Paso del macho

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Paso del macho Juan Carlos Bautista

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Paso del macho Fรกbula tropical

El chacal ilustrado


Colección THÉLEMA


Paso del macho Fรกbula tropical

Juan Carlos Bautista


Diseño de la colección: Benito López Martínez Ilustración de portada: Alfredo Matus Distribución mundial

Paso del macho/ Juan Carlos Bautista Primera edición: febrero de 2011 D.R. © 2011, Juan Carlos Bautista Martínez D.R. © 2011, de la presente edición en español para todo el mundo: Sergio José Rodríguez Téllez, editor (Quimera ediciones) Cobre 181, 15220, Venustiano Carranza, México. Tel.: 57 89 08 23 quimera.eds@gmail.com www.quimeraeds.blogspot.com ISBN: 978–607–00–4173-0 Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler, el almacenamiento o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa por escrito de los titulares de los derechos reservados. Impreso y hecho en México / Printed and made in Mexico


Para Víctor Jaramillo, jarocho súbito, tovador de veras Para Tania Christopher, caníbal cristianizada



Primera parte

Fue a la Gallina, vieja y pobre, loca necesitada, la más fea de todo Veracruz, a quien le tocó la gracia de atestiguar la aparición del divino mayate. Lo vio bajar del barco La Perseverancia, que esa misma mañana había atracado en Paso del Macho, una embarcación de banderas desgarradas y colores insolados, y encaminarse luego por el malecón, perdido, aturdido quizá, aplastadas las espaldas bajo el sol brutal, sofocado entre la pestilencia del pescado putrefacto y la plaga voraz de las gaviotas; lo miró caminar sin rumbo, meterse sin ganas en el pueblo, adentrarse en sus calles polvosas, tan bello él, tan carilindo, tan animal, tan duro, con esos contornos y esas manotas y ese caminar displicente, ese caminar, ay, ese su movimiento, musitó la loca cuando el sol le pegaba al muchacho en las pestañas, ay, susurró con dolor cuando movió su culo, un culo grande pero apretado de buen macho, ay, su culo de estatua atacada por el calor, repasada por la lengua del bochorno, ay, exclamó la loca cuando el muchacho se pasó la mano por la nuca mojada y la sal casi le quema las yemas, su nuca como un mástil, su nuca donde una algodonosa nube de mosquitos le bebían gota a gota el sudor, ay, su nuca, gritó la loca en franco desespero cuando el muchacho se agarró el bulto al descuido, como para fijar el rumbo, como para anclar el cuerpo, y de nuevo le echó un ojo al puerto al que llegaba, tan mísero, de colores tan putescos, como un mango pudriéndose en el lodo, tan alejado de todo, tan mugriento, aburrido el marinero, mientras que a la Gallina le sucedía una erección monstruosa, un tótem de putería, una turbulencia de sangre que le inflamaba los pantalones, la tela blanca hinchada como un velamen, la verga levantándose como animal bajo el llamado, la jota bajo intenso frenesí, abriendo los ojos con gesto de descreída a quien

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dios se le aparece, maldita renegada, resurrecta, volviéndose a la vida bajo el calor y el sol chingativo, aplastada por el tedio, prófuga de esos años de mierda que ahora se esfumaban bajo una certeza: el recién llegado era el mismísimo Chacal de Oro, también llamado el Divino Mayate, que cruzaba las conversaciones de la gente como una imagen imprecisa, animaba el chismorreo, hacía susurrar a las mujeres en las cocinas y en los bailes, ruborizaba a las niñas como una majadería y el mismo que ponía a discutir al macherío en las piqueras. ¿Bueno como un santo? ¿Héroe o sicario? ¿Negro, albino, mulato? ¿Prófugo? ¿Asesino? La Gallina lo sabía ahora: era un muchacho de unos veinte años, prieto, con el pecho lustroso y tenso, el pelo chinito, los brazos torneados en las faenas del mar, más lindo que la estatua del Niño Héroe de la Plaza de Armas (más estatuario, más heroico), con cara de pómulos indios, labios de negro y nariz torcida de marinero. La Gallina tuvo la urgencia de contar lo avistado, de comunicar la aparición, la buena nueva... pero ¿a quién? El pueblo entero dormitaba la hora de la siesta y parecía más claramente lo que era: un pueblo espantoso y calcinado, aburridísimo, de gente mezquina y cruel. Y además ella era sola, un choto acabado del que todos huían como de la peste, que servía para la risa general y la mirada suspicaz. Cebo de habladurías. Nadie le iba a creer, a ella, la Tísica. A ella, la Hética. Joto sin carnes, válgame la desgracia. Se quedó varada, la pobrecita, de una pieza, aterida ante esa infranqueable orfandad. La única con la que podía ir, pensó de pronto, era Tania Christopher, que la odiaba, que le había dejado de hablar; con Tania, que era una maldita.

–Mira, pinche Gallina hijaeputa –le advirtió Tania Christopher, que la escuchó impaciente, pero que empezó a pestañear por las puntuales descripciones–, nomás sea otra de tus mamadas, otro de tus cuentitos, ¿eh? Nomás sea una de tus pendejadas y te meto una chinga, ¿lo oíste?

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–Te lo juro, Tania. Yo lo vi con estos ojos. Era él –contestó, atropellándose–. Tiene unas piernas retostadas que son unos troncos de palo mulato, unas piernotas de caballo cimarrón, un poco curvas, peladas de las rodillas, de los nudos, rojo de las puntas, prieto, chula, dije prieto brilloso, de esos que te llenan el ojo de rabia y de dulzura, fuerte el cabrón, ah, con los brazos que le brillan de la hinchazón, tiene la espalda como una plaza que termina en una cinturita bárbara, ajustadita, un cabrón que camina como si los güevos le estorbaran, echándolos pa enfrente, es como si la verga lo arrastrara, como un caballo tira de una carroza de carnaval, y él atrás como un rey, como si la verga lo arrastrara, te digo,o como si la verga fuera delante, a paso de ganso, anunciándolo con trompetas. Yo lo vi, Tania, y casi caigo muerta. Muerta muertísima. Echaba yo espuma de la boca y del culo, mi reina. Mi cuerpo comenzó a zangolotearse; creí que me deshacía. Es un animalón de no creerse, te lo digo yo. Todo el loquerío se va a morir cuando lo vea pasar. El Santo Niño nos ampare. Tienes que verlo para que mueras tú también. Te vas a morir, Tania. Tania Christopher entornó la mirada. Tuvo un pensamiento rápido que le hizo arrugar la nariz y toser nerviosa. Miró a la Gallina sin acabar de resolverse. ¿Era cierto lo que contaba? ¿Y qué más daba? La Gallina sabía, además, que no podía arriesgarse a tomarle el pelo. A ella, Tania Christopher. Fue al espejo a retocarse las cejas y se cubrió los párpados con un polvo de estrellas y diamantes. «Vamos», dijo. Abrió la puerta y el mediodía rabioso le hizo volver el rostro, cubrirse la cara, como si de nomás abrir la puerta, el sol la recibiera a bofetadas. El sol alucinante y su hornada de fuego. La Gallina le señaló el camino y se fueron presurosas rumbo al malecón. Recorrieron la calle Benemérito, vacía a esa hora, llena de basuras, cáscaras y deshuese de pescado, deslizándose de una sombra a la otra para no caer sofocadas, y tomaron un respiro al pie del viejo faro. La calle estaba caliente como piedras en la lumbre y hacía que el paisaje, tembloroso, pareciera un espejismo. Las palmeras se habían quedado quietas bajo el sol, perdidas de pronto. Todo lo que podía verse a un lado era la enorme laguna negra y al fondo el puente que cruzaba la boca del

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uando Ulises, un joven marinero que en el nombre lleva la poderosa carga mitológica, llega a un pueblo veracruzano, Paso del Macho, no se imagina que trae consigo la peor de las catástrofes; también junto con él hará su arribo triunfal la Muerte, alegre y funesta. En ese peculiar pueblo veracruzano, donde pronto se desatarán las furias del mar, Tania Christopher, la hacendosa Gallina, la Dama del Beso Negro, la Triste Aurora y toda una caterva de locas pintorescas defenderán a Ulises de caer en las temibles garras de la Culomacho, única sobreviviente de una antigua estirpe de antropófagos. El carnaval está próximo y será la fecha ideal no sólo para los festines de la carne y de todos los humores, sino sobre todo para el Día del Juicio Final, el Día D en esa Sodoma tropical; no lloverá fuego, el agua será la provocadora del Gran Apocalipstick. En la línea de la mejor prosa barroca de Severo Sarduy, Manuel Puig, Pedro Lemebel y Joaquín Hurtado, y con ciertas dosis paródicas de realismo mágico, Juan Carlos Bautista (Tonalá, Chiapas, 1964) construye la apocalíptica historia de Paso del Macho, su primera y esperada novela que lo confirma como una de las plumas más sólidas de la actual literatura mexicana.

P. V. P. $85.00 pesos

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