Ilus t r ac ion es d e
ez óm G é en h C
Leticia Vila Sexto
Jorge
1 La Cascada de las Siete Lunas —¡A desayunar, Jorge! ¡Arriba, que
es tardísimo! Jorge se dio media vuelta en la cama y se tapó la cabeza con la almohada mientras Lana, su perra labrador, roncaba pausadamente sobre la alfombra. Una pregunta acudió de pronto a su mente, consiguiendo que se despejase por completo. ¿Habría funcionado…? Su amigo Manu le había contado durante el recreo 3
que si querías que un deseo se cumpliese, lo tenías que escribir en un papel y tragártelo en una noche de luna llena. A él le había funcionado un montón de veces. A Jorge le sonó un poco a «cuento chino», pero no perdía nada por intentarlo. Desde que podía recordar le apasionaban los animales. Habría dado lo que fuera por poder hablar con ellos. Así que esperó a que hubiese luna llena, se tragó su deseo y cruzó los dedos. —¿Qué sucede? ¿Por qué estás tan serio? —su madre lo miraba sorprendida, sosteniendo en el aire el cucharón de madera con el que removía el chocolate. Menuda, con el pelo negro ensortijado y vivos ojos marrones, Jorge y ella eran como dos gotas de agua. —¿Eh? —contestó—. No es nada, mamá. 4
El olor a bizcocho recién horneado lo devolvió a la realidad. —¡Hola, Trueno! —dijo acariciando la cabeza de su gata. El animal lo miró, pero no le devolvió el saludo, ni siquiera con un maullido. —¡Vaya!... —murmuró un tanto decepcionado. Estaba claro que Manu le había colado una buena. Trueno se encontraba en su lugar favorito de la casa: la repisa de la ventana de la cocina. Desde allí podía observar lo que sucedía tanto en la calle como dentro de casa, y sobre todo era un lugar al que Lana no podía trepar en caso de que se le ocurriera practicar su pasatiempo favorito: «caza al gato». Trueno había sido la primera en llegar. La habían encontrado abandonada cuando tenía tan solo dos meses, y era 5
una bolita peluda y gris, llena de pulgas. Desde el momento en que puso sus patitas en la casa, se proclamó a sí misma como reina, y cuando unos años después llegó Lana, la recibió con una buena salva de bufidos, mostrando su total desacuerdo a que otro animal invadiese su territorio. —Creo que te has vuelto a confundir —sonrió su madre—: hoy es sábado. Esa mochila no te va a hacer falta. —¡Menuda empanada mental, Jorge! —exclamó Santi, su hermano mayor, mientras engullía un trozo del bizcocho de manzana. Solo se llevaban dos años, y aunque podría parecer que se pasaban el día peleándose, en realidad eran inseparables. Jorge sonrió mientras se sentaba a desayunar. El sábado era su día favorito de 6
la semana, y este aún más, ya que tenían por delante un puente de cinco días. El señor Pombo apareció en la cocina. Llevaba una llave inglesa en la mano y la cara surcada por negros pegotes que parecían de grasa. Sus gafas se balanceaban en un equilibrio imposible al final de su pecosa y afilada nariz. —¡Bueno, bueno! —exclamó sonriendo—. Ya casi tengo arreglado el motor del fueraborda. ¿Qué os parece si hacemos una excursión por la costa? —Genial, papá —contestó Santi—, pero tendremos que dejarlo para otro día. Hemos quedado con Sara y Dani para ir a explorar la Cascada de las Siete Lunas. El pueblo en el que vivían, Fontedouro, era un pequeño pero importante núcleo pesquero situado en la zona noroeste de la región. Con sus casas de piedra 7
agrupadas de forma desordenada y sus estrechas callejuelas, parecía protegerse así del embate de los fuertes vientos que de vez en cuando asolaban aquella zona. Lo rodeaba un frondoso bosque de robles y castaños, en cuyo interior se encontraba la cascada.
—Ojalá no llueva —dijo Santi frunciendo el ceño. Aunque el día había amanecido despejado, se adivinaban negros nubarrones por el oeste, como surgiendo de las profundidades del océano. 8
—Llevaremos chubasqueros. ¡No me gustaría perderme la excursión por nada del mundo! —replicó Jorge. —Corred a vestiros, niños. ¿Os preparo unos bocatas? Sí, sí, soy una madre estupenda —dijo sonriendo la señora Pombo mientras le estampaban sendos besos en las mejillas. A las diez en punto, Sara llamaba al timbre. —Buenos días, Menchu —saludó, retirándose de los ojos un rebelde mechón de pelo que se resistía una y otra vez a quedarse en su sitio—. Venía a buscar a Jorge y a Santi. —Ven, pasa. No tardarán nada. Sara había llegado a Fontedouro hacía tan solo unos meses. Sus padres habían desaparecido en un naufragio, y desde entonces vivía con su abue9
la. Cuando aterrizó en clase de Jorge, apenas hablaba y se pasaba los recreos sola, sentada bajo un viejo castaño, haciendo dibujos en el suelo con una ramita. Un día Jorge se atrevió a acercarse a ella. No dijo nada, no hizo falta. Sara entendió lo que Jorge quería expresarle sin palabras, y desde ese momento se hicieron inseparables. Trueno se incorporó y olfateó el aire con interés. Algo se removió inquieto en el bolsillo delantero del anorak de Sara, y unos bigotes temblorosos asomaron con timidez. —¡Pero bueno! —dijo Santi dejando la mochila en el suelo y acariciando con un dedo la cabeza del hámster—, se masca la tensión entre estos dos bichos. Venga, Trueno, deja tranquilo a Pepe, ¡que nos vamos de excursión! 10
—¿Tenemos todo lo que necesitamos? —preguntó Sara mirando en la mochila: bocadillos, agua, chocolatinas, un par de linternas, una cuerda y un par de calcetines de repuesto para cada uno—. Bueno —dijo sonriendo—, esto es más de lo que yo me esperaba. —Solo nos falta un detalle —dijo Santi, abriendo la puerta de la calle. —¡Dani! —exclamaron los tres niños a la vez. Dani estaba en clase de Santi. Se habían hecho amigos durante unos lluviosos recreos de invierno en los que no pudieron salir al patio. A su profesora se le había ocurrido organizar un «taller de chapuzas» en los que los niños se dedicaban a desmontar aparatos que no funcionaban, y a tratar de repararlos. Habían formado equipo 11
desde el primer día y poco a poco fueron forjando una sólida amistad entre herramientas, cables y engranajes. A lo lejos, caminando con su habitual parsimonia, adivinaron su silueta y corrieron hacia él. —¿Qué pasa? ¿A qué vienen esas prisas? —preguntó sorprendido. —Jope, Dani —contestó Sara frunciendo el ceño—. Que ya llevamos un buen rato esperando. ¿No tienes ganas de conocer la Cascada de las Siete Lunas? Pero antes de que pudiera contestar, un cohete peludo saltó sobre él y le cubrió la cara de lametones. Y es que Lana lo adoraba. Entre risas y protestas se la quitó de encima y echaron a andar siguiendo el sendero que se adentraba en el pueblo. 12
La brisa primaveral olía a mar, a batir de olas y a hierba mojada. El campo volvía a renacer tras el largo invierno. A aquella hora de la mañana las calles estaban casi desiertas y la paz del pueblo solo se veía alterada por los gritos de las gaviotas que festejaban la llegada de las barcas pesqueras a puerto. —Tenemos que seguir el camino del molino abandonado hasta un cruce —dijo Santi mirando el navegador del móvil de su madre. Le había prometido que se lo cuidaría mejor que sus Legos y le aseguró que no se arrepentiría de habérselo dejado—. Desde allí habrá que caminar como un par de kilómetros río arriba y llegaremos a la cascada. Dani suspiró pensando en la larga caminata que tenían por delante. Lana correteaba de aquí para allá ajena a su su13
frimiento, tratando de atrapar algún que otro escurridizo ratón. Jorge estaba emocionado. Había oído todo tipo de leyendas increíbles sobre la cascada, pero Sara le había asegurado que su abuela conocía la verdadera historia, y él estaba impaciente por escucharla. —Hace mucho, mucho tiempo —comenzó—, estas tierras estaban habitadas por un pueblo con fama de cruel y sanguinario. Eran grandes navegantes pero no se dedicaban solamente a la pesca… En las tenebrosas noches de luna nueva surcaban las oscuras aguas asaltando a los barcos que tuvieran la mala fortuna de cruzarse en su camino. Eran conocidos como los «piratas de las profundidades del mar», porque parecían surgir de forma inesperada de lo más profundo 14
del océano para llevarse consigo todo aquello que pudiera tener valor, incluidas las vidas de los desgraciados que cayeran en sus redes. »Una altísima muralla de piedra protegía su aldea y sobre todo ocultaba la Cascada de las Siete Lunas que, según las gentes de los alrededores, encerraba un terrible secreto. Se decía que con cada luna llena, la cascada se iluminaba y desprendía un extraño fulgor dorado que atraía a todo aquel que se atreviese a mirarlo, para ser engullido por sus aguas. Jorge, Santi y Dani se estremecieron. Sara hizo una pausa y miró a su alrededor. Sin darse cuenta se habían adentrado ya en el bosque. Los altísimos eucaliptos, el castaños y los robles unían sus ramas en lo alto, formando 15
una tupida cúpula sobre el camino que se tornaba así sombrío y frío. —Un día, un niño que vivía en una aldea cercana salió al monte con sus cabras. Estaba tan cansado que se quedó dormido bajo un árbol, y cuando despertó, era ya de noche. Elmo, que así se llamaba, comenzó a caminar bajo la luz de la luna, sin darse cuenta de que sus pasos no lo conducían hacia su casa, sino hacia la cascada. Pronto se encontró ante la muralla y se sorprendió al descubrir una brecha por donde podría atravesarla sin ningún problema. No tenía miedo y no tenía nada que perder, así que se dejó guiar por el profundo sonido del agua y la luz dorada que se adivinaba entre la vegetación. Jorge le interrumpió. —La cosa acaba bien, ¿verdad, Sara? 16
Dani y Santi la miraron expectantes. Los niños se habían puesto sus sudaderas, aunque no sabrían decir si tenían la piel de gallina, por el miedo o por el frío que hacía en aquel tramo del recorrido. —No seáis miedicas —contestó Sara—, claro que sí. Mi abuela no me contaría una historia sin final feliz, ¡sobre todo antes de irme a la cama! —¡Ah, vale! —dijo Jorge. —Bueno, pues continúo… Elmo no podía apartar los ojos de la cascada, que refulgía como si fuese de oro, por lo que no se percató de que estaba siendo rodeado por fieros guerreros que se aproximaban en silencio. Cuando quiso huir, ya era demasiado tarde. Había sido un inconsciente, y el precio que iba a pagar por su atrevimiento iba a ser muy alto. Pero para su sorpresa, 17
En Fontedouro, un tranquilo pueblo junto al mar, comienzan a suceder cosas extrañas: cientos de peces aparecen muertos en el río, un trasatlántico naufraga junto a la costa, estallan tormentas bajo las aguas… Jorge, un niño con la increíble habilidad de poder hablar con los animales, acompañado por su hermano Santi y sus amigos Sara y Dani, no descansará hasta averiguar qué se esconde tras tanto misterio. Su inseparable perra labrador, Lana, y un sinfín de personajes más les ayudarán a conseguirlo. Durante su aventura encontrarán nuevos amigos, como un delfín que aparece varado en la playa, y tendrán que vérselas con una peligrosa banda de piratas. ¿Quieres acompañarlos?
Valores Implícitos: En esta obra, Jorge y sus amigos nos enseñan lo importante que es el respeto y el cuidado de la naturaleza y de los animales, y nos demuestran el incalculable valor de la amistad y del compañerismo a la hora de conseguir objetivos comunes.
ISBN 978-84-18649-67-7 ISBN 978-84-18649-01-1
A partir de 8 años 9 788418 9 788418
649677 499011
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