1 minute read

La buena vida

Next Article
El amor justo

El amor justo

La buena vida

Estaba disfrutando de la tarde de fútbol a pesar de que había quitado el sonido de la tele. Repantigarse en el sofá con una bolsa de patatas y un bote de cerveza era todo lo que un hombre podía desear. Eso y un empleo bien remunerado, un chalecito, barbacoas los sábados y paellas familiares los domingos. Entre sus colegas no estaba bien visto preferir salud, dinero y amor a sexo, droga y rock and roll y por eso había mantenido siempre ocultas sus aspiraciones. Por supuesto, el lote incluía esposa e hijos y ellos -meditaba contemplando la foto de la repisa- eran perfectos. Guapos, sonrientes y… confiados. Tanto como para que su vivienda fuera uno de los pocas sin alarma o para que no escondieran las joyas en algún tarro de la cocina. No había tardado nada en encontrarlas dentro del joyero de la habitación de matrimonio. Seguro que por el collar de oro blanco le daban una “pasta”.

Advertisement

A pesar de que los había visto marchar cargados con maletas, no era prudente prolongar más su estancia. Antes de salir, echó una última mirada al salón con un pellizco de melancolía. Sin duda se estaba haciendo viejo.

Paloma Casado Marco Santander

This article is from: