Laura Laín
Alcanzando
sueños Ilustrado por Albert Ventura
10 €, LA HISTORIA DE UN BILLETE
H
abía una vez un billete rojo, fino y pequeño, se llamaba 10 €. Había tenido muchos dueños y había vivido en muchos lugares: carteras de un cuero excelente, cajas registradoras, latas de conserva, bolsillos…Su último hogar consistía en un enorme cajón en el que se encontraban varios billetes junto con toda clase de objetos, a los cuales 10 € había decidido contar la historia de su vida: «Nací hace 10 años en la Fábrica Nacional de Moneda. Allí me confeccionaron y me hicieron con todo tipo de detalles, junto con mis hermanos y hermanas. 3
Éramos de distintos colores y tamaños, pero todos nos llevábamos muy bien. Un día nos metieron en unos camiones enormes y nos llevaron a un banco de una gran ciudad, y allí comenzó mi gran aventura. Al principio tuve muchos dueños, pero mi estancia con ellos se resumía a un día o, como mucho, dos. Mi vida era un ir y venir, lo que por un lado me permitió conocer a gran parte de mi extensa familia. Los lugares en los que más me gustaba estar eran las cajas registradoras. En ellas aprovechábamos la más mínima corriente de aire para lanzarnos fuera de la caja y practicar el vuelo libre. ¡Qué divertido era ver cómo corrían detrás nuestra los dependientes de la tienda y los clientes!, sobre todo de mis primos 50 € y de mis tíos 100 €. Y fue precisamente en una de esas cajas donde mi destino cambió. Un día como tantos otros en el que estábamos jugando a lanzarnos al vacío, fui a parar a los pies de un niño pequeño que estaba jugando detrás del mostrador. El niño se llamaba Cristian y era el hijo de la dueña de la pastelería donde me encontraba. Cristian se quedó quieto observándome, después me cogió con sumo cuidado, con sus deditos llenos de harina, y me colocó frente a su cara. Sin embargo, su mirada era distinta a las de otras personas que hasta ahora me habían tenido: unos me habían mirado con codicia,
otros con pena, otros ni siquiera me miraban, simplemente me tomaban y me guardaban. Pero la mirada de Cristian era diferente, él me estaba viendo tal cual era, casi parecía que podía leer mis pensamientos. Entonces juntó los labios y sopló a la vez que sus deditos me soltaban, yo revoloteé lo mejor que supe y volví a caer a sus pies. En ese momento escuché su risa clara y limpia, y fue como si hasta ahora nada hubiera tenido sentido. Yo, 10 €, sin importar los números que tuviera escritos, ni mi color, ni mi valor, había hecho reír a un niño. Y en ese momento supe que no quería ser billete, quería hacer cosas por mí mismo, y no por los números que llevaba impresos. Con Cristian estuve poco tiempo, porque en cuanto me descubrió su madre me devolvió a la caja registradora, pero yo ya había tomado una decisión: quería ser libre y valerme por mí mismo. Así que esperé el momento propicio, y una fría y ventosa tarde de otoño, mientras mis familiares se lanzaban dando volteretas por la tienda, yo enfilé la puerta de salida y aprovechando la entrada de un cliente, salí al exterior. Mis primeros momentos de libertad duraron poco, porque apenas había volado un par de manzanas, una fuerte mano me agarró y me metió en el bolsillo de su pantalón. Lo cierto es que no me importó porque hacía bastante frío, y pensé que podría aguantar siendo billete 5
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unos meses más y probar a ser libre en primavera. Y así es como vine a parar a este cajón, desde donde espero poder llevar a cabo mi sueño y dejar de ser valioso solo por los números que llevo impresos en mí. Poco a poco la noticia sobre mí, el billete que no quería ser billete, se fue extendiendo por todas partes, gracias a las mensajeras 1 céntimo, que cómo eran tan pequeñas podían colarse por todos los monederos y ranuras. En cuanto se supo la noticia, las monedas y los billetes se dividieron en dos bandos: los que me apoyaban y los que pensaban que era una locura que se plantearan tales ideas. Por las noches en los bancos se realizaban grandes debates para tratar el tema. Pero a mí me traía sin cuidado todo este revuelo, pues ya había meditado lo suficiente y había tomado mi decisión. Iban pasando los días y yo seguía esperando entre discusiones y debates, además del consiguiente mosqueo de los humanos comentando que últimamente las monedas parecían tener patas, y alas los billetes, porque al menor descuido salían corriendo o volando. Por fin, un domingo de primavera, apareció la tan esperada oportunidad. Mi nuevo dueño había depositado todos los billetes del cajón encima de la mesa, y justo en el momento que iba a empezar a contarlos, apareció en la habitación un enorme perro. Entonces 6
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aproveché ese momento de distracción para emprender el vuelo. Pasé sin problemas por la ventana y la verja del jardín, y una vez fuera me dejé llevar por el viento, que me mecía suavemente como si quisiera acunarme. Volé por campos llenos de amapolas, de trigo, por altas montañas, por bosques llenos de árboles con montones de hojas, y mientras lo hacía pensaba en cuánto me habría gustado ser una de ellas... Verdes en primavera, testigos del florecer de la vida, marrones en otoño, y libres de volar por el bosque… Poco a poco el viento fue haciéndome más suave, hasta caer sobre una alfombra de hierba verde y fresca, cercana a un río. Me sentía muy feliz y quise disfrutar de esa nueva etapa de mi vida. Sin embargo, fue pasando el tiempo, y la alegría inicial de haber cumplido parte de mi sueño empezó a dar paso a una sensación de fracaso. Pues si bien era cierto que había conseguido salir de la monotonía del día a día, todavía no había conseguido hacer nada por mí mismo, y empecé a pensar que al menos antes tenía una utilidad. Estaba inmerso en aquellos pensamientos cuando escuché un ruido diferente a los que estaba acostumbrado a oír. De pronto los vi, era una familia de humanos. Si me veían, me cogerían y todo estaría perdido. Intenté moverme pero no pude hacerlo porque una piedra me 8
¡Alcanzando sueños!
sujetaba uno de mis lados. La familia se acercó, y yo me puse a temblar… Pero para mi sorpresa, pasaron de largo, y aunque prácticamente me habían rozado con sus zapatos, ni se fijaron en mí. ¡No me lo podía creer! ¿Cómo era posible?... Entonces me observé y descubrí que los números y los colores, que tanto me habían molestado, habían desaparecido. En su lugar tenía manchas marrones y verdes, trocitos blancos… Quizás estaba convirtiéndome en una de esas hojas que tanto anhelaba ser. Entonces ocurrió algo maravilloso, pues una pareja de gorriones se posó junto a mí, y me alzaron con sumo cuidado hacia un árbol próximo, donde me utilizarían para construir un nido que serviría de hogar para sus crías…». Y así fue como un billete, que no quería ser billete, encontró su lugar en el mundo, convirtiéndose en parte de la naturaleza.
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TO CUEN S PAR
ALARGAR A-VIDA -L
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ISBN 978-84-17679-83-5
9 788417 679835