¿ Sabes guardar un secreto ? La seño Susy
Capítulo 1 La despedida
Creía que la vida había estado jugando con ella, y
no le gustó la idea. Nadie la había preparado para esto, era injusto, ni siquiera era tan valiente como pensaba. No podía contener el llanto, el dolor se hacía insoportable, y la rabia iba en aumento. Es verdad que el destino a veces te juega malas pasadas, pero no como esta. Estaba tan triste que apenas lograba respirar.
Sus padres le habían comunicado esa misma mañana que muy pronto la familia se trasladaría a vivir a España. ¿Qué iba a hacer lejos de sus amigos, de sus abuelos, de sus primas, lejos de todo…? Seguramente moriría de pena. Aquello no podía estar pasando. Y aunque le dijeron que España era un país muy bonito y que allí la familia se integraría de maravilla, no los creyó. Ella no lo tenía tan claro, a lo mejor la estaban engañando, y España era un país terrible, lleno de gente horrible. Dijeran sus padres lo que dijeran, había decidido no abandonar su casa. Además, aunque España fuese ese lugar tan especial que sus padres decían, desde luego, estaba muy lejos y, lo más importante, ¡no le hacía ninguna gracia tener que empezar de cero! Conocía un poquito el idioma, pero nada más, ni las costumbres ni nada de nada. Seguramente la tratarían muy mal y se burlarían de ella por ser la nueva. ¿Qué pasaría con sus amigos, con sus planes, con sus cosas? ¿Cómo iba a vivir sin sus playas, sin su escuela, sin su mundo?... Toda su vida pasó ante sus ojos en un instante, no quería abandonar aquel lugar.
Lloró y lloró como si no hubiese un mañana, y en verdad no lo había. Todo se había terminado para ella. Jamás podría volver a disfrutar de su paraíso brasileño, ni bañarse en el cálido y maravilloso mar turquesa de «Praia Lopes Mendes». ¡Odiaba España con todo su corazón! Durante aquel día, un único pensamiento ocupó su cabeza. Quería despedirse de sus amigos, pero seguramente no le daría tiempo. Sus padres, que la conocían muy bien, se lo habían dicho a última hora. Sabía que no podía hacer nada al respecto, pero aún así se sentía culpable, era todo tan injusto… Al final decidió no despedirse de nadie. Llorando sin consuelo, tumbada sobre el sofá verde de la sala de estar, se quedó medio dormida. Al momento, fue la inesperada protagonista de un prodigio sorprendente. Apoyada contra el cristal de la ventana, escuchó a lo lejos unos sollozos muy tristes. Le sonaban tan familiares… Instintivamente giró la cabeza hacia su derecha, reparando entonces en un pequeño detalle. Estaba allí, frente a la ventana, contemplando 5
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Angra dos Reis por última vez, su bonito pueblo, pero también estaba en el sofá. ¿Cómo podía ocupar dos lugares a la vez? No entendía nada. Incrédula, giró la cabeza de nuevo para comprobar si era cierto. Y mirando por segunda vez hacia aquel viejo sofá, comprobó sin duda que todavía seguía allí, tendida en posición fetal sobre su improvisada cama… Y con la extraña sensación de ser una y doble, pensó que posiblemente había sufrido una alucinación, aunque fue tan real que llegó a sentir escalofríos. —Imposible —se dijo. Y trató de olvidar… En la lejanía, aún podía escuchar sus profundos sollozos… De repente su padre la devolvió a este mundo con un cálido abrazo. —No te preocupes —dijo—. Seguro que haces muchos amigos en España. —Sí, pero yo no quiero hacer nuevos amigos, me gustan los que tengo aquí. ¡Es injusto! —De verdad que lo siento, pero me tengo que ir a trabajar a España y no quiero que os quedéis solos. 6
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—Pero si están los abuelos, además, yo cuidaré de mamá y de mi hermano… —La familia debe estar unida. No se hable más. —Claro, porque tú te quieras ir, ahora tengo yo que fastidiarme, ¡no es justo! ¡Eres malo! Por respuesta, solamente recibió un cálido beso. Su padre lo comprendía todo, pero no podía hacer nada. La decisión ya había sido tomada. Como despedida, sus padres quisieron regalarle una fiesta sorpresa. Invitaron a los mejores amigos de Arena y también a sus primas. Luciana y Martina eran las hijas de la tía Bruna; a veces Arena no las aguantaba porque siempre querían saberlo todo y la interrogaban hasta la saciedad,
además eran unas arpías de cuidado. Pero las quería, no le quedaba otra, el roce hace el cariño, y las tres habían vivido momentos inolvidables. Los niños pasaron la mayor parte de la fiesta alternando llantos, risas y abrazos. Parecían metidos en un gran bucle del que nadie conseguía salir, aunque las primas, que observaban la escena como 7
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si no fuese con ellas, llorar, lo que se dice llorar, lloraban poco, más bien gruñían. Pobrecitas, cada vez que el llanto o la risa, se contagiaba de unos a otros, el ambiente cambiaba y, casi siempre las cogía desprevenidas, de manera que nunca llegaban a acertar del todo. Y es que normalmente se reían cuando los demás ya habían entrado en modo «llanto», por lo que llamaban poderosamente la atención. Como querían dormir juntos, los padres de Arena echaron unos colchones al suelo, y todo arreglado. Después de la cena, acomodados ya en sus camas improvisadas, comenzaron a hablar de nuevo sobre España, y tuvieron mucho tiempo para desahogarse. Al final decidieron darse una tregua y comenzar a contar cosas alegres y bonitas. Pero, a excepción de Luciana y Martina, nadie habló. Ellas comprendían lo que le estaba pasado a Arena, ¡pero tampoco era el fin del mundo! Además, ya no había remedio. Nunca más la volverían a ver, aunque las hermanas dijeron que para eso estaban las redes sociales, y al menos podrían hablar cada vez que quisieran. Aquella «sentencia» cayó sobre Arena como un jarro de agua fría. No le cabía la menor duda; 8
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al parecer sus primas disfrutaban viéndola sufrir, estaba clarísimo. —Desde luego, hija, vaya paliza nos estás dando con lo de la despedida —comentó Martina en voz alta. Y armó una buena… —¡Si no te gusta lo que decimos, te vas! ¡Aquí no te necesitamos! —saltó Flavia bastante enfadada—. ¿Es que no ves que estamos muy tristes? ¡Seguro que estás deseando que Arena se vaya! Flavia era la mejor amiga de Arena.
—Vale, vale, no te emociones… ¡Vaya humos…! —respondió Martina defendiéndose de la acusación. —¡Cállate que esa boca te pierde! —amenazó Flavia, esta vez de muy mal humor. —¡Me callaré si quiero! ¿Quién me lo va a impedir? ¿Tú?... —¡Pues a lo mejor sí y te lo impido de un guantazo! —¡Que te crees tú eso, mosquita muerta! —¡Mira la prima! ¿Quién te crees tú que eres? ¿La octava maravilla del mundo? Pues me parece que no. 9
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—¡Por favor, no os peleéis! —gritó Arena con los nervios a flor de piel. Ambas se miraron a los ojos. Estaban furiosas, pero no dijeron nada. De repente, mientras pasaba un aire gélido que, venido quién sabe de dónde, dejaba helada la habitación, se hizo un silencio eterno. Todos miraban ahora a Martina como si no la hubiesen visto en su vida. —Se me ha puesto la piel de gallina —afirmó Marissa, otra amiga de Arena—. ¡Tú quieres que se vaya! —dijo mostrando un diminuto e infalible dedo acusador, que a todas luces señalaba a Martina. Como resultado de tal acusación, Flavia, a la que tampoco le hacía falta mucha provocación para tomarse la justicia por su mano, intuyendo que Marissa tenía toda la razón, llena de rabia se abalanzó sobre Martina, la cogió por la coleta y la estampó contra la pared. —¡Esto para que te enteres, mala persona! — añadió bastante furiosa. En ese momento, Luciana, tratando de salvar a su hermana y sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre ambas a la velocidad de la luz. Agarró 10
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a Flavia de la camiseta y quiso separarlas, pero Marissa, que ya se había unido al conjunto, se lo impidió. «¡Cuatro chicas peleando como locas!», dijeron los chicos, y muy divertidos, ni siquiera intentaron separarlas. En vez de eso, coreando los nombres de sus favoritas, se encargaron de avivar cada vez más la pelea. Arena de Mar, incrédula e inmóvil, comenzó a llorar de nuevo. Los gritos eran tan fuertes que alertaron a sus padres. —¿Qué ha pasado aquí? —dijo la madre de Arena intentando aparentar calma. —No ha pasado nada, mamá. —¿Qué no ha pasado nada y os estáis peleando? —No hemos hecho nada, mamá —contestó Arena con la cabeza gacha y un tono de voz muy bajito. —¿Quééé? —gritaron a coro sus primas mientras la miraban incrédulas. —¿Qué no habéis hecho nada? —añadió Martina haciéndose la víctima. —Yo sí que no he hecho nada, y de repente esta loca… —explicó señalando a Flavia— se me ha tirado encima. 11
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—¡Qué grande eres! —apuntó al momento Flavia pretendiendo ser sarcástica—. ¡Mientes más que hablas! —Tía Dulce —expuso Martina. Esta vez usó su tono de voz más convincente—, no le hagas caso, tu hija lo ha empezado todo porque no paraba de quejarse, y su amiga me ha pegado primero. —¿Sííí…, mentirosa? —continuó Flavia—. ¿Cómo te atreves a insultarnos de esa manera? ¡Eres una rata asquerosa y mentirosa! —¿Alguien me va a contar la verdad de lo que ha pasado? —preguntó de nuevo la madre de Arena. —Nosotros no sabemos nada —dijeron los chicos quitándose el muerto de encima. —Ha sido Martina la que ha empezado a decirle tonterías a Arena, pero yo le he pegado primero. Lo siento... —reconoció Flavia. —¡Tú eres tonta! —exclamó Martina bastante enfadada. —¿Por qué soy tonta yo? ¡A ver quién es más tonta de las dos…! —replicó Flavia con más ganas de «fiesta». —¡Callaos las dos! —dijo la madre de Arena. 12
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—Bueno, un poco tonta sí eres… Esas cosas no se hacen… —añadió Luciana hablando muy bajito y agachando la cabeza. La cosa estuvo a punto de comenzar de nuevo, pero los padres de Arena terminaron todo de un plumazo. «Cada mochuelo a su olivo», dijeron, y llevaron a cada niño a su casa. Así acabó la fiesta. Al final, Arena y su hermano tuvieron que marcharse castigados a su habitación. Al día siguiente, muy temprano, salieron para España.
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Doce Suricatos
A veces es difícil comprender los obstáculos que aparecen en la vida, pero todo se puede superar… Esta es la historia de Arena de Mar, una chica adolescente llena de energía y de sueños. Tras un cambio de país y de colegio, se adentrará en un mundo desconocido que la llevará a vivir increíbles y emocionantes aventuras. Inquieta y valiente, a través de sus sueños conocerá a seres extraordinarios y visitará lugares maravillosos donde todo es posible.
ISBN 978-84-18017-62-9 ISBN 978-84-16777-76-1
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