A nuestro Padre General Saverio, a nuestros hermanos y hermanas, tan amados por nuestra hermana Cecilia MarĂa, dedicamos esta carta pidiendo que la recuerden en sus oraciones.
Carmelo de San JosĂŠ y Santa Teresa. Santa Fe, de la Vera Cruz.
Era Adviento del año 2015, la Iglesia abría sus puertas de par en par dando inicio al Año Jubilar de la Misericordia. Nuestra Comunidad preparó las tarjetas de Navidad con las Palabras de Zacarías: “Gracias a la entrañable Misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto” Lc. 1,78. Lo que no sabíamos era que esta Palabra se iba a cumplir y hacer carne en el seno de nuestra Comunidad. A los tres días del inicio del Año Jubilar, nuestra hermana Cecilia María es visitada inesperadamente por una grave enfermedad que culminaría seis meses después con su pascua el 23 de junio del 2016.
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Su vida antes de ingresar al carmelo Cecilia María nació el 5 de diciembre de 1973 del matrimonio de María Teresa Bosch y de Santiago Sánchez Sorondo; en San Martín de los Andes, Provincia de Neuquén, en plena mudanza, pues su padre era militar y partían hacia su nuevo destino, Buenos Aires. Era la segunda de diez hermanos y la mayor de las mujeres, por lo que siempre tuvo un ascendiente sobre toda la familia. Era una bebita muy alegre y risueña. Cuando comenzó a caminar (tardó bastante, porque era muy vaga), se convirtió en un pequeño “demonio”: muy calladita, siempre alegre y sonriendo, no dejaba lío por hacer. Con una sillita a cuestas llegaba a todos lados… un día se intoxicó con unos remedios que logró alcanzar. Estuvo gravísima en terapia intensiva toda una noche, pero el Señor la quiso dejar…. Pasados unos años ya eran varios hermanitos, que naturalmente empezaban a pelear. Cuando sus hermanos varones le hacían trampa en los juegos de mesa o la peleaban diciéndole: “¡gorda cerda!”, se enfurecía y defendía. Compartía el cuarto con su hermana casi melliza (11 meses menor) haciéndola rabiar en más de una ocasión por ser desordenada con su escritorio, y perdiéndole cosas. Sin embargo era dócil y capaz de pedir perdón cuando se enojaba. A su madre le dejaba cartitas debajo de la almohada cuando se desubicaba o había sido insolente y recibía un reto. En el colegio era muy estudiosa y a medida que iba creciendo tenía más amigas. Un día en casa de su abuela en Buenos Aires, con sus primas, jugaban a tirar una naranja en la calle. La que primero lograba que fuera pisada por un auto, ganaba. Resultó que no era tan fácil como parecía, la naranja rodaba y rodaba por debajo de los autos, pero seguía intacta, con lo que se estaba poniendo aburrido. Entonces ella le hizo señas a un colectivero. El chofer paró y ella desde la puerta le 7
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pidió que le pise la naranja. Sus primas no podían creer lo que estaba haciendo, el colectivero arrancó enojado y la naranja siguió intacta… Ceci, con su cara pícara, abría sus ojos con esa sonrisita como diciendo: ¿qué tiene de malo? Es que ella siempre presuponía la bondad de la gente y no le tenía miedo. Esto le ayudaba a ser tan sincera y decir lo que pensaba y, a veces, a “meter la pata”. A sus 16 años fueron destinados a Río Mayo, Provincia de Chubut, que para un adolescente era como ir al fin del mundo. Era un lugar inhóspito por su clima desértico de fuertes vientos. Sin embargo Ceci, que tenía tanta vida propia supo aprovecharlo bien. Decidió hacer una huertita entre piedras y vientos, que era como plantar papas en la luna. Pero con su tesón, logró que le crecieran unas lechugas. Regando y regando algo logró, a pesar que sus hermanos se reían de su empeño. Allí se hizo muy amiga de una compañera de colegio, hija de una familia indígena, que hablaba muy poco, pero Ceci se entendía muy bien con ella. Vivía en un caserío donde terminaba el pueblo, y Ceci iba sin problema a llevarles ropa que sus hermanos ya no usaban. La familia se encariñó mucho con ella. Ceci la invitaba muchas veces a su casa y cuando al cabo de dos años debieron partir a un nuevo destino, esta compañerita (que murió dos años después) no dejó de escribirle a ella y a toda la familia, por la inmensa gratitud que les guardaba. Ya en Buenos Aires cursó su 5° año de secundaria en un colegio católico. No le costó nada la adaptación en cuanto al trato con sus profesores y alumnos, enseguida se hizo querer por todos sus compañeros. Ellos la recuerdan de bajo perfil, no le importaba la moda. Era muy sencilla y franca, natural, era ella misma sin aparentar otra cosa. Siempre tenía algo que acotar, a veces de una manera “desubicada”, de lo que normalmente se daba cuenta y reparaba como podía. Siempre pidiendo disculpas si había sido indiscreta, si se había metido más de 8
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la cuenta. Dios se valió de un profesor de teología que con sus clases, le hizo conocer y amar a Santa Teresa de Jesús, despertando así en ella una creciente sed de intimidad con Cristo y un anhelo de consagrarse a Él. Su abuela, tal vez adivinando sus deseos, le regaló un viaje a Europa, pensando así disuadirla. Lo cierto es que en ese viaje, estando en el Monasterio de la Encarnación de Ávila, sintió fuertemente su llamado al Carmelo. Ya de regreso, intentó estudiar una carrera y pasado año y medio, ingresó al Carmelo de Corpus Christi en Bs. As. Estuvo allí cinco meses. La vida le gustaba, pero no se sentía en su lugar. Con todo el dolor y la oscuridad de su alma, salió pensando que el Carmelo había sido una ilusión suya, y no un verdadero llamado. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, no podía olvidar el Carmelo y con el consejo y guía de su director espiritual, un fraile carmelita, pidió ser admitida en nuestra comunidad de Santa Fe, hacia donde en realidad, siempre se había sentido atraída. Pero para esto tuvo que esperar, ya que nosotras y sus padres le pedimos que antes estudiara una carrera. Ella escogió la de enfermería. Al cabo de 3 años con su diploma en mano, ingresó el 8 de diciembre de 1997, con sus 24 años recién cumplidos.
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Postulantado y noviciado Postulantado Cuando ingresó había una postulante y una novicia. Se integró con facilidad al pequeño grupo y de manera simple y sin ruido era la que unía a las hermanas. Tenía el don de reconciliar con una palabra, un gesto, una broma…. Su piedad era algo muy natural en ella, como su respiración.
Noviciado El 20 de junio de 1998 recibió el Hábito de la Virgen. Su inclinación por el Carmelo se debía en gran parte a que ella quería ser de la Virgen y a que “el Carmelo es todo de María”. Un año más tarde, el 5 de junio de 1999 realizaba su profesión de votos temporales de obediencia, castidad y pobreza por tres años. Y como suele suceder en el Carmelo, pasado el tiempo del “primer amor”, comienza para ella el tiempo del “combate espiritual” donde afloran sus dificultades y luchas. Era obediente, pero a la vez manifestaba sin problemas, toda la rebeldía que muchas cosas o circunstancias le provocaban. Siendo impulsiva, sufría a causa de su temperamento, pero no dejaba de luchar para poder corregirse de sus reacciones de enojo y rabietas. Luchó cuerpo a cuerpo con sus límites, transitando un camino de humildad sin evasiones posibles, pues estos quedaban siempre al descubierto dado su carácter sencillo, sin doblez. Era sumamente distraída, no con las personas, pero sí con las cosas y con los trabajos. Una vez estaba preparando para Navidad el pesebre en el oratorio del noviciado y la llamaron. Bajó enseguida, sin fijarse que dejaba prendidas las lucecitas que estaba acomodando tocando varios papeles (a pesar que le habían explicado que esto era muy peligroso por el calor de Santa 11
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Fe) Al ratito empezó un verdadero incendio que, sólo porque Dios no lo quiso, no llegó al techo de la capilla que es todo de madera…. Reconoció y asumió responsablemente los daños y se puso a modelar las imágenes que se habían quemado. Durante el noviciado, el excesivo calor la ponía de muy mal humor. Una connovicia, para ayudarla, se le ocurrió decirle un día, después de la siesta: “no estés mal….yo trato de pensar que es invierno y que no veo la hora de que llegue la colación para tomar una sopita bien caliente y después de la recreación irme a dormir con unas cuantas frazadas bien gruesas! Pensando esto, no tengo calor!” La hermana Cecilia María la miró seria y sorprendida al mismo tiempo y al darse cuenta de su “ironía”, largó una carcajada que se tapó la boca con las manos para no perturbar el silencio. Se mostraba con simplicidad. Cuando se hablaba de alguna enfermedad, casi siempre le pedíamos que nos explicara detalles de la misma, por ser enfermera, y lo hacía con toda sencillez y verdad. Era muy rápida para dar su opinión en lo que se iba presentando, tanto si le gustaba como si no. Por ejemplo en los ensayos de canto, cuando aprendíamos alguno, enseguida daba su parecer. Desde que ingresó, siempre se adhirió a lo que se resolvía comunitariamente, aunque algunas veces protestara o se sintiera contrariada. Su llaneza le hizo experimentar con frecuencia sus límites y debilidades en los roces diarios con las hermanas a causa de sus “imprudencias” en lo que decía o hacía. Le costaba asumir sus límites, sus debilidades y faltas, y esto la llevaba a enojarse consigo misma o a estar pidiendo perdón con mucha frecuencia. Tenía una voluntad a toda prueba, pero verse tan imperfecta le causaba sufrimiento, y ante los continuos y reiterados intentos de buscar superarse, sólo experimentaba la frustración, que le producía abatimiento y tristeza. 12
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Se sentía incapaz e inútil para realizar ciertos trabajos. Tuvo una connovicia muy habilidosa y creativa, lo que aumentó su sentimiento de no poder, ni valer. Sin embargo, supo pedirle ayuda, y poco a poco comenzó a desplegar su creatividad, llegando a modelar imágenes de cerámica bonitas, como una hermosa escena de la huida a Egipto. Se mostraba muy entusiasmada con la formación que recibía. Había en ella una búsqueda sincera y constante de todo lo que la ayudara en el camino hacia la unión con Dios. En sus luchas y dificultades, era abierta para pedir ayuda, escuchando atentamente y esforzándose por seguir los consejos que le daban. Sin embargo, experimentaba también la dificultad de expresarse con sus superiores, reconocía su falta de libertad interior para esto. La tensión que le provocaba su deseo y su incapacidad para llegar al corazón del otro, lo que al mismo tiempo constituía su verdadero don, fue para ella una purificación. Su increíble don para la empatía fue puesto a dura prueba. Cuando le tocaba hacer su profesión solemne, se resolvió comunitariamente prolongar un año más sus votos temporales, por ver que necesitaba más tiempo para madurar en algunas cosas. Este retraso fue un trago amargo para nuestra hermana. Lo sufrió y fue sincera en expresar su descontento que todas vimos, pero a la vez lo acogió con espíritu de fe, sin sembrar sospechas ni divisiones en la comunidad. En tiempos de tentación se mostraba abierta, viva y humana, cuidándose siempre de nunca hablar mal de nadie. Al poco tiempo sufrió la dolorosa pérdida de su abuela materna y después la de su papá, que tenía 53 años. Al año siguiente, el 7 de junio del 2003, llega el gran día de su desposorio con Cristo. Poco antes en una carta a su familia, les había escrito que Jesús le pedía renunciar por su Amor a lo que más quería en el mundo: “mi familia y mis hermanos”. 13
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Después de su profesión solemne Durante estos años en el Carmelo tenía una voluntad a toda prueba, en su constante deseo de responder al Señor. Era tenaz y perseverante en practicar la virtud en medio de sus frecuentes caídas y debilidades que le salían al paso en la vida comunitaria. Estas ocasiones la introdujeron en el camino lento y fatigoso de la humildad. Una y otra vez se encontraba pidiendo perdón, reconociendo sus fuertes reacciones impulsivas ante lo que la molestaba o sacaba de sus esquemas. Pero nunca guardó rencor o resentimiento con sus hermanas de comunidad. En el trabajo seguía teniendo dificultades, como cuando le encomendaron el oficio de enfermera. Teníamos cuatro ancianas bastante limitadas y, aunque le ayudaban otras hermanas, le costaba la disponibilidad incondicional que implica la atención de un enfermo. Después se arrepentía al ver que su egoísmo había prevalecido…. pero sus buenos propósitos duraban poco, porque se apoyaba más en el esfuerzo de su voluntad, que en el humilde reconocimiento de sus límites. Todo esto le causaba desgaste y cansancio, por lo que la Priora decidió cambiarla de oficio, cosa que al principio le costó mucho: era tener que tocar sus límites, y eso le dolía. Sin embargo, supo aprovecharse de las humillaciones no bajando los brazos, sino re-emprendiendo con renovado entusiasmo su camino humilde. La hermana Cecilia María era cálida, cercana y acogedora. Tenía un gran don de gentes, una gran capacidad de relación, interesándose siempre por las personas. Con quien se encontraba era muy solícita y se preocupaba cuando veía a alguna hermana sufriendo. Era una verdadera hermana. Aunque atravesara algún momento difícil, nunca se aislaba. Tenía una necesidad propia y vital de compartir con el otro. De este modo, en los trabajos, que siempre emprendía con otro, desplegaba no solo su propia riqueza, sino la del otro. No era nada autorreferencial en las cosas que realizaba. 15
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Luchaba con su ansiedad por acabar pronto con algún trabajo o por su falta de flexibilidad ante un cambio de planes o por haberse enojado con alguna hermana, o haber respondido mal, o por no vivir como lo deseaba su corazón. Ya enferma en el Hospital le confidenciaba a un hermano: “mi gran pecado era hacer siempre lo que yo quería, mis caprichos…. alguna vez llegué a tener tanta cara de perro, que me asusté de mí misma”. El contraste entre el ideal de lo que quería ser y lo que ella era, le provocaba tensión y ansiedad. Buscando encauzarla, expresó a su Priora el deseo de tocar algún instrumento, lo que fue alentado. Comienza sus primeras clases de violín dando pruebas de una voluntad y tenacidad increíbles por aprender, día a día, a tocar este difícil instrumento. Al principio el sonido se parecía a un tren que todas escuchábamos ¡una y mil veces! ¡Pero valió la pena!, porque pronto empezó a tocar en la liturgia, realzándola y también embelleciéndola. Sin embargo, seguían sus luchas con su temperamento: “sentí todo el día como repugnancia a ser generosa, a aceptar las contrariedades, estuve chinchuda por dentro y protestona por fuera”. Poco a poco fue encontrando su camino, el camino de la dulce obediencia, como le gustaba decir. Camino de transfiguración que la llevó a acoger con humildad sus propias limitaciones, y a reconciliarse con ellas. Llegó a encontrar a Cristo precisamente allí. El retiro anual del año 2012, marcó un antes y un después en su vida.
Acusación de sí mismo Su deseo de vivir la experiencia de su propia debilidad en la humildad, la fue introduciendo cada vez más en el camino de la “acusación de sí mismo”. Con los años fue adquiriendo la sabiduría de hacerse 16
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cargo y responsable de las dificultades que atravesaba. Aprendió precisamente que son los factores externos, que tantas veces nos ponen a prueba, los que verdaderamente “nos forman”, sacando lo mejor o lo peor de nosotros mismos, ayudándonos en el conocimiento propio. Esta “sabiduría” era algo que traía y que tenía muy dentro y que cultivó cada vez más, hasta encontrarla claramente expresada en lo que Doroteo de Gaza denomina: “la acusación de sí mismo”. Fue como encontrar ¡la horma de su zapato! Pero esto fue en los últimos años de su vida. Este crecimiento fue revelador en su trato con las prioras, que notaban cómo se centraba cada vez más en sus propias faltas y dejaba de mirar las de las demás. Cada vez estaba más atenta a su propia responsabilidad en los conflictos que tenía, hasta llegar al punto, en sus últimos dos años, de nunca auto justificarse.
Discreción Su modo de ser tan cercano y empático, la llevaba a decir las cosas de modo frontal, sin respeto humano, buscando siempre el bien del otro. En esto fue siempre muy sincera, sin importarle el “qué dirán”, decía las cosas “sin filtro”, lo cual a veces la llevaba a ser imprudente o mal entendida. Aunque sufría cuando le señalaban que había sido imprudente en algo que había dicho, su sinceridad sin doblez y su deseo de hacer el bien, se le imponían. Conservó este rasgo hasta el final de su vida. Ya internada en el Hospital, sin poder casi hablar, siguió “metiendo la pata” en su ardiente deseo de ayudar a todo el que se le acercaba. Los últimos años de su vida se mostró totalmente reconciliada y en paz con este “defecto”. En el último trienio su Priora le comentó que estaba dudando si ponerla en el torno porque la Santa Madre pide que la tornera tenga caridad y discreción. Dirigiéndose a la hermana le dijo: “vos caridad tenés, pero discreción: cero, ¿lo re17
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conocés?” Y ella con naturalidad y serenidad le contestó: “totalmente”. Esta respuesta bastó para confirmar a la Priora que podía ponerla de tornera. Años anteriores se hubiera auto justificado, pidiendo una nueva oportunidad. Lo que hizo posible que, siendo por naturaleza imprudente, alcanzara la virtud de la “discreción”, la madre de las virtudes, fue su docilidad y transparencia abriéndose y descubriendo sus “pensamientos” o “mociones” a quienes la guiaban.
Escucha Durante bastante tiempo en las reuniones comunitarias y recreaciones, manifestaba su parecer impulsivamente, sin reflexionar demasiado, utilizando muchas palabras y enredándose. Con el tiempo fue cultivando cada vez más la escucha y esto se notó en su modo de participación: escuchaba atentamente el parecer de cada hermana, sacando a veces su libretita de bolsillo y tomando nota. Esperaba al final, cuando ya todas habían manifestado su parecer, para expresar el suyo con mucha serenidad y aplomo, utilizando pocas palabras. Sacaba provecho concreto de cada curso, retiro o persona que pasaba, más allá de las ideas que tuvieran. También en esto fue notable su progresivo crecimiento. Cuando ingresó a nuestra comunidad se encontró con una disciplina monástica que, sin pretenderlo, era bastante rígida, vertical y casi sin diálogo comunitario. Lo que acentuó su modo de ser un tanto esquemático debido a su inseguridad, socavando la cualidad natural que tenía de acercarse al otro sin sospechas ni prejuicios. El crecimiento comunitario que se dio en el camino del diálogo, la ayudó a desplegar el don que tenía de acoger al otro en su diferencia, cualidad que se volvió muy notoria poco antes de su enfermedad. En este 18
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camino de diálogo comunitario fue decisivo, el leer y comentar los escritos de nuestra Santa Madre, desde la vida concreta de cada una, que nos ayudó mucho a conocernos y acogernos mutuamente.
Obediencia A muchos les ha impresionado la alegría de nuestra hermana durante su enfermedad. Ella, estando en el Hospital, le reveló su secreto a uno de sus hermanos: “la alegría es un don del Espíritu Santo. Yo nunca me propuse tener alegría….Pienso que para que Dios haga su Obra en vos, es empezar a escucharlo y obedecerlo: escuchar y obedecer es lo mismo. La alegría es un don que nos viene de arriba. La obediencia nos hace más tiernos, humildes, transparentes y todas esas cosas tan buenas y que son de arriba”. Su camino de obediencia fue un camino de crecimiento en la fidelidad a las pequeñas luces del Espíritu Santo que a veces son tan íntimas, que parecen nada, o que da lo mismo hacer una cosa que otra. La obediencia que ella transitó era una “disposición interior” que nada tenía que ver con un cumplimiento: cumplo y miento, o con un quedar bien con sus superiores. Detrás de su deseo de obedecer, estaba su deseo de afinar el oído para estar atenta a las inspiraciones del Señor, a sus mediaciones. La primera mediación fue su propia carne, su frágil humanidad, su irresistible necesidad de ser amada. Cuanto más reconocía esta necesidad, poniéndola de manifiesto, sin reclamos, se iba reconciliando con ella. Esta fuerte experiencia de palpar a fondo sus limitaciones, la ayudó a crecer en blandura y mansedumbre, para acoger con docilidad las adversidades del día a día. Poco antes de su enfermedad, el Carmelo de Azul de la Provincia de Buenos Aires estaba en proceso de cierre. Era el mes de noviembre 19
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y nos pidieron una hermana para el trabajo más duro e intensivo de las últimas 3 semanas antes del cierre definitivo. Varias hermanas de nuestra comunidad se ofrecieron para este servicio, pero la Priora le preguntó a la hermana Cecilia María si estaba dispuesta a ir. Ella, que no se había ofrecido, mostró su disponibilidad, aunque se sentía totalmente incapaz, manifestando, no sólo a la Priora sino a todas, que había otras hermanas más competentes que ella para emprender esta delicada tarea. En ningún momento puso como obstáculo las llagas que tenía en la boca desde la Semana Santa y de las que todas teníamos conocimiento. Todo esto la fue preparando para acoger con una actitud obediente y creyente la Visita de Dios en su enfermedad. Este camino de humilde aceptación de su humanidad la llevó a ir ganando capacidad de entrega, como lo demostró en el Carmelo de Azul. Estas tres semanas trabajó intensamente, sin descanso, a pesar de que el problema de su boca comenzó a hacerse cada vez más visible en su dificultad para hablar y comer. Una de esas noches en Azul, se ofreció a quedarse levantada para esperar a una hermana que supuestamente iba a llegar a la madrugada y que finalmente, nunca llegó. Su donación pasaba desapercibida, nadie podía sospechar el heroísmo que escondía. A fin de noviembre regresó a nuestra comunidad, fue entonces que el problema de su boca comenzó a manifestarse abiertamente con intensos dolores.
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Su enfermedad Durante estos meses había hecho un par de consultas médicas sobre sus llagas, y aparentemente, no era nada de importancia. A su regreso de Azul, fue al dentista, quien la derivó de inmediato a un especialista de cabeza y cuello, al encontrarle la lengua dura. El médico después de palparla le dijo: “yo sé que Uds. rezan por los demás, se ofrecen por los demás, se ocupan de los demás… Pero yo te voy a pedir un favor grande: ahora te vas a ocupar de vos”. Le mandó de urgencia una tomografía computada de lengua y cuello. Ella al mirar la orden, vio que en el diagnóstico decía CA de lengua (cáncer de lengua) y sus ojos se llenaron de lágrimas. Enseguida se sobrepuso y dijo a la bienhechora que la acompañaba: “cuánto para ofrecer…. Pensar que mi tío tiene cáncer y está sufriendo tanto”. Al llegar al convento y cruzar la puerta reglar, no lo podíamos creer, pero ella dijo con un rostro que irradiaba gran paz y entrega: “el Señor eligió por mí y yo dije: FIAT. Otra cosa no puedo hacer”. La tomografía dio un tumor en la base de la lengua y en un ganglio del cuello. Desde el principio se propuso “sacarle jugo a la lengua”, como nos decía. Prefirió darle la noticia en primer lugar al hermano más frágil, “para que se haga fuerte”, y consiguió ayudarlo. Al rato habló con otra de sus hermanas de sangre, que recibió la noticia con lágrimas que se esfumaron ante el buen humor y la alegría de Ceci y esa forma de ser tan humana y normal que la caracterizaba. Cada vez que nos encontrábamos, ella se dejaba abrazar y besar, y era ella la que con su paz y sonrisa nos sostenía y levantaba. A su vez demostraba mucho el amor que nos tenía, con abrazos, con palabras, con gestos. En esos días escribió en una carta para todos: “No sé si estoy en el aire, pero a pesar del dolor que ya se va anunciando cada vez más, y me quita bastante el sueño, me siento por ahora animada y contenta. Supongo que me vendrán momentos de oscu21
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ridad y desesperación un poco, pero como no estoy sola, podremos juntas seguir al Cordero”. (Carta del 17 de diciembre del 2016) Unos días antes de la biopsia organizó una reunión para que se fundara un grupo pro- vida aquí en Santa Fe, que nacía el mismo día de la biopsia. Después de la misma, el 22 de diciembre, el médico informó que el tumor era de 10 cm. y aconsejó que el tratamiento fuera en Buenos Aires dado la complejidad del caso por el tamaño y ubicación. Comprometía el centro del habla y la deglución; el trigémino y gran parte de los nervios de la cabeza. Su familia que vivía en Buenos Aires, fue de gran ayuda y compañía en todo momento. Su deseo de ser tratada en Santa Fe, fue el primer gran desprendimiento que Dios le pidió. En medio del dolor de la post biopsia, a solas con la Priora le pidió rezar el Rosario y nombraba intenciones muy concretas y agregó: “en acción de gracias”. La priora le preguntó: “¿Por todo?”, “sí, por todo”. Ya en Buenos Aires en una primera consulta, los médicos resolvieron hacer un tratamiento de quimio y rayos en el Hospital Austral, ya que una cirugía sería muy comprometida. Las revisaciones le causaban un gran dolor, e impresionaba la entereza, la paz y el completo abandono con que recibía los informes nada alentadores. Siempre interesándose por todos y cada uno de los que la rodeaban, con su inalterable sonrisa. Viendo llorar a su Priora, le dijo abrazándola: “no dejes de gozar de cada uno de estos momentos, ¿no ves la Obra de Dios en todo esto? Madre mía, sólo cabe la acción de gracias”. Al volver a Santa Fe, para esperar el turno y estando aliviada de su dolor por una nueva medicación, le escribía a una de sus hermanas carnales: “ME SIENTO EN LA GLORIA, feliz de estar en mi convento con mis hermanas, aprovecho mi media lengua todo lo que puedo, muchas llamadas por teléfono (la Priora le había pedido que atendiera a todos los que se interesaban por su salud), cosas 22
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que hay que aprovechar para decir, algunas me vienen en mis oraciones de la noche cuando no puedo dormir… pero me vienen bien esos ratos, porque siento que recupero mis fuerzas estando con el Señor, es curioso. Y al día siguiente, a pesar del arsenal de remedios que tomo, no me arrastro para nada, pero estoy durmiendo más horas. Bueno, en conclusión, que estoy muy bien, que se queden tranquilos, sólo que hablo cada día peor. Y a la tarde se me “lengua la traba” que es una calamidad… pero así y todo no dejo de hablar…. cero inhibición, y parezco peor que un gangoso! Resulta que ahora, todas me vienen a pedir consejo, ¡yo las saco corriendo y les digo que se han vuelto todas locas…. Pero bueno, si me dicen cómo están algo les termino diciendo…. Como soy tan cara dura y las quiero tanto!” Antes de partir, quiso que nos sacáramos una foto todas juntas para poder llevársela y que grabáramos el canto “En la Cruz está la Vida” de Ntra. Santa Madre que tanto le gustaba. Se trasladó al Carmelo de Lisieux en Buenos Aires, por dos meses, acompañada de su Priora, y cuando fue necesario de otra hermana más de nuestra comunidad. También ayudó a cuidarla, sobre todo por las noches, su hermana religiosa, veinte años menor que ella, a quien sus superioras la destinaron a Buenos Aires por seis meses para esto. Antes de empezar el tratamiento de rayos y quimioterapia se le puso un botón de gastrostomía el 21 de enero, por su gran dificultad para comer. Estando internada por esto, contrajo una neumonía por bronco aspiración. Como estaba muy dolorida, se restringieron las visitas. Llegó alguien que ella había llamado porque lo quería conocer, ya que no creía en la vida contemplativa de clausura. Quiso atenderlo a pesar de su estado. Al entrar, miró su cara de felicidad, de paz y de alegría, y sintió como si estuviera viendo a alguien que no estaba enfermo y que estaba feliz. Ella le dio la bendición y él salió llorando, 23
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impresionado de cómo puede ser compatible en alguien, la felicidad y el dolor. Se fue con otra mirada acerca de lo que pensaba. A todos (médicos, enfermeros, asistentes, personal de limpieza) les repartía medallas y estampas, y salían emocionados diciendo que les transmitía mucha paz. El 25 de enero, le dijeron que no iba a poder ingerir nada más por boca, lo que le costó unas cuántas lágrimas frente a todos los médicos presentes. Se resistía a que ya hubiera llegado este momento. Su primera reacción fue de angustia y tristeza, pero su secreto fue que no se cerró ahí, sino que con corazón abierto le entregaba a Jesús esa angustia, ese dolor, sin forzar nada, sino aceptando lo que estaba viviendo y sintiendo. Al día siguiente le pidió perdón a los médicos que habían presenciado su reacción, y a cuanta persona entraba en su habitación le contaba lo que le había pasado con gracia, poniendo bien al descubierto su fragilidad. Y decía: “ya está ofrecido”, sin protestas, ni quejas, ni lágrimas, alcanzando tal libertad interior, que no sólo podíamos dejarle a la vista el agua y la comida, sino que nos preguntaba qué habíamos comido, quería que se lo contáramos con todo detalle. Un día se despertó muy contenta comentando: “anoche soñé que comía unos sandwichitos de jamón y queso, ¡y estaban riquísimos!” Por eso supo aconsejar a los que atravesaban estos estados: “Jesús cargó con tu angustia. Cuando te vuelva la angustia, no tengas miedo, no hay que querer escapar. Hay que quedarse ahí diciendo, Jesús en Vos confío. Y el diablo también se aprovecha, porque nos hace creer que estos momentos, no pasarán nunca”. Siempre fue muy realista con su enfermedad, y estimaba a los médicos que viéndola con tanta alegría le decían toda la verdad de lo que le iba a pasar, porque así la ayudaban a prepararse. Y por esto los consideraba “muy humanos”. 24
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En una de sus primeras sesiones de rayos, le habían dicho que le vendría bien un caramelo ácido para después de la sesión, por lo que había una canastita de caramelos en la recepción de rayos. Ella los vio y dijo: “qué bueno esto, che!” Y se lo guardó en el bolsillo. Cuando salió, comenzó a pelarlo, pero su hermana religiosa le dijo que no podía. “¿Estás segura?, a mí me dijeron que podía”. ”No Ceci, no podés” y largó un suave “bueno”, sereno y entregado… y humilde y obediente lo envolvió y devolvió a la canasta. El tratamiento le causó más llagas en la boca, le dolía no sólo la lengua, sino el paladar, no pudiendo ni mover la lengua, ni dar un beso, pero seguía con su sonrisa. La Misa diaria del convento se fue poblando con su familia grande que quería acompañarla, aunque no pudieran verla. Al principio, después de la Misa, recibía a algunos un ratito, a pesar de sus intensos dolores. Vivía el aquí y el ahora, sintiendo su impotencia y su incapacidad, asumiéndola, sin evadirse de la realidad. Esto le daba la fuerza vital que la llevaba a entregarse de lleno al trabajo de confección de casullas. A fines de febrero, mediados del tratamiento, sufrió la muerte de tres personas muy queridas, entre ellos su tío paterno y padrino, cosa que le produjo un gran abatimiento, llorando mucho en un momento de desahogo, en el que se dolió de no haberse podido despedir. Físicamente estaba muy dolorida, casi que no podía hablar, estaba incubando otra bronquitis, vómitos, flemas, etc., todo se complicaba y afectaba la alimentación e hidratación por gastrostomía. Por todo este estado, le suspendieron la cuarta quimioterapia. En ese momento se encontraba acompañándola una de nuestras hermanas que era miedosa ante la muerte y enfermedades graves. La hna. Cecilia María le había dicho, antes de iniciar el tratamiento: “cuando esté en 25
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mi peor momento, quiero que seas vos quien me acompañe”, para ayudarla a vencer sus miedos. Y la Providencia quiso que fuera esta misma hermana, la que la asistió en su muerte. La última semana del tratamiento, antes de la separación, quisimos compartir una recreación Teresiana con las hermanas que nos hospedaban ya que, en esos días, hna. Cecilia María no participaba de ellas. Ensayamos durante la mañana en su habitación algunas hermanas para distraerla. Ella, que no había tocado su violín durante todo el tratamiento (apoyaba en la zona del tumor, ahora irradiada) con el deseo de alegrar a la Comunidad y haciendo un gran esfuerzo, tocó, mientras cantábamos: “En la Cruz está la vida y el consuelo”. Resistió todo el tratamiento de rayos y el 19 de marzo, después de la Misa de acción de gracias en la que su familia grande la acompañó, volvió a Santa Fe, para vivir la Semana Santa rodeada de sus hermanas. Los médicos le daban dos meses de “vacaciones”, hasta ver los resultados del tratamiento. A los pocos días de llegar, presentó un cuadro de bronquitis y fiebre, y con el dolor de todas, hubo que internarla en Santa Fe, el 24, Sábado Santo. Ella misma le confidenció, con lágrimas a una hermana: “no puedo más”. Durante la internación, estando muy débil y cansada, (tenía una neumonía de libro) acogía a todos con una gran sonrisa. La visitaron los seminaristas, interesándose mucho por ellos. Una vez, a media noche, vino una enfermera y viéndola, dijo sentir tanta paz, que le dieron ganas de llorar y llorar. La miraba y lloraba, confesándole que estaba muy alejada de la iglesia y contándole sus problemas familiares y diciéndole que se hacía la fuerte, cargando con todo. La hermana Cecilia María, dejando de lado su dolor en la boca, le dijo que no tenía que guardar tantas cosas en su corazón, porque se iba a 26
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enfermar, que tenía que saber perdonar y no cargar cruces que Dios no le pedía: “Dios no nos quiere tristes. A mí me pasa que cuando me duele la boca, toda mi vida gira en torno a ella, y pareciera que es lo único en el mundo, pero tenemos que aprender a darle a cada cosa su lugar… igual es un ejemplo tonto, porque los dolores del corazón, no son como los del cuerpo. Lo más importante para tener paz, gozo y alegría es estar muy unidos a Jesús. Yo sé que la paz que tengo no es mi paz, si no la paz de Jesús, no es mi alegría, si no la alegría de Jesús. Es que si todo lo vivimos unidos a Él, nos volvemos otros Cristos”. La enfermera sonreía y lloraba a la vez, y le dijo: “yo vine a curarte y mirá…” La hermana Cecilia con el último hilito de voz que le quedaba le dijo: “es que somos hermanos, ¿no? Nos ayudamos entre todos”. La enfermera se despidió muy agradecida y se fue con un Rosario que rezaría todos los días. Cuando venía la bioquímica, le aconsejaba sobre su noviazgo, diciéndole: “por el amor que le tenés, casate e invitame al casamiento”. “¿Sabés qué? Justo ayer le contaba a mi novio que cada vez que entro a sacarte sangre me lleno de tanta paz, que después necesito desparramarla en las otras habitaciones”. El P. Capellán le llevaba la Comunión todos los días, y encontrándose con la familia que había venido desde Buenos Aires a acompañarla, le dijo: “estoy impresionado con el amor que se tienen en tu familia, tienen que dar gracias a Dios por la familia que tienen.” Hermana Cecilia respondió: “amor de arriba y amor de los costados (sonreía y hacía señas) rodeada y mimada de todos. Cuánta mayor obligación. No sé si es la palabra, pero cuando uno recibe tanto desde chico, tiene una mayor responsabilidad para con el prójimo, de dar más, ¿no?” Al rato, en la acción de gracias de la Comunión, le dijo a su hermana religiosa: “Qué gran misterio que es la vocación, ¿no? Dios toma nuestro barro, nos moldea de un lado y del otro, y hace Su Obra”. 27
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Como teníamos estampas de Jesús Misericordioso, cuya fiesta era al día siguiente, le propuso a una de nuestras hermanas que la estaba cuidando, visitar a los otros enfermos y repartirlas. Salieron con todo el colgaje de alimentación, suero, etc. La acompañante dudaba en entrar a una habitación de hombres, porque no estaban muy vestidos. Pero ella arrastrando a su compañera, sin dudarlo, entró. Participaba del diálogo sólo saludando y con su sonrisa. Uno de los pacientes, permanecía en silencio y gracias a unas cuantas preguntas, les contó que tenía un tumor en la cabeza. Inmediatamente hermana Cecilia María exclamó tomándolo de las manos: “¡hermano mío!”. Con lo que el diálogo se hizo más profundo. Fueron a varias habitaciones y se volvieron, por su gran cansancio. De regreso, llegaron sus hermanas casadas de Buenos Aires y les dijo: “tengo la lengua rota, estoy muy dolorida y llena de flemas”. Y sin embargo, habló con ellas toda esa tarde, acerca de la sangre que corría por sus venas. Se sentían unidas por sensaciones comunes que bautizaron como “león en jaula”. Y les compartía el camino por donde la llevó el Señor: “es más fácil conocerse a uno mismo cuando las miserias quedan expuestas, porque uno puede experimentar y vivir la humillación y luego, con humildad, pedir perdón. En cambio, cuando uno por naturaleza tiende a guardar y esconder, como si nada pasara, corre el riesgo de enfermarse y dejar de ver. Esto hace difícil el conocimiento verdadero de uno mismo y así no se puede experimentar la Misericordia de Dios, que es dejarnos amar por Él en nuestra debilidad y dejar que Él haga en nosotros Su Obra”. Concluyeron con el rezo de vísperas, y al llegar a las preces, ella pidió por la organización pro- vida que se estaba fundando en Santa Fe y terminó brazos en alto y con una gran sonrisa, diciendo a viva voz: “¡ y viva el cáncer!”, por tres veces. Al rato, llegó su madre Priora y 30
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le dijo que no le darían el alta al día siguiente, que era el domingo de la Misericordia. Hermana Cecilia abrazada a su madre Priora, como mansa cordera, sin quejas, sólo expresó su descontento con tono suave y calmo: “bueno… aquí presa me dejan…primero que me vuelvo el sábado, luego el domingo, ahora el lunes, después será el martes, miércoles, jueves, sin Pascua, y sin fiesta de Misericordia… bueno… Madre nuestra, no te creo más nada” mientras sonreía. A lo que la Madre le respondió: “Qué fiesta más grande hija mía de mi alma vivir la Misericordia en el hospital, pensá hija mía a cuántas almas vas a poder ayudar desde aquí con tu ofrenda”. Y ella contestó: “presa, presa!!! me dejás….” Su mamá le dijo, que la Madre también sufría, que no le dijera eso: “Y dejáme mamá decir lo que siento, porque si no lo comparto acá con Uds. ¿dónde, si no?” Al día siguiente, domingo de la Misericordia, amaneció llena de dolores de la boca, molesta de tos y flemas, sumado al desánimo de permanecer allí. Pero ese día, más que nunca, dejó a un lado sus dolores, le entregó a la mucama una lámina grande de Jesús Misericordioso. A los pocos minutos eran varias las mucamas y enfermeras de otros sectores, que vinieron a saludar y reclamar sus láminas. Ella, señalando al Corazón de Jesús, les decía: “Acá, en el Corazón de Jesús, de donde sale el agua y sangre, junto a su Pecho, estamos todos nosotros: estás vos, tus hijos, tu familia, la Iglesia, desde ahí nos abraza y nos cuida” El lunes regresa a su amado Carmelo. Pasado unos días quiso que le bajasen las drogas para el dolor, para no estar somnolienta todo el tiempo, pero el dolor aumentó. Era su elección, que fue respetada. Tenía una gran ilusión, de que el tratamiento hecho, diera resultado. Intentó tomar un café con leche, que le encantaba, para lo que demoró una hora, por el dolor que le producía, sin embargo, estaba feliz. Pero al hacerle la prueba de deglución, salió mal y tuvo que volver a 31
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no ingerir nada por boca. Esto le resultó decepcionante. Ese mismo día en una reunión comunitaria de resonancia de la Palabra de Dios, compartía desde lo más hondo de su corazón su oración: “gracias Padre, porque puedo entregarte algo que yo no hubiera elegido jamás, no comer ni beber más…” Participaba de todas las recreaciones, iba al refectorio con su jeringa de alimentación y, en lo que podía, asistía a la liturgia de las horas, muda. Todas las tardes, aunque estuviera con dolor y sin ánimo para levantarse después de la siesta, iba con gran entusiasmo con la hermana que la pasaba a buscar para hacer una casulla. “Esto me hace olvidarme, decía, por un momento de mi lengua.” Se acercaba el día de la Consagración de nuestro Altar y de nuestra Capilla, y éramos muy conscientes de que el altar de nuestro corazón y el altar de piedra, no forman más que un solo y único Altar. Por eso le pedimos al Obispo que fuera un día en que estuviéramos todas, era nuestra única condición. Lo que Dios nos daba para entregar, a ella y a nosotras, era su enfermedad, en la que desde un principio se sintió identificada con Cristo Cordero, que obedeció hasta la muerte y una muerte de Cruz. Símbolo de esto, fue un pergamino en el que ofrecíamos nuevamente nuestras vidas consagradas al Señor, escrito por ella y firmado por todas, y que se colocó dentro del Altar, junto a las reliquias de los mártires. El día elegido fue el 30 de abril. Dos días antes, se volvió muy notorio un bulto en la lengua y un aumento del dolor, por momentos insoportable. Ella, que había estado luchando por bajar los analgésicos, llegó al borde de sus fuerzas. Apoyándose sobre el pecho de su Priora, reclinó su cabeza como un manso cordero, reconociendo que la enfermedad seguía avanzando, y entregándose en obediencia, con libertad y abandono. A pesar de subirle los calmantes, el día de la Consagración del Altar, estuvo muy 32
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dolorida. Igual participó tocando el violín mientras cantábamos “Las bodas del Cordero”. Al día siguiente se resolvió adelantar el viaje a Buenos Aires. Hubo un solo mensaje de todos los médicos que la vieron: que no dudara en tomar todo lo necesario para manejar el dolor, y regresó muy contenta de poder volver pronto. Como el bulto seguía creciendo rápidamente, a la semana, volvió a Buenos Aires sin poder regresar más a su Comunidad. Ya en Buenos Aires se decidió hacer una re-biopsia, en vista de una posible cirugía. Se quiso hacer una interconsulta, con un médico de medicina alternativa. Hermana Cecilia María quería escucharlo, pero lo que más le tiraba era que estaba cerca del Carmelo de Santa Teresa de las Constituciones del 90: “y quiero aprovechar para ir de visita y saludarlas” (ya había estado por primera vez en enero y había prometido volver). En las visitas, les llamó la atención a las hermanas su pleno conocimiento y aceptación de la enfermedad, su serenidad y alegría como si no pasara nada, su sentido del humor, su fortaleza que le hacía irradiar cierta majestad, y su grandeza de alma combinada con una gran sencillez. Todas se sintieron amadas y conocidas por ella, les impresionaba cómo se brindaba a cada una aunque recién las conocía. Su capacidad de amistad y comunicación eran notorias, despertaba la confianza. En cuanto a la obediencia, las hermanas percibieron su manera de relacionarse con su Priora: su familiaridad, su confianza filial, unida al respeto y al espíritu sobrenatural. Captaron cómo se puede conjugar lo humano y lo sobrenatural en la obediencia, cuando uno no se busca a sí mismo. Les transmitió particularmente su deseo y su entusiasmo por la unidad y fraternidad entre todos los Carmelos de nuestra Patria, el espíritu de comunión. Por otro lado, en el Carmelo en que se estaba hospedando, de las Constituciones del 91, el legado que les quedó de su paso por la Comunidad fue 33
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el trabajar por la unidad de la Orden. Era algo que tenía muy en su corazón y por eso lo contagiaba. Después de la visita, fue la consulta alternativa, que supuestamente, era para aliviar el dolor. Se sometió a un laser que duró más de una hora de intensos dolores. Al finalizar, el Doctor le ofreció una inyección de ozono, a lo que respondió mansamente: “ya que estamos en el baile, sigamos bailando”, pero que le arrancó un grito ahogado y que le sangrara la lengua. Ya de regreso en el Carmelo, su madre Priora le comentó: “¡qué tremendo lo que tuviste que pasar hoy!”, y ella respondió: “¿viste que estamos en la semana de la unidad de los cristianos?” En los días previos a la re-biopsia, pasó a visitarla un sacerdote amigo que venía de Roma. Traía un Rosario que el Papa se sacó de su bolsillo para regalárselo a ella, y se lo había dado diciéndole: “le regalo este Rosario para que rece por mí, porque lo necesito mucho y le pido que ofrezca sus sufrimientos por mí”. En esos mismos días, la hermana Cecilia María le confidenciaba a su hermana religiosa: “cuando rezaba el Vía Crucis, en la tercera caída, yo le pedía siempre la gracia de poder ser fuerte en mi debilidad…creo que Dios me concedió esa gracia, me mostró mis limitaciones, me enseñó a amarlas, y por la dulce obediencia me llevó por Su Camino…por eso ahora puedo aceptar y ofrecer de nuevo, estas nuevas limitaciones, porque Jesús me lo pide, no comer, no hablar,… la gracia que le pido es la alegría, la alegría profunda”. El 19 de mayo se le hizo la re-biopsia, con el riesgo de salir con una traqueostomía. Mientras esperaban, antes de entrar al quirófano, su madre Priora le preguntó: “si tuvieras que decir una sola palabra, ¿cuál dirías? Ella contestó: “Jesús en Vos confío”. Entró llena de paz. 34
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Salió de la re-biopsia muy dolorida. Ésta dio como resultado un tumor activo, que había tomado toda la lengua. En ese estado, en el que ella no podía “ni pensar, ni rezar”, como lo solía describir, le hicieron escuchar una grabación de un mensaje del Papa para ella. Las hermanas del Carmelo de Lisieux, que la hospedaban, habían recibido un llamado del Papa, y le pidieron unas palabras para Hermana Cecilia María: “hola Cecilia, yo estoy cerca de ti, sé lo que estás pasando, el momento de cruz, pero sé también la paz interior que tenés y el ofrecimiento que hacés por la Iglesia. Que sea lo que el Señor quiera, que lo que Él quiera es lo mejor siempre, ¿no? Entonces cada día está en la Voluntad de Dios. Te acompaño con mi oración y mi bendición. Y vos rezá un poquito por mí, un poquitito. Te quiero mucho”. Lo escuchó todo con una sonrisa, y después volvió su rostro de intenso dolor. Con la re- biopsia se abrían dos caminos, una cirugía mayor o paliativos. Ella pidió que no la dejáramos sola en su decisión. Con serenidad escuchó el parecer de cada médico involucrado y con una gran paz interior, desistió de la cirugía diciendo: “me parece que Dios no quiere tanta agresión”. Aquí, empezó con morfina por goteo. Y un día en que el Doctor de paliativos nos explicó cómo se iba a ir desencadenando todo, de regreso y ya sin esperanzas, nos topamos con nuestra hermana que venía por el pasillo morfina en mano, con la cara sonriente, dispuesta a salir a pasear a los jardines del hospital. Viéndola, nos volvió el alma al cuerpo.
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Todo estaba dispuesto para regresar a Santa Fe y poder morir allí. La víspera, contrajo una neumonía, por lo que tuvo que seguir internada. La fiebre hacía recrudecer el dolor, pero eso no le impedía estar atenta a los demás. Ese día, ya muy cansada y dolorida, se disponía a descansar. Se apareció la novia de un médico. Apenas escuchó su voz, quiso que la dejaran entrar. Y tuvieron una conversación como si no tuviera dolor. La recibió tomándole las manos, la novia, también médica, dijo: “me dijo mi novio, que tenía que conocerte, que transmitías mucha paz”. La hermana Cecilia María hacía señas con las manos al Cielo: “eso es de Dios, no mío”. La novia le abrió su corazón, confidenciándole lo que a ella le estaba inquietando. Entre otras cosas, hermana Cecilia le dijo: “hacé algún curso de cocina, pensá en la maternidad…él es un tesoro, se nota que te quiere mucho, pensá en formar un familia”. La novia lloraba y asentía sin apartar la mirada de ella, como anonadada. “Vos sos muy cariñosa, me dijo tu novio, desplegá tu ternura y vos ayúdalo a él, ¿no?” La novia totalmente emocionada asentía a todo y hermana Cecilia María con lo último que le quedaba de voz, le dijo: “lo más importante para estar siempre en paz es la Misa, la Confesión, el Rosario…ayudálo a él en eso”. Y terminaron en un gran abrazo: “ya te quiero como si fuésemos amigas y no te conozco”. Se fue de la habitación emocionadísima. Y así se fueron presentando otras novias de médicos, y las mismas enfermeras de otros pisos esperaban su turno para poder conocerla y experimentar la paz que irradiaba y comunicaba. Llegado a este punto, al contraer esta nueva neumonía por bronco aspiración, se vio la necesidad de la traqueostomía, a la cual libremente accedió, siendo que al comienzo de la enfermedad fue a lo que más le temía. El médico de paliativos, mientras hablaba con ella sobre esto, le decía: “van a ser muchos días de internación y no vas a hablar nunca más nada”. A lo que contestó: “ya casi no puedo hacerlo, me va a costar, pero es inevitable, lo siento, ya no voy a hablar mucho tiempo más de todos modos”. Él entonces le aconsejó: “tenés que empezar 36
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a moverte, porque tanto tiempo en cama no te va a ser bien”. Ella con sonrisa pícara le contestó: “ya estuve viendo por la ventana otros lugares para pasear”. Después de este diálogo, el Capellán del hospital celebró una Misa en su habitación. La Priora entonó: “Lleguemos hasta el Señor, cantando himnos de gozo” y ¡la hermana Cecilia María cantaba a la par! En el canto final “Madre del Carmelo”, se confundieron la letra, quedando el canto cortado, y fue ella la que siguió cantando la letra y todas pudieron retomar el canto. Siendo tan concreta como siempre, fue la única que se le ocurrió socorrer al Padre que se había chorreado toda la sotana al querer guardar las velas. Ella lo hizo acercarse y se puso a refregársela, muy concentrada. El 31 de mayo, fiesta de la Visitación, pudo ir a Misa a la Capilla en silla de ruedas. Al día siguiente un hombre se le acercó a la Priora y a su hermana religiosa y les dijo: “perdonen, pero ayer contemplando a esa hermana, vi en ella el rostro radiante de la novia que se prepara a la venida del Esposo, y cuando la vi comulgar recordé el Cantar de los Cantares (era la lectura de la fiesta de la Visitación) Me causó tanta impresión que lo estuve comentando anoche con mi familia y también a mis compañeros de trabajo. Perdonen, pero esto es lo que vi, y sentí mucha necesidad de decírselo”. Mientras esperaba la traqueostomía, contrajo una nueva neumonía. Con esto dudaron de hacérsela, cosa que la contrarió en un primer momento, ya que siempre le costó que le cambien los planes. Pero enseguida dijo: “lo que Dios quiera. Al final no hay que pensar tanto las cosas, Sólo lo de hoy”. La víspera de la traqueostomía, todos los sobrinos de la hermana Cecilia María, con su hermana religiosa a la cabeza, le organizaron una sorpresa desde el jardín que ella veía desde su ventana: carteles sostenidos por cada sobrino y que formaban las palabras, CECI TE QUEREMOS MUCHO, y muchos globos lanzados al cielo. 37
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Mientras contemplaba el espectáculo, disfrutó como un niño más, a pesar de su deteriorado estado. Acababa de pedir un rescate de morfina, y así y todo se quedó saludando con los brazos en alto, como si nada pasara. Uno de los médicos mandó un mensaje que decía: “Nunca en diez años de hospital vi algo igual”. Y muchos preguntaban si había un cumpleaños aquí o qué. Toda la familia terminó en la Capilla, rezando y cantando. El 2 de junio le hicieron la traqueostomía. Antes de entrar, su Priora le preguntó cuáles serían sus últimas palabras, y le contestó: “Padre, me pongo en tus manos. Jesús en Vos confío”. A su mamá le escribió: “No se preocupen por mí, a lo sumo me dolerá un poco el cuello”. Esa noche permaneció inmóvil, para no causar la tos que le provocaba el más mínimo movimiento, con la mirada puesta en el Cristo que se encontraba colgado ante ella. Su mirada tranquila y su sonrisa dejaba traslucir una gran paz, que nos conmovía a todos. Su cara estaba distendida, pero se notaba que sufría. Cuando le preguntaron: “¿te duele, te incomoda, te impresiona? Escribió: “me duele un poco, me incomoda y me impresiona, pero lo normal”. Cuando necesitaba un rescate de morfina, siempre se fijaba la hora, y si estaba cerca el cambio de guardia, esperaba a la nueva enfermera, nunca quería incomodar a nadie. Una de las consecuencias de la traqueostomía, fueron las aspiraciones, que la acompañaron hasta el fin. Le resultaban muy traumáticas, porque experimentaba el ahogo. Agravadas por líquido en los pulmones que apareció unos días después, y que culminó con otra cirugía de pulmón el 8 de junio. Antes de someterse a esta nueva intervención, quiso escuchar a todos los médicos involucrados, que rodeándola en su habitación, manifestaban su parecer en presencia de nosotras y su familia. El ci38
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rujano, que por haber visto las imágenes había desistido de la operación, impactado al verla tan llena de vida, cambió de opinión. En esos momentos era ella la que dominaba la situación, mostrando ser una mujer de gran decisión, autodeterminación, reflexión y serenidad. En ella se unía su docilidad externa a una gran fortaleza interior y aunque su Priora era su consejera y Madre espiritual, era ella la que decidía y estaba claro que hablaba con Jesús cada paso. Dos cosas temía con esta intervención: el dolor y el no poder regresar a Santa Fe. . En la Misa de ese día, ella había ofrecido por primera vez, no volver a nuestra Comunidad, cosa que nos costaba tanto a ella como a nosotras. Ese día la lectura del Oficio Divino, era Filipenses: “tengan los mismos sentimientos que Cristo Jesús… que obedeció y obedeció hasta la muerte de cruz”. Estas palabras que la habían orientado desde el comienzo de su enfermedad, fueron las que le hicieron ver con claridad que Dios le pedía esta cirugía, quedándose muy tranquila, después de tomar la decisión. Jesús elegía para ella el camino de Su Cruz, y ella lo aceptó en su totalidad. El 7 por la noche, tuvo una reunión virtual con su comunidad, como la teníamos con frecuencia. Ese día la saludaban especialmente, por ser el aniversario de su Profesión Solemne y la vísperas de su cirugía, que todas apoyábamos, aunque significaba no poder regresar a nuestra Comunidad. Fue entonces que una hermana le dijo: “todo está ofrecido”, con lo que se puso a llorar. Otra hermana, viéndola llorar le dijo: “Ceci, ¡cuánto amás a nuestra Comunidad!”; eso la hizo llorar más aún. Para consolarla, todas le cantaron el villancico: “no llores más vida mía”. Fue un momento intenso de desahogo para nuestra hermana, que comenzaba a despedirse de poder volver a su Comunidad.
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Deseaba vivir intensamente hasta el fin, por eso el mismo día de la cirugía, le pidió a su kinesiólogo: “me dijeron que se puede aprender a hablar un poco con la traqueo, ¿vos me podrías enseñar?” Aunque la traqueostomía le impedía hablar, se comunicaba con los ojos, y mantenía sus diálogos escribiendo en su cuaderno. Sus respuestas eran muy concretas y simples, algunas muy profundas, pero al mismo tiempo muy atinadas y tan cotidianas, sencillas. La sencillez del humilde, del confiado, del niño… Así, a su madre Priora le confidenciaba: “hay que ser humano hasta el fondo, para encontrarse con Cristo. Yo lo encontré a Cristo en mi debilidad”. Su Priora le preguntó: “¿a qué te referís con debilidad? A lo que contestó: “y eso, en caerme y volver a levantarme, aceptando mi pobreza”. Esta cirugía la alivió en un primer momento, disminuyendo sus ahogos por el exceso de flemas. Salió con dos tubos de drenaje. De su costado brotaría sangre y agua permanentemente, hasta su muerte. Lo que le ocasionaba una sed abrasadora e insaciable. Al salir, le mandaba a su tío sacerdote en Roma este mensaje: “Gracias, gracias me han llegado tus oraciones y las de todos… mi jaculatoria fue: Jesús, Hijo de Dios, mi Salvador, te amo” o cosa parecida.” Su notable mejoría duró poco. Nuevamente tos, secreciones, aspiraciones continuas, noches movidas y exigidas, que la dejaban exhausta. En una de esas noches, haciendo a una de sus enfermeras el gesto carmelitano de: “Dios se lo pague!”, se quedó dormida. Dos días después de la cirugía, el cirujano le aconsejó levantarse y caminar por la habitación. Ella enseguida le pidió permiso para poder ir a Misa, lo que le fue concedido. Pero ¿cómo trasladarla en silla de ruedas con tanto tubo, cable, alimentación, oxígeno y morfina?. La hermana que la acompañaba miraba superada, pero ella la apremiaba a que se pusieran en marcha, sin miedo. Ahí estrenó su nuevo velo, ya que a causa de la traqueostomía no podía usar toca. Ella lo había 40
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diseñado con tiempo, y había pedido la tela indicada, ya que como ella decía con gracia: “sí, es verdad, la vanidad es lo último que se pierde”. Ya lista con todo a cuestas, después de una larga preparación, salieron de la habitación, ante la admiración de las enfermeras que la miraban sin poder creerlo, haciéndose señas unas a otras para que vieran semejante espectáculo, pudiendo llegar a la Misa: “me sentí muy escuchada, porque pude llegar al Evangelio”. El cirujano le recomendó que hiciera ejercicios para respirar de lleno con sus pulmones, levantando los brazos. Todos los días los hizo con un esfuerzo increíble, hasta tres días antes de morir. Aprovechando el consejo de caminar, salió a pasear por los jardines con la silla de ruedas y todo lo demás a cuestas. Quiso la Providencia que su familia entera regresara del entierro de uno de sus tíos y fuera al Hospital. Habitualmente no todos la podían ver y sin planearlo allí se encontraron todos, acompañándola en su paseo. Al día siguiente, 16 de junio, el cirujano del pulmón le informó que se había encontrado allí, masa tumoral. Fue un diálogo intenso en el que hermana Cecilia María escuchaba todo con una gran paz y lucidez. Ella debía tomar una decisión ante las posibilidades que le presentaban, y con claridad y aplomo, terminó respondiendo: “Jesús me pide el camino más largo…”. Es decir, seguir con los tubos de drenaje, con la secreta esperanza de que se los pudieran quitar y volver a Santa Fe. Cuando todos se retiraron quedó a solas con su Priora y viniéndole todo el pesar de su humanidad, le escribió con cierta angustia en su mirada: “esto parece eterno” y permaneció en profundo silencio con los ojos cerrados. En eso entró un kinesiólogo que despertaba en ella toda su maternidad, porque había crecido sin su mamá. Él se quedó mirándola en silencio. Ella al abrir sus ojos y verlo, le hizo una 41
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sonrisa de oreja a oreja, y tomando su cuaderno le escribió: “siempre me pongo contenta cuando te veo”. Al día siguiente, cuando volvió a entrar él, esforzándose mucho, se levantó de la cama muy decidida con todos sus tubos, y se fue directo a la mesita, donde había unos biscochos. Separándolos en dos bandejas, envolvió una y se la dio en mano, haciéndole señas de que lo compartiera con sus compañeros. Su sonrisa continuaba intacta, a pesar de su cansancio y debilidad. No saturaba bien el oxígeno y la alimentación disminuyó, ya que por las noches tenía vómitos por las flemas, y le tapaban la traqueostomía, lo que le daba miedo porque se despertaba de repente ahogada y no le gustaba pensar que moriría así. Sin embargo, no dejaba de hacer sus ejercicios de respiración con un esfuerzo heroico, dócil siempre al consejo de los médicos. Además, la sed que sentía la llevaba a pasarse ella misma la jeringa de agua luchando con tenacidad contra el temblequeo de sus manos. Viendo que su partida estaba próxima, y que definitivamente no podía volver a su Comunidad de Santa Fe, ésta gracias al ofrecimiento y disponibilidad de dos de sus hermanos, se trasladó el sábado 18 de junio al Hospital de Bs. As. en dos grupos, para poder despedirse de la hermana. Ese día habíamos programado una Misa sorpresa para el mediodía. Celebraría el Delegado General de los Carmelitas de Argentina, con la presencia de dos hermanas de la Asociación Nuestra Señora de Luján del Carmelo de San Juan, que estaban participando cerca de un curso de formación permanente, y el grupo de nuestras hermanas de Comunidad que estaban llegando. Fue todo un desafío mantener en secreto esta sorpresa y convencerla para que ella no gastara sus fuerzas levantándose antes del mediodía. Pero hermana Cecilia María en medio de su estado deteriorado, salió de la cama y luchando contra el sueño, permaneció sentada. 42
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Su hermana religiosa que la acompañaba, le dijo que se acostara y ella le respondió con señas: vos primero desayuná, después rezamos laudes, después los ejercicios, y después recién a la cama. Mientras rezaban Laudes, entró su madre Priora, y viéndola sentada, le dijo que le convenía acostarse si quería bajar a Misa del mediodía. Ella sin hacer ninguna seña, sin ni siquiera terminar los Laudes, se fue a la cama como un dócil corderito. Al rato entraron nuestras hermanas de Comunidad que acababan de llegar. Hermana Cecilia María, abrió sus ojos grandes con su sonrisa más radiante que nunca. Las miraba y se agarraba la cabeza, empezó a hacer señas de “¡están locas!”. La fueron abrazando por turno, mientras la Madre entonaba el Magníficat, el resto ya no pudo seguir, muchas emociones. La hermana Cecilia María levantaba los brazos, miraba de un lado a otro, sonreía feliz. Y las hermanas, señalando a su hermano que las había traído: “¡fue él!” Y ella lo miraba con un agradecimiento e inmenso cariño. Pronto partimos todos con hermana Cecilia María a la Misa en la Capilla. Junto a toda su familia reunida, le esperaba la otra parte de la sorpresa. Ella había ofrecido su enfermedad por la unidad del Carmelo. La Eucaristía nos congregaba y reunía… Esa misma tardecita, se aparecieron de sorpresa, nuestras hermanas del Carmelo de Lisieux, que durante estos meses la habían hospedado. Ella tomando su cuaderno, conmovida, les escribió: “siempre una ternura, una sorpresa…. Abrí los ojos a las 11 de la mañana y aparecían todas las monjas de Santa Fe… y ahora, abro los ojos a la noche, y se aparecen todas las monjas de Lisieux, más la Topi!” (Hermana del Carmelo de San Juan) Una hermana le señaló que no habían venido “todas” pero ella escribió: “Para mí no falta ninguna, en mi corazón están todas! Cuánto las amo, Dios las bendiga”! 43
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EL domingo 19, vino el segundo grupo de nuestras hermanas de Santa Fe. Esta vez la Misa fue en la habitación, pues hermana Cecilia María estaba exhausta de tanta movida y emoción. A las pocas horas nuestras hermanas regresaban a Santa Fe, se habían despedido en esta tierra de ella, que esa misma noche escribió: “no sé cuándo iré al Paraíso, pero la verdad, me encantaría ir primero a Santa Fe”. Después rezamos el Rosario y ella puso la intención: “la unidad de los cristianos, por la unidad del Carmelo, y para que la Iglesia toda sea cuna de verdad, ternura y misericordia, para el que lo necesite”. Al día siguiente, 20 de junio, vino el médico de paliativos y tuvo una charla intensa con ella, con esa cercanía que siempre habían tenido por la gran confianza que le inspiraba. En un momento él le preguntó si hablaba con Jesús el tema de su muerte, y ella le escribió: “tendría que ser más tema entre los dos, todavía no lo es”. Al retirarse el médico, escribió mostrándoselo a su madre Priora con una gran sonrisa: “estaba pensando cómo quería que fuera mi funeral. Primero un poco de fuerte oración, y después una gran fiesta para todos. No se olviden de rezar, pero tampoco de celebrar”. Estando un rato a solas con su madre Priora, ésta le leyó un fragmento de la II Corintios 3, 17-18. Luego de copiar el versículo 18 con gran dificultad: “nosotros en cambio, con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo, la gloria del Señor y somos transfigurados a su propia imagen, con una imagen cada vez más gloriosa por la acción del Señor que es Espíritu”. Le pidió le volviera a leer la parte en que hace referencia a la libertad, y así la transcribió: “el Señor es Espíritu y donde está el Espíritu del Señor, allí clama, clama la libertad”. 44
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Esa noche, su madre Priora y la hermana “V” se quedaron a acompañarla. A partir de esa noche, se quedarían dos a cuidarla. Viendo que el fin estaba próximo y que la hermana Cecilia María aunque estaba lúcida, no era del todo consciente de la inminencia de su partida, la madre Priora quiso decírselo, sabiendo que ella nunca quiso que se le ocultara nada. Esperó el momento oportuno. A media noche, entró la enfermera que la despertó y al retirarse, su madre Priora abrazándola le susurró al oído: “hija mía queridísima, Jesús está a la puerta, ya viene a buscarte… vos sos la novia radiante de belleza, “adornada con Sus joyas y con oro de Ofir” (según los Padres, es la caridad) y Él ya quiere desposarse con vos para siempre. Te ama demasiado, ¡ya no puede esperar más! Ya se acercan las Bodas del Cordero, vos sos su esposa que ya está preparada…Tu familia está dispuesta a la entrega y nuestra Comunidad también”. Ella le escribió: “No te vayas ni un instante, no me dejes sola”, al mismo tiempo que la abrazaba muy fuerte, y su madre Priora comenzó a cantarle el Cantar de los Cantares: “Levántate, amiga mía, levántate y ven, pasó el invierno, las lluvias se han ido. Brotan flores en la tierra, llega el tiempo de cantar. Levántate, levántate, déjame oír tu voz”. Hasta que sus brazos se fueron deslizando, quedándose dormida… A la mañana siguiente lo primero que escribió a su madre Priora fue: “Totus tuus”. En eso entró una mucama que exclamó: “¡Qué cara tan radiante que tenés hoy!” Después entró un médico, que le preguntó como estaba, a lo que escribió: “de día no encuentro alivio, si me despierto me encuentro con mi dolor, de noche”… A la siesta la hermana Cecilia María con la misma hermana que la estaba acompañando, rezaron el Oficio de Lectura de San Luis Gonzaga. La hermana le recordaba cuánto la había ayudado cuando, estando juntas en la enfermería, habían asistido a la muerte de dos de nuestras ancianas, alentándola que no tuviera miedo, que se iban al 45
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Cielo. Y le preguntó: “hoy, ¿cómo lo estás viviendo vos?” Y escribiendo la palabra: “Como” dibujó una línea recta marcada y remarcada que termina con la palabra “Cielo”. Esa noche, tuvo momentos en que la falta de oxígeno la desasosegaba y por momentos quería arrancarse la traqueo, la vía central y la gastrostomía. Rezábamos la Coronilla y algunas jaculatorias a lo que ella respondía con sus labios: “en Vos confío”. Dormía siempre sentada (durante estos 6 meses) y no encontrábamos una postura cómoda para su cabeza y cuello en todo este mes de internación. Pero nunca se quejó, ni de esto, ni de nada. A la madrugada, quiso escribir algo y no se entendía lo que escribía, estuvo largo rato concentrada, se entendió después: “aunque no lo vemos, Él está, Jesús” Pedía que le recen el Rosario. Comenzaba su último día. Se despertó sonriente, cuando lograba descansar un poco, su sonrisa permanecía, era su forma de comunicarse. A mediodía llegaron las hermanas de los Carmelos de Luján y Neuquén, que estaban en el curso de formación. Reconoció a la que conocía y en el estado extremo en que se encontraba, no perdió la sonrisa, hablaba con su rostro. Después que se fueron, la hermana “V” le tomó las manos, y cuando se inclinó hacia ella, apareció la Cruz que tenemos en el hábito. Ella le clavó los ojos y comenzó a acariciarla con mucha ternura. Esto le dio pie para entablar con ella un diálogo: “Querida Ceci cuando vayas con Jesús al Cielo, nos vas a dar mucho trabajo”… ella sonreía. Agregó: “¡qué noviciado nos has hecho hacer todo este tiempo, a la Madre, a tu hermana María de la Ternura y a mí!”… Ella atenta a cada palabra se sonreía. Y prosiguió: “ahora vos fuiste para mí, Madre Maestra de Novicias… ¿qué te parece que es importante en la formación del Noviciado”?…Ella la tomó por los hombros y comenzó 46
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a abrazarla con mucha ternura, por espacio de unos minutos, como una madre muy tierna y dulce. Y luego mirándola a los ojos le dijo: “pero Ceci, también no te parece que hay que hacer correcciones, haciéndole ademán de tirar las orejas”. Ella asintió con la seña de hacer “cha cha” con la mano. Pero luego continuó dándole otro abrazo lleno de ternura, dándole a entender de inmediato que para la formación es necesario la combinación de ternura y firmeza… pero en realidad, ese abrazo era una despedida. Su estado se iba agravando, y no respondía a la medicación de manera satisfactoria. Alrededor de las 20 hs. en un momento de sosiego, entró el P. Capellán. Momento providencial para que recibiera la Comunión con la Sangre de Cristo, en un goterito, como hacía siempre. Después de comulgar, con un inmenso esfuerzo se incorporó en la cama y se arrojó en los brazos del Padre, apoyando su cabeza en el hombro. Él suavemente la recostó nuevamente. Toda nuestra Comunidad presenció este momento por skype. Las hermanas, sólo aspiraban a verla, ella les dirigió una mirada y las acarició en la pantalla. Luego rezamos juntas Completas, un coro era Santa Fe, el otro coro todos los que la acompañábamos. Le dieron otro rescate, y se durmió. Pero se volvía a despertar intranquila, haciendo esfuerzos al respirar. Esto se repetía, por no responder a la medicación. Alrededor de la medianoche empezaron a pasar la medicación por goteo, que era comenzar la sedación para evitar la sensación de asfixia y la intranquilidad. Esa noche la cuidaron la hermana “V” y su hermana de sangre, María. Estuvieron de rodillas a su lado tomándole las manos y cantando y rezando. Su mamá que la acompañó todos los días, no alcanzó a llegar a sus últimos momentos. Entre tanto la hermana “V” le susurraba al oído: “Ceci, ya llega el Esposo”. A las 3,45 hs. la respiración fue muy pausada y entrecortada, hasta que con una fuerte respiración, exhaló su espíritu.
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La vestimos con su hábito y capa y la llevamos cantando hacia la Capilla del Hospital, donde excepcionalmente se rezó la primer Misa de cuerpo presente. El P. Capellán, empezó lo que parecía iba a ser una gran homilía, a las pocas palabras se le quebró la voz y después de un rato de silencio, concluyó: “pidamos a esta virgen prudente que llene nuestras lámparas de aceite…” Esta carta fue redactada con los recuerdos y testimonios recibidos.
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Comunidad de Carmelitas Descalzas de Santa Fe, Argentina carmelosf@gmail.com Facebook/carmelosantafeargentina
Material audiovisual
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Era Adviento del año 2015, la Iglesia abría sus puertas de par en par dando inicio al Año Jubilar de la Misericordia. Nuestra Comunidad preparó las tarjetas de Navidad con las Palabras de Zacarías:
“Gracias a la entrañable Misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto” Lc. 1,78. Lo que no sabíamos era que esta Palabra se iba a cumplir y hacer carne en el seno de nuestra Comunidad. A los tres días del inicio del Año Jubilar, nuestra hermana Cecilia María es visitada inesperadamente por una grave enfermedad que culminaría seis meses después con su pascua el 23 de junio del 2016.
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