenido. “En vista de la finalidad social de este negocio, le hemos dado el precio más bajo que hemos podido”, le explicó el empleado. “En un negocio ordinario hubiéramos cobrado precios más altos”. Aun la fría


118

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

atmósfera de negocios de una oficina de Colonia se contagiaba de fraternidad al entrar en contacto con la humanitaria empresa de Weyerbusch. Mientras pasaba a través de los molinos para convertirse en preciosa harina, Raiffeisen estaba de nuevo camino de Altenkirchen. Por unos días había olvidado su oficio, pero pensaba que su primer deber como alcalde era el de socorrer al pueblo. Su esposa le había reclamado: “¿Qué vas a hacer en Altenkirchen? Puedes enviar a otro que haga esto en tu lugar”. Le tiró suavemente del cabello diciéndole sonriente: “Esta vez no, mi querida. Se trata de conseguir un buen precio para el pan”. Ella entendió. “Tú quieres conseguir un precio reducido”. “Sí, precisamente quiero ver si fabrican el pan a bajo precio, ahora que tenemos la harina”. Raiffeisen estaba seguro de que obtendría un precio cómodo. Su idea era la de traer el pan ya fabricado a Weyerbusch, para su distribución. Uno de los miembros del Comité del Pueblo Pobre había recogido el dinero para la fabricación del pan y aquellos que no contaran con dinero lo podrían obtener a crédito. Este sistema era un poco más complicado pero parecía más favorable que entregar la harina, ya que muchos no tenían horno apropiado para asar el pan, hecho que pudo comprobar Raiffeisen cuando distribuyó la harina del gobierno. En Altenkirchen encontró una fila de gente tan larga como en días anteriores, en frente a la panadería, porque todavía había escasez y el precio seguía subiendo. De hecho ya muchos no podían comprar pan


La panadería y la Unión del Pan

119

y se mantenían agrupados en las esquinas mendigando en las calles y lanzándose sobre cualquier migaja que dejaban los demás. Entrando por la puerta trasera de la panadería, Raiffeisen pidió hablar con el jefe de la empresa, pero solo cuando dio su nombre y se identificó como alcalde pudo conseguirlo. “No tengo nada qué hacer con esa gente”, le dijo al salir sudoroso de la panadería. “Usted no puede imaginarse la cantidad de gente que quiere rebajas en el pan y con esos precios ya tan bajos”. “¿Entonces el negocio está bueno en estos días?”. El panadero alzó los hombros. “Podría estar mejor si la harina no estuviera subiendo de precio”. El visitante se sorprendió con la respuesta. “Pero si hay grano barato en el Rin y los grandes molinos están trabajando día y noche”. El panadero se rio. “Nosotros los panaderos estamos cogidos por los vendedores. Si nos lanzáramos a comprar, el precio subiría aún más rápidamente. Estamos esperando que haya más competencia”. Raiffeisen comprendió que en tiempos de calamidades, muchas gentes se llenaban los bolsillos. Algún día debería legislarse para que los alimentos de primera necesidad, como el pan, estuvieran al margen de las fluctuaciones de la oferta y la demanda. El gobierno debía tomar severas medidas para regular los precios en tiempos de calamidades. “¿Qué lo trae hoy aquí, señor alcalde? Muchos habitantes de Weyerbusch vienen aquí a comprar pan”.


120

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Yo también vengo para pedirle un favor”. “Si usted pretende que le rebaje al precio del pan, sepa que no me es posible. Otros lo sabrían bien pronto y entonces tendría que bajar el precio del pan para todos”. “Mi caso es un poco distinto”, le contestó Raiffeisen. Luego le contó la compra del grano y la molienda a bajo precio. “Usted recibirá un precio convenido por hacer el pan, pero el pan tiene que venderse más barato en Weyerbusch”, concluyó enérgicamente el alcalde. Después de unos minutos de reflexión, el panadero movió su cabeza negativamente. “Si quiere le compro la harina, pero yo no haré ninguna concesión al precio del pan”. Raiffeisen se sintió fracasado. De nada serviría haber conseguido el préstamo y comprado el grano. Solo había una cosa que hacer. Emplear parte del préstamo para comprar pan para repartir a los pobres a crédito. Pero en esta forma se reduciría a la mitad el número de panes que se podrían adquirir por el mismo dinero empleado en la compra de los 200 barriles de grano. No existían panaderías en Weyerbusch ni en los pueblos vecinos. Algunos pocos campesinos cocían en sus casas su pan y en los buenos tiempos niños vendedores ofrecían pan a domicilio. El panadero no tenía tiempo que perder. Nunca había oído una pro- puesta semejante y al final, la gente de Weyerbusch tendría que venir a comprar el pan en su panadería. “Tráigame la harina, entonces. Usted no querrá perder dinero por su descabellada compra”. Estas fueron


La panadería y la Unión del Pan

121

sus últimas palabras. Pero Raiffeisen sacudió su cabeza. “Este es un asunto de ayuda, no de negocio”. El panadero le dio la espalda. Que guardara el alcalde su harina. Solo en Altenkirchen podrían encontrar pan. Muy deprimido, Raiffeisen dejó la panadería. Había pensado en comprarle algún regalo para su esposa, pero con el fracaso se le olvidó todo. Recorrió toda la fila de gente, devolviendo los saludos inconscientemente. Aquellos que podían comprar pan, estaban bien. Pero qué sería de aquellos que quedaran sentados en sus casas, hambrientos, tomando bebidas hechas con hojas verdes. ¡Qué suerte tan amarga! Cuando entró por calles más silenciosas, pudo reflexionar mejor. En Bimbach, el grano estaba rodando a través de los molinos; la harina llenaba los sacos esperando convertirse en pan, pan costoso que llenaría las arcas de un hombre y haría más pobres a los otros, para tener algo que comer. No. Jamás estaría de acuerdo con cosa semejante. ¿Pero cómo podría la gente conseguir pan a un justo precio? De repente exclamó en alta voz: ¡Haremos el pan nosotros mismos! Ahora a fabricar pan Asustado, Raiffeisen se detuvo y escuchó. Miró a su alrededor y comprobó que estaba solo en el camino. ¿Había él mismo pronunciado estas palabras en alta voz? Haremos el pan nosotros mismos, repitió despacio. Pero cómo, sin panadería ni panaderos. Pero la decisión estaba tomada, había que buscar los medios


122

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

y los instrumentos para su realización. Este problema lo puso nervioso. En silencio se sentó en su casa, contándole a Emilia únicamente su fracaso en Altenkirchen. “Qué vas a hacer ahora” le preguntó con ansiedad. “Todavía no lo sé, pero debes ayudarme para que mi buen ángel me ilumine”. Caminando hacia la cuna, habló a su hijita, quien balbuceó deliciosamente y tendió sus bracitos hacia él. “Papá tiene que salir de nuevo y reflexionar, Amalita”; y salió fuera para conversar con el empleado de la alcaldía. En frente de la alcaldía existía un lote vacío, cubierto de yerba y que limitaba con la calle. Alguna vez había planeado hacer allí un jardín, pero nada se había llevado a cabo y el lote permanecía enmontado. Este pedazo de tierra pertenece a la Comuna; es el sitio preciso para edificar una panadería pequeña. En su imaginación Raiffeisen vio el horno de ladrillos con su casita y un albergue para los ayudantes del panadero. No era necesario más. Allí podrían edificar el horno y no había tiempo que perder, porque el hambre no daba espera. El empleado a quien Raiffeisen confió su plan ese mismo día, lo aprobó inmediatamente. “Hemos construido la escuela, ¿no es cierto? Entonces podremos construir la panadería que es mucho más fácil”, dijo, encantado de ser el primero en conocer el plan. Raiffeisen puso en marcha el proyecto y él mismo hizo los planos. Cuando el concejo municipal se re-


La panadería y la Unión del Pan

123

unió dos días después, se pudo encontrar un albañil sin dificultades, ya que la construcción de la escuela había renovado el entusiasmo del pueblo. Una panadería en Weyerbusch. La idea fue recibida calurosamente por los pobres campesinos y trabajadores, con la esperanza de pan barato. Se trajeron materiales de construcción de un granero abandonado, de modo que al día siguiente Raiffeisen pudo colocar la primera piedra y se comenzó el trabajo, riendo alegremente mientras revolvían el mortero o acarreaban las piedras. Para darle una buena presentación al horno y que quedara con buen tiro, se necesitaba mucha destreza. En dos semanas el techo estuvo terminado y una bandera blanca flotaba en su caballete. Mientras tanto Raiffeisen había buscado un buen panadero. En Hamm encontró uno sin trabajo, quien aceptó el cargo sin pensarlo dos veces. “¿Qué es lo que pueden hacer los panaderos de Hamm y Altenkirchen que yo no pueda?”, dijo. Durante dos días el horno estuvo encendido para secarlo bien y luego quedó listo para la primera hornada. Cuando el pan salió, entre dorado y moreno, Federico Guillermo comprendió que había ganado una gran batalla contra el hambre. Cortó en rebanadas uno de los panes calientes y distribuyó los ricos y sabrosos pedazos entre los niños que estaban a su alrededor. El Comité del Pueblo Pobre se había convertido en La Unión del Pan. Diariamente el pan era distribuido desde la casa del alcalde. El maestro Weiher llevaba las cuentas y cuando la escuela se abría a las 8 a.m.,


124

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

la distribución del pan estaba terminada y las cuentas al día. Raiffeisen le propuso a la Unión del Pan que podían poner dos precios diferentes: El pan se vende a precio más bajo que en Altenkirchen, pero se podría vender a mitad de precio a los pobres que solo pueden comprarlo a crédito. El maestro presentó las cuentas. Deduciendo el costo de la harina y los sueldos de los panaderos, quedaba dinero para pagar un interés a las 60 personas que prestaron sus ahorros y aún quedaba una pequeña suma para tener como reserva para el caso de que alguien no pudiera devolver lo prestado al término de los seis meses. La noticia del pan barato en Weyerbusch se regó rápidamente. En Altenkirchen y en otros lugares hubo fuertes movimientos populares. Aquí y allí, todos querían imitar el ejemplo de Weyerbusch. Pequeños grupos se formaron pero no tuvieron dinero suficiente para comprar harina o granos al por mayor. Para muchos del Westerwald, Weyerbusch era un ejemplo de lo que podía realizarse mediante la cooperación, y los planes para formar uniones del pan causaron una baja vertical en los precios. Con la entrada de la primavera comenzó a haber trabajo para los pobres y yerba verde para el ganado hambriento. Los agricultores araban y todo parecía entrar en una nueva era. A trabajar la tierra ociosa Pero la visión de Federico Guillermo Raiffeisen iba más lejos.


La panadería y la Unión del Pan

125

Cierto día, al regresar a casa de un viaje a Riederbach, advirtió que muchos agricultores solo araban la cuarta parte de sus tierras, dejando desocupado el resto. “¿Por qué no cultivan todo? Suelen dejar mucho terreno sin cultivar todos los años”. “¿Pero qué vamos a sembrar allí? No tenemos más papas ni más semillas”. “¿Ni papas, ni semillas?”. “No tenemos más que comer y, por tanto, gastamos parte de la papa para semilla en la cocina”. “Pero este año necesitamos que haya una gran cosecha. ¿Cómo lo vamos a lograr si ustedes no siembran bastante?”. El alcalde se sintió disgustado por el contratiempo. Todos los esfuerzos del invierno pasado quedarían sin efecto si la próxima cosecha era mala de nuevo. “He tratado de comprar semilla de papa, pero no se encuentra ni siquiera una libra en todo el Westerwald”. “Entonces, hay que buscarla en otra parte”. Raiffeisen estaba ya cansado. Con un saludo continuó su viaje mirando aquí y allí cómo estaban sembrados los campos. En todos los ranchos la respuesta era la misma: No tenemos más semillas. ¿Y qué va a suceder cuando venga el invierno? pensaba. El pueblo pasará de nuevo hambre. Su mala suerte había hecho a los agricultores indiferentes y sumisos. Como ninguno de ellos salía de los alrededores de su aldea, pensaban que todo cambio era imposible y tenían la creencia de que a un año de hambruna seguirían infalib1emente varios años de abundancia.


126

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

...y les vendieron a crédito Raiffeisen había enviado una nueva orden pidiendo más grano de parte de la Unión del Pan. Pero esta vez no fue necesario ir personalmente a Colonia, ya que el pago en efectivo hecho anteriormente le abría el crédito. El grano fue cargado en Linz y se pagó allí mismo. De nuevo rechinaron los carros cargados de grano a través del Westerwald. Esta vez, Raiffeisen estaba buscando un nuevo contrato de compra. Por la lista de precios pudo observar que el grano de ultramar salía más barato que el producido en Alemania. La tercera orden, en consecuencia, incluía cinco cargas de arroz de Java, como un suplemento para la alimentación de los pobres de Weyerbusch, por lo cual pagó 86 talers. El problema de la semilla de papas, le daba vueltas en la cabeza día y noche. La Unión del Pan no tenía suficientes fondos para tal compra y los agricultores tampoco tendrían dinero hasta la cosecha. Lo único que se podría hacer era llevar el problema a la próxima reunión del Concejo Municipal. Durante el invierno Miguel Penkhoff había estado trabajando en los bosques, los que, aun después de la distribución de tierras del Vigésimo, quedaron como propiedades comunitarias. Los campesinos gozaban de ciertos derechos a la madera, que tenían relación con la cantidad de ésta que cada uno empleaba para sus usos personales. Con frecuencia, sin embargo, resultaban grandes perjuicios para los bosques puesto que cada uno cortaba lo suyo donde le parecía mejor. En aquellos sitios de más difícil acceso los árboles


La panadería y la Unión del Pan

127

se pasaban de cortar, de modo que la mejor parte de los bosques estaba prácticamente salvaje. Además, la orden que mandaba replantar un árbol por el que se tumbara, no se cumplía casi nunca. A Miguel Penkhoff le gustaba el trabajo en el bosque y tenía cuidado de avisar al alcalde cada que observaba algún daño, cuando iba por su salario. “Alguien debe encargarse de tutelar los derechos de los bosques, le decía. Es necesario dejar algo para uso común”. El alcalde tomó nota de ello y gastó un día entero recorriendo el bosque en compañía de Penkhoff. Pudo ver los sitios en donde el bosque estaba bien poblado y en estado casi salvaje, lo mismo que aquellos en donde no se había replantado árboles. En los sitios altos la arboleda era muy densa. “Aquí hay un filón para la Comuna, le hizo notar Penkhoff. La madera está buena para cortar desde hace años y los troncos son maravillosos, maderas de esta clase tienen demanda para mástiles y barcos en el Rin”. Sorprendido, Raiffeisen le preguntó: “¿En dónde aprendió usted tantas cosas acerca de los árboles y las maderas?”. “Estuve en la Escuela Forest de Sieg. A los dos años me sucedió un accidente debido a mi inexperiencia juvenil y por ello tuve que dejar la Escuela y regresar a mi casa y ponerme al frente de la granja de mi padre. Lo que sucedió después, usted lo sabe”. “Usted tiene que ser nuestro guardabosque”, dijo Raiffeisen y observó lo contento que se puso Penkhoff al oír esto.


128

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Trataré de hacer lo más que pueda por la Comuna y poner el bosque en buen estado”, dijo. Allí estaba la solución al problema de las semillas de papa que tanto lo atormentaba. En la próxima reunión del Concejo Municipal les hizo una tétrica descripción del estado en que se encontraban los sembrados de papas. “Gracias a nuestros esfuerzos mancomunados, hemos vencido al hambre en el invierno pasado; ¿pero queréis presenciar otro invierno como el anterior?”. Escarmentados por el hambre sufrida, todos estuvieron de acuerdo en que era necesario pensar en algo con anticipación. “Debemos cultivar todos los campos”, les propuso Raiffeisen. “En el distrito de Nassau podemos encontrar toda la semilla de papa que queramos”. Delante de él tenía un ejemplar del Mercurio del Rin, en el cual había encontrado esta información que, lo mismo que la conversación con Penkhoff, había sido para él un buen augurio. Los griegos tienen un proverbio: Los augurios son la voz de Dios. A lucrarse de la madera Para Raiffeisen, que tenía oídos para oír, esto le indicaba el camino a seguir: “En esta oportunidad será el bosque el que venga en nuestro auxilio. Penkhoff me ha mostrado mucha madera que puede ser cortada y reemplazada por árboles jóvenes. La semilla de papa la podremos pagar con el dinero que nos de la venta de la madera y al tiempo de la cosecha el dinero regresará a las arcas de la Comuna, y habremos derrotado el hambre”.


La panadería y la Unión del Pan

129

El alcalde le había dado todo el énfasis posible a sus palabras y esperaba una respuesta. Había previsto lo que dirían. “Mientras se cortan los árboles y se vende la madera pasará demasiado tiempo y ya no se podrá sembrar las papas”, dijo uno de los presentes. Raiffeisen asintió; él también había trabajado en una granja antes de cumplir los 17 años. “He pensado en esto y voy a enviar el dinero para comprar la semilla, pero ustedes me tienen que autorizar para poner la madera como respaldo de la deuda”. Todos aceptaron la propuesta. Raiffeisen iba a salir para un largo viaje y esta vez las lágrimas se le salieron de los ojos a Emilia, cuando lo despidió. “Yo me imaginaba la vida de un alcalde muy diferente”, le dijo con tristeza, pero no con resentimiento ni amargura. “Regresaré bien pronto. Dentro de cuatro días te tendré de nuevo entre mis brazos”, le dijo, tratando de reconfortarla. Pero Emilia estaba triste:”Quizás entonces tengas siquiera una hora para mí, de modo que yo pueda tranquilamente decirte algo que nos interesa a los dos”. “¿Estás esperando de nuevo?”. Emilia sonrió a través de las lágrimas. Al fin le dijo lo que había tratado de decirle tantas veces, pero todas las tardes llegaba tan cansado y exhausto que no se había atrevido. Era una hermosa mañana al final de abril. Raiffeisen estaba indeciso entre desistir del viaje y quedarse con su esposa celebrando la noticia. Aunque se quedara en la oficina, al menos se sentiría cerca de ella. Pero cuando se decidió a colgar de nuevo su sobretodo, fue


130

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

su esposa quien le preguntó: “¿Qué estás haciendo, Federico Guillermo? ¿No te vas de viaje?”. “Quiero estar contigo siquiera este día, Emilia, y más bien iré mañana. Nada sucederá si las semillas de papas se demoran un día más”. “Pero si tú debes hacer ese viaje, le insistió. No hablaba en serio”. “Reconozco que te he abandonado mucho. Perdóname”. Raiffeisen despachó al cochero que había llegado en esos momentos diciéndole que no viajaría hasta el día siguiente. Emilia estaba tan feliz como hacía tiempo no lo había estado. El sol brillaba en un cielo sin nubes y se escuchaba el cantar de los pájaros. Le parecía que en ese día se había vuelto a casar. El alcalde abrió la ventana de su oficina para que el aire primaveral la invadiera. Oyendo a su niñita llorar en la cuna, cayó en la cuenta de la poca atención que le había dedicado y cómo, por atender a los cuidados de los demás, había descuidado los propios y los más queridos. También el maestro Weiher abrió las ventanas de la escuela y hacia el medio día el canto de los niños llenó el aire y flotó por todo el ámbito del pueblo. Raiffeisen se quedó escuchando largo rato antes de volver a sus asuntos. Por la tarde, las gentes de Weyerbusch se sorprendieron al ver al alcalde paseando con su esposa, ya que nunca le habían visto tomar un día entero de descanso. Las mujeres estaban contentas, porque, a veces, les parecía que descuidaba a su esposa por su trabajo. Al día siguiente Raiffeisen salió para Wiesbaden, en donde se enteró de todo lo que necesitaba sobre Nassau. Buscaba semillas de papa, porque aunque la pri-


La panadería y la Unión del Pan

131

mavera estaba ya bastante avanzada, sin embargo aún era posible sembrar en Westerwald. Temía que para ese tiempo ya no había casi compradores interesados en papas, de las que había más que suficiente cantidad en Nassau, pero con su autoridad de alcalde no le fue difícil encontrar un vendedor que se comprometiera a remitirle las semillas a Altenkirchen, “Cuándo llegará el cargamento a Altenkichen?”. “En cuatro días no habiendo contratiempo”, le contestó el vendedor. Efectivamente, al cuarto día los carros entraban por las calles de Altenkirchen; llevaban 33.000 libras de papas, las que fueron inmediatamente llevadas a Weyerbusch. Desde todos los sitios, los agricultores se vinieron con sus carretas de manera que el frente de la alcaldía parecía un alegre mercado. Los que podían pagar estaban felices por lo bajo del precio, a pesar del costo del transporte, y aquellos que no tenían dinero, dejaban algo en prenda y se comprometían a pagar la deuda en la cosecha. “Nuestro alcalde está quitándole piso a los usureros”, se decían los campesinos unos a otros. A la siguiente mañana los arados estaban bien ocupados rompiendo la negra tierra en los campos abandonados, seguidos de las mujeres y los niños que echaban las semillas en los surcos calientes y mojados.


En homenaje de reconocimiento

133

En homenaje de reconocimiento

Las autoridades centrales resaltan la labor del alcalde.

D

urante 1847, las heridas dejadas por el año de hambre 1846, se fueron cicatrizando paulatinamente. Aún la última siembra de papas fue magnífica. Por todas partes las cosas mejoraban y ni un solo pedazo de tierra se quedó sin sembrar por falta de semillas. Aunque el otoño era normalmente el tiempo dedicado para limpiar el bosque, el alcalde puso a los trabajadores a mejorar los plantíos durante el mes de abril. En los parajes altos, visitados por Raiffeisen y que estaban en los riscos lejanos del valle del Sieg, el golpeteo del hacha, el crujido de la sierra se escuchaba durante toda la semana. De entre los árboles gigantescos caídos brotaba el humo azul de los fogones en donde aserradores calentaban sus almuerzos.


134

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Raiffeisen había solicitado permiso de la Oficina Forestal de Altenkirchen para cortar madera en ese desacostumbrado tiempo. Al día siguiente se presentó en la zona el comisario forestal, un hombre calmado, ya de edad y de barba bien podada. Encendió su cigarrillo antes de preguntar: “¿Qué se propone usted, señor alcalde, al pretender hacer esto?”. El alcalde le explicó: “Los árboles están llenos de savia y la madera fofa y mojada. Venga conmigo. Es más fácil explicarle esto viendo los árboles que pensamos tumbar”. Gustoso, el comisario aceptó. Su reino eran las profundidades del bosque y no se sentía a gusto en la oficina. Mientras marchaban por los bien trazados surcos, se maravillaba del trabajo que estaban haciendo en esos campos. “Conozco distritos en los cuales hasta las tres cuartas partes de la tierra laborable permanece ociosa, porque no se tienen semillas suficientes”. “Aquí, en Weyerbusch sucedía lo mismo, pero conseguimos las suficientes”. “¿Ustedes compraron con lo alto que están los precios? Pero si nadie tiene dinero. ¿Cómo pudieron comprar los agricultores?”. “Conseguí un préstamo y la Comuna puso los bosques como respaldo. El dinero en efectivo es necesario solamente por unos pocos meses. Luego, la Comuna pagará acreditando el dinero a los agricultores. Para ello necesitamos dinero contante, procedente de la venta de la madera”. “¿Pero estarán en capacidad de pagar todos los agricultores?”.


En homenaje de reconocimiento

135

“Todos ellos hipotecaron sus cosechas, de modo que la Comuna no puede perder un solo taler. Cada acre de Weyerbusch está cultivado; con la cosecha, el hambre será desterrada de su Comuna”. “Usted ha realizado algo grande, y fuera de sus propios recursos no ha contado con ninguna ayuda foránea”. Raiffeisen asintió sin decir palabra. Con solo esto, el comisario hubiera otorgado el permiso. Pero cuando avanzaron hacia los lugares altos y caminaron entre los árboles centenarios, no quedó ninguna duda sobre el permiso. Los viejos abetos estaban todavía verdes en sus copas, pero en esos sitios, la yerba estaba seca. Era necesario cortar esos troncos inmediatamente de manera que se pudieran secar sin que se pudrieran. Miguel Penkhoff, sin embargo, llevó al comisario más adentro, a donde el bosque estaba completamente abandonado y en medio de ese silencio imponente le dijo: “Es necesario cuidar los árboles y plantar nuevos, pero no hay un número suficiente de buenos guardabosques”. Al despedirse el comisario dijo: “Voy a proponer en Altenkirchen que lo contraten a usted para trabajar con el Servicio Forestal”. Más tarde, cuando estuvo en la oficina con Raiffeisen, preguntó: “¿Saben en el Landratsamt lo que usted ha hecho en estas pocas semanas?”. Raiffeisen sintió una sensación de desasosiego. Pensó en su último encuentro con el Landrat, cuando quebrantó las instrucciones del gobernador sobre la forma de distribuir la harina. Nada había vuelto a oír a


136

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

cerca de esto y su nombramiento de alcalde había sido confirmado sin ninguna alusión al respecto; inclusive, el decreto venía acompañado de una recomendación oficial. “Haré un informe completo cuando todo esté terminado exitosamente, lo cual espero para el otoño”, replicó al comisario. “Lo que usted ha realizado debe ser conocido ampliamente y tomado como ejemplo”, fue la última respuesta. Raiffeisen estaba un poco inquieto cuando se fue. Podría suceder que al anunciar a los cuatro vientos todo lo que había visto en Weyerbusch, el comisario hiciera más mal que bien. Sin embargo, en las semanas siguientes no sucedió nada que confirmara sus temores. Las funciones de la Unión del Pan estaban tomando tales proporciones que Raiffeisen se vio en dificultades. Le cayó simultáneamente el pago de la harina, la compra de combustible para la panadería y el pago de los salarios del panadero. Le faltó dinero. El pan que quedaba se vendía a los pobres a crédito y por ningún motivo permitiría elevar el precio. Una vez Raiffeisen se vio obligado a solicitar un préstamo del Comité del Pueblo Pobre, censuras amargas se oyeron en la reunión y Raiffeisen tuvo que escuchar acusaciones como estas: “Muchos ponen reparos a las ayudas; lo que ganan los maridos lo gastan en bebidas alcohólicas”. O “el café de achicoria no es bueno; mejor café y a no más alto precio se puede comprar en Altenkirchen”. En verdad no eran mu-


En homenaje de reconocimiento

137

chos los que decían tales cosas, pero eran lo bastante como para hacer que los que hasta entonces habían prestado el dinero, lo retiraran ahora y pusieran en peligro todo el plan. Como primera medida, el alcalde reconoció que la buena voluntad sola no era suficiente para remediar la pobreza; era necesario acompañarla de una educación sobre la mutua ayuda. Pero también les recordó las palabras del Evangelio, según las cuales no se debía hacer las cosas para obtener agradecimientos: Cuando des limosnas, no permitas que tu mano derecha sepa lo que hace la izquierda. “No podemos echar a perder todo nuestro trabajo porque algunos de nosotros se encuentren disgustados”, le dijo Raiffeisen con calor a la asamblea. “Si traicionamos los preceptos de amar a nuestros semejantes, no seremos mejores que aquellas pobres gentes que bien pronto se acostumbran a vivir a costa de los demás”. Una vez más sus palabras persuasivas tuvieron el efecto deseado y fue posible continuar con los trabajos de la Unión del Pan en el verano. No obstante, el alcalde hizo una lista de todas aquellas familias pobres cuyos representantes estaban trabajando de nuevo. A ellos les pidió Raiffeisen pagar el pan lo más pronto posible y en adelante pagar, al menos parte, del que fueran consumiendo semanalmente. Como resultado de ello, el trabajo de la panadería no tuvo más contratiempos. La mayoría del pueblo pobre le estaba sinceramente agradecido. Muchos estaban orgullosos porque, a la llegada del verano estaban cosechando el fruto de sus


138

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

trabajos y eran capaces de pagar sus deudas. En agosto se pudo apagar el horno del pan y dar vacaciones a los panaderos. La gente podía comprar el pan en donde quisiera, bien fuera en la panadería de Altenkirchen o a los vendedores ambulantes cuyas voces se escuchaban de nuevo en los pueblos. Tres meses después de la tormentosa reunión en que con gran trabajo Raiffeisen pudo mantener unidos a los inconformes aportantes, se entregaban cuentas del Comité y la Unión del Pan. Después de un corto y fraternal saludo, se volvió hacia el maestro Weiher quien tomó los libros e informó: “El préstamo hecho por el Comité del Pueblo Pobre se va a pagar a los seis meses convenidos. Aún quedan algunas pequeñas sumas por cobrar, pero para el reintegro de éstas se han tomado algunos fondos de la panadería. Los libros muestran un superávit de 30 talers. Propongo que esta suma se confié al señor alcalde para formar un fondo destinado a resolver futuras necesidades. Hubo un corto silencio. Algunos de los presentes agacharon sus cabezas avergonzados de haber desconfiado del éxito. Raiffeisen se dirigió al armario y con palabras de agradecimiento fue devolviendo a cada uno su préstamo. Finalmente añadió: “Este año la cosecha está muy buena, de modo que podemos esperar que en el próximo invierno Weyerbusch y sus gentes no pasarán hambre. Sin embargo, ruego a todos ustedes que si me toca permanecer aquí, no me cierren sus corazones y sus puertas”.


En homenaje de reconocimiento

139

A través de la villa se oían los carros con las cosechas, felices por la superabundancia de los productos. En los campos, las miradas tristes habían desaparecido al cortar los granos. Las mujeres escarbaban la tierra de manera que no quedasen semillas en ella que luego retoñaran. “Hay una vida nueva en Weyerbusch”, decía la gente, mirando con gratitud a la casa del alcalde. Un buen día el cartero del distrito trajo un mensaje procedente del Landratsamt. La semana anterior el alcalde Raiffeisen había terminado las cuentas de los 150 barriles de harina y las había remitido a Altenkirchen. Los pobres no habían traicionado la confianza depositada en ellos; puntualmente habían pagado la harina recibida en crédito en el mes de enero. Solo restaban dos o tres deudores morosos cuyas deudas las había cubierto el alcalde de su propio bolsillo. Un llamado del jefe Con cierto desgano el alcalde abrió el sobre, pero vio que no eran asuntos de la Comuna. El contenido era breve: Usted debe presentarse en el Landratsamt el 5 de septiembre, para un asunto personal. A la hora de comer Raiffeisen mostró la carta a su esposa. “¿Me llevarás contigo en este viaje?” le preguntó. “Quizás estoy metido en algún enredo nuevamente y será más fácil de soportar si te tengo a mi lado”. Emilia estaba un poco angustiada. Cuando había finalmente enviado el dinero de la ayuda del gobierno, su marido había roto su silencio paulatinamente y le fue contando la reprimenda que le dieran en el


140

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Landratsamt. “El gobierno hila delgado y despacio” le dijo sonriente. “Quizás los chismes se hayan filtrado hasta Koblenz”, añadió riendo. “De todos modos yo creo que el pueblo pobre de Weyerbusch podrá testimoniar en mi favor. Pero no puedo meter a todos en un coche y llevarlos al Landratsamt”. La esposa del maestro se encargó gustosa de velar por la pequeña Amalia los días que Emilia permaneciera junto a su marido en Altenkirchen. Era la primera vez en muchos meses que Emilia viajaba junto a él. A pesar de que no sabía exactamente qué le esperaba, Federico Guillermo estaba de buen humor. “Qué pocas veces ha sucedido esto en los dos años que llevamos de casados”. “Es culpa mía, le dijo su esposa. Y ahora voy junto a ti para presenciar tu juicio”. “No puede haber juicio sin tribunal. Llevo mi conciencia tranquila”, le replicó su esposo en el mismo tono jocoso. “Pero será mejor que pensemos en algo bueno para comprar en Altenkirchen”. “Yo espero que no haya nada que pueda afectar tu puesto, cuando salgas del Landratsamt”. Raiffeisen sabía bien lo que le debía a su posición de alcalde, pero lo que debía a Dios siempre era más importante. ¿Podrán entrar en conflicto estas dos cosas? Era poco el tráfico en los caminos y en los campos los agricultores estaban ocupados en el segundo corte del heno. Las guadañas chirreaban contra las piedras


En homenaje de reconocimiento

141

de afilar y el olor del heno recién cortado llenaba el aire. Cuando el camino dejó a un lado el valle de Wied, aparecieron las primeras casas de Altenkirchen. “No te demores mucho”, le dijo Emilia a su marido. Su cara estaba pálida. No me siento muy bien; te estaré esperando en el café. Raiffeisen se arrepintió de haberla traído en esa oportunidad. En las condiciones en que estaba —tenía cinco meses de embarazo de su segundo hijo—, le debería haber ahorrado esos sobresaltos. El encuentro con el jefe Al entrar Raiffeisen, el Landrat se puso de pie y vino hacia él. “Hace tiempos que no nos veíamos. ¿Cuándo fue la última vez, señor alcalde?”. “El 30 de enero de este año, señor Landrat”, fue la concisa respuesta de Raiffeisen. “Ya recuerdo. Fue cuando el asunto ese de la ayuda del gobierno. El pago de todo eso está ya saldado. Pero en ese lapso muchas cosas han sucedido en Weyerbusch”. ¡Ahora eso!, pensó Raiffeisen. “Nada de particular. La situación es ahora mejor que entonces, como en todas las comunas de la región de Altenkirchen”. “Está equivocado en eso, señor Raiffeisen. La comuna de Weyerbusch se ha recuperado de los malos tiempos mucho más que las otras comunas”. Esa afirmación fue una sorpresa para el visitante. Ciertamente no lo había citado a Altenkirchen para decirle eso. El Landrat continuó: “He estudiado cuida-


142

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

dosamente todos los informes concernientes a Weyerbusch que me han llegado de usted y de otras fuentes. He sabido del Comité del Pueblo Pobre y de la Unión del Pan que usted fundó y que han beneficiado mucho al pueblo. Ahora me corresponde darle las gracias por trabajo tan excelente. Weyerbusch presenta una situación mucho mejor que otros lugares”. “No habría podido hacer gran cosa si la gente de Weyerbusch no me hubiera secundado. Ellos han hecho tanto como yo”. No podía comprender la razón del cambio en la actitud del Landrat. Lo poco que había podido hacer por ayudar a la gente era debido más a sus convicciones cristianas que a su posición de alcalde. “Sé bien todo, señor Raiffeisen. Para procurarse semillas de papas usted ha hecho algo fuera de lo ordinario. ¿A cuánto asciende el respaldo personal que usted tiene comprometido en esto?”. “¿Quién le contó todo eso, señor Landrat?”. El hecho era que a través de la agencia de su tío Lantzendoerffer en Koblenz, había pedido prestada una gran suma de dinero a particulares. Pero la comuna había dado en prenda los bosques. Había tratado de ocultar esto lo más posible a fin de no suscitar problemas por pignorar los bosques. “Naturalmente no es justo que usted tome bajo su responsabilidad deudas provenientes de problemas públicos que benefician al pueblo. A solicitud mía el gobernador ha autorizado un préstamo de los fondos públicos”.


En homenaje de reconocimiento

143

“Señor Landrat esto... no está bien”. A lo cual el Landrat contestó con una sonrisa: “Aquí tiene un reconocimiento oficial de admiración por parte del Landratsamt”. Le tendió un documento que estaba sobre su mesa. Mientras Raiffeisen cogía el pliego con manos temblorosas, se acordó de Emilia, que lo esperaba inquieta. Quiso salir corriendo hacia ella y moduló unas cuantas palabras de agradecimiento. “Pienso que usted es capaz de tomar a su cargo la administración de un distrito más importante. Lo tendré en cuenta para el futuro”. Raiffeisen encontró a Emilia aun con su cara pálida, pero los ojos brillantes de su marido le dijeron enseguida que no había sido despedido. “¿Entonces no te han despedido?”, le dijo. “Me estaba imaginando a nosotros con nuestros hijos y los corotos buscando otro sitio en dónde vivir”. “Creo que no va a ser necesario, querida”, le dijo sonriendo, mientras se sentaba a su lado. Un reconocimiento merecido Lee esto: “...para expresarle un especial agradecimiento en reconocimiento de la forma magnífica como ha llevado a cabo su administración en la alcaldía de Weyerbusch”. Muy despacio leyó en voz alta la última frase y cuando conoció el sentido de sus palabras, sus ojos se llenaron de lágrimas. “Gracias a Dios. No nos van a sacar de Weyerbusch”.


144

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“¿Quién lo puede saber con seguridad?”. El marido sacudió su cabeza y le contó lo que el Landrat le había dicho acerca de un puesto en una administración más importante. “Pero tú no debes aceptar eso, Federico Guillermo. No podemos andar de la seca a la meca. Nuestros hijos deben nacer todos en un mismo sitio”. “¿Y cuántos vamos a tener?”, le preguntó él riendo. “De todos modos los dos primeros deben venir al mundo en Weyerbusch”. Este anunciado estaba por cumplirse. En enero de 1848 una carta confidencial vino del Landratsamt, preguntando si el alcalde de Weyerbusch estaba dispuesto a asumir en otra parte el gobierno de un distrito mucho más amplio. Raiffeisen dejó a un lado la carta para considerarla después, aunque la propuesta no le cayó de sorpresa porque meses antes se lo habían sugerido. Durante el invierno de hambre 1846-47 había tenido que habérselas con dificultades tremendas. Ahora, en cambio, todas las cosas corrían como sobre rieles y tenía un saldo favorable en la Tesorería de la Comuna, procedente de la venta de madera a una firma constructora de barcos, lo que permitió el pago del préstamo del gobierno al final del año. Quedaba, sin embargo, un problema que Raiffeisen no había podido resolver: la falta de dinero de los campesinos más pobres. Todavía pesaba duramente la mano del usurero sobre muchos agricultores. De ordinario esto llegaba a oídos de Raiffeisen solo cuando


En homenaje de reconocimiento

145

una finca se ponía a pública subasta, y para entonces era ya demasiado tarde. Pero Raiffeisen estaba aún indeciso sobre qué respuesta darle al Landrat. También su esposa debía intervenir en el asunto, de modo que al medio día le contó la propuesta. El niño debía llegar de un momento a otro. Ella esperaba tener a su madre consigo, pero el viaje desde el Rin era imposible debido al invierno. “Yo no puedo salir de Weyerbusch ahora. El niño puede llegar de un día para otro. Tendríamos que esperar un poco antes de poder viajar”, dijo. Su marido sintió alivio al oír la respuesta. Estaba medio inclinado a aceptar la oferta, porque en realidad ya no hacía falta en Weyerbusch. Su sucesor podía contentarse con continuar lo que él había dejado ya establecido. Escribió aceptando la oferta, pero preguntando a cuál distrito pensaba enviarlo el Landrat. Dos días después vino el segundo retoño de Raiffeisen, también una niña y fue bautizada con el nombre de Carolina. En esta oportunidad la madre se vio obligada a guardar cama durante largo tiempo y Raiffeisen estuvo muy inquieto porque el alumbramiento le dejó una debilidad cardíaca. Tan pronto como venga la primavera y se limpien los caminos, es indispensable que vayas al médico. Mientras estaba en cama obligada a la inactividad, Emilia comenzó a meditar sobre el significado de su vida. El amor de su marido llenaba por completo su existencia y ella sospechaba que había en su interior aún muchas cualidades que solo esperaban una ocasión para manifestarse. Él era un hombre diferente de los demás.


146

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Cuando concebía una idea, no descansaba hasta haberla realizado. Durante ese tiempo, Federico Guillermo no era dueño de sí mismo, sino un instrumento mediante el cual esa idea tomaba forma. En el silencio de su alcoba Emilia elevó su oración: “¡Si al menos yo supiera siempre cómo servir mejor a mi marido! Mi deber para con él y mi amor serán una sola cosa con el amor de mi Dios”. Traslado a la comuna de Flammersfeld El nuevo decreto del Landratsamt cayó como una bomba en medio de esos días tranquilos: ...y el 1 de abril de 1848 deberá hacerse cargo de la comuna de Flammersfeld en el Westerwald”. “Estaremos cerca del Rin y tus padres tendrán la oportunidad de visitarte con mayor frecuencia”, le dijo. Sonriendo, Emilia sacudió su cabeza. “No debes tener en cuenta eso”. “Flammersfeld está ubicado en el camino hacia Neustandt. La carretera nueva nunca ha sido terminada. Tendré la oportunidad de llevarla adelante”, dijo sonriendo. El camino y siempre el camino. ¡Cómo lo conocía de bien Emilia! Aún antes de posesionarse del cargo en Flammersfeld ya estaba haciendo planes. Cuando los padres de Emilia vinieron a hacerle visita en marzo les contaron los extraños y perturbadores sucesos acaecidos en las ciudades del Rin. Todas las provincias de Alemania estaban en estado de efervescencia; en las provincias pequeñas las ciudades jóvenes se rebelaban contra el autoritarismo. Una


En homenaje de reconocimiento

147

apasionada corriente hacia la libertad nacional barría todas las ideas tradicionales y se dejaba sentir una creciente tendencia hacia la unificación de todos los estados de Alemania. Los poderes subterráneos que se dirigían hacia una revolución estaban evidentemente en abierta subversión. Pero Weyerbusch era un oasis de paz. Solamente los periódicos traían tardías y censuradas informaciones, sobre los grandes levantamientos que se presentaban en toda Europa. Raiffeisen simpatizaba de corazón con este movimiento con el que el pueblo trataba de conquistar el poder. Pero rechazaba las afirmaciones exageradas de algunas cabezas calientes que sostenían que al derrocar al gobierno era necesario echar por tierra todo principio de autoridad y disciplina. “Empezarán por derrocar al rey y terminarán por negar a Dios”, decía durante una larga conversación con su suegro. Pero después de algunos días el trabajo ordinario absorbió su atención y la vida volvió a su normal rutina. Cierto día, Federico Guillermo se fue a Flammersfeld para captar una primera impresión de su nuevo oficio y de la gente del distrito, mientras era completamente desconocido por ellos. Era un frío día de marzo con un viento áspero soplando y las nubes flotando en un firmamento lechoso; a veces pesaban sobre la tierra como una masa desapacible y a veces se empujaban, como un horripilante rebaño, hacia el horizonte, mientras abajo la tierra parecía quejarse con un oscuro presentimiento. Raiffeisen guio el coche hacia adelante, sintiendo que se iba hacia una nueva vida.


148

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Todo lo que hasta entonces había realizado tenía que dejarlo atrás y debía empezar a hacerse un nuevo sitio en nuevos contornos. Mientras tanto el sol se había levantado enviando rayos de luz a través de la niebla de marzo que gradualmente se esparcía sobre los silenciosos y expectantes campos, tocando aquí un campo sombreado, allí los picos de un oscuro bosque. Una y otra vez, los rojos tejados de los villorrios allá lejos en el valle, aparecían con reflejos brillantes. Un campesino a quien Raiffeisen conocía, lo saludó: “Buenos días, señor alcalde. Es demasiado temprano para que esté por estos campos”. “Ciertamente, pero tengo que hacer un viaje largo”, fue la respuesta. “Hay algo misterioso allá lejos; todo está cambiando, no solamente el tiempo”. El campesino se echó el hacha al hombro y sintió preocupación de que hubiera más nieve cuando soplara el viento del este. “La Comuna de Weyerbusch termina junto a Guldenberg” continuó diciendo, curioso de investigar por qué el alcalde andaba por esos lugares. “Los caminos no terminan, ni siquiera detrás de Guldenberg”. El campesino entendió la indirecta y se rio. “Que tenga un feliz regreso. ¿A dónde va a parar Weyerbusch sin usted?”. ¿Sin mí? Qué soy yo sino una herramienta en las manos del Señor, pensaba cuando prosiguió su camino. Soy únicamente un caminante entre esta vida y la eternidad.


En homenaje de reconocimiento

149

Una vez hubo pasado Guldenberg tuvo buen cuidado de observar los linderos. Allí estaban, grises, gastados por el tiempo y tan hundidos que apenas un cuidadoso observador podía descubrirlos. Ya estaba, entonces, en Flammersfeld, su nueva morada. ¡Bienvenido! Desde ahora todo era nuevo para él. Giershausen, Schurdt, Krangen, ya estaba casi en las primeras casas de Flammenrfeld. Preguntó por la casa del alcalde. “No tenemos alcalde, le contestó un campesino, pero estamos deseando elegir uno”. “¿Elegir?” preguntó Raiffeisen con incredulidad. “¿Están tan adelantados como para poder elegir?”. “Siempre lo hemos hecho así. Es un antiguo derecho al que no queremos renunciar”. Un poco turbado Raiffeisen avanzó. Por lo visto, en Flammersfeld aún no sabían que había sido nombrado alcalde. Todavía faltaban un par de semanas para el 1º de abril, día señalado para tomar posesión de su cargo, pero ya tenía en su bolsillo el nombramiento. En las afueras de la oficina de la alcaldía, Raiffeisen decidió poner en claro el asunto de su nombramiento. Entró y encontró un empleado. En Weyerbusch él no tenía sino un empleado, pero Flammersfeld tenía 33 aldeas y por ello necesitaba varios. Después de saludar, preguntó por el jefe de los empleados. “No es buen día para hablar con él porque está ocupado en el matadero”. Sin embargo, Raiffeisen no estaba para irse sin averiguar nada y por ello se introdujo en la oficina del


150

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

jefe. Lo encontró exactamente como lo había dicho el empleado. Una cabeza de cerdo colgaba del dintel de la puerta y el delantal del hombre salpicado de sangre. En esos momentos estaba ocupado desentrañando el animal y echando las entrañas en una caneca que tenía al lado. “¿Qué quiere usted?”, preguntó al verse interrumpido en su oficio. “Termine de cortar el cerdo”, le dijo Raiffeisen. “Mientras tanto yo voy a comer algo al restaurante”. “Al menos usted tiene algo de sentido común”, dijo el jefe, y se volvió a su trabajo con el cerdo. ¿Quién será este extraño? se preguntaba. Quizás un comerciante, o un agente de alguna ciudad que viene en busca de negocios. No encontrará gran cosa aquí. Mientras la Comuna no tenga su alcalde nada se podrá comprar. A eso de la 1 p.m. regresó Raiffeisen. “Veamos qué es lo que lo trae por aquí”, le preguntó el hombre. “Yo no traigo nada, le replicó Raiffeisen tranquilamente, excepto una pregunta. ¿Qué hay del decreto del Landratsamt sobre el nuevo alcalde?”. “¿Un decreto ha dicho? Si no hemos hecho elección aún”. Quizás sería mejor dejar eso y regresar a Altenkirchen para averiguar más las cosas, porque algo raro sucedía. “Quizás usted traiga ese decreto, ya que parece conocer mucho sobre este asunto”.


En homenaje de reconocimiento

151

El empleado tenía sus sospechas. Raiffeisen no podía mentir. Sacó de su bolsillo el decreto de nombramiento y se lo alargó al empleado, quien lo fue descifrando con dificultad, “...nombramiento como alcalde de la Comuna de Flammersfeld”. “¡Nosotros elegimos nuestro alcalde y solamente aceptamos al que nosotros escogemos! De lo contrario no queremos alcalde, aunque el Landratsamt piense de diferente modo”. El alcalde nombrado se encontró en una situación bien embarazosa. Allí estaba el decreto nombrándolo a él y en frente tenía al viejo jefe de empleados que lo miraba con un rostro encendido por la ira y que rehusaba reconocer el nombramiento. “¿Quién es usted?” le preguntó el empleado en tono gruñón. De nuevo volvió a mirar el decreto. “Raiffeisen”, leyó y pareció dudar. Sus ojos se dirigieron a Weyerbusch y entendió la razón del nombramiento. Desconcertado, continuó: “Pero si usted es el que fundó la Unión del Pan y consiguió las semillas de papas para los agricultores; bien, así las cosas son distintas”. Pidiendo excusas por el mal recibimiento trajo un vaso de sidra y llamó a su esposa para que saludara a tan distinguido huésped. “Pero no podemos reconocer este nombramiento, dijo, insistiendo en sus primeras palabras; solamente la asamblea de la Comuna puede decidir y yo no sé lo que ellos resolverán”. Después, Raiffeisen le hizo varias preguntas, conversaron un buen rato y se despidieron como buenos amigos.


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

153

La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

Su mirada siempre se dirigió hacia los más necesitados.

P

or fin, el 22 de abril de 1848, Federico Guillermo Raiffeisen se trasladó a Flammersfeld. Era un día de sol radiante y de brisas primaverales. Los capullos de los cerezos comenzaban a brotar; las golondrinas construían sus nidos debajo de los aleros; en las praderas, las campanillas de los rebaños tintineaban y los niños recogían en los campos las primeras flores. La salida de Weyerbusch fue como un festival, aunque terminó con lágrimas y penas. La banda de músicos se estacionó en frente de la casa del alcalde; cada uno de los empleados oficiales estrechó la mano del alcalde y con lágrimas en los ojos, el pastor Becker dio la despedida a su amigo. Los niños de la escuela, después


154

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

de cantar una canción de despedida, le entregaron un cuadro con el dibujo de la nueva escuela. Más de la mitad de los habitantes de la Comuna atiborraban las estrechas calles. La banda fue tocando delante del coche hasta la última calle del pueblo. Cuando Emilia miró hacia atrás, sus mejillas estaban humedecidas por las lágrimas. Luego, el pueblo se fue quedando a lo lejos y el coche se enrumbó hacia una nueva vida. “¿Por qué tenemos que irnos?”, preguntó Emilia con ansiedad. “Allí nacieron nuestros hijos. Muy pronto, otras gentes andarán por nuestra casa y por sus alcobas”. En silencio, su esposo estrechó sus manos. La pequeña Amalia se sentó en sus rodillas mientras sus brillantes ojos se fijaban en cada piedra y en cada pájaro. Carolina, la más pequeña, estaba dormida en los brazos de su madre. Subiendo y bajando, el enorme coche rodaba, arrastrando el pesado vagón con los muebles a través de los largos caminos. Cuando pasaron a Guldenberg, Raiffeisen dijo a su esposa: “Aquí están los límites entre nuestro viejo hogar y el nuevo. Dentro de poco tiempo te sentirás tan bien en Flammersfeld como en Weyerbusch”. En la reunión del Concejo hubo una fuerte oposición al comienzo, cuando fue conocido el procedimiento arbitrario del Landratsamt. Raiffeisen informó sobre ello y propuso rescindir el nombramiento. El Landrat había hecho el nombramiento, previa consulta con el gobernador; sin embargo, envió una sugerencia, pidiendo al Concejo la elección de Raiffeisen. Era imposible que lo rechazaran, aunque fuera en defensa de su independencia.


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

155

Lo que contaron el empleado de la alcaldía y el pastor Mül1er sobre El Comité del Pueblo Pobre de Weyerbusch, como un ejemplo de solidaridad humana, al fin triunfó sobre la oposición. Al final todos los empleados del distrito firmaron la resolución aceptando al nuevo alcalde. Una semana más tarde tuvo lugar la ceremonia de toma de posesión en el amplio recinto del salón municipal. Otra vez el coche recorrió las calles de la gran ciudad, engalanada para el efecto. Aunque no se sabía la hora precisa de la llegada del nuevo alcalde, la gente salió de sus casas y el empleado jefe se alistó para dar la bienvenida a Raiffeisen. Emilia desapareció rápidamente dentro de la casa. Los espesos árboles que había junto a la ventana la oprimían y echó de menos la vista del camellón de árboles que tanto quería en Weyerbusch. La primera impresión le sacó lágrimas de los ojos y hubiera dado cualquier cosa por volver a su viejo hogar. Pasó largo tiempo antes que Raiffeisen pudiera acabar de recibir los saludos de bienvenida y dar la mano a todos los que se acercaron. Cuando finalmente subió las escaleras y entró a la casa, Emilia había recobrado, más o menos, el control de sí misma. Pero su marido notó la expresión de amargura alrededor de su boca y retuvo la pregunta que tenía en la punta de la lengua, sobre si le gustaba la nueva casa. En su lugar, se dirigió a la ventana diciendo: “Los árboles parecen demasiado aprisionados. Tendremos que podarlos. Me gusta una vista despeja-


156

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

da”. Estas palabras fueron como bálsamo para el corazón herido de Emilia. Ni siquiera le gustaban los artesonados oscuros; artesonados brillantes hacían más amistoso un hogar. Tomando la mano de Emilia comenzó a imaginarse cómo podrían ordenar la casa. Aquí podría quedar la despensa, allí la mesa y el tocador. Juntos recorrieron toda la casa hasta que al final pudo hacer aflorar a los labios de su esposa una sonrisa encantadora. Emilia se sintió mejor cuando vio que su marido se preocupaba primero de ella y de la casa. A la mañana siguiente, cuando los hombres estaban desempacando los muebles, él ya estaba en la oficina, en donde varios empleados oficiales estaban ventilando las cien y más peticiones y necesidades. Ellos eran responsables de sus decisiones en sus propias localidades, pero cuando las determinaciones concernían a todo el distrito, la decisión correspondía a la Oficina. “Necesitamos un nuevo camino a lo largo del Rin”. Todos estaban de acuerdo a este respecto. Desde que se había construido el camino de Weyerbusch a Flammersfeld, no tenían más que este anhelo: el camino, el camino. Sí, en privado confesaban que ésta había sido la única razón para votar por Raiffeisen. Para la apertura del camino solo se necesitaba una cosa: dinero. Y allí habían anclado todos los planes hechos hasta entonces. Pero a Raiffeisen lo precedía la fama de que encontraba dinero para todo lo que se proponía.


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

157

El alcalde asintió en silencio, mirando lejos, sobre sus cabezas. Todos hablaban del camino, pero ninguno hablaba de las gentes. Estaban acostumbrados desde hacía mucho tiempo al hecho de que muchas personas del distrito vivían en una extrema pobreza, que se había consolidado porque, durante generaciones, les había parecido que no tenía remedio. Una propuesta indecente No mucho después de que Raiffeisen se posesionara de su cargo, un hombre extraño vino a verlo. Estaba vestido mejor de lo que se acostumbraba en las villas pequeñas del Westerwald. Una negra y espesa barba enmarcaba su joven pero recia cara. Una pesada cadena de oro sostenía su reloj, indicando no una posición confortable sino rica. Se inclinó cortésmente, mencionando su nombre: Barón von Habeck de Colonia. “¿Puedo hablar en privado con usted señor Raiffeisen?”. “Venga conmigo a mi cuarto, señor Barón”. Dio las instrucciones al secretario para que nadie los interrumpiera. El visitante desplegó un mapa de todo el distrito de Flammersfeld. “Usted no lleva mucho viviendo en Flammersfeld, señor alcalde, pero por lo que he oído sobre usted, tiene ya una idea formada sobre las circunstancias en que vive la gente de su distrito”. “En cuanto es de lógica deducirlo de los registros de tierras y de los impuestos”.


158

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Entonces, usted sabe tan bien como yo que la totalidad de las gentes están endeudadas hasta la coronilla”, continuó diciendo el visitante con toda calma. Por un momento, el alcalde estuvo dudando de si su interlocutor sería un filántropo o un prestamista, porque lo que parecía interesarlo era la posición económica de los habitantes. “¿Está usted en disposición de ayudar a los pobres?”, dijo Raiffeisen tratando de desviar la conversación con un chiste. Pero el Barón se quedó serio. “Precisamente esa es mi idea, si usted está de acuerdo en la ayuda”. De repente Raiffeisen se sintió invadido por una gran esperanza, pero se preguntó por qué ese extranjero querría enrolarse en semejante empresa en un distrito que, como era obvio, no le era familiar. “Si quiere mejorar la situación de las gentes pobres, gustoso trabajaré con usted” dijo cautelosamente, no queriendo comprometerse en nada antes de saber con certeza los planes del extranjero. “He gastado mucho tiempo estudiando economía política En todos los países, las gentes más progresistas abogan por la libertad de empresa. Establecen grandes industrias y desarrollan el bienestar de los pueblos. Inglaterra está varias décadas delante de nosotros y por tanto, podemos aprender de ella algunas lecciones”. Raiffeisen le escuchaba con atención y cuando su visitante terminó de hablar, le preguntó: “¿A qué clase de lecciones se refiere usted, Barón?”.


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

159

“La liberación de los pequeños y medianos agricultores de la dependencia de los grandes terratenientes, los ha obligado a arreglárselas por sí solos en la lucha por la vida. No tienen ni los conocimientos, ni el capital necesarios para mejorar su pobreza, de manera que volverán a una estrechez económica aun peor. De año en año, la población rural en muchos distritos va siendo cada vez más pobre. Muchos científicos están de acuerdo conmigo cuando sostengo que, como ha sucedido en Inglaterra hace tiempos, los pequeños agricultores van a desaparecer en Alemania”. Al oír estas palabras un sentimiento de angustia atenazó el pecho de Raiffeisen, de tal modo que casi se desmaya. Las palabras se mecían en el aire como gravadas con un cuchillo. “¿Y usted piensa haber encontrado una manera de impedir este desastre?”, le preguntó con voz ronca. “Lo que debe suceder en la naturaleza de las cosas, no puede ser impedido; pero quizás nosotros podemos tener éxito si tratamos de prevenir a tiempo los acontecimientos”, dijo señalando con un dedo un área especial sobre el mapa, que comprendía unas 15 a 20 poblaciones. ¿Sería una nueva teoría económica o el hombre ese era realmente un filántropo? Con impaciencia le preguntó: “¿Dígame qué es lo que se propone hacer?”. “Pienso comprar la tierra a los campesinos y encontrar una nueva forma de darles una vida mejor. Tengo suficiente dinero como para dar comienzo a una buena parte del plan”.


160

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Usted pretende salvar a los campesinos destruyendo su única razón de existir”, dijo Raiffeisen con energía y poniéndose también de pie. “Necesito trabajadores que dependan de mí. Deben enrolarse en mi vasto plan”. Las manos del alcalde temblaron. En su imaginación vio una tierra árida, desnuda, enmalezada, los pueblos desiertos y los campesinos amontonados en un ejército estúpido de esclavos. ¿Y podría él hacerse cómplice de esto? “Ahórrese palabras, Barón” le dijo fríamente. Lo que usted dice sobre la supuesta e inevitable decadencia de los pequeños agricultores es una vieja teoría que nunca ha sido comprobada. Hay que buscar y arrancar las raíces de la pobreza. Pero lo que usted pretende es aprovecharse de la miseria ajena. En silencio y temblando de la ira, el Barón enrolló el mapa. Su cara tomó de repente una apariencia de ferocidad. “También usted, señor alcalde, es incapaz de comprender el curso de los acontecimientos que lo arrollarán a usted y a su teoría de destruir las raíces de la pobreza. El poder del dinero es más fuerte que usted. Adiós”. Raiffeisen permaneció con la cabeza inclinada largo rato después de que desapareció el visitante. Detrás de sus gruesos lentes los ojos se encogían y cuando se volvió hacia la ventana, las ramas de los árboles parecían encerrarle entre rejas como a un prisionero. De la puerta salían voces confusas: el pueblo que lo miraba, a él, su alcalde, pidiendo consejo y valor.


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

161

Salió de su oficina y preguntó al empleado qué había sucedido durante aquel tiempo. “El correo trajo dos órdenes de remate en los pueblos de Raiferscheid y Hamm. Las he puesto en el tablero de avisos. El pastor Müller lo invita a cenar con él mañana o pasado mañana. Le quedará muy agradecido si acepta la invitación y le da la oportunidad de conversar sobre algunos asuntos”. “¿Hacia dónde se dirigió el extranjero?”, preguntó de repente Raiffeisen. El empleado frunció los hombros. “En la fonda junto a la iglesia había un carruaje esperándolo. Tomó el camino de Altenkirchen”. Entonces, el Barón no pensaba poner por obra su proyecto de inmediato, de lo contrario hubiera tomado el camino del Rin. Por el momento estaba bien, pero había que estar prevenido. Muy pronto Raiffeisen se sumergió en los negocios de su Comuna. Una propuesta tan seria como esa de vender la mitad de una Comuna a un rico empresario no era cosa común. Posiblemente algunos campesinos habían caído en la trampa, ya que la mayoría estaban en la misma situación que los de Weyerbusch: el ganado en los establos, los carros en los graneros y las mejores tierras hipotecadas a los usureros que se chupaban los frutos del trabajo de los agricultores. Vender la granja en un precio favorable significaba el liberarse, al menos por un tiempo, de semejante esclavitud. Cada semana el comisario Bankert se ocupaba de visitar cinco aldeas. Querellas insignificantes o casos de negocios deshonestos sucedían de tiempo en tiempo, todo lo cual lo reportaba a la oficina de Flammer-


162

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

feld. Habiendo observado que antes los informes eran irregulares, Raiffeisen instituyó un nuevo sistema por el cual cada empleado de aldea debía informar si había sido visitado por el comisario, aunque no hubiera sucedido nada importante que informar durante ese lapso de tiempo. Cuando recibió las instrucciones escritas con la descripción de la manera de emplear el nuevo sistema, el comisario Bankert malgeniado golpeó sobre las páginas. “El alcalde anterior siempre tuvo confianza en mí, sin necesidad de pedir confirmación de mis visitas”. Pero el empleado se volvió a su trabajo diciéndole: “Es cuestión de poner orden en las cosas”. Blankert refunfuñó: “Orden aquí, orden allí. Yo soy el único que trabajo ordenadamente en Flammersfeld”. “¿Hay algún problema?”, preguntó. El comisario insinuó un saludo y salió. Le gustaba beber, y en las tabernas que permanecían abiertas hasta tarde los escrúpulos del comisario, referentes a las órdenes, se aliviaban con unos vasos de aguardiente que le brindaban los amigos. A estos seguían otros y quién es capaz de saber cuántos vasos se tomaba Bankert. Con la cabeza sobre el mostrador de la taberna, dormía su borrachera. Cuando despertaba, no se acordaba qué aldea había visitado y cuáles no. Por esto sucedía que las informaciones sobre infracciones a la ley llegaban a la oficina de la alcaldía muy tardíamente y por otros caminos. Al comienzo, Raiffeisen se limitó a desaprobar la conducta del comisario y a llamarle la atención. “Pro-


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

163

cure hacer bien su trabajo, Bankert. ¿Quién otro puede poner orden en la Comuna, fuera de usted que es oficialmente su guardián?”. “Esos son pequeños descuidos, señor alcalde. Todos los alcaldes anteriores me han tenido confianza”, repetía inflando su pecho. “Todavía confiaré en usted una vez más, pero tiene que justificar esa confianza”. Luego el comisario Bankert salió. Cuando estuvo fuera, murmuró malhumorado: “No me había aguantado una reprimenda así de ninguno de ellos y todos eran mayores que el señor Raiffeisen”. La amonestación fue efectiva por una semana, pero a la siguiente, Bankert volvió otra vez a su antiguo vicio. “...por no cumplir sus deberes deberá pagar la multa de un taler, que se le deducirá de su sueldo al fin del mes. Y tenga en cuenta que no se le despide por consideración a su familia, que se vería en una necesidad aún mayor”. Despedido por abusar del licor Por un momento Bankert se quedó pasmado por el susto. Un taler deducido de su salario, serían por lo menos 25 vasos de aguardiente. Y todo por la bobada de haber olvidado visitar un par de aldeas. Decidió ir a quejarse ante los empleados del municipio. Pero estos se contentaron con encogerse de hombros: “Solamente el alcalde puede decidir en cosas semejantes”. Por fin el aguacil se encontró con algunos que tenían cuentas con la justicia. Estos se condolieron de Bankert por las drásticas medidas del nuevo alcalde,


164

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

añadiendo, sin embargo, que tratarían de utilizar su influencia en su favor. Bankert creyó que ya contaba con suficiente respaldo y continuó con su disoluto modo de vida. Y así llegó inevitablemente el día en que fue despedido de su oficio el comisario de policía de la Comuna. La carta del alcalde contenía una sola frase: Queda despedido. Bankert se fue a la taberna a beber para adquirir coraje. Luego se vino como una tromba a la alcaldía. “Retracte esta orden, señor alcalde, o tendrá que oír muchas cosas más”. “Esa es una amenaza que no quiero escuchar”. “¿Qué no quiere escuchar? Usted castiga a un infeliz inmisericordemente mientras cierra sus ojos a lo que hacen los poderosos”. “Retire inmediatamente esas palabras, Bankert, o hago caer sobre usted todo el peso de la ley”. Estaba rojo de la ira, pero Bankert estaba en el colmo de su furor. “Y cuando Korf paga el aguardiente que se bebe con madera de la Comuna, nada le sucede, ¿no es así? Nada, absolutamente nada”. Esta corta información cayó como una bomba sobre el alcalde. Con toda calma tomó una hoja de papel. “Prosiga, Bankert”, le ordenó. Pero esta orden desarmó completamente al borracho. Hasta entonces, Korf lo había protegido como el que más. Pero ahora lo mandaría a la porra. No dijo una sola palabra más, sino que dio media vuelta y salió de la oficina.


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

165

Dos días más tarde Korf se presentaba ante el alcalde, sin sospechar siquiera la razón de la cita. Raiffeisen había pensado cuidadosamente cómo iba a empezar. Precisamente hacía dos meses que había cumplido los 30 años, mientras que el hombre que tenía en frente no estaba lejos de los 60. “¿Cuánto hace que usted viene pagando el aguardiente con madera de la Comuna?”, le preguntó. “Hace dos años”. El alcalde anterior no había molestado nunca por cosas tan insignificantes como estas. Pero si a la Comuna le interesan esos pocos talers, él no tendría inconveniente en pagarlos inmediatamente. “No se trata de unos pocos talers sino del comportamiento y de la integridad de los empleados del municipio. Negocios de esta clase son sucios e ilegales. Si me contengo de aplicar la ley, es únicamente porque haciéndolo así desquiciaría la confianza de los demás empleados. Espero que usted corrija su comportamiento”. Aparentemente esto fue nada más que un incidente, pero Raiffeisen comprendió que tenía ya algunos enemigos... la cual fue quizás la razón por la que poco después fracasó al querer realizar otro plan. Durante los turbulentos meses del año 1848, que conmovieron al campo y a las ciudades por igual, se hablaba mucho de progreso y de nuevas ideas. El alcalde de Flammersfeld no dejó pasar tan buena oportunidad. Comprendió la diferencia enorme que separaba a los campesinos de los habitantes de las ciudades y trató con todo empeño de hacer algo por remediar esta situación injusta.


166

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

El servicio de correos Flammersfeld no tenía servicio interno de correos. Las cartas venían dos veces por semana de Altenkirchen. Por consiguiente había grandes retardos en los negocios tanto oficiales como particulares. En consecuencia, el alcalde habló sobre ello con las autoridades postales de Koblenz, sugiriendo el establecimiento de puestos de correo en cada una de las villas pertenecientes a Flammersfeld. Esto daría, además, mejores ingresos al servicio de correos; los negocios se incrementarían y las quejas contra los malos correos irían desapareciendo gradualmente. En la circular oficial decía que se debía establecer este servicio en corto tiempo; por ello no consultó al concejo distrita1, dando por supuesto que todos estarían de acuerdo con el plan. La carta de las autoridades postales se demoró largo tiempo en llegar. Por anticipado, Raifffeisen había prometido a Emilia que en adelante podría escribir a Remagen todos los días si quisiera. Al fin llegó la respuesta. Al abrirla se llevó un buen chasco. “...en consecuencia, y en vista del poco uso que se hace en este distrito de los servicios postales existentes, no se aprueban las mejoras propuestas. Sin embargo, el alcalde está en su derecho de establecer oficinas postales en cada villa, pero a condición de que se responsabilice de los costos que su establecimiento y administración demanden”. En la siguiente reunión del Concejo, el alcalde propuso que, al menos como innovación, se abrieran oficinas siquiera dos veces por semana.


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

167

“Es necesario estimular el gusto por escribir y leer. ¿Y quién de ustedes, teniendo una persona querida lejos, no quiere escribirle?” preguntó sonriendo. “¿Y quién les garantiza que personas sin autorización no metan las manos en los buzones y lean las cartas confidenciales? Esto solo nos llevaría a aumentar los disgustos en la Comuna, si se establecen esos puestos de correo”. Cuando Raiffeisen vio que estaba solo sosteniendo el proyecto, comprendió que había fracasado. Sumamente solo. Así se sentía cuando pensaba realizar muchas ideas interesantes. Solamente el pastor Müller estuvo con él desde el principio. Los dos amigos tenían el propósito de asistir a todos los remates de tierras que se realizaran. Las primeras veces les costó gran esfuerzo cumplir el propósito. Los ojos de los pobres deudores que entregaban sus últimos centavos, miraban suplicantes a los visitantes que parecían tener algún poder: “Miren cuán desgraciados somos. Ayúdenos’’, decía la mujer de un granjero en cierta ocasión en que el pastor y el alcalde presenciaban la venta de una finca a un usurero, a la décima parte del valor real. Hubo ocasiones en que un negociante que había pedido el remate, retiró su demanda por las súplicas que le hicieran los amigos, de manera que los pobres afectados con el remate tuvieron un plazo más y una luz de esperanza. “Debemos llegar hasta las raíces de estos trágicos acontecimientos”, decía Raiffeisen una y otra vez. “Analicemos los pasos por los que estas gentes se vuelven deudores insolventes y se ven forzados a vender


168

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

sus tierras”, sugería el pastor Müller. Esto constituía una tarea difícil porque las gentes golpeadas por la pobreza en las 33 aldeas de la Comuna de Flammersfeld eran campos estériles para el estudio. ...y siguen los usureros Raiffeisen escribió sus experiencias. Describía al usurero como: “un hombre aparentemente honorable y religioso, cuyo principal objetivo era el de ayudar a sus hermanos en sus momentos de infortunio, con préstamos en dinero, pero que apretaba los tornillos sin misericordia cuando el deudor no podía pagar. El remate de las tierras era el último paso que daban estos mal llamados bienhechores de la humanidad”. Recordaba un discurso que dos años antes había pronunciado Bismarck en el parlamento, en el cual describía las tierras que los campesinos ya no podían llamar suyas. Hasta la cama y las herramientas, todo quedaba en manos de los usureros. Suyos eran los animales del establo y por cada cabeza de ganado el campesino debía pagar diariamente intereses. Los sembrados y los graneros también pertenecían al usurero y estos les vendían el pan, las semillas y los alimentos a los precios que ellos mismos imponían. Meditando en su casa estos documentos, Raiffeisen veía detrás de esas palabras, semanas interminables llenas de ansiedad y de horror, noches de insomnio y de llanto, y fugaces esperanzas de que algún sentimiento humanitario se despertara en el corazón del usurero que les estrechaba cada vez más fuertemente el lazo al cuello.


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

169

Tragedias así sucedían a diario, ignoradas por la vocinglería demagógica que pregonaba el progreso en las ciudades. El sol de Dios brilla sobre los justos y los injustos, pero no calienta a aquellos que están sumidos en la desesperación y echados de su casa y de su hogar. Un informe semejante le trajo a la memoria las palabras de Shylock a propósito de un remate ejecutado en el pueblo de Kurth, por el que la familia Rentmann fue lanzada de su hacienda: “...el magistrado que presidía el remate puso todos los argumentos imaginables para impedir la venta al infame precio de la décima parte del valor real. Arrodillado, el campesino rogaba que le mejoraran el precio. Pero el acreedor sin piedad, presionaba al magistrado para que pronunciara sentencia de acuerdo a la letra de la ley. Y con el corazón oprimido el juez se vio obligado a cerrar la venta. En esa forma, establos, granero y una buena posesión, pasaron a manos del usurero, este terrible bienhechor de la humanidad, por la ridícula suma de 40 talers, siendo el precio justo más de 400. Como animales de presa en la jungla, estos inescrupulosos y voraces chupasangres, caían sobre los indefensos campesinos, aprovechándose de su ignorancia y de su pobreza para irse apoderando de finca tras finca, con la usura y los negocios de mala fe”. En Flammersfeld existía una clase diferente de usureros. Unos a otros se respetaban sus territorios respectivos, pero en conjunto no se sabía cual era el peor por los procedimientos que utilizaban en sus negocios. Mientras más crecía la pobreza y aumentaba el número de los necesitados, más crecía el poder y la avidez de los comerciantes usureros.


170

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Viniendo de una subasta, le pareció a Federico Guillermo que lo seguía la sombra burlona del Barón de Colonia que había hablado con él unos meses antes, “... Todos los poseedores de pequeñas y medianas parcelas deben desaparecer. Compraré las aldeas”. ¡No puede ser! gritó Raiffeisen angustiado y cubrió sus oídos con sus manos intentando rechazar el sonido de estas palabras. Un día de esos, el pastor Müller se acercó a Raiffeisen en las cercanías de uno de los pueblecitos y le dijo: “Hoy hace precisamente un año que asistimos al primer remate. ¿Cuántos ha habido desde entonces?” y sonrió con amargura. “Sesenta, de los cuales habían sido pospuestos dos por ruegos suyos”. “¿Y cuál ha sido la causa del endeudamiento en la mayoría de los casos?”. El pastor sabía que Raiffeisen tomaba los datos. Este sacó un libro de apuntes en el que había anotado todos los datos desde el comienzo. Analizando página tras página, finalmente llegó a una conclusión asombrosa: “¡Es extraordinario! En diez casos el endeudamiento comenzó con la compra obligada de ganado a crédito”. Un hallazgo importante: el ganado a crédito empuja a la miseria Cuando un segundo animal seguía bien pronto a la compra del primero, los ingresos de la granja apenas alcanzaban para pagar los intereses. Luego, venían dos animales más a crédito, hasta que al final el agricultor se veía obligado a vender su propio ganado para pagar


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

171

el crédito. Más tarde todo el hato le pertenecía al usurero y por último, al cabo de unos siete a diez años, el usurero daba el último zarpazo y se apoderaba de la finca. “¿De modo que a través de la venta de ganado es como el usurero exprime al pueblo?”. Raiffeisen añadió: “Esta es la raíz de la pobreza de nuestro pueblo”. ¿La raíz de la pobreza. La raíz..? ¡Encontré al fin la raíz de la pobreza!, murmuró. Una nueva idea había brotado en su mente y un nuevo plan había sido concebido; un plan cuyos efectos aún no eran previsibles. “Se encuentra usted bien”, le preguntó el pastor Müller impresionado. “Nunca me he sentido mejor”, contestó Raiffeisen. “No me parece que esté muy bien”, le replicó el pastor moviendo el cabeza preocupado y tomándole del brazo. “Véngase conmigo y cuénteme qué es lo que lo ha sacudido de ese modo”. Se sentaron en el estudio del pastor hasta entrada la noche, mientras Raiffeisen explicaba su plan. “El primer paso es ver cómo impedimos que los prestamistas puedan forzar a los campesinos a recibir ganado a crédito. Debemos conformar una unión, mediante la cual los pobres puedan comprar un animal a largo plazo y con bajos intereses. Nuestro método debe ser el mismo de los negociantes, pero sin especular con los intereses y, sobre todo, sin obligar a nadie a comprar más y más ganado a crédito. Por medio de pequeños y bien espaciados pagos, cada campesino tendrá que ir capacitándose para que con su propio


172

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

esfuerzo vaya haciéndose dueño de sus animales. En caso de mala suerte, los períodos de pagos deberán alargarse en forma conveniente”. El pastor captó el entusiasmo de su joven amigo, aunque para él este plan existía solamente en la nebulosa de su imaginación. “Solo necesitamos una cosa: dinero, una buena cantidad de dinero”, continuó diciendo pensativo. “Tenemos que encontrarlo en alguna parte”. Fue la angustiosa conclusión de Raiffeisen. El pastor movió su cabeza y preguntó: “¿Quién va a tener dinero suficiente como para que nos sirva de algo en este caso? En Flammersfeld, solo lo tiene uno que otro usurero, precisamente aquellos a quienes estás tratando de quitarles sus negocios”. “Entonces, debemos conseguir un empréstito”. Raiffeisen estaba obsesionado por su idea. Además, ya había realizado algo semejante cuando la compra de semillas de papas sin un centavo. Pero en ese entonces, su suegro lo había avalado, aunque con dificultad. “¿En qué otra fuente de recursos está usted pensando?”. El pastor observó que su joven amigo estaba aferrado a su plan y quería ponerlo a salvo de llevar a cabo un plan sin sentido. El rostro de Raiffeisen se inclinó. Respaldo. Esta era la clave del problema. En Weyerbusch había formado el Comité del Pueblo Pobre, pero entonces solo se trataba de unos cuantos cientos de talers que los mismos miembros habían aportado. Pero en este caso eran indispensables varios miles, para lograr la adquisición de cincuenta, sesenta o setenta reses que debían


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

173

ser adquiridas en el término del año. Un hombre solo jamás podría conseguir respaldo para esto; solamente entre varios... o entre muchos. Se puso de pie de un salto. Muchos pueden encontrarlo... si se unen. En Flammersfeld tiene que haber muchas personas con propiedades sin hipotecar y con un corazón cristiano. Ellas darán gustosas ese respaldo. No será necesario que paguen un solo taler; lo único que tienen que hacer es respaldar a sus vecinos pobres. Federico Guillermo, de ordinario tan prudente y reservado, de repente pareció caer en un remolino. Pero cuando el pastor Müller hubo entendido por fin la idea, también él se entusiasmó. Si pudiera realizarse, los pobres campesinos jamás serían lanzados de sus casas y de sus hogares. “Ayudaré cuando tengamos reunidos los socios de la Unión. ¿Cuándo podemos empezar?”. El pastor estaba de veras entusiasmado. “Lo más pronto posible. Mañana mismo, porque las necesidades no dan espera”. “¿Qué te ha sucedido?”, le preguntó con angustia, su esposa. “Tus ojos brillan de manera extraña”. “Algo maravilloso, querida”. Cuando le hubo contado su plan, Emilia lo abrazó emocionada. “Ah, si éste fuera el último día de los remates, Federico Guillermo” Sin embargo, todavía las cosas no estaban maduras. Lo primero que había que hacer era conquistar las gentes para la idea de La Unión para la Ayuda Mutua de Flammersfeld, como ya la había bautizado en su


174

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

mente. Pero para dar comienzo a una cosa semejante era necesario algo más que una simple convocatoria general. El pastor Müller y Raiffeisen fueron personalmente a las casas de aquellas personas que presumían iban a aceptar la idea. Aunque algunas consideraron el plan completamente utópico, la mayoría de las entrevistadas lo aceptaron. A otras personas se les comunicó por carta la invitación a una reunión en la casa del alcalde y casi todas concurrieron. El Pastor y Raiffeisen encabezaron la lista de los socios de la Unión y los argumentos persuasivos del alcalde convencieron a los demás. La capacidad para las emociones fuertes y una voluntad decidida de colaborar, surgieron nuevamente en aquellos corazones tanto tiempo embotados por las duras realidades y por la rutina de la vida diaria. Raiffeisen logró alistar 60 socios en la Unión para la Ayuda de los Campesinos Empobrecidos de Flammersfeld. “¿Qué tenemos que hacer?”, preguntó alguien. Sencillamente firmar el documento por el que nos comprometemos a responder, porque el préstamo y sus intereses sean pagados a los plazos convenidos. Los deudores, o sea los campesinos para quienes vamos a comprar ganado, tendrán que hipotecar los animales a la Unión, hasta tanto paguen sus deudas completamente. ¿Pero dónde encontrar al hombre que suministrara los primeros 2.000 talers para redimir el ganado que estaba en manos de los usureros y para que, si fuera necesario, se pudiera comprar más ganado? Porque una vaca con su cría valía de 30 a 40 talers.


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

175

Juntos, el pastor Müller y Raiffeisen caminaron Rin abajo y visitaron la firma con la que Raiffeisen había negociado cuando estaba en Weyerbusch. Esta firma los puso en contacto con un banco y recomendó a Raiffeisen como persona honrada, cumplidora y responsable. Cuando el banquero entendió finalmente la naturaleza de la propuesta, dudó un poco sobre la decisión que debía tomar. No tenía experiencia de negocios en los que el respaldo lo daba un grupo de pequeños propietarios. ¿Qué pasaría si los deudores no cumplen? ¿Habría que embargar a 60 personas? ¡Cosa difícil! Aun en el caso de que no se pierda el dinero, el asunto será muy costoso. El banquero se puso a mirar los estatutos de esta extraña y nueva Unión, formada únicamente por miembros que juntando responsabilidades trataban de ayudar a sus vecinos menos favorecidos. Se interesó principalmente en el capítulo tercero: Todos los miembros, mancomunadamente y cada uno por separado, se responsabilizan de las obligaciones que contraiga la Unión, para lo cual empeñan todas sus propiedades. Esto implica que la responsabilidad de cada miembro era ilimitada. Por ello, el respaldo era diez, veinte o treinta veces mayor que el valor del préstamo. El banquero quedó satisfecho. “Esto cubre ampliamente todo riesgo. Pueden contar con un préstamo de 2.000 talers, al interés corriente y con un plazo de cinco años”.


176

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Cuando Raiffeisen volvía Rin arriba todo el pueblo desvalido de Flammersfeld lo acompañaba en espíritu. Vio los ajados rostros de las mujeres, las callosas manos de los hombres contando afanosamente los pocos shillings para ver si eran suficientes para pagar el interés exigido por su usurero. “No os preocupéis más de ahora en adelante. Traigo 2.000 talers y con ellos os rescataré de sus manos”. Pero mientras tanto, nuevas dificultades habían aparecido. Para que la Unión para la Ayuda de los Campesinos Empobrecidos pudiera ser reconocida como una entidad jurídicamente constituida, era necesario registrarla en la Compañía Registradora. Sin demora, Raiffeisen se fue a Altenkirchen para buscar el reconocimiento de la Unión, pero tanto el Landrat como el gobernador estaban temerosos. “Tengo plena confianza en usted, señor Raiffeisen. Si fuera una sociedad de amigos o una unión educativa, se podría ordenar mediante una corta investigación. Pero tratándose de algo que va a tener transacciones económicas, es necesario tener certeza de la buena fe de cada uno de sus miembros”. “¿Cuánto demorará esto?”, preguntó Raiffeisen. “El gobierno va muy despacio en todas las cosas. Tendrá que esperar más o menos un año”. “¡Es imposible! Ni las necesidades ni los usureros pueden esperar tanto”. “De todos modos sostengo lo prometido. Logre conseguir unos veinte de los más solventes de entre los miembros de su Unión para que llenen los requisi-


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

177

tos legales y asuman, con responsabilidad mancomunada e ilimitada, el pago de la deuda”. Para esto no tuvo dificultad alguna, ya que se había granjeado el cariño de los mejores, de manera que no tuvieron inconveniente en acceder a sus peticiones. El primero de diciembre de 1849 comenzó a trabajar la Unión de Autoayuda. Para la nochebuena, Raiffeisen había rescatado de manos del usurero el ganado perteneciente a los más pobres campesinos. ¡Por fin se cambiaron los papeles! En adelante el usurero no fijaría ya más los precios a su antojo. Los más conocedores de entre los miembros de la Unión avaluaron el ganado a un precio justo. Si el usurero ponía objeciones, se le devolvería el animal. Ya no se atrevió más el negociante a demandar por violación de contratos, porque la Unión le hubiera respondido acusándolo de extorsión y de intereses ilegales. Muchos campesinos que antes se intimidaban delante del usurero, ahora relataban con toda franqueza y sin temor alguno, todas las explotaciones y engaños de que habían sido víctimas. En la nochebuena el pastor leyó aquello del evangelio de San Lucas, “y el ángel les dijo, no temáis, porque he aquí que os traigo noticias muy buenas y que lo serán también para todo el pueblo, porque en medio de vosotros hoy ha nacido el Salvador, en la ciudad de David, quien es el Cristo Mesías”. Gran gozo embargaba el corazón de los habitantes de Flammersfeld por la fundación de la Unión de Autoayuda y Federico Guillermo Raiffeisen había realizado precisamente lo que Cristo quería significar cuando dijo: Cuanto ha-


178

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

gáis por el más pequeño de mis hermanos, lo tomaré como hecho a mí mismo. Y el pueblo necesitado pudo cantar con el corazón lleno de alegría: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Durante el año de 1850 se puso de relieve la eficacia de un principio tan sencillo como el de la amistad entre los vecinos, sobre el que se basaba la Unión. Todo el trabajo de directores y miembros era voluntario y ad honorem. Solamente el maestro de la escuela, que hacía de tesorero, recibía una pequeña remuneración que ascendía a la décima parte del uno por ciento de los intereses. Nace el ahorro En el primer año se compraron 72 vacas que se entregaron a pobres agricultores quienes las debían pagar en cinco años, por contados a su alcance. En esa forma se invirtieron los 2.000 talers del préstamo, pero ya Raiffeisen había encontrado la manera de aumentar el flujo de caja. Como la Unión para la autoayuda gozaba ya de gran respeto y mucha confianza en Flammersfeld, el alcalde y el comité invitaron a todos los habitantes que tenían dinero en efectivo a colocarlo en la Unión, al interés usual, y al mismo tiempo a aceptar su parte de responsabilidad en el pago de las obligaciones de la misma. Tan grande fue la influencia de los depósitos que la Unión pudo contar con capital suficiente para financiar las operaciones del año siguiente.


La unión para la ayuda de los campesinos empobrecidos

179

El poder de los usureros se fue a tierra irremediablemente. Al segundo año de existencia de la Unión, uno de los negociantes, despechado y abandonado por todos, se tuvo que ir de Flammersfeld. Para Raiffeisen la mayor satisfacción era ver como las gentes se ufanaban de su trabajo. “No le hemos dado solamente algunas monedas a nuestro pueblo; sino sobre todo fe, buena voluntad y una ayuda que los va levantando y terminará por redimirlos de la pobreza”, le decía en cierta ocasión a su amigo el pastor. “Usted ha logrado despertar la confianza en ellos mismos”, fue la respuesta. “Y esto es un capital mayor que los 2.000 talers”. Durante el segundo año de funcionamiento de la Unión se compraron 110 vacas y en el tercero el número subió a 152. Por último, la compra de ganado se complicó tanto que la Unión decidió dar el dinero en efectivo a los campesinos para que éstos compraran el ganado en las ferias. Al principio pareció muy novedosa y jamás oída, la idea de dar dinero contante y sonante a los campesinos, sin extorsionarlos y reducirlos a la esclavitud. La misma Unión estaba edificada sobre dinero tomado en préstamo. Sin embargo, tanto el Landrat como el Gobernador, la aceptaron y la acogieron como algo que sería de gran beneficio para un mejoramiento general y ayudaría a las gentes honradas y precavidas. Banco de ahorros Un año más tarde. Raiffeisen instaló un Banco de Ahorros en conexión con las organizaciones de crédito y de nuevo se dirigió al gobierno para obtener un


180

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

reconocimiento legal. Esta vez la administración pública le exigió que todas las 33 comunas de Flammersfeld se pronunciaran a favor de la Unión. Sin embargo, como solamente se pudo obtener el beneplácito de 24, el reconocimiento legal se tuvo que dejar para más tarde. Pero la confianza del pueblo en la Unión para la Mutua Ayuda no disminuyó, porque cualquier cosa que Federico Guillermo Raiffeisen emprendiera era considerada tan buena y seria como si fuera un documento firmado y sellado por el gobierno. A través de todos estos años nadie pudo culpar al alcalde de negligencia en el cumplimiento de sus deberes oficiales. “Queremos construir un camino nuevo de Flammersfeld a Neuwied Rin abajo”, propuso a la primera reunión de todos los concejos municipales, y para ello contaban con un capital inutilizado representado por 5.000 acres de bosques, de los cuales hasta entonces se había hecho muy poco uso. De año en año el camino fue avanzando poco a poco hacia el valle del Rin. De todos los trabajadores de la carretera, el de más confianza era el ex policía Bankert, a quien Raiffeisen había enganchado tan pronto se dio comienzo. Entretanto, la familia del alcalde había aumentado, ya que en el segundo año de estadía en Flammersfeld, Emilia dio a luz al tercer retoño, a quien pusieron Bortha. Sonriendo, Emilia anotó: “Los hijos hacen casa en cualquier parte, pero cómo odiaría yo tener que abandonar a Flammersfeld”.


“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

181

“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

Los principios religiosos fueron su guía.

U

na vez más Emilia, la esposa de Raiffeisen, se subió al coche que la debía transportar lejos de Flammersfeld. Dos meses antes le había nacido el cuarto hijo y aún se sentía muy débil. Pero esto no era lo que más le preocupaba, sino el haber perdido a su hijo de un mes de nacido. Aunque había algunas personas en el mismo coche, no pudo ocultar sus lágrimas. “¡Cuándo será que tendré un hogar permanente Dios mío”. murmuró para sí misma. Toda mujer siempre encuentra duro dejar un sitio que ya ha comenzado a querer, pero Emilia recordaba que había sentido lo mismo al dejar a Weyerbusch y había llegado a Flammersfeld con la convicción de que nunca se amañaría allí.


182

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Ahora sentía que al dejar a Flammersfeld se le partía el corazón. Las hojas brillaban tocadas por el sol. En el valle del Wied las brumas y las bulliciosas golondrinas se preparaban para un viaje largo. “¿Nos iremos tan lejos como las golondrinas, madre?”, le preguntó Amalia. Tenía para entonces seis años y todo lo que la rodeaba le causaba gran interés. La madre acarició su cabellera. “No tan lejos, Amalia, pero las golondrinas volverán a Flammersfeld”. “¿Y nosotros no regresaremos? ¿Entonces quién irá a visitar la tumba de mi hermanita?”, preguntó la niña. Emilia apretó contra sí a la pequeña. “Tu hermanita, con los ángeles, en espíritu, estará junto a nosotros en Heddesdorf ”. “Heddesdorf... Heddesdorf ”, murmuró la niña en silencio. “¿Qué vamos a hacer allá, madre?”. “Vamos a vivir todos juntos allí y tu padre va a trabajar mucho”. El pastor Müller se subió al coche. “Dios bendiga su suerte, señora, pero no dejaremos que Raiffeisen se nos vaya del todo”, dijo sonriendo. La mujer lo miró inquisitivamente. “¿Volverá él?”, preguntó con un rayo de esperanza de que la orden de cambiar de sitio fuera cancelada. Pero Müller movió la cabeza. Esto no es posible, pero nuestros empleados distritales no cejarán hasta que el Landrat les conceda que Raiffeisen pase uno o dos días semanalmente en Flammersfeld. En ese momento llegó Raiffeisen y el pastor se volvió hacía él para preguntarle: “¿Entonces queda con-


“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

183

venido que usted terminará la carretera?”. “Si ustedes me necesitan, yo vendré con mucho gusto”. Todo era igual a como había sucedido cuatro años antes en Weyerbusch. La banda rompió a tocar un hermoso preludio. El pueblo se agitaba y se observaban lágrimas en los ojos de muchos. No olvidaban cuánto había hecho por mejorar sus condiciones de vida el hombre que ahora los dejaba. Allí, debajo de esos árboles, quedaba la casa del alcalde. El coche rodó hacia adelante y fueron quedándose suavemente en el pasado el pueblo inquieto, los sembrados relucientes, los años de preocupaciones y alegrías. Federico Guillermo cogió la mano de su esposa. “Todo irá bien si logras ser fuerte una vez más. Estoy muy preocupado por tu corazón”. Comprendió con dolor cuán frecuentemente, por trabajar en favor de los demás, dejaba abandonada a su esposa. Pero Emilia de Raiffeisen se había sobrepuesto a todo sentimiento de amargura desde hacía mucho tiempo. Cuando algunas semanas antes el Landrat había informado a la Comuna de Flammersfeld de que “en reconocimiento de su competencia y de sus grandes servicios al bienestar del pueblo el alcalde Raiffeisen había sido promovido a una más amplia y nueva esfera de acción”, una tormenta de protestas se levantó entre los empleados de los municipios, ya que esto significaba evidentemente que el alcalde iba a ser removido de su puesto. “No puede aceptar esto, señor alcalde. ¿Cómo va a ser eso posible? ¿Ahora cuando usted no tiene que tra-


184

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

bajar demasiado duro y que las gentes pobres no necesitan ya de mucha ayuda, quiere irse? Posiblemente en ninguna otra parte podrá usted comenzar una obra así nuevamente”. Raiffeisen estaba gratamente impresionado por tanta lealtad, pero no quiso ni aceptar ni rechazar. Tendría que empezar de nuevo todo, le había dicho el jefe de los empleados. Solitario una vez más, se había puesto a pasear de arriba a abajo en su oficina. Construir de nuevo. ¿Pero no era eso exactamente lo que él quería hacer? Una vez que las cosas marchaban sobre rieles, ya no necesitaban de su ayuda, no era él un hombre que pudiera permanecer con las manos cruzadas. Francamente, no sabría decir qué sucedería con la Unión para la Mutua Ayuda si él llegara a faltar, aunque tenía confianza en la capacidad del pastor y de sus amigos dirigentes de la organización para manejarla. El dinero fluía firmemente y en buena cantidad, ya que las gentes de Flammersfeld se habían acostumbrado a ahorrar. El pastor Mül1er no había descansado hasta tanto no convencer a todos los empleados municipales de que era necesario retener a Raiffeisen en Flammersfeld. Fueron a entrevistarse con el Landrat en Altenkirchen, quien les dispensó una amistosa recepción. “¿Es necesario que Raiffeisen permanezca allí, dicen ustedes? Eso significa que las cosas no marchan bien allí”. El jefe de los empleados, quien había sido tan brusco en la primera visita de Raiffeisen, carraspeó para aclarar su garganta: “Oh, sin duda todo mar-


“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

185

cha muy bien, señor Landrat, pero pienso que se han comenzado muchas obras importantes que solamente nuestro alcalde sabe cómo se deben manejar. Piense, por ejemplo, en la Unión para la Ayuda de las Gentes Empobrecidas y en la carretera nueva”. “¿Los envió el alcalde?”, preguntó el Landrat. Eso no podían afirmarlo, pero estaban seguros de que Raiffeisen estaría de acuerdo con ellos. Pero él no podía oponerse a una orden del Landrat. Esto hizo sonreír al Landrat, recordando lo que había pasado con la orden de repartir la harina del Estado únicamente a quienes pudieran pagarla. El alcalde era muy capaz de tomar la ley entre sus manos y aplicarla de acuerdo a su conciencia. “Trataré de buscar la forma de dar satisfacción a sus deseos y a los míos”, y despidió a los visitantes para sus casas con esas vagas promesas. Una semana más tarde envió una carta en la que decía: Será nombrado alcalde de Heddesdorf a partir del 28 de mayo de 1852, ciudad ubicada cerca de Neuwied sobre el Rin. Sin embargo, Raiffeisen podrá seguir visitando las obras de Flammersfeld semanalmente, hasta tanto sean concluidas. El principal trabajo será el de terminar la carretera. Cuando esté terminada, no tendrá ya ulteriores obligaciones el alcalde...”. Tal concesión no satisfizo los deseos de la Comuna. “Esto de ninguna manera nos reemplazará la presencia de Raiffeisen”. El pastor Müller envió una nueva propuesta a Altenkirchen. “Si no se puede rescindir la decisión de remover a nuestro querido alcalde, al menos la Comuna exige que se nombre un sucesor com-


186

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

petente. De lo contrario, muchos trabajos quedarán comenzados con la consiguiente pérdida de empleo para muchos pobres. El alcalde Raiffeisen se ha esmerado en mantener estos trabajos en buen pie, con el fin de proporcionar empleo constante y bien remunerado a tantos necesitados...”. “Un sucesor competente...”. Caviloso, el Landrat puso a un lado la carta sin plegarla, ya que tenía que conceder que la Comuna quedaría huérfana indudablemente por mucho tiempo. Federico Guillermo nunca supo nada de esta carta. A medio día, cinco horas después de dejar Flammersfeld, el coche rechinó sus ruedas en el pavimento de Heddesdorf. Su proximidad a las pequeñas ciudades industriales de Newied le daba un aire completamente diferente del de Weyerbusch o Flammersfeld. “No veo ninguna choza”, dijo inquisitivamente a su marido. “¿Qué significa una ciudad sin chozas? Aquí los trabajadores de la industria y los agricultores se confunden”, replicó Raiffeisen. “Los municipios son aún rurales, pero muchos de los habitantes de Heddesdorf ganan su diario sustento trabajando en las fábricas de Newied”. Emilia suspiró con satisfacción. “¿De manera que aquí no hay gentes pobres como en el Westerwald?”. “Gentes pobres siempre las habrá desde que los hombres crezcan en circunstancias diferentes y con distintas habilidades. De manera que también Heddesdorf tiene su cuota de pobres que necesitan ayuda”.


“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

187

“Pero si nosotros vamos para Heddesdorf, ¿por qué seguimos adelante?”. Su padre le contestó: “Nuestra casa en Heddesdorf no está aún terminada y por eso yo he conseguido una en Neuwied”. Después de siete años en el Westerwald, Emilia volvía al Rin, cerca de su casa solariega, y por ello saludó con gozo las heladas aguas del río. Como una joven novia había dirigido su ruta hacia el Westerwald, con todas las campanas tocándole a gloria. Si entonces tuvo algún contratiempo fue por las tormentas de nieve que sacudían los collados. Pero aunque tuvo que andar de la seca a la meca, siempre una parte de su ser permaneció allá, al otro lado del bosque, en la tierra de las gentes pobres. En las estrechas calles de Neuwied el coche brincaba sobre las desiguales piedras, volteando una esquina, pasando por delante de una fila de casas, hasta que por fin enfiló la ruta hacia el viejo edificio municipal. “¡Nuestra tercera feliz morada!”, dijo Federico Guillermo, sonriendo a su esposa. “¿En dónde será nuestra última?”, le respondió ella tomando su mano. “Conoces el dicho: tengo mi mansión en la casa de mis padres. Esperemos que algún día una de ellas sea la nuestra”. No mucho después de su llegada, el alcalde visitó a un arquitecto. “Quiero que contratemos la construcción de la nueva Casa Municipal. ¿Está usted en condiciones de enfrentarse a este plan?”, le dijo sacando de su bolsillo un plano detallado.


188

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Con poco disgusto, el arquitecto tomó el plano. Era lo que se podía esperar de un dibujo hecho por un hombre de leyes; le faltaba la chimenea, o tenía cuartos sin entrada, y, en general, todo el edificio carecía por completo de armonía y proporción. “Veremos qué se puede hacer con esto, señor alcalde. Pero me temo que usted sabe tanto de arquitectura como yo de los funciones de un alcalde”. “¿Entonces, ¿qué idea tiene usted sobre las funciones de un alcalde?”, le preguntó. “¿Cómo podría yo saberlo? Recoger las contribuciones, compilar los informes de los agentes de policía, hacer sugerencias sobre el mejor empleo de los fondos públicos”. “No está mal”, convino Raiffeisen. “Puede que yo sepa algo del trabajo de un arquitecto. En la Escuela de Inspectores aprendí algo sobre planos”. La cosa terminó en que el arquitecto no tuvo que hacerle sino ligeras modificaciones al plano. “El edificio es realmente creación suya”, dijo con franqueza. Raiffeisen estaba particularmente interesado en construir nuevas casas y nuevos caminos, de manera que gozaba mucho yendo semanalmente a Flammersfeld a supervisar los trabajos de construcción de la carretera. Las autoridades solo le habían autorizado abandonar un día a la semana su trabajo en Heddesdorf y como el viaje le llevaba cinco horas, solamente Raiffeisen se las podía arreglar para realizar semejante orden. Con un descanso pequeño, una sola comida a mediodía y el viaje de regreso, se completaba un día de intensa labor.


“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

189

Cuando Raiffeisen decía a su mujer: “Mañana me voy para Flammersfeld”, ella se levantaba a las 4 a.m. para prepararle su desayuno, aunque él insistía mucho en que no debía interrumpir su sueño. A las cinco en punto estaba montado en el coche viajando aún oscuro. Cuando llegaba, a las 10 a.m. a Flammersfeld le esperaban los diferentes capataces. Tomaba rápidamente un poco de comida y salía a visitar los sitios en donde estaban los trabajos de construcción de la carretera. Cansado regresaba a Flammersfeld y se sentaba al coche para emprender el viaje de regreso, muchas veces durmiendo durante todo el camino. En diciembre de 1853 la familia se trasladó a la nueva casa en Heddesdorf. El encuentro con un ladrón Poco después Raiffeisen tuvo un impresionante encuentro. A media noche fue despertado por un ruido pequeño, que provenía de la oficina. “Voy a ver qué es, dijo a su esposa. Quizás sea algún gato”. “¿Pero si es un ladrón?” dijo Emilia con preocupación. “Tanto peor para él”, le dijo el marido, riendo de los temores de la mujer. “Solo necesitaré abrir la puerta y lo cogeré antes de que venga la policía”. Se fue sin hacer ruido escaleras abajo. Abrió la puerta rápidamente y a la luz de la linterna apareció una figura enmascarada. Los ojos se cruzaron y Raiffeisen no tuvo tiempo de sorprenderlo. “¿Qué está haciendo aquí?”, le dijo secamente.


190

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Sin responder palabra, el intruso se lanzó contra el alcalde de modo que ambos se fueron contra la puerta que se cerró de golpe. Pero no en vano Raiffeisen había sido soldado. Atacó al intruso, quien rodó por el suelo con un ruido sordo. Ambos se trenzaron en una lucha cuerpo a cuerpo, rodando aquí y allá, hasta que de repente el ladrón logró sacar un cuchillo de su bolsillo. En un instante el arma brilló amenazante sobre el alcalde, quien logró retorcer la muñeca del ladrón de modo que cayó al suelo. Raiffeisen la pateó fuera del alcance del ladrón y logró dominarlo. Entretanto, Emilia aterrada por el ruido de la lucha, había corrido a las casas vecinas a pedir auxilio. En el interior de la casa había tenido lugar la siguiente conversación: “Déjeme ir. Fue la pobreza la que me obligó a hacer esto. De todos modos no hubiera podido abrir la pesada caja fuerte”. “La que debe decidir es la ley”, replicó Raiffeisen. “Si me entrega tomaré venganza algún día”. “No me asustan sus amenazas, respondió el alcalde. Cualquier cosa que planee hacerme más tarde lo tendrá que pensar despacio”. “Puede estar seguro de que lo haré. Nunca lo echaré en olvido. Tuve una mala hora y quizás en adelante no tendré oportunidad de mejorar mi vida”. Oyendo estas palabras, Raiffeisen comenzó a preguntarse si aquel hombre no estaría diciendo la verdad y sintió deseos de alargarle la mano en señal de ayuda. “Ni yo tampoco lo olvidaré a usted. Puede contar conmigo una vez que haya pagado su condena”.


“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

191

Entretanto llegó la policía y puso bajo su custodia al hombre. El alcalde le hizo un interrogatorio y supo que el nombre del ladrón era Tomás Wendt. Cuando regresó a su habitación, Raiffeisen encontró a Emilia inconsciente y tirada en el suelo. Muerto de terror la atendió hasta que recobró el sentido, pero un poco más tarde llamó al doctor para que atendiera a su pálida y temblorosa esposa. “El corazón de su esposa está muy débil”, le dijo el médico. “Debe protegerla de todo choque nervioso o sobresalto”. Muy despacio, Raiffeisen subió de nuevo las escaleras, sus pies le pesaban como el plomo a causa del informe del doctor. Se sintió atontado y un dolor insoportable le penetró en la cabeza. Todo se desmoronaba ante él. “Dios mío. Dios mío, ¿me voy a volver ciego?”, pensó paralizado por el terror. Se apoyó contra la pared mientras se aclaraba un poco su vista, pero el dolor continuaba. Preocupada, Emilia preguntó: “¿Qué ha dicho el médico?”. “Te excitaste mucho con el asunto del ladrón”, respondió el marido tratando de sonreír. “Tienes que precaverte de tales cosas”. Lo que el médico había dicho sobre su debilidad cardíaca no se lo quiso decir hasta tanto no mejorara su salud, lo mismo que su fuerte dolor de cabeza. Pensó en los pequeñuelos que se habían quedado dormidos a pesar de todo el alboroto. “Por ellos debemos seguir viviendo. ¡Qué será de ellos sin su padre y sin su madre”, murmuró para sí mismo. Ambos se reco-


192

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

braron de los terrores de esa noche, pero una sombra siniestra se cernía sobre la salud de los dos. Algún tiempo después, el hermano de Emilia el pastor Renkhoff los visitó y Raiffeisen le hizo mención del suceso del ladrón. El pastor observó con amargura: “Tomás Wendt no es el único hombre que puede salvarse si se le ayuda una vez que haya terminado de pagar su condena”. Federico Guillermo no había cambiado nada desde su salida de Flammersfeld. “Es necesario ayudarlo, usted y yo y todos los hombres de buena voluntad”, fue su terminante respuesta. Renkhoff sonrió con indulgencia. “Usted y yo podremos prestar ayuda en unos pocos casos, pero queda mucho qué hacer y está fuera de nuestro alcance por falta de recursos”. Raiffeisen meditó por algunos momentos. “Circunstancias externas no pueden impedir la realización de algún plan, al menos cuando tiene relación con gente explotada y necesitada”. “Puede contar conmigo para ayudarlo gustoso, si usted inicia algo semejante”, dijo el pastor Renkhoff con entusiasmo. Conocía la situación de muchos de sus parroquianos de Anhausen. Quizás se podría evitar muchísimos males trabajando con Raiffeisen, cuya posición como alcalde le daba gran influencia y que estaba en contacto con gentes pudientes, que si se les daba la oportunidad, podrían ayudar. Sin embargo, las ambiciones de Raiffeisen eran mucho mayores. Planeaba canalizar todo el potencial económico de su enorme distrito para llevar a cabo una poderosa organización. “Lo que necesitamos es


“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

193

un grupo de gentes preparadas para coordinar sus esfuerzos con el fin de organizar un extenso trabajo de bienestar social. Cada quien depositará el dinero que pueda, a interés y nosotros lo prestaremos a largo plazo a los necesitados. Además, quedan muchos otros recursos que se pueden explotar”. Renkhoff estuvo completamente de acuerdo. “Si logra aplicar aquí la experiencia de Flammersfeld, los resultados no tardarán en manifestarse”. Aunque no veía claro lo que se podía hacer, trató de animarlo lo más posible. El alcalde comenzó inmediatamente, pero el comienzo era siempre lo más difícil. Sus amigos de Neuwied, Scheneider, el rector del colegio, Terlinden, el profesor del Instituto Técnico, el doctor Schwalbe, el Landrat Heuberger y el farmaceuta Diestz, atendieron su llamado, pero más tarde empezaron a desconfiar del éxito; el entusiasmo primitivo cedió el paso al escepticismo y aún a ridiculizar maliciosamente el plan. La sociedad caritativa de Heddesdorf “No busco ventajas propias; no me duele cuando recibo algún rechazo, pero no permito que esto me haga desistir de mis propósitos”. En resumidas cuentas, 55 de los mejores habitantes de Heddesdorf y de sus alrededores estuvieron de acuerdo en crear la Sociedad Caritativa de Heddesdorf. Inclusive no fue necesario prestar dinero en otras fuentes crediticias. El primer objetivo de la sociedad fue el de ayudar a campesinos necesitados y a pequeños artesanos con el fin de incrementar su producción, prestándoles dinero


194

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

para conseguir materias primas. Para los campesinos necesitados, la Sociedad empezó comprando ganado. Según los planes de Raiffeisen, el objetivo último de la sociedad tenía alcances mucho mayores, como lo expresaba el punto 2 de los estatutos: La finalidad directa e inmediata de la Sociedad es el mejoramiento material de las gentes, pero a través de esto deberá también incidir en su perfeccionamiento moral. En consecuencia, todos sus recursos deberán ser empleados de la mejor manera posible para realizar los fines antes mencionados y aprovechar toda oportunidad para cumplir a cabalidad las metas propuestas. En particular deberá incluir entre sus fines el mantenimiento y educación de los niños, la búsqueda de empleo para personas desocupadas o ex presidiarias, la adquisición de ganado para campesinos empobrecidos y, finalmente, el establecimiento de un banco para el pueblo en general.

La finalidad que se lee a través de estas recomendaciones no es solamente el mejoramiento de los niveles materiales de sus conciudadanos y de sus hermanos de la comunidad cristiana, sino, primordialmente, el realizar en forma efectiva el mandamiento de la ley de Dios de que todos tengamos parte en los bienes de la tierra. Durante todo el tiempo anterior el objetivo principal de la vida de Raiffeisen y la piedra de toque de sus hechos residía en aquellas palabras de Cristo: Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos, conmigo lo habéis hecho. Como alcalde había entrado en contacto con gran cantidad de gentes que se hallaban en serias dificultades o que eran arrastradas a la deriva por la corriente


“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

195

de la vida. Los escasos recursos existentes en los fondos de la Comuna solo se podían emplear en los más pobres y estaba vedado invertir fondos públicos en préstamos. El alcalde hizo una lista de los más desesperados y desheredados y la llevó a la Sociedad Caritativa, para que ella les ayudara. Luego él mismo escribió las minutas de las cosas que se debían realizar: “El huérfano de Franz Klabach, que está bajo el cuidado de Ludwig Klabach, debe ser llevado a otro lugar porque Ludwig Klabach no puede sostenerlo. En consecuencia se eleva una solicitud al presidente del Comité alcalde Raiffeisen, para que busque otro hogar para ese niño”. “Se decidió colocar al niño de 10 años Jakob Andra en una familia cristiana. El alcalde Raiffeisen ha sido encargado de llevar a cabo esta decisión”. “Se ha conseguido un empleo conveniente en Altwied para el ex presidiario Herman Balt de Oberbieber. Se le ha dado la suma de tres talers y nueve grechen para que compre vestidos”. “Una venta obligatoria ha sido rescindida: Todos los haberes y ganados de Jakob Kurz de Datzeroth estaban en manos del usurero. La Sociedad estuvo de acuerdo en recomprar la casa y el establo y devolverlos a Kurz, para lo cual se han pagado 2.000 talers al usurero. Mientras Kurz pueda devolver el dinero, la Sociedad tomará en prenda sus derechos a cortar madera. Kurz pagará la deuda en 10 contados iguales, a 10 años de plazo”. “Se decidió... se ha pedido... se ha convenido”. Fueron innumerables los casos de necesidades remediadas por el alcalde Raiffeisen y para las cuales encontró una adecuada solución. Con el paso de los


196

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

años, se fueron arrumando gruesos volúmenes llenos de minutas cuyas claras y sencillas palabras abrieron las puertas a nuevos horizontes de nuestras gentes desesperadas e infortunadas. Uno de estos seres, que hacía tiempo se había extraviado del buen camino y ahora buscaba cómo volver atrás, golpeó un día a la puerta de Raiffeisen. Cuando Emilia la abrió y reconoció su cara, su corazón le palpitó violentamente. Acoge a un ex presidiario “Usted me reconoce”, dijo el hombre con amargura. “Sí, soy realmente Tomás Wendt. Esta mañana salí de Koblenz y he venido aquí a Heddesdorf ”. Los labios de Emilia le temblaron. “Usted amenazó a mi marido diciendo que no lo olvidaría cuando cumpliera la condena”, se atrevió a balbucir. “¿Qué trata de hacer ahora?”. “No pretendo atemorizarla señora. El alcalde me escribió cuando estaba en la cárcel, dijo que haría lo posible por ayudarme cuando completara mi condena”. La mujer recobró el aliento. Este delgado y pálido señor no parecía acunar ya más pensamiento de venganza. Sin embargo no sabía qué decirle, ya que Federico Guillermo no estaría de regreso hasta la tarde. Pero Wendt se adelantó a decidir por ella. “Me voy y regreso más tarde”. Con una despedida algo embarazosa bajó las escaleras. Apenas había bajado uno o dos escalones cuando la mujer lo llamó: “Usted debe tener hambre; venga conmigo”.


“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

197

Los niños lo miraron con ojos extraños mientras devoró primero un plato de sopa y luego otro. Despacio y con deleite se comió el pan. El color le volvió a su rostro y la mirada huidiza se borró de sus ojos. “No me van a echar”, pensaba; “me han permitido entrar”. Más abrigado, bien comido y con el corazón ensanchado, Tomás Wendt se despidió. Al atardecer, Raiffeisen entró con él: “Esta noche vas a dormir en el cuarto de los huéspedes”, le dijo, “y mañana vas a verte con el pastor Renkhoh en Anhausen. Él conoce tu caso y un empresario de Melsbach te dará alojamiento y trabajo. Ninguno de tus compañeros de trabajo sabrá de dónde vienes; Kroniuss es miembro de nuestra sociedad y se va a hacer cargo de ti a solicitud mía”. Tomás Wendt tragó saliva trabajosamente antes de que pudiera emitir una frase de agradecimiento: “Mi vida queda firmemente cimentada desde que usted confía en mí”. Por largo tiempo el ex prisionero permaneció desvelado, mientras los demás de la casa del alcalde dormían. Las palabras parecían haberlo vuelto loco. Un año antes había tratado de robar la caja fuerte en esa misma casa y ahora dormía tranquilamente sin nadie que lo vigilara. Pero Emilia no pudo dormir mucho. Su quinto alumbramiento estaba cerca, quizás estaba empezando ya. Como entre sueños, Federico Guillermo se acercó a ella: “¿Estás desvelada, mujer?”, le preguntó. “¿No será que tienes miedo?”. De repente ella rio. “¡Vete a dormir! Si algo sucede te despertaré inmediatamente”. Pero nada sucedió


198

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

y la mañana siguiente llegó con su cortejo de faenas ordinarias. Para los que tratan de ayudar, los trabajos nunca se disminuyen. Durante varios años la Sociedad Caritativa hizo progresos, pero luego hubo que ir disminuyendo una a una sus actividades a medida que el interés de sus miembros fue menguando. En primer lugar, Raiffeisen tuvo que suspender la ayuda a los ex presidiarios; luego el cuidado de los niños expósitos se suspendió, y después de seis años de funcionamiento también tuvo que acabar con algo que tenía muy cerca de su corazón, la formación de una biblioteca para el pueblo. Acomodar tan diferentes actividades en una sola sociedad fue completamente imposible y solo continuó con el Banco de Crédito y los préstamos, pero aún para estas actividades le fue faltando respaldo. Raiffeisen nunca olvidó que lo principal de la sociedad, aunque al final se redujera a prestar dinero, era no tener fines de lucro, era ayudar al prójimo cumpliendo el deber cristiano. Por dicha razón hizo todo lo posible por sostenerla en compañía de unos pocos miembros, pero poco a poco los préstamos llegaron a sumar más de 20.000 talers y los miembros comenzaron a preocuparse por la posibilidad de una pérdida de su dinero. Algunos se opusieron a otorgar más préstamos y pidieron la gradual liquidación de la sociedad. Al final del octavo año, Raiffeisen convocó a los miembros que restaban para la asamblea ordinaria. La mayoría concurrió, pero aún antes de iniciarse se


“Lo que habéis hecho con el último de mis hermanos...”

199

sentía una corriente de oposición. El orden del día comenzó tranquilamente; el presidente abrió la sesión y a su lado estaba el profesor de la escuela Lauff, quien desde el comienzo había tenido el cargo de tesorero. “Ruego a nuestro tesorero poner a consideración la hoja del balance”. Lauff leyó la lista de los préstamos, cerca de doscientos, dando el monto total de lo recaudado por pago de créditos. Una vez más el informe mostraba que no se había perdido un solo taler. “¿Todos están de acuerdo con el balance?” preguntó Raiffeisen. Siguió un silencio glacial, todos estaban mortificados con el asunto pero el respeto por el fundador los contenía de pedir la liquidación de la sociedad. Raiffeisen estaba muy pálido cuando dijo: “Muy bien señores; si ustedes no quieren continuar trabajando conmigo iré a las carreteras y a los caminos y llamaré yo mismo a los pobres, a los cojos, a los ciegos”.


El abismo del dolor

201

El abismo del dolor

Emilia se fue... Emilia se fue... por mucho tiempo.

F

ederico Guillermo Raiffeisen no pudo saber, cuando hablaba de convocar a los ciegos, lisiados y cojos, que en ese momento comenzaba la suprema ascensión de su vida. Deprimido y acosado por las dudas, volvió a casa después de la reunión que se había terminado sin llegar a ninguna determinación. Qué hermosos planes para el futuro se había forjado con la Sociedad de Heddesdorff. Con el fruto de los intereses cobrados por los préstamos, se debía crear un fondo que permanecería intacto hasta que llegara a la suma de 5.000 talers. Luego de dividirla en dos, 2.500 talers para suministrar el capital inicial para el establecimiento de una


202

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

fundación en favor de los pobres y enfermos de Heddesdorf, y la otra mitad para formar un fondo para la remuneración de los profesores del municipio, que debía prestarse a una favorable tasa de interés. En unos cien años, ambos fondos se aumentarían, con solo los intereses, hasta llegar a contar con 160.000 talers, cuyos intereses serían suficientes para sostener ambas fundaciones. Raiffeisen había preparado detalladamente sus planes y los había incorporado a los estatutos de la Sociedad. Cuidadosamente alimentada, la pequeña planta crecería hasta convertirse en un gran árbol, cuyos frutos repartirían felicidad en el futuro y a cuya sombra las generaciones venideras encontrarían protección, coraje y frescura. Ahora todos estos planes de Raiffeisen se habían venido al suelo. Los había basado fundamentalmente en los principios de amor mutuo entre hermanos y en el cumplimiento de los deberes de cristianos pero fracasaron por la inconstancia y la miopía de sus miembros. “Tengo que encontrar el medio de comprometer a los miembros entre sí, firmemente”. Este pensamiento ocupó su cerebro largo tiempo. Los miembros no habían tenido ningún aliciente. Había esperado que trabajaran siempre por los demás sin ninguna remuneración ni siquiera para los directivos. Tarea difícil esperar que el entusiasmo durara largo tiempo. Era amargo confesar esto, pero la situación actual hacía evidente esta conclusión. Para él había una ley no escrita, según la cual ningún miembro de la Sociedad podía sacar ventajas de la misma.


El abismo del dolor

203

Exactamente lo mismo que en las uniones de Weyerbusch y Flammersfeld también los miembros no pagaban nada ni reclamaba nada. Sus aportaciones eran un símbolo de altruismo desinteresado. Durante quince años Raiffeisen había mantenido tercamente este principio, pero ahora tenía que admitir que no podía esperar sostenerlo indefinidamente. Era un hecho que tan pronto como abandonó los dos sitios las uniones habían comenzado a morirse, y ahora, en Heddesdorf sucedía lo mismo estando él presente y tratando de animar a los miembros. El hombre que venció la pobreza Por su silencio y su expresión de preocupación, Emilia comprendió que su marido no llegaba a ninguna determinación. Apoyando una mano sobre sus hombros, le dijo: “Toma uno o dos días de vacaciones y vete de paseo al Westerwald. Sabes lo mucho que te conviene eso”. Después de un momento de duda respondió: “Siempre sabes lo que me conviene, Emilia”. Dos días después salía a recorrer sus antiguos campos de trabajo y a buscar nuevas ideas. Encima de Oberbieber el silencio ininterrumpido del bosque lo envolvió. Se puso a escuchar el silbido del viento en las copas de los árboles; refrescó sus débiles ojos con el verde joven de las hayas y un nuevo despertar fue invadiendo su mente. “Tengo que levantar el interés de todos los miembros de la sociedad”, se dijo, “de manera que cada uno tenga algún aliciente en ella”.


204

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Buscaré a los lisiados y a los ciegos en los caminos; sí, y los deudores también tienen que hacerse miembros de la Sociedad”. Estas ideas fueron como un relámpago inspirador después de la disolución de la asamblea. ¡Ahora lo entendía todo! El interés personal tenía que ser el cemento que uniera a todos entre sí, deudores y prestatarios juntos. No mucho antes el pastor Renkhoff había dicho: “Una ayuda directa y sin exigir ningún esfuerzo quiebra a la larga las voluntades y así llega a ser un peligro”. Ciertamente, el mismo Raiffeisen había sostenido frecuentemente que los pobres se podían ayudar a sí mismos. Ahora, caminando solo, comenzó a ver claramente lo que se debía hacer en el futuro. La Sociedad de Caridad debía cambiarse por una Sociedad de Autoayuda: Había que crear una unión para la ayuda mutua, en la cual la fuerza directriz tenía que seguir siendo el mandato cristiano del amor al prójimo. Todas las personas que desearan ayuda debían ser aleccionadas de modo que ellas a su vez pudieran ayudar a los necesitados. Solamente aquellos que participaran en la tarea común de responsabilizarse de la sociedad podrían tener el derecho a ser asistidos por los demás, y en esa forma la sociedad fuertemente concatenada aseguraría que nadie fuera a sufrir sin ser ayudado. De repente la verdad del dicho Uno para todos y todos para uno le pareció luminosa.


El abismo del dolor

205

La Unión de Crédito de Heddesdorf En una siguiente reunión de la Sociedad de Caridad se aprobó una resolución según la cual aquel que quisiera un préstamo debía hacerse miembro de la sociedad, cuyo nombre fue cambiado por la Unión de Crédito de Heddesdorf. En el invierno de 1862 los habitantes de Heddesdorf fueron sorprendidos con el anuncio de que una epidemia de tifo había hecho su aparición en Segendorf. El alcalde fue el primero en escuchar la noticia y cuando el doctor Schwalbe entró limpiando sus anteojos en forma bastante meticulosa, presintió que había malas noticias. “Tenga la bondad de remitir este informe al gobernador de Koblenz. Entre las gentes de Segendorf, el suscrito doctor ha diagnosticado 15 casos de tifo. Dos han muerto ya. Ambos eran trabajadores pobres mal nutridos. Las casas en las cuales se encontraron casos de fiebre han sido puestas en cuarentena. Se han pedido ulteriores instrucciones a las autoridades médicas”. La pluma del empleado estaba aún escribiendo sobre el papel cuando Raiffeisen preguntó asustado: “¿Y qué va a suceder con el resto de la familia de los enfermos? ¿Deberán permanecer en casa?”. “La orden debe ser cumplida estrictamente ya que ellos pueden transmitir la infección”. “¿Y quién cuidará de alimentarlos?, porque bien pronto faltarán los víveres en las casas”. “Para ello será necesario utilizar un grupo de voluntarios sanos que quieran asumir el riesgo de cuidar de los enfermos y de sus hogares”.


206

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

El alcalde hizo el llamamiento pero la respuesta fue muy insuficiente dado que todos estaban temerosos de la infección. Pocos días después varios hogares se vieron escasos de alimentos. Por ese tiempo Emilia se encontraba entre sus parientes en Remagen, a donde su marido la había llevado con la esperanza de que se recuperara de su novedad del corazón. Amalia, Berta y Lina estaban en casa con su padre y Rodolfo estaba en el colegio en Koblenz. “Yo iré a visitar a los enfermos de Segendorff ” decidió Raiffeisen y logró conseguir un anciano que se arriesgó a ir en su compañía. La población, que era una especie de asentamiento de trabajadores, estaba silenciosa como la misma muerte. Nadie se aventuraba a salir a las calles. Aún los sanos se encerraron en sus casas. En la primera casa visitada dos personas más estaban enfermas. Un anciano, Hannes Seger, agonizaba: “No dejen desamparada a mi esposa ni a mis hijos” suplicó a los visitantes. “¡Nadie será abandonado!”. Las palabras del alcalde lo confortaron y se hundió en las almohadas. “Entonces moriré tranquilo, si es que debo morir”. Amargado, el visitante abandonó ese hogar y la sombra de la muerte pareció envolverlo. No descansó hasta tanto que llevó algún alivio a todas las casas en donde había enfermos. En los días siguientes visitó nuevamente los hogares. Una tarde él mismo se sintió sacudido por una fiebre alta. El doctor Schwalbe había temido que se contagiara, pero los síntomas podían significar también


El abismo del dolor

207

una fiebre nerviosa que se extendía por todo su cuerpo. Al día siguiente perdió el conocimiento durante algún tiempo y fue llevado al hospital. Emilia, lejos de la casa, no podía visitar a su esposo enfermo, pero los niños montaban guardia alrededor de la cama. Aunque sufría mucho, siempre encontraba la manera de alentar a sus hijos. “Tengan la casa bien limpia y aseada, de modo que cuando regrese su mamá esté contenta”. “¿Y cuándo regresas tú, papá?” preguntó Amalia llorosa. “Pero si estoy con ustedes” les respondió. “No pasará mucho tiempo hasta que estemos todos juntos de nuevo”. Sin embargo pasó bastante tiempo; no pudo dejar el hospital hasta mayo y aún entonces su salud no estaba del todo restablecida. Pero las condiciones de Emilia eran aún peores y deseaba estar cuanto antes a su lado. Mientras viajaba a Remagen, Federico Guillermo pensaba en el último año que habían pasado juntos. Después de los días de duro trabajo encontraba siempre el calor del hogar tranquilo; los niños sabían cuando su padre entraba. Tenían listas sus tareas y sus pequeños trabajos de la casa. Por la noche les contaba historias, cantaban, tocaban piano, ya que al papá le gustaba mucho la buena música. El cariño de Emilia por él era inalterable y parecía invadir de dulzura toda la casa. Pero siendo tan responsable y tan débil, tenía un duro peso que soportar. Había dado a su esposo siete niños y había tenido que sobrellevar muchos sufrimientos porque tres habían muerto en temprana edad. Poco a poco había comenzado a sentir una seria debilidad cardíaca.


208

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Cuando Raiffeisen llegó a Remagen la madre de Emilia lo recibió con lágrimas en los ojos. “Emilia tuvo otro ataque ayer. Estamos terriblemente preocupados porque parece que no va a levantarse más”. Emilia saludó a su esposo con una débil pero cariñosa sonrisa: “¡Si al menos tú estuvieras bien. Federico Guillermo, qué harán nuestros hijos si...”. “¡No te aflijas, querida”. Tomó entre sus manos las de su esposa. “Muy pronto estaremos de nuevo todos juntos. Los niños están bien y tengo una buena nodriza en casa. Tú lo que necesitas es tranquilidad y confianza”. Los pensamientos perturbadores que había tenido durante el viaje le vinieron ahora con más insistencia. Los campos le parecían envueltos en una bruma que él atribuyó al mal tiempo, pero ahora parecía que un velo se interponía entre él y su esposa. La reciente enfermedad había dejado sus efectos en sus ojos. No quiso contarle esta ingrata novedad a Emilia porque debía primero acostumbrarse; sin embargo ella se asustó mucho cuando él no pudo leerle una carta de los niños. “Amalia escribe siempre muy claro”, le dijo Emilia casi en tono de reproche. Su marido sonrió con dificultad. “Pero tú sabes que después de un viaje mis ojos siempre se resienten”. “Dime algo sobre los niños”, le pidió la madre en tono cariñoso. “Amalia está más hacendosa que nunca. Cuando regresa de la escuela ayuda a su hermana a aprender sus lecciones y ella misma indica a la doncella lo que debe hacerse para tener la casa bien arreglada”. Solo ahora había comprendido


El abismo del dolor

209

Raiffeisen el tesoro que tenía en su hija mayor. “¿Y Rodolfo? ¿Sí ganará el año en la escuela?”. Esta pregunta ocultaba una secreta angustia acerca de su hijo. El padre movió la cabeza. “Ahora está más juicioso y hay esperanzas de que no se quedará ya más atrás”. Rodolfo había sido siempre un motivo de preocupación para sus padres. La despreocupación de alguno de sus antepasados se reflejaba en él. Siendo un niño era un fanfarrón y presumido; todos los regaños de su padre habían sido inútiles para corregirlo. Era bastante inteligente, pero no había cosa que más le aburriera que un estudio serio. Siempre que podía se escapaba de la severa disciplina de su casa. Amaba a su madre con toda la ternura de que era capaz y sufría particularmente por la larga ausencia del hogar. “Dale a Rodolfo un saludo especial de mi parte”, dijo Emilia un poco después. “Tú eres su ángel bueno, Emilia; no puedes abandonarlo. Algún día él te retornará todo esto haciéndote feliz”. Emilia cerró sus ojos y pareció sumergirse en un sueño, pero de repente se despertó exclamando: “¿Recuerdas que durante el viaje de Weyerbusch a Altenkirchen yo estaba tan impresionada por el temor de que perdieras el puesto?”. “Sí me acuerdo y ya ves que aún estoy de alcalde”, le respondió su marido divagando por los recuerdos pasados. “Por cierto que nuestra vida juntos en Weyerbusch me parece que fue ayer y como si hubiera sido un


210

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

sueño”. El marido anotó: “Quizás todo en esta vida es un sueño y solo despertamos a la hora de... de…”. No pudo terminar su frase. “...la muerte”, le añadió Emilia. “Pienso mucho en la muerte y no me parece una figura espantosa. Quizás es como un soplo que cae sobre la parpadeante llama de nuestra vida”. “Te estoy fatigando” interrumpió el marido, “y lo que tú necesitas es, ante todo, descansar”. “Oh, no, Federico Guillermo”, dijo ella poniéndole la mano en la espalda. “Cuando tú estás a mi lado comprendo cuán maravillosa ha sido nuestra vida. Ha sido un don muy grande que yo no he comprendido bien”. “Tú me ayudarás a mí también a comprender la vida cuando regresemos juntos a casa. Entonces tomaremos más en serio nuestro amor”. En ese momento entró la madre, temerosa de que la enferma estuviera demasiado cansada. Emilia se despidió de Raiffeisen con un suave y doloroso saludo. Cuando se hubo alejado, de nuevo su enfermedad lo volvió a atormentar. Retomó el camino andando a ciegas a través de las calles. El movimiento era grande; carros y hombres pasaban junto a él como sombras y cuando extendía la mano hacia adelante como para evitar un choque, se desvanecían como espectros sin formas. ¿Seré yo capaz de cumplir con mis deberes en adelante?, fue la amarga sospecha que le vino de repente y estos acuciantes pensamientos le atormentaban frecuentemente. Raiffeisen volvió a sus tareas ordinarias. Aunque a nadie le contó lo de su debilidad visual, muy


El abismo del dolor

211

pronto su secretario cayó en la cuenta de ella. Cuando le escribía una carta, la cogía y se la ponía muy cerca de sus ojos como para leerla, pero al fin terminaba preguntándole: ¿Dónde debo poner la firma? La renuncia por enfermedad Muy pronto llegó a la conclusión de que debía renunciar a su puesto. Consultó dos diferentes doctores y ambos estuvieron de acuerdo en que su vista necesitaba cuidados muy especiales, pues ha quedado muy averiada por la fiebre nerviosa que había sufrido. El 29 de agosto de 1862 el alcalde Raiffeisen pidió su retiro. “...No solamente se me dificulta el cumplimiento de mis funciones como alcalde, por mi problema de la vista, sino que, además, fuertes dolores de cabeza hacen imposible llevar a cabo mis obligaciones... Si me puedo retirar con la mitad de mi sueldo, con grandes economías podría, al menos, librar a mi familia del hambre...”. Un oscuro y melancólico futuro se abría ante él. Después de 17 años de trabajar como alcalde y unos pocos como empleado de la gobernación, ahora solo podía aspirar a una pensión de caridad. Queriendo cerciorarse por sí mismo de cómo andaban las cosas, el Landrat vino a verlo. “¿Por qué apurarse de tal manera que se de por vencido?” fueron sus palabras de despedida. “Toda enfermedad tiene su remedio, aún la de los ojos”. En la siguiente reunión distrital, todos se opusieron al propósito del alcalde y propusieron en cambio que le dieran unas largas vacaciones. El gobierno aceptó esto y Raiffeisen retiró su carta de renuncia.


212

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

La carrera infatigable de la vida de Raiffeisen llegaba a un punto peligroso. Una depresión cada vez mayor se fue apoderando de él al observar el obvio decaimiento de la Sociedad Caritativa y como último recurso se refugió en las colinas del Westerwald esperando encontrar allí un solaz para su desesperado y confuso estado de ánimo. Pero hasta en la soledad lo persiguieron los malos espíritus. El dolor de cabeza llegó a ser tan intenso que pensó que los días de su vida llegaban a su fin. No menos le preocupaba Emilia, cuya vida pendía de un hilo. Sin embargo, aún en esa situación, el buen sentido que siempre había sido característica de la vida de Raiffeisen, no lo abandonó. Si el término de su existencia se acercaba, quería dejar un testamento a sus hijos; así que, en los momentos en que sentía alguna mejora en sus ojos, se puso a escribir: “La ansiedad por el estado de mi querida esposa ha agravado mi debilidad nerviosa hasta tal punto que amenaza acabar con mi vida. Encuentro muy penoso el mantenerme en pie y la soledad que he buscado de nada me ha servido para aliviar mis sufrimientos. No puedo soportar el pensamiento de perder a mi querida esposa. Durante una noche de insomnio estuve tan nervioso que temí me sobreviniera un ataque al corazón. Puedo estar equivocado, pero me parece que la muerte está muy cerca de mí”. Después de dar detalladas instrucciones sobre quién debía encargarse de la educación de los niños, añadía que todos sus bienes se debían dedicar a su educación en la fe cristiana.


El abismo del dolor

213

“Jamás mis queridos hijos, jamás olvidéis las palabras del Señor: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede ir al Padre sino por mí. Buscad siempre la verdad a través de las enseñanzas de Cristo. No os vayáis a extraviar del camino recto. Sed piadosos y evitad el pecado y para ello buscad el auxilio de la oración. Este es mi testamento”. Mirando las hojas escritas con letras grandes, Raiffeisen pensó que esto era lo único que un hombre podía legar a su posteridad. En sus horas de intenso dolor, había comprendido cuán impotente es el ser humano para dirigir su propio destino. Más tarde, cuando se recobró un poco de su mal, le pareció que esto no dejaba de tener su finalidad. Se sintió inspirado y purificado y pensó que lo que le quedara después de tan rudo golpe, sería como la semilla de su futura vida, si es que iba a vivir algo más. Cuando le dieron la bienvenida, la única pregunta fue: “¿Traerás a la madre de nuevo a casa?”. “Mañana iremos a verla, les prometió, y entonces vosotros mismos le preguntaréis si vuelve. Quizás esto le de valor”. Al día siguiente llegaban a la casa de Remagen. “Su madre no puede tener fuertes sorpresas, les advirtió la abuelita, tenéis que sentaros bien quietecitos y no hacer preguntas”. Emilia había sido preparada para recibir la visita. Sin embargo, las lágrimas bañaron sus mejillas cuando vio a sus hijos, pero ninguno se atrevió a dirigirle una palabra.


214

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“Contadme cómo os va; nunca me cansaré de escuchar cosas acerca de vosotros”. Con voz casi imperceptible, Lina, la más pequeña, murmuró: “Vente con nosotros a casa, mamacita”. Pero inmediatamente se detuvo temerosa de haber impresionado a su mamá. “¿Es esto todo?, le respondió sonriente la madre, ¿o tenéis algo más que decirme?”. “Eso es todo, Emilia, ¿qué más quieres tú?”. Pronto quedó bien claro lo duro que era para la madre esa visita. Aunque parecía inmutable, gotas de sudor corrían por su rostro. Todos comprendieron que no podría regresar a casa hasta mucho tiempo después. Sin embargo, su salud había mejorado tanto que podía preocuparse de su marido. Su decisión de retirarse de la alcaldía la había afectado mucho, pero ahora estaba muy satisfecha por haber retirado la renuncia. “Tienes que tomar un largo descanso, Federico. Hace mucho tiempo que no vas a la casa paterna en Schwabisch-Hail. Si te das un paseo por allá, regresarás con renovada energía”. “¿Pero qué harás tú entretanto?, le preguntó. “No te puedo dejar sola tanto tiempo”. Finalmente, con la seguridad que le dio el médico de la familia de que Emilia estaba en vía de recuperarse, Raiffeisen aceptó tomarse unos días de descanso en las colinas de Eifel. “Estaré bastante cerca de ti y podré fácilmente venir, si llegas a necesitarme”. Con estas palabras se re-


El abismo del dolor

215

confortó a sí mismo cuando dejó a su esposa. Emilia agitó su mano: “Lo importante es que regreses bien, querido”. Durante el viaje Raiffeisen se sintió poco menos que dichoso. Pensaba alegremente: Emilia debía ver lo mejorado que me siento; ¡cómo se pondrá de contenta! Tomó un coche que lo llevó a Mayen. Allí alquiló un cuarto e hizo sus planes para salir todos los días de paseo. Otra vez se sintió con ánimo de planear multitud de cosas, como un ferrocarril a través del Westerwald. Inclusive hizo el plano de los lugares por donde debía pasar y en su imaginación tendió los rieles. Todo ello era muestra evidente del resurgimiento de su mente creativa. Muchos campesinos lo saludaban con cariño y él respondía feliz a los saludos, pero ninguno lo reconoció pues hacía ya 30 años que había abandonado a Mayen. Veinte años de vida activa, tumultuosa, apasionada, de los cuales había pasado dieciocho en compañía de Emilia. Sin descansar había plantado y sembrado; ¿En dónde iría a cosechar? Sobre las distantes colinas de Hunsruck se estaba gestando una tormenta que Raiffeisen miró como una interrupción de sus meditaciones. Pensaba caminar aún más adentro en el bosque hasta llegar a la cumbre desde donde podía divisar todos los contornos y comprobar el mejoramiento de su vista. Pero solo llevaba consigo un bastón, sin paraguas ni abrigo, de modo que tuvo que regresar.


216

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Hasta pensó en un ferrocarril En Mayen le esperaba en el hotel un mensajero. “Tengo el encargo de entregarle personalmente esta carta”, le dijo el hombre y se devolvió de inmediato. ¿Una carta de Remagen? Raiffeisen sintió como si le estuvieran hundiendo un cuchillo mientras iba a su cuarto. Con una ansiedad incontrolable rasgó el sobre. ¡Puedo leer de nuevo. Pero luego todas las palabras se le volvieron un embrollo. ¡No puedo entender nada! pensó con desesperación. ¿Quién me podrá leer esta carta si está escrita para mí solo? “Querido Federico Guillermo...”. Era su suegro quien le escribía. “Esto es tan terrible que no encuentro palabras para escribirle. Ayer de mañana un nuevo ataque al corazón, se murió tu adorada Emilia...”. El resto de la carta desapareció en un torbellino confuso. Por un momento su mente quedó completamente vacía y sus ojos vagaban sin mirar a través de la ventana. Las oscuras nubes de tormenta llegaban ya a Mayen; el viento huracanado barría silbando las calles y golpeaba los postigos sueltos de las ventanas. “Bien, me libré de la borrasca, pensó. ¿Pero esa carta en sus manos? ¡No… no! Emilia no pudo hacer eso”. Un relámpago deslumbrante rompió la oscuridad, seguido del rugido formidable del trueno, como si se hundiera un gran edificio. Se sentó inclinándose sobre la mesa. Cada relámpago golpeaba sus párpados cerrados, mientras el granizo parecía caer encima de su cuerpo. Emilia se fue... Emilia se fue... por mucho tiempo. Ese fue el pensamiento que cruzó por su mente.


El abismo del dolor

217

Pero ¿y los niños? Parecía que lo llamaban a través de los aullidos furiosos del huracán. Cuando, por fin, se decidió a abrir los ojos, todas las cosas a su alrededor habían cambiado. Viajando toda la noche a través de la tormenta y la lluvia, llegó a Remagen cuando empezaba a aparecer la pálida aurora de verano. Una plomiza luminosidad caía sobre el Rin. Era el 28 de julio de 1863. Emilia yacía en su ataúd como dormida; sus mejillas rosadas como si viviera, su boca entreabierta. Solamente sus dedos eran pálidos como de cera. Se arrodilló largo rato delante del féretro. Por su mente atravesaba un solo pensamiento: Fuiste una fiel esposa, una madre intachable, una cristiana de verdad. ¿Qué orden tan inescrutable te ha llamado al otro mundo en la primavera de la vida, a los 37 años de edad? Después del funeral de su esposa, volvió a su trabajo, comprendiendo que cumpliría mejor los deseos de ella entregándose por entero a la educación de los hijos. Encontró la fuerza para hacer esto en el recuerdo siempre presente de su amor y de su consagración al trabajo. Unos pocos días más tarde, el Landrat van Runkel invitó a Raiffeisen a ir a Neuwied. “Quiero darle unas vacaciones más largas, después de tan rudo golpe” comenzó diciendo. Pero con una amarga sonrisa, Raiffeisen movió la cabeza. “Quizás ya he estado preocupado de mí mismo demasiado. Ahora todo ha cambiado y en adelante me debo conservar bien por causa de mis hijos”.


218

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Casualmente, van Runkel le alargó una carta, preguntándole si había oído las noticias recientes. Poniéndose la carta casi pegada a sus ojos, Raiffeisen descifró dificultosamente: El ferrocarril a lo largo del Westerwald había sido aprobado. Pero una vez que el alcalde se hubo ido, el Landrat movió la cabeza preocupado.


Veinte años de lucha y sufrimientos

219

Veinte años de lucha y sufrimientos

Su vida ha sido siempre pensar, imaginar y crear.

U

n día de invierno, cuando Raiffeisen regresaba a su casa, encontró dos desconocidos esperándolo. Se presentaron como los secretarios de los municipios de Rengsdorf y Ronefeld. “Perdónenos, señor alcalde, por distraer su atención con un pequeño asunto” comenzó diciendo uno de ellos con cierto embarazo. Jamás, aun cuando estuviera sobrecargado de trabajo, Raiffeisen había rehusado responder a alguna pregunta, de modo que, colgando su sobretodo, invitó a los hombres a entrar.


220

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

El cooperativismo de crédito comienza a expandirse Apenas se hubieron sentado comenzaron a exponer su asunto: “Queremos empezar la fundación de una Cooperativa de Crédito, como la fundada en Heddesdorf. Nuestro pueblo es tan pobre como necesitado y por eso hemos venido a ver si usted tiene inconveniente en que nosotros hagamos lo mismo”. Un rayo de luz iluminó repentinamente la cabeza gris de Raiffeisen. De manera que sus trabajos y sus ideas iban abriéndose camino al menos entre los de otras partes. “Será mejor que yo vaya con ustedes y los asesore”, les dijo sonriendo después de mucho tiempo. “¿Y podremos copiar sus estatutos?, se aventuraron a preguntar, porque pensar en preparar unos nuevos sería demasiado trabajo para nosotros”. Raiffeisen sacó del armario una copia de los estatutos de la Unión de Heddesdorf. “Tomen estos y saquen cuantas copias necesiten. Yo iré a la reunión inicial”. Con miles de agradecimientos los dos visitantes se fueron. Durante largo tiempo habían estado discutiendo si sería conveniente ir con esta propuesta al alcalde, ya que posiblemente les sugeriría que se adhirieran a la Unión de Heddesdorf. Pero muchos eran enemigos de esto al ver que los campesinos se volvían desconfiados porque personas extrañas a ellos mismos se enteraban de la situación que afrontaban. Al domingo siguiente Raiffeisen fue a Rengsdorf, en donde encontró unas 30 personas reunidas en un salón contiguo a la posada. Ya lo conocían, o al menos


Veinte años de lucha y sufrimientos

221

de nombre. Ahora lo tenían en persona. Comenzado el encuentro, el secretario del municipio empezó diciendo: “Ruego al señor alcalde Raiffeisen que nos dirija la reunión”. El alcalde se levantó y mirando a su alrededor observó con cuánto interés estaban todos escuchando. “Queridos conciudadanos, comenzó. No vengo a ofreceros algo milagroso que os libre de la pobreza sin exigir ningún esfuerzo de vuestra parte. Pero quisiera mostraros un medio por el cual se puede lograr la libertad económica, si todos se comprometen a trabajar unidos por el bienestar común. Debemos estar convencidos de que si mejoramos las condiciones materiales de las gentes, se mejorarán igualmente las condiciones morales. Proporcionando préstamos a las gentes necesitadas y trabajadores de vuestros municipios, se capacitarán para gozar de los frutos de su trabajo y de sus economías, en vez de trabajar en favor de los usureros. En esa forma llegarán a tener una saludable independencia de cualquier ayuda externa, que siempre conduce a la disminución de sus ganancias, al empobrecimiento y a todos las amarguras que de allí se siguen”. ¿Entendería realmente este auditorio lo que le quería decir? Raiffeisen hizo una pausa y continuó: “La finalidad de la Unión es reducir el número de pobres de este municipio y mejorar el estándar de vida de la población en general. Su propósito es lanzar lejos los males que se sienten por todas partes y que pueden reducir, aún a gentes de cierta solvencia económica, a estados de penuria lamentables, por falta de


222

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

dinero contante o en crédito, y que tiene como resultado el que el pueblo pobre nunca pueda llegar a tener una independencia económica o una propiedad”. Estas frases sacudieron el salón en donde se reunía la asamblea y una salva de aplausos fue su mejor comentario. “Sin embargo, para evitar compromisos, la Unión, en sus primeras etapas, solo debe ser integrada por aquellas personas de reconocida solvencia económica y de honorabilidad sin tacha y que deseen mejorar su condición por medio del trabajo y del ahorro. Todo candidato a ser ayudado debe ser miembro de la Unión y debe dar una buena garantía, siendo respaldado por una conocida y solvente persona del mismo municipio”. Raiffeisen no era amigo de largos discursos y por ello creyó conveniente poner término o su intervención. “Aquellos ciudadanos que tienen una situación económica boyante y no necesitan del crédito, deben tomar su parte de responsabilidad, haciendo de fiadores, si es que realmente queremos reducir la pobreza de nuestros conciudadanos y lograr que un mejoramiento económico llegue a todos. En esta forma, el amor al prójimo y el cumplimiento de nuestros deberes de cristianos serán los fundamentos de nuestra Unión y el interés personal en ella debe ser el cemento que haga la unión entre unos y otros”. Cuando se hubo sentado, Raiffeisen presintió que había logrado persuadir a su auditorio. Luego comenzaron a hacerle preguntas y a hablar entre sí. Con una


Veinte años de lucha y sufrimientos

223

palabra aquí y una explicación allí, todos llegaron a entender bien el esquema fundamental de la organización y resolvieron unirse. “Muchos municipios le agradecerían enormemente si usted quisiera permanecer a su lado mientras se mejoran las condiciones económicas apremiantes en que viven las gentes”, le dijo el secretario municipal mientras se despedía. Cuando lo oyó Raiffeisen, una nueva idea vino a su mente. Su influencia personal no podría llegar a todos los confines de la Comuna, pero sus ideas podrían expandirse ampliamente y hacer su labor independientemente de su presencia. “Envíeme a todo el que desee seguir el ejemplo de ustedes y quiera informarse sobre este asunto”, le dijo al empleado. La semilla sembrada por Raiffeisen comenzaba a echar raíces. Al poco tiempo nuevas uniones de crédito aparecieron en Anhauxen, en Engers y en Upper Wied. Sus funciones como alcalde le absorbieron completamente el tiempo, de modo que solamente los domingos pudo realizar algunas visitas al campo. Pero ahora no era la soledad tranquila de los bosques lo que buscaba, sino más bien las reuniones en las plazas públicas en donde las multitudes escuchaban en silencio sus palabras. Después de algún tiempo en que pareció que sus ojos mejoraban, el mal le comenzó a atormentar de nuevo. De tiempo en tiempo, el Landrat Runkel le hacía alguna visita, pues debía someterse todos los años


224

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

a un chequeo médico que lo declarara capaz de continuar en su puesto. Casi tres años después de que hubiera pedido su pensión de retiro, los dos hombres se encontraron una vez en la calle. El Landrat le extendió la mano y luego, con un súbito impulso, la dejó caer; estaba ya bien cerca uno de otro cuando el Landrat se quitó el sombrero y pasó derecho. Raiffeisen, que había visto el gesto, pero no había reconocido la persona, se volvió para ver quién era aquel hombre que lo había saludado sin decirle una palabra. Esto hizo tal impresión al Landrat, que a la primera oportunidad se presentó en la alcaldía de Heddesdorf. “¿Cómo le va en su trabajo?”. Sin adivinar la verdadera razón de la pregunta, Raiffeisen respondió: “Gran parte de él me es difícil, pero al fin y al cabo, la principal labor de un alcalde consiste en hacer planes y tomar decisiones, y con mi ojo interior veo casi tan bien como una persona normal”. Van Runkel nada respondió. Se hizo al lado del secretario mientras este alargaba a su jefe un documento para que lo firmara. Durante mucho tiempo Raiffeisen había adquirido el hábito de firmar en el sitio conveniente. Cuando el Landrat se fue, llevaba la certeza de que no era apto para desempeñar el cargo por más tiempo. En el informe escribió: “...por tanto, considero que dada su desafortunada enfermedad de la vista, el alcalde Raiffeisen depende demasiado de sus ayudantes. Presumo que muy pronto ya no podrá leer por sí mismo la correspondencia y los documentos confiden-


Veinte años de lucha y sufrimientos

225

ciales, sino que tendrá que hacérselos leer por el secretario o por su hija. No quiero en ningún momento desestimar su diligencia y las excelentes cualidades, ni su coraje y la honestidad intachable de su carácter, que hacen su salida del servicio activo sumamente doloroso. Pero en mi opinión sus sufrimientos son tales que le hacen imposible el poder llevar a cabo la administración de un distrito tan grande...”. Como resultado de este informe, el gobernador pidió el parecer del médico oficial, quien, después de un cuidadoso examen, conceptuó que Raiffeisen posiblemente tenía una incapacidad incurable. Estaba todavía desayunando con sus hijos cuando llegó el correo. Amalia, quien había llegado a ser el brazo derecho de su padre y su secretaria, fue abriendo lentamente una carta tras otra y se las fue leyendo. Pero cuando le llegó el turno a una carta procedente de Koblenz y leyó: “En vista del concepto recibido...” se detuvo. “Bien, ¿qué... Amalia? continúa leyendo”. ¿Cómo podría suavizar el golpe? “Es una carta procedente de Koblenz... para ti personalmente, padre”, comenzó a decir insegura. “Bien, dime qué es lo que quieren de mí esos señores”. “Ellos quieren...”. Se detuvo nuevamente. “...pensionarme, dijo Raiffeisen, completando la frase. De modo que había sucedido lo que me temía desde el último examen médico y la visita aparentemente rutinaria del Landrat”.


226

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

De repente la vida le pareció como un jarro que se va derramando; su contenido no se puedo detener por mucho tiempo sino que es necesario dejarlo que se escape gradualmente. “Puedes protestar, padre, le dijo Amalia. Nadie puede decir que hayas descuidado tus deberes”. Raiffeisen se sonrió con un poco de amargura. “Mi trabajo como alcalde ha terminado. Tanto el gobernador como el Landrat von Runkel no han llegado a una decisión sin haberlo pensado detenidamente. Un hombre que está casi ciego no puede ser más un empleado público”. “Puedes hacer mucho aún, padre”, exclamó la hija con apasionamiento, y salió apresuradamente porque las lágrimas se agolpaban en sus ojos. ¡Su querido papacito no será ya más alcalde! ¿Qué iría a suceder ahora? Amalia conocía su situación económica. Él siempre regalaba a los pobres lo poco que le quedaba, después de atender a las necesidades de su hogar. Raiffeisen no quiso llamar a Amalia sino que pidió a su hija más joven que le continuara la lectura de la carta. Berta leyó: “...y en adelante pensionado”. Federico Guillermo comprendió de inmediato que la pensión no era suficiente para atender a los gastos de su hogar ya que solo ascendía a un poco más de la cuarta parte de sus entradas anteriores, en vez de la mitad que él había creído. Ahora se encontraba ante un problema terrible. Pero ante todo tenía que ir a la oficina y realizar su trabajo. El gobierno le envió un testimonio de reconocimiento que van Runkel le entregó personalmente.


Veinte años de lucha y sufrimientos

227

“Estoy un poco apenado con usted, le dijo. ¿Qué piensa hacer ahora? A su edad uno no puede sentarse con las manos cruzadas. Espero que haya ahorrado algo”. Le ofreció un puesto en una industria en el cual no tenía nada qué ver con papeles. Pero Raiffeisen movió negativamente su cabeza. “Ante todo necesito reflexionar un poco”. Tenía entonces 47 años, edad en la cual un hombre puede orientar de nuevo su actividad. ¿Trabajo? ¿Cuál sería en realidad su trabajo? Si tuviera a su Emilia al lado, podría ver con más calma el porvenir, pero sus hijos eran aún demasiado pequeños para ser sus confidentes. Sin embargo, el verdadero trabajo de Raiffeisen estaba ya echando raíces y comenzaba a expandirse. Su cuñado, el pastor Renkhoff, vino a verlo apenas se enteró de que había sido depuesto de la alcaldía. “Ahora está usted libre para dedicarse por entero a su trabajo de impulsar las uniones de crédito”. Raiffeisen estaba encantado porque su amigo le había dicho exactamente lo que él querría hacer. Sin embargo, le dijo: “Las uniones de crédito no son un negocio; deben ser manejadas por voluntarios y no se debe pagar ningún sueldo a ninguno de sus miembros”. Buscando trabajo “No quiero decir eso”, contestó su amigo. “Pero al menos tienes ahora algo importante: ¡tiempo!”. Comprendiendo que tenía que buscar algún nuevo empleo, Raiffeisen se dirigió al dueño de una pequeña fábrica de cigarros en Neuwied, quien se iba envejeciendo y


228

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

quería vender su negocio a quien lo diera a cambio la garantía de una entrada fija. “Podemos entendemos”, le dijo a Raiffeisen cuando lo visitó por primera vez. Una mirada a los libros de contabilidad indicó a Raiffeisen que los beneficios de la empresa eran escasos; demasiado pequeños para poder sostener dos familias. Pero el dueño lo presionaba para que tomara una rápida de decisión. Inclusive ofreció a Raiffeisen que le recibiría el valor de la mitad de la compra en forma de hipoteca. De esa manera solo debía conseguir 2.000 talers. Además de sus ahorros, no le quedaba difícil conseguirlos dado que tenía buen crédito y amigos que lo fiarían fácilmente. Casi al final de su vida, el servidor del gobierno venía a convertirse en un modesto negociante. Al comienzo tuvo muchos problemas, que le impidieron encontrar tiempo para sus visitas. Pero de todos partes le llegaban cartas y por todos lados le venían consultas: ¿Qué debemos hacer para organizar una cooperativa de crédito según su sistema? ¡Ayúdenos! ¡Oriéntenos! Las necesidades son enormes. Indudablemente la miseria en las provincias era mucha. Por todas partes, problemas tales como los que Raiffeisen había conocido en Weyerbusch, en Flammersfeld y ahora en Hoddesdorf, pesaban terriblemente sobre los pobres campesinos y sobre el pueblo en general. La pequeña fábrica producía únicamente un poco más que lo necesario para pagar los intereses del préstamo y los salarios de los empleados. Raiffeisen se veía obligado a trabajar todo el día en la oficina y aun en la


Veinte años de lucha y sufrimientos

229

fábrica para conseguir lo necesario para el sustento de su familia. Fue una amarga experiencia, porque diariamente le llegaban cartas preguntando: ¿Cuándo nos vuelve a visitar? ¿Cuándo nos viene a ver? Fracaso en el primer negocio Finalmente Raiffeisen llegó a la conclusión de que las cosas no podían continuar así. “Será mejor vender el negocio”. Sería lo mejor, pero el problema era que nadie lo quería comprar sino a un precio inferior al que Raiffeisen había pagado. Tuvo que enfrentarse a la lucha por la propia subsistencia y aunque trabajó con energía, comercialmente hablando se fue a la bancarrota. Parecía que lo único que le quedaba era pensar en un nuevo negocio. Amalia había ya dejado sus estudios secundarios y, además de encargarse de ver por la casa, llevaba los libros de cuentas de su padre. Cuando conoció el nuevo proyecto, apenas pudo difícilmente contener las lágrimas. “Me siento terriblemente preocupada, padre. Estás haciendo todo esto solo con el fin de damos una buena educación. Nosotros no podemos, en realidad, meternos en más deudas”. Raiffeisen acarició los cabellos de su hija. “¿Pero qué más puedes tú hacer por mí, querida?”. Pero la pregunta quedaba sin respuesta, ya que no se podía prever el futuro. Una nueva aventura comenzó en la vida de Raiffeisen. Nunca había perdido su destreza en organizar, pero siempre la había usado para ayudar a los deshe-


230

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

redados y desamparados y no para emprender negocios por su cuenta y para su propia utilidad. Después de su retiro había tenido que abandonar su residencia de Heddesdorf y ahora vivía en Neuwied. Allí había aprendido varias técnicas de organización de empresas. En aquellas que no necesitaban de una buena capacidad visual, sino más bien de cierta perspicacia para aprovechar las circunstancias favorables, él estaba muy por encima de muchos otros. Una de las cosas cuya falta había comprendido, era la de mejores relaciones entre los viñateros y los dueños de tabernas. La usura había invadido el negocio del vino y los vendedores al por mayor señalaban el precio del artículo, de modo que los productores recibían solamente un precio equivalente a la cuarta parte del valor del vino vendido a los consumidores. Pero nadie se atrevía a romper el monopolio. El negocio del vino En Neuwied, Raiffeisen empezó a negociar en vinos. Para ello fue necesario hacer una nueva hipoteca, pero el rápido movimiento del negocio le dio buenas utilidades y con un poco de suerte saldría de sus apuros en pocos años. Pero de nuevo sus dolores de cabeza comenzaron a atormentarlo de manera que durante días enteros no podía trabajar. Amalia, de 21 años a la sazón, tuvo que echar sobre sus hombros los dos trabajos. “Si al menos yo pudiera apoyarme un poco más en Rodolfo”, pensaba el padre al ver cómo se sacrificaba Amalia por los demás. Sin ella se hubiera visto


Veinte años de lucha y sufrimientos

231

obligado a vivir en la miseria. Desde la muerte de la madre, el comportamiento de Rodolfo era cada vez peor. Nunca terminó ninguno de sus estudios. En la fábrica tenía constantes disgustos con los trabajadores por causa de su arrogancia y de su orgullo. Finalmente Raiffeisen descansó cuando se fue a trabajar en una gran empresa comercial de Colonia. Un año más tarde, o sea cinco después de la muerte de su esposa, el negocio de vinos iba mejorando bastante, de modo que Raiffeisen pudo deshacerse de la fábrica de cigarros que solo le daba desvelos y problemas. Cuando Amalia conoció esta decisión corrió a echarle los brazos al cuello de su padre. “¡Gracias mil veces a Dios! Ahora ya no me necesitas más”. Raiffeisen se sorprendió. “¿Qué quieres decir?”, le preguntó con un fuerte temblor en sus manos. Amalia no había previsto una reacción tan violenta. Su padre se había puesto pálido; tuvo que sentarse y por las contracciones de su rostro comprendió que su vieja enfermedad le volvía. Mordió sus labios en un esfuerzo por contener las lágrimas. “¿Qué es lo que quieres hacer, Amalia?”, le dijo. Amalia se sacrifica por su padre Con un sollozo la muchacha salió del cuarto, se puso un sobretodo y se salió a la calle sin dirección precisa. En esa forma llegó a las márgenes del Rin. “Heinrich, ¿qué es lo que debo hacer, qué es lo que debo hacer?” decía entre sollozos ocultando su cabeza para que los peatones no observaran sus lágrimas. “Heinrich querido, ¿qué debo hacer?”.


232

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Pero el hombre cuya ayuda pedía no pudo venir en su auxilio. Lo había conocido en Koblenz, adonde iba de tiempo en tiempo a visitar a sus amigas de colegio. Heinrich Greber, recientemente había entrado a participar en los negocios de su padre. “Ahora soy libre y puedo hacer lo que se me antoje, aun casarme, le dijo cierto día a Amalia. Puedo ir muy lejos; puedo construir un hogar. Sí, quiero hacer esto bien pronto”. “Y, ¿cómo querrías que fuera tu esposa?” le preguntó Amalia con cierta picardía. Solamente se habían visto dos o tres veces. “Oh, no lo sé exactamente. Se encogió de hombros. Preferiría que fuera como tú, Amalia”. Un poco más tarde se besaron por primera vez. Como en realidad tenían muy pocas oportunidades para estar solos convinieron en encontrarse en la próxima reunión del club. ¿Qué haré, Heinrich?, se preguntaba Amalia a solas en la orilla del Rin. Dulcemente, el río pasaba rizando la superficie de sus aguas y murmurando. Allá, a lo lejos, en el horizonte brumoso, se alcanzaban a divisar las torres de Koblenz. Pero no solamente el Rin separaba a Amalia de su amado. Vio a su padre tal como ella lo había dejado: pálido, con ese gesto de dolor y sin la ayuda de su secretaria. Abandonado y sin nadie que le aconsejara en sus negocios. En ese terrible dilema de servir a su padre o seguir los llamados de su corazón, las enseñanzas de su niñez prevalecieron: “Honra a tu padre y a tu madre”.


Veinte años de lucha y sufrimientos

233

Cuando regresó a su casa había de tal modo recobrado el control de sí misma, que pudo contarle a su padre todo. Para Raiffeisen este había sido el golpe más rudo desde la muerte de su esposa. Una vez más su vida había quedado como a la deriva; de tal manera se había acostumbrado a contar con su hija. Amalia se entendía con las órdenes que él no podía leer y proveía a su despacho. “Yo no quiero acapararte, mi niña”, dijo finalmente con una voz entrecortada, pero piensa en lo que sucedería si te fueras”. “No puedo abandonarte, padre, contestó con voz suave. Tú lo sabes, no haré jamás una cosa semejante”. “Quizás podamos esperar hasta cuando Berta termine su colegio?”. “Ah, Berta”. Amalia sonrió. Su hermana menor no tenía ninguna experiencia en el manejo de los negocios, ni había querido oír nada acerca. “Ella nunca ha aprendido lo que debe hacer, padre”. “Quién lo sabe”. Y con esta débil esperanza terminaron el asunto. Sin posteriores discusiones decidieron que Amalia se quedaría con su padre hasta que... Pero seis meses más tarde ya era demasiado tarde. Henrich Greber no pudo hacerse a la idea de esperar más. Después de intercambiar una o dos cartas, la amistad se terminó, y casualmente Amalia se enteró más tarde de que se había casado. Desde aquella primera discusión su padre no había insistido más en retenerla a su lado. Pero ahora compartía los sufrimientos de su hija y estaba profunda-


234

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

mente apenado por haber destruido su felicidad, algo que se reprochaba con amargura. Expansión de las cooperativas de crédito Desde que se quitó de encima el problema de la fábrica de cigarros y el negocio del vino no necesitó tanta atención, Raiffeisen pudo dedicarle más tiempo a la expansión de las cooperativas de crédito. Viajó a lo largo del Westerwald, a Hesse y a Westfalia para hablar con ese tono suyo tan persuasivo con alcaldes y empleados municipales, con agricultores y trabajadores. Ciertamente el tiempo estaba maduro para la gestación de sus ideas de mutua ayuda y de autoayuda. Indudablemente, todo aquel que escuchaba a Raiffeisen sentía que estaba esperando precisamente algo semejante. Como esas fuerzas nuevas que empujan a la humanidad a dar un paso adelante, el plan para crear la cooperativa de crédito era sencillo y fácilmente captado por todos. El punto principal era la reducción de los plazos para los préstamos, de cinco años a los períodos indispensables para llenar el círculo de trabajadores del campo: de la siembra a la cosecha, desde la cría del ganado hasta su venta. Pero el llamado principal lo hizo a la gente pobre, a aquellos que eran exprimidos y explotados por los usureros y que sentían atracción por las ideas, cuyo fundamento era el amor mutuo entre prójimos y la exclusión del deseo de lucro. Semejantes ideas atraían por igual a los desposeídos de la fortuna y a los hombres de buen corazón.


Veinte años de lucha y sufrimientos

235

Lauff, el maestro de escuela de Heddesdorf, lo acompañó a uno de sus últimos viajes. Las travesías eran difíciles y aunque le apuraban todo lo posible, fueron incapaces de atender a todas las aldeas que los habían invitado. La necesidad de escribir un libro “Va a ser necesario dividirse en varias partes para estar en muchos sitios al mismo tiempo” decía Raiffeisen jocosamente. El maestro estuvo de acuerdo. “Pero al menos el pueblo debería poder leer sus ideas”, le dijo pensativo. Leer, eso captó su atención. Entonces, tendría que escribir un libro. “Claro que sí, un libro. Debes escribir un libro, le reafirmó alegremente Lauff. Con un libro muchas gentes podrían enterarse bien de tus ideas”. La fatiga desapareció del cuerpo de Raiffeisen. Su mente estaba ocupada en un nuevo plan, el de escribir un libro en el que podría fundir todas sus ideas acerca de las cooperativas de crédito. Debía contener todo: cómo la idea va tomando cuerpo, cómo se debe aplicar a la realidad, cómo se deben manejar las cooperativas. ¡Qué volumen tan fenomenal iba a ser este! “Definitivamente voy a escribir este libro”, dijo con su lenguaje tajante y lacónico al despedirse. Un año más tarde el libro estaba hecho. Llevaba un largo título: Las cooperativas de crédito como un remedio para la pobreza de los trabajadores industriales y rurales y para los artesanos. En él trazó todo el curso de su vida. El pueblo famélico por la hambruna de 1846-47 rodeándolo; oyó de


236

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

nuevo los lamentos de los niños de Penkhoff cuando fue rematada su granja; el ex presidiario Tomás Wendt se sentó de nuevo a su mesa; en su mente escuchó sus propias palabras: “...entonces miró a los caminos y a las carreteras para traer a los lisiados y a los ciegos”. En ese momento comprendió que tenía ante sí el camino para ir de la Sociedad de Caridad a la idea de la Autoayuda Cooperativa. Levantando el volumen en su mano, el autor observó con una sonrisa un tanto melancólica, a Lauff y a Renkhoff: “Veinte años de vida, de esfuerzo, de sufrimientos, encerrados entre las dos pastas de un libro”. “A través de las páginas de este libro, sus ideas llegarán a miles y miles de personas. Vivirás cuando ninguno de nosotros exista ya”. Los ojos de Lauff brillaban de emoción al pronunciar estas palabras y los corazones de aquellos tres hombres se sentían llenos de una alegría desbordante. “Sin ti, Amalia, este libro jamás se hubiera escrito”, dijo volviéndose hacia su hija cuando los demás se fueron. “Te has ganado un descanso, padre”, fue su comentario. “Durante mucho tiempo has estado deseando ir a Schwabisch-Hall para conocer la ciudad en donde vivieron tus antepasados. Yo cuidaré mientras tanto de los negocios”. Esta vez el padre estuvo de acuerdo. Más tarde contó lo siguiente acerca de ese viaje: “Visité la primera ciudad imperial de Hall, cuna ancestral de mis


Veinte años de lucha y sufrimientos

237

antepasados. De allí pasé a mi Uelfisehach, en donde mi abuelo fue pastor durante cincuenta años. Algunos de los más ancianos aún se acordaban de mí. Cuando visité la casa cural y la iglesia sentí que realmente todo eso era parte de mí ser. Ambos edificios eran los originales. Cuán fuertemente nos sentimos ligados con nuestros antepasados; en nosotros, sus sueños y sus sufrimientos se convierten en alegrías; en nosotros reviven ellos...”. Con su mente remozada y fresca regresó a casa. Aparece de nuevo Cupido Pero algo más había sucedido en este viaje. Encontró una mujer que desde el primer intercambio de palabras pareció serle ya familiar. La señora María Panserot, una viuda que vivía en la soledad, le contó algo de su vida: “Trato de ayudar un poco a todo el que puedo. Unas veces es solo un apretón de manos, otras una plegaria por alguien que se encuentra en problemas”. Se sintió fuertemente atraído por esa mujer cuya tibia y suave voz hacía eco profundo en su corazón: “¿La podré ver de nuevo, señora Panserot?” le preguntó. “Me encanta conversar con usted, señor Raiffeisen”. En esa forma un tardío amor prendió en sus corazones y la señora Panserot, que no había tenido hijos, encontró una calurosa acogida en la familia de Raiffeisen. Especialmente Amalia recibió a esa sencilla y modesta mujer con toda su reprimida capacidad de cariño. “¿Cuándo vas a volver?” era siempre la pre-


238

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

gunta que le hacía cuando se iba. Ella se reía: “Estoy muy sola. Con gusto vendría para quedarme contigo”. De esta manera, a todos les pareció lo más natural cuando un día la señora Panserot se vino a vivir a Heddesdorf, como la segunda esposa del viudo Federico Guillermo Raiffeisen. A los cincuenta años, este matrimonio le trajo tranquilidad y una nueva compañía.


Esparciéndose por todo el mundo

239

Esparciéndose por todo el mundo

Disfrutó al ver su obra expandiéndose por todo el mundo.

A

los cincuenta años, la vida de Raiffeisen era un oasis de tranquilidad y de paz. Cuando echaba una mirada sobre sus años pasados le parecía que había andado con los ojos cerrados varias veces y durante largos períodos. Quizás había tomado demasiado en serio sus sufrimientos físicos, en vez de mirarlos como un reto a su fortaleza enfrentada a la adversidad. Cuando dejó el servicio del estado no había tenido como máxima preocupación el cuidado de su futuro. Y cuántas veces no se había impacientado cuando su trabajo tropezaba con las debilidades inherentes a la naturaleza humana. Sin embargo, día tras día el sol sale por encima de las cabezas; año tras año la savia


240

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

de la vida sube desde el suelo y Dios siempre tiene paciencia con nosotros, espera. Una voz le musitaba en su interior: debes vivir y crecer hasta la madurez. El libro sobre las cooperativas de crédito había tenido una excelente acogida. Aún gentes que solo habían oído hablar de Raiffeisen muy vagamente, comenzaban a entender su trabajo. Amalia recogía todas las noticias para leérselas a su padre por las tardes. Raiffeisen acogía con palabras de agradecimiento sincero aquellas que le comprobaban lo acertado que había sido su trabajo y que le granjeaban nuevos amigos. “Escucha esto, papá”, comenzó diciendo cierto día Amalia. La Gran Unión de Agricultores de la Prusia comienza a entender tus ideas. Su secretario general, Thümany, escribe: “Ahora ya estoy bastante mejor informado desde que el alcalde Raiffeisen hizo la descripción de las cinco uniones de crédito de Neuwied. El problema álgido a que se tenían que enfrentar todas las organizaciones agrícolas queda ahora exitosamente resuelto”. Cuando más tarde apareció una segunda edición del libro, la Asamblea Alemana de Agricultores escribió desde Munich: “El fundador se ha granjeado la más sincera gratitud de parte de sus conciudadanos, por los 25 años de trabajo incansable en favor de los campesinos”. El libro tuvo como consecuencia que Raiffeisen tuviera que realizar largos viajes a lugares tan distantes como Baviera y Alsacia. Lo que vio por allá y lo que ya había visto antes en las provincias del Rin, lo llenaron de satisfacción. El clero católico, juntamente con el evangélico, trabajaba de común acuerdo para extender cada vez más sus ideas.


Esparciéndose por todo el mundo

241

A su regreso de la fundación de las primeras uniones de Baviera y Alsacia, reasumió sus tareas ordinarias. Se levantaba temprano y empezaba el día leyendo la correspondencia con la que toda la familia gozaba enormemente. Esta había alcanzado tales proporciones que gastaba íntegramente la mañana en dictar las respuestas. Después de un frugal almuerzo y un pequeño descanso o un paseo, se ponía de nuevo a trabajar hasta la tarde. Por entonces el negocio del vino iba tan sobre rieles, que apenas si le quitaba un poco de tiempo diariamente. La comida era siempre fría: un sándwich y una botella de cerveza. Por lo demás, Raiffeisen estaba entregado por completo a su familia. Con frecuencia se tocaba música ya que sus hijos ejecutaban el violín y el piano y cantaban acompañándose ellos mismos. Sin embargo, esta vida de paz tenía también sus alteraciones, ya que todo tiene sus defectos y qué fue lo que Raiffeisen no tuvo que soportar. “¿Hay algo nuevo, Amalia?” preguntó a su hija, que estaba abriendo el correo una mañana. “Lo mismo de siempre: cartas, preguntas, informes. Pero hay algo que parece una revista sobre tu libro, padre. Voy a darle un vistazo”. Cuando miró con más cuidado, hubiera preferido no haber dicho nada. El paquete tenía por título Anotaciones sobre la naturaleza de la cooperación y era publicado por Schulze-Delitzsch en Sajorna. La crítica del diputado Schulze-Delitzsch El diputado Schulze-Delitzsch, como generalmente se le llamaba, era el fundador de la cooperativa de


242

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

crédito para defender a los artesanos contra la tiranía de los industriales, de la misma manera que las cooperativas de crédito de Raiffeisen defendían a los campesinos. Sin embargo, aquellas organizaciones eran puras empresas económicas, que no admitían el trabajo voluntario ni prohibían la distribución de los beneficios entre los socios. En tiempos anteriores, Schulze-Delitzsch había atacado fuertemente el nuevo sistema de cooperativas. Sociedades cooperativas sin capital y basadas únicamente en el respaldo ilimitado y conjunto de sus miembros, estaban más allá de lo que él podía entender. Sus cooperativas prestaban dinero a solo tres meses de plazo, ya que el dinero en la industria gira rápidamente y puede ser devuelto pronto. El sistema de Raiffeisen de plazos desde cinco a diez años le parecía una locura y demasiado arriesgado para una cooperativa que debía tener fondos disponibles para prestar a sus socios en cualquier momento. Schulze-Delitzsch miraba esas cooperativas como competidoras peligrosas de sus propias organizaciones, que él aspiraba a ver crecer entre los agricultores también. Pero ahora el Presidente de La Unión de Agricultores para la Prusia Renana, Thilmany, se había puesto claramente de parte de Raiffeisen y había solicitado una acogida especial para su libro sobre las cooperativas de crédito. Las Anotaciones, que reposaban delante de Amalia, contenían un agrio comentario sobre el escrito de Thilmany. “Es una especie de ataque al presidente Thilmany” dijo con voz entrecortada. “En vista de la opinión ex-


Esparciéndose por todo el mundo

243

presada por el Presidente en materia sobre las cuales no tiene el menor conocimiento, estas anotaciones sobre la naturaleza de la cooperación informarán a los lectores. Pero podrá ignorar errores tan garrafales en contra de los hechos mismos. La Sociedad de Préstamos del Rin... no puedo entender cómo la Sociedad de Préstamos del Rin puede mirar indiferente esta campaña en favor de un tal tipo de cooperativas de crédito, basadas en premisas tan falsas. Se podría pensar más bien en que estas cooperativas de crédito son tan manifiestamente insignificantes que no valdría la pena dar ningún paso por combatirlas”. Raiffeisen permaneció en silencio durante largo rato, después de que Amalia terminó la lectura. Luego con voz baja y como lejana preguntó: “¿Quién ha escrito eso?”. “Está firmado por un tal Parisius, pero como aparece en los papeles de Schulze presumiblemente expresa su opinión”. Como su padre no hiciera ningún comentario, Amalia preguntó finalmente: “¿Qué piensas hacer, padre?”. “Ignorarlo”, contestó con un movimiento de cabeza. Este escrito fue el comienzo de un amargo período. Durante mucho tiempo Raiffeisen guardó silencio. Su único solaz fue la quietud y el silencio. Una vez más emprendió sus largas caminatas de las que volvía con renovadas fuerzas. “No entra en mi modo de ser el buscar peleas por las opiniones de los demás”, le comentaba al pastor Renkhoff en una visita a Anhausen. “Continuaré trabajando para llevar adelante mi empeño. Considero que ésta es la mejor forma de emplear el resto de mis ya agotadas energías”.


244

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Sin embargo el presidente Thilmany no pasó por alto los ataques contra él y menos aún dejó sin responder las críticas hechas a las cooperativas de Raiffeisen. En un número posterior de las Anotaciones, escribió: “Aunque las cooperativas de crédito parezcan basadas en principios equivocados, para los miembros de las organizaciones agrícolas que han apreciado sus efectos saludables, tienen un muy diferente aspecto. Nada puede cambiar esta opinión, ni siquiera argumentos más valederos que las críticas oscuras y descorteses insertadas en números anteriores”. Esta prueba de lealtad trajo gran satisfacción a Raiffeisen. Quizás esto daba por terminada la batalla sobre cuál de los dos sistemas era el mejor para las cooperativas de crédito. Pero su optimismo era prematuro. No mucho después se dieron los ataques de otro lado. Esta vez fue Regierungsrat Noll en Koblenz. En todo periódico que le permitía utilizar sus columnas, criticó a Raiffeisen y sus cooperativas. Lo que más le molestaba era que Raiffeisen no permitía la participación de los socios en las utilidades, sino que se apoyaba exclusivamente en el amor del prójimo sin ningún aliciente de medio personal. También repudiaba el que estas organizaciones se restringieran a los pueblos, lo cual a la larga debilitaba su posición. Noll comenzó su ataque con estas duras expresiones: “...un tal sistema, teóricamente insostenible y prácticamente desastroso, debe ser obviamente repudiado. Esta es la opinión que se abre paso en todas partes y debemos prestarle atención”.


Esparciéndose por todo el mundo

245

Una vez más Raiffeisen guardó silencio, pero sus amigos no pudieron soportar por más tiempo este ataque a su obra. Fuertes y renovados contraataques tuvieron lugar a lo largo de un año entero de batalla, de manera que ni el mismo Raiffeisen pudo marginarse del todo al combate. La lucha penetró aún en las cooperativas. En una gran asamblea de agricultores convocada con el fin de llegar a un entendimiento entre los dos sistemas, Raiffeisen abrió la discusión con estas palabras: “Mis esfuerzos se han dirigido hacia un solo fin: libertar a las gentes del campo de la usura. Para alcanzar tal propósito, el dinero es solo un medio para un fin, pero no un fin en sí mismo. Yo no busco una manera de hacer dinero”. Después de estas palabras se presentaron otros argumentos. “Raiffeisen quiere ser el creador del sistema cooperativo”, exclamó uno de sus opositores. Tal acusación golpeó fuertemente el sentimiento de Raiffeisen cuya única ambición había sido siempre la paz. Esperó a que la algarabía se calmara y luego, con una voz casi imperceptible, replicó: “No reclamo absolutamente nada”. Con esta pública renuncia, cerró la boca de sus opositores. Si no estaban convencidos, al menos callaron y pudo llevar la reunión hasta el final. En medio de estas recias y públicas batallas en favor y en contra de las cooperativas de crédito, Raiffeisen continuó planeando la expansión de su movimiento. Cuando en cierta ocasión dijo a Amalia y a María: “Debo dejarlas nuevamente durante algunos días”, su hija sospechó que andaba pensando en alguna nueva idea.


246

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

“¿Te vas para el Westerwald?” le preguntó su esposa. “Me gustaría acompañarte”. “Tendrás una muy mala compañía en mí, María. Frecuentemente no hablo ni una sola palabra en todo el día”. Cuando dejó el valle del Rin, todos los recuerdos del pasado vinieron a su mente. Del fondo de su memoria surgieron los tormentosos años de Weyerbusch y Flammersfeld, cuando había luchado sin descanso contra la pobreza del pueblo campesino. Vio a Emilia y a sus hijos pequeños a su alrededor. A su alrededor la primavera cantaba y florecía. En esos momentos los labradores iban detrás de los arados y los rastrillos, a través de las pobres tierras de Bonefeld. Era tiempo de siembra de avena y bien pronto también habría que plantar las papas. La pobreza y la explotación habían sido barridas del Westerwald. La vida continuaba siendo dura, pero había renacido la esperanza. Mientras caminaba su mente se fue despejando y pudo ahuyentar los oscuros pensamientos que lo atormentaban al comenzar la jornada. Las cooperativas de segundo grado Se había percatado de que la mayoría de las cooperativas de crédito tenían más dinero disponible del que necesitaban para atender a los préstamos. Sin embargo, algunas dificultades se habían presentado con relación a la custodia de los dineros que podían ser exigidos de un momento a otro por sus dueños. En otras partes, cooperativas recientemente formadas estaban en apuros para allegar fondos suficientes para


Esparciéndose por todo el mundo

247

atender la demanda de crédito. En consecuencia, era indispensable fundar una oficina central, una especie de cooperativa superior o banco que mantuviera el equilibrio entre los dineros sobrantes y las demandas de capital de las cooperativas de base. ¿Pero quiénes serían los miembros del banco cooperativo? En su mente había encontrado la solución: todas las cooperativas se debían combinar entre sí para formar una nueva sociedad, una especie de organismo central, al cual se unirían todas las pequeñas cooperativas de aldeas constituyendo un solo cuerpo fuerte y vigoroso. Dos días después volvía a Neuwied con todos los detalles del nuevo esquema claramente diseñado en su cerebro. “¿Has llegado a alguna conclusión, padre?”, le preguntó Amalia, su leal secretaria, feliz de ver la expresión serena en su rostro. “Si me ayudas, Amalia, todo irá bien”. Luego le explicó sus nuevas ideas. De inmediato comenzaron a circular cartas a las cooperativas de crédito y a los amigos. Finalmente, en un día de mayo de 1869, la creación de la primera central de crédito fue una realidad en Neuwied. Después de la reunión, Raiffeisen con voz trémula por la emoción dictaba lo siguiente: “...y se convino entre las cooperativas presentes, con la finalidad de utilizar sobrantes, trabajar conjuntamente para formar la Unión Central, con las mismas garantías de las cooperativas”. En el corto espacio de un año, el futurista esquema encontró su justificación plena. En 1870, en la región del Rin hubo un período de continuas lluvias, preci-


248

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

samente en el tiempo de las cosechas. Además muchos tiros de caballos se fueron para el servicio del ejército en la frontera francesa. Como consecuencia, la recogida de los cereales se dilató tanto que la mayoría germinó en las sementeras. Las cooperativas de crédito fueron convocadas para que proveyeran recursos para comprar semillas en otras provincias; en Holstein vendían semillas pero había que pagarlas al contado. Los socios de las cooperativas solo pagaban las semillas al entregarles el grano. Las pequeñas cooperativas firmaron compromisos con la esperanza de obtener crédito en los grandes bancos de Colonia. Sin embargo, 103 bancos rechazaron esas garantías desusadas. Solamente cuando Raiffeisen y Thilmany, con von Langsdorff, su colega en la Unión Central, ofrecieron avalar esos créditos, un banco tuvo a bien prestarle 50.000 talers. Así fue como la gran idea de Raiffeisen prendió en otras provincias. Unos pocos años más tarde, además de la Unión Central del Rin en Neuwied, aparecieron otras: La de Hesse en Dannstadt y la de Westfalia en Iserlohn. Raiffeisen fue el impulsor de estos promisorios movimientos. En Hesse ganó nuevos amigos, entre ellos a Haas, el Procurador de Friedberg, quien fue conquistado para los planes de Raiffeisen cuando éste le escribió: “Le ruego colaborar en un proyecto que yo considero el mejor trabajo de mi vida”; realmente tenía que ser algo muy importante. “Su trabajo ha sido concluido, señor Raiffeisen” dijo el doctor Rudolf Wiedenhammer a su amigo, con quien había trabajado durante diez años en Hesse.


Esparciéndose por todo el mundo

249

Raiffeisen sonrió. “Está equivocado, todas estas uniones centrales y muchas otras que se habrán de crear por todas partes, deberán coordinarse entre sí para formar el Banco General de la Agricultura”. El Banco General de la Agricultura El amigo se puso pálido. “¿No acarreará esto demasiada centralización?”. Raiffeisen dudó un momento, pues no esperaba esta objeción, pero luego explicó: “Todas las uniones centrales deben ser miembros con iguales derechos. Por eso deberá existir una estructura tripartita que servirá para unir a todas las cooperativas de crédito de norte a sur. Aún existen lugares distantes en Alemania que pueden ser ayudados si permanecemos unidos”. Raiffeisen hablaba apasionadamente y todos los que escuchaban sentían el fuego interior de sus palabras. Aún el prosaico doctor Weidenhammer no pudo permanecer frío y aunque un poco escéptico aceptó ayudar. Durante largas horas Raiffeisen se vio absorbido por el duro trabajo. Las cooperativas de crédito se habían ya propagado por Baviera y Lorena, por Holstein y por la Prusia Oriental. Allí apenas se estaban echando los cimientos de las cooperativas de crédito, mientras que en las provincias del Rin existían ya 75. Finalmente, gracias a estas cooperativas de crédito, una sana economía se dejaba sentir en todos los campos de Alemania. La hija de Raiffeisen atendía la enorme correspondencia que él solamente podía seguir con su mente,


250

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

pues su vista estaba prácticamente terminada. Desde hacía algún tiempo Amalia tenía que guiar la mano de su padre para que firmara las cartas. Le leían en alta voz lo que le había dictado y él archivaba en su formidable memoria. Cuando un día se quedó más de lo acostumbrado pensando junto a la ventana, Amalia le preguntó: “Qué estás pensando, padre?”. Lentamente volvió la cabeza. “Tú serás la primera en saberlo”. La sociedad de seguros “Con el Banco General podremos crear una Sociedad de Seguros para la Agricultura. Con frecuencia, la enfermedad, el fuego o el granizo son causa de las ruinas de las haciendas, y una compañía de seguros podrá ser un baluarte contra todo esto. Los depósitos de los seguros podrían aumentar a sumas considerables y servir, a su vez, para acrecentar el poder del Banco General”. Unos meses más tarde ambos planes estaban listos para ser llevados a efecto. El Banco General para la Agricultura fue fundado en Neuwied en 1874 y si el Ministerio hubiera aprobado el segundo plan hubiera comenzado también a tomar forma. Así, las dos ideas de Raiffeisen hubieran nacido debajo de un mismo techo y en esa forma su trabajo hubiera concluido. En realidad él no vivía para sí mismo, sino para su trabajo. La gente sencilla del campo confiaba más y más en Raiffeisen. Desde hacía tiempo el número de cooperativas había rebasado el centenar y todas estaban en constante comunicación con su fundador. Por todas partes en Alemania, socios de


Esparciéndose por todo el mundo

251

cooperativas se levantaban en las asambleas para expresar con palabras llenas de gozo su agradecimiento por el oportuno rescate de sus tierras. “Como un verdadero padre, Raiffeisen vela por nosotros. Como un padre”. Estas palabras eran la expresión de los pensamientos de centenares de gentes pobres. Como el viento, ellos volaban sobre todas las tierras, llegaban a las casas y a las cabañas de los labriegos y de los pobres: Padre Raiffeisen. Este honroso título fue como un rayo de luz en aquellos oscuros días, ya que después de casi treinta años, el trabajo de Raiffeisen se enfrentaba a su más grande desafío. Cuando se atacó la obra de Raiffeisen en el mismo Reichstag, sus mejores amigos y seguidores le pusieron al corriente del peligro que amenazaba su obra: “Solicitan nada menos que la prohibición y la liquidación de nuestras cooperativas”. La decisión pende de un hilo. “Si caemos en las uñas de un oficial meticuloso que suprima el movimiento, ¿quién nos ayudará?”, le preguntaban. Pero Raiffeisen no cedió un palmo de terreno, rehusando cambiar nada de la organización y de la manera de actuar de sus cooperativas. “Todas las cooperativas están abiertas a la investigación. No tenemos nada que ocultar; a nadie hemos engañado”. Sus palabras eran lentas pero firmes. El gobierno tomó cartas en el asunto. Durante algún tiempo las autoridades estuvieron recogiendo datos sobre Raiffeisen, sobre todo provenientes de Fürst Zu Wied. De estos testimonies se concluía con toda evidencia, que había trabajado siempre con gran al-


252

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

tura de miras y con un absoluto desinterés de lucro personal. Sin embargo, estas organizaciones eran tan extrañas que las autoridades tenían motivos para mostrarse escépticas. El Ministro de Agricultura dudó en su decisión y creó una comisión de enjuiciamiento, para examinar el desarrollo de las cooperativas de crédito e investigar con qué clase de seguridades se protegían los depósitos de los socios. Raiffeisen acogió esta decisión con gran regocijo y escribió a todas las cooperativas para que mostraran sin recelo todos sus informes y sus cuentas. “Porque no tenemos nada que ocultar, cualquier investigación solo servirá para fortalecemos”. Tres renombrados expertos y oficiales de bancos investigaron en 28 cooperativas y en las uniones centrales de Neuwied y Dannstadt. Tanto los amigos como los adversarios esperaron con ansias la decisión y cuando ésta fue finalmente conocida, los amigos de Raiffeisen se precipitaron a su casa, algunos inclusive vinieron desde Berlín. Raiffeisen solo percibió un ruido como de colmena. Reconoció a sus amigos únicamente por sus voces. “¿Qué noticias traéis?” preguntó conjeturando por su excitación que se había publicado la decisión. “Usted debe ser el primero en oírla, señor Raiffeisen. Aquí está el informe de la Comisión de Enjuiciamiento”. “...sin ninguna duda debemos afirmar desde un principio que los efectos generales han sido excepcionalmente benéficos y han contribuido extraordinariamente a remediar la trágica situación de endeudamiento de los pequeños agricultores que forman la


Esparciéndose por todo el mundo

253

mayoría de los socios de las cooperativas... A pesar de algunos defectos observados aquí y allí, sería de desear que el sistema se desarrollara con más vigor antes que suprimirlo. Por lo demás, estamos muy satisfechos del comportamiento de la mayoría de los miembros de los comités de las cooperativas. Frecuentemente hemos encontrado que los directivos no tienen ninguna remuneración en las cooperativas, habiendo creado las organizaciones y habiéndose puesto frente de ellas únicamente con el deseo de ayudar a sus conciudadanos menos favorecidos por la fortuna...”. Después de que se hubo leído todo el informe, un silencio sepulcral se produjo en la concurrencia. Nadie quería ser el primero en hablar, aunque la alegría y la satisfacción se veían pintados en todos los rostros. Finalmente, el pastor Renkhoff, el amigo íntimo de Raiffeisen y su cuñado, dijo: “Se ha salvado tu trabajo. Perdurará, padre Raiffeisen”. Raiffeisen pasó su mano trémula de la emoción por su frente, como lo acostumbraba hacer cuando se sentía muy cansado. “Gracias a todos vosotros por la lealtad que me habéis guardado. Ahora es necesario continuar en el trabajo”. El ataque en el Reichslag no dejó de hacer su mella. De acuerdo con la legislación bancaria de aquel tiempo, la fundación de las uniones centrales de Neuwied, Dannstadt e Iserlohn fue puesta en entredicho, ya que carecía de las seguridades usuales para proteger el capital individual o las acciones. Además, se criticaba por muchos el hecho de que los socios no fueran individuos sino los grupos de gentes que constituían las cooperativas de crédito.


254

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Aunque no había nada que temer por el momento, la transformación de las uniones centrales en compañías de capitales unidos fue fuertemente ungida. Al saber esto, el doctor Wiedenhammer se vino de Darmastcidt; las conexiones con Raiffeisen se habían ido aflojando lentamente en los últimos años. El manejo de las cooperativas en la provincia del Rin y en Hesse se había ido desarrollando en forma paralela con detrimento grande para la Unión Central de Hesse. “¿Cuál es el próximo paso?” preguntó el visitante. Era evidente que venía a pedir consejo pero no órdenes de Neuwied. Pero Raiffeisen estaba igualmente desganado para tomar una decisión. “No quiero anticiparme a los acontecimientos. De todos modos será necesario convocar una reunión de todos los socios del Banco General, lo más pronto posible”. Weidenhammer advirtió que debía preparar a su querido y reverenciado maestro para una desilusión. “Hesse nunca ha querido ser socio del Banco General”, le dijo. Raiffeisen se volvió hacia su visitante como queriendo penetrar sus verdaderas intenciones: “Pero espero que usted y el director Haas vendrán”. En efecto, ellos vinieron y también un representante de Tserlohn. La atmósfera en el recinto estaba muy tensa. Los hombres jugaban nerviosamente con sus lápices. Los comentarios pasaban de boca en boca; la gente se dividía en grupos y era evidente desde el comienzo que la unanimidad reinante en otras ocasiones había desaparecido.


Esparciéndose por todo el mundo

255

Raiffeisen declaró abierta la sesión. Habló despacio, en voz baja, era evidente que estaba pensando cada una de sus palabras. Miró los papeles que tenía delante de sí, porque aunque no podía leer, la síntesis que le había hecho Amalia le daba suficiente confianza. Cuando levantó la cabeza para mirar el auditorio, no pudo distinguir sino un vago contorno gris. Era como si una nube de tormenta estuviera delante de él, pero estaba perfectamente sereno y con dominio de sí mismo. Ninguna señal de temor se notaba en su voz cuando terminó su discurso con estas palabras: “Veo, por tanto, que lo único que podemos hacer para evitar las presiones que pesan sobre nosotros es convertir el Banco General para la Agricultura en compañía de un capitales unidos”. Por un momento reinó un gran silencio en la sala. Pero, por lo visto, algunas cosas del plan de Raiffeisen ya se habían divulgado, porque sin ninguna muestra de sorpresa un delegado se levantó para decir: “¿Se necesita realmente el Banco General?”. Antes de que Raiffeisen pudiera responder, se escuchó una nueva interpelación: “Nosotros rechazamos esa centralización; queremos permanecer independientes”. Raiffeisen se volvió hacia el sitio que ocupaban Wiednhammer y Haas, pero ellos permanecieron silenciosos. Sonrió con amargura. Entonces ellos también... Su voz no demostraba ninguna emoción cuando en pocas palabras explicó cómo el Banco General, en su condición de superestructura por encima de las uniones centrales, no era un dictador sino únicamente un lazo de unión y una bolsa de compensación al servicio de todos.


256

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Se veía muy cansado cuando finalmente dijo: “Ahora pasemos a la votación”. El primer Banco General para la Agricultura fue disuelto por la discordia y la falta de entendimiento. Los amigos de Raiffeisen estuvieron a su lado hasta la tarde, conversando sobre las incidencias del día, pero ninguno quiso hacer mención de la gran desilusión que se veía en él. Durante un buen rato Raiffeisen caminó de arriba a abajo en silencio. Gradualmente su cara se fue iluminando y se detuvo. “Bien, amigos, debemos empezar de nuevo el trabajo. Sin un banco central nuestro movimiento es como un cuerpo sin cabeza. Podemos contar con las cooperativas del Rin, ya que ellas no tienen objeción a la transformación del Banco Central en una compañía de capitales unidos”. “¿Entonces usted piensa..?, comenzó a decir Langsdorff pero se detuvo por no encontrar la palabra precisa, que nosotros solos debemos formar un nuevo Banco Central pero sobre bases nuevas”. Raiffeisen hizo un signo afirmativo. “Y Dios mediante, las cooperativas de Hesse y Westfalia vendrán con nosotros”. El banco se estableció, pero las otras cooperativas no vinieron a Neuwied. Aun Weidenhammer en Hesse, con quien Raiffeisen había contado especialmente, le escribió: “No veo razones para convencer a las cooperativas de que acepten sus puntos de vista. Muchos han objetado que mezcla sus principios cristianos con los cooperativos. La salvación es un asunto personal de cada uno y en cambio las cooperativas son organizaciones puramente económicas...”.


Esparciéndose por todo el mundo

257

La cabeza de Raiffeisen se hundió profundamente en su pecho cuando Amalia terminó de leer la carta. Sintió un frío helado y le pareció que estaba en Weyerbusch; la tormenta rugía sobre el Westerwald; los hombres estaban hambrientos y en miles de ellos solo había un pensamiento: ¡Pan! ¿Dónde podremos encontrar pan? ¿En dónde encontraría el coraje para recomenzar la Unión del Pan, sin consejo y aparentemente, sin ninguna posibilidad de éxito? Lo que habéis hecho con uno de mis hermanos pobres, conmigo lo habéis hecho. “¿Te encuentras bien, padre?”. Era la voz de Amalia que venía a interrumpir sus pensamientos. Con movimientos demasiado rápidos se puso en pie. Agarró el filo de la mesa haciéndola inclinar un poco. “Ciertamente me encuentro bien, Amalia. Es necesario de cuando en cuando hacer algunos esfuerzos para cerciorarse de que se puede mantener erguido”. “Necesitas descansar, padre”, le advirtió preocupada; él buscó su mano y la oprimió cariñosamente. “Solamente cuando se ha terminado el trabajo se puede descansar”. “Nadie podrá destruir tu trabajo jamás. ¿Qué más hay que hacer?” respondió su hija. Lentamente Raiffeisen movió su cabeza. “Ahora estoy solo para orientar las cooperativas del Rin y pronto llegará el día en que ya no pueda hacerlo. En consecuencia, es necesario tener un abogado o un departamento legal para supervisar el funcionamiento de las cooperativas y aconsejarles en sus problemas con las autoridades”. Su hija entendió lo que quería decirle. “Esto es pre-


258

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

cisamente lo que tú has hecho durante tanto tiempo, padre. Indudablemente las cooperativas estarán de acuerdo contigo”. Las cooperativas del Rin estuvieron de acuerdo, complacidas, cuando se les propuso la creación de un departamento legal que las amparara a todas. Nuevamente ofrecieron pagar una cuota anual para contratar esos servicios y los de auditoría. Raiffeisen se comprometió a hacerles unos estatutos convenientes y con gran entusiasmo se entregó a la tarea, redactando las cláusulas con la mayor claridad posible: La función del departamento legal será la de expandir el movimiento cooperativo, asistir a las organizaciones tanto con consejos como con hechos, promover sus intereses por todos los medios a su alcance y en particular procurará organizar sobre base comunitaria la compra de los enseres que necesiten los socios y la venta de sus productos. Podrá también actuar como representante de las cooperativas ante los departamentos legales y gubernamentales y ante cualquier otro organismo de fuera. Una vez más Raiffeisen invitó al doctor Weidenhammer. En aras de la unidad estaba resuelto a olvidar todas las diferencias pasadas y presentes. Esta vez, para gran satisfacción de Raiffeisen, éste aceptó el cargo de representante legal. Quizás aún podría lograr persuadir a las cooperativas de Hesse para que se unieran. Sin embargo ninguna de ellas atendió el llamado. Un nuevo espíritu se estaba levantando y la apropiación de los beneficios quedó legalmente asegurada y cada uno de los miembros tendría honorarios fijos.


Esparciéndose por todo el mundo

259

En años pasados, Raiffeisen había formado cierto número de uniones de vinicultores, a través de las cuales se vendía el vino en forma cooperativa directamente a los expendedores. Raiffeisen no permitió que su floreciente negocio de vinos interfiriera en el desarrollo de estas uniones. Por esta razón, dejó su negocio en vinos y montó una imprenta en Neuwied, a sabiendas de que muchas cooperativas de crédito necesitaban libros de contabilidad e impresos de todo género. Como una sociedad de derecho, la firma fue luego robustecida hasta convertirse en una central de compras y ventas para toda suerte de cooperativas que en muchas partes estaban en íntima conexión con las de ahorro y crédito. El negocio tuvo éxito. Al poco tiempo comenzaron a llegar multitud de solicitudes de trabajos de imprenta. Pero Raiffeisen continuaba haciendo planes “Quisiera fundar un hospital para atender a los enfermos pobres” dijo en cierta ocasión a los de su familia. Su esposa recibió la idea con gran entusiasmo, pero Amalia estaba un poco indecisa porque aunque sabía que una obra como esa sería la forma más acertada de coronar la vida de su padre, advertía las muchas dificultades inherentes a un plan de semejante envergadura. Con el correr de los años, Raiffeisen comprendió lo débil que se iba poniendo. Contaba sesenta y seis años y apenas se había permitido unos dos días de descanso. Los fuertes dolores de cabeza le comenzaron de nuevo. “Date un descanso”, le rogaron ambas, su esposa y su hija. Con amargura movió negativamente la cabeza. “Buscadme un sucesor y le dejaré todo”.


260

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Muchas veces había pensado en el sucesor que continuara su trabajo. El hombre joven, lleno de idea se había convertido en un administrador. Su libro había sido editado repetidas veces; las cooperativas de crédito se multiplicaban aún en aquellos días de luchas y desconfianzas; nuevas cooperativas iban apareciendo. Ahora que el sistema cooperativo ideado por él había sido incorporado en la legislación, su labor no podía perecer. Todo lo que se necesitaba era un sagaz y joven asesor que pudiera mantener la idea y defender las jóvenes plantas de las maquinaciones de los usureros y de cualquier desviación. En cierta ocasión había creído encontrar al hombre preciso en uno de los miembros de la directiva de la Unión Central. Pero todo vino a parar en un chasco de los peores, ya que Weidenhammer se le escurrió de entre sus manos. “Toma algún descanso, padre”, le aconsejó su hija. Al fin se fue para Sajonia y descansó en Umenau. Desde allí escribió a Amalia en su cumpleaños. “Esta vez no estoy a tu lado en tu cumpleaños, querida Amalia. Me acuerdo muy bien del día en que llegaste. Era una hermosa mañana de agosto. Yo estaba sentado desde temprano en mi pequeña glorieta. Daba gracias a Dios por el regalo y le rogaba derramara sus bendiciones sobre ti. Desde entonces, cuánta alegría me has proporcionado. Has sido el apoyo cariñoso y el consuelo estimulante en mis horas amargas y has tolerado pacientemente todas mis debilidades; hoy quiero agradecerte los cuidados sin los cuales hubiera quedado sin ayuda y solo durante muchos años. En todos mis trabajos has estado a mi lado.


Esparciéndose por todo el mundo

261

¿No es acaso una hermosa experiencia descubrir la belleza del amor filial? Si mi vida ha representado algo para el pobre y el necesitado, todas sus horas fueron bien empleadas, ya que nosotros debemos mirar la ayuda a los pobres y a los oprimidos como un medio de expresar el amor cristiano. Si miramos las cosas así el orgullo humano no tendrá cabida en nosotros. El viaje a Ilmenau ha transcurrido sin novedad alguna. Donde mis ojos no pueden ver… Saluda a María y a tus hermanos Lina y Berta cuando te vayan a hacer la visita de cumpleaños. Saluda también a Rodolfo, si es que puede ir a casa”. Lina se había casado con el comerciante Hurter y el marido de Berta era un manufacturero de nombre Furchs. Rodolfo se había ido a uno de sus largos viajes a España, en donde encontró trabajo temporalmente. El Kaiser Guillermo I A su regreso le esperaba un gran honor. El Kaiser Guillermo I le envió un regalo de treinta mil marcos para los fondos del Banco Central de Crédito para la Agricultura, con una carta en que le decía: Queremos expresar al señor alcalde Raiffeisen, nuestro más caluroso reconocimiento por su trabajo en favor del bien común, al mejorar el nivel de vida de la población rural y especialmente al proveer a las necesidades de crédito. Nuestro deseo es que el fundador de este movimiento pueda esparcirlo lo más ampliamente posible. En sus esfuerzos por hacerlo así las cooperativas de crédito contarán con el más decidido apoyo del gobierno.


262

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

Audiencia con el Príncipe heredero de Wiesbaden Al mismo tiempo Raiffeisen fue invitado a una audiencia privada con el Príncipe heredero de Wiesbaden. Amalia acompañó a su padre mientras que su esposa María estaba retraída completamente de la vida social y entregada de lleno a los quehaceres domésticos y a las obras de caridad. Raiffeisen se sintió muy embarazado. No sabía casi nada de etiquetas y aunque no le daba mucha importancia a esto, no quería aparecer como ignorante. Amalia se reía. “Tú eres el padre Raiffeisen. Esto será suficiente para el Príncipe”. En Weisbaden, fue recibido de una manera tan cordial y amistosa que bien pronto se olvidó de toda etiqueta. El Príncipe le pidió que le describiera su trabajo durante una audiencia que duró dos horas, tiempo demasiado largo aún para personajes de alta alcurnia. La visita terminó con estas palabras del Príncipe: “Muchas gracias por su historia, señor Raiffeisen. Ella ha aumentado más mi aprecio por usted”. Cuando el Príncipe acompañó hasta la puerta a aquel anciano aún erguido, Raiffeisen le mencionó que se había olvidado de venir en frac. El príncipe sonrió: “Yo no puedo soportar el frac”. Lo visitaron de todo el mundo De nuevo en casa de grises piedras de Neuwied, Raiffeisen no pudo quedarse tranquilo. Las cooperativas de crédito habían hecho mundialmente famoso al sencillo alcalde de pueblo. Ya habían atravesado las


Esparciéndose por todo el mundo

263

fronteras de Alemania para establecerse primero en Austria y Suiza y luego en Francia, Bélgica y Holanda. Una y otra vez su leal secretaria Amalia volvía de abrir la puerta para preguntarle: “Unos señores de Viena están aquí, ¿pueden entrar?.. Una delegación de Francia ha venido para hablar contigo, padre... Unos científicos de Suiza quieren verte”. En sus manos Raiffeisen empuñaba las miles de riendas de su formidable trabajo, rompía las ataduras de la pobreza y de la opresión de las gentes necesitadas y pobres. “Déjales entrar” le decía, levantándose para saludar cariñosamente a cada uno de los visitantes. Ansiosamente se apiñaban alrededor de él para ver al creador de ese maravilloso movimiento de autoayuda en favor de los pobres y de los humildes. “Bienvenidos a mi casa” decía, casi completamente ciego, ya que solo percibía formas borrosas de los que saludaba. Momentáneamente, sus huéspedes se detenían impresionados por aquel hombre alto, de cabeza blanca y de mirada lejana. Pero él respondía a sus preguntas con claridad, sopesando las necesidades de las diferentes regiones y después de meditar un poco llegaba siempre a la mejor solución. Al despedirse, frecuentemente los visitantes decían: “Estamos maravillados de su trabajo, señor Raiffeisen, y le agradecemos mucho por preocuparse de nuestro pueblo”. Franceses, belgas, suizos, húngaros, alemanes, de cualquier parte que fuesen los visitantes. Más y más cada día Federico Guillermo se convencía de que toda su vida había sido orientada por la voluntad de Dios.


264

El hombre que venció la pobreza · Federico Guillermo Raiffeisen

En un invierno anterior había sufrido de inflamación en las piernas y de tiempo en tiempo se sentía indispuesto. En la mañana del 11 de marzo se levantó como de costumbre y rogó a Amalia que convocara a sus compañeros de trabajo para una discusión en las horas de la tarde. “¿Te sientes bastante bien, padre?”, le preguntó su hija sonriendo, Raiffeisen asintió: “Nada de que pueda quejarme, Amalia. ¿Por qué habría de sentirme diferente hoy?”. El último adiós Los tres se sentaron para desayunar, conversando como de costumbre. Luego Raiffeisen se fue a su sillón y oró en silencio como era su costumbre. A las mujeres les pareció que estaba meditando. Sin decir una palabra, su cabeza se cayó hacia adelante. Asustadas las mujeres lo pusieron en el lecho. Vino el doctor pero todos los esfuerzos fueron inútiles para hacerlo recobrar el sentido. De tiempo en tiempo murmuraba palabras ininteligibles y la muerte le sobrevino como una dulce amiga. Eran las 11 y media de ese mismo día ll de marzo de 1888. De este modo, a sus setenta años, Federico Guillermo Raiffeisen pasó a la eternidad para la cual toda su vida no había sido otra cosa que una preparación.


Fi n



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.