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Semblanza. Javier González Luna: arqueología de un ser

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Urna de la memoria

Urna de la memoria

Agradecemos el apoyo permanente de nuestro alcalde Daniel Bernal Montealegre, quien orgullosamente presenta esta iniciativa a nivel nacional y nos ha acompañado en grandes tragaluces de visibilidad, como, por ejemplo, la pasada Feria Internacional del libro de Bogotá, en donde presentamos por primera vez los dos números anteriores de esta revista. También queremos agradecer al maestro Juan David Barbosa Silva, director del Centro Cultural Bacatá, por motivarnos siempre a mantener este proyecto pedagógico y artístico con la mejor calidad, dejando en alto el nombre de los artistas de la literatura en el municipio. Del mismo modo deseo extender el agradecimiento a los dos coordinadores más que conforman este proyecto común: el coordinador del PMLEO, Víctor Manuel Mejía Ángel, quien desde su rol de editor principal de las antologías que también promueven la lectura de nuestros escritores y productos de la escuela, aporta al reconocimiento de la labor de nuestros docentes y estudiantes. Finalmente manifiesto mis agradecimientos al director del Biblioparque Marqués de San Jorge, Jorge Valbuena Montoya, cómplice de iniciativas literarias, quién además dirige el Taller de poesía avanzado de nuestra escuela.

Sean bienvenidos y bienvenidas a este Anaquel de equilibrios. Llega a nosotros la palabra y, como en tiempos antiguos, el orador orgulloso, quien es observado mientras se sienta en el mejor lugar frente al fuego, dibuja sobre él una línea alta, cuerda firme sobre la que recompone su postura, aspira con valentía y expira mientras da el paso.

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Javier González Luna: arqueología de un ser

Jorge Valbuena Montoya

• Director Biblioparque Marqués de San Jorge

Sabido es que la poesía no tiene un tiempo definido, una fórmula, una misma razón sentimental que la defina y compruebe la exactitud de sus filamentos de asombro, esa es una de sus más valiosas virtudes. Así también, sus creadores tejen vidas arremolinadas entre bosques filosóficos que desembocan en vidas memorables, indefinibles, inconclusas, algunos siguen escribiendo hallazgos después de su partida, nuevas arqueologías del ser en cada partitura dejada en sus escritos. Así es la vida y la obra de Javier González Luna, poeta cundinamarqués, autor de una obra infinita, en el mejor sentido de la palabra, infinita en su constante descubrimiento.

Suele llegarse a él por los lectores, por las anécdotas y la mística que dejó entre quienes lo conocieron. Lo recuerdan hecho de ironías y sabios apuntes, filósofo de la cotidianidad y los instantes eternos, solitario y caminante, siempre buscando algo adentro de sí, en la mina de su lenguaje y su vocación de Orfeo. En el municipio de Facatativá, donde nació en 1954, lo recuerdan sus contertulios como un “filósofo siempre yendo más lejos y profundo en el bosque de sus ideas”. Sus poemas hacen eco en esta apreciación, son un universo de pulsaciones humanas y divinas: “Anhelo de ver llegar el día/ en que los artificios del barroco/ estallen y se dispersen en el aire”, dice el inicio de su Arte poética.

Inició su recorrido académico en los entornos de la psicología, quizá consciente de la importancia de conocer aquel “bosque de ideas” desde una de sus ramas. Se graduó de la Universidad Nacional de Colombia y continuó su camino en París, donde recibió su doctorado en literatura de la Universidad de La Sorbona, allí vivió entre 1982 y 1992, una década que sirvió para conocer a profundidad no solo la literatura a flor de piel y la poesía trepidante de la ciudad de la luz, sino la filosofía y sus meandros más certeros y ocultos. Leer El linaje de Orfeo, poesía y modernidad, su gran obra ensayística, es dialogar con los orígenes de la lírica en los senderos más entrañables de los dos continentes, rondar la filosofía desde sus vigas hasta los reflejos de la voz. Fue en Francia donde, sumergido en esta mística de la palabra, escribió también su importante libro El cuerpo y la letra. La cosmología práctica de Octavio Paz, el primero del que se tiene registro en su lista de publicaciones. En él indagó los entornos recónditos de la obra del gran nobel mexicano, que salió a la luz en 1990, publicado por el Fondo de Cultura Económica, lo que le mereció el elogio del poeta centroamericano, quien reconoció este trabajo como una de las interpretaciones más agudas y originales de su obra. Años después coordinaría el homenaje póstumo a Octavio Paz, en

Bogotá, siendo uno de los más importantes panelistas, en defensa de la obra y el carácter intelectual de Paz, con una conferencia titulada “Un árbol bien plantado más danzante”. París fue escenario también de la publicación de la reconocida revista Spirale-inkari, de la que González Luna hizo parte, formando grupo con el poeta peruano Alejandro Calderón. Este fue un escenario editorial en el que indagó sobre la poesía latinoamericana y colombiana, al crear ensayos que posteriormente configurarían su obra inédita Navegación nocturna. Ensayos de poesía colombiana. Su obra circunda la crítica literaria, con la misma profundidad de su poesía, con la intuición afinada que siempre reveló en cada una de sus exploraciones. A la par de su escritura poética, anduvo cimentando una travesía crítica del lenguaje, un atisbo claro de la imagen de intelectual que recreó desde su adolescencia en Facatativá, la de sus coetáneos que asumen el pensamiento y la creación como un diálogo universal. En su regreso a Bogotá se vinculó como profesor del Departamento de literatura de la Pontificia Universidad Javeriana, lugar en el que posteriormente sería director y nombrado profesor titular. La generación de autores que acudieron a sus cátedras, hoy lo recuerdan en su maestría como un vínculo con la filosofía de la palabra, la esencia de la poesía y su esplendor intuitivo. En el prólogo que hace Fernando Charry Lara de su libro Hacia el alba, resalta con insistencia la sabiduría propia de este autor, la manera de explorar la intuición Ilustración: Jennifer Vélez Ducuara y hallar en ella las palabras. En esta arqueología del ser poeta, intelectual, crítico y filósofo, una antorcha en la actualidad ilumina su legado, sigue tan vigente y propicio para entender la forma en que las palabras han modelado nuestra visión en este lado del mundo. Javier González Luna publicó los libros de poesía Hacia el alba (Medellín, 1993), Ab-uso de palabra, (CEJA, Bogotá, 1998), Vigilias (Los Conjurados, Bogotá, 2005), Nubes y relojes (No. 46, Colección Viernes de Poesía, Universidad Nacional de Colombia); el libro de ensayos El linaje de Orfeo. Poesía y modernidad, (CEJA, Bogotá, 2000), el diario de viaje Jornadas Indias (PENSAR, Bogotá, 2003) y Kôten, una colección de textos en torno a las relaciones culturales entre Japón y América Latina. Falleció en Bogotá, el 3 de junio de 2009, despejando el silencio, acallando el griterío.

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