Danielete Sprinter

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Danielete Sprinter

Danielete Sprinter

Ilustrado por Silvia A. Madinabeitia
Álvaro Camarero Rodríguez

PRÓLOGO

Daniel es un chico de quince años que estudia segundo de la ESO en un colegio de Villaverde, en Madrid. Vive con sus padres, su hermana pequeña de siete años y con su perrito Kiko, un teckel (coloquialmente llamado «perro salchicha») de un año de edad.

Tiene una ilusión y un objetivo en la vida desde que, con solo cinco años, vio un partido del Real Madrid con su padre: quiere ser futbolista profesional. Su mente gira alrededor del fútbol. Pese a los esfuerzos de sus padres porque estudie y se centre, no va nada bien en los estudios. Repitió primero de la ESO y, de momento, segundo no lo lleva muy bien. Eso sí, arrasa en Educación Física, su asignatura favorita.

Daniel es bastante delgado, alto para su edad, tiene mucha resistencia y, gracias a sus «patas» largas, es bastante rápido.

Suele ser muy amable y cariñoso; además, es una persona en la que se puede confiar. Varias veces le han nombrado en su clase «alumno ayudante». En situacio-

nes normales, es un niño que se pone en el lugar de los otros y es bastante solidario. Pero no siempre es así...

Cuando juega al fútbol, se transforma, se «pica» con mucha facilidad y reacciona, incluso a veces, de forma violenta. Este año, en lo que va de curso, ha estado castigado en casi la mitad de los recreos. La última vez, una pequeña patada accidental de su compañero Tomás bastó para que Daniel se diera la vuelta y, de un empujón, lo tirara al suelo. Su profe de religión lo vio y rápidamente lo llevó al jefe de estudios. Castigo automático. En ese momento de ira, le cuesta mucho ver su parte de culpa; está tan enfadado que, hasta que no se le pasa un poco, no se puede ni hablar con él. Una vez que se le pasa el enfado, ya razona, se arrepiente profundamente y se disculpa.

Los padres de Daniel, Rosa y Francisco, viendo los problemas de su hijo, ya no ven nada de fútbol en casa. Es un tema tabú en ese pequeño pisito de Villaverde.

A lo que no se han atrevido todavía es a quitarle de los entrenamientos de la tarde y a dejarle sin jugar los sábados en su equipo, el Sporting Alcocer. Creen que eso hundiría a su hijo y están intentando aguantar al máximo antes de tomar esa decisión. Francisco no entiende cómo ha sacado esa afición tan fuerte al fútbol.

A él siempre le ha gustado más el baloncesto y, sobre todo, el ciclismo; lo practica todas las semanas y no se

pierde ni una etapa de la Vuelta a España, ni del Tour, ni del Giro. Daniel, por el contrario, cuando televisan alguna etapa, aprovechando que su madre se echa la siesta y que su padre está ensimismado con el ciclismo, juega a escondidas al FIFA. Tiene a su jugador creado en el Bayern de Múnich y ya ha ganado varios Balones de Oro. Le encanta imaginarse en la gala de ese premio, siendo fotografiado y grabado por todos los medios de comunicación. Sin duda, para él, es a lo máximo que puede aspirar una persona... Su gran ilusión. Su gran objetivo en la vida.

Capítulo 1

LA FIESTA DE CUMPLEAÑOS

Daniel amaneció con muchas ganas de empezar el día. El motivo era sencillo: era su cumpleaños. A las siete de la mañana, sus padres le despertaron dándole un beso cada uno y cantando en bajito el cumpleaños feliz. Kiko ya estaba desatado encima de su cama correteando y saltando. Su hermana Lucía todavía dormía tan plácidamente.

—Tranquilo Kiko, ya voy —dijo Daniel incorporándose y calzándose sus zapatillas con forma de balón de reglamento.

—Vamos, hijo. Hoy tienes un desayuno especial. Está papá haciendo tortitas —dijo Rosa.

—¡Genial! —respondió Daniel y de un salto empezó a vestirse.

Lucía se había despertado escuchando todo el ruido que se había armado en la casa.

—Felicidades, hermanito, ya pareces más viejo —le susurró mientras le daba un abrazo.

Ese día el colegio pasó muy lento. Daniel tenía dos cosas en mente: el recreo, donde se enfrentarían a los «chulitos» de 2.ºC, y, sobre todo, la fiesta de cumpleaños de por la tarde. Vendría toda la familia y tenía serias sospechas de que sus padres le regalarían la última equipación de la selección española y, posiblemente, unas entradas para ver el Real Madrid – Milán de Champions de la semana que viene. Al menos, eso es lo que él había pedido y nada le hacía pensar que no se lo concederían. Sin duda, estaba ansioso. Lo único que dudaba era en el número de la camiseta. Sus padres saben que sus preferidos son el diez de Messi y el ocho de Kroos. Dos de sus jugadores favoritos, un delantero y un medio. Las dos posiciones que alternaba Daniel.

El partido con 2.ºC terminó en un empate a tres en el último segundo. La clase de Daniel (2.ºB) fue ganando tres a cero con dos asistencias suyas. Pero tres despistes al final hicieron que no ganaran. Los «chulitos» se subieron a clase riéndose y burlándose de ellos. Daniel estuvo a punto de explotar y «comerse» a Pedro, el cabecilla de las burlas. Menos mal que cuidaba patio el profe de educación física, y este siempre estaba atento a los posibles piques que iban surgiendo. Rápidamente paró a Daniel, habló seriamente con él, y esta vez pudo contenerse. Sin duda, ese profesor le había ahorrado

una visita al jefe de estudios. También vio cómo regañó a Pedro después. Cómo deseaba que le castigaran…

A las seis de la tarde, sus padres estaban a tope preparando el picoteo para la fiesta de cumpleaños. Comerían pizza, nachos con guacamole, embutido variado... Y para terminar, la tarta estrella de papá, una mezcla perfecta de galletas y tres chocolates diferentes. Les encantaba.

Tenían que venir sus abuelos, sus tíos y Roberto, su primo de diecisiete años. Daniel se llevaba especialmente bien con él. Siempre jugaban juntos al fútbol y a la consola, además, Daniel le estaba muy agradecido porque, en cuanto una camiseta de fútbol le quedaba pequeña a Roberto, siempre la heredaba él. Tenía una colección de por lo menos quince equipos.

La familia empezó a llegar a las siete de la tarde. Lo estaban pasando fenomenal. Las pizzas que preparó mamá estaban riquísimas. Todos cenaron de maravilla.

Llegó el momento principal de la tarta, sus padres y su hermana entraron cantando el «Cumpleaños feliz» al salón, el resto de la familia se unió al cántico. Incluso Kiko ladró, como queriéndose unir. Todo un éxito la tarta de papá. Daniel pensaba que podría haberse dedicado perfectamente a la cocina. Todo le sale riquísimo, y además, se nota que le gusta y que le relaja. Posiblemente, hubiera sido más feliz que con su actual trabajo de agente de movilidad de Madrid. Muchos días se le

veía desmotivado y con pocas ganas de ir al trabajo.

Antes lo disfrutaba mucho, pero ahora se notaba que no le llenaba lo más mínimo.

Llegó el momento de los regalos. Sus tíos le compraron un chándal del Rayo Vallecano. Todo un acierto, pensó Daniel. Además, lo clavaron con la talla. Sus abuelos, tanto paternos como maternos, le dieron sesenta euros cada uno. Ciento veinte euros en total para gastar en lo que fuera. ¡Genial! Algo se le ocurriría en lo que invertirlos.

De repente, escuchó cerrarse la puerta.

—¿Dónde ha ido papá? —preguntó Lucía.

—Ha bajado a tirar la basura —contestó Rosa—. No tardará en subir.

—Primo, ¿qué te ha parecido el chándal? —preguntó Roberto.

—Me encanta, ya sabes que también me gusta el Rayo y no tengo nada suyo, además, este año va de maravilla.

—Ya te dije que ese entrenador que fichó este año era muy bueno, lo hizo fenomenal en el Betis —añadió Roberto.

La puerta de la calle volvió a abrirse y entró Francisco al salón, arrastrando... ¡Una bicicleta de carretera!

—Hijo, ahí tienes nuestro regalo —dijo mamá visiblemente emocionada.

—Pero... —murmuró Daniel.

—Nos hacía mucha ilusión regalártela, sobre todo a mí —añadió Francisco con una sonrisa.

—Ehh... Ehh... No sé qué decir, no me lo esperaba.

¡Muchísimas gracias! —tartamudeó Daniel.

Daniel hizo un esfuerzo enorme por tratar de disimular su desilusión. No podía disgustar a sus padres después del esfuerzo que han hecho al comprar la bicicleta. No hay nada más que verla para darse cuenta de que es buena. Se la ve de calidad, y eso significa que ha costado mucho.

Daniel sabe que la economía de sus padres suele pasar por pequeños apuros. Sin duda, han hecho un gran esfuerzo.

—Muchísimas gracias. —Se levantó y les dio un gran beso y un abrazo a cada uno de ellos—. Os quiero —añadió.

Esto fue lo que necesitaba su madre para que se le escapara alguna lagrimilla.

—Y nosotros a ti, hijo —respondió su madre mientras hacía un «puchero».

Rápidamente se fue hacia la bici, empezó a probar los frenos, a agarrarse de ese manillar curvo, a tocar esas ruedas tan finas y lisas. Miró los cambios y vio que tenía dos platos y ocho piñones. Dieciséis marchas.

—¡¡Toma ya!! ¡¡Qué pasada!! Muchas gracias —volvió a repetir.

La verdad es que era preciosa, el cuadro de color azul, el manillar negro, las manetas de los frenos y los cambios en aluminio. La cogió y trató de levantarla.

Daniel, un joven inicialmente apasionado por el fútbol, encuentra su verdadera vocación en el ciclismo durante su cumpleaños, dando pie a un viaje emocionante y desafiante. Al participar en competiciones y superar adversidades, como una lesión, descubre el valor del esfuerzo, la resiliencia y el trabajo en equipo. Apoyado por su familia, su experiencia en el Tour de Francia intensifica su deseo de ser ciclista profesional, impulsándolo a enfrentar retos con determinación. Esta travesía no solo alimenta su amor por el ciclismo, sino que también lo inspira a seguir sus sueños.

VALORES IMPLÍCITOS

La historia de Daniel nos enseña el valor de la resiliencia, mostrándonos que enfrentar y superar obstáculos nos fortalece. Subraya la importancia del trabajo en equipo, evidenciando que detrás de los éxitos personales está el esfuerzo conjunto. Además, resalta el papel esencial del apoyo familiar en la persecución de nuestros sueños y cómo la pasión junto al compromiso son clave para alcanzar nuestras metas.

ISBN 979-13-87663-53-7

Suricatos

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