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Cartas al director.................................... 46 y
cartas al director Sobre la polémica de gatos, perros y cacas
Sigo las redes sociales y estoy al tanto de las polémicas que sobre cualquier aspecto de interés en Alcorisa, puedan surgir. Voy a pronunciarme en relación con el problema del abandono de animales domésticos y de la falta de civismo de algunos propietarios. Como se trata de un tema que tiene un alcance de varias vertientes —la propiamente animalista, la del comportamiento cívico de los propietarios de mascotas y la dimensión cultural de los animales de compañía en este país— quiero aportar mi posición sobre el problema objeto de polémica, por si contribuyo a una reflexión serena y ponderada sobre el mismo.
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Para comenzar, les diré que vivo actualmente en Alcorisa y estoy vinculada a ella por profesión y apego, desde 1973, como arqueóloga y buena conocedora del término municipal y de sus gentes. Asimismo, tengo experiencia en animales domésticos, pues toda mi vida he vivido en contacto con la Naturaleza, en todas sus expresiones. Actualmente, convivo con cuatro gatos, abandonados y recogidos de las calles de Alcorisa. Una de las gatas fue salvada, de bebé, en Teruel, cuando unos niños (guapos pero con esa crueldad primigenia) intentaban ahorcarla. Hoy, es la gatita, doña Prisca, con tres patas, pues se tuvo que amputarle la cuarta, por un sarcoma maligno. Y no tengo perro porque, por profesión, he tenido que viajar mucho por esos mundos y los chuchos no son para tenerlos todo el día encerrados. He hecho este preámbulo tan prolijo, pero necesario para mí, para que vean que no hablo de oídas y conozco la vida y costumbre de estos entrañables animales.
Loa polémica creada nace de la mala práctica de algunos propietarios de animales que, decidiendo tener mascotas domésticas, es decir, convivientes con las personas y en recintos donde sus amos hacen su vida de familia, o bien las echan a la calle para pasar el día —“sí, este gato tiene amo, vive en esa puerta”— o se desentienden de sus necesidades alimentarias y los abandonan definitivamente. Algunos de ellos, son gatos o perros sin castrar, sin cartilla sanitaria y sin las vacunas reglamentarias. Estos animales se buscan la vida como pueden; los hay que no pueden entrar a la casa por la gatera o cualquier otro agujero, convirtiéndose en animales prácticamente abandonados, al cuidado de vecinos con sensibilidad y con el consiguiente cabreo de otros porque molestan; hacen sus necesidades donde pueden —como son limpios y entierran todo, pues prefieren jardines y macetas—; se pelean, son muy prolíficos en cuanto a procrear y se meten en otras casas, propiciando las molestias consiguientes.
En este problema confluyen tres variables: En primer lugar, la negligencia e insensibilidad de sus propietarios —¿para qué querrán un animal doméstico, si no lo dejan entrar en su casa, ni jugar con él, ni valorarlo como un ser sentiente, que tiene hambre, identifica a sus amos, les hacen carantoñas y también algún arañazo que otro, si les hacen daño a ellos o se sienten atacados?—. En segundo lugar, cierta pasividad de las instituciones públicas competentes. Ahora, con la Ley de Bienestar Animal, espero que las cosas cambien poco a poco. Y, en tercer lugar, la incultura y despego atávico de este país hacia los animales (siempre recordaré los palos que sufrían mulos o machos al caerse agotados, en el pueblo donde me crié, cargando carretas de fajos de grano, por no poder arrastrar la carga, camino de la era para la trilla). Siempre que he visitado países europeos y en la propia Turquía, por ejemplo, me ha llamado la atención el cariño y respeto que se tiene a los animales domésticos, así como a los árboles y plantas de los jardines. He presenciado en las cafeterías famosas vienesas cómo el camarero, al servir a una pareja que se había sentado con su perro al lado —allí pueden entrar en todos los establecimientos públicos y hoteles, transporte público, colegios y, en casos concretos, hospitales— le ponía al chucho en el suelo, también, un cuenco con agua y otro con pienso. Asimismo, en el hotel, los perros iban, tranquilamente, por todas las estancias. Claro que, esto suponía la garantía de que cubrían todos los requisitos sanitarios legales, cosa que en este país se está lejos de cumplir. También recuerdo con gusto, el trato que los vecinos de Estambul dan a los gatos callejeros. Incluso encontré un gato paseándose tranquilamente, delante de los estudiantes, por los pasillos de un centro de de la Universidad de Estambul, en el barrio histórico de Sultanamet.
En cuanto a los perros, la situación es más preocupante todavía. Y lo digo porque aquí entra el incumplimiento público, incluso a los ojos de quienes les reprochamos sus conductas a muchos amos irresponsables. Me he llevado caradas desagradables cuando, de manera correcta y educada, he advertido a los propietarios paseantes que su chucho había dejado el pastel en la acera, en medio de la calle o en el césped donde juegan niños —el pobre perro no tiene culpa alguna—. Cogidos en renuncio, la justificación de algunos es el ataque: histérica, a usted que le importa, métase en sus cosas, alcahueta y hasta hija de puta, son los piropos que he recibido. Es un problema grave de incivismo, que atañe a todos los habitantes de un pueblo o ciudad. Y ya no entro en el capítulo de abandono, que es doblemente dramático, por el comportamiento de fidelidad a prueba de bomba que tienen los animalicos hacia sus crueles amos. Duele, porque manifiesta el mal corazón y la crueldad de un ser del género humano, cuyo comportamiento lleva a calificarse como algo que me callo y a no fiarse de él. Esperamos que el peso de la Ley caiga sobre ellos y de que los Ayuntamientos, con su policía local, su ordenanza municipal por aplicar, y desde el 22 de julio pasado, con la nueva Ley de Bienestar y Protección Animal, no miren para otro lado, por desconocer los términos legales o no querer problemas.
Un capítulo aparte es el de los gatos ferales, no domésticos ni abandonados, que configuran colonias que, de no cuidarlas y actuar de conformidad con lo que las leyes sanitarias exigen y los especialistas aconsejan, puede convertirse en un problema público. Problema que no solamente viene dado por la falta de actuación sobre el mismo, sino por el impedimento, y vandalización muchas veces, de algunas personas que no colaboran o que desconocen que, si no se regula y controla la colonia, los gatos crecerán en número y los problemas serán mayores. Claro que, algunas personas hasta han utilizado métodos contundentes o perversos, amparados en la más odiosa impunidad. El Ayuntamiento de Alcorisa ya colabora con un grupo de personas voluntarias para castrar a los animales, garantizar que no se mueran de hambre o de malos tratos y no molesten a la población. Tarea que se ve entorpecida con el abandono de gatos y perros y algunos improperios de personas, incapaces de ver la bondad de las actividades que con estos animales se realizan.
Como conclusión, el problema de cacas, perros y gatos vagabundos es un problema de carencias. ¿De qué carencias?, pues de sensibilidad hacia la Naturaleza; de respeto a la vida; de ciudadanos que no contribuyen a mejorar la calidad de vida de sus mascotas; de personas incívicas —sí, señores, incívicas—, pues no les importa ensuciar aceras, calles, jardines… y zapatos de los ciudadanos.
Vivimos en el Siglo XXI, somos europeos pero no en todo; queremos pueblos limpios, bonitos y sin problemas, sin infecciones y con niños que puedan jugar y perseguir a gatos y perros, no para hacerles daño o tirarles piedras, sino para acariciarlos. Todos tenemos que contribuir a que la Ley se cumpla. Si vemos anomalías de comportamientos inadecuados, de maltrato y abandonos, y miramos para otro lado, somos cómplices de los delitos que sobre estos animales se cometen. Animales que tanto bienestar nos proporcionan. Abandonemos los debates, muchas veces faltones, y empecemos ya a modificar nuestras actitudes y a que la Ley se cumpla.
Balcei 203 septiembre 2022