IEl temporal golpea mi ventana. Esta noche un aguacero violento acompañado por fuertes ráfagas de vientos me sobrecogen, como si mi apartamento, junto con el edificio en calle Ohiggins, en algún momento fueran a ser arrancados del suelo, así de cuajo, volando por los aires y los cielos de Concepción. Eso me distrae, levantándome de mi escritorio dejando por un momento mi tarea de preparar los textos de la que será mi última actuación, mi despedida de los escenarios.
Camino hacia la ventana, veo cómo los árboles de la ciudad son sacudidos con violencia, y los focos en la calle se mueven titilando sus luces, las gentes corren para protegerse de la lluvia y el ventarrón, es un invier-
no cruel, pienso y recuerdo, como en aquellas noches de julio a finales de los años setenta en que ni la más tormentosa noche me impedía actuar en aquel mítico Club Nocturno Boite La Tropicana, y ganar unos pesos, haciendo humor picaresco para los viejos de entonces, que lo único que esperaban era ver a las exuberantes bailarinas y sus shows ligeras de ropa, entre el espeso humo de sus cigarrillos, risotadas, y copas.
Gran reflexión: «cómo ha pasado el tiempo», me digo, mientras volteo observando el mueble que sustenta todos mis premios y reconocimientos en mi extensa carrera de humorista. Junto a la pared, unos cuadros reflejan fotografías que inmortalizan tantos momentos, lugares, personas, personajes, situaciones, en fin, un pedazo de mi propia historia.
Y así, comienzo el ejercicio, de observar con detenimiento las fotos, los objetos de mis recuerdos, queriendo rebobinar o revivir pasajes de mi propia comedia, que si bien hoy exitosa, muchas veces también fue camino de dramas, miedos y peligrosos senderos.
II Festival de Viña del Mar y el Faraón
Elijo la primera foto. Recuerdo mi prueba de fuego, año 1980, actuación en el Festival de Viña del Mar, frente a un público de aproximadas 20000 personas, y en la ubicación vip, las cámaras de televisión de la época enfocaban al general Augusto Pinochet, a su señora Lucía Hiriart, y a sus espaldas el personal de seguridad que los acompañaba.
En el camarín, mi corazón latía con fuerza, viendo un pequeño televisor que mostraba esas imágenes en vivo. Mi hermano menor, el Poroto Pancho, me acompañaba y me pasaba un vaso de Piscola on the rock, «para los nervios» me decía, mientras degustaba unos picadillos y canapés servidos en el camarín
preparado para este artista, Koke Chilean, promesa del humor chileno.
—Poroto… dame un pucho… —le digo a mi hermano, quien extrae de su casaca unos cigarrillos Monza y me estira su brazo con su mano algo temblorosa.
—Shuu… calma tus nervios… al que se comerá el monstruo es a mí —bromeo intentando apaciguar sus nervios por la empatía y preocupación, mientras limpio mis lentes una y otra vez.
—Tú te los vas a comer, hermano… morirán de la risa… todo ese público esta noche reirá de buena gana…salud por eso —me responde, levantando su copa.
—Obvio, Poroto… y si encima logro que se ría el general y su mujer… me aseguro la Gaviota de Oro, el máximo galardón… —digo levantando mi copa y chocándola suavemente con la de mi hermano.
—Si logras que se ría el general y su mujer… te aseguras la vida, huevón… la vida…. ja, ja, ja, ja —me dice Poroto soltando su risa bonachona y estrepitosa, interrumpida por un golpe en la puerta del camarín y una voz.
—Atento, don Koke. ¡¡En cinco minutos más lo pasamos a buscar!! —Con Poroto nos miramos, y gritamos al unísono:
—¡¡Viva Chilean mierdaaa!!
Y nos empinamos de una vez nuestras copas. Acto seguido, me arreglo la corbata frente al espejo, Poroto me pone el vestón, respiro hondo y le digo:
—Vamos, hermano… la fama me espera.
Abro la puerta, y en su parte exterior, observo la estrella plateada con mi nombre de artista: «Koke Chilean».
—El día de mañana… mi nombre estará escrito en la puerta de algún camarín del Madison Square Garden —bromeo.
—Dale, Koke… ahí viene el goma del productor… —dice mi hermano, indicando una figura que camina hacia nosotros desde el largo pasillo que conduce hasta uno de los costados del escenario.
—Avance, don Koke… ¡¡Venga no más…. están por anunciarlo!! —gritaba el asistente de producción, haciendo gestos con sus manos…
Un fuerte abrazo, tal vez fueron solo segundos, pero pude sentir el amor y el apoyo incondicional de mi querido hermano, fiel compañero de toda la vida, sin más palabras, nos miramos sonriendo y caminé al escenario.
—No hay plazo que no se cumpla… y deuda que no se pague… —decía en el micrófono el animador del Festival más importante de Latinoamérica—. El plazo, querido público… es esta noche… y la deuda será saldada en este escenario del Festival de Viña del Mar…
les dejo con ustedes al humorista que desde la ciudad de Concepción vino a conquistar al monstruo de la Quinta Vergara… ¡¡¡KOKE CHIIILEEEAAAAANNN!!!
Escuché rugir esa masa de gente, la orquesta y sus músicos tronaron rompiendo la noche con una fanfarria maestra de inicio de mi show, y aparecí sobre el escenario, saludando con los brazos al aire, chuteando, cual futbolista, besos por doquier lanzándolos simbólicamente al público en todas direcciones.
—¡Por fin llegué a la Quintaaaa…! —exclamé—. Cuando le conté a mi mujer que llegaría a la Quinta…. me dijo… ¿con qué ropa?
Y así comencé mi rutina, entre risas y carcajadas, sintiendo que ya estaba en mi terreno, y sin preocuparme del estilo de humor picaresco o de doble sentido que fluía en mi rutina con naturalidad.
Para la época, mi humor era arriesgado, en una sociedad chilena muy prejuiciosa, cuadrada, temerosa y terriblemente conservadora, por lo tanto, esto traería consecuencias.
Se comienza a incomodar el equipo de producción, tras bambalinas, mientras transmitían por la Televisión
Nacional mi show «subido de tono», sabiendo además, que entre el público asistente estaba el general Augusto
Pinochet y su señora. Por lo tanto, deciden abruptamente sacar del aire dicha transmisión televisiva, ante el des-
concierto de mi hermano Poroto, que veía cómo todo el mundo gritaba, corría y se culpaban por no revisar exhaustivamente mi libreto, algo que en aquella época era lo habitual, para evitar algún mensaje directo o subliminal en contra del régimen que gobernaba al país en ese momento de nuestra historia. En consecuencia, termino mi rutina solo para esa multitud presente en el Festival, la cual coreaba mi nombre, aplaudiendo apasionadamente mi presentación, que hasta ese momento lograba aproximadamente una hora de risas y carcajadas, y que además me otorgaba mi primer galardón, la Gaviota de Oro, la misma que ocupaba un lugar al lado de la fotografía que evoca aquel momento de mi vida.
Aquella noche, lo que ocurría tras el escenario yo lo desconocía absolutamente, solo lograba captar el resultado exitoso de mi actuación y la reacción del público, luego Poroto me contaría todo el efecto causado por mi osadía de presentar una rutina de humor que, si bien muy graciosa y exagerando temas de nuestra sexualidad, sonrojaba más por su manifestación pública que por su contenido.
Al bajar del escenario, el productor me increpaba a gritos: —Pero ¡cómo se te ocurre huevón! Tengo al presidente y a la primera dama entre el público… todo Chile avergonzado… ¡qué mierda pasa contigo!
Yo intentaba calmar su furia diciendo:
—Pero si es solo humor picaresco… la gente reía con ganas…
Por otro lado, mi hermano, con su metro cincuenta imponiendo su robusta figura se abría paso entre periodistas y gente de la producción, a empujones diciendo:
—Déjenlo… déjenlo… fue un éxito… ¿o acaso no lo vieron? Si hasta el presidente se reía… ¡¡no tendrían por qué haber cortado la transmisión televisiva… ¡huevones cartuchos!
Recuerdo el camino de vuelta al camarín, abrazado de Poroto y tapado por una toalla, sentía preguntas de muchos periodistas apostados en los costados de aquel eterno pasillo.
—Don Koke Chilean… ¿su rutina fue demasiado escandalosa?
—Don Koke, ¿qué opina que la televisión haya censurado su show?
—Después de este escándalo, ¿cómo seguirá su carrera en el humor?
—Permiso… permiso, señores… no habrá comentarios… —exclamaba mi hermano
Unos aplaudían a mi paso, otros con sus pulgares hacia arriba, sonaban los flash de cámaras fotográficas que me enceguecían, todo era una locura, avanzábamos entre un pasillo humano sin que yo aún lograra entender lo que estaba ocurriendo.
III
Una vez en el camarín, escuchando el apasionado relato de mi hermano de lo que había ocurrido, comprendía muy bien que mi actuación no había pasado desapercibida, y que el resultado de aquella polémica jornada, traería buenos dividendos a mi incipiente carrera en el humor.
Abracé a Poroto y le dije:
—Hermano… misión cumplida… y… ¡¡VIVA CHILEAN MIERDA!!
De pronto, golpearon la puerta del camarín, Poroto me miró preocupado y exclamó:
—¡Mierda! Vienen a expulsarnos y negar el pago —dice muy inquieto.
Le hago un gesto, indicando que yo abriría, me dirijo a la puerta y al abrirla, mi sorpresa fue total: veo al personaje más temido y respetado del país en aquella época, uno de los hombres de confianza del mismísimo general Pinochet, Álvaro Corbalán, apodado el Faraón, un tipo de aproximadamente metro setenta de estatura, rostro firme y bronceado, mirada dura, un bigote bien cuidado, jefe de una de las principales unidades de la CNI (Central Nacional de Inteligencia), organismo encargado de combatir todo tipo de disidencia hacia el Gobierno, que me recordaba mucho la Gestapo en la Alemania nazi.
—Koke Chilean —me dice, con su rostro inexpresivo y temiblemente serio—. Koke Chilean… —me repite, mientras siento que mi garganta se bloquea y mis labios se secan, entonces irrumpe en una carcajada violenta—: Ja, ja, ja, ja, ja… ¡la cagaste, huevón! Qué manera de contar tanta huevada y con tanta gracia, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja… —Al decir esto, me abraza muy fuerte, siento que me ahogo y solo atino a decirle:
—¿Le gustó?
—¿Que si me gustó?, ja, ja, ja, ja, ja… putas, el huevón simpático… ja, ja, ja, ja —responde, y me abraza golpeando mi espalda.
—Don Álvaro, ¿una piscolita para celebrar? —pregunta algo tímido el pobre Poroto, que a esas alturas sus piernas temblaban demasiado.
—Ya dale, no más… oye, Koke, mi general se apretaba la guata de la risa y doña Lucía lo miraba moviendo la cabeza… ja, ja, ja, ja, ja, ja… Ya, prepárense, que yo los invito a celebrar como corresponde… —Dicho esto, se pone repentinamente muy serio, nos mira fijo, apuntando su dedo como si fuese un arma.
—Cuidado… muuucho cuidado… no acepto una negativa, sino… ¡¡PUM PUM!! —Y suelta su risotada del terror—. Ja, ja, ja, ja, ja, ja, los espero en el vehículo, no tarden… ja, ja, ja, ja —dice, mientras recibe el vaso y se empina su contenido de una vez, devolviéndoselo a Poroto y acto seguido marchándose abruptamente.
Aquella sería una noche que jamás olvidaría.
Nos bajamos del Sedán negro, mientras el fornido chofer de Corbalán nos abría la puerta del vehículo, estacionado enfrente del Black Palace Show, que iluminaba gran parte de la avenida con sus vistosas luces de neón y las imágenes de sus bailarinas exóticas en grandes letreros luminosos, en una calurosa noche de verano.
—Bienvenidos al templo del placer, señores… —nos decía Álvaro Corbalán, esbozando una sonrisa maquiavélica—. Aquí… Sigo siendo el reeeeyyyy… ja, ja, ja, ja
—cantaba, mientras soltaba, otra vez, esa risa estrepitosa e intimidante.
—Usted, don Álvaro, no se anda con pequeñeces… ja, ja, ja —le respondo con una risa nerviosa.
Koke Chilean, un destacado humorista chileno, prepara su despedida de los escenarios, no sin antes recordar momentos del camino recorrido, viendo fotos, premios, reconocimientos en su extensa carrera de comediante, y así, comienza el ejercicio de observar con detenimiento los objetos de aquellos recuerdos, queriendo rebobinar o revivir pasajes de su propia comedia, que si bien hoy exitosa, muchas veces también fue camino de dramas, miedos y peligrosos senderos en plena dictadura militar. Además de cruzar hechos y acontecimientos que impactaron en la