El chico. La chica Un chico pierde un papel a causa del viento en el metro. Una chica lo recoge y ahí se conocen. Se gustan y se muestran tímidos el uno con el otro. Vuelve a hacer viento y esta vez el papel se queda pegado en la cara de la chica. La chica se ríe al verlo y el chico también. El chico va a mirarla pero ella ya se ha marchado. El chico triste y cabizbajo se va a su puesto de trabajo sin saber la sorpresa que el destino le tiene preparada. La chica a la que ha conocido también trabaja allí, concretamente en el edificio de enfrente. Minutos después, el jefe llega a la oficina del chico para entregarle un gran paquete de folios para que comenzara a trabajar, pero el chico decide utilizar todos esos folios para hacer aviones de papel, enviárselos a la chica y así conseguir llamar su atención. Hasta que se da cuenta de que ya no le quedan más folios, excepto el que tiene la marca del beso de la chica. Pero la mala suerte hace que el viento se lleve el papel hacia el lugar donde se encontraban todos los demás. Todos los papeles que había allí formaron un gran remolino con una única misión, conseguir trasladar al chico a un lugar, mientras que el papel que tenía la marca del beso voló hacia la chica con el mismo propósito, consiguiendo por fin, que los dos se encuentren. Irene Tostado Hernández (4º ESO A)
EL VIENTO Como cada mañana, el joven llegó a la estación de tren dispuesto a enfrentarse a una dura jornada de trabajo entre mil y un informes, siempre con desgana y sintiéndose defraudado con la vida. En su mente resonaba la ruidosa rutina y la soledad. Pero esa mañana no sería como las otras. Llegó media hora antes, como siempre, era un chico puntual. Corría algo de viento en aquella mañana de principios de abril que, aunque siendo primavera, para él era una mañana gris de otoño. Mientras esperaba de pie junto al andén, el aire hizo chocar con su brazo un papel, que tras un par de segundos, continuó su camino. Detrás del papel, una joven corría deseosa por atraparlo. Unos metros más adelante, la chica consiguió dar caza al papel y colocarlo en su regazo en una carpeta llena de quién sabe cuántos documentos más. La chica se acercó al joven colocándose el pelo que se le había alborotado ligeramente en la carrera. Se paró a un metro de él y ambos esperaron la llegada del tren. Ninguno de los dos se atrevía a hablar, pero a leguas se notaba que se habían gustado. De pronto, uno de los folios que el chico portaba en su carpeta salió despedido, impactando de lleno en la cara de la chica. Él se apresuró a quitárselo tan rápido como pudo. El carmín de los labios de la chica quedó marcado en el papel como un tatuaje con forma de beso. Al verlo, ambos se echaron a reír. El tren de ella llegó, y cuando se quiso dar cuenta él, ella se alejaba camino de un destino para él desconocido. ¿Quién sería aquella muchacha tan hermosa que se había alojado en su cabeza y a la que ahora era incapaz de echar? En el trayecto a la oficina no podía pensar sino en ella. La mañana transcurría lenta, como todas las mañanas, y no podía sacarse a esa chica de la cabeza. Entre multitud de pensamientos, al mirar por la ventana vio que la chica entraba en una de las oficinas del edificio de enfrente. Intentó llamar su atención con señas desde su ventana, construyendo decenas de aviones de papel que nunca llegaban a su destino. El último de ellos, hecho en el folio donde estaban tatuados los labios de ella. La chica salió del edificio y él sintió unas ganas irrefrenables de ir a buscarla sin importarle perder su trabajo. Al salir a la calle no había ni rastro de ella, la había vuelto a perder y ahora sentía que su oportunidad había pasado. Tan solo encontró uno de los aviones de papel, el último que lanzó, el que estaba hecho con el folio del beso. El joven cogió el avión y lo lanzó tan lejos como pudo, lleno de rabia. El avión salió volando portado por el viento que, caprichoso, buscaba a aquella hermosa chica por toda la ciudad. La encontró. La chica, al ver que el avión llevaba la marca de sus labios, lo siguió sin pararse a pensar un segundo. Mientras él caminaba por las calles sin rumbo fijo, una nube de aviones de papel lo envolvió y, como si de una fuerza sobre natural se tratase, lo arrastraron hasta ella. Hasta la chica. Mª Ángeles Álvarez Domínguez, 4º ESO A