El camino del rey

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El camino

del rey Alvaro Calvete Aguilar



Prefacio Más lejano que la Luna de la Tierra, más imponente

que la presencia del Sol, se encontraba el glorioso reino de Suladna-La, una tierra tan rica y próspera, como diversa y variada: Infinitas costas de fina arena blanca bordeaban su parte meridional, que contaba con varios puertos importantes desde donde zarpaban a diario innumerables embarcaciones para surcar las frías y profundas aguas del mar Nostrum. En la parte septentrional, en cambio, escarpadas cordilleras y profundos cañones la mantenían a salvo de las tierras del norte. Infinitos enemigos ansiaban invadirla, mas ninguno de ellos era lo suficientemente poderoso como para atravesar sus fronteras. Al suroeste, vastas llanuras cubiertas por una espesa alfombra glauca se perdían en el horizonte, en contraste 3


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con los frondosos bosques de altos y robustos árboles que poblaban el resto de la región. Por otro lado, profundas y extensas marismas rodeaban su más importante río, el Al-Wadi Al-Kabir, que recorría la región de oriente a occidente dividiéndola en dos. Además, contaba al sureste con el imperecedero y abrasador desierto de Sanrebat, un inmenso mar de arena rojiza como el cobre. Y, para terminar, en el centro de todo, coronando la sierra Adavén, de afiladas y frías cumbres nevadas, el más alto monte conocido por el hombre, el Necahlum, vigilante y celoso guardián de los límites del feudo. El gobernador de dichas tierras no era otro que el rey Akepot, el Erudito, un gran monarca que había llevado a Suladna-La a su máximo apogeo. Era un líder justo, sabio y poderoso. Era querido por sus súbditos, y al mismo tiempo temido y respetado a partes iguales por los gobernantes de otros reinos. Vivía en paz en la Fortaleza Blanca de Al-Yazira, la capital del reino, situada en el corazón mismo de Suladna-La, en la falda del monte Necahlum. Infinidad de torreones de marfil se alzaban desafiantes al cielo, y sus altas murallas la mantenían a salvo de invasores que, desde hacía tiempo, no se habían atrevido a poner un pie en aquellas tierras. Se trataba, sin duda, del reino más poderoso del mundo conocido, si bien había algo que amenazaba esa hegemonía… 4


El camino del rey

El rey Akepot era un hombre de avanzada edad, y llevaba algunos años buscando un digno pretendiente para su hija, la princesa Sasnak, al tiempo que fuese su sucesor. La reina, fallecida al dar a luz a la princesa, no pudo darle un varón al rey, y este, dado el amor que profesaba hacia su esposa, no consintió tomar a otra mujer para asegurar su linaje. No fueron pocos los pretendientes que se presentaron ante el rey a lo largo de los años. Príncipes y nobles de todo el mundo, al principio, ávidos del favor del rey y por motivos diplomáticos de conveniencia, casi con total seguridad. O eso pensó el monarca, que pronto rechazó a cualquier candidato que procediera de más allá de sus fronteras. Muchos otros vinieron luego procedentes de todo Suladna-La; cientos al principio, decenas después de que el rey los rechazara a todos y cada uno de ellos, y finalmente, pasados los años, el flujo fue disminuyendo hasta que apenas un puñado tuvo el valor de presentarse para pedir la mano de la princesa Sasnak. Ninguno estaba a la altura para satisfacer los deseos del rey de cuidar a su amada hija y su poderoso reino al mismo tiempo. Pero la muerte no espera por nadie, y el rey, sabedor de que su final estaba próximo, decidió elegir a un pretendiente de una vez por todas, aunque no a cualquier precio…

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El concilio secreto El rey no acostumbraba a convocar un concilio en pre-

sencia de todos sus hombres de confianza, la Orden de los Seculadna, un grupo de ocho caballeros que velaban por la protección del reino, y que estaban establecidos en ocho puntos estratégicos de Suladna-La. La última vez que fueron convocados fue hacía más de una década, en un concilio de guerra urgente para evitar una invasión procedente de Acirfa, un reino enemigo más allá del mar Nostrum y que pretendió invadir y someter Suladna-La, entrando por la Costa Estelar con una flota de más de doscientos barcos. En aquella ocasión pudieron atajarla a tiempo, y desde entonces no habían tenido que volver a reunirse. Pero ahora el rey requería la presencia de los Seculadna una vez más, aunque en esta ocasión no parecía tratarse de ningún enemigo intentando alcanzar sus costas. 7


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Cuando todos se hubieron reunido, solo los ocho caballeros y el rey supieron el motivo de dicha asamblea. Hablaron largo y tendido sobre el porqué de la convocatoria, y aunque no cabía duda de que estaba relacionado con la sucesión del rey y la búsqueda de un pretendiente digno, nadie supo a ciencia cierta de lo que se habló entre los muros de la torre del homenaje de la Fortaleza Blanca. Al caer el sol, los ocho caballeros salieron del castillo sigilosamente y aprovechando la oscuridad de la noche para evitar miradas curiosas y rumores acerca del plan que el rey había fraguado en su mente.

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La princesa plebeya La princesa Sasnak se ajustó la capucha de su túnica

negra y se lanzó a las oscuras calles de Al-Yazira. El pueblo dormía, el silencio recorría cada recoveco de la ciudad, y absolutamente nadie parecía transitar tan tarde por sus adoquinadas callejuelas y estrechos callejones. La princesa se movía ágil y velozmente, como una gacela por mitad de la sabana. No era la primera vez que lo hacía… Después de unos minutos, llegó a su destino: una pequeña casa de adobe cuyo ventanuco iluminado hacía pensar que aún no había llegado la hora de dormir para quien viviera en su interior. La princesa Sasnak se acercó hasta acariciar la áspera madera de la puerta con la fina piel de su rostro e inhaló profundamente antes de dar tres ligeros golpecitos con sus nudillos. Al instante, la puerta se abrió y tras ella apareció un joven de piel morena ataviado con ropajes humildes y el pelo 9


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enmarañado. Sus ojos color azabache la miraban fijamente con pasión. No se acostumbraba a tener frente a él a la princesa del reino, ni mucho menos a que ella le correspondiese. Siempre que la veía, tartamudeaba y jugueteaba con la manga de su camisola cual adolescente enamorado. No era para menos. Incluso bajo aquella capucha, podía ver sus grandes ojos verdes, su ondulada melena negra y sus rosados labios que sonrieron nada más encontrarse sus miradas. La puerta se cerró tras la princesa y la luz del interior se extinguió para detener el tiempo entre aquellos dos amantes secretos. Solo la gran luna llena que bañaba de plata Suladna-La fue testigo de aquel encuentro, o eso creían ellos…

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El espía del rey Como cada mañana, bien temprano, después de que la

princesa Sasnak abandonara la Fortaleza Blanca a hurtadillas la noche anterior para encontrarse con aquel desconocido, el rey ordenaba llamar a su espía para que le pusiera al día de aquellos escarceos amorosos. Al principio no le dio importancia, el proceso de selección para encontrar un esposo que cumpliera las expectativas de ambos llevaba años llevándose a cabo sin resultado, y una princesa también tiene necesidades, de modo que cuando su espía le informó de que aquellos encuentros eran cada vez más frecuentes y con el mismo hombre, decidió acelerar el proceso para evitar que el heredero de su reino fuese un don nadie. Volvió a repasar la lista de candidatos en busca de alguno que mereciera una segunda oportunidad: príncipes, nobles, generales, valientes guerreros y apuestos caballe11


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ros, pero ninguno le había inspirado la suficiente confianza como para dejar el reino en sus manos, ni mucho menos a su hija. Luego revisó la lista de otros candidatos de menos renombre, a los cuales otorgó el beneficio de la duda antes de desecharlos por su humilde condición, pues nunca se podía saber a ciencia cierta dónde encontrar un verdadero líder con las cualidades suficientes como para mantener la gloria de su reino. Además, cada día que pasaba jugaba en su contra. Hasta ahora, le había bastado con que su espía vigilara los pasos de la princesa y se asegurara de que estaba a salvo, pero ahora quería también conocer la identidad del muchacho que se estaba ganando el corazón de su hija. No podía permitir que eso sucediera, a no ser que ese desconocido tuviese madera de rey. Algo impensable, pensaba el rey, pero que las pruebas se encargarían de constatar.

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El desconocido Cuando los primeros rayos de sol que entraban por el

ventanuco le daban en la cara despertándolo, el desconocido muchacho sonreía todavía con los ojos cerrados. Era como despertarse en una nube. El olor de la princesa perduraba en su almohada, y su silueta yaciendo junto a él aún conservaba la forma. ¿Estaba viviendo un sueño o era solo una ilusión? No podía creer que la mismísima hija del rey de Suladna-La corriera a su lado todas esas noches a su encuentro. Una princesa de semejante belleza y de su posición, que podría tener a sus pies hasta a los dioses, yendo a refugiarse entre sus brazos y alejándose de la vida que todo ser humano desearía tener. ¿Qué veía en él, un simple comerciante que vivía a las afueras de la ciudad? Además, ese día tenía que partir hacia el sur, hacia la Costa Estelar, para comprar delicioso pescado y trans13


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portarlo a la capital. Ese pescado se vendía bien y obtenía buenos beneficios, pero la travesía era larga y sabía que estaría alejado de la princesa por varios días. Siempre le surgía el temor de que, en ese tiempo, el rey encontrara un pretendiente perfecto para ella, porque, ¿a quién quería engañar? Él nunca podría ser el elegido, lo suyo con Sasnak tenía fecha de caducidad, de modo que esos viajes se convertían siempre en una tortura, no por las largas distancias recorridas, o por la lluvia, nieve o sol abrasador que le acompañaran, sino por el tormento de pensar que, a su vuelta, todo se podría haber acabado. El viaje hasta el puerto de Sunab, el más próspero de la Costa Estelar, le obligaba a pasar por su pueblo natal, Adnor, un pueblo situado entre dos acantilados conectados por un largo y mastodóntico puente de piedra que gozaba de una de las mejores vistas que podían contemplarse de aquella parte del reino. Para él, era imposible cruzarlo y no pararse a deleitar con el más bello atardecer que jamás había visto. Cada vez que lo hacía, siempre se prometía que algún día, si tenía ocasión, llevaría a la princesa para compartir con ella ese tesoro, y allí, en aquella ocasión, antes de continuar su periplo hacia el sur, recordó la primera vez que estuvo frente a la princesa, la vez que quedó prendado de su belleza y de su corazón.

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GINKGO BILOBA

El rey Akepot tiene un plan. Después de pasar los últimos años buscando en vano un digno sucesor, y por ende un esposo para su hija, la princesa Sasnak, el rey decide convocar a sus hombres de confianza, los ocho miembros de la Orden de los Seculadna, para llevar a cabo una peligrosa misión que pondrá a prueba a los más valiosos candidatos que osen enfrentarse a ella a lo largo y ancho del reino de Suladna-La. Amir, un joven comerciante de Adnor, será uno de los aspirantes. Acompáñale en su difícil periplo para hacer frente a los muchos desafíos que le esperan en pos de demostrar que él es el candidato idóneo para ocupar no solo el trono, sino también el corazón de la princesa Sasnak. Un auténtico viaje de autodescubrimiento y crecimiento personal donde también el lector adquirirá los valores que hacen falta para llegar a ser un auténtico rey.

ISBN 978-84-17679-75-0

www.babidibulibros.com 9

788417

679750


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