El elefante y la efĂmera Jaime Soliveres Ilustrado por:
Aida Rivas
U
n viejo elefante descansaba en el interior de
una arboleda, cerca de una laguna. Era un atardecer de principios del mes de junio, cuando aparecieron de la nada, cientos de insectos alados revoloteando a su alrededor. En su medio siglo de vida, había recorrido cada palmo de la sabana, y se jactaba de conocer a cada especie animal que merodeaba sus dominios. Sin embargo, esa era la primera vez que veía esos diminutos insectos y le llamaron la atención. —¿Quiénes sois? —preguntó, sin obtener respuesta. Estos insectos de aspecto delicado, de largas colas y alas triangulares y membranosas, seguían su incansable aletear sin atender al elefante.
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—¡He preguntado quiénes sois! —volvió a decir el elefante, esta vez alzando la voz. —No tenemos tiempo de hablar contigo —contestaron al unísono dos de estos diminutos insectos que aleteaban a su lado. El elefante, molesto al sentirse ignorado, emitió un fuerte barrito que ahuyentó a la pequeña colonia, dispersándose en dirección a la laguna. —No te enfades, grandullón —dijo una de estas formas aladas, que había decidido postergar su marcha para darle respuesta. —¡Por supuesto que me enfado! —contestó el elefante—. ¿A qué vienen tantas prisas? Pero por favor, acércate un poco —solicitó extendiendo su trompa—. No ando muy bien de la vista, debido a mi avanzada edad. El insecto se posó en la parte inferior de la trompa del elefante, plegando sus alas verticalmente al igual que las mariposas. El elefante, curioso, acercó su trompa hasta apenas unos centímetros de sus ojos, para observarla más detenidamente.
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—¿Quiénes sois? —volvió a preguntar por tercera vez—. Llevo casi cincuenta años por estos lugares y nunca os había visto. ¿Sois una nueva especie? —No —contestó—. Somos efímeras, y estamos en La Tierra desde tiempos prehistóricos. Posiblemente antes que tú. —Entonces, cómo es posible que no os haya visto antes, conozco a cada uno de los animales que merodean estos lugares —dijo con seguridad—. ¿Quizás provengáis de más allá de las grandes montañas, o del otro extremo del agua salada? —No, aquí es donde nacemos y crecemos. —¡Qué extraño! —dijo el elefante. —Todo tiene una explicación —apuntó la efímera—. Pero dígame, ¿quién es usted? Yo tampoco le había visto anteriormente. Eso le perturbó ¿Quién no conocía al elefante, el animal más grande y fuerte de la sabana africana? —Yo soy un elefante, pequeña. El animal más grande del mundo conocido.
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—¡Qué interesante! Bueno ahora he de marcharme —anunció la efímera elevando las antenas a modo de despedida. —¡Espera! No te vayas todavía —pidió el elefante—. Aún no me has dado la explicación del porqué nunca antes nos habíamos tropezado. —Es cierto, disculpa. La explicación es el tiempo. —¿El tiempo? —preguntó interesado el elefante. —Así es. Nuestra especie habita durante un periodo de tiempo como ninfas, en los cursos de agua, lagos, lagunas o balsas, y solamente cuando cumplimos nuestra edad adulta es cuando salimos a la superficie, a finales de mayo y principios de junio, convertidas en lo que ahora ves, durante un breve espacio de tiempo, de tan solo doce horas, habitamos el exterior con un solo cometido: procrear. Pasado ese tiempo, nuestras fuerzas se extenúan y morimos. La Madre Naturaleza, presente como estaba en cada minúscula porción de terreno que forma-
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ban sus dominios, escuchaba con atención la distraída conversación que mantenían el elefante y la efímera. —Ahora lo entiendo —dijo el viejo elefante, agradecido—. En esas fechas, la manada recorre su habitual migración al norte de la sabana. Es por ello que no habíamos coincidido nunca. —Me alegra haber satisfecho tu curiosidad, grandullón. Ahora, si no te importa, he de marcharme. En el crepúsculo del día, se celebra el ritual de apareamiento, y formaremos un inmenso enjambre donde bailaremos, y espero encontrar pareja. —Te entiendo perfectamente, pero a decir verdad, me siento solo y aburrido, y me gusta tanto charlar contigo… Por favor, quédate al menos diez minutos más. —Me gustaría, pero ya te dije que mi tiempo es limitado, y a saber ahora dónde estarán mis compañeras… Tengo que marcharme —volvió a insistir.
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—Solo diez minutos más —suplicó—. ¿Qué son diez minutos, en un espacio de doce horas? —De acuerdo, me convenciste —dijo la efímera, abriendo las alas y revoloteando alrededor del elefante—. Te enseñaré algunos de los bailes que preparamos para el cortejo. ¿Te apetece? —Por supuesto —contestó complacido a la vez que palmeaba sus grandes orejas en señal de júbilo. Mediante fuertes batidos de sus frágiles alas, la efímera se impulsaba hacia arriba y se dejaba caer verticalmente, dando vueltas sobre sí misma. —Lo haces muy bien —premiaba el elefante. Esta continuó contentando al elefante, con giros y cabriolas cada vez más complicadas. El viejo elefante emitió un barrito, esta vez de satisfacción, lo que hizo recordar a la efímera su obligación. —Lo lamento, grandullón —dijo la efímera posándose esta vez en uno de los dos enormes colmillos desgastados que sobresalían de su boca—. Ahora sí que nos tenemos que despedir.
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—Lo entiendo —contestó el elefante apesadumbrado. —Me alegra haberte conocido —dijo la efímera. —A mí también —contestó el elefante—. Espero que este crepúsculo sea mágico y todo tu esfuerzo se vea recompensado. —Seguro que así será —contestó segura de sí misma, y expandiendo las alas emprendió su partida. —¡Espera! ¡Espera! —gritó el elefante antes de que esta se perdiera de su vista. —Dime, grandullón —preguntó la efímera, que se vio obligada a retroceder sobre sus aleteos. —¿Podría acompañarte? Me gustaría ver el espectáculo que formáis en el crepúsculo, y mientras tanto, aprovecharía para gozar de tu compañía por el camino. —Puesss… —¡Por favor! Prometo no aminorarte la marcha. —Ya, perooo…
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—No te preocupes, me mantendré escondido a una distancia considerable, para que tus compañeras no me vean. La efímera miró al elefante y, acercando su aleteo hasta su enorme oreja derecha, le dijo: —De acuerdo. El elefante seguía sin problema el aletear de la efímera. Esta cambiaba de dirección constantemente, sorteando arboles y la alta vegetación. A cierta distancia divisó una enorme nube gris y parpadeante. —¡Ahí están! —gritó la efímera exultante de alegría. Era un enjambre de miles de efímeras, aleteando juntas a orillas del lago. La efímera, emocionada, imprimió fuerzas a su aleteo, tratando de llegar lo antes posible. Mientras el elefante la seguía tratando de no perderla de vista, y así fue como sin darse cuenta, se introdujo en una ciénaga. Fue demasiado tarde, cuando se percató de su descuido, la inercia lo había propulsado varios
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pasos en su interior, suficientes como para traspasar el límite de no retorno. Mientras trataba con todas sus fuerzas de alcanzar el otro extremo de la ciénaga, sus enormes y pesadas patas se hundían cada vez más en el lodo, a cada paso que lograba dar. Llegó un momento en el que no pudo dar ni un paso más. Era demasiado viejo —¡Ayúdame! —gritó el elefante Pero esta seguía despreocupada con su aletear y se alejaba entre la vegetación. Por fin decidió soltar un fuerte barrito. La efímera escuchó la señal de socorro y decidió dar la vuelta. Enseguida comprendió la situación. El lodo cubría las rodillas del elefante, y muy cerca de él, el esqueleto de un rinoceronte no albergaba precisamente un buen augurio. El elefante persistía en escapar de esa trampa de lodo, pero todo esfuerzo era inútil. Cada movimiento hacía que se hundiera un poco más. —No te muevas —sugirió la efímera acercándose a su oído, para que la escuchara con cla-
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TO CUEN S PAR
ALARGAR A-VIDA -L
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Un encuentro inesperado entre Marcus, un viejo elefante, y una pequeña efímera será el punto de partida de una apasionante y conmovedora historia. Nuestros protagonistas vivirán una extraordinaria aventura que despertará el interés de niños y mayores, y les harán reflexionar sobre el tiempo y el significado de las cosas que realmente son importantes en la vida. El autor, Jaime Soliveres, nos regala frescura y sensibilidad en este cuento inolvidable.
Valores implícitos: La amistad, el valor y la esperanza son algunos de los valores que, con un lenguaje simple pero no por ello carente de profundidad, trasmite este cuento.
ISBN 978-84-18297-36-6
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