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LA IMAGINACIÓN AL PODER O EL PODER DE UN PUEBLO QUE IMAGINA por Fede Viola

Vivimos en una época de vacío de significado. O más bien, en una época de significantes vacíos, de símbolos vacuos que ya no refieren a nada. Este vacío de época, sin embargo, no es ni bueno ni malo. Pues la realidad es lo que es y, en cuanto tal, no puede ser objeto ni de pesimismo ni de optimismo. No se cancela necesariamente toda esperanza. Se trata de una situación que desafía la creatividad de cada uno de nosotros como sociedad.

Este agujero de sentido en nuestra historia contemporánea nos ofrece tanto una oportunidad, así como nos plantea un desafío. Uno negativo, en cuanto la ausencia de sentido implica desorientación, confusión, angustia, etc. Pero tiene también un aspecto positivo ya que abre un espacio despejado para la construcción imaginaria de sentidos nuevos y superadores que puedan servirnos de criterios de orientación frente a la crisis actual.

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Por lo tanto, es imperioso que la imaginación vuelva al poder. Como reclamaba la gente en las calles en el mayo del 68, como nos pedía John Lennon a principios de los setenta con Imagine. Es que las épocas difíciles, con sus revoluciones y movimientos sociales, siempre llevan el sello de lo imaginario.

La crisis actual de nuestra sociedad, local y global consiste precisamente en la merma, cuando no, en la absoluta ausencia de creatividad para imaginar formas nuevas, alternativas de vivir con sentido que nos lleven más allá de la precaria situación en la que nos encontramos.

Como consecuencia lo nuevo no puede nacer, los cambios se hacen esperar demasiado. Y nuestra búsqueda de sentido queda insatisfecha. Porque, como afirmaba Hannah Arendt, la razón humana no aspira a la verdad sino al sentido. Y la verdad y el sentido no son en absoluto lo mismo.

Tanto para Cornelius Castoriadis como para Yuval Harari, el historiador israelí mimado en Silicon Valley, el animal humano no está determinado en absoluto, ni por su biología, ni por sus circunstancias. De manera que, ambos coinciden en esto, todo colectivo humano, toda comunidad, todo pueblo, imagina sus instituciones, su propia forma de organización. Al fin de cuentas su forma peculiar de ser. Es decir que la especie humana se imagina y se crea a sí misma. No se trata, insisten ambos pensadores, de una mera característica que distingue a algunos colectivos humanos de otros. Se trata del rasgo distintivo de lo humano en cuanto tal. Pero el humano puede imaginar también su perdición, su destrucción, su ruina. La imaginación es la fuerza que puede salvarlo o destruirlo. Porque la capacidad creativa imaginaria puede ser autónoma y responsable o puede ser alienante, negligente y deshumanizante. En todos los casos, la disminución en la capacidad creativa no es la merma de una mera capacidad mental, sino que constituye la merma de aquello mismo que nos hace humanos. Al disminuir la creatividad y la imaginación no disminuye, por lo tanto, la perspicacia del espécimen humano sino el nivel mismo de humanidad que lo hace ser tal, y el individuo termina alienándose a mitos políticos, científicos, religiosos, o de cualquier índole.

El animal humano es el único espécimen cuyo modo de ser es imaginario. Esto pone en juego no sólo la capacidad creativa del homo sapiens, sino que también se juega a la vez y en última instancia su responsabilidad.

Platón echó a los poetas de la ciudad y los condenó al ostracismo porque la imaginación de sus creaciones eran una duplicación de la realidad de las ideas que no podían ni debían ser distorsionadas. Hoy sabemos que no hay mundo ideal más allá del que tenemos. Y el mundo real en el que vivimos es único. Es nuestra responsabilidad como sociedad, como pueblo, imaginar no en el sentido de reproducir imágenes de una utopía inalcanzable, sino en el sentido de crear una realidad efectivamente mejor, sustentable, que posibilite una buena vida para toda especie animal, empezando por la nuestra. Esa es nuestra tarea genuinamente política como músicos, poetas, artistas, innovadores, empresarios… Nos cabe la tremenda responsabilidad y el hermoso desafío de aportar creatividad imaginaria para construir una forma de convivencia social mucho mejor para que valga la pena ser vivida.

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