El poeta de Russafa En Valencia es constante el fulgor de la mañana pues el sol juega con el mar y la Albufera. Los soplos de los vientos apedrean a las estrellas con sus flores y por temor ningún demonio se acerca a ella. Aunque la mano de la separación haya extendido entre nosotros distancias que el viajero tarda un mes en recorrer, Valencia sigue siendo la perla blanca que me alumbra por donde quiera que vaya.
Me ahogo, necesito aprender. Un ánfora boca abajo nunca se llena. La vida pasa como el viento del desierto. Nuestra existencia se agota en muy poco tiempo. Dicen que lo dijo el sabio médico persa Abú Alí ibn Sina, Avicena para los cristianos: mientras me quede un soplo de vida, habrá dos días de los que nunca tendré que preocuparme, el día que está por venir y el día que ya ha pasado. Mis nostalgias serán poesía sin melancolía, descripciones de lo que creo que fui sin desdeñar lo que soy. Los augures me han pronosticado una vida en la que pagaré cara mi independencia, pero sabré flexibilizar mis pensamientos para mantener mis ideas; lo haré a gusto y compondré un poema para probarlo: Una rama de sauce contemplaba los movimientos de su talle. ¡Cuánto se esfuerza la brisa por imitar su gracia sin lograrlo! Me llamo Abu Zab Allah ibn Galib y tengo quince años. Transcurre el año 504 de la Hégira, para los cristianos es el 1166 del nacimiento de su Señor Jesucristo y me parece que es el 4926 de los judíos. Mi padre es sastre y yo lo seré en el futuro. No es, sin embargo, mi verdadera vocación. Me atrae mucho más el conocimiento del ser humano, su naturaleza, las características de su alma, las razones que le llevan a maltratar a los otros o a quererlos y ayudarlos. Ante tanto horror y belleza solo atisbo a ver la posibilidad de hacer poesía, pero por el momento no alcanzo tan alto. ¿Es el alma inmortal?, ¿acaso cuando el hombre muere se transforma adoptando otra forma, como afirmaba Aristóteles?, ¿es el alma el principio del conocimiento?, ¿es el ser humano un animal racional?
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Ante la magnitud de tales preguntas y para encontrar las respuestas adecuadas no me queda más que buscar un mecenas que se ocupe de mi mantenimiento. Pero no, no quiero depender de los poderosos, son ingratos, ruines y mentirosos. Además, soy una persona tímida y retraída. Dicen de mi que tengo gran tendencia al ascetismo y que me planteo lo bueno y lo malo de mis acciones, enjuiciando las de los demás. No soy dado a mentir y tampoco a callar. Prefiero afrontar una situación incómoda discutiendo y argumentando y si aún así sigo incomodado busco rápidamente la puerta del jardín para salir huyendo a refugiarme en mi casa. No estoy predispuesto a las lisonjas, tampoco a las humillaciones. Prefiero mantener la frente alta y la mirada serena. Por eso preveo que seré un poeta que vivirá de su trabajo como sastre, seguiré los pasos de mi padre procurándome el sustento necesario para seguir estudiando y componiendo poemas. Eso es lo que haré, lo tengo decidido, y con el tiempo se hablará de mi como el eminente poeta de Russafa. Muy pronto dejaré de ser Abu ibn Galib para convertirme en ar-Russafí. En estos tiempos la ciudad Valencia experimenta un periodo de relativa calma bajo el gobierno del valí Abu al-Hajjaj, hermano de Muhammad ibn Mardanis, rey de las taifas de Murcia, Denia y Valencia, conocido por los cristianos como el Rey Lobo. Valencia ha perdido muchos habitantes por las constantes conquistas y reconquistas, refriegas y guerras fratricidas. Pero años atrás fue una de las ciudades más importantes del Al-Andalus, llegando a tener muchos miles de habitantes y un imponente Alcazar, el de Al-Russafa, en una de cuyas calles circundantes tiene la casa mi padre. En ella nací y me crié, junto a sus gentes y artesanos. El destino me llevará a tener que salir de Valencia muy pronto, pero siempre estará en mis pensamientos, en mis emociones, en mis versos y en mis poemas. Esto lo sé con tanta seguridad como que el sol sale por el horizonte del al-Bahr al-Mutawasit, el mar intermedio, y se oculta apareciendo durante unos momentos, repletos de eternidad, en el espejo de la al-Buhayra, la Albufera para los cristianos. Tanta belleza y alegrías se alojaron en mi alma cuando era niño y ya nunca saldrán de allí. Embelesado por la belleza de mi ciudad no puedo dejar de pensar: ¡Ay Balansiya!, tanta dulzura en mi boca al pronunciarte, hace que no pueda respirar. Hoy me dirijo hacia la casa de mi amigo Alí ibn Yusuf cruzando la puerta de Bab al-Qaysariya camino del gran zoco. El día está acabando y la brisa mediterránea invade las calles de olor a mar y fragancias primaverales. El jazmín es el rey y Azahara, la flor del naranjo, su reina. De las casas me lle2
gan los olores a especias, trigo, leña quemada y brochetas de cordero, anticipo de las cenas que se están preparando. El padre de mi amigo Yusuf es un rico mercader de la ciudad y hospeda durante unos días al célebre Sharif al-Idrisi. El eminente geógrafo ha llegado procedente de la corte de su mecenas Roger II, rey de Sicilia. Sharif al-Idrisi es conocido en todo el al-Alandalus por el tratado en el que hace una detallada descripción del mundo conocido y por haber realizado un mapamundi de trazos muy precisos, haciendo uso de coordenadas geográficas para la localización de tierras, lugares, montañas, mares y ríos. Mi amigo me ha invitado a la cena y no puedo perder la ocasión de conocer al sabio ceutí. El vigilante de la garita de la entrada apenas se inmutó ante mi presencia y con un gesto cansino me abrió la puerta de la entrada. Me conocía de ocasiones anteriores, en aquella casa se me apreciaba. Al acceder a la sala abierta al jardín en el que se servía el ágape mi mirada se cruzó con la que esbozó el padre de mi amigo, quien me obsequió con una ligera sonrisa de acogida y asentimiento. Yusuf vino hacia mi para después acompañarme al lugar que se me tenía reservado, susurrándome en el camino: – Luego te presentaré al que vienes a conocer– Al percibir mi gesto de contrariedad prosiguió–. No, no te inquietes. Ahora no es el momento, escucha a Sharif al-Idrisi, está hablando del poeta Omar Jayyám, el autor de las Rubaiyat, las cuartetas sobre el disfrute de la vida y el vino. Reclinado sobre grandes almohadones Sharif al-Idrisi se dirigía a su anfitrión, ante la atenta escucha de todos los asistentes. – Hermano mío, hay mucha ignorancia al respecto del gran Omar Jayyám al que se conoce sobre todo por sus poesías, muchos desconocen que fue un excelente matemático. Para presentar la incógnita en su tratado de álgebra dedicado a las ecuaciones cúbicas utilizó el término shay, que significa “la cosa”. Esta palabra se ha traducido al castellano como xay y ha sido progresivamente reemplazada por su primera letra “X”. Ahora los cristianos, ignorantes donde los haya, la empiezan ha utilizar como identificativa de la incógnita, es decir “la cosa desconocida”. Mucha gente lo ignora o considera tal conocimiento de poca enjundia. Sin embargo, dice mucho sobre el autor y los que lo leen. Desprecio la ignorancia de aquellos que se dicen sabios para luego afirmar que no perderán su tiempo descubriendo la verdad de las cosas. Dicen que les basta con su verdad, que el resto no cuenta. Lo tiene bien descrito el filósofo judío Ben Gurno: “Cuando la estupidez abofetea a la inteligencia, la inteligencia tiene derecho a portarse estúpidamente”. 3
Tras la parrafada del insigne geógrafo la cena prosiguió en relativo silencio. Breves conversaciones y exclamaciones de placer ante las viandas y manjares primorosamente servidos por las mujeres de la casa. Quienes, de vez en cuando, se sentaban a disfrutar de la cena entre la aparición de nuevos platos exquisitamente cocinados servidos por criadas y criados. Olores, colores y sabores sintetizaban el sublime sentido gastronómico del al-Andalus. Platos a base de carne de cordero cocinada con vinagre, guisada con mosto y diversas hierbas aromáticas, al modo al-mutabbajar, acompañada de trigo, cebada y otros cereales. También al-marqas, o embutidos, elaborados con carne picada introducida en tripas de cordero, envuelta en su propia grasa y especias. El final de la cena vino acompañado de mazapanes, turrones, alfajores, almojábanas, pastelillos de almendra y miel, arropes y arnadies. Como colofón se sirvieron sorbetes y helados de diferentes sabores a naranja, menta y moras. Los postres se maridaron con un vino de uva alejandrina proveniente de Denia. ¡Excelente!, exclamó Sharif al Idrisi, con regocijo y fruición. El padre de Yusuf sabía que, al igual que ocurriera con Omar Jayyám, el vino era muy apreciado por el sabio geógrafo y aunque no era partidario de contravenir las normas del Profeta, Paz y Bendiciones de Allah sobre Él, creyó que a nadie se le hacía daño concediendo a sus invitados unos momentos de sensual delicia. Mi amigo Yusuf consideró que era el momento oportuno para cogerme de la mano y acercarme al lugar en el que se encontraba el sabio. – Maestro, quiero presentarte a mi amigo Abu Zab Allah ibn Galib. Sharif al-Idrisi fijó su mirada sobre la mía. Su cuidada barba blanca, el costoso turbante que adornaba su cabeza y, sobre todo, sus ojos circundados por las arrugas de la experiencia y la sabiduría me turbaron inmensamente e instintivamente baje la mirada. – ¡Qué haces, muchacho!, no soy más que un viejo, alza la cabeza y dime qué te trae aquí–. Así lo hice de inmediato, le miré directamente mientras el sabio se daba un tiempo escrutando mi rostro. – Bien, observo que aunque eres joven, estás lleno de ideas, inquietudes y emociones que apenas puedes controlar. Es lo natural a tu edad. Con el tiempo comprobarás que hay dos clases de hombres: los que intentan alcanzar sus objetivos y no lo consiguen y los que los alcanzan y no quedan satisfechos. ¿A qué grupo perteneces tú? No sabía qué decir. Me sentí confundido. Reducir lo que es extremadamente complejo a algo tan sencillo me parecía una insensatez. Y no podía 4
atribuir tal característica el autor del Libro de Roger o el Kitab Ruyar. Además, ¿cómo sabía él que las inquietudes y las emociones me atenazaban? Me armé de valor y respondí: – Admirado maestro, no quiero ser irrespetuoso, nada más lejos de mi intención, ¿en qué te basas para hablar sobre mi delante de tanta gente, afirmando lo que nadie sabe y que además puede ser falso? Un murmullo recorrió la estancia, mientras un ligero viento de procedencia desconocida agitaba el gran jazmín que subía entrelazado por las columnas del patio. Mi confusión aumentaba conforma tomaba conciencia de mi arrogancia. ¡Qué había hecho, faltando al respeto a mi amigo, a sus padres y el resto de comensales! Mi soberbia fue compensada por la humildad del sabio, quien vino a mi rescate emitiendo una sonora carcajada que suavizó el ambiente, permitiendo que el resto de la concurrencia se relajara. – ¡Ja, ja!, ya sé algo más de ti. Lo que he dicho son obviedades. La mayor parte de los jóvenes son como tu, no hacen falta demasiados conocimientos para saberlo. Si te hubieras mantenido en silencio poco más podría haber añadido. Ahora sé que no eres dado a mentir, no sabes callar, te gusta discutir y argumentar. Algo muy profundo te incomoda y no te agrada que te rectifiquen en público. ¡Estupendo, muchacho!, en algo nos parecemos. Sigue así, pero te diré algo más, logres lo que logres siempre estarás insatisfecho. Eres un explorador, alguien que busca, encuentra y vuelve a buscar. No supe qué decir y me mantuve en silenció mientras Sharif al-Idrisi se llevaba a la boca un pastelillo de almendras y miel. Lo mascó lentamente, bebió un sorbo de vino y dirigiéndose hacia su anfitrión afirmó. – Hermano mío, tu y yo sabemos que lo importante no es lo que se encuentra sino el camino que se recorre para encontrarlo. El reto no consiste en alcanzar la cúspide sino en el esfuerzo de la subida, las habilidades que hay que poner en marcha, las personas que nos acompañan y las experiencias obtenidas. Los hay tan estúpidos que se afanan en acumular sus éxitos, haciendo largas listas de las montañas que han coronado, pensando que así demuestran ser mejores que los demás. Para otros, los sabios, poco importará lo conseguido si con ello no se aumenta el alma de las cosas, los paisajes, los sufrimientos superados, el afecto de los amigos y los conocimientos adquiridos. El regocijo de ver coronada la cumbre es muy breve y efímero. Sin embargo, el camino del ascenso es la vida misma y el peso de las experiencias que nos hacen ser mejores.
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Se mantuvo en silencio por unos instantes para repetir el ritual anterior cogiendo ahora una almojabana que masticó con deleite para después sorber un poco de vino y tras ello dirigirse a mi y proseguir con su discurso. – ¡Pon cuidado!, Abu Zab Allah ibn Galib, preveo al observar los gestos que has hecho escuchando mis palabras que tienes alma de poeta. No deberías limitarte a compartir con los demás tus emociones escritas habrás de sentir el peso de la vida, recorre tu camino con calma y no te dejes avasallar por los ignorantes. Lo intentarán para apropiarse de tu honestidad y sabiduría. – ¿Cómo puedes saber tanto de mi?, ¿soy realmente como afirmas?, ¿no te estarás equivocando? – Puede que sí o puede que no. Un buen geógrafo además de viajar, situar las ciudades, las rutas principales, las distancias que las separan entre sí y los climas de cada región, también ha de ser un buen conocedor de las costumbres y las personas de cada pueblo. No soy un experto del ánima como lo fue el gran Abú Alí ibn Sina, pero no me resulta demasiado complicado descubrir los pensamientos de un joven inteligente. Tu manifiesta arrogancia dice mucho de ti. Bueno más que arrogancia es... falta de experiencia. Abre los ojos, ibn Galib, ten mucho cuidado. Los sabios y los artistas son sólo los instrumentos que utilizan los poderosos que nos gobiernan para superar su mediocridad. Alcanzados sus objetivos y cuando no les somos útiles, nos abandonan, nos traicionan o nos matan. ¡Que Allah nos proteja! – ¡Glorificado sea Allah! Pero, dime ¿qué es un experto en el ánima? – ¿Conoces la historia que Abú Obeid al-Jozjani relata sobre su maestro Abú Alí ibn Sina? No, veo que no. Te la resumiré. Verás, en sus numerosos avatares por tierras persas ibn Sina se refugió en Gurganj, invitado por su amigo al-Kassan el médico de ibn Magmun II que era el emir de la ciudad. Nada más llegar fue invitado a una recepción a la que asistieron los nobles, sabios y eruditos de la región. El emir consideraba exagerada la gran fama que precedía al autor del Cannon de medicina y el Libro de la curación. Así que en un momento de la recepción lo interpeló de la siguiente manera: – Jeque ibn Sina, todos hablan de ti, de tus grandes hazañas y tus infinitos conocimientos. ¿Por qué debo creerlos?, ¿eres realmente uno de los hombres más sabios del mundo conocido? – La sabiduría de una persona se mide por la ignorancia de los demás–. Respondió ibn Sina, mientras se levantaba e inclinaba ligeramente su cabeza llevando la mano a su corazón. 6
La respuesta no agradó demasiado al emir, quien decidió poner a prueba al médico. – Me gustaría que me probaras esa diferencia que te atribuyes. Dicho esto y sin dejar que ibn Sina hablara o dijera alguna cosa ordenó que trajeran a un enfermo. Al poco tiempo entró en la sala un adolescente vistiendo un sirwal gris, chaleco y turbante negro. Avanzó con paso vacilante hacia el emir. Parecía muy endeble y su rostro reflejaba una palidez enfermiza. – Este es mi sobrino –dijo ibn Magmun– Está muy débil y no hay nada que lo cure y lo saque de su estupor. Desde hace algún tiempo se ha encerrado en un mutismo cada vez más generalizado. Nadie, ningún médico, consigue sacarle una palabra. Tras respirar profundamente para apaciguar su incomodo ibn Sina caminó hacia el muchacho y le hizo tenderse en una de las banquetas revestida de seda. Lo examinó detenidamente sin encontrar ningún síntoma de enfermedad conocida, ni nada que delatara el mutismo del sobrino del emir. Eso sí, le sorprendió el gesto melancólico y de infinita tristeza del adolescente. Le tomó el pulso, nada. Le pidió que abriera la boca, nada encontró. Levantó la vista buscando la de sus colegas médicos, nada dijeron. Entonces el emir habló de nuevo. – En toda Persia, desde Samarcanda a Bujará, desde Bagdad a Gurganj, hasta los tugurios de Sugud, se alaban los grandes méritos de ibn Sina, ¿acaso esas alabanzas son infundadas? – ¡Silencio!, –rogó ibn Sina alzando la voz y sin abandonar la presión sobre la muñeca del muchacho–. ¿Alguien puede repetir las palabras que acaba de pronunciar el emir? – ¿Las palabras, qué palabras? –preguntó al-Kassan, el médico de la corte. – Los nombres de las ciudades, sólo los nombres de las ciudades. – ¿Bujará? – Prosigue – ¿Samarcanda?, ¿Bagdad? Ibn Sina aprobó con la cabeza mientras perecía concentrase en la muñeca del adolescente, cuyos rasgos se habían tensado intensamente. – Sugud... Gurganj... – ¿Dónde esta Sugud? –Preguntó ibn Sina.
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– Cerca de aquí –respondió al-Kassan–, es una pequeña aldea de los alrededores. – ¿Quién es su alcalde? – Salah Hassan ibn Sabbath es su alcalde. – Hacedlo venir de inmediato. El visir pidió la aprobación del emir y cuando la obtuvo salió para realizar las gestiones oportunas. Durante una hora esperaron en incómodo silencio. Apenas unos cuchicheos sin que eso pareciera afectar a ibn Sina. Se mantuvo ausente sin probar bocado de los manjares que se le fueron ofreciendo. Concentrado en la espera su interés no iba más allá de tener la oportunidad de comprobar si su diagnóstico sería el acertado. Cuando el visir anunció la llegada del alcalde, ibn Sina volvió junto al sobrino del emir, tomó de nuevo su muñeca y preguntó al alcalde de la aldea. – ¿Cuánto tiempo hace que eres el alcalde de Sugud? – Unos ocho años, maestro. – Me han dicho que es una aldea muy pequeña. En tal caso debes conocer el nombre de sus calles. – Sí, maestro, es muy fácil, sólo hay cuatro. – ¿Puedes ir citándolas, por favor? – Sí, son... makram... yibal... – Detente, no digas más calles, ¿las puedes repetir? Hazlo lentamente, por favor–. El alcalde hizo lo que se le pidió mientras ibn Sina concentraba todo su interés en la muñeca del adolescente. – ¿Conoces las familias del barrio de makram? Veo que sí. Ves citándolas una a una. – Están los Sahriff, los Halabi, mi propia familia... – Detente. Repite lo que has dicho. Por favor, muy lentamente–. Tras hacerlo el alcalde, ibn Sina sonrió y preguntó de nuevo. – Dime Salah Hassan, ¿tienes hijos? – Sí, un hijo y una hija. – Dime sus nombres. – Omar y Yasmina. Ibn Sina acercó los labios al oído del muchacho y le murmuró unas palabras que nadie pudo oír. Entonces el emir Magmun montó en cólera. – ¿Puedes explicarnos que significa todo este teatro sin sentido? – Sí, puedo hacerlo. Tu sobrino sufre una enfermedad que a todos nos golpea o que nos ha golpeado en algún momento. Una enfermedad que 8
afecta por igual a adolescentes y ancianos, príncipes y mendigos. Es única, porque puede engendrar tanto sufrimiento como felicidad. – ¿De qué enfermedad estás hablando? – De una enfermedad del alma. Del amor, excelencia. Tu sobrino está enamorado de Yasmina, la hija de Salah Hassan, el alcalde de Sugud. En este punto el viejo sabio Sharif A-Idrisi, el célebre geógrafo, interrumpió su relato, buscando la mirada de los asistentes y deteniéndose por un instante en la mía. La historia me había fascinado. ¿Un experto del ánima? Un sabio capaz de detectar los pensamientos humanos siguiendo pautas basadas en la observación, las hipótesis, la deducción y la constatación. Me pareció extraordinario. Me mantuve de pie esperando que Sharif al-Idrisi continuara con su relato. No lo hizo. Volvió a sus pasteles y sorbetes ignorando mi mirada de súplica. Pasado cierto tiempo, compadecido requirió que me sentara a su lado. – Ya ves querido muchacho, sin ser un experto en ánimas ha sido muy fácil leer en tu interior. Dime, ¿he acertado cuando te he dicho que tienes alma de poeta? – Sí, maestro has acertado. Pero lo que a mi me interesa saber es si acertó ibn Sina. – Lo hizo. Cuando el emir escandalizado quiso despedirlo de su corte, el sobrino del soberano comenzó a hablar proclamando a voz en grito su amor por Yasmina. Ya ves, no hubo que utilizar ni yerbas ni elixires, bastaron las palabras, la deducción y la sabiduría de ibn Sina. Así que, amigo mío, créeme tu tienes alma de poeta, lo sé muy bien. Cuida de tu arrogancia y no te dejes avasallar por los poderosos. Por eso te aconsejo que practiques una profesión que te permita satisfacer tus necesidades más vitales, así serás siempre libre para componer tus poemas, ayudando, además, a sanar muchos de los males del ánima. Con esta última frase al-Idrisi dio a entender que nada más tenía que decirme. Esbozó una amable sonrisa, cambio de postura en los cojines y dirigió la atención hacia su anfitrión. Me quedé sentado unos instantes, después me levanté y llevando la mano a mi corazón, la subí para tocar mis labios y la subí un poco más para tocar mi frente mientras decía: – Que Allāh esté contigo, maestro, te lo deseo de corazón, palabra y pensamiento. – Insha'Allah, querido poeta–. Fue mucho más una fórmula de cortesía que una verdadera despedida. al-Idrisi había dejado de interesarse por mis 9
tribulaciones y proseguía su degustación de postres y sorbetes hablando distendidamente con el rico mercader. Me senté al lado de Yusuf, quien apenas me hizo caso. Conversaba animadamente con algunos de los comensales, lo que posibilitó que me ensimismara en mis pensamientos. Reclinado entre almohadones y cojines intuí la importancia de aquella noche. al-Idrisi, sin apenas conocerme, había puesto ante mí dos posibilidades, dos alternativas y dos decisiones. Lo tuve claro de inmediato, sería poeta. No podía ser un sanador de almas. Dedicarme a tal oficio en los tiempos que corrían podría ser muy peligroso. Ya se dedicaban a ello los imanes, los rabinos y los curas. Aunque he de decir que no lo hacían como yo lo hubiera hecho. Los fundamentalistas religiosos se preocupan de la salvación de las almas. Un sanador de ánimas, debe ser un sabio preocupado por atenuar la tristeza, la melancolía, el desamor, la desesperación, la angustia y el desasosiego de la gente. Observando, analizando y comprobando la mejor manera de reducir el dolor o para mejorar su independencia. Puede que tras muchos años y en un mundo diferente este oficio tenga un lugar en el mundo y que sean muchos los que se ocupen de mejorar los pensamientos y las emociones de las personas. Yo seré poeta, acunado por el tintineo de un río, acariciando las caderas de una mujer, emocionado ante la mirada de un amigo, exaltado ante la belleza de un atardecer de la Albufera, enternecido por el ramaje de un sauce llorón que parece buscar el agua, turbado por la magnitud de la naturaleza, sorprendido por la magnificencia de las olas levantando espuma ingrávida al chocar contra las rocas, deleitándome con la degustación de unos pastelillos de almendra acompañados del buen vino de Denia, sintiendo el peso del dolor y la alegría o, sencillamente, viendo llorar o reír a la Luna. En Valencia, cerca de Benimaclet, L´Horta Nord, agosto de 2014. Ismael Quintanilla Pardo ismael.quintanilla@uv.es
El encuentro entre Sharif al Idrisi y ar-Russafí pudo haber ocurrido, aunque es muy poco probable. Que esto sucediera es pura invención. Sin embargo, el relato que el geógrafo utiliza para explicarle al joven ar-Russafí el proceder de un sanador de almas puede ser cierto. Aparece en la biografía que Abú Obeid al-Jozjani escribió sobre su maestro el gran Avicena. al-Jozjani acompañó a este precursor de la medicina moderna durante la mayor parte de su ajetreada vida. Lo que reflexiona ar-Russafí a este respecto es fruto del 10
interés que siempre he tenido por encontrar referencias históricas de ciertas prácticas que pudieran interpretarse como psicológicas, muchos años antes de que esta disciplina se convirtiera en una ciencia hacia finales del siglo XIX. Podéis creerme, estas manifestaciones históricas son muy numerosas. Pocos años más tarde de que ocurriera lo que se relata en el cuento que acabáis de leer aquel muchacho se convirtió en ar-Russafí, el poeta de Russafa. Desconocemos las razones por las que se tuvo que ir de Valencia. Sabemos que vivió la mayor parte de su vida en Málaga y que murió muy joven. Nunca se casó y siguió los pasos de su padre como sastre de arreglos. Oficio que le permitió prescindir de los mecenas y ganarse la vida sin tener que componer poesías lisonjeras para con los poderosos. De lo cual se mostraba muy orgulloso. ar-Russafí ha sido considerado como el mejor poeta de su tiempo y siempre añoró su Valencia natal: “Esa esmeralda por la que corre ese río de perlas”. Menos mal que no llegó a tiempo de ver en lo que se convertiría por los manejos de los poderosos. En cualquier caso, le agradezco profundamente que me haya hecho sentir por mi ciudad lo que él tan admirablemente supo describir. Así es Valencia, donde hubo siempre queda.
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