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Madurez

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El amor justo

El amor justo

Madurez

Su padre le sorprendió con el cuerpo inerte de la rata agarrado por la cola. No le había dado tiempo de arrojarlo al arroyo que pasaba frente a su casa para que se confundiera entre la inmundicia. El primer impulso del niño fue admitir que la había matado, pero al instante cambió de opinión. Con su cara más inocente, convenció a su progenitor de que había encontrado así al animal y de que estaba muy triste porque pensaba que era el ratoncito Pérez. Se dejó consolar. «No es él. En cuanto se te caiga el próximo diente ya verás como viene y te deja algo bajo la almohada», le dijo el hombre. Como si fuera la primera vez que mataba una de las ratas que cada noche rondaban el camastro. Como si no supiera que, a su edad, los dientes que se caen ya no son de leche. Como si las aguas de aquellos torrentes mugrientos no hubieran ahogado hace tiempo todas las infancias.

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Lluís Talavera Barcelona

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