El río enojado Rosa Muñoz Ilustrado por Paula Zorite
El río que se extendía a lo largo de todo el pueblo dotaba de identidad a la villa. El cau-
dal del agua, su temperatura, su sonoridad, el chisporroteo continuo y constante de las ondas que bailaban al ritmo de los cambios de temperatura, marcaban el estado de ánimo de sus gentes. Al despertar por las mañanas, los habitantes desayunaban y se acercaban al río; no sabían cómo se encontraban hasta que no se aproximaban a sus aguas cristalinas. El musgo, 3
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los árboles, las piedras de distintos tamaños…, todo indicaba en qué estación del año se encontraban. Los habitantes de Covarrubias no necesitaban mirar el calendario. Una niña de ciudad veraneaba en este pueblo de cuento. Tenía rincones preciosos: la iglesia, la plaza, algunas construcciones milenarias, las casas típicas decoradas con inmensas vigas de madera, pero lo que más le gustaba a Carla era acercarse al río. El río tenía un halo de misterio. Era imprevisible y cambiante. Nunca olía igual, ni sus aguas se mecían de la misma forma. A Carla le encantaba cruzarlo por las piedras que parecían estar allí con ese propósito. Aunque lo había hecho cientos de veces, algunos días, los cantos rodados la traicionaban y se sumergía en sus aguas antes de que ella tomara la decisión de hacerlo. Cuando esto le ocurría, se enfadaba y pensaba que no aprendería nunca a cruzarlo sin caerse. 4
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Su tía siempre la acompañaba y reía de forma escandalosa cuando presenciaba que sus pies habían resbalado de nuevo. A Carla no le hacía mucha gracia que se riera de su torpeza. La tía Mapi era muy bulliciosa. Si no había más gente, se tomaba mejor sus risas, pero si algún niño se bañaba cerca, entonces se sonrojaba sin remedio. Pensaba aquello de «tierra, trágame» o, mejor dicho, «agua, sumérgeme». Los peces de agua dulce se hacían los remolones y se dejaban ver en contadas ocasiones. Truchas, carpas, bogas, frailes y jarabugos convivían en aquellas aguas más bien frías. La tía Mapi le contaba a Carla que en invierno las aguas del río estaban tan heladas que se congelaban y se podía cruzar a pie hasta la otra orilla. La niña no se lo creía. No se imaginaba aquella agua que corría libremente ante sus ojos, convertida en un bloque de hielo. La tía era muy fantasiosa y le contaba montones de 5
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historias que más bien parecían leyendas de otras épocas. Carla no iba al pueblo en invierno. Su madre era muy friolera y prefería pasarlo al cobijo de la chimenea moderna que habían instalado en el salón de su casa de ciudad. Como Mapi vio la cara de incredulidad de su sobrina, le contó una historia fascinante que dijo ser verídica. La tía se sentó cómodamente en la orilla, entre un chopo y un sauce, e inició la historia que en tiempos remotos tuvo lugar allí mismo, en esa parte concreta del río, donde tía y sobrina se disponían a pasar la veraniega mañana. Comenzó el relato de una leyenda que cambió la historia de Covarrubias para siempre. La fama de las misteriosas aguas del río Arlanza se extendió más allá de la comarca: «Una tarde de invierno, una jovencita de largas trenzas y mirada de ojos caídos como la noche, estaba tan triste y su corazón tan angustiado que 6
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no podía estar en casa. Su padre había encontrado trabajo en la capital, y tendrían que abandonar su villa natal. Carlina se resistía a semejante cambio. Covarrubias era su pueblo, y su río era toda su vida, por lo que no podían arrebatárselo. Pensaba luchar con todas sus fuerzas para no dejar atrás su vida. No estaba dispuesta a cambiar la belleza de sus aguas, que la ayudaban a saber cómo se sentía cada mañana, por la mole de una urbe gigante que devoraría su ánimo sumiéndola en una tristeza infinita. Atormentada por estos pensamientos, caminaba bordeando su cauce. Los olmos y abedules se mostraban mustios, como correspondía a aquella tarde de frío invernal. Las temperaturas eran bajas, pero no tanto como para que el río se helara. El río Arlanza era todo el paisaje que ella deseaba ver al despertar. Por las noches se dormía arrullada por el ruido de sus aguas. No quería ni pensar en cómo iba a poder dormir con el ruido 8
Ocho Suricatos
La tristeza que siente Carlina por tener que abandonar el pueblo donde ha nacido es tan grande que hará recapacitar a sus padres y se preguntarán si han tomado una buena decisión. A veces, la falta de trabajo de los adultos, hace que se sumerjan en sus problemas y no puedan prestar atención a las necesidades de los pequeños. Una historia de lucha por recuperar lo perdido y un homenaje a la naturaleza y a su influencia en nuestro estado de ánimo. VALORES IMPLÍCITOS: La capacidad y la voluntad de los niños para luchar por lo que realmente les hace felices. Una muestra de amor a la naturaleza, y a la paz que proporciona el mundo rural. La necesidad de mantener nuestras raíces y el anhelo del retorno al pueblo natal. Y, sobre todo, la importancia de mantener la familia unida ante condiciones adversas.
ISBN 978-84-18017-09-4
A partir de 8 años www.babidibulibros.com
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