La historia de siempre
Colección THÉLEMA
La historia de siempre Luis Zapata
Este libro fue escrito con el apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Arte, SNCA. Diseño de la colección: Formación: Fotografía de portada:
Benito López Martínez Ricardo Castillo Reflejos y puentes (2006), Sebastián Freire (www.sebastianfreire.com.ar)
Distribución mundial Luis Zapata / La historia de siempre Primera edición: agosto de 2007 D.R. © 2007, Luis Zapata Quiroz D.R. © 2007, de la presente edición en español para todo el mundo: Quimera ediciones Versalles 65, mezanine, Juárez, 06600, Cuauhtémoc, México. Tel: 10 54 32 14 quimera@anodis.com ISBN: 978-970-95563-1-5 Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler, el almacenamiento o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa por escrito de los titulares de los derechos reservados. Impreso y hecho en México / Printed and made in Mexico
«Tristeza não tem fim/ Felicidade sim/ A felicidade é como a gota/ De orvalho numa pétala de flor/ Brilha tranquila/ Depois de leve oscila/ E cai como uma lágrima de amor.» Vinicius de Moraes: «A felicidade»
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a novela, si de eso se trata, comienza de la manera más convencional que te puedas imaginar: con la presentación del protagonista y la ubicación espacio-temporal de la historia, no sin antes dejar establecido el tono y el narrador, e insinuar discretamente, como toda insinuación, la poderosísima presencia del narratario. El protagonista se llama Armando, y vive en una casita de la colonia Condesa con su amigo, si de eso se trata, Bernardo. ¿Qué hace el primero? Da vueltas en la cama; no se resigna a levantarse; comprueba que tiene una erección, lo que le parece un tanto curioso, pues la noche anterior cogió con Bernardo. Aún recuerda el sueño, o las imágenes en duermevela que lo excitaron y que nada tienen que ver con Bernardo: el abrazo de un amigo heterosexual, si de eso se trata, que antes no le había resultado atractivo. Sólo en ese momento se da cuenta de que en realidad le gusta, y mucho. Se abrazan, se tocan, de una manera casi inocente; el amigo le acaricia la mejilla; Armando recarga la cabeza en su brazo musculoso, y mete la mano por la parte interna, cálida del brazo; lo besa en el hombro desnudo, en el cuello; aprieta su brazo, le da pequeñas mordidas; acaricia sus tetillas. Descubre que el amigo está excitado. Se apodera de su sexo en erección, más grande y más duro de lo que habría podido imaginar. Armando vuelve a pensar, mientras recuerda o elabora estas imágenes, que es curioso que esté tan excitado, si apenas la noche anterior cogió con Bernardo. Pero se dice que el deseo sexual debe ser como el apetito, que, aseguran los franceses, «vient en mangeant». El deseo viene cogiendo, surge de la repetición, del ejercicio... Porque
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a veces sucede, precisa Armando, que por alguna razón deja uno de coger: exceso de chamba, algún malestar, tensiones en el trabajo, lo que se quiera. Deja uno de coger, deja uno de masturbarse, y al rato ni quien se acuerde del sexo. Y así pueden pasar cinco días, una semana, dos, y la necesidad, si de eso se trata, brilla por su ausencia. Pero basta con reiniciar el ciclo, ya sea de manera fortuita o deliberada, con una imagen del cine, con cierta mirada en la calle, cierta sonrisa en el trabajo, o la simple fotografía de un deportista casi desnudo en el periódico, para que vuelva el deseo con su consabido aguijón y las cosas de nuevo cambien, quién sabe si para bien o para mal. Bueno, eso es lo que piensa Armando. ¿Y Bernardo, qué hace mientras tanto? Prepara el desayuno y el té negro que, de manera casi fanática, toma todos los días varias veces. En unos momentos tendrá que salir de la casa. ¿A dónde? ¿Para hacer qué? No seas impaciente, lector: lo sabrás a su debido momento. Además, no es tan importante su actividad para esta historia: quizás únicamente al final adquiera cierta relevancia. Y fíjate bien que dije «quizás», lo que significa, en última instancia, que cualquiera podría reaccionar como reaccionará Bernardo, cualquiera que se sienta herido o amenazado. O quizás su profesión es importante sólo por el efecto que causa en el ánimo de Armando. En cualquier caso, no comas ansias. Por otra parte, Bernardo no es, ni por asomo, el protagonista de esta historia, si de eso se trata. Volvamos, pues, con Armando, que se levanta, ante los insistentes gritos de Bernardo, quien le dice que el desayuno ya está listo y que se les va a hacer tarde, cosas ambas que no guardan relación entre sí, aunque el subtexto de lo que grita Bernardo tiene un carácter más imperativo: que se apure y baje ya a desayunar, porque, de lo contrario, se les va a hacer tarde. ¿No se baña Armando al levantarse, como tantos de sus connacionales que viven en grandes urbes y muchos otros protagonistas de películas y relatos? Sí, pero antes hace lo que muchos otros protagonistas no: se sienta en la taza del excusado, y organiza su día.
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Los gritos de Bernardo, apagados por el rumor del agua, ahora van acompañados de toquidos. Armando se irrita un poco: odia que lo presionen, como todos. Opta por no contestarle ni prestarle demasiada atención: abre más las llaves de la regadera, aun a costa de perder la temperatura que con tanto trabajo había logrado equilibrar: se quema, se enfría, pero deja de oír a Bernardo, quizá también porque éste desiste, y se relaja.
Su historia, piensa Armando, es la misma de siempre: un amor apacible, sin borrascas ni paroxismos, y algunos desengaños, que el vulgo llama frentazos. Fuera de eso, algún fracaso menor (¿quién está a salvo?), algún éxito relativo (¿los hay de otra índole?), varias pérdidas (¿quién las evita?). Por lo menos así ha sido hasta ahora. Pero... O lo que es lo mismo: Si alguien la ve desde fuera, dirá que la relación de Armando y Bernardo no podría ir mejor. Tú también, lector, pensarías lo mismo: se quieren, se respetan, hay cosas en las que tienen mucha afinidad, llevan una vida sexual satisfactoria, se divierten juntos, parecen tenerse confianza y contar el uno con el otro. Sin embargo, ¿por qué vive Armando en esa permanente, aunque benigna, insatisfacción? Como la Bovary, como las amantes prostituidas de las películas mexicanas, se diría que no tiene llenadero.
Se podría autodefinir, si de eso se tratara, como enamoradizo, más como sustantivo que como adjetivo, para poderle añadir un matiz: hipotético. Sería, pues, un enamoradizo hipotético, ya que sus enamoramientos no alcanzan la consumación. La principal razón es que no quisiera actuar como no le gustaría que actuara Bernardo. Además, siendo Bernardo un firme creyente de la compensación, del ojo por ojo, o de las leyes kármicas, si Armando lo «traicionara», se lo haría pagar tarde o temprano, así fuera sólo para ver sus creencias confirmadas.
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