V Concurso "Pablo Neruda" de cartas de amor

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CARTAS GANADORA Y FINALISTAS DEL V CONCURSO “PABLO NERUDA” DE CARTAS DE AMOR


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Prólogo: Lorenzo Silva Maquetación y diseño: Juan José Chaparro

Primera impresión: abril de 2012

© Excmo. Ayuntamiento de Coria © TodoLibros

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Agradecemos la participaci贸n desinteresada de todos los que han hecho posible esta V edici贸n del certamen.

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ÍNDICE PRÓLOGO Cartas del Camino. .............................................................................................................. CARTA GANADORA RAFAEL JOSÉ LUQUE AMARO (Córdoba) .................................................................... FINALISTAS Amor en la Mina. MIGUEL ÁNGEL GAYO SÁNCHEZ (Sevilla) ................................................................. Las Cuatro Letras. JOSÉ MANUEL GÓMEZ VEGA (Astorga, León) ............................................................ Del Amor tecleado en las Calculadoras. AMADO GARCÍA NUÑO (Madrid) ................................................................................ Desde mi Rincón Oscuro. ISABEL GARCÍA VIÑAO (Jáca, Huesca) ......................................................................... La Donación. GUIMAR ALMEIDA FERREIRA SANTOS (Pausandú, Uruguay) ............................... La Carta que no te espera. MARINA ASENSIO FELIPE (Zaragoza) .......................................................................... Historia de un Abrazo. MÓNICA ALEJANDRA CARRIZO (Ibiza) ...................................................................... La Carta al Prometido. MIREIA CLAVERO LAGUNA (Zaragoza) ....................................................................... Sin Título JAVIERA PAZ BARRIENTOS DÍAZ (Chile) ....................................................................

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PRÓLOGO CARTAS EN EL CAMINO

La carta presupone distancia, o lo que es lo mismo, una imposibilidad, ya sea puntual o definitiva, para el amor. Porque lo que el amor anhela es estar con, poseer a, apoyarse en, y no la añoranza de lo amado mientras se halla ausente. Y sin embargo, la carta viene a proporcionarle al amor, como a la amistad, el mejor (¿el único?) testimonio de verdad: el que procede del deseo incumplido, el que brota, espontáneo, de la privación sentida y meditada. A veces no sabemos, sino cuando sabemos que hemos perdido o podemos perder, si los dioses no se muestran piadosos. La ausencia es aire, que apaga el fuego chico y aviva el grande. Esa coplilla le venía a la mente a José Garcés al pensar en su amada Valentina en la Crónica del alba de Ramón J. Sender. Y las cartas agrupadas en este libro, de distinta procedencia y tan dispar orientación, vienen a confirmar la proposición de la sabiduría popular. Hay aquí cartas de amores lícitos, formalizados y a la plena luz del día. Hay cartas de amores ilegítimos, subrepticios, prohibidos e incluso mercenarios, que dejan de serlo cuando sin contraprestación (ni esperanza de lectura por el destinatario) se convierten en carta. Pero escribir, en general, nos enaltece a todos. Para convertirnos en palabras hemos de desechar lo más bajo y deforme de nuestros espíritus y buscar lo más bello y auténtico, lo que de veras queremos ser y por tanto, mientras escribimos, somos. Hay cartas de hombres y de mujeres, sin que prevalezcan, ni en cantidad ni calidad ni intensidad, unos sobre otras o a la inversa. Va a ser mentira que el romanticismo es cosa de niñas, va a ser verdad que los hombres somos púdicos pero no insensibles, y que a veces es del pudor y del contenerse de donde brotan los fuegos más encendidos. Hay cartas de quienes aún conviven, de quienes no se fallaron, ni cuentan con fallarse, más allá de lo estrictamente inevitable. Hay, por el contrario, cartas de abandonados y abandonadores, por obra y gracia de la muerte, la inconstancia, la imposibilidad de cualquier índole o, incluso, porque ésas eran las reglas del juego y bajo ellas se aceptó la partida. En todo caso, quien escribe se aleja un poco y, ésa es la paradoja, quien lee se acerca, regresa, entra en su casa. Ese miserio puede que sea lo más hermoso de escribir, lo que nos impulsa a gastarnos y deshacernos en palabras sobre el papel. Todas, como dijera el poeta, cartas en el camino. Todas, como atestigua el pulso y la pasión de sus autores, caminos para que ande, arda y persista el amor.

Sobre la Cordillera Cantábrica, 27 de marzo de 2012

LORENZO SILVA 6


CARTA GANADORA


CARTA GANADORA RAFAEL JOSÉ LUQUE AMARO (CÓRDOBA). Abd al-Rahman III Primer Califa omeya de Córdoba. Madinat al-Zahra Ciudad palatina de extraordinaria belleza mandada a construir por el anterior, según la leyenda, en honor a su favorita Al-Zahra.

Mi amada Al-Zahra, mi favorita, mi serenidad:

Desprendido ya del lastre de mi cuerpo, habito ahora en otra patria, donde no necesito fatuos ropajes ni afeites excesivos. Yo, Abd al-Rahman III primer Califa de Al-Andalus. Aquél que se proclamó sucesor de Mahoma –el sello del profeta-. Yo, Al-Nasir, ante el que fijaron rodilla reyes hispánicos destronados, embajadores de Germania, portadores de auxilios de todos los confines de la tierra. Ahora camino solo –sin cuerpo de guardia que me custodie ni visir que me asesore. Ahora camino solo y solo peregrino -sin dicha lenitiva- por ésta que fue tu Madinat, la ciudad que hice levantar para ti, mi bella y noble Al-Zahra. ¿Dónde andan tus ojos verdes -aquellos que hacían temer en su resplandor al limonero? ¿Dónde habitan tus manos hacedoras de caricias, tus labios que trocaban amargo el sabor de la fresa? ¿Por qué caprichoso designio el Profeta me apartó de ti? Lo desafié, sí. Pero por tu dicha y por la mía. Porque quise ser grande para que tú fueras grande. Fue una Ciudad, la Ciudad de Azahara –que así le decían los cristianos- pudo ser un universo... Vago receloso y vacuo por cada espacio de su muralla de tinieblas. Por cada rincón de sus piedras que son ahora, como yo, túmulos de ruinas abandonadas. Ya no queda nada del Salón Rico, ni de la Mezquita que te hice para que rezaras –o quizá para que te rezaran a ti los dioses. Apenas queda nada de los terciopelos colosales, ni de los mosaicos hechos de millares y millares de fragmentos. Al-Zahra –mí alma, mi aliento- tú eras la esencia que le daba sentido al espacio gigantesco. Aún te recuerdo –en mis noches de infinita vigilia- recostada en el tálamo -hecha hembra- despojada de las ropas que cosían en oro tus esclavas. Te recuerdo tomando tu vientre con mi mano mientras miraba –con pudor de infante- la candidez de tus ojos libres. Sí, yo, Abd al-Rahman, el poderoso, sufría la vergüenza de mirarte. En nuestros aposentos eras tú la reina. Te construí una ciudad y te hubiese traído el mar hasta su puerta si me lo hubieses pedido. ¿Puede estar un hombre más enamorado? Ahora, cuando me apoyo incorpóreo en este naranjo viejo –superviviente como yo de aquellos jardines califales-, recuerdo tu espalda desnuda bañada por el agua de las albercas. Te hice traer peces de todos los colores. De todos los mares del mundo ¿Lo recuerdas? Pero, en el agua, no había más rival para el bravío sol dorado que el color miel de tus pechos -más fulgurante que el flamear de los estaños de todas mis fuentes. Cuando ahora me acerco a la Aljama, esperando que mi último rezo sea escuchado y que, alguien me traiga tu perfume, sólo sé llorar. Los espíritus tienen prohibido rezar –me ha dicho alguien. Por eso sólo lloro y las lágrimas tamizan tu ciudad empapada de polvo y arena. Lloro como un niño Al-Zahra. Como un niño llora por no alcanzar a su luna inabarcable, a la estrella que titila a la nube que se envuelve… 8


¿Recuerdas aquella visita del embajador de los fatimíes? Altivo -como eran todos ellos. Acertado en sus palabras y sus atuendos. Sólo cuando tú apareciste en el Salón Rico y, bañaste todo él con tu mirada, bajó la cabeza –como un animal herido por tu hermosura. Mi favorita, mi ser, ahora sé que eres la única forma que he amado, debería de haberte hecho pintar por todos los artistas de Palacio aún a costa de las leyes prohibidas. Sería hoy tu imagen compañera de este peregrino fantasmal. Pero ya sólo habitas en el dolor de mi memoria. Seguiré caminando Al-Zahra por esta Madinat. Condenado eternamente a ser sólo acompañante del recuerdo de tus sabores, visionario perpetuo de tu reflejo imborrable. Seguiré la dicha del naranjo cuajado de azahar en primavera y helado de silencios en el invierno. Gastaré la sombra que hoy erosiono en cada rincón de estas ruinas y, si el Profeta me perdona, quién sabe, si un día –florecida entera la Ciudad de albahaca y romero- aparezca tu espíritu indomable -siempre amado- por las faldas de esta Sierra que llaman Morena. Fdo.: ABDERRAMAN III

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FINALISTAS


AMOR EN LA MINA MIGUEL ÁNGEL GAYO SÁNCHEZ (SEVILLA).

Querida Pizpireta:

Soy Fernando, el barrenero del nivel siete, el mismo que ayer osó recomendarte la forma correcta de llevar el autorrescatador para que te fuese más cómodo cargar con él. Pagué mi osadía con una mueca de altivez por tu parte y un comentario jocoso del resto de mineros: “La señorita lo prefiere llevar ladeado, como si fuese un bolso de paseo”. Reconozco mi torpeza. La estrechez de la jaula que nos sumerge a las entrañas de la tierra resulta el peor ámbito para dar recomendaciones a nadie. Y menos a ti, Laura, a la que todos aquí, a seiscientos metros de profundidad, apodan Pizpireta por ese garbo que demuestras al mantenerte limpia de hulla y de pretendientes. Algunos compañeros me han asegurado que el apodo te hace gracia, de ahí mi atrevimiento al encabezar así la carta, pues si el respeto lo ganaste el primer día que bajaste al pozo, el afecto entre los mineros se consigue cuando a uno le apodan con la franqueza de las personas que comparten el mismo destino. A mí, ya lo sabes, me llaman Febo, una contracción entre mi nombre de pila y la referencia a ser el minero más joven de la explotación, por lo menos hasta tu llegada al nivel siete. Los mineros viejos aún te recuerdan de adolescente. Me han contado que algunos días acompañabas a tu padre hasta el brocal mismo del pozo. Allí te enfrentabas a las miradas lujuriosas de los hombres con esa altivez propia de tu carácter, y cuando con el paso de los años empezaron a piropearte y a pedirte en matrimonio, tu altivez se convirtió en leyenda: “Jamás con un hombre tiznado”, te gustaba decir. Y es que tú ibas para abogada, y los mineros te debían parecer unos mostrencos macerados en hollín. Pero el accidente de tu padre lo cambió todo. Por lo menos eso es lo que cuentan los mineros viejos. Terminaste la carrera de Derecho y volviste al pueblo a reclamar el puesto en la mina que por herencia te correspondía. Nadie apostaba por ti. La mina es dura, muy dura, infranqueable para alguien que se presentó el primer día de trabajo luciendo en las manos uñas de porcelana. Fue por aquel entonces cuando nos vimos por primera vez. Quizás lo recuerdes. Trabajabas de ayudante en la lampistería, un puesto de superficie. Yo necesitaba una lámpara nueva. Recuerdo tus palabras: “Cuídala. La lámpara es la vida del minero”. Te di las gracias por la lámpara y por el consejo, pero me marché de allí pensando que eras una engreída. ¿Qué podía saber una persona que nunca rascó con sus manos las tripas de la tierra? Un día sorprendiste a todo el mundo bajando al pozo a ocupar el puesto que tu padre dejó ausente. Recuerdo que intercambiamos algunas miradas en la jaula de descenso. Ya no llevabas uñas de porcelana.

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Tu primera labor consistió en cargar a paladas el carbón en las vagonetas. Un puesto duro para una recién llegada. Entonces tu cara ya no pudo mantenerse limpia de tizna. Ahora parecía no importarte. Fue así, entre tinieblas, cuando tus ojos de fuego iluminaron la veta en la que yo trabajaba. Laura, la mina es una noche perpetua, ya lo sabes por ti misma. Los mineros viejos aseguran que algunas veces esa negrura te acompaña fuera de la mina. Entonces la vida pierde brillo. Tu llegada al pozo siete me rescató de ese sin sentido, de esa grisura que empezaba a atrincherarse en mi existencia. ¡Son tus ojos, Laura, tus ojos!, esos que en la claridad del día me provocan indiferencia y que aquí abajo relumbran como dos luminarias incandescentes. ¡Luces de emergencia para un corazón postergado! También tú pareces haber sucumbido al embrujo del claroscuro. El desdén que siempre demostraste en superficie hacia mi persona se transforma aquí en furtivas miradas que me buscan entre los recodos de la roca… ¿Aceptarías una cita con un hombre tiznado de amor? Me he atrevido a reservar mesa para esta noche en ese restaurante situado junto al acantilado. Cuando acabes de leer la carta enciende y apaga la lámpara de tu casco tres veces. Yo te estaré observando al final de la galería. Entonces sabré que aceptas la cita. Febo P.D.: Reservé una mesa apartada del resto de comensales. He pedido al dueño que sólo la iluminen con una pequeña vela. Nuestro amor se gestó entre tinieblas y un exceso de luz podría resultar contraproducente. Comer entre penumbras no será problema para dos mineros. En todo caso, el fuego de tus ojos guiará mis manos.

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LAS CUATRO LETRAS JOSÉ MANUEL GÓMEZ VEGA (ASTORGA, LEÓN). Chin He

La carta que me da a leer mi abuela dice así:

Querida Asunción: Te escribo estas cuatro letras: TE AMO. Siempre tuyo, José, el panadero

P. D.: Como despierta además de hermosa que lo eres, habrás reparado en que son cinco las letras, tantas como deditos en cada una de tus extremidades, porque, aunque yo solo puedo admirar tus manos cuando me entregas las monedas con las que pagas la hogaza de kilo que vienes a comprar todas las mañanas, pienso que estés tan bien rematada por abajo como por arriba, refiriéndome por semejantes direcciones a tus extremidades, no vayas a pensar que te haya espiado cuando cada sábado al atardecer te bañas en el río, y que haya visto tus pies amén de otras partes que a buen seguro también tienes bien proporcionadas, como los hombros o los codos y, perdóname si me excedo aquí en mis supuestos: como las pantorrillas, que imagino como panes de harina blanca de la variedad esa de trigo que trajo el Argimiro de Sudamérica cuando le engañó la colombiana, asunto del que seguramente también estás al tanto y que tantas risas nos ha proporcionado, al menos a los hombres, pero ya dice el refrán que no hay mal que por bien no venga, y así ahora podemos hornear esos panes como pantorrillas tuyas, gordos y blancos, de miga prieta y salados al sabor, para lo que me levanto cada amanecer (y hoy además para escribir esta nota, pues a carta no llega), a encender el horno con el que cocerlos, así como para amasar tu hogaza, la cual, tú lo ignoras, preparo de modo especial, manoseada con mimo durante largo rato mientras te imagino levantándote a ordeñar las vacas, que bien guapas las tienes, las mejores de todo el pueblo, con las ubres más grandes y de leche más cremosa, de eso no me cabe duda, aunque alguno diga que las de la Rufina son mejores, no les hagas caso, es pura envidia, te lo juro por mis muertos que sabes son todos de buena familia, y a los que nunca mentaría si no fuera para defender tu honor, porque tampoco creo las habladurías que ese canalla del Eloy sacó en la cantina y a causa de lo cual me vi obligado a intercambiar unos puñetazos, y a lucir, te darías cuenta, un ojo amoratado como medalla a la Santa, y que no lo vuelva a oír, que a la finalización de la verbena te encerraste en la patatera del hijo del Quinito con este, cuando ni tan siquiera eres de las que te arrimas en los agarraos, que lo sé de tanto observar ya que, por desgracia, no tengo la temeridad de comprobarlo en persona y, las veces que me envalentono me doy la vuelta a medio camino o se adelanta otro más ligero, que no más enamorado, ¡eso es imposible!, como que me llamó José Roscón Redondo aunque todos me llaman el panadero, como antes también a mi padre y a mi abuelo y creo que a otros que hubo antes, hacedores de panes, tortas y empanadas de encargo, que no puedo dejar de recomendarte antes de despedirme de nuevo reiterando mis disculpas por mi parquedad, pero no te vayas a confundir conmigo, que cuando te imagino a mi lado mis buenas parrafadas me salen, y algo me ha de quedar de aquella abuela argentina por parte de madre, pero ya ves, así en papel, no he tenido otra ocurrencia que esta notita que, Dios mediante, pienso entregarte hoy y que espero sea el 13


inicio de eso que, según he leído en alguna novela, se llama relación epistolar (aunque poco o nada tiene que ver con las Sagradas Escrituras), como antesala a algo más serio, y es que a mí me gusta mucho leer, sobre todo novelas, y también folletines. Así dice la única carta que recibió mi abuela de mi abuelo. Me la entrega ella después de revelarle lo perdida que me encuentro en los asuntos del corazón. Y añade que fueron felices. ¿¡Hay quién entienda al amor!? En una pausa entre risas, baja la voz para confesarme: «No te imaginas cuánto me costó convencerlo para que olvidase el epistolario… porque, ¿qué más se podía decir con cuatro letras?».

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DEL AMOR TECLEADO EN LAS CALCULADORAS AMADO GARCÍA NUÑO (MADRID).

Mil trescientos setenta y nueve millones, doscientos treinta y cuatro mil novecientos ochenta y un latidos ha tenido, desde que te conozco hasta las dos de la madrugada de hoy, este corazón mío que, aunque no detente ningún tipo de las absurdas propiedades afectivas que se le atribuyen, sí que precisa, para el bombeo de las cañerías de mi cuerpo, la energía que produce el cercano combustible de tu cotidiana presencia. Anoche encendí la calculadora de los sentimientos. Tú estabas dormida, en esa posición casi fetal donde tus sueños desgranan nuevas realidades. Encendí el ordenador y busqué un programa de cálculo a medida de mi pasado contigo. Siempre hay un Office 2007 para el cariño. Introduje unos datos sobre lo que creo saber de ti, de mí, de ambos. Casi nada cierto, seguramente. Fuera, tras los cristales que se abrían como ojos de vidrio al otro lado de la cama donde estabas tendida, una ligera niebla cubría de escarcha los parabrisas de los coches. El parabrisas de mi alma, sin embargo estaba limpio y cálido, mientras yo tecleaba hacia la noche. Hubo otras noches, 12.445 exactamente, de las cuales 315 fueron solitarias. Con esa soledad temporal y ansiosa de las pequeñas despedidas. Motivos laborales o de familia, ya sabes. Catorce mínimas separaciones. El recuerdo me lleva de nuevo a comprobar tu sueño de hoy. Me gusta cuando respiras acompasada, con esa seguridad de lo innombrable. Con la misma seguridad que anhelabas mientras preparabas las 659 maletas de viaje que hemos cerrado durante estos años, muchas de ellas destinadas a alojarse en las bodegas de los 53 aviones en que hemos volado. Me cogías la mano, ¿recuerdas?, mientras duraba el recorrido previo al despegue, y por las falanges, sobre los dedos entrelazados, circulaban todos los mecanismos de autodefensa contra el pánico instintivo a los pajarracos de metal. A veces me dices que yo parezco más férreo que los propios aviones. Y, sin embargo, se me licua el esqueleto con el rescoldo de las emociones. Sigues dormida, al bies de mi mirada. Sigues. Han sido, al parecer, 859.638 miradas, un dos por ciento de ellas, debemos confesarlo, de odio o de rencor. Quien podría imaginar que tus melosos ojos de café se volvieran tan justicieros cuando te enfureces conmigo, ante esa persistente costumbre mía de invadir tu espacio. Se produce entonces uno de esos 851 enfados, una de las 266 expresiones de desprecio, de rabia corriendo hacia las alcantarillas que han estado a punto de horadar nuestra convivencia. Siempre hay tropezones en las carreras, huesos de pollo entre los arroces, caldosos o en paella, que 1.367 veces hemos compartido. La comida, la mesa, el vino. Ese espacio regenerador. Hemos compartido, te lo escribo mientras escucho el susurro de tu fase ram al otro extremo de la habitación, hemos compartido 38.824 fuentes de alimento y, quizá sea una señal, sólo hemos roto, según la estadística, diecinueve platos. Y hemos brindado, solos o en compañía, 1.184 veces. El tintineo de las copas en la memoria suena tan vibrante en mi cerebro que temo llegue a tus oídos y te despierte del sueño silencioso. No te despiertas. No hace falta. Fuera ha comenzado a chispear. Es una tela de araña líquida que apenas hace relucir los baldosines de la acera. La calculadora informática me sigue hablando de ti. También hay un espacio para los números pequeños que esconden tras de sí los más cruciales avatares. Dos partos, dos umbrales bajo los que han entrado en nuestras vidas otros proyectos huma15


nos, otras sensibilidades, otros pequeños seres. No tan pequeños ya, como tú recuerdes a veces, con justificada nostalgia. Vinieron esos hijos, y con ellos las 349 visitas a los médicos de atención primaria, doce a urgencia, tres operaciones sin mayor trascendencia. Tuvimos heridas y hematomas, desgarros, hemorragias, 72 en total, algunos de ellos en el alma, quizá los más difíciles de curar. Tanto que, hoy todavía, dudo si hemos encontrado la medicina mágica que, pese a todo, nos mantiene, como placebo vital, suficientemente cerca, suficientemente uni-dos. Uno al lado del otro, como estaremos dentro de media hora cuando, inventariada toda está impredecible numerología, me acueste de nuevo a tu lado, y lo aproveches, al filo del duermevela, para ajustar el arco de tu cuerpo al perfil de mi piel bajo la funda nórdica. Quedan, todavía, algunas cifras más. Siempre, en nuestro futuro, quedan cifras por delante, quedan besos por delante, quedan, por supuesto, dudas... Besos, 57.538. Dudas, menos. Apenas 58 períodos. Pero profundos. ¿Porqué es más honda la desconfianza que el alcance de los labios al buscarse? El goteo de la desconfianza ha corroído, a ratos, las cañerías del amor. Creemos y no creemos. Confiamos y no. No. Luego, otra vez, quizá. Sabemos tan poco de los demás... Como de nosotros mismos, dirías tú, siempre al borde de las certidumbres. La duda del otro es, con seguridad, la duda de uno mismo. Duda y seguridad. Los números crean este tipo de paradojas. De conflictos. Como los que hemos creado todos estos años en la estrechez del cuarto de baño principal. Hemos coincidido 1.622 veces, mientras yo me afeitaba o me sentaba en el inodoro, mientras tú te quitabas las cremas o dabas volumen al cabello. ¡Cuánto de nuestro espacio compartido, del mordisco a nuestra intimidad, se resuelve en esos nueve metros cuadrados! En los pequeños reductos nos sentimos más indefensos, más vulnerables. Como en el coche, en los cinco turismos que hemos compartido en estos años. Reproches y silencios. Sonrisas y besos. Y un accidente. Un aciago reventón cuyo sonido, que aún nos habita los oídos, diluyó los ridículos aullidos de algún incipiente desamor. Un afortunado reventón de la rueda trasera izquierda que, quién sabe, pudo abortar el pinchazo de un proyecto. De un proyecto de siglos, porque la vida en pareja es una apuesta que mantenemos, uno a uno, dos a dos, desde que aparecieron los austrolopitecus. Desde que dividimos nuestro tiempo en sueño y vigilia, como tú y yo ahora. Vuelvo a mirarte. Sumo otra mirada que no refleja la estadística del Office 2007 del Cariño. Ha dejado de llover. Respiro hondo. Como las 358.291.170 veces que he respirado desde que te conozco. Se encoge y se expande el diafragma, igual que se contrae y se dilata la esperanza de conseguir el imposible, ser uno en uno y dos en uno, y dos en dos, algo así como la santísima dualidad de los miembros de una pareja que se quiere, que alguna vez se quiso, que aspira a quererse siempre. Es tan largo el pasado y tan breve el presente... El presente eres tú durmiendo en la habitación matrimonial, en postura de cuatro desmayado. El presente son nuestros hijos, casados o emparejados, viviendo su vida y su proyecto, con las mismas dudas que nosotros tuvimos al empezarlo. Que quizá seguimos teniendo. El amor va y viene, se forma y se deforma. Como la lluvia, que aparece de nuevo abajo, en la calle desierta, iluminadas las gotas de agua por las farolas solitarias de la acera. El programa, implacable, me hace la última pregunta. Me gustaría no tener que responderla, pero tú no me lo perdonarías. Siempre fuiste más fuerte. Más entera que yo. Son casi las dos y veinte de la madrugada cuando le pregunto cuántos días han sido. Cuántos en total. 12.242, dice, unos de amor, otros de sentimientos variados. Muchos seguramente. Treinta y tres años, seis meses y diecisiete días, fíjate. Me sudan los dedos al completar el cuadro final. ¿Cuántos de ellos de indiferencia? ¿Cuántos? Ya no sé si llueve, ni me importa. 16


El dígito negro sobre cristal líquido. Por primera vez, el contador se ha puesto a cero. Casi grito. No lo hago, porque te despertaría. Ahora sé que ha merecido la pena. El dedo que presiona ligeramente sobre el botón off. Mi cuerpo, algo más ingrávido ahora, que se dirige hacia la cama. Me cobijo bajo las sábanas y te doy un suave beso en los hombros. Lo justo, tengo la intensidad del contacto muy medida después de tanto tiempo, para que un arrullo de placer te sobrevuele. Sin despertarte, eso sí. El beso de la esperanza, del triunfo también.

Es el beso cincuenta y siete mil quinientos treinta y nueve. Es el beso.

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DESDE MI RINCÓN OSCURO ISABEL GARCÍA VIÑAO (JACA, HUESCA).

Mi querida princesa:

Siento tu falta, y con tu ausencia, nostalgia. Nada ha sido peor para mí que el enfado que manifiestas conmigo. No te acercas para evitar tocarme. Hace días que no te sientas frente a mí, en tu trono de princesa, que no me acaricias, que no siento las cosquillas de tu melena suelta. Me has abandonado en un rincón oscuro, como si fuese un trasto inútil. Y mi existencia… ¡Ay, de mi existencia! Ésta no tiene sentido sin ti. Tus caricias, tus toques, me hacían vibrar el cuerpo. Tu suavidad al tocarme con las yemas de los dedos me estremecía, y me hacías despertar sibilante del letargo de reptil. Tus toques me hacían crear melodías. Aunque, también descargabas tus rabias sobre mí, arrebatándome la placidez y la tranquilidad de los atardeceres. Pero yo, por amor, mi amor, lo permitía. Permitía que estrujaras mis entrañas, tanto, tantísimo que, hasta los gorriones que intentaban adormecerse en los árboles del jardín, asustados de los estruendos levantaban el vuelo. Y ¡qué pena! Por Dios, qué pena sentía cuando tus ojos se enturbiaban de llanto y dejabas caer sobre mí tus lágrimas como redondeles de lunas llenas de noches hechas añicos. ¡Ay, y también cómo me dolía escuchar tus risotadas histriónicas! Sabía que eran a causa de algo doloroso que te carcomía por dentro y que sólo delante de mí exteriorizabas. Como ves, me contagiabas de tu estado anímico, como si tú y yo, nosotros, fuésemos dos en uno, con una unión indisoluble, igual que si nadáramos juntos entre los avatares de la vida en una relación simbiótica de rémora y tiburón. Tu jovialidad me contagiaba con notas alegres pues tu sonrisa era para mí una enfermedad vírica. Tus penas, sin embargo, ensombrecían antes de que se ocultase el sol algunos de los atardeceres. Me has hecho comprender que, cuando de verdad se quiere, encuentras en la felicidad del otro tu propia felicidad, y, en sus penas, eclipses totales del corazón y del alma. Todo lo que me has ido dando lo he digerido, lo bueno, lo malo, lo regular, con tal de que estuvieses a mi lado. Pero, ahora, tu distanciamiento no lo puedo soportar. Me faltas, y tu indiferencia, tu abandono, me parte el corazón en mil pedazos. Aunque parezca paradójico, tú, princesa mía, eras la que me traías flores, la que echabas aspirina en el agua del jarrón para alargar su lozanía, la que recogías los pétalos que se iban mustiando,… Y estos detalles, más propios de un varón hacia su dama, los echo en falta. Cuando te sentabas frente a mí en tu trono de princesa, la oscuridad se aclaraba y los ríos con estiaje llegaban en mi imaginación llenos de caudal a los mares. Te conozco bien, princesa, tanto como Cyrano de Bergerac conocía a su amada Roxane. Él podía ofrecerle sus cartas, sus poemas, sus deseos, pero por desgracia como si esos sentimientos que fluían de él a borbotones pertenecieran a otra persona. Yo te ofrezco melodías, de sueños y amores de Brahms, de Mozart, de Beethoven,… que amarían como yo amo. A nosotros nos han unido las mismas vibraciones: tus notas de ira, joviales, de alegría, de locos arrebatos,… A veces, tan locos y acelerados que deseaba gritar “piano, piano” -como dicen los italianos- para que tus contactos fuesen más suaves. Pero siempre he permitido, respetuosamente, que fueses tú, que fueras tú misma,… porque tú, tú eras la autora de mis sueños. Y ahora, por desgracia, de mi soledad y de mis más terribles desvelos que aguanto en silencio en 18


este rincón oscuro. No puedes imaginar cuánto me agradaban tus osadas y originales improvisaciones, claro está, las divertidas. Porque, a veces, con tus enfados de órdago, en lugar de acariciarme con tus yemas de alas de mariposa, me golpeabas casi con violencia, de manera impulsiva, e incluso, recuerdo que alguna vez diste patadas en alguno de mis tres pies descalzos. Los lastimaste y dejé mis huellas de sangre del alma, invisibles como ella, en el suelo. Pero como te conozco bien, todo lo he perdonado, pues sé que tus impulsos irrefrenables son fruto de tu carácter hipersensible. Antes de terminar esta carta, quiero hacerte una confesión muy seria, una confesión que me da vergüenza expresarte: No soporto escucharte en la habitación de al lado y saber que estás en compañía de “otro”, mientras a mí me ignoras por completo. Ese intruso ha bajado mi autoestima hasta las “suelas de mis zapatos”. No puedo seguir viviendo con esta celopatía, encerrado en este silencio que me ahoga y abrazando los fantasmas de los buenos recuerdos. Me castigas y me fustigas con tu indiferencia de una dureza infernal. Además querría que me aclarases lo que voy a preguntarte. Por favor te pido que no seas frívola y que pienses bien la respuesta antes de decirme nada. ¿Por qué me castigas de esta manera tan cruel si no soy culpable de que te hayan suspendido el sexto curso de piano en la Escuela de Música? ¿Acaso crees que lo soy si ese día ni siquiera me tocaste, si ese día otro familiar que dices que estaba desafinado me sustituyó? Para más abundamiento, debes reconocer que ese día estabas hecha un flan y que no supiste marcar los ritmos adecuados. Tuviste fallos, tú misma te diste cuenta, y me lo contaste con mucha rabia nada más salir del examen, pero, ahora, no los quieres reconocer. ¿O es que no recuerdas el si bemol mayor, el silencio de la corchea, aquel sostenido y el doble puntillo? A mí no puedes mentirme, son muchos años juntos, y tu oído no te engaña jamás. Por eso te pido que dejes de darme celos con ese maldito violín que me taladra los oídos y que no me sigas castigando con tu cruel indiferencia. Sácame del rincón oscuro y vuelve a acariciarme, pues, quiero ofrecerte, mi princesa, mis más tiernas melodías. Nada hay más maravilloso que verte sentada frente a mí en tu trono de princesa y sentir el contacto de tus dedos en mis teclas. Tuyo siempre. PIANO

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LA DONACIÓN GUIMAR ALMEIDA FERREIRA SANTOS (PAUSANDÚ, URUGUAY). A los ocho días del mes de septiembre de un año regido por la fuerza y sensualidad yo, otorgo posesión, por libre expresión de amor, a ti José, del área de aproximadamente 1,32 cm. de mayor tamaño por 0,45 de anchura para nuestro uso. Para tener derecho a esta área el beneficiario arriba citado no puede dejar de cuidar con cariño y respeto, otra área de más o menos 23 cm. anexa, siendo ésta última la más valiosa y que no se puede agrupar al conjunto total. El área en cuestión presenta dos colinas relativamente cerca, seguida por una garganta que se abre en una planicie cubierta por abundante vegetación, con una enorme depresión, que a pesar de húmeda siempre está tibia. Hay aún otra elevación aventajada formada por dos montes arredondeados como manzanas pero de base muy ancha que dan armonía y equilibrio al conjunto. La zona vecina representa dos fuentes de luz con intenso brillo, límpidas y una fisura rodeada siempre por una franca y frecuente sonrisa. Próxima hay una región ceniza completamente misteriosa, sobre la cual hasta la concedente desconoce los límites reales. Hay que reconocer, con todo, que es un área de grande valía y como tal debe está siempre en primer lugar, respetada en su amplitud humana y femenina. En caso contrario traerá gran trastorno en toda el área. De posesión de esta cabe al favorecido 20


cercarla por todos los lados, incluso la región anexa de kilómetros de besos y cariño, además de protegerlas y abonarlas regularmente con fuertes dosis de amor exclusivo y sincero. En caso de que el beneficiario no cumpla estos designios pierde el derecho de disfrute de la concesión. La única cosa que torna válida esta concesión válida es el amor bilateral entre las dos partes.

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LA CARTA QUE NO TE ESPERAS MARINA ASENSIO FELIPE (ZARAGOZA).

Empezaré estar carta echándote de menos pero no te prometo como la vaya a acabar.

En el momento en que dejo de tener mi mente ocupada, aunque sólo sea un instante, me viene a la cabeza tu imagen. Pero no te pienses que es la percepción de un cuento hadas en el que sales idolatrado con un aura luminosa tras de ti; ni tampoco como un príncipe cabalgando a lomos de su lindo corcel; aunque estarías muy gracioso. Mi imaginación es más estrafalaria que todo eso y me niego a que mi mente piense que eres un ser perfecto. No sé hasta que punto te apetecerá saber cual es mi recuerdo de ti al cerrar los ojos. Puedes dejar de leer en este mismo momento, pero la curiosidad no te permitirá hacerlo; juego con esa baza.

Pues bien, allá va:

Mi recuerdo de ti es una sonrisa. Una de estas con todos los dientes hacia fuera, con arrugas a los lados y patas de gallo en los ojos. Posiblemente ahora no lo estés haciendo porque no te haya gustado que hable de tus arrugas, pero ya te di la opción de no leer más, así que no te puedes quejar. En mi visión también veo tus manos llenas de pelillos, incluso por los dedos. Veo tu uñas mas largas de lo normal, el corta uñas tiene poco trabajo. Ahora sí que estarás sonriendo, siempre te hacen gracia mis observaciones repentinas, así sin venir a cuento. Sabes que me pone nerviosa tu movimiento de dedos entre los nudillos, pero no dejes nunca de hacerlo porque ese eres tú. Me armaré de paciencia y ya está. ¿Qué tal lo estás llevando? Sé que no es lo que tú esperabas, no te puedo ofrecer algo más idílico, lo siento. Aún estás a tiempo de no seguir leyendo, tu mismo. Por si aún lo sigues haciendo…te digo que mi memoria deja de entre ver una mirada. No estoy segura del todo que me quieres decir con ella, como muchas otras tantas veces; no es un reproche tranquilo pero sí que es una realidad. Tus ojos expresan demasiado; aunque intentes ocultarlo te delatan más de lo que tu querrías. En ocasiones me gustaría no saber que piensas y por eso ni te miro, y otras atravesaría tus ojos y me adentraría en tu mente como un ladronzuelo desesperado por robar tus pensamientos. Para tu información, nunca voy a dejar de hacerte cosquillitas en tu cabeza deslizando mis dedos entre tu pelo. No es que me guste especialmente ya que se me duermen las manos, pero sé que te encanta, y es motivo suficiente. No te lo digo como si fuera un verdadero sufrimiento, que tampoco es para tanto. Yo sólo alego que es más agradable para ti que para mí. Yes lo que tengo en cuenta, nada más.

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Esto último te ha gustado más, a qué sí.

Después de esta reflexión, igual te has planteado que sé demasiadas cosas de ti, o igual es que doy por hecho que son así… No te asustes, no pretendo manipularte. A veces me gustaría, no lo niego, pero me cansaría enseguida de que estuvieras a mis pies. Prefiero que te rebeles, que me digas que no, que soy una pesada y una arrogante, que me reproches que hablo muchísimo y que callo demasiado, que soy una rebelde y una inmadura, que no me soportas cuando estoy impertinente y que me pongo feísima cuando lloro. Seguro que me duele, pero seguro que lo necesito. Eso sí, solo te pido que lo hagas en bajito, como si me susurraras. No hace falta que eleves tu voz cada vez que te alteres, no es necesario y además no sirve de nada. Sólo consigues perder autoridad y tampoco es justo para ti porque tienes mucha razón en lo que me dices. No creas que no cuesta decirte todo esto. Sería mas fácil contarte un cuento como al principio de esta carta y terminar comiendo perdices para poder ser felices. Nunca las hemos comido y creo que de momento no nos va nada mal. Así que mejor no tentemos a la suerte, no vaya a ser una trampa de una bruja malvada de esas que cuando quieren son horribles. Que tengo miedo a que el hechizo se deshaga con un beso de amor verdadero y descubramos antes de hora que no estamos hechos el uno para el otro. La magia no consiste en eso, en mi opinión. Podría decirte más ideas que tengo en mi alocada cabecita pero ahora soy yo la que no quiere leer más, que me he cansado de tanto pensar en ti.

Sólo te diré una última cosa:

Que da igual la imagen que tenga de ti, que te guste o no mi perspectiva de ver las cosas. Simplemente me da paz el saber que cierro los ojos y estás ahí.

P.D.: Y por si te queda alguna duda, terminé la carta y ya no te echo de menos.

Ya no es necesario, te siento cerca.

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HISTORIA DE UN ABRAZO MÓNICA ALEJANDRA CARRIZO (IBIZA).

Por si no me recuerdas, te diré un lugar y una fecha: Lugo, finales de 2002.

Una casa de citas con agradables vistas a orillas del río.

Yo había aterrizado allí hacía unos días, cómo y porque, aún me lo pregunto. Me avisaron que un cliente esperaba en la sala. Cuando entré a presentarme, encontré a un hombre hermoso, con los ojos empañados de bruma, viendo caer la nieve desde la ventana. Contrataste una hora y media de mi tiempo, fue un rato de sexo, vivido con la pasión de los que ya se han jugado casi todo. Hubo armonía, y quizás más entrega que en muchos romances de nuestro prolífico pasado amatorio. También hablamos bastante. Del Prestige, que había infectado tu tierra, de los emigrantes retornados, de Galicia maltratada. La literatura no pudo faltar, aparecieron Conrad, Cèline, Salinger. Éramos muchos en esa cama. Cuando quise saber qué escribías, sonreíste negándote a responder.No registré en ese momento la dimensión de nuestro encuentro. Ni la intensidad de un abrazo, del que aún no me he soltado. Me quedé en la ciudad un par de días más desde esa tarde. Estuviste presente cuando paseaba a la vera del Miño y mientras deambulaba alrededor de la muralla. Luego volví a mi isla apacible. Sigo dictando clases en el instituto y corriendo por la bahía cada tarde, mientras esquivo las oleadas de alemanes con sus perros.

Ya ves que no todo era inventado.

No te busqué, pero estuve atenta. Me regocijó encontrarme, en la solapa de un libro, con tus ojos de bruma. La vida nos ha seguido pasando. Tal vez ambos hemos viajado de a ratos con la sensación de vivir en un mundo que apesta, y por momentos no hemos tenido más remedio que ser felices. Como todo lo entrañable que perdemos y no nos resignamos a dejar de buscar (la foto de un hijo, el juguete favorito de la infancia), he pasado gran parte de este tiempo, tratando de recuperar aquél abrazo. Ese momento dorado, en que nos desintegramos para incorporarnos al caos y al orden, al dolor y a la alegría, a la desolación y al abrigo, a lo imposible de nominar o describir. El instante en que esos personajes que nos habíamos inventado, se diluyeron y nos desarmaron.

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Estoy segura de que lo recordarás, los narradores atesoran las emociones. Después de diez años, he descubierto tu obra y la he devorado, me gusta. Y a la vez descubrí que he vivido contigo la jornada de amor más breve y luminosa de mi vida adulta. Esta tarde de diciembre en que inusualmente cae nieve en la isla, mientras miraba los copos deslizarse al otro lado del cristal, me asaltó la urgencia de escribirte, y compartir contigo un homenaje al abrazo perdido. Confesarte esto que llevo guardado, y proponerte un brindis a la distancia, a través de una carta tardía.

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LA CARTA AL PROMETIDO

MIREIA CLAVERO LAGUNA (ZARAGOZA).

Cinco casas de la tuya, a dos meses del día

Me he despertado la primera de la casa y he pensado en escribirte. Te veré en unas horas pero las ganas me podían y las estoy poniendo en un papel. ¡Y yo que no escribo desde que salí de la escuela! La Carmela sigue durmiendo así que me he acurrucado bajo la manta y me he pegado a la hoja de la ventana. Así atino a escribir con la luz del día que asoma. Huele a frío, las briznas de hierba deben seguir heladas en el monte. Querría agarrar todo el sol que pudiese y dejarlo amarrado a este papel para que te abrigara mientras pastoreas. Pero sé que pronto te despediré cada jornada con un abrazo, para que no te vayas tan solo al prado helado. Sólo pienso en el día en que pueda despertar a tu lado y oír, por primera vez, tu respirar mientras duermes. Pero ya queda menos. Ya lo sabrás, pero las miradas de ayer me agitaron la tripa. Te cacé una mientras subía cargada del agua de la fuente, ¿por qué me miras mientras trabajo? Parece que buscas verme fea. Y tú atrapaste mis ojos cuando, con las mejillas encendidas, te vi subiendo con el rebaño. Qué guapo estabas. Con los ojos achicados y caminando como el trigo, espigado y requemado por el sol. Me duelen los huesos, de frío y de sueño. Es que apenas he dormido pensando en el baúl que me espera a un lado de la habitación, el baúl que esconde el ajuar para la boda. Ayer Madre me abroncó porque no me rendía el esbrisne del azafrán. Carmela se me ríe porque dice que ando mirando al cielo y sin saber qué hacer. Y es por tu culpa, el mal que me has hecho, que cada vez que te veo me falta el aire y la tripa se me anuda. No pasa día, ni hora, ni minuto que no me acuerde del Corralico de Julián. Del día que me seguiste cuando iba a echar comida a las gallinas. Cierro los ojos y me viene el olor a leña, a monte enredado en tu pelo y a nubes preñadas de lluvia. Cierro los ojos y veo el diente de león pegado a tu pie, escucho el cacareo de las gallinas y siento tus labios por primera vez. Ese beso corto, caliente y con sabor a tabaco. Ese único beso que ha sido pecado pero que se perdona porque en unas semanas nos uniremos ante Dios y ante todos. Y, aunque así no fuera, volvería a besarte una y mil veces, me marcharía de estos montes si hiciese falta. Porque ahora entiendo lo que dicen las canciones que tocan en fiestas. Esas que hablan de amor y de besos. Porque ahora sé que te busco y miro tu boca ancha. Y envidio la gota de vino que te resbala por dentro. Y la lana que te toca y abriga. Sé que nos esperan años de invierno frío y trabajo duro. Que nos veremos cansados, que reñiremos, que, por mucho que me tape del sol, seguiré teniendo la piel morena que tenemos los pobres que trabajamos en el campo. Pero también recuerdo lo que hablamos ese día con el chisporroteo del lavadero de fondo. Haremos un hogar poco a poco, con trabajo pero también con cariño. Que tendremos hijos que puede que dejen la hoz o puede que siempre sigan sembrando, pero que serán buenos porque nacerán del amor que nos tenemos. Los pariré en las sábanas de lino que esperan en el baúl y que me huelen a tus abrazos.

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Me tiemblan las piernas y el alma cuando pienso en lo que nos espera. No tenemos mucho pero a mi mano vacía se unirá la tuya y eso es todo lo que necesitamos. La que será nuestra casa ya está encalada y un par de amapolas le salen de las esquinas. Madre me ha preparado el vestido para la boda y Padre se echó a llorar cuando lo vio. Me hago una mujer, o eso me dicen. Y una mujer me haré la noche en que durmamos juntos por primera vez. Sé que no está bien, que no debo contarte estas cosas, pero sé que me abrazarás con firmeza y dulzura y me enseñarás lo que tenga que saber. El cielo ya se ha aclarado y los gallos despiertan a todos. Ahí veo a la Manuela con su cesto al brazo. Carmela se remueve en su cama y se escucha a mis padres desde la alcoba. Doblo esta carta dándole los besos que no puedo darte todavía. Te la entregaré a la misa de doce. La llevaré escondida en el misal para que nadie me la robe. Y, aunque tú no lo sepas, te estaré mirando la nuca desde el otro lado y contaré los pasos desde mi fila hasta el altar cuando vaya a comulgar. Así sabré los pasos que me separan de ti, porque seremos uno en sólo unos meses. Buenos días, mi todo, mi novio y pronto esposo. El sol se ha quedado en estas líneas para que te caliente en el prado helado, para que te abrace en la espera.

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SIN TÍTULO

JAVIERA PAZ BARRIENTOS DÍAZ (CHILE).

Para ella, y cualquier curioso en general del planeta.

Buenas, mi estimado. No nos conocemos, y nunca hemos hablado en persona. Posiblemente a usted esta carta le importe lo mismo que a lo que le ocurrió a mi cena… pero, de algún modo, mi peculiar confesión ha llegado a sus manos, y permanece estropeándose entre sus dedos que, tal vez, maquinan la mejor forma de partirla en mil pedazos.

(…Espero, no lo hagan aún).

Permítame tomarme la libertad de elegirlo a usted como cómplice de una realidad común que sigue siendo cruel y clandestina. Gracias desde ya por leer. “Pensar que es tan sencillo dejarse llevar a veces por una mirada, por sonrisas perfectas o bonitos rasgos que pululan curvas delicadas y danzarinas al sutil movimiento de dos muslos firmes como pétalos tersos de una turgente rosa joven. O bien, en contraste, caer en la tentación de permanecer bajo fuertes brazos masculinos que, coqueteando y haciendo reír, en el fondo, buscan ansiosos a quien proteger como en los cuentos de hadas: hasta con la vida misma… en muchos nobles casos. Yo veo en silencio esa realidad, escrutando cada relación, y pienso en las mismas tonterías injustas que te comento a duras penas en nuestras conversaciones. Porque sabes que prefiero morder fuerte mis labios cuando observo, envidiosa, cómo un hombre y una mujer pueden abrazarse libres de pecado, o aferrarse perezosos de la mano, tal cual yo sueño hacerlo contigo alguna vez de forma espontánea, sin miedo. Y, que no hay noche en la que no ruegue a las estrellas la libertad de gritarnos a los cuatro vientos lo que callamos a besos, ocultas tras gigantescas murallas de sólido concreto que nos segregan todavía más del mundo egoísta que nos envuelve. Por eso… Decir que en este momento hay más de mil kilómetros de sociedad y repudio separándonos, y en esencia, un sexo que a ojos de cualquiera resulta incompatible, es sólo narrar la punta del iceberg. Aquí, a ti una vez más; a ustedes, misteriosos lectores, confesaré todo lo que mis palabras burdas e infantiles guardan a la hora de querer demostrarte un atisbo de lo que siente mi corazón, aquel que te perteneció desde el primer “hola”, oh mí muy, y desde quizá hace cuántas vidas, dulcemente hermosa mujer. Esta es, en resumen, mí, nuestra absoluta verdad. Os describo la panorámica de la escena: Yo encaro en las tablas a una niña triste, una flor que ha marchitado antes de tiempo (temo serlo todavía). La palabra “amor” posee un significado tremendamente fuerte para mí: me paraliza. En la realidad sigo siendo pequeña e invisible; no domino el lenguaje 28


humano. Estoy cubierta de nieve, tengo frío, y nada encima con qué abrigarme, más que una armadura negra y pesada de hierro que me hunde hasta el fondo del abismo que no puedo narrar, sin sentir que la vida se me va austera en ello. Pero, ¿saben? Soy lo mejor de mí misma cuando apareces. Por ti, puedo llegar a ser muchas cosas, incluso yo, pues nadie me ha visto interpretando el papel de mí misma; ningún ser ha tenido acceso a la niña enroscada que reside bajo kilómetros de nueve espesa e hirientemente blanca, excepto tú. Con tu dulce aparición, la actriz que me parodia se ha quitado las máscaras, y exhibe ante ti su pecho blanco, sin miramientos. Sin escrúpulos. Cuando te veo, de pronto, es como si todas las canciones de amor se han escrito pensando en tu nombre; en aquella noche oscura que reside en el lucero ausente de tus ojos profundos, abnegados en una melancolía que me hiere el alma. Estoy segura que mi lista de reproducción entera va dedicada a ti… desde antes de conocernos. Que el Amor, seguramente, piensa en tu rostro cuando ha de inspirar a los más grandes poetas del mundo. ¡Ah! ¡No sabes lo que cuesta dejar caer la mirada cuando nuestros ojos se encuentran por divina gracia de Dios, en esos momentos en los que dudo como nunca de mi fuerza de voluntad! Si no me acerco con cuidado, he de estar consciente que al peligro te expongo; nuestros cuerpos por desgracia nos delatan, traicioneros. Se atraen, ¡juro que lo hacen!, no entendiendo que nos asechan lobos hambrientos por doquier, listos para matar al primer intento. Pese a ello, no dudo un solo segundo en ser tu patética heroína, sabiendo que oportunidad no tengo. Ser la triste mártir que está consciente de que esto es mutuo: que tú sufres más que yo tu realidad. Qué no haría para evitarte el dolor del rechazo de la gente y de tus padres, mi amor… De qué no sería capaz, me pregunto a veces, sin obtener respuestas lo suficientemente terribles para hacerme retractar. Juro que todos ahora podrían escuchar el violento martilleo de mi torpe corazón, el que se vuelve loco de euforia con tu sola presencia, aunque sea imaginaria. Basta tu recuerdo; tú aroma, o esa peculiar forma media torpe y tímida de caminar que tienes para que se encienda mi cuerpo entero. Por eso, porque eres frágil y temo que te dañen, es que me alejo y me trago sin escrúpulos el dolor que significa cometer semejante acto masoquista. No te miraré, ni tocaré. No abiertamente. No frente a esta indigna multitud que no comprende el verdadero alcance de la palabra “amor”. Y aunque adviertes mejor que yo que esta unión es imperdonable, has decidido tirarte junto a mí al abismo de la incertidumbre, aferrada segura de tu elección a mi mano que inevitablemente tiembla ante tu piel, en sumo abnegada en nervios, presa del miedo, pero mucho más de la dicha y el regocijo por saberse, tu dueña. Creo que ya no puedo disimular… Estás tan cerca, que duele. Duele imaginar que besas con ternura la comisura de mis labios y toqueteas donde se te ocurra, como disfrutando sádica el sinsentido de mis jadeos, ya soltados libres de censura en la espesura de la negra noche, nuestra fiel confidente. Me abrazas, y de un momento a otro me quemas, ¿es esto normal? Me aferro a tu cuerpo como si temiera que fueras a desvanecerte, cosa que entiendo, sí o sí ocurrirá. Y ardo de sobremanera cuando ahora resides, incierta y temerosa, en medio de mi ofuscado pecho de mujer, ese tan distinto al que un hombre puede ofrecerte. Me pregunto si habrá uno que, en realidad, te merezca. Aterrada de la presunta e incoherente idea, atraigo aún más tu cuerpo hacia mi corazón idiota que late desesperado, rogando ser yo la elegida. Lo hago, queriendo negar por completo la opción de perderte… 29


pero la realidad es autoritaria, y hala de mi piel sin cuidado cuando eres tú ahora el témpano de hielo que susurra, queda, un “buenos días” demasiado monótono y robótico que me obligo a responder. Pese a todo esto, te amo, te amo con locura mi niña hermosa, la más bella de este mundo sucio. Te amo... Te adoro con este ardor en la garganta que raspa poco antes de llorar; con la soledad de un cuarto en penumbras que alberga tu recuerdo más allá de los sollozos. Con el mundo cayéndome encima... Con cada momento que me hizo sentir persona, valiosa, alegre, feliz, invaluable. Sobre todo con esto último, te amo. Te amo más que la posibilidad de ser feliz, porque sé reconocer aquello: es una sensación tan repentina que tuve que identificar bien sus efectos para temerle, y buscarle: contigo lo he sido, he podido sonreír naturalmente. No existe mayor gloria que pasar a tu lado, en el cuerpo que Dios nos de, en sumo, la eternidad completa. Pues no existe noche en la que no ruegue a las estrellas la libertad de gritarnos a los cuatro vientos el amor que callamos sin freno a besos y caricias, en ocasiones más congruentes. Y quizá te diga todo esto de nuevo, con frases más ingeniosas y menos repetitivas. En otro sitio, en una carta; por teléfono, a la cara. No lo sé, ni quiero pensarlo ahora. Sólo dejarme llevar por el río del destino me permito. Es extraño y tortuoso amarte como lo hago, porque es en terrenos peligrosos… y a sabiendas de que lo nuestro, tal vez, jamás suceda como ansiamos.

Pero entiendo, “acepto los términos y condiciones”.

…No es secreto alguno que me esté volviendo algo loca; loca por ti, también. Puede que me termine hundiendo más en la nieve. Aunque, si te pienso, ya no hace tanto frío: sábelo. El mundo no es el único discriminador: mi propia pluma también nos traiciona. Ya me veo obligada a dejar de escribir, así que, por ahora, os dice hasta pronto tú terca, voluble y eterna enamorada, Julieta Sotomayor. PD: Disculpen, esto de las postdatas es mera tradición. Yo… sencillamente, ya no puedo vivir sin ti. PD2: …Sé que podrás contra tus monstruos internos. En que un día sonreirás libremente, e iluminarás las calles maltrechas de cualquiera con tu suave luz afectuosa, tal cual lo hiciste conmigo.

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El fallo del certamen tuvo lugar en Coria, el 9 de febrero de 2012, estando el jurado formado por: Fernando Alcalá Suárez Jesús Domínguez Domínguez Jesús Gallego García Tomás González Lorenzo Mª Soledad Núñez Santos Mª Luisa Rodríguez Serrano Organización y patrocinio:

EXCMO. AYUNTAMIENTO DE CORIA Concejalía de Cultura

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