Lai y la libélula mágica Laura Vicente Galán Ilustrado por Marta del Campo Parla
Era el primer día en la nueva escuela para la pequeña Lai, que acababa
de mudarse.
Lai era una niña alegre y soñadora, pero aquella mañana caminaba cabizbaja, preocupada por si conseguiría hacer nuevos amigos pronto. Nada más llegar se sentó en uno de los pequeños pupitres. El resto de niños ocuparon sus asientos, dejando vacío el que estaba junto a Lai. La niña se puso muy triste y pasó todo el día sola, sin hablar con nadie.
Esa tarde llegó a casa y continuó muy callada. Apenas probó el cuenco tan rico de Pho de mamá, y se fue a la cama. Pero Lai no conseguía dormir. Miraba por la ventana pensando en los amigos que había dejado lejos, cuando de repente, apareció un hilo de luz de colores. Lai dio un saltito sobre su cama y trató de perseguirlo por la habitación, con cuidado de no despertar a sus papás. Cuando la luz paró, la niña vio que se trataba de una libélula de colores que, inesperadamente, comenzó a crecer y a crecer y a crecer, hasta hacerse más grande que ella. —¡Hola, Lai! —dijo la libélula—. Me llamo Chuồn. Sé que estás triste porque aún no has hecho amigos en la escuela. Lai estaba boquiabierta. Una libélula de colores había entrado en su habitación, conocía su nombre, y además hablaba. La niña se frotó los ojos pensando que era un sueño, pero su nuevo amigo seguía hablando.
—Por eso estoy aquí. Aparezco cuando un niño o una niña está triste y no puede dormir. Me gustaría que vinieses conmigo a conocer a mis amigos, y seguro que mañana verás las cosas de forma diferente. Lai esbozó una tímida sonrisa y aceptó. Al menos ya había logrado un amigo imaginario. La niña subió a lomos de la libélula que, con un ligero aleteo, salió volando de la habitación. Sobrevolaron diminutas casitas, verdes campos y estrechos caminos, hasta llegar al mar. En aquella inmensidad de agua comenzaron a ver miles de islotes que salpicaban el paisaje. La libélula esquivaba los islotes haciendo unas grandes piruetas, arriba y abajo, a un lado y al otro, mientras Lai sentía un cosquilleo en el estómago. El cielo, cubierto de estrellas, se reflejaba en las aguas trasparentes, dándole a aquel lugar un cierto aire mágico. —¡Este lugar es increíble! ¡Este lugar es increíble! —repetía la pequeña, como si en aquel idílico lugar alguien pudiese escucharla.
El equilibro de Morfeo i
ISBN 978-84-18017-60-5
9 788418
017605