Cuentos mundanos

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UENTOS

Mario Quintanilla Álvarez
¿En qué piensa un objeto inanimado? U D A N O S

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El tarro de cristal

Pancho era un garbanzo.

Vivía en un Tarro de Cristal, rodeado de otros garbanzos.

Cuando fueron rescatados de la Larga Oscuridad, Pancho tuvo la suerte de caer en uno de los lados del Tarro, casi tocando el fondo. Desde ahí podía ver todo. Podía ver a los Titanes pasar de un lado a otro, hablar entre ellos, hacer sus conjuros en los Fuegos Celestiales, coger otros Tarros llenos de seres extraños que usaban en tales conjuros, o abrir la puerta a la Tierra del Frío para coger criaturas aún más exóticas.

Un rumor entre los garbanzos decía que los Titanes comían garbanzos; que en realidad eran seres demoníacos que solo deseaban consumirlos y que algún día acabarían por devorarlos a todos. Pero

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Pancho no creía en ello. Eso solo eran habladurías, supersticiones traídas del Centro del Tarro o del Otro Lado (donde estaba la Pared), lugares en los que la escasez de Luz adormecía las mentes de los garbanzos y les hacían pensar en cosas extrañas. Los Titanes eran sus salvadores. Les habían rescatado de la «Larga Oscuridad en el Paquete» y llevado a su nuevo hogar: el Tarro de Cristal.

Al principio de todo, algunos Tarromotos sacudieron el Tarro y los garbanzos se sintieron inquietos; los Titanes habían cogido el Tarro para seleccionar a unos cuantos garbanzos elegidos y llevarlos al Caldero de la Purificación. Calentados por los Fuegos Celestiales, sus hermanos fueron purificados y alcanzaron el paraíso. Pancho lo vio.

Vio cómo quedaron sus hermanos y hermanas después de la purificación: perfectos, limpios, rodeados de aquellas otras criaturas de extraña forma. Tras el cristal y desde tan lejos no había podido escucharlos, pero estaba seguro de habían reído y charlado y bailado con sus exóticos nuevos amigos en el Caldero.

Pero los raptos divinos habían cesado y nadie más había sido llevado a purificar. Pancho deseaba ser introducido en el Caldero de la Purificación y bañarse en sus aguas cálidas para alcanzar el cielo, por eso le molestaba tanto las supersticiones de aquellos paletos del Centro. Pero, como siempre le decían sus amigos Berto y Ramón, lo mejor era dejar pasar el tema y no hacer caso de las habladurías.

Porque una cosa hay que decir de los garbanzos: les encanta hablar.

Podían hablar de cualquier cosa, durante todo el día, demasiado en muchos casos y con muy poco criterio en general. Podían hablar de cualquier cosa, pero casi nunca diferían de opinión y eso ponía de los nervios a Pancho, a quien le encantaba debatir todo. Aquella costumbre causaba cierto rechazo entre sus cercanos quienes, cuando se cansaban de sus constantes discusiones, optaban por hacer oídos sordos y dejar de hablar por completo. Eso le entristecía,

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pues siempre estaba deseando hablar (como buen garbanzo que era) y entonces se movía a otro lado para dejarles en paz.

Porque, como ya se puede intuir, Pancho no era un garbanzo normal y corriente.

A los garbanzos no les gustaba moverse. Solo lo hacían en contadas ocasiones y siempre bajo profundas quejas, tanto propias como de los garbanzos cercanos al ver su quietud alterada. Pero a Pancho le encantaba ir de un lado para otro, otra razón más para ganarse reprimendas por parte de sus cercanos, que no paraban de lamentarse mientras él se hacía paso entre ellos.

Sin embargo, pese a todo esto, la mayoría de sus cercanos le tenían cierta estima, pues Pancho era un garbanzo agradable y ciertamente carismático. El tipo de estima que se tiene a aquella persona díscola y revoltosa, pero de buen corazón. Amigos de verdad solo podía decir que fuesen Berto y Ramón, los únicos que en ocasiones lo acompañaban en sus garbeos y discusiones.

Por supuesto, gracias a su gusto por moverse por sus alrededores, Pancho conocía a todos sus cercanos. La mayoría de los garbanzos solían hablar de otros garbanzos a los que nunca habían visto; hablaban de oídas, simplemente repitiendo lo que otros garbanzos les habían dicho. También solían repetir de oídas lo que otros veían a través del Cristal del Tarro, sin ningún interés por acercarse ellos mismos a ver y observar lo que se les decía, por más que solo estuvieran a unos pocos codazos del Cristal. La mayoría estaban contentos con quedarse en el sitio donde cayeron el día que terminó la Larga Oscuridad, simplemente repitiendo lo que oían de otros. Pero Pancho sabía lo mucho que un mensaje se podía distorsionar al pasar de un garbanzo a otro, incluso a poca distancia. Por más que no debatiesen, por más que intentasen repetir exactamente lo que habían oído, las historias de fuera del Tarro cambiaban más y más cuanto más se alejaba uno del Cristal. Por eso, Pancho des-

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preciaba las habladurías venidas del interior del Tarro que hablaban mal de los Titanes. Demonios los llamaban. Los «Centristas» y «Paredistas» no sabían lo que ocurría en realidad en el exterior, solo los de su lado lo sabían.

Los demás solo conocían la versión deformada que les llegaba. Aun con todas estas cosas que le irritaban, Pancho era un garbanzo feliz. Realmente todos lo eran. Apretados los unos contra los otros, unos pisando por encima y pisando a su vez a otros por debajo; pero felices todos, no obstante.

Eso fue hasta que volvió la Oscuridad.

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E2l día comenzó como otro cualquiera.

Nada más despuntar las primeras luces, los Titanes aparecieron con sus ropas de mañana, de colores más vivos y aspecto confortable, y se prepararon ese brebaje oscuro con el que gustaban empezar el día. Todo transcurría como de costumbre, hasta que el Titán de pelo corto comenzó a mover objetos de sitio para limpiar debajo. Los garbanzos observaron con aprehensión cómo se llevaron los Tarros contiguos al suyo: el de las criaturas verdes ovaladas, el de las blancas alargadas y a sus hermanas más redonditas también; observaron cómo se iban de su lado mientras lanzaban gritos que no pudieron escuchar.

Y les llegó el turno a ellos.

El temblor fue más fuerte que ningún otro. Todos fueron movidos y removidos del sitio. Pancho fue lanzado lejos del Cristal,

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mas no se abandonó al pánico como muchos de sus cercanos que no paraban de gritar. Él se dejó llevar. El temblor terminó y un silencio antinatural se apoderó del Tarro de garbanzos… aunque solo por unos pocos segundos. Casi al unísono, los garbanzos comenzaron a llamarse los unos a los otros, aterrados por verse rodeados de extraños. Garbanzos que nunca se habían movido del sitio, que siempre habían estado bien juntos y apretados, acabaron tan separados que no se podían oír por mucho que gritasen. La histeria recorría el tarro, pero a ningún garbanzo pensó en moverse del sitio, por puro miedo.

Excepto Pancho.

Él comenzó a moverse en cuanto notó que el mundo se estabilizaba. Al principio, los demás garbanzos comenzaron a quejarse de su movimiento (más por fuerza de la costumbre que por otra cosa), pero al poco, al darse cuenta de que era el único que pretendía moverse, comenzaron a darle recados para sus anteriores cercanos. Pancho aceptaba los recados simplemente para que le dejasen pasar lo más rápido posible. Le dolía tener que mentir así a aquellos garbanzos tan desesperados, pero le era imposible recordar tantos mensajes para tantos garbanzos distintos. Hizo de tripas corazón y continuó avanzando, dejando a su paso aquel reguero de promesas que jamás cumpliría.

Avanzaba lo más rápido que podía, pero en el maremágnum que se había transformado el Tarro de Cristal se hacía difícil avanzar, sobre todo si no se quería fastidiar a los demás.

Y por eso Pancho no llegó a tiempo.

Antes de poder volver a su zona, otro Tarromoto, tan terrible o más que el anterior, ocurrió. Sin embargo, Pancho, que había tomado nota del anterior, reaccionó con rapidez y consiguió resistirse, en cierta medida, a ser lanzado en cualquier dirección. Aunque le fue imposible mantenerse en el lugar, logró al menos

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reducir y dirigir el zarandeo, de tal modo que no acabó tan perdido como la anterior vez.

Pero algo más ocurrió.

Mientras el temblor se sucedía no lo notó, concentrado como estaba en evitar ser aplastado y sacudido al azar; pero en cuanto terminó se hizo evidente para todos:

Se había hecho de noche.

Era imposible, solo habían transcurrido unas pocas horas desde que el día llegase como para que le tocase el turno a la noche. Solo se le ocurría una posible explicación… pero era tan terrible, tan ignominiosa, que no quería siquiera pensar en ella. Con ánimos redoblados, retomó la empresa de volver a su sitio en el lado del Tarro. Esta vez no se preocupó tanto por si sus movimientos molestaban a sus cercanos y avanzó mucho más rápido. Todos los garbanzos se encontraban en un estado de estupor al verse envueltos en la noche de golpe, de modo que ninguno opuso resistencia y Pancho pudo moverse con la única contrariedad que era la escasez de Luz. Tras un tiempo que se le hizo eterno, alcanzó el Cristal. Llegó jadeando por el esfuerzo, pero al alzar la vista y observar lo que yacía al otro lado se le cortó el aliento de golpe. Nada. Oscuridad. La Larga Oscuridad había vuelto.

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3Los lamentos de los garbanzos se alargaron durante días.

O lo que pensaban ellos que debían ser días, pues al no disponer de tanta Luz como antes se hacía muy difícil discernir el paso del tiempo. Nadie sabía qué era día y qué era noche. A Pancho le invadió una tristeza profunda como al resto de los garbanzos, solo que él, en vez de lamentarse, decidió hacer lo que siempre le había caracterizado: moverse. Comenzó así un peregrinaje por el borde del Cristal, en un intento por cartografiar los alrededores de la nueva localización del Tarro. Y de paso intentar ahogar, o al menos acallar, la tristeza de su corazón con una actividad.

Con un propósito.

Ninguno de los garbanzos que le rodeaban se despidió de él ni le deseó buen viaje, pues en el último Tarromoto no había «ata -

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rrizado» en su hogar y todos eran extraños… O quizás sí había llegado a su hogar, pero todos sus conocidos habían acabado en lugares dispares.

Ahora se daba cuenta de que era difícil discernir un lado del otro en un Tarro cilíndrico solo por el Cristal. La única forma que había tenido de localizar su hogar era por los garbanzos que lo poblaban y ahora, muy probablemente, ese lugar ya no existía. Procuró no pensar demasiado en esa posibilidad (aunque nunca dejó de estar presente en su mente) y se concentró en la tarea de explorar.

El peregrinaje le llevó bastante tiempo. Sorprendentemente, existía una franja de tiempo de mayor luminosidad, momento en el que se podía ver incluso más allá del Cristal del Tarro; llamó a esta franja horaria «día» y a la de Oscuridad completa «noche». Procuraba viajar de día, pues en la noche la Oscuridad era tan grande que no se podía ver ni al garbanzo que estaba a tu lado. La escasa Luz que les regaba durante el día no envolvía al Tarro desde todas direcciones como antaño, sino que venía desde un solo punto.

A esa dirección se encaminó.

Moverse por el borde del Tarro era difícil. El Cristal resbalaba y complicaba los escasos movimientos que se podía permitir un garbanzo, a diferencia de lo sencillo que resultaba en comparación apoyarse en la suave piel de sus compañeros. Pero Pancho decidió seguir por el borde de Cristal porque no quería perderse nada de lo que yacía más allá del Tarro. Fue por esta decisión de andar por el perímetro del Tarro por lo que su viaje se alargó tanto.

Si bien al principio le resultaba aterrador el panorama que observaba al otro lado del Cristal, con el tiempo se acabó acostumbrando y, aunque nunca le perdió el respeto al paisaje, empezó a encontrarle una belleza brutal y cruda que no había podido observar desde el Estante. El paisaje estaba plagado de los objetos místicos

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que los Titanes usaban para poner ingredientes en sus conjuros. Pancho los reconoció rápidamente; muchas tardes había pasado observando a los Titanes usarlos. Sin embargo, aquellos parecían que llevaban mucho tiempo en desuso. Pancho disfrutaba de aquellas vistas. Aquel toque excitante, a la par que siniestro que tenía la penumbra y los reflejos metálicos que despuntaban en ese nuevo «Más Allá del Tarro».

No todos los garbanzos pensaban como Pancho. De hecho, nadie pensaba ya.

Después de la venida de la Nueva Oscuridad, pasado el periodo de lamento y queja, la mayoría de los garbanzos habían entrado en un estado de apatía casi total. En el otrora bullicioso Tarro de garbanzos reinaba ahora una quietud inquietante. Ya no había charlas, ya no había risas, ya no eran los garbanzos que habían sido cuando el Tarro estaba en el Estante. Poco a poco, volvían a ser los garbanzos de la Larga Oscuridad del Paquete. Esta situación enervaba sobremanera a Pancho que se negaba rotundamente a dejarse caer en el sopor de aquellos tiempos malditos. Por eso no paraba de moverse, por eso viajaba.

Tras unos cuantos días, a la tarde, cuando ya estaba a punto de terminar su jornada de peregrinaje, alcanzó a ver al fin la única fuente de claridad remanente: una abertura vertical en la pared por donde se colaba una sola franja estrecha de Luz. Observar aquella torre luminosa le llenó de esperanzas y una nueva idea se formó en su mente: «Quizás no todo estaba perdido». El mundo que conocían estaba ahí fuera, lo sentía. Podían volver a ser el Tarro de garbanzos de antes, solo si… —¡Pancho, Pancho! —Llamó una voz.

Se sobresaltó. Tras tantos días oyendo solo los quejumbrosos y discretos lamentos de otros garbanzos, un grito así sorprendería

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a cualquiera. Pero mayor sorpresa fue ver que quien le llamaba era Ramón. Ambos vibraron de alegría al verse; se frotaron y lanzaron gritos de júbilo, tanto, que los garbanzos de alrededor se molestaron y los echaron de allí. Tampoco les importó demasiado, ambos se alejaron un poco de esos garbanzos enfadados y se pusieron a charlar. Se contaron lo que les había ocurrido desde Los Grandes Tarromotos: Ramón había tenido la suerte de ser devuelto al borde del Tarro en la segunda sacudida y ahí había quedado. Como todos los garbanzos, Ramón había quedado rodeado de desconocidos, pero él, a diferencia de la mayoría, intentó organizar una cadena de comunicación para localizar a sus antiguos cercanos. No había tenido mucha suerte. Pocos garbanzos quisieron sumarse a su iniciativa y los que lo hicieron desistieron al poco. Ramón, a la vista de que sus cercanos más inmediatos no le hacían caso, intentó entonces comunicarse con garbanzos más lejanos simplemente gritando, pidiendo que algún garbanzo caritativo extendiese el mensaje en todas las direcciones de que él se encontraba bien y en el borde del Tarro, con la esperanza de que alguno de sus antiguos cercanos recibiese el mensaje. Pancho confirmó que nunca recibió el mensaje, desinflando las ilusiones de Ramón de que su plan hubiese sido un éxito. Pancho lo intentó animar diciéndole que eso no significaba que sus mensajes no hubiesen llegado a nadie. Ramón le lanzó una mirada escéptica, pero no replicó; estaba demasiado contento de haberse reunido con su amigo como para estropearlo con una discusión absurda. Pasaron la noche juntos, apretujados el uno contra el otro; como solían hacer en los viejos tiempos con Berto. A la mañana siguiente, Pancho se levantó descansado, más de lo que podía recordar en mucho tiempo. Ramón seguía durmiendo, siempre había sido de sueño pesado; Pancho lo dejó ahí y se dispuso a explorar un poco la zona y a preguntar a los cercanos. Las gentes

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¿Cómo es la vida de un garbanzo en un tarro? ¿De qué hablan las monedas cuando se encuentran? ¿Cómo puede consolar una almohada a la chica que llora encima de ella por las noches? Los objetos nos rodean, forman parte de nuestras vidas; los usamos y los tiramos, pero siempre tienen una historia que contar para quien sabe escuchar. ¿Quieres escucharlas?

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9 788419 602756 I N S PIR I N G UC R SOI I T Y
ISBN 978-84-19602-75-6

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