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María del Rosario Rodríguez Medrano

MARÍA DEL ROSARIO RODRÍGUEZ MEDRANO

María del Rosario Rodríguez Medrano, hippie dorada de los años 1967-68, fruto maduro de las guerrillas del “Che” Guevara, flor maravillosa desde la primera vez que la vi, me digo a mí mismo columpiándome en el arco de la felicidad y nadando en dopamina, ayer, hoy, mañana y siempre la amaré con todo el corazón.

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María del Rosario Rodríguez Medrano, la todopoderosa dueña de mi vida que gobierna mis ansias locas.

María del Rosario Rodríguez Medrano, la monárquica que, entre el sueño, el ensueño y la vigilia reina sobre mi cuerpo, mi alma y mi corazón, la amo y la adoro con tal tenacidad, que me tiene en sus manos.

Alma maravillosa con ojos de ángel, espíritu revolucionario que todo lo regala a nuestros semejantes, que nada se guarda para sí misma. Maravillosa musa verde revolucionaria, se entrega en cuerpo y alma a las luchas sociales, que es justo amarla y arrodillársela. Ayer, hoy, mañana y siempre, me habla con poesías de amor, que termino creyendo que toda ella es poesía. Qué belleza de mujer sin desperdicios. Reina y señora mía con un corazón más grande que el Sermón de la Montaña. Bienaventurados quiénes sacrifican sus vidas por los vulnerables del mundo. Bienaventurados los que dan de

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comer y beber a quiénes no tienen. Bienaventurados los jóvenes de ayer que luchamos por la libertad, la soberanía y los recursos naturales del país.

Charito de dulces entrañas amorosas, corazón de primavera que florece las mayores esperanzas para el pueblo. Charito alma generosa, conocerla es arrodillársela para amarla toda la vida. Charito, huérfana desde los tres años, hija de mineros desaparecidos en la “Masacre de San Juan”. Sin más memoria de sus padres que la sangre que lleva. Nadie le dijo en qué condiciones murieron o dónde están los restos mortales de sus padres. Solo lleva en el alma la historia cotidiana de quien sufre una infancia dolorosa. “No puedo menos que sufrir, llorar y padecer. No es para menos no tener idea de qué pasó con mis padres”. Cuántas veces me dice añadiendo, “si al menos pudiera saber dónde quedan sus restos mortales, para rendirles el culto de mi rendido amor”. Y yo la miro llorando cada vez que nombraba a sus padres. “El general René Barrientos Ortuño me debe la vida de mis padres”. Repite todo el tiempo, derramándosele gruesas lágrimas.

La conocí el 1967, el 1968 o el 1970. No recuerdo bien. Qué belleza admirable del valle cochabambino. Bellísima en todo su esplendor. Amaba tocar la guitarra. Tantas veces la escuché deleitándome con la canción, “gris, gris, tu amor es gris…”. Y se me llenaba el corazón de un sentimiento inexplicable, que no sé decir qué tanto. Sus grandes, negros y hermosos ojos de largas pestañas, adornaban su hermoso rostro oval. “Me gusta el Poema

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veinte de Pablo Neruda”. Decía con voz dulce. Y recitaba la poesía más celebrada del poeta chileno. “Puedo escribir esta noche los versos más tristes, escribir, por ejemplo, la noche está estrellada y en noches como estas, la tuve entre mis brazos (…)”. Conteniendo con mucho esfuerzo pequeñas gotas de lágrimas.

La guitarra se movía en sus manos con arte insuperable de quien produce sonidos milagrosos. Ritmo, melodía, dulzura de profundidad. Muchas veces declamaba la poesía que martilla sobre el corazón ardiente del fulgurante poeta boliviano Franz Tamayo, acompañaba sus dedos golpeando los sentimientos amorosos más largos que alguien pueda recordar. “En la desolada tarde, Claribel, al claror de un sol que no arde, Claribel, en vano me vuelve el amante alarde, Claribel, cuando todo dice es tarde, Claribel (…)”. Sus ojos de fuego cómo devoran mis más profundos sentimientos y con voz clara, cantado repetía verso tras verso hasta agotarse “La balada de Claribel”. No exenta de lágrimas de sangre en el pecho herido de la niña que nunca supo de sus padres, con qué sacrificios serenaba su espíritu revolucionario y cantaba que parecía llorar: “Minero cani llajatymanta, minero jina causacuni, mana nimaypis capuwanchu, sonketullayta sakepuyki”. Un dolor profundo trepaba por sus ojos y las lágrimas de dolor la bañaban su hermoso rostro oval.

Volvía de las luchas callejeras guitarra en mano y me decía, “solo soy hoja seca que se lleva el viento de

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invierno” y yo qué podía hacer, sino compartir su dolor con el alma quebrándoseme de dolor profundo. La amaba tanto y la amo tanto, que es imposible amarla más.

Cuántas veces nos metimos en huelgas de hambre, hasta convertirnos en la sombra de nuestros cuerpos desnutridos. Entre las muchas huelgas de hambre a las que entramos, dos huelgas de hambre marcaron nuestras vidas. La huelga de hambre durante la presidencia de Hernán Siles Suazo, golpeado por sus colaboradores más próximos que ambicionaban el poder, duramos más de diez días. Qué pedíamos sino comida para los pobres. Fue tan precario el gobierno de Hernán Siles Suazo, que la pérdida del valor adquisitivo de la moneda boliviana se cargaba en carretillas. Tanto más grave fue la huelga de hambre durante la presidencia del dictador general Hugo Banzer Suárez, pidiendo libertad irrestricta para los presos políticos y exiliados. Esta vez, resistimos más de veinte días. “Nunca más persecuciones, violaciones, torturas y desaparecidos”. Repetía la amorosa María del Rosario Rodríguez Medrano. Cuántas veces su voz se quebraba al primer indicio del llanto del niño huérfano o al dolor de la madre viuda.

Charito la de los ojos negros, grandes y hermosos, podía cantar acompañada de la guitarra largas horas, sin cansarse y yo que la amaba, la escuchaba sin decir esta voz es mía. Siempre alerta a la voz del pueblo que se alzaba contra toda injusticia social. “Qué vergüenza la dolorosa historia de la Bolivia que se nos muere”. Parodiaba la queja

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irónica del presidente Víctor Paz Estenssoro: “Bolivia de nos muere”. “La solución del hambre y la pobreza de Bolivia está en nacionalizar nuestros recursos naturales y no en entregarlos a la voracidad extranjera”. Decía convencida de las cuantiosas riquezas del país en manos de gobernantes vende patrias y las transnacionales. “Qué pueblo enfermo, ni qué pueblo enfermo”. Cuántas veces reventando de rabia, se enfurece violentándose contra Alcides Arguedas, “el ministro del silencio” que por miedo a sus amos no denuncia el voraz saqueo de nuestros recursos naturales por el capital extranjero, pero que tiene valor para hablar mal de los pueblos originarios, víctimas del imperialismo español, inglés y norteamericano, se enoja contra los arguedianos de la clase gobernante, ocupados en llenarse los bolsillos con el dinero del pueblo.

Me repite tantas veces, que me aprendí de memoria sus preocupaciones sociales y económicas. Nuestros abuelos, padres, hermanos, tíos y demás familiares, luchamos contra las dictaduras, incapaces de remediar el hambre y la pobreza de Bolivia. Ahora, cada uno de nosotros, con cerca de setena años, más o menos, luchamos contra el hambre y la pobreza individual que heredamos dedicados a las luchas sociales.

María del Rosario Rodríguez Medrano, define la larga historia del voraz saqueo de las riquezas naturales del país: “Las heridas de las dictaduras y el entreguismo de los recursos naturales de Bolivia por gobiernos entreguistas no se curan”. El dolor, las heridas profundas de las

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dictaduras durarán mientras vivamos y quizás, hasta después de nuestra muerte. La vida pasa y la sangre derramada por la libertad corre por las calles del país. “Nosotros en carne propia somos prueba clara de las injusticias que padecemos”. La voz dulce Rosario que me mira con los ojos tristes, me es imposible llenar el vacío de su alma que la tortura, por la pérdida irreparable de sus padres en manos de la dictadura.

Mi maravillosa musa verde revolucionaria, me habla con una dulzura que me duele en todo el cuerpo: “Ay, amor. Si pudiéramos volver al pasado. Recuperar el tiempo perdido fruto de las dictaduras. Si al menos pudiéramos vivir de los ideales de la juventud. Cuántas veces siento que he vivido en vano. Cuanto hemos luchado en defensa de los recursos naturales del país, solo nos ha dejado hambre y pobreza que nuestras casas se nos caen encima. Envejecimos junto con nuestras casas”. Y la miro y la ama cada vez más. Y yo mismo cada vez más viejo y con menos fuerzas para resistir el hambre y la pobreza que nos acosan.

Charito de las entrañas amorosas, este el eterno retorno del que habla Federico Nietzsche: “Dolor de amar a la patria, dolor de amar a nuestros semejantes y dolor de no pensar nunca en nosotros mismos”. Y la amorosa Charito la de las dulces entrañas revolucionarias, con voz azucarada canta la canción fúnebre de la vejez que nos tiene arrinconados en el rincón del hambre y la pobreza.

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Yo que tengo el alma rota en pedazos, no puedo evitar el dolor que me tritura que resumo mi vida y desde luego, sintetizo la vida de Rosario: “Si pudiéramos volver a ser jóvenes. Lucharíamos igual que en nuestra juventud, pero guardaríamos dos o tres bolivianos para nosotros que vivimos sin un boliviano partido por la mitad. La vida me tritura el alma, que a ratos pienso que he vivido en vano. Con todo lo que hemos conquistado junto a los movimientos sociales de los tiempos de la dictadura. Mientras nosotros vivíamos entregados a las luchas sociales, los sectores sociales más vulnerables construyeron casas, compraron autos, tienen ahorros en los bancos. Nosotros quedamos siendo los vulnerables convertidos en invisibles. Quién peleará por nosotros. Cadáveres insepultos que solo nos queda llorarnos a nosotros mismos” .

Que nos sirva de fuerzas revolucionarias. Decía el ilustre filósofo alemán, Federico Nietzsche: “Asqueroso es arrepentirse”. Me mira a los ojos con sus grandes y hermosos negros ojos. Yo la contemplo diciendo, también de pan viven los seres humanos.

María del Rosario Rodríguez Medrano, vida de mi vida, alma de mi alma, mi cielo azul que acompasa mi vida con el canto de su clara voz, corazón feliz de mis entrañas dolorosas, mírame con tus negros y hermosos ojos grandes, que algunas veces el amor cura el hambre y la pobreza que nos acosan. La miro contemplándola feliz de la vida. Y la veo feliz, ajena a las adversidades de la vida,

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pero qué corazón gozoso, con el alma libre de ataduras cotidianas. Con el espíritu revolucionario feliz de sí misma, parece que para vivir no necesitara más que la felicidad de nuestros semejantes.

Mi todopoderosa: Ayer y hoy, mañana y siempre: Feliz de la vida.

Mi monárquica: Dulce flor que me parte el alma de dolor.

Mi Charito: Mientras que la diabetes y el cáncer la estrangulan.

A veces creo, firmemente, que el destino se nos burla, llenándonos la vida de dolor indecible, hambre y pobreza. Precisamente, a los que en nuestra juventud hemos dado la vida entera por los pobres y ahora, nosotros somos los vulnerables que pagamos los platos rotos.

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