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Rosa Flor del Valle Moreno

ROSA FLOR DEL VALLE MORENO

Rosa Flor del Valle Moreno, corazón de flores comestibles del hermoso valle que te conserva mujer hermosa, alma de la fiesta que no eres fantasma cualquiera, maravillosa musa verde de excelencia, imprescindible para enfrentar la vida, pesas una enormidad sobre nuestra apaleada conciencia.

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Me miras queriendo comerme con tus ojos de belleza infinita, que no sé cómo defenderme en medio de tantas adversidades y encima, tener que filosofar el sentido de la vida, para quitarnos de encima el sin sentido del vivir cotidiano y tú, aumentas mi dolor y mi pesar y mis penas y tristezas, recordándome nuestra juventud de espíritus atormentados.

Como si fuera poco tener que lavarse las manos de las responsabilidades de vivir, estemos o no contentos, seamos felices o infelices, tengamos o no la culpa de estar en este mundo, que no nos gusta por lo injusto en lo político—económico—social y cultural. Peor que el embudo, ancho para unos e insoportable para los más vulnerables.

Rubén Darío, el genial poeta nicaragüense, en la poesía “Lo fatal” del libro Poesías, expone una miserable filosofía de la vida que en verdad refleja el tormento de vivir: “Ser y no ser nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de no haber sido y ser un futuro terror…y el espanto

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seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos (…)”. Golpea con un mazo de los más duros, como si fuera poco soportar la pesadumbre de la existencia, hablándonos de la duda de no saber adónde vamos, ni de dónde venimos.

Qué Rubén Darío dolido hasta las entrañas, atormentándonos con el reino de la angustia desesperada: “Ser y no ser nada en el más negro abismo de la incertidumbre que solo nos asegura los golpes de la vida”. Tenemos bastante con mirarnos a nosotros mismos, para estar profundizando las profundidades de la muerte en vida.

Ser y no ser nada. Existir y morir cargados de una lamentable pesadez filosófica, que solo sabe de penas, tristezas, amarguras, angustias y la náusea de Jean—Paul Sartre, el filósofo golpeado a martillazos por una vida desabrida, descolorida, opacada y deslucida, llena de náusea que no tiene entrañas para vérselas con nosotros.

Pobres diablos muertos de hambre que no tenemos dónde caer muertos. ¿Qué fuimos tú y yo? Aves pasajeras. Pájaros errantes. Peregrinos locamente enamorados. Entregados a las luchas revolucionarias. Mientras que las dictaduras golpeaban duro y cruelmente sobre nosotros. Víctimas de los ideales de nuestra juventud. Hoy tenemos que aguantarnos. No podemos arrepentirnos de los primeros impulsos, que nos empujaron a lo que creímos lo más grande de la vida.

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Hay partos de dolor desde el primer día del nacimiento, que solo queda la sangre derramada víctimas de gobiernos dictatoriales.

Recuerdo en este mismo momento al genial poeta peruano César Vallejo, que murió acosado por el hambre: “Hay golpes en la vida, que parecen el odio de Dios”. Con cita textual o no, pero es algo así. Repitiéndose a sí mismo, como si con esto pudiera cambiar el hambre que lo torturaba: “Grave, grave, muy grave, el día que yo nací, Dios estaba enfermo”. Señores, jueces y verdugos que se creen inocentes y libres del pecado capital, no se puede ser más desgraciado sin dónde caer muerto.

Tanto matarnos por la patria, tú y yo llegamos a nada. Hoy los dos olvidados en un rincón. Ignorados por la patria que sacrificamos nuestras vidas. Si tan solo hubiere una mano amiga para darnos un vaso de agua. Si existiera Dios, para darnos una manita de charla amigable, generosa y reconstituyente. No pedimos más. Recompensaría esta sed infinita que busca la verdad y esta sed de verdad que busca el sentido de la vida.

Miguel de Unamuno, repite lo incomprensible: “¡Dios, si existieras!”. Con quién habla. A quién le habla. Qué espera de alguien que no existe. Sin embargo, el descendiente del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, del Manco de Lepanto y del Caballero de la Triste Figura, sueña enderezar los entuertos, pelearse con molinos de viento, con malandrines y follones y quién sabe, con las transnacionales.

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Rosa Flor del Valle Moreno, somos polvo y ceniza en manos del tiempo. Y que, en las luchas sociales se abren camino los mercaderes de la política, los traficantes de los ideales de la juventud, del bien, la verdad, la belleza y justicia social. Mientras que la gente decente, termina arrastrando pesadamente los pies olvidados del mundo.

A estas alturas del abandono en que vivimos, no hablemos de solidaridad humana. ¿Qué fue nuestra juventud sino el altar sagrado de los más caros ideales al servicio de los pobres? Sumamos a nuestra existencia largas horas de desvelos, hambre y pobreza, huelgas de hambre, marchas callejeras, protestas con ollas vacías, persecuciones, torturas, exilio. Uno no puede padecer más la desventura de creer que se puede cambiar el mundo, esto de soñar en un mundo mejor y desde luego, el mundo cambia con notables cuentas bancarias y muchas billeteras repletas de dinero, fruto del contrabando, el narcotráfico, la corrupción política, el consorcio de abogados, jueces, fiscales y policías. Y el infaltable discurso seductor de los salvadores de la patria, los nuevos ricos formados por prósperos pícaros y elegantes tramposos.

1980, se nos vinieron encima el general Luís García Mesa y el coronel Luís Arce Gómez, pavoneándose: “Desde hoy deben caminar con el testamento bajo el brazo”. El toque de queda que cancela los derechos constitucionales y golpea duro con el odio de Dios, que no dice esta boca es mía. Puedes quejarte, gritar cuanto

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puedas, caminar de Herodes a Pilatos, jueces y verdugos se lavan las manos.

Cuántas veces te oí decir, Jesús de Nazaret ayúdame que te ayudaré: “Uno de los que usufructúan el poder en el Estado boliviano nos traicionará”. Y fuimos devorados por el poder el Estado terrorista.

Rosa Flor del Valle Moreno, una vez me contaste acerca de un juez de provincia que se hizo rico de la noche a la mañana, repitiéndose: “Hay que robar con la ley en las manos”. Y durante la dictadura del Luís García Mesa y el coronel Luís Arce Gómez, fue algo incomprensible que se les fue la mano, que se pavoneaban: “No solo la mentira se instala en el poder. La violencia instalada en el gobierno es el poder omnímodo. La Constitución Política del Estado en nuestras manos todo lo ve, todo lo quiere y todo lo pisotea”. Violando los derechos humanos con la ley en las manos.

Ay, amor. Rosa de la Flor, alma del alma mía que no tengo con quién hablar, me decías: “No dejaron en nosotros carne sobre carne. Lo que hoy se ve de nosotros, son más huesos que carnes. Almas en pena que tanto mirar la felicidad de los ricos, terminamos muertos de hambre que no tenemos dónde sepultarnos. La vida es de quien se corrompe y la riqueza, fruto del poder que todo lo corrompe”. Todavía resuenan en mis oídos el grito que le pusiste al cielo, cuando el aparato opresor del Estado corrupto se nos vino encima, interpelándoles por la defensa de los derechos humanos y la defensa de los

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recursos naturales, se ensañaron contigo: “Los mejores luchadores sociales son los que mueren en el vientre de las madres o que acaban siete metros bajo tierra”. Recuerdo al que me torturaba, que a voz en cuello gritaba: “Vamos a podar a los pececitos rojos que se bañan en agua bendita”. Yo no tenía de rojo más que el color rojo en el arcoíris que forman los colores del universo.

Y con todo y todo y todo lo demás, vivíamos locos de amor sin suerte, o que la suerte estaba echada a mano alzada. Morir de amor por la patria. Hoy vivimos botados en el rincón oscuro del hambre y la pobreza.

El eternamente enamorado poeta mexicano Amado Nervo, todavía nos habla al oído: “Nadie me dijo que marzo fuera eterno”. A nosotros, se nos fue la fiesta de la Pascua florida.

Golpea la vida justo en la herida donde más duele: “Hay golpes en la vida, más duros que el odio de Dios”. Inolvidable César Vallejo, como si nos hubiese conocido, enrostrándole a Dios la insensibilidad de su indiferencia para con nosotros.

Ay, amor. Rosa de la Flor, la de los cabellos blancos. Ay, amor. Rosa Flor del Valle Moreno, la de los ojos gastados por el paso del tiempo. Ay, amor. Bellísima Rosa del Valle Florido, la mitad del alma mía, la que apenas diferencias el estado lamentable en que vivimos, largas penas y largas tristezas, hambre canina que solo una indomable voluntad acalla, los sinsabores de la vida que

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golpean más duro que el odio de Dios y tú viejo amor mío, heroína que no cesas de repetirte a ti misma, “tenemos que luchar por la vida, así sea que en la lucha por la vida a favor de los pobres se nos vaya la vida”.

En verdad y en verdad, vale más la lucha por la vida defendiendo los ideales de juventud, que una bolsa de oro en manos de un infeliz vende patria. Bellísima Rosa Flor del Valle Moreno, amor del alma mía que me dueles en medio de las dudas que nos asaltan, eres lo más creíble de la vida, y la vida en flor es el pilar existencial que hace soportable los largos días y las largas noches de pena y dolor, y para no morir del todo, moriremos revolucionándonos contra el mundo injusto, luchando por un mundo mejor.

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