Melodrama Luis Zapata
Melodrama
Producciones Caimito
Colección THÉLEMA
Melodrama Luis Zapata
Editor: Sergio Rodríguez Diseño de la colección: Benito López Martínez Formación: Ricardo Castillo Fotgrafía de portada: 2 (2007), Sebastián Freire (www.sebastianfreire.com.ar) Distribución mundial Luis Zapata/ Melodrama Primera edición: 1983 Primera edición en esta colección: 2008 D.R. © 2008, Luis Zapata Quiroz D.R. © 2008, de la presente edición en español para todo el mundo:
Quimera ediciones Versalles 65, mezanine, Juárez, 06600, Cuauhtémoc, México. Tel.. 10 54 32 14 quimera@anodis.com ISBN: 978-970-95563-4-6 Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler, el almacenamiento o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa por escrito de los titulares de los derechos reservados. Impreso y hecho en México/ Printed and made in Mexico
Para Jaime Humberto Hermosillo Para MartĂn Zapata
«Sí, Queta, está todo muy caro, hasta la felicidad.» De la película mexicana Si fuera una cualquiera.
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La pantalla se ilumina poco a poco y nos descubrimos en el interior de una gran residencia. Casi es de día. Sus habitantes aún duermen. No estamos en una casa común y corriente en la que el arreglo matutino se manifieste como una necesidad imperiosa. Todos los días es aseada quizá más de una vez. Los muebles permanecen en el lugar señalado de antemano. Van a dar las seis de la mañana y se diría que el silencio es absoluto, de no ser por el rumor lejanísimo de uno que otro coche, apagado por los dobles cristales de la sala. Grandes cortinas, cortinas por todas partes. Si no pareciera exagerado, afirmaríamos que nos paseamos por las páginas de una revista de decoración de interiores. Un enorme vestíbulo separa y conecta a la vez la puerta de entrada con el comedor y la sala. Imponentes columnas de mármol soportan imponentes macetas con plantas. Ningún otro objeto impide, o distrae, la vista de la monumental escalera en abanico. Un asiduo espectador de películas mexicanas la reconocería inmediatamente y celebraría en su jubiloso fuero interno su aparición. En este relato siempre estará presente: todas las secuencias en el interior de la casa, cuando no la tengan por fondo, se iniciarán o terminarán en ella. Ahora vemos a los protagonistas de nuestra historia: los miembros de una familia adinerada como hay tantas, pero en cuyo seno no dejan de desarrollarse dramas a veces insospechados. Tanto el hijo como el padre y la madre ocupan cuartos separados. Entramos primero al dormitorio del hijo y descubrimos a un joven en cuyo rostro duerme plácidamente la inocencia. Su cuarto ostenta una modernidad que, sin embargo, no violenta los límites del buen gusto: los pósters colocados en las paredes, por ejemplo, respetan las severas leyes de la simetría. El tono azul predomina. El aspecto general de la habitación concuerda
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con la expresión de serenidad del joven. Un detalle acaso discordante: al pie de la cama, su ropa: sus pantalones de mezclilla deslavada, su playera con algún dibujo, sus tenis un poco gastados, sus trusas hechas bola. Pasamos ahora al cuarto del padre, un hombre de cerca de sesenta años que ronca un tanto estruendosamente, lo que nos hace preguntarnos si la separación de lechos del matrimonio fue a instancias de la mujer, de sueño nervioso y ligero, de frecuentes insomnios. Poco vemos (entre la penumbra y las sábanas que cubren la mitad) de su faz, como poco lo veremos desfilar por estas páginas. En raras ocasiones tendrá oportunidad de hablar; no obstante, parecería que no le hace falta, o que prácticamente no tiene nada que decir. En este cuarto el orden reina: ningún objeto de menos, ningún objeto de más, o fuera de su sitio. Lo necesario para pasar la noche con comodidad, incluso para el más exigente, y basta. La recámara siguiente da la impresión de una mayor autocomplacencia de quien la ocupa, de un mayor afán de autoprotección: abundancia de cojines, las alfombras son más gruesas, el radio que iluminan las lámparas más amplio y su luz más tenue, etcétera. El cuarto posee un carácter afelpado, valga el adjetivo, y es notoriamente más grande: enormes clósets llenos de vestidos, zapatos, bolsas de mano y otros accesorios (en su tiempo, sombreros). Un delicado olor a perfume invade la habitación. La mujer duerme intranquila: posa la mano sobre el pecho cubierto por un camisón rosado, la quita, la mete entre las sábanas, se cubre, abre los ojos un segundo y cambia de posición. A su alcance, sobre un buró, descansan (y no se trata de una licencia: la actividad a la que son sometidos es muy intensa) varios frascos de medicina. Pronto despertará. Otro miembro de la familia, que ya no reside en esta casa y veremos sólo en una ocasión, es la hermana mayor, ya casada.
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El preludio de esta historia termina, y se inicia la historia propiamente dicha en estos términos: La primera pastilla para soportar la embestida del sol a través de los cristales. La realidad se impone por medio del reflejo amarillento en la ventana que da hacia el oriente. Esa pastilla le permitirá olvidar que su sueño fue alterado por pesadillas que no recuerda y atenuará la angustia siempre presente. Al cabo de veinte minutos, le producirá una sensación de relajamiento que la acompañará durante algunas horas. También le permitirá reducir un poco el rencor hacia su marido, el odio que experimenta cada día al verlo salir a su despacho, al verlo regresar para instalarse en un sillón de la sala a leer durante el resto de la tarde y buena parte de la noche. Logrará permanecer insensible ante la indiferencia de su hijo y acallar los murmullos incesantes en su cabeza, el temblor de manos, el extremo cansancio. Pero este día será diferente. No lo sabe, claro; ni siquiera lo presiente. De lo contrario, tal vez habría doblado la dosis, aunque hubiera tenido que permanecer un rato más en la cama. En realidad, no tiene la certeza de no haberlo hecho; seguramente volvió a dormir un rato; por eso ya no ve a su marido en la casa. Su hijo, en cambio, ya está levantado y llama por teléfono desde la sala. Cree que se siente un poco mejor; lo comprueba al bajar la escalera: las piernas no le duelen tanto, su paso es más firme, el suelo menos blando que de costumbre. Incluso la anima cierto valor. Se encamina hacia el lugar donde se encuentra su hijo, a quien ya hemos observado en su recámara, sólo que ahora su aspecto es distinto: se ve mucho más alto y fuerte, la expresión de inocencia casi desaparece por momentos; hasta se diría que su mirada, al escuchar ciertas frases de su interlocutor, es maliciosa. Suponemos que es un deportista asiduo (¿lleva unos shorts?, ¿o se apoya, como si fuera un bastón, en una raqueta de tenis?)
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Equidistante
de las películas y (tele) (radio) novelas rosas, y un poco también de los cuentos de hadas; homenaje crítico a esos géneros de ensoñación sentimental y al mismo tiempo parodia cómplice y regocijada de ellos, Melodrama (1983), de Luis Zapata, narra los sueños, peripecias, laberintos y avatares de dos muchachos gays -Álex y Áxel- en el juego de serpientes y escaleras de un amor de folletón, con detectives y todo. La ironía, el regocijo verbal y sentimental, el paisaje de las costumbres mexicanas, la tradición de las artes sentimentales (canciones, películas, novelas) se conjugan en uno de los relatos más audaces y regocijados de la narrativa mexicana, que ahora, en la pluma maestra de Luis Zapata, se atreve incluso a reivindicar un género al que se creía demasiado popular, modosito e inofensivo. Aunque muchas veces producto de un sesgo estético y emotivo gay, pero generalmente travestido en roles heterosexuales fijos, el latinoamericanísimo género cumbre del “melodrama”, enrevesa en esta novela su relojería para celebrar a estos novios gay que, en la búsqueda del Santo Grial de Todo-su-amor, recorren casilla a casilla el escabroso tablero sentimental, desbordantes de entusiasmo y plenitud vital, hasta un lance de dados que no abolirá el final feliz.
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