Retórica Forense

Page 1



RETÓRICA FORENSE



RETÓRICA FORENSE

MIGUEL ANTONIO DE LA LAMA

Centro de Altos Estudios de Justicia Militar 2015


FUERO MILITAR POLICIAL DEL PERÚ "Retórica forense" de Miguel Antonio De la Lama, Reedición publicada por el Centro de Altos Estudios de Justicia Militar Colección Publicaciones especiales del Fuero Militar Policial Presidente del Fuero Militar Policial General de Brigada EP (R) Juan Pablo Ramos Espinoza Director del Centro de Altos Estudios de Justicia Militar Contralmirante CJ Julio Enrique Pacheco Gaige Director Académico del Centro de Altos Estudios de Justicia Militar Capitán de Navío Carlos Schiaffino Cherre Comité Editorial Teniente Coronel EP Roosevelt Bravo Maxdeo, Presidente del Comité y Sub Director del Centro de Altos Estudio de Justicia Militar Licenciado Floiro Tarazona Ramírez Técnico Supervisor Segundo AP Luis Urbina Huapaya Oficial de Mar Primero AP Regina García Espejo Abogada Mirella Oré Quispe Diagramación Socorro Gamboa García Diseño de portada Técnico de Primera EP Darío Castillo Román

RETÓRICA FORENSE Miguel Antonio De la Lama Urriola Primera edición: 1896 Segunda edición: setiembre, 1994 Tercera edición: abril, 2015 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2015-05402 Tiraje: 500 ejemplares Editado por:

FUERO MILITAR POLICIAL

Av. Arenales 321, Santa Beatriz, Lima Cercado Telf.: (511) 6144747 E-mail: caejmp@fmp.gob.pe Impreso en Imagideas.com de Milagros Morales RUC: 20524409471 Calle Pedro Murillo 1064, Pueblo Libre Teléfono: (511) 2613558 / Cel. 987848007 E-mail: mmorales@imagideas.com.pe IMPRESO EN EL PERÚ PRINTED IN PERU


MIGUEL ANTONIO DE LA LAMA



INDICE

Nota del editor ................................................................... 11 Autores consultados .......................................................... 19 Prenociones ........................................................................ 21 Principios generales .......................................................... 35 PARTE PRIMERA ABOGADO Capítulo I: Preliminares ................................................... 49 Capítulo II: Dotes intelectuales del abogado ................... 51 Capítulo III: Instrucción del abogado .............................. 55 Capítulo IV: Cualidades morales del abogado ................. 67 PARTE SEGUNDA ORATORIA Capítulo I: Preliminares ................................................... 83 Capítulo II: Orador ........................................................... 88

Vocación especial ........................................................ 89

Dotes físicas ................................................................ 89

Presencia de ánimo .................................................... 90

Ventajas del abogado que habla al último ................ 91

Capítulo III: Preparación del discurso ............................. 95 Capítulo IV: Construcción del discurso ............................ 97


§1. Exordio ................................................................. 98 §2. Proposición ........................................................... 100 §3. División ................................................................ 101 §4. Narración ............................................................. 103 §5. Demostración: pruebas ........................................ 106 §6. Refutación ............................................................ 124 §7. Peroración ............................................................ 130 §8. Epílogo ................................................................. 132 §9. Conclusión ............................................................ 135

Capítulo V: Operaciones del Espíritu en el discurso ....... 137

§1. Invención .............................................................. 138 §2. Disposición ........................................................... 140 §3. Elocución y estilo ................................................. 142

Estilo patético ...................................................... 153

§4. Pronunciación ...................................................... 161

Voz ........................................................................ 165 Movimientos del cuerpo ...................................... 171 Reglas especiales para el abogado ...................... 173 Capítulo VI: Improvisación ............................................... 179

§1. Principios generales ............................................ 179 §2. Aprendizaje .......................................................... 191 §3. Elaboración solitaria del discurso ...................... 198 §4. El improvisador en la tribuna ............................. 201 §5. El improvisador después de dejar la tribuna ..... 205 § Epilogal. Resumen de las reglas de Gorgias .......... 206

Capítulo Final: Consejo de Bautaín ................................. 210 PARTE TERCERA REDACTORIA Capítulo I: Preliminares ................................................... 213 Capítulo II: Diferencias en el modo de redactar los escritos ........................................................................ 215

§1. Juicios civiles ....................................................... 215


Consultas ............................................................. 215 Demanda .............................................................. 216 Réplica y dúplica ................................................. 216 Interrogatorios ..................................................... 217 Alegatos ................................................................ 217 Recursos ............................................................... 217

§2. Juicios penales ..................................................... 218

Querella ............................................................... 218 Acusación ............................................................. 218 Defensa ................................................................ 219 APÉNDICE I. Cualidades esenciales de la elocución ....................... 221 II. Distintos géneros de estilo ......................................... 225 III. Exornación del estilo forense ..................................... 228 IV. Consejos de Sainz de Andino para perfeccionar el estilo ........................................................................ 236 MODELOS I. Foro francés

Defensa de la Condesa de Mirabeau, sobre divorcio.- Portalis ....................................................... 243 Discurso de Mirabeau ................................................ 251

II. Foro francés

Defensa de la viuda del mariscal Brune, contra los asesinos de su esposo.- Dupin .................................... 265

III. Foro español

Acusación de parricidio y adulterio contra la esposa de don Francisco del Castillo y el cómplice.Meléndez Valdez ........................................................ 277

IV. Foro peruano

Defensa del comandante de la corbeta Unión don M.A. Villavisencio, desobediencia militar.- Lama..... 297


V. Foro peruano

Defensa del Comandante de la Unión don Miguel Grau, Isubordinación, etc.- Cisneros ......................... 309

VI. Foro español

Defensa en la causa contra varios diputados, sobre Conspiración.- López .................................................. 342


NOTA DEL EDITOR

El Centro de Altos Estudios de Justicia Militar del Fuero Militar Policial, en el año 2014, impulsó la reimpresión del libro “Fuerzas Morales Militares”, del Coronel Hernán Augusto Monsante Rubio, iniciando así una nueva línea editorial que se agregaba a las ya existentes: la publicación semestral de la Revista “El Jurista del Fuero Militar Policial”, en la que se tratan temas de Derecho Penal Militar, Derecho Internacional Humanitario, Derecho Operacional y otros temas afines y la línea normativa que tiene que ver con las Leyes, Códigos y Manuales relativos al quehacer del Fuero Militar Policial. La reimpresión de libros valiosos, como se dijo en la nota editorial de “Fuerzas Morales Militares”, “pretende acercar a los lectores a temas históricos relacionados con la Justicia Militar, a los valores éticos tan esenciales para la correcta administración de justicia y a otros temas de singular valía para el mejoramiento de las capacidades cognitivas y éticas de los miembros del Fuero Militar Policial.” En esa misma línea de pensamiento, el Centro de Altos Estudios de Justicia Militar reimprime hoy el libro “Retórica Forense”, del ilustre jurista Miguel Antonio De la Lama Urriola, cuya primera edición se hizo por la Librería, imprenta y encuadernación Gil (Banco del Herrador 113 y 115) de Lima, en 1896. Las razones que nos han impulsado a reimprimir la obra “Retórica Forense” son, básicamente, dos: a) La vigencia de su contenido, no obstante haber transcurrido ciento veinte años desde su publicación inicial; y, b) La relación de su autor con la jurisdicción militar, de la que fue su primer Fiscal General, cargo que ejerció entre el 17 de marzo de 1899 y 1912, año en que dejó de existir. 11


Miguel Antonio De la Lama

En cuanto a la vigencia del contenido del libro, qué duda cabe, las dotes intelectuales y las cualidades morales de los abogados, en ese tiempo y en éste, resultaban y resultan esenciales para el desempeño exitoso de la profesión. En este tiempo de notoria competitividad profesional, pero también de “descomposición moral de la sociedad”, la calidad intelectual del abogado es importante, más su comportamiento honesto, marcan la diferencia. La oratoria, que retrotrae a los clásicos griegos y romanos1, la preparación del discurso, la forma como deben presentarse los casos en los tribunales de justicia son tratados por el autor extensamente, de forma que podemos decir, que se trata cuasi de un “manual de litigación oral”, tema tan de actualidad a raíz de su uso y utilidad en el proceso adversarial acusatorio, vigente, también, en la jurisdicción militar policial desde el 1 de enero del 2011. La “redactoria”, que explica como formular los escritos y los temas sobre el tratamiento de la elocuencia son otros de los acápites de la obra, que, además, cuenta, en forma de modelos, con textos de alegatos de defensas pronunciados en distintos casos civiles y penales. Es de destacar, desde lo castrense, los alegatos pronunciados por el doctor Luciano Benjamín Cisneros ante el Consejo de Guerra de Oficiales Generales, en la audiencia de 14 de Febrero de 1867, a favor del Capitán de Navío Miguel María Grau Seminario, acusado por la presunta comisión de los delitos de insubordinación, rebelión y traición a la Patria, y por el propio autor de este libro a favor del Capitán de Navío Manuel Antonio Villavisencio, acusado por el delito de Desobediencia, ante el Consejo de Oficiales Generales reunido en el Callao el 16 de Octubre de 1880, en el contexto de la “Guerra del Pacífico”. Respecto del autor, debemos decir que el doctor Miguel Antonio De la Lama Urriola (1839-1912) fue un eminente jurista, miembro del Ilustre Colegio de Abogados de Lima, que de acuerdo con la “Memoria del Ministro de Justicia, Culto, Instrucción y Beneficencia Don Melchor

1

12

La pintura de la carátula representa a Demóstenes practicando oratoria. Es obra de Jean Lecomte du Nouÿ (1842–1923). Se dice que Demóstenes, emblemático orador griego del siglo III A. de C., dado que tenía deficiencias en el habla (tenía dificultad para pronunciar la “R”), solía hablar con piedras en la boca y recitar versos mientras corría. Para fortalecer su voz, hablaba en la orilla del mar, por encima del sonido de las olas.


Retórica Forense

García al Congreso Nacional de 1872” 2, obtuvo “la matrícula de abogado… en el Distrito Judicial de Lima… el 10 de agosto de 1862”. Se formó en el Seminario Conciliar de Santo Toribio, donde cursó la carrera de Teología, que le sirvió para escribir textos religiosos diversos. Enseñó astronomía, cálculo, gramática castellana y filosofía; y en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde gozaba de gran prestigio, enseñó varios cursos de Derecho, tanto sustantivos, procesales como especiales y condujo, además, reiterados cursos de práctica forense, para los que elaboró una importante bibliografía. Ocupó don Miguel diversos cargos; así fue juez, fiscal, notario, Director General del Registro Mercantil y de la Propiedad Inmueble, Director de la Penitenciaría de Lima, Secretario y Jefe de la Sección Judicial de la Sociedad de Beneficencia de Lima y conjuez de la Corte Suprema de Justicia de la República. Fue director, redactor y hasta propietario de diversas revistas jurídicas y de un periódico. En esta actividad, por ejemplo, dirigió “El Derecho”, publicación del Colegio de Abogados de Lima. Basadre dice al respecto: “El Derecho, periódico semanal, órgano del Colegio de Abogados, dirigido por Miguel Antonio De la Lama, comenzó a parecer el 12 de diciembre de 1885. Siguió publicándose hasta diciembre de 1889.”3 Carlos Ramos Núñez dice al respecto: “El Derecho (1885-1909), órgano del Colegio de Abogados fundado, dirigido y hasta redactado por Miguel Antonio De la Lama.” 4 Nuestro personaje, estuvo siempre comprometido con el mejoramiento y comprensión de la legislación de la nación; y en tal sentido, sumilló, concordó y comentó Códigos; escribió y publicó libros; presentó proyectos normativos e impulsó campañas para la difusión de éstos. Numerosos autores han destacado la valía del sapientísimo Miguel Antonio De la Lama Urriola, por lo que dejaremos que ellos hablen de algunos de sus importantes aportes académicos.

2

Imprenta de “La Sociedad”, Calle de Núñez N° 38/Por José Rufino Montenegro, 1872.

3

BASADRE GROHMANN Jorge. Historia de la República del Perú (1822-1933), Tomo 10, El Comercio, Primera Edición 2005, p. 63.

4

RAMOS NÚÑEZ Carlos.- Historia del Derecho Civil Peruano (siglos XIX y XX). Tomo V. Volumen 1. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Primera edición: noviembre 2005. p. 34.

13


Miguel Antonio De la Lama

Sobre la Ley de Registro de la propiedad inmueble, Jorge Basadre Grohmann dice: “Abrió campaña en ese mismo sentido Miguel Antonio De la Lama en la revista El Derecho en 1886 y los diputados Alejandro Arenas y Mariano Nicolás Valcárcel presentaron el revisto proyecto que culminó en la ley de 28 de enero de 1888” 5. Según Jorge Basadre Ayulo, “Una edición actualizada de la ley procesal peruana apareció en el año de 1873, preparado al alimón por los destacados publicistas don Manuel Atanasio Fuentes y don Miguel Antonio De la Lama”; y el mismo autor considera, también, que “el libro más importante en materia procesal en el siglo XIX en el Perú fue el del profesor sanmarquino doctor don Miguel Antonio De la Lama, titulado Elementos de teoría del enjuiciamiento y práctica forense peruana del año 1875, en tres tomos.” 6 Sobre el Código Civil de 1852, Miguel Antonio De la Lama publicó varias ediciones con valiosas citas, notas y concordancias. “El acervo legal modificatorio del Código Civil fue incrementado por este autor con el correr de los años”.7 El profesor Carlos Ramos Núñez dirá: “Miguel Antonio De la Lama, publicista de sucesivas ediciones del Código Civil, incluye en éste agudos comentarios o notas.” 8 Publicó también De la Lama un Código de Comercio del Perú, con citas, notas, concordancias hasta el 30 de diciembre de 18969 y un Reglamento de tribunales con citas, notas, concordancias y un apéndice10. Con anterioridad, junto con Manuel Atanasio Fuentes, habían publicado los Reglamentos de Tribunales, de Jueces de Paz y de Comercio, con notas y concordancias (Lima: Imprenta del Estado, 1870). Miguel Antonio De la Lama publicó además, en 1906, un texto sobre Derecho procesal penal, con un apéndice que apareció en 1907.

5

BASADRE GROHMANN Jorge. Ob. Cit., p. 128.

6

BASADRE AYULO Jorge.- Historia del Derecho Universal y Peruano. Ediciones Legales. Primera Edición: mayo del 2011. P. 773

7

Esta obra tuvo seis ediciones, la última en 1928; es decir, después de 16 años de la muerte del autor.

8

RAMOS NUÑEZ Carlos Augusto. Toribio Pacheco jurista peruano del siglo XIX. Publicación del Instituto Riva-Agüero, N° 245, 2da. ed. 2008 Fundación M.J. Bustamante. Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima.

9

Librería e Imprenta Gil, 1879.

10 Librería e Imprenta Gil, 1897. Hay otra edición de 1905.

14


Retórica Forense

Basadre Ayulo dirá, también, que “El primer libro de los más importantes en materia penal en el siglo XIX, salió de la pluma prolífica de don Miguel Antonio De la Lama, bajo la forma de diccionario enciclopédico tan en boga en el Perú del siglo XIX”.11 12 El mismo autor, al hacer “la división metodológica de los juristas peruanos del siglo XIX”, coloca entre los enciclopedistas de ese siglo a Miguel Antonio De la Lama, junto a Francisco García Calderón Landa y Manuel Atanasio Fuentes; y en los inicios del siglo XX, a Germán Leguía y Martínez. Carlos Ramos Núñez, en su Historia del Derecho Civil Peruano, al tratar de los “Enciclopedistas” peruanos de los Siglos XIX y XX, dice: “Tras la publicación del Diccionario de García Calderón en el horizonte de la cultura jurídica peruana, aparecerían otros trabajos bajo ese nombre. Manuel Atanasio Fuentes y Miguel Antonio De la Lama, hacia 1877, daban a luz un Diccionario de Jurisprudencia y de Legislación peruana” “Los afanes de El Murciélago (así se le conoce a Manuel Atanasio Fuentes) y de Lama, recién concluirían casi veinte años después. La obra de estos dos jurisconsultos se ceñía, apretadamente, a los códigos y, aunque de menor extensión que el Diccionario del jurista arequipeño, tenía la misma utilidad. Si este último traía menor información histórica que el primero, lo aventajaba con creces en materia de Derecho Comparado”.13 “Miguel Antonio De la Lama, abogado de los tribunales, maestro universitario, diligente editor de revistas jurídicas y profuso anotador de las leyes del país”,14 participó, también, en las postrimerías de su vida, en la elaboración del proyecto del Código de Procedimientos Civiles de 191215. Correspondió a Manuel Augusto Olaechea, en representación de la Facultad de Jurisprudencia de San Marcos, pronunciar el discurso fúnebre en las exequias de Miguel Antonio De la Lama (4 de agosto de

11 BASADRE AYULO. Ob. Cit., p. 800. 12 DE LA LAMA Miguel Antonio. Diccionario penal de jurisprudencia y de legislación peruana. Lima Imprenta del Universo de Carlos Prince, 1889, 865 pp. 13 RAMOS NUÑEZ, Carlos. Historia del Derecho Civil Peruano. Siglos XIX y XX. Tomo III. Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial 2002. pp. 325-326. 14 RAMOS NÚÑEZ Carlos. Historia del Derecho Civil Peruano (siglos XIX y XX). Tomo V. Volumen 1. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Primera edición: noviembre 2005. p. 81-82. 15 RAMOS NÚÑEZ Carlos. Ibídem., p. 29.

15


Miguel Antonio De la Lama

1912), su antiguo y dilecto maestro, quién, declarándose “el más pequeño pero el más doloroso” de los asistentes declamaba: “La reputación literaria del doctor Lama está firmemente consolidada. Su enseñanza universitaria ha sido provechosa y amplia. La nativa tendencia ordenadora de ese hombre preclaro (…), su palabra fácil y viva, sus modales afectuosos y llanos, le facilitaban la ardua misión de transmitir la ciencia. Y sus comentarios legales inimitables, sus códigos hábilmente concordados, sus libros copiosos de doctrina, sus ágiles polémicas de prensa, completan el sólido pedestal de su renombre.” (Necrologías. Dr. Miguel Antonio De la Lama. Revista Universitaria, año VII, vol. 2, agosto 1912, pp. 115-128.)16 Como se puede apreciar de las citas glosadas, don Miguel Antonio De la Lama tuvo una actividad académica sobresaliente. Estuvo comprometido con la solución de los problemas legales de su tiempo y fue, como maestro, un faro de luz que guió varias generaciones de alumnos sanmarquinos. En otro faceta de su vida, que tiene que ver con su papel en la jurisdicción militar, debemos decir que el doctor De la Lama fue nombrado Fiscal del entonces Consejo Supremo de Guerra y Marina, por Resolución Suprema del 17 de Marzo de 1899, en su condición de “letrado de nota”, en defecto de un General o Coronel, como prevenía el artículo 109° del Código de Justicia Militar de 1898. Con anterioridad a este nombramiento, nuestro ilustre personaje había participado activa y directamente en la formación de la nueva legislación militar y naval, que profusamente se dio, durante la reorganización del Ejército por la misión francesa, a partir de 1896. Tuvo De la Lama, por ejemplo, participación principalísima en la formulación del Código de Justicia Militar de 1898 y en los proyectos posteriores para su modificación; así, en el acta de la sesión del Consejo de Oficiales Generales17 del 30 de marzo de 1910, se hace referencia que

16 RAMOS NÚÑEZ Carlos. Historia del Derecho Civil Peruano (siglos XIX y XX). Tomo VI. El Código de 1936. Volumen 1. Los artífices. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Primera edición: octubre de 2006. P. 120. 17 El Consejo Supremo de Guerra y Marina fue sustituido por el Consejo de Oficiales Generales en diciembre de 1906, tras la dación de la Leyes 272 y 273 que modificaron el Código de Justicia Militar de 1898.

16


Retórica Forense

se concedió “(…) al señor doctor don Miguel A. De la Lama, Fiscal del Consejo de Oficiales Generales, la licencia que solicita por cuatro meses sin goce de sueldo; y se acepta la propuesta que formula, encargándosele la reforma del Código de Justicia Militar”. En la sesión del Consejo del 28 setiembre de ese mismo año, se hizo referencia que el doctor don Miguel A. De la Lama, puso “en conocimiento del Consejo que habiendo terminado la reforma del Código de Justicia Militar que se sirvió encomendarle el Supremo Gobierno” y se reintegraba al Consejo. Tras el fallecimiento del doctor De la Lama, en el acta de la sesión del Consejo de Oficiales Generales del 10 de agosto de 1912 se registró: “Estando vacante el cargo de Fiscal del Consejo por fallecimiento del señor doctor don Miguel Antonio De la Lama, se acordó llamar para el servicio accidental de este puesto, al adjunto doctor Arturo Osores, mientras el Supremo gobierno efectúe la provisión respectiva.” En este tiempo y como justo merecimiento, el Fuero Militar Policial del Perú ha rendido homenaje, de formas diversas, a su primer Fiscal General y la reedición de su obra: “Retórica Forense”, es una más de esas formas. Para la presente reedición, se ha mantenido su composición inicial. El Centro de Altos Estudios de Justicia Militar del Fuero Militar Policial, espera contribuir al reconocimiento de tan ilustre personaje, como es el caso del doctor Miguel Antonio De la Lama Urriola, esperando, en justicia por cierto, que su “Retórica Forense” despierte en los lectores la necesidad de prepararse, mental y éticamente, para cumplir a cabalidad con las obligaciones inherentes a la noble profesión de abogado. Roosevelt Bravo Maxdeo Teniente Coronel EP Presidente del Comité Editorial

17



AUTORES CONSULTADOS

Las obras que me han servido de guía para escribir este texto, son: los Elementos de Elocuencia Forense por el Excmo. señor D. Pedro Sainz de Andino, las Lecciones de Elocuericia Forense por D. Francisco Pérez de Anaya, y las Lecciones de Elocuencia por D. Joaquín María López.– Los párrafos que de ellas he elegido, están copiados literalmente; porque en la versión a mi estilo habrían perdido en fuerza, belleza y elegancia.– Las amplificaciones y los ejemplos están en tipo menor: los estudiantes pueden prescindir de las primeras. He consultado, además, á los siguientes autores, que cito en las páginás indicadas á continuación de sus nombres; 18

Academia de la lengua: 19 y 48. Aristóteles: 49 y 154. Balrnes: 101. Bacon: 220. Bautaín: 165 y 255. Bentharn: 114. Blackstone: 114. Caprriani: 48, 50 y 177. Campomanes: 51. Castro: 58.

18 Las páginas referidas corresponden a la edición original del Libro. En la presente edición, su ubicación, ha sufrido alteración.

19


Miguel Antonio De la Lama

Cicerón: 5, 18, 40, 44, 50, 51, 52, 71, 76, 85, 105, 152, 161, 168, 176, 194 y 200. Colt y Vehí: 149, 150, 151, 154 y 161. D’Agesseau: 42, 44, 47, 48 y 77. De Berryer: 10, 11 y 17. De Gorgies: 40, 41 y 252. Demades: 220. Demóstenes: S 1, 52, 82, 96, 155 y 175. Descartes: 207. Dionicio de Halicarnaso: 49. Dubrac, 61. Dupin: 255. Enciso Castrillón: 15, Esquines: 153 y 175. Fenelón: 48, 50 y 99. Filangieri: 25 y 80. Gomez Hermosilla: 19 y 149. Hugo Blair: 12, 52, 55, 50, 55, 99, 100 y 185. La Harpe: 55. Levizac: 55. Longino: 50. Mauri: 50. Meléndez Valdez: S 1. Olive: 9. Platón: 48. Quintiliano: 56, 44, 50, 56, 70, 100, 149, 161, 185, 194 y 207. Rousseau: 507. Sarmiento: 122. Timón: 228. Ucelay: 125, 124, 128, 159 y 16 1.

20


PRENOCIONES

SUMARIO. – 1. Concepto de la elocuencia: su ejercicio. – 2. Facultades y móviles de que procede. – 3. Relaciones y diferencia entre la elocuencia, la poesía y la didáctica. – 4. Concepto de la elegancia. – 5. Diferencia entre la elegancia y la elocuencia. – 6. La elegancia no es requisito indispensable de la elocuencia. – 7. Clasificación de la elocuencia en conformidad con la del lenguaje: ejemplo de elocuencia mímica: motivo y ejemplo de elocuencia muda. – 8. El arte perfecciona la elocuencia: ejemplo de Demóstenes. – 9. Importancia limitada de las reglas. – 10. El arte no basta para ser elocuente. – 11. Refutación de los que niegan el talento de la elocuencia: ejemplo de elocuencia en los salvajes. – 12. Concepto del arte de la elocuencia. – 13. División de la Retórica. – 14. Relación entre la Retórica y la Oratoria. – 15. Diversos géneros de elocuencia. – 16. Justificación del título de este tratado.

1. Concepto de la elocuencia.– La palabra elocuencia procede del verbo latino eloqui, hablar con claridad y distinción; por lo cual dice Pérez de Anaya, que la elocuencia, según su etimología, debe ser una manera perfecta de hablar, una manera acomodada cornpletamente al objeto que se propone el que habla, que llene cumplidamente sus fines – para Cicerón es, en el sentido riguroso de la palabra, el talento ó facultad de hablar bien; y desde la antiguedad se ha entendido por ella, el talento de persuadir. Partiendo de esas nociones, y consideranclo que la idea de convencer se halla íntimamente asociada a la de persuadir; como quiera que el convencimiento determina el juicio y la persuación determina la volunad; es que llamamos elocuencia, a la disposición o don natural de 21


Miguel Antonio De la Lama

obrar sobre los entendimientos y sobre las voluntades, para dominarlos y atraerlos a nuestra opinion y designio. En la voz elocuencia se comprende, el ejercicio de esa facultad o don natural; o sea, la fuerza y eficacia de expression para conmover, convencer y persuadir. 2. Facultades y móviles de que procede la elocuencia.– Esa disposición o don natural procede de la inteligencia, que penetra la verdad y la razón de las cosas; de la memoria, que las reproduce cuando se necesita valerse de ellas; de la imaginación, a la que se representan los objetos con la mayor viveza y con toda exactitud; y de los afectos, que se comunican por la expresión, cualquiera que sea el medio que al efecto se emplee. 3. Relaciones y diferencia entre la elocuencia, la poesía y la didáctica.– La Literatura, que tiene por fin próximo o remoto expresar lo bello por medio de la palabra, comprende tres géneros principales: la poesía, la elocuencia y la didáctica. En la primera, el literato se propone únicamente producir la belleza; en la segunda, causar en los ánimos los efectos que desea; en la tercera, transmitir conocimientos. Entre las tres hay, entonces, las relaciones que entre las partes de un mismo todo. La diferencia entre la poesía y la elocuencia estriba; en que la poesía sirve al agrado y al placer, y admite por consiguiente todo género de digresiones y todo linaje de ficción; mientras que la elocuencia no trata solo de agradar, sino que se propone el triunfo de la verdad, condenando las desviaciones y todo lo que se aleje o separe de la demostración más o menos apasionada. La poesía obedece a la inspiración, y la elocuencia a la razón. Si bien los razonamientos, solo o principalmente deleitantes, no son propios de la elocuencia; el agrado es uno de los medios que se emplean en ella, como un auxiliar de las ideas o afectos que se intentan comunicar, subordinándolo a la utilidad y a la verdad, que nunca merece tanto asentimiento como cuando agrada. Del mismo modo, la poesía puede subordinarle y dirigirle las ideas y afectos al agrado, siendo siempre este su principal objeto. 22


Retórica Forense

Se diferencian pues en el fin, y en el uso de los adornos. Así como la poesía o la escultura que hubiesen tomado los asuntos de sus obras de la historia o de la sociedad, mal podrían justificar aquellas con la verdad del modelo que hubiesen seguido, cuando lo que de ellas se exige no es la verdad sino la belleza; del mismo modo se vituperaría en la elocuencia y en la arquitectura, que se descubriese en ellas el propósito exclusivo de agradar: todo aquello que solo contribuye al ornato es vicioso; porque de estas se exige, no un recreo, sino un servicio, la satisfacción de una necesidad. Ni el orador ni el historiador crean; y por consiguiente no necesitan genio, en la acepción propia de esta palabra: su objeto es la realidad; mientras que la poesía crea ella misma sus modelos. Por manera que si se quiere definir la poesía con relación a la elocuencia, se diría: que la primera es una imitación de la bella naturaleza, expresada por el discurso medido, y la elocuencia. La misma naturaleza expresada por el discurso libre. El orador o escritor debe decir la verdad de un modo que convenza, y para ello valerse de la fuerza y de la sencillez que persuaden; el poeta debe decir lo verosímil de un modo que lo haga agradable, y con toda la gracia y energía que encantan y que admiran. Sin embargo; como el placer prepara el ánimo a la persuasión, y como la utilidad efectiva agrade también al hombre, que no olvida nunca su interés, por eso lo agradable y lo útil deben reunirse en la poesía y en la elocuencia; pero colocándose en un orden determinado y en dosis proporcionadas al objeto respectivo de los dos géneros de escritos. Si se dijese que hay escritos en prosa que solo expresan lo verosímil, y otros en verso que solo expresan lo verdadero, se contestará, que hallándose inmediatas y confinando estas dos artes en su lenguaje, y siendo el fondo casi uno mismo, se prestan mutuamente, ora la forma que las distingue, ora el fondo que les es propio. (Pérez de Anaya)

La didáctica no tiene por objeto producir la belleza, como la poesía, ni determinar las acciones del hombre, como la elocuencia; sino enseñar, exponer regularmente y con método todos los principios de una ciencia y las reglas de un arte, por lo que se diferencia de ambas.

23


Miguel Antonio De la Lama

4. Concepto de la elegancia.– Todo aquel que se explica, ya de palabra, ya por escrito, con pureza y propiedad; que escoge con cuidado las palabras; que las coloca bien así como los pensamientos, del modo más conveniente; se expresará con belleza, con gracia, esto es, con elegancia. – Elegante es, pues, lo culto, lo adornado, lo escogido, lo primoroso, lo esmerado. 5. Diferencia entre la elegancia y la elocuencia.– La elegancia consiste en la hermosura del estilo y en la buena elección de las palabras, porque su objeto es agradar; y la elocuencia, en la fuerza del discurso y en la buena elección de razones, porque se propone persuadir. La elegancia corresponde principalmente a la belleza y armonía de las palahras y a la composición de la frase; la elocuencia se manifiesta más en el orden de las ideas, en el vigor del pensamiento y en la fuerza de la expresión. Se diferencian, entonces, en su objeto y en su manifestación. La elegancia agrada y seduce; la elocuencia domina: a la una amamos y seguimos, a la otra respetamos y obedecemos. La elegancia forma los brillantes retóricos; la elocuencia los grandes oradores. (Olive).

6. La elegancia no es requisito indispensable de la elocuencia.– La razón es, que un escritor u orador puede convencer y conmover, aunque no se exprese con elegancia; y al contrario, un discurso puede ser elegante y no convencer ni conmover. Es cierto, sí, que no puede ser rigurosamente bueno, si carece de elegancia. 7. Clasificación de la elocuencia en conformidad con la del lenguaje.– Aunque la voz elocuencia no debería aplicarse por su origen más que al uso de la palabra; es un hecho que por los otros medios de expresar los pensamientos se consigue también el objeto de convencer y persuadir; por lo que, además de la elocuencia oral, hay elocuencia en los escritos, cuando el lector se deja arrastrar por la persuasión y recibe los efectos que se propuso el escritor, elocuencia que puede llamarse gráfica –en la acción, por extensión y figuradamente, elocuencia mímica; y –hasta en el silencio y la inmovilidad, porque con 24


Retórica Forense

ello se comunica también impresiones profundas e ideas que conmueven, se ejerce influencia en el ánimo, elocuencia muda. El hombre existe, y con él la palabra, entendida esta en su más amplia acepción; esto es, palabra de la voz, de la mirada, del gesto, y que será elocuente, según la forma de su expresión.(De Berryer). Ejemplo de elocuencia mímica o de acción.– Un guerrero es acusado de un delito que no se aviene con la elevación del alma, ni con el valor que la acompaña. Hace su defensa; la esfuerza; pero en medio de su peroración, calla; rompe sus vestidos y muestra un pecho lleno de cicatrices, de otras tantas heridas recibidas en defensa de la patria. – ¿Qué figura oratoria, qué imagen por feliz y atrevida que fuese, hubiera podido ganar en tan alto grado la convicción y el corazón de los Jueces? (López).

Motivo y ejemplo de elocuencia muda.– Hay sentimientos que el hombre no puede explicar; porque así como la música tiene sonidos tan agudos que no alcanza ninguna voz cantante; así tambión existen afectos que la imaginación comprende, que el corazón los mide por sus latidos, pero que las lenguas no encuentran palabras para expresarlos. Precisado a ir a Roma el anciano y virtuoso Flavio, a implorar al Emperador en favor de los habitantes de Antioquía, contra los cuales estaba muy irritado; llega al Palacio, descubre al Soberano, y en vez de dirigirle una palabra suplicatoria, se arrodilla, inclina su venerable cabeza sobre el pecho, permanece inmóvil y silencioso, y riega la tierra con sus lágrimas. El Emperador le ve; se halla conmovido por la presencia y por el aspecto de aquel hombre a quien todos respetaban, se llega a él, lo levanta y le manda que hable.– ¿Para qué necesitaba hablar, si ya tenía mudamente concedido el perdón que venía á implorar? ¡Qué exordio tan elocuente! ¿Oué oración por más sentida que fuese, hubiera podido igualarle? (López). Trasladémonos con la imaginación a aquellos bosques que la historia designa como habitación de los primeros hombres…allí encontramos algunos que se hallan congregados y que deliberan. De repente reina en esta asamblea un profundo silencio: un orador se levanta, y va a hablar. ¡Escuchemos! ¡La elocuencia existe 25


Miguel Antonio De la Lama

ya! – Sí, ya existe la elocuencia; pero con los caracteres que distinguen a los primeros pueblos: absolutamente exterior: gesticula, levanta los brazos al Cielo, muestra una cabellera empapada en sangre y cubierta de polvo, blande una flecha, da un grito de guerra y llama a las armas! y sin embargo, todavia no ha combinado frases, ni construido silogismos. El corazón ha obrado sobre el corazón; la cólera ha excitado la cólera; y esto inmediatamente y de una manera eléctrica: el gesto ha servido de lenguaje. (De Berryer).

8. El arte perfecciona la elocuencia.– No cabe duda en que el arte y el estudio desarrollan las disposiciones naturales. Cuando la imaginación se exalta, todos son elocuentes, todos producen rasgos enérgicos y admirables, aunque mezclados y desfigurados con mil defectos; pero si basta la pasión para producir rasgos elocuentes, no basta para producir un largo fragmento, ni menos un discurso completo. En una obra de esta clase hay que trazar un plan, hay que combinar sus diversas partes, hay que colocar las ideas en el orden más conveniente, y hay que cuidar de no decaer nunca, aunque no siempre se conserve el que habla en la misma elevación, ni se exprese con igual fuego y arrebato; todo lo que reclama los auxilios del arte. Basta al filósofo demostrar la verdad; al historiador, narrar con sencillez, exactitud y amenidad; al literato, razonar con método, y solidez; pero en los discursos de elocuencia, cualquiera que sea su género o la materia sobre que recaen, como siempre se encaminan a dirigir la conducta de los hombres, a alcanzar de una resolución y a impelerlos a que hagan o dejen de hacer alguna cosa; no es suficiente convencer el entendimiento, y mostrar conformidad de lo que se propone con los deberes que imponen las leyes divinas o las humanas; sino que es menester triunfar, unas veces de la inercia habitual del hombre, y otras de las pasiones que le retraen de obrar según debe, valiéndose de los afectos cue le son gratos, para dar impulso a la voluntad. El entendimiento puede estar convencido de que un acto es justo, laudable y virtuoso; y la voluntad permanecer indecisa, porque el corazón está frío y el alma en reposo. Otras veces se subleva este contra la razón, desecha sus consejos, y desatiende la justicia por halagar las pasiones; ¿y cómo superar esta quietud en caso, o triunfar de 26


Retórica Forense

la oposición en el segundo, y reponer el corazón bajo el yugo del entendimiento? – Valiéndonos de la imaginación, que enardece deleitando; y de la sensibilidad, que mueve y persuade – La elocuencia se sirve al mismo tiempo de tres armas: el argumento, la descripción y la emoción. Con argumentos sólidos y claros, demuestra lo justo, recto y verdadero; con las descripciones, deleita, embelesa y atrae; con las emociones, inclina, mueve y decide la voluntad, y todos estos elementos reunidos constituyen el arte de la persuasión, que es a lo que está reducida la elegante y lacónica definición con que Hugo Blair explicó la esencia de este arte sublime (Sainz de Andino). Ejemplo.– El arte no solo perfecciona el talento especial de la elocuencia, sino que hasta lo hace germinar. De esto último es buen ejemplo Demóstenes, que ya estaba decidido a renunciar a sus tentativas oratorias, en vista de la desgracia de sus primeros ensayos; cuando un célebre actor, amigo suyo, tomó a su cargo dirigir sus trabajos, con lo cual vino a ser el padre y el príncipe de la elocuencia de los siglos.

9. Importancia limtada de las reglas.– Las reglas tienen la ventaja de mostrar los medios que la experiencia y la observación han demostrado ser los mejores; pero también tienen la desventaja de dar esterilidad y servilismo al espíritu, y de ofrecerle no pocas veces el error como si fuese una verdad acreditada. El genio, cuando desplega sus anchas alas, no quiere cárceles, ni ligaduras que lo aprisionen, o impidan al menos vuelo variado y atrevido. No admite ni compás, ni nivel; él es su propio regulador y su propia guía. Las reglas, pues, sólo deben servir de puntos devista, para no extraviarse en la larga carrera que se tiene que recorrer. Son como los pilares que están en los lados de los caminos, que dicen al viajero que no ha perdido la dirección; pero que no embarazan, en manera alguna, la velocidad de su marcha. ¡Desgraciado el orador que al elevarse a las regiones del pensamiento, no aparta nunca su vista del materialismo reglas! El niño a quien se lleve siempre de la mano, ciertamente no andará mucho. (López).

27


Miguel Antonio De la Lama

10. El arte no basta para ser elocuente.– La naturaleza es la que concede a unos y niega a otros el don de la elocuencia: y de consigulente, no puede adquirirse por el arte ni por el estudio. El que no la tenga, después de trabajar mucho, tendrá que concluir con aquello de sudet multum frustraque laboret. El que no tenga genio, es inútil que quiera robar el fuego cual Prometeo: podrá alguna vez remontarse; pero no será más que para ofrecer el triste espectáculo de una lastimosa caída. Cuando se dice el orador se hace y el poeta nace, parece que se quiere dar a entender: que siendo en cierto modo, y bajo cierto aspecto, más común el talento natural de la elocuencia, es más susceptible de mejorarse y perfeccionarse con el estudio y el arte; pero de ningún modo se querria dar a entender con aquella bella expresión, que el arte puede suplir la falta de talentos naturales. El arte es indispensable para alcanzar la perfección; pero a este punto sólo pueden llegar los talentos privilegiados, que sin cultivo y abandonados a si propios, de seguro no llegarían a la perfección de que son capaces auxiliados por el estudio y por el arte, es decir, por la experiencia de los siglos. No bastan las reglas ni todos los tratados de Retórica, desde Aristóteles hasta Hermosilla, para que escriba o pronuncie un elocuente discurso, quien carezca de la inteligencia, de la imaginación, de la sensibilidad, y sobre todo de la ciencia y de otras muchas cualidades que resaltan en las obras de los escritores elocuentes. (Pérez de Anaya).

11. Refutación de los que niegan el talento de la elocuencia.– Algunos reconocen solo el arte o la elocuencia artificial; y en apoyo de su opinión, se refieren a los fines de la elocuencia y de la Historia. __________ Dicen que el único fin de la elocuencia no es conmover; que es aún más elevado: persuadir y arrebatar, lo que no se consigue sin el conocimiento y el ejercicio del arte. Contestamos con López: todavía estaban los hombres muy lejos del arte, todavía no se conocían las reglas que fijan y arreglan los movimientos oratorios; pero habían palabras, había razón que las dirigiera, había pasión que las convirtiera en dardos, y esto bastaba para que 28


Retórica Forense

la elocuencia existiese. La inspiración es, si no el todo, al menos el elemento germinador para la elocuencia; y esta inspiración está en la fantasia, está en la sensibilidad, está en el corazón; y a todos nos ha cabido al salir de las manos de la Naturaleza, en mayores o menores proporciones, corazón, sensibilidad y fantasía. A cada paso se nos presentan rasgos insignes, dictados únicamente por la pasión que agita al que habla. Generalmente, siempre que el hombre habla con pasión, o movido de algún gran interés, su razonamiento aparece lleno de rasgos elocuentes; y esto sucede con particularidad, en las personas incultas y de mas abandonada educación, las cuales expresan su pasión con extraordinaria energía y viveza, y con suma originalidad; pareciendo que, no hallando suficientes medios de expresión en la cultura de que carecen, la misma naturaleza, es decir, la pasión, se los presta en su originalidad nativa. (Pérez de Anaya). Los que tienen energia en sus pasiones, flexibilidad en su voz, y viveza en su imaginación, sienten con suma viveza, se afectan como sienten, lo expresan fuertemente en su exterior, y mediante una impresión puramente mecánica, transmiten al auditorio su entusiasmo y sus afectos. (Enciso Castrillón).

Se replica, que “es cierto que la Historia registra sublimes expresiones de hombres, cuya memoria es respetada por el tiempo; pero que esos rasgos producidos por las emociones del momento, por el fuego y la ternura del amor, por la alta estimación de la honra, por dolores o placeres súbitos, no constituyen la verdadera elocuencia; la que no se forma sin las reglas que sirven para vestir los pensamientos y exhibir las imágenes con limpieza y correción, con claridad y hermosura, con brillantez y sublimidad”. Duplicamos: esos rasgos, esas sublimes expresiones, convencen y persuaden, es decir, son elocuentes. Momentáneos o no, siempre proceden del mismo principio, del don o disposición que llamamos elocuencia. __________

Citando la Historia, dicen: que “después de la tragedia del Paraíso y durante el estado natural del hombre, no hubo una palabra que imprimiera en los corazones el amor al bien: no hubo un lenguaje 29


Miguel Antonio De la Lama

claro, persuasivo, convincente, sublime – que frustrado el proyecto de la torre de Babel, los hombres, con distintos idiomas, incultos todavía, no podían revelar con brillantez la grandeza de sus concepciones, ni la elevación de sus sentimientos”. Colocándonos en el mismo terreno que los adversarios, respondemos: que si Noé no pudo lograr con sus exhortaciones, que los hombres se apartaran del camino del mal, eso no prueba que su palabra no fuese convincente y conmovedora. La elocuencia no produce, ni es presumible, siquiera, que produzca sus efectos en toda circunstancia. Los hombres han podido quedar convencidos y conmovidos, y contestarle con el Poeta Latino: video meliora, proboque, deteriora sequor: “veo lo mejor, lo apruebo, y sigo lo peor”. La distinción de idiomas no es un argumento en contra de la elocuencia; pues nadie niega hoy ésta, a pesar de que aquella subsiste. En cuanto a la falta de cultura, es un hecho, como dejamos dicho, que puede ser elocuente el hombre rudo, y hasta el salvaje; pues para serlo, basta a las veces estar conmovido, sentir con viveza y saberse expresar con facilidad. La elocuencia es tan antigua como el Mundo. ¿Quién fué el primero que favorecido de la palabra, hizo penetrar en el corazón de los que le escuchaban, los sentimientos de su amor o de su odio? ¿Quién, el que comunicando su pensamiento, sintió la necesidad de hacerle adoptar, y que para conseguir esto, comprendió que era preciso mostrarlo bello y apasionado? ¿Quién en fin el que por la vez primera fué elocuente, y elocuente sin saberlo? Más qué digo! La elocuencia ha debido ser anterior a toda sociedad humana, o mas bien, ha podido subsistir sin esta. Representémonos un hombre abandonado a sí mismo, arrojado sobre la tierra, desnudo y sin alimento, y al mismo tiempo rodeado de todos los recursos necesarios para existir: este ser, incapaz todavía de bastarse a si propio, llorando de dolor y de miseria, vomitando en una lengua desconocida vehementes imprecaciones, o prorrumpiendo en gritos de gozo si conseguía satisfacer alguna de sus muchas necesidades; este ser, en fin, ¿no tendría momentos de sublime elocuencia? (De Berryer.) Ejemplo de elocuencia en los salvajes.– Una tribu respondió a los Misioneros que la querian obligar a alejarse del territorio en que 30


Retórica Forense

se hallaba establecida: “Nosotros hemos nacido en esta tierra: en ella reposan los huesos de nuestros padres. ¿Diremos a los huesos de nuestros padres: levantaos y venid con nosotros a buscar una tierra extranjera?”. – Nadie negará que este pasaje es a la verdad elocuente.

12. Concepto del arte de la elocuencia.– Entiéndese por arte, el conjunto metódico de reglas para hacer bien alguna cosa; por lo cual aquella voz no puede aplicarse a la elocuencia, don natural que consiste en el ejercicio de la palabra y no en las reglas para ejercitarla; así como se diría mal, que el idioma latino, que consiste en el habla y uso de esta lengua, es el arte o la colección de reglas para hablarla. AI conjunto de reglas que desarrollan y dirigen la elocuencia en el sendero de la persuasión, darnos un nombre que la distingue de ella misma, el de Retórica. No necesitamos detenernos, dice Pérez de Anaya, en demostrar que la elocuencia es un talento o disposición natural del hombre y que, como dice Cicerón, no es un arte. La Retórica es a la elocuencia, como la Poética a la poesía, como la Gramática a el habla: las segundas forman la materia, y las primeras el arte. Es pues la Retórica el arte que trata de la elocuencia, es decir, que dirige ese talento del modo más conveniente a la persuasión: es la que puede estudiarse.

13. División de la Retórica.– La elocuencia existe, tanto en lo que se habla, como en lo que se escribe; de ahí es que la Retórica comprende los discursos orales y los escritos. La parte que dá reglas para los primeros, es la Oratoria; y a la que dá reglas para los segundos, la llamamos Redactoría.19

19 Oratoria es palabra derivada de oración, en latín oratio, formada de oris (boca) y ratio (razón): la razón expresada por medio de la boca.

En la necesidad de un nombre que oponer al de Oratoria, no encontrándolo en el Diccionario de la Lengua, y teniendo en éste redactar (en aceptación extensiva y usual: escribir cualquier obra literaria ó científica, &) redacción, redactor y redactora, me he servido de la desinencia oria para formar la voz Redactoria. Creo que esta palabra tiene mejor eufonía y es más análoga que cualquiera otra que se formara con etimologías ó palabras griegas ó latinas, para que fuera equivalente a razón escrita.

31


Miguel Antonio De la Lama

14. Relación entre Retórica y la Oratoria.– Algunos autores son de sentir, que la Oratoria es el mismo arte de la Retórica; y que en consecuencia ella dá las reglas, no solo para los discursos hablados, si que también para los escritos. No aceptamos esa opinión; porque hay disonancia en llamar Oratoria al arte que se ocupa de discursos escritos, siendo así que la palabra oral se emplea para lo hablado, en oposición a lo escrito o gráfico. La Real Academia de la Lengua, que en su Diccionario de 1869 dice: que Oratoria, es el arte de hablar y escribir con propiedad, elegancia y persuasión; en la edición última de 1884 enseña, que es el arte de hablar con elocuencia, de deleitar, persuadir y conmover por medio de la palabra.20 Se debe tener en cuenta también dicha opinión, para cuando se lean las obras de los autores que participan de ella. La Elocuencia no se limita a la Oratoria. Ni en la etimología, ni en el uso de aquella voz, hay tal limitación. Si así fuese, aun las oraciones no pertenecerian a ella, sino en el acto de pronunciarlas el Orador. Las hay que nunca se recitaron: tal son las de Cicerón pro Milone, las arengas que Tito Livio pone en boca de sus personajes, y las oraciones de muchos escritores del siglo XVI. (Pérez de Anaya). Bajo el nombre de composiciones oratorias, dice Gomez Hermosilla, se comprenden todos los razonamientos pronunciados de viva voz delante de un auditorio mas o menos numeroso; razonamientos llamados comunmente oraciones, arengas o discursos.

15. Diversos géneros de elocuencia.– Atendiendo a la material en que se ejercita el talento de la elocuencia, se distinguen en esta cuatro géneros: elocuencia forense, política, académica y sagrada o religiosa. La primera tiene por objeto, la recta apliación de la ley en las cuestiones que se ventilan ante los Tribunales; la segunda, el acierto en la formación de las leyes y en el gobierno de los pueblos; la tercera,

20 La Academia reproduce, el edición de 1899 publicada durante la impresión de esta obra, la definición de Oratoria que dió en 1884.

32


Retórica Forense

la propagación de las luces; y la última, los intereses relativos al orden divino o sobrenatural. La elocuencia política se llama parlamentaria, si se manifiesta en los Cuerpos Legislativos; y popular, si en otra clase de reuniones. La elocuencia militar, la fúnebre, la de la prensa, son especies de las anteriores. Los géneros de elocuencia se distinguen principalmente en la Oratoria; y así se dice, elocuencia sagrada o del púlpito. 16. Justificación del título de este Tratado.– La elocuencia, es pues, la materia de la Retórica; y como lo que estudiamos es las reglas que desarollan y dirigne aquella en las defensas judiciales, creemos que hay mas propiedad en los términos y mayor claridad en llamar a este texto Retórica Forense, y no Elocuencia Forense que es el nombre adoptado en las obras de su especie. Débese tener en cuenta esa circunstancia, para poder entender los pensamientos de los autores que emplean la palabra elocuencia en la acepción de arte.21

21 Para abordar el estudio de la Retórica Forense he creído indispensable las anteriores Prenociones de Elocuencia en general, sea porque los alumnos no las hayan estudiado, o siquiera para recordarlas.

33



PRINCIPIOS GENERALES

SUMARIO. – 17. Noción de Elocuencia y de Retórica Forenses. – 18. La lógica es aliada inseparable de la Elocuencia Forense. – 19. Importancia de la Elocuencia Forense. – 20. Refutación de los que consideran inútil y aún nociva la Elocuencia Forense – 21. Requisitos de la Elocuencia Forense: gravedad, severidad, nobleza, solidez, concisión, claridad, verdad y justicia. – 22. Causas de la diferencia entre la Elocuencia Judicial antigua y la moderna. – 23.Causas que impiden el desarrollo de la Elocuencia Judicial. – 24. División del Tratado.

17. Noción de Elocuencia y de Retórica Forenses.– Por lo anteriormente expuesto se comprende: que Elocuencia Forense es la facultad de persuadir a los Jueces, arrastrando su razón y su voluntad a la vez, para hacer triunfar la verdad y la razón, del error y de la injusticia; y que Retórica Forense es el arte o rama de la Retórica que da las reglas para desarrollar y dirigir esa facultad de persuadir a los jueces. 18. La Lógica es aliada inseparable de la Elocuencia Forense.– La lógica dirige el raciocinio; y sin argumentación severa e inflexible, fuerte y vigorosa, no es posible vencer las resistencias de la razón para atraernos la voluntad. Si los pensamientos y raciocinios carecen de precisión, exactitud y método, el discurso será inconexo, desordenado y sin plan, y en el efecto se hará siempre sentir este vacío. Sin que un discurso vaya nutrido de conocimientos; sin que en su enunciación se atienda a todas las reglas de la demostración lógica y de la más fuerte trabazón entre las ideas que se emiten; no podrá convencer, por más que la imaginación se afane en hacer bellas descripciones 35


Miguel Antonio De la Lama

y en aglomerar frases escogidas y seductoras imágenes, y que el sentimiento se esfuerce en excitar los afectos: siempre se echará de menos el fondo. 19. Importancia de la Elocuencia Forense.– Sus principales armas son, la imaginación y el sentimiento. Con la primera, viste de flores los razonamientos y los hace gratos al oído. Con el segundo, pone en juego los afectos del corazón humano, para que sirvan de otras tantas palancas con que mover, inclinar y atraer la voluntad. Si bien es cierto que la lógica alcanza a dar claridad a las ideas y a llevar al último punto una demostración; no lo es menos, que con la lógica sola habrá método y exactitud, pero no vehemencia y sentimiento: se convencerá y no se podrá conmover. Cuando se presenta la verdad al natural, sin los bellos matices de la imaginación, sin el calor de los sentimientos, sin la fuerza persuasiva, las formas y galas de la elocuencia, no se arrastra la voluntad de los Jueces. No es elocuente, dice un escritor contemporáneo, ni el que dispone, arregla y clasifica bien las ideas, ni el que las produce con armonía y con las gracias de la locución, halagando al oído y a la imaginación a la vez; sino el que posee estos dos talentos, y los sabe reunir y ejercitar. Hay más, en el número 25 se demuestra la necesidad de la Abogacía, y de ella es un corolario la importancia de la elocuencia; pues, como dice Sainz de Andino: ¿para qué serviría la Jurisprudencia, desentrañando y revelando los derechos que se derivan de las leyes, si en la elocuencia no se hallasen armas para defenderlos y asegurar su posesión? Estas son dos ciencias inseparables; y si se reconoce la necesidad del ministerio de los Jurisconsultos, se ha de convenir igualmente en que los Oradores son los órganos indispensables para que la justicia que aquellos califican, se demuestre eficazmente y sea acogida y administrada con rectitud y acierto.

20. Refutación de los que consideran inútil y aún nociva la Elocuencia Forense.– Algunos autores fundan esa opinion en los siguientes argumentos:

36


Retórica Forense

El cuadro de los hechos que ofrece la vista de un proceso, basta para formar cabal idea y resolverlo con seguridad y acierto.

Los Magistrados tienen su pauta en el Código, y no deben apartar jamás de él la vista. Tienen su deber en la ley de que son ejecutores y no árbitros, y deben decidir por los consejos de su razón y no por los estímulos de un corazón débil o conmovido. Su ministerio es impasible; y cuando su entendimiento ve el crimen, deben cerrar los ojos, deben taparse los oídos y descargar el golpe su brazo inexorable.

Esas opiniones se contienen y están robustecidas en el siguiente párrafo de Filangieri: El Juez, dice, es en el Tribunal el órgano de la ley, y no tiene libertad para separarse de ella. Si la ley es inflexible, debe serlo el Juez igualmente. Si esta no conoce amor, odio, temor, ni lástima, el Juez debe ignorar como ella estas pasiones. Aplicar el hecho a la ley es el único objeto de su ministerio, y sin faltar a él no puede conmoverse a favor de una de las parte. Si tiene un corazón sensible y una alma fácil de apasionarse, esta será una enemiga de la justicia, a la cual no debe dar entrada en el santuario de las leyes. La imparcialidad de su juicio exige una firmeza de ánimo y una insensibilidad de corazón que sería viciosa en cualquiera otra circunstancia. ¿Por ventura, los esfuerzos de un arte sutil, ingenioso y halagüeño, no pueden aplicarse con la misma eficacia para inclinar hacia el mal que hacia el bien?. La elocuencia en el Foro se emplea en exagerar la atrocidad del delito, si se acusa; en exagerar igualmente los motivos y las excusas del crimen, si se defiende; en indagar las varias pasiones de los Jueces, para moverlas según conviene al plan que se ha adoptado; en excitar, según lo exige la necesidad, la ira, la compasión, el furor y la lástima; en sustituir a la calma de la razón, el entusiasmo de una imaginación acalorada; en hablar al corazón cuando no se puede seducir al entendimiento, y en conmover al Juez cuando no es posible seducirle. ¿Y no son estos oficios de un arte pernicioso, de un arte destructor de la justicia, de un arte que expone a mil riesgos a la inocencia y favorece á la impunidad? Si se castiga al defensor de un reo que trata de corromper a un Juez con dinero, ¿se le ha de permitir que lo seduzca con el fuego de una alocución patética? Los medios son

37


Miguel Antonio De la Lama

diversos; pero el efecto es el mismo. La ley debería ver en ambos casos, un rebelde que trata de destruir su imperio.

No hemos podido prescindir de argumentos anunciados con tanto calor y con tan aparente viso de verdad. __________ El cuadro de los hechos que ofrece la vista de un proceso, no representa siempre la verdad y la justicia. Nada más frecuente que leer un proceso y formar nuestro juicio; volverlo a leer o a meditar, y variarlo. ¿Dónde esta la verdad entre las dos opiniones que mutuamente se excluyen? Es preciso pues descorrer el velo que cubre la verdadera significación de los hechos; deshacer los pliegues bajo los cuales se oculta la verdad, y arrancar al error la máscara engañosa con que se cubre; y la elocuencia del Foro desempeña tan alta misión. Es cierto como se dice en la segunda objeción, que los Magistrados tienen su pauta en el Código; pero también lo es, que con frecuencia hay necesidad de escudriñar el espíritu de la ley, principalmente cuando las formas son complicadas y hay falta de claridad y concisión en ella que, aún conocido ese espíritu, no es fácil su aplicación al caso especial o excepcional que se presenta; y a esas necesidades responde la elocuencia judicial. Puede haber leyes que esten proscriptas al mismo tiempo por la opinión, por la cultura y por los instintos ilustrados de una época mas filosófica y más humana. ¿Habría hoy Juez que condenara a los autores o editores de impresos obscenos, a sepultar cadáveres en el Campo Santo como lo prescribe el artículo 19 de nuestra ley de imprenta del año 1823? Hay otros hechos rodeados de circunstancias tan excepcionales y no previstas en la ley, o constituidos por actos tan diversos, que reclaman se suavice el rigor de la ley general; pues de lo contrario, se incurriría en aquella máxima, de que “una suma justicia es a las veces una suma injusticia”. ¿No sería injusto, temerario, cruel, imponer pena de cinco años de cárcel al que hubiese robado un ave de corral, introducióndose por una acequia, por cuanto el artículo 328 del Código 38


Retórica Forense

Penal se impone esa pena a los que cometen robo, introduciéndose por conducto subterráneo? La ley no puede restringir hasta ese punto necesario arbitrario de Juez. Respecto de la impasibilidad de los Jueces, véase lo que decimos en el capítulo sobre el Patético. López dice al intento: ¿Son tan claras las leyes, que puedan los Jueces en todos los casos, con la mano sobre su conciencia, decir como el filósofo de la antigüedad, que han encontrado la verdad y que no puede ya ni oscurecerse ni escaparse? Y aun cuando la ley sea clara, ¿No se entra por ventura a cada paso en el terreno de la duda y de la oscilación al querer aplicarla al caso que se controvierte, cuya índole especial, cuyo carácter y cuyas circunstancias variables hasta lo infinito, exigen que la equidad y la misma justicia extiendan o contraigan la medida antes de aplicarla con una ceguedad lastimosa y violenta? ¿Quién en una cuestión dada estará seguro de haber encontrado la verdad que buscaba? Es muy dificil decir, ha escrito un gran talento, “aqui está la verdad, más allá principia el error». ¿Los Jueces deben ser una máquina de juzgar, y consultando ciega y desapiadadamente a la ley en todo su rigorismo, no deben hacer otra cosa que traducir en fallos sus disposiciones? ¿El Juez no tendrá más que lengua con un resorte dado para dictar sus decretos, y carecerá de razón para examinar las circunstancias, y de corazón para sentir su peso y su influjo? ¿Aplicará siempre la ley en su dureza y hasta en su crueldad, apartando la viste de todas las consideraciones decisivas y apremiantes que la condenan al silencio, o por lo menos reclaman más moderación y lenidad? ¿Hubiera impuesto la Magistratura en años anteriores, la pena de las leyes antiguas a los acusados de agoreros por ejemplo? Y aunque se trate de una ley vigente robustecida por las necesidades sociales y por la sanción de la opinión, ¿no admite cada caso fisonomias y circunstancias tan diversas que aconsejan, en la línea de la equidad y de la misma justicia, que se temple y modere en su aplicación humana y compasiva? 39


Miguel Antonio De la Lama

La ley española imponía pena de la vida al que robase una pequeña cantidad en la Corte: ¿se hubiera pronunciado esta pena, ciega e inexorablemente, aun cuando el ladrón fuera un padre que no tuviese aquel día pan que dar a sus desgraciados y hambrientos hijos, que imploraban en vano la caridad extraña, y aunque este hombre lanzado por el brazo de hierro de la fatalidad en el camino del crimen, hubiese mostrado honradez y parsimonia en el acto de cometerlo, no tomando más que una cantidad insignificante de la bolsa llena de oro que la desesperación habia puesto en sus manos ¿no había de decir nada al corazón de los Jueces, esta conducta de virtud en el crimen? ¿no habían de compadecer y mirar con indulgencia al que, juguete o víctima de una necesidad superior al temor que las leyes inspiran, las viola a su pesar, y muestra en la misma transgresión un espíritu de moralidad que el infortunio ha sofocado por un instante, pero no destruido? La ha tratado con dureza al que provoca o acude a un duelo: los Jueces mirarán del mismo modo al calavera pendenciero dispuesto por hábito a estas escenas sangrientas que forman el elemento de su vida y de su vanidad, que al padre de familia honrado y retraido en el asilo de la vida doméstica, que cuando menos lo esperaba recibe un público y grosero insulto, que el honor y la dignidad propia no permiten tolerar? ¡A cuántos peligros no estarían expuestos los derechos más preciosos del hombre, si la elocuencia no los escudase, protegiese y tomase parte en la lucha que continuamente les están moviendo la malicia y la injusticia de sus semejantes! ¿Qué otra cosa nos representa los anales judiciales, sino una conspiración perpetua del dolo contra la buena fé; del engaño contra la probidad; de la envidia contra el mérito; de la calumnia contra la inocencia; de la impostura contra la verdad; de la usurpación contra la propiedad y del vicio contra la virtud?... Si la mentira se reviste de las formas oratorias para adquirir mayor fuerza ¿cómo habria de negarse este mismo recurso a la verdad, para que no se presente con menos poder que la mentira? Acaso porque las pasiones suelen extraviar el corazón humano, ¿deberíamos privar a la virtud del imperio que puede ejercer sobre ellas, valiéndose de las afecciones generosas, que son las armas propias para combatirlas? Seamos exactos y consecuentes en nuestros principios de moral y de política, y no rehusemos todos los auxilios que puedan favorecer el triunfo de la justicia sobre la injusticia, ni privemos a la

40


Retórica Forense

virtud de los medios con que pueda defenderse del vicio y de la mentira. (Sainz de Andino).

21. Requisitos de la Elocuencia Forense.– Son de tres clases: característicos, formales y objetivos. Los característicos son: gravedad, severidad, nobleza y solidez; los formales, concisión y claridad; y los objetivos, verdad y justicia. a.

Característicos.– En un discurso judicial pedimos justicia, y no hay nada tan severo como la justicia; la pedimos a los Jueces, y nada hay tan grave como la Magistratura; nuestra arma es la ley, y nada hay más noble y elevado que la ley. El discurso forense por lo tanto, debe ser severo, grave y noble.

Si gravedad, severidad y nobleza debe haber en las ideas como en el lenguaje; las digresiones inútiles, las redundancias fatigantes, la insignificancia o al vacío de los pensamientos, la puerilidad que disgusta, la petulancia que ofende, la procacidad que irrita, la jocosidad y la burla que todo lo rebajan y todo lo desnaturalizan, deberán desterrarse de los discursos del Foro, que reclaman profundidad y decoro.

La solidez es el arma más decisiva del defensor forense: si la maneja mal, si sus golpes dan en falso, su causa es perdida. En los Tribunales se trata de interpretar o explicar puntos oscuros de la ley, de suplir su silencio por medio de inducciones; para lo cual es indispensable afianzar los argumentos y desenvolverlos con fuerza, a fin de que produzcan su efecto en el ánimo de los Jueces y realicen o impidan las convicciones que se hallan vacilantes.

b.

Formales.– La concisión consiste en expresar el pensamiento de un modo claro y perceptible, sin más ni menos. Un estilo nervioso y correcto; que exprese mucho en pocas palabras, conviene siempre mejor ante los Tribunales, que un estilo flojo y difuso. Es preciso contraer desde el principio el hábito de una elocuencia concisa; cuya ventaja se apreciará mejor, cuando la multitud de negocios exija un trabajo ligero. Al que se ha acostumbrado a un estilo recargado y lánguido, no le será ya posible usar una expresión fuerte y enérgica aún cuando pretenda producir una viva impresión. Con todo, es preciso guardarse de incurrir en el 41


Miguel Antonio De la Lama

extremo de sequedad; porque podar el árbol no es mutilarlo, sino quitarle un peso inútil.

Algunos hacen consistir su mérito, en formar escritos largos que no se leen o se leen con harta pena, y en pronunciar informes difusos que fatigan y hacen bostezar. Desde que una demostración se ha llevado a su complemento, todo lo que se le añade es no solo inútil, sino también perjudicial; pues no solo hay el riesgo de que se equivoquen los fundamentos secundarios con los principales, sino que la atención tiene su medida y solo se fija con intensidad por cierto tiempo aún en las cosas más agradables.

Las defensas deben hacerse al alcance de la inteligencia de los Jueces; y perdón por la metáfora, algunos de estos no se asimilan las razones, si no se les propina en píldoras. López, refiriéndose a la Oratoria, agrega: una peroración más larga de lo que debiera ser, decae necesariamente; ofrece paréntesis y lagunas al interés, y lo que no se escucha o se escucha con distracción, no puede convencer ni persuadir, ni menos deleitar y conmover. Si la cuestión tiene varios puntos, es necesario que cada uno de ellos, sin que le falte la unidad al todo, presente unas ideas y un lenguaje igualmente sostenido para que la atención de los Jueces y del auditorio no decaigan. Este es el único medio para hacer breve lo que realmente es largo; y para conseguir que el interés renazca a cada momento, cuando a causa de la difusión parecía deber espirar. Sin esto, la atención no se sostendrá a la misma altura en toda la duración del debate, y a ella reemplazarán bien pronto la distracción y la indiferencia. Es necesario, pues, no tomar la verbosidad insustancial por la verdadera elocuencia; y penetrarse de que aquella produce sólo viento y paja, sin que deje nunca recuerdos en el alma, eco y emociones en el corazón. Se forma mala idea de un negocio, desde el momento en que se ve que para sostenerlo se acude a argumentos capciosos y aparentes, de poca o ninguna fuerza real. No consiste en alegar, mucho, sino en que sea bueno y escogido lo que se alegue. Más convicción producen pocas razones, pero poderosas y eficaces, que muchas sin solidez, decoradas sólo con el brillo fascinador del ingenio o con los rodeos y ardides de la sutileza.

42


Retórica Forense

La claridad no se limita sólo al fondo de la cuestión, sino que se extiende hasta los pormenores: lo que no se comprende es como si no se oyese.

Van muy equivocados los que miden la inteligencia ajena sobre el alcance de la propia; no es bastante que el Orador o Escritor se entienda así mismo, sino que ha menester que lo entiendan también los Jueces; así que lejos de hacer cuenta sobre la perspicacia de su penetración, ha de tener presente que ésta no es igual en todos.

Voces propias y de una significación conocida y generalmente recibidas, frases cortas y precisas, y analogía bien manifiesta en las proporciones, son las bases de una argumentación despejada y enérgica. ¿Cómo podrá el defensor forense, sin esta cualidad, introducir la luz en medio de intereses difíciles complicados? Cómo producirá la convicción, si no sabe por medio de un método seguro hacer que salga la verdad del seno de las tinieblas, arrancándole los velos que la cubren? Para conseguirlo, debe guardarse de que la pasión lo domine; porque a la manera que el agua agitada dá a los objetos que contiene una forma diferente, así el alma necesita de calma para reproducir los sentimientos que experimenta.

c.

Objetivos.– El triunfo de la justicia con las armas de la verdad, es el fin de la elocuencia judicial. Si el objeto es demostrar lo verdadero y lo justo, los sofismas y capciosidades, los errores disfrazados con el traje de la verdad, la mala fé revestida con las apariencias del derecho, serán igualmente medios a que no se debera apelar nunca; porque estan en abierta contradicción con el fin a que se aspira. Si el Abogado ha de andar tras la justicia y la verdad, es consiguiente que haya de ser exacto y preciso en la narración, vigoroso y fuerte en los argumentos, grave con nobleza y sencillo en el estilo, severo con decoro y sentencioso en el lenguaje, comedido y circunspecto en la acción; sin dejar por eso de mostrarse apasionado y vehemente en favor de los intereses que tomó a su cargo proteger y defender; pues que su deber le prescribe que en cuanto a ellos aparezca haberse identificado con la persona de su cliente. 43


Miguel Antonio De la Lama

Lo justo se demuestra por su conformidad con la ley; el Abogado pues ha de tener siempre a la vista, como dice Blair, la regla, la escuadra y el compás. Ha de convencer el entendimiento y persuadir la voluntad, pero no ha de concitar las pasiones: la ley en una mano y los méritos del proceso en la otra, todos sus raciocinios han de ser otras tantas demostraciones: el ardid y el sofisma son armas prohibidas en el Foro. (Sainz de Andino). La base de la elocuencia judicial es la verdad: el camino porque marcha, es el deber; el término a que se dirige, es el triunfo de la razón contra las malas pasiones que la combaten. Rectitud en el fin; nobleza en el sentimiento; moralidad en el fondo; pasión en las formas, he aquí el retrato del Orador forense y la línea que está trazada a su ministerio importante y santo. (López).

22. Causas de la diferencia entre la elocuencia judicial antigua y la moderna.– Esa diferencia proviene de la organización que tenían los Tribunales griegos y romanos, y del mayor alcance de su autoridad. Aunque en ambas Repúblicas hubiese algunos Tribunales que estaban sujetos a juzgar con arreglo a las disposiciones legales, había también otros que refundían en sí las atribuciones legislativas y judiciales; y estos eran precisamente los que, por la elevación y extensión de su poder, atraían a su conocimiento los negocios más arduos que, en razón de su gravedad y complicación, presentaban un campo más vasto al ingenio de los Oradores. El que peroraba ante unos Jueces, que autorizados con el carácter de Legisladores para alterar, modificar y corregir las leyes, en vez de depender rigurosamente de su texto, podían decidir las causas según su equidad y prudencia, tenía a su disposición muchos más recursos que el Orador moderno; porque aquel podía dar al sentimiento cuanta extensión pudiese convenirle, y éste lo ha de sujetar al freno del convencimiento. Las facultacles de nuestros Jueces están reducidas a la aplicación exacta de las leyes y a este punto tienen que contraerse hoy los discursos judiciales. Hay necesidad de ceñirse en estos a instruir y convencer; y aunque se haga uso de los afectos para invitar la voluntad, no es dable poner en revuelta las pasiones, ni usar de las declamaciones vehementes que los antiguos aplicaban con tanta frecuencia. 44


Retórica Forense

Debemos guardarnos de considerar, dice Blair, aun las oraciones judiciales de Cicerón y Demóstenes, como dechados de la manera de orar que conviene en el estado presente del Foro; y sería ahora muy disparatada, una imitación rigurosa de aquellas producciones. Entre los modernos se reduce ordinariamente el alegato a una discusión didáctica, mucho más consistiendo la Legislación en decisiones nacidas de circunstancias dadas, en diversos tiempos y contradictorias muchas. Entre los antiguos la Legislación era más sencilla, reduciéndose a estatutos generales, y la decisión de las causas se dejaba en gran parte a la equidad y prudencia de los Jueces. (Pérez de Anaya) En un Tribunal ceñido a pocas personas, guarecidas estas en sus creencias, atentas principalmente a sus convicciones, no puede usarse de aquella expansión, de aquellas entonaciones, de aquellas imágenes y de aquellos movimientos a que tanto convidan y se prestan los Tribunales numerosos, que sienten el influjo del espiritu público y que con frecuencia lo toman como pauta segura e inequívoca. (López) En Atenas habia tres Tribunales diferentes: el Areópago, que juzgaba las causas criminales graves; el de los Jueces particulares, que conocia de las que no eran capitales, y la Asamblea del pueblo, ante quien se avocaban todos los asuntos públicos de importancia. Roma, durante la era republicana, tenía también diferentes Tribunales con sus atribuciones particulares. Estos eran el Senado, los Pretores, los Censores y los Caballeros, pero todos ellos estaban subordinados al Forum o Tribunal Supremo, compuesto de todos los ciudadanos romanos, que juzgaba en último grado todos los asuntos graves. Bajo la Dictadura de César desapareció esta autoridad popular, y el senado se apoderó del Poder Judicial Supremo. Bajo esa organización y con atribuciones legislativas y judiciales: una impresión vehemente que pusiese en movimiento las pasiones del auditorio, ganaba frecuentemente los sufragios, y decidí a la cuestión, para lo cual contribuía mucho la composición de las Juntas populares; tanto porque eran muy numerosas, como porque entraban en ellas muchas personas que, por no estar

45


Miguel Antonio De la Lama

acostumbradas al ejercicio de la autoridad judicial, eran más sensibles a los movimientos que excitaba el Orador en sus afectos. En nuestros Tribunales, la imaginación no les ofrece a los Abogados grandes recursos; porque su estilo ha de ser preciso, nervioso y grave como la misma Iey, que sirve de base a sus raciocinios. Los Tribunales los escuchan por la misma razón con frialdad y severidad, prescindiendo de todas las digresiones que no son sustanciales a la causa, y contraen su atención a los argumentos y pruebas que van fundados en la Ley y en los méritos del proceso. (Sainz de Andino).

23. Causas que impiden el desarrollo de la Elocuencia Judicial.– Debemos llamar la atención sobre las principales de esas causas: 1.

La falta de estudios lingüísticos y filosóficos, de una enseñanza adecuada y de lectura de los modelos antiguos y modernos.

2.

La mala lectura. Los libros de los Comentadores antiguos, que necesitamos leer, están redactados en un lenguaje desaliñado, los modernos, no pueden ofrecer giros ni imágenes en sus obras puramente didácticas; las leyes tienen el laconismo aspero y seco de toda producción que solo aspira a la claridad; y los expedientes están plagados de frases vagas e incorrectas, con sus fórmulas añejas y de mal gusto; todo lo que contribuye a sofocar las disposiciones oratorias todavía no desarrolladas; y lo que es capaz de corromper, como dice un escritor, la elocuencia de Cicerón.

3.

La falta de preparación para los discursos orales. La multiud de negocios unas veces, y otras la incuria o la costumbre, son causa de que los Abogados hagan sus informes sin escribirlos, y frecuentemente sin meditarlos.

No puede pedirse a un abogado que escribe todas sus defensas; pero puede exigírsele: 1° que antes de presentarse en los tribunales se haya ejercitado mucho en escribir; 2° a los principiantes, que escriban sus informes, hasta acostumbrarse a hablar con limpieza, con elegancia, con energía; 3° a los más provectos, que escriban los informes sobre las causas más importantes, en que se versan grandes intereses, y se fija más la atencion del público;

46


Retórica Forense

y 4° a todos, que nunca hablen sin haber pensado y ordenado primero lo que han de decir. 4°

La falta de consideraciones por los Jueces, de estímulo y de respeto a la noble profesión de la abogacía. El artículo 155 de nuestro Reglamento de Tribunales, dice al intento: “los Tribunales y Jueces tratarán a los Abogados con todas las consideraciones que merece tan ilustre profesión; y serán responsables de cualquier pena que indebidamente les impongan”.

La corrupción de buscar el éxito de las causas por medios menos nobles que los de la elocuencia. Algunos autores agregan a esas causas, la costumbre de dictar los escritos, reprendida de Quintiliano, por cuanto dicen que esa manera de escribir no da tiempo a la meditación ni licencia para la lima. Se comprende que escribiendo el abogado por si mismo, sus facultades tienen menos motivos de distracción; pero no creemos que el hecho de dictar los escritos sea una de las causas que impiden el desarrollo de la elocuencia judicial: siempre hay tiempo para la meditación y para la lima. Esa costumbre abrevia el tiempo; y el que la ha adquirido desde la juventud, le lleva ventaja al que no puede redactar sino lo que el mismo escribe.

24. División del Tratado.– Consecuentes con la división que dejamos hecha de la Retórica en general, dividiremos la Retórica Forense en Oratoria y Redactoria; pero en primera parte debemos ocuparnos del sujeto de ella, del Orador y Escritor forense, que es el Abogado.

47



PARTE PRIMERA ABOGADO

CAPITULO I PRELIMINARES

SUMARIO. – 25. Excelencia y Prerrogativas de los Abogados.

25. Excelencia y Prerrogativas de los Abogados.– Noble y altamente humanitaria es la misión del abogado: penetrar en las escabrosidades de la Ciencia hasta sorprender sus secretos; servirse de estos, como de un escarpelo, para descrubrir, entre las oscuridades y contradicciones de la ley escrita, la verdadera intención del Legislador; y esforzarse en patentizar esta a los ojos del Juez, contra las interpretaciones antojadizas, arrastrando odios y decepciones; sin otro móvil que el triunfo de la justicia hermanada con la equidad, ni otro fin que la invulnerabilidad de la fortuna, de la vida y de la honra, contra los ataques de la imprevisión, la ignorancia o la malicia. Y en verdad, dice López: ¿qué hay más elevado y noble que la profesión de la abogacía? Ella ha sustituido las luchas tranquilas de la palabra, a los combates de la fuerza; ella ha establecido un culto para la justicia, en cuyo templo los Magistrados y los Jurisconsultos son los Sacerdotes; ella se pone siempre de parte desvalido, protege y defiende a los desgraciados que demandan su ayuda, derrama consuelos hasta en la negra mansión del crimen. La profesión de Jurisprudencia es de las más heroicas ocupaciones que hay en la República, de modo que no sin razón fueron siempre sus profesores los más dignos del aprecio de los pueblos. Ellos son los que con sus sanos consejos previenen el mal de la tribulación, los que con rectas decisiones apagan el fuego de las ya encendidas discordias, los que velan sobre el sociego público; de ellos pende 49


Miguel Antonio De la Lama

el consuelo de los miserables: pobres, viudas y huérfanos hallan contra la opresión, alivio en sus arbitrios: sus casas son templos donde se adora la Justicia: sus estudios, santuarios de paz; sus bocas, oráculos de las leyes: su ciencia, brazos de los oprimidos. Por ellos cada uno tiene lo suyo y recupera lo perdido: a sus voces huye la iniquidad, se descubre la mentira, rompe el velo la falsedad, se destierra el vicio y tiene seguro apoyo la virtud. (Castro).

En tiempo de los romanos estaban exentos los Abogados de todas las cargas públicas. En España, por Real Decreto de 17 de Noviembre de 1765, se les concedió nobleza personal y goce de las mismas exenciones que competen por su calidad y sangre a los nobles y caballeros: no se podía por tanto imponerles carga concejil, ni gravamen personal, ni prisión por deudas.

50


CAPITULO II DOTES INTELECTUALES DEL ABOGADO

SUMARIO. – 26. Principales dotes del Abogado. – 27. Vocación de estado. – 28. Memoria. – 29. Raciocinio. – 30. Reflexión. – 31. Imaginación.

26. Principales dotes intelectuales del Abogado.– Si el Abogado debe posesionarse de la verdad, apasionarse de la justicia, luchar por ambas, atacando y defendiendo, y convencer y persuadir a los Jueces; es incuestionable que necesita tener viveza de ingenio, perspicacia y facilidad en penetrar y concebir, despejo de inteligencia para producir y comunicar las ideas, y cuantas dotes intelectuales haya concedido el Creador alos seres más privilegiados; pero basta a nuestro intento ocuparnos de las cuatro principales, que son la memoria, el raciocionio, la reflexión y la imaginación, precedidas de la voz interior que se llama vocación de estado. 27. Vocación de estado.– Es un llamamiento secreto que se manifiesta por una inclinación espontanea, por un gusto innato, por una preferencia que no es hija de la combinación ni de un interés visible, por una atracción simpática hacia las producciones de la abogacía; por un presentimiento en fin, que inspira la misma naturaleza. Esta, acorde siempre en sus obras, no deja de acompañar esa sugestion misteriosa e impenetrable, con las cualidades que son propias para que se puedan cumplir sus designios. El que no se estudie asi mismo, el que no escuche esa voz imperiosa, el que no sienta esa tendencia irresistible a la abogacía, es inútil que pretenda sentar plaza entre los soldados de la Ley. 51


Miguel Antonio De la Lama

28. Memoria.– Esta facultad ha tomado mayor importancia en el Foro, a medida que las Legislaciones han ido aumentándose y complicándose, principalmente en países como el Perú, que tienen una Legislación secular, heterogénea y en frecuencia flujo y reflujo. En las defensas orales es de inapreciable mérito; por lo que Cicerón la llama tesoro de todas las cosas. El que no la posea en alto grado, tiene que resignarse a ir tomando nota por escrito de los argumentos de su adversario, perdiendo tal vez algunos de sus tonos. La memoria sirve en las defensas y más aún en las improvisaciones, de una manera prodigiosa. Exaltada la imaginación con la pugna, ella acude en socorro de quien la llama; la retrata como en un espejo que pone delante de sus ojos los principios, las teorías, los hechos, las circunstancias todas; y arma en un momento al combatiente para que pueda, entre la admiración y los aplausos, derribar vencido a su enemigo. (López). El Orador del Foro debe empeñarse principalmente en retener las objeciones de su adversario, de modo que pueda refutarlas inmediatamente, colocándolas en el lugar más ventajoso a su causa. Debe estar dispuesto a emplear con espontaneidad y fuerza, los medios que le ha suministrado la meditación solitaria; porque no le hacen rico y poderoso las inmensas provisiones que tenga depositadas en su memoria, sino lo que saca de ella para un caso particular. Ya lo hemos dicho y lo repetimos: el Foro es un campo cerrado; el que no sabe defenderse en él perece, a la manera de un guerrero, que atacado de improviso, no se acordase de que llevaba una espada a la cintura, y sucumbiese víctima de un olvido fatal. (De Gorgias).

29. Raciocinio.– Esta es una de las facultades a que con mas frecuencia ocurre el Abogado, no solo para posesionarse de la verdad, sino también para comunicarla a los Jueces. Pocas veces se puede formar juicio inmediato, por la simple confrontación del hecho con la ley; en la generalidad de los casos, es preciso compararlos con un tercero, formar el juicio mediato, lo cual se verifica por medio de la operación intelectual que llamamos raciocinio. Para que se muestre la belleza del discurso, se necesita una justa y natural colocación de todas las partes que lo constituyen. 52


Retórica Forense

Y aquí ocurre la necesidad de aquel sentido íntimo, de aquel don del Cielo, del juicio. Los talentos comunes tocan solamente la superficie de las cosas; el talento reflexivo penetra en su profundidad. Si falta esta dote al Orador del Foro, cualesquiera que sean por los demás las riquezas de su imaginación y la actividad de su genio, sus obras no pasarán nunca de la medianía. El todo en ellas resultará mal ordenado, sucediendo con estos, como con todo lo que procede de los que tienen mucho talento pero poco juicio. (De Gorgias).

30. Reflexión.– Los conocimientos y las ideas no bastan por sí solos: es necesario que entren al laboratorio de la meditación, y que en él, el pensamiento creador y analizador del hombre los mida y calcule en todas sus faces, que los una y arregle del modo más natural, y que vaya siguiendo su generación hasta llegar al punto de aplicación que le conviene. Según esto, el estudio reune los materiales, y la Reflexión los aprovecha, arregla y aplica. Esta observación dehe tenerse muy presente; porque el estudio sin la meditación viene a ser estéril, y la meditación sin el estudio es infecunda. El Abogado no tiene suficiente con poseer la riqueza de la ciencia, sino que necesita también unir la prudencia, y saber el tiempo, el lugar y la forma en que debe gastarla. En un lugar deberá ser conciso, en otro amplificador, en uno sencillo en otro ingenioso; en uno vendrán bien las galas y las flores, en otro perjudicarian; en uno deberá haber raciocinio, en otro afectos y pasión; aqui deberá ser sólo claro, en otra parte brillante y magnífico; porque la elocuencia es un verdadero Proteo que a cada paso se transforma, que en todos los momentos se plega al objeto y toma su tono, y que siempre atenta a seguir el compás y los rumbos de la inspiración creadora, tiene necesidad de mudar continuamente su fisonomia. (López).

31. Imaginación.– La imaginación presta inmensos recursos al defensor forense; y este rompería su mejor arma si la desterrase de sus defensas. Ella pinta al crimen con color tan negro y odioso, que sobre su pintura desciende la cuchilla vengadora que purga a la tierra de los malvados. Ella presenta a la inocencia tan pura e interesante, que la 53


Miguel Antonio De la Lama

misma inflexibilidad de los Jueces le teje coronas; y ella finalmente, retrata la flaqueza del corazón, las debilidades del espíritu y el poder violento de las pasiones, de tal modo, que no pocas veces arranca una sentencia de compasión y perdón, de los mismos labios que estaban dispuestos a pronunciar un fallo condenatorio y tremendo. El célebre D’Agusseau ha hecho la siguiente pintura, con recargado colorido, del secreto y poder de esa arma invencible. Tal es dice, la extravagancia del espíritu humano, que quiere sujetar a la razón a que le hable el idioma de la imaginación. La verdad desamparada y desnuda halla pocos secuaces; la mayor parte de los hombres la desconocen o la desprecian, cuando se les presenta con sencillez y sin aliño. En vano se cansa el entendimiento pintando con naturalidad lo que el alma siente: si la imaginación no anima el cuadro, iluminándolo con colorido vivo y agradable, la obra queda reducida a una imagen muerta y helada. La imaginación es la que da vida y movimiento a la obra del Orador. El simple concepto, por luminoso que sea, cansa la atención del espiritu; Ia imaginación al contrario, la distrae y entretiene agradablemente con las cualidades sensibles de que reviste los objetos, que habían salido desnudos de mano del entendimiento. Todo lo que no viene por esta vía, causa fastidio, y es desechado con despego. Es tal el influjo que ejerce esta facultad, y tan arraigado se halla el hábito que tenemos contraido de no dar buena acogida sino a las ideas que nos vienen presentadas por su mano, aunque sean verdades palpables, que muchas veces tiene más atractivo a nuestros ojos una mentira bien adornada, que un axioma desabrido. El Orador malograría todo el fruto que había de prestarle el convencimiento, si no matizase sus raciocinios con las bellezas de la imaginación. Esta es la que ha sometido el mundo al cetro suave de la elocuencia; por ella vemos cerca de nosotros los objetos más distantes, y en las palabras nos figuramos hallar realmente las cosas mismas que ellas nos representan. El Orador enmudece y la naturaleza es la que habla; la imitación, hiere cual si fuese realidad; y aun cuando no se nos presenta más que una descripción ingeniosa, nosotros creemos ver, sentir y tocar todo lo que se nos pinta.

54


CAPÍTULO III INSTRUCCIÓN DEL ABOGADO

SUMARIO. – 32. Extensión de sus conocimientos. – 33. Derecho Positivo. – 34. Derecho Natural. – 35. Filosofía e Historia. – 36. Medicina Legal. – 37. Bellas Artes. – 38. Teoría de la Elocuencia: obras que tratan de ella. – 39 Su importancia y elección. – 40. Sus reglas. – 41. Ejercicios: su objeto. – 42. Sus clases. – 43. Efectos de los ejercicios de composición. – 44. Sus reglas.– 45. Reglas para los ejercicios de recitación. – 46. Importancia de los ejercicios académicos. – 47. Reglas de Quintiliano.

32. Extensión de sus conocimientos.– Cicerón y Quintiliano decían, que el Orador debe estar instruido en todas las ciencias y artes; porque no siempre estriba la dificultad de un pleito en la aplicación de una disposición legal, sino que muchas veces no puede resolverse sin el auxilio de los conocimientos propios de otras ciencias, y aún de un arte mecánico. D’Aguesseau agrega: el Abogado que crea que puede ceñir su ciencia a límites determinados, no tiene una idea exacta de su profesión. En medio de ese piélago interminable de instrucción y prescindiendo de los estudios preparatorios del Abogado que prescribe el Reglamento General de Instrucción Pública, hay ciertos conocimientos sobre que debe fijar más particularmente su atención, y detenerse en su estudio hasta posesionarse de ellos completamente; porque son los que tienen una relación más íntima con sus funciones, y los que sirven de pasto a su meditación y de material para sus trabajos. Esos conocimientos son los de la Jurisprudencia y de sus ciencias auxiliares; los que resultan del estudio del hombre y de sus pasiones; y las reglas, preceptos y modelos de la Retórica Forense.

55


Miguel Antonio De la Lama

DERECHO POSITIVO

33. Esta es la ciencia propia, elemental y más necesaria del Abogado; desde que las leyes que la constituyen son sus armas, los instrumentos de su arte, la base universal y común de sus raciocionios. Dos puntos de partida y de referencia tienen todas las defensas: la ley, y el caso del litigio; y todo se reduce a probar, que el último está comprendido en la primera. DERECHO NATURAL

34. No basta que el Abogado conozca las leyes: necesita además comprender su filosofía, los motivos que las produjeron, su espíritu y su marcada tendencia; porque no otra suerte podrá penetrar en el intrincado laberinto através del cual se husca la oportunidad y la justicia de aplicación. López dice: primero es conocer la filosofía de la legislación, que su traducción material en las leyes escritas: primero es conocer las bases, las reglas, el espíritu a que deben acomodarse los Códigos, que estudiar sus disposiciones, no pocas veces, caprichosas o incoherentes. Sin estar profundamente imbuidos en las máximas de justicia universal; sin el conocimiento claro de lo justo, independiente de las pasiones e intereses que lo sofocan o destruyen, no puede comprenderse una legislación determinada, ni ninguna de las partes de ese todo que debe descansar sobre las nociones elementales del derecho universal, común a todos los pueblos y a todos los hombres. A veces hallaremos una ley, poco conforme con esas ideas primitivas que deben ser el faro y el norte del Legislador; deploraremos su ceguedad y nos veremos obligados a reconocerla como reina soberana en los juicios; pero conociendo sus cimientos flacos y contradicción abierta con la razón, que es la reina del mundo, todavía podremos hacer ver con respeto y con tacto delicado, las consecuencias a que lleva aquella resolución inconsiderada, y desautorizada para la opinión, con el arma de la filosofía y de la critica. Entonces se aplicará con mano tímida y en una escala menos lata, o hará lugar a otra más meditada y razonable; y en ambos casos, el espíritu de equidad o de reforma habrá triunfado a despecho del error que suele hablar por boca de la ley, bautizándose con su nombre y usurpando su autoridad. (López). 56


Retórica Forense

Para retener el texto de una ley, no se necesita mas que memoria; y para aplicarla literalmente cuando se cree que viene al caso, basta saber buscarla, por haber ojeado los Códigos y adquirido alguna tintura de la distribución y clasiticación de las materias que cada uno contiene; pero para penetrar el espiritu, la intención y la mente del Legislador, comprender toda la extensión que quiso dar a su disposición, discernir los casos comprendidos en ella y divisar todas sus consecuencias, es necesario penetrar la ley de la ley; es decir, la razón intrínseca de ella, demostrar su conformidad con los principios eternos de justicia, analizar cual es el principio del derecho fundamental social de que cada Iey positiva no debe ser más que una consecuencia, escudriñar las circunstancias que motivaron la ley de cuya aplicación se trata, y elevarse en fin a la misma altura de conocimientos que tuvo o debió tener el autor de ella. Esta es la verdadera obra del Jurisconsulto. (Sainz de Andino).

Por lo cual, según la Ley 13, título I, Partida Iª., “saber las leyes no consiste en aprenderlas de memoria, sino en entender su verdadero sentido”. FILOSOFÍA E HISTORIA

35. No es suficiente conocer el esqueleto de las leyes, su espíritu y su tendencia; si no se tiene un conocimiento profundo del corazón humano, sacado de la Moral y de la Historia. D’ Aguesseau ha dicho: en vano se lisonjea el Orador de poseer el arte de persuadir a los hombres, si antes no ha aprendido a conocerlos. En la Etica, rama importante de la Filosofía, en las obras fundamentales de Moral y en la Historia, se aprenden las doctrinas más puras, el conocimiento del corazón humano, la historia de sus extravíos y de sus pasiones, los resortes que le mueven, el fin y objeto a que encaminan siempre sus pasos. Siendo el hombre, sus afectos, sus relaciones y sus obras, el objeto de los trabajos del Orador, ¿cómo podrá éste prescindir de adquirir un conocimiento exacto del mismo hombre, de los resortes que mueven e inclinan su voluntad, y de las reglas seguras para medir y fijar la moralidad de sus actos? El Creador le ha dado al hombre una guía segura que le enseña a discernir el bien del mal; el filósofo escudriña 57


Miguel Antonio De la Lama

de que manera aquella luz interna le sirve de faro en la borrascosa travesía de nuestra vida para evitar los escollos de las pasiones; qué impulso pueden dar estas a su voluntad y a su acción; qué medios debe oponerle para resistir a su influjo cuando le inclinan al mal; cómo se traba y sostiene esta lucha empeñada, que a cada paso se mueve entre nuestros afectos y nuestra conciencia; cuáles son las circunstancias externas, independientes de la voluntad, que varían el carácter moral del acto, porque impidiendo la deliberación oportuna, y subyugando la misma voluntad, debiliten su acción, en qué casos puede decirse que hubo elección libre, o bien que la voluntad se vió subyugada por una coacción moral o física; y en una palabra, va siguiendo paso a paso todos los movimientos internos que preceden a nuestras operaciones, y analizando su índole, carácter y dirección. Todos estos elementos son indispensables al Abogado, que debiendo calificar el momento legal de los actos humanos, o sea su conformidad con los deberes que las leyes imponen, ha de atender no solamente a sus efectos, sino también a la intención de su autor y al fin con que obraba. (Sainz de Andino). Fenelón se explica así: “Platón advierte que el gran defecto de los retóricos está en querer ejercer el arte de la persuasión, antes de haber aprendido con el estudio de la Filosofía, cuales son las cosas de que conviene persuadir a los hombres; y para su remedio aconseja, que el Orador empiece por su estudio del hombre en general; que después se aplique a conocer el carácter particular de las personas a quienes ha de hablar; y que no cese en este estudio hasta llegar a saber con perfeccion, lo que es el hombre, cual es el fin de sus operaciones, cuales sus verdaderos intereses, cuales son sus pasiones y los excesos a que pueden arrastrarle”. D’ Aguesseau ha dicho; el estudio de la Moral y el de la Elocuencia nacieron a un tiempo, y su unión es tan antigua como lo es la del pensamiento y la palabra; y, dirigiéndose a los Abogados, agrega; a vosotros, los que aspiráis a reconquistar la gloria de vuestra profesión, y a reproducir en nuestros días la imagen de la antigua elocuencia, no titubeeis en sacar de la Filosofía los conocimientos que pertenecen realmente a vuestro dominio, y antes de acercarnos al Santuario de la Justicia, contemplad con atención el cuadro complicado que el hombre está continuamente presentando al hombre mismo. Capmani enseña: para ser Orador no basta hablar como Orador; es menester además pensar como Filósofo. 58


Retórica Forense

MEDICINA LEGAL

36. Esta ciencia es necesaria al Abogado, como que estudia los principios médicos que son indispensables para la formación, comentario y aplicación de algunas leyes; y como que en ella está comprendida la Antropología forense o criminalista, que se ocupa del estudio anatómico, fisiológico, intelectual y moral de los hombres criminales. BELLAS LETRAS

37. Sí, como dejamos demostrado en el número 25, la mala lectura que necesariamente tiene el Abogado, tiende a sofocar sus disposiciones oratorias y a corromper su elocuencia; menester es que se consagre al estudio de las bellas letras para neutralizar esas influencias destructoras, y respirar libremente en medio de esa atmósfera helada, de completa esterilidad para la imaginación.

TEORIA DE LA ELOCUENCIA

38. Obras que tratan de ella.– La teoría de la elocuencia ha adelantado poco del estado en que la dejaran los maestros de la antiguedad; por lo que es necesario acudir a éstos para adquirirla, sin perjuicio de los escritores modernos. Si bien Aristóteles fue el primero que sentó los principios de la Retórica, esos principios están reproducidos con más gusto y claridad por los discípulos de su escuela, particularmente por Dionisio de Halicarnaso. Las obras de Cicerón y Quintiliano deben ser los manuales del Orador principiando por las del segundo como más elemental, sencillo y metódico. Cicerón, en el Tratado del Orador se ocupa de las cualidades que éste debe tener, de la composición del discurso y de las reglas oratorias; y en otro tratado con el título de Orador, proponiéndose explicar a Bruto la idea que el se había formado de un Orador perfecto, reasume en un cuadro suscinto, enérgico, claro y metódico, toda la doctrina del Arte Oratorio. Fenelón aconseja la lectura del Tratado de lo Sublime por Longino, que según su expresión trata lo sublime de un modo sublime, inflama la imaginación, eleva el ingenio del lector, le inspira y forma el buen gusto, y demuestra una crítica juiciosa sobre los Oradores más célebres de la antigüedad.

59


Miguel Antonio De la Lama

Entre los escritores modernos, el señor Sainz de Andino recomienda los Diáologos de Fenelón sobre la elocuencia, los Principios del Cardenal Mauri sobre la elocuencia del púlpito y del foro, las Lecciones de Bellas Letras de Blair y la Filosofía de la Elocuencia de Capmany. Por nuestra parte recomendamos a los autores que nos han servido para formar esta obrita, cuyos nombres están en las citas y principalmente en la advertencia que la precede. MODELOS

39. Su importancia y elección.– Los ejemplos o modelos corroboran la utilidad de los preceptos con la autoridad de la experiencia, y los reproducen sin cesar a la contemplación del lector, indicándole prácticamente sus efectos y la manera de servirse de ellos. El campo donde el Abogado puede recoger esta cosecha es bien vasto; porque en toda discusión y controversia en que hay oposición de intereses, de caracteres y de afectos, se encuentran lecciones provechosas de elocuencia. Así es que en la Historia, en los filósofos, en las arengas, en los poemas y hasta en las fábulas y en los cuentos morales, puede el Orador hacer un estudio útil y florido para observar la marcha del corazón humano, y notar los medios más propios para conmover y persuadir a los hombres en las diferentes situaciones de la vida, acomodándose a las vicisitudes que produce la diversidad de genios, de intereses, de costumbres y de pasiones. Más, el estudio adecuado y provechoso para familiarizarse con la Oratoria práctica y adquirir facilidad en su ejercicio, debe hacerse en los modelos propios de la elocuencia judicial; leyéndolos repetidamente, meditándolos con detenimiento y analizándolos con prolijidad; haciendo observaciones escrupulosas sobre su composición, su estilo, su argumentación y sus rasgos y movimientos oratorios, y buscando en cada una de estas partes la manera en que han sido aplicadas las reglas del arte. Entre las obras de la antigüedad, tenemos las de Demóstenes y Cicerón, los dos grandes Oradores de Grecia y de Roma. Con respecto al Foro moderno, contamos con las alegaciones fiscales de Campomanes, los discursos forenses de Meléndez Valdez, colecciones e informes impresos.

60


Retórica Forense

40. Sus reglas.– Al hacer uso de los modelos, se debe tener presente las siguientes reglas: 1ª. Es preciso no dejarse seducir por los modelos, ni admirarlos todos a ciegas. El que se aficiona exclusivamente a un Escritor u Orador, no saldrá jamás de una imitación defectuosa y afectada, y contraerá los defectos de su guía preferente.

Si es útil aprovecharse de los buenos modelos para imitar su método y elocución, también es oportuno o indispensahle que cada Orador se cree un estilo propio y original, y que no ligue su ingenio a la servil imitación de un solo autor; sino que vaya como la abeja recorriendo las flores y chupando el almíbar de cada una; es decir, escogiendo las bellezas mas selectas de cada escritor, para tenerlas presentes e imitarlas en ocasión oportuna.

2ª. Es cierto que algunas de las oraciones de los antiguos maestros, principalmente las de Demóstenes y Cicerón, nos presentan cuestiones análogas a las que ocurren frecuentemente en nuestro siglo; y que en toda discusión nos serán siempre útiles los hermosos ejemplos de energía, precisión y fuerza en los conceptos, de gracias y vehemencia en el estilo, de variedad en la expresión, de juego y sentimiento en todas las partes del discurso, que tanto abundan en sus obras; pero no se debe olvidar, como queda advertido en el número 22, que la diferencia entre la legislación, los usos y estilos forenses de aquellos tiempos con los de nuestros Tribunales, no permite que sigamos exactamente la elocuencia de los Oradores griegos y romanos.

Con esa preocupación, y bien instruidos en el orden moderno de enjuiciar, discerniremos fácilmente lo que se debe abandonar como ajeno e impropio de la constitución actual de nuestros Tribunales, y lo que se debe aprovechar como acomodable a ella.

3ª. En el examen de cualquier modelo, no solo hemos de procurar buscar y distinguir con exactitud las perfecciones y bellezas dignas de imitación, sino también notar los defectos que pudieran escaparse a la pericia y vigilancia de su autor; porque adquiriendo facilidad en conocerlos, la tendremos también para precavernos de los mismos descuidos e imperfecciones.

61


Miguel Antonio De la Lama

Esta operación será más fácil y acertada, si el lector se aconseja en ella de un buen maestro que haya hecho un análisis correcto de las mismas obras, arreglándose a los preceptos del arte y a las reglas de una sana crítica. El curso de Literatura de la Harpe, las lecciones de Levizac y las de Hugo Blair, pueden servir útilmente para este fin. (Sainz de Andino). EJERCICIOS

41. Su Objeto.– El objeto de los ejercicios, o sea la práctica de componer y recitar, es acostumbrarse a la aplicación de las reglas que se hayan aprendido en los libros doctrinales y en los buenos modelos del arte. 42. Sus clases.– Los ejercicios pueden, por una parte, recaer sobre la composición o sobre la recitación; y por la otra, ser privados, haciéndolos cada particular por si solo, o académicos reuniéndose muchas personas para ocuparse de ellos en común. 43. Efectos de los ejercicios de composición.– Estos ejercicios desarrollan los recursos del entendimiento, reduciéndolo a la necesidad de discurrir; facilitan el discernamiento; perfeccionan el buen sentido; enriquecen la imaginación y fortifican la memoria. 44. Sus reglas.– Las reglas que pueden darse para esos ejercicios, son las siguientes: 1°

Ocuparse en definir las cosas, con exactitud y precisión, o en fijar las acepciones propias de las voces, explicando su significado natural; en reducir a un sumario de proposiciones sencillas, algunos trozos de literatura y algunos alegatos o discursos judiciales; y en analizar alguna cuestión forense, fijando en que consiste la dificultad radical de ella, cuales son los medios cardinales de defensa, y cual es el sistema mas propio que puede seguirse en esta. Los trabajos analíticos proporcionan un conocimiento exacto del valor y significación de las voces, para saber emplearlas con propiedad, rectificar las equivocaciones y ambigüedades de un lenguaje incorrecto, y hallar el verdadero sentido de los textos legales; prestando al mismo tiempo mucha facilidad para habituar-

62


Retórica Forense

se a un lenguaje exacto y preciso, cuya adquisición es de suma importancia para los Abogados, que se echa mas de ver cuando se ha de reducir a un punto de vista fijo todo lo que constituye la demanda o la excepción, y establecer cual es la cuestión del proceso. (Sainz de Andino).

Hacer el examen crítico de algunos trabajos literarios, y particularmente de los que versan sobre materias forenses; observándose atentamente el orden de su composición y el estilo del autor, lo que se halle de bueno o de defectuoso, y lo que esté o no hecho según los principios de la Retórica; porque al mismo tiempo que se hacen estas observaciones, se recuerdan necesariamente esos principios y se contrae el hábito de aplicarlos con oportunidad.

Traducir con frecuencia; porque esta operación pone al entendimiento en la necesidad de hacer esfuerzos extraordinarias para penetrar el verdadero sentido de las palabras y las frases extraordinarios para penetrar el verdadero sentido de palabras y las frases, y hallar el equivalente en los idiomas.

Leer mucho y escribir más. En cuanto a la lectura, se ha de poner especial cuidado en escoger los escritos clásicos por su doctrina, gusto y estilo; observando con atención las expresiones más selectas, las frases más ingeniosas, las imágenes y pinturas más vivas y elegantes; y teniéndolo todo presente para que sirvan de modelo en los ejercicios de composición.

Poner mucha atención al componer, para guardar mayor propiedad y corrección en la elocución; á fin de no caer en defectos que, haciéndose habituales, se corrigen después muy difícilmente, y de acostumbrarse a hablar y escribir con desembarazo y pureza.

Hacer algunos ensayos de poesía, que en razón de los esfuerzos que exigen del entendimiento en solicitud de voces propias para la versificación, dan mayor actividad a nuestras facultades mentales; y los que carezcan de disposición natural para hacerlos, deben dedicarse a la lectura de los poetas más célebres, procurando conservar en memoria las máximas y pensamientos mas notables; porque, como dice Sainz de Andino, “la poesía inspira insensiblemente el gusto de un estilo armonioso, y proporciona

63


Miguel Antonio De la Lama

un caudal de imágenes y coloridos graciosos para hermosear toda clase de producciones”. 45. Reglas para los ejercicios de recitación.– Es frecuente que se malogre el mérito de las composiciones mejor concebidas y arregladas, por los defectos que se cometen en la recitación. Para precaverse de ellos, es menester acostumbrarse a leer, hablar, pronunciar, acentuar y gesticular con atención y cuidado, observando si se incurre en alguna irregularidad para corregirla con tiempo antes de parecer en público. Con este objeto, es preciso acostumbrarse a leer en voz alta, y a declamar algunos retazos de composiciones en prosa y en verso. Si hay proporción para ello, es muy conveniente que el ensayo se haga en presencia de un maestro de declamación, que note y enmiende las faltas, y de algunas lecciones prácticas de un arte cuyo conocimiento es mas interesante de lo que suele creerse comúnmente; no olvidándose, que el tono natural es el solo que conviene usar en los discursos judiciales, y que debe huirse de la declamanción enfática, hinchada y afectada, que tendría muy mal sonido en los Tribunales. (Sainz de Andino).

46. Importancia de los ejercicios académicos.– Esos ejercicios son más provechosos e instructivos que los privados; porque en las academias prácticas se arreglan y pronuncian defensas, se conferencia y se discute, y hay un Presidente, de ilustración y experiencia, que nota los defectos y los corrige con tino e imparcialidad. 47. Reglas de Quintiliano.– Este gran Retórico, recomienda la práctica de los ejercicios académicos, bajo las condiciones siguientes; 1° que estén bien dirigidos; 2° que no se traten en ellos otras materias que las forenses; y 3° que en el modo de tratarlas se imiten en lo posible los usos de los Tribunales. No creemos inútil extractar las reglas que dá el señor Sainz de Andino: 1°. Las juntas deberán constituirse bajo la dirección de un Presidente, que será un profesor antiguo y experimentado, en quien reconocerán los académicos autoridad suficiente. 64


Retórica Forense

2°. La reuniones no serán muy numerosas; porque entre muchos es más dificil mantener el orden, se distrae fácilmente la atención, y llega de tarde en tarde el turno del ejercicio. 3°. Los académicos han de haber concluido la teoría de la Jurisprudencia. 4°. El intervalo que medie entre sesión y sesión, habrá de ser suficiente para que se puedan preparar los trabajos que hayan de presentarse en ella. 5°. Se dará principio por la lectura de algún capítulo de los tratados de Oratoria, que recuerden la doctrina elemental de que se ha de hacer aplicación en las composiciones académicas; interpolando algunos días las oraciones selectas de los maestros antiguos y modernos. 6°. Ocupada media hora en esa lectura, se empleará igual tiempo cuando menos en los trabajos analíticos; y hecho esto se procederá a formar algunas composiciones, haciendo sobre un mismo objeto diferentes ensayos, que después se cotejarán y discutirán, comparando no solo los puntos doctrinales, sino también el estilo de cada autor. 7°. Cuando la materia lo permita, se deducirá una cuestión para controvertirla entre dos o más academias, dejando a la elección de cada una la tesis que le convenga sostener. 8°. Las contradicciones que hayan de hacerse a los discursos primitivos que se presenten sobre la cuestión propuesta, se reservarán para la sesión inmediata; a fin de que el contradictor pueda meditar los argumentos a que debe responder, y preparar suficientemente la impugnación. Improvisando las réplicas, se contraería el hábito de hablar con ligereza, sin orden, oportunidad, ni solidez. 9°. Las sesiones se terminarán por los ejercicios de lectura y declamación, la que deberá hacerse de memoria y no leyendo. 10°. Después de algunos meses de esa instrucción, podrán los académicos dedicarse a los ejercicios con que esta debe tenerse por consumada; y emprenderán la composición de discursos formales, que pronunciarán ante la misma academia, erigiéndose 65


Miguel Antonio De la Lama

ésta en un Tribunal aparente con sus Jueces y subalternos, y alternando todos los individuos en estas funciones. Se le distribuirán causas civiles y criminales para que sobre ellas trabajen sus informes, no siendo oportuno el método de improvisar hasta haber adquirido mucha facilidad en éstos ejercicios, y se celebrarán vistas formales sobre las causas repartidas, observándose todo el ritual y solemnidad que se acostumbra en los verdaderos Tribunales. Concluida la vista, se hará por el Presidente un resumen analítico de los discursos pronunciados, llamando la atención sobre lo que en ellos hubiese advertido digno de celebrarse, e indicando también los defectos en que puedan haber incurrido sus autores. 11°. En los ejercicios se deberán ir tocando sucesivamente todas las diversas cuestiones que se presentan en los Tribunales; para que más tarde no se vean sorprendidos con asuntos que no conozcan.

66


CAPÍTULO IV CUALIDADES MORALES DEL ABOGADO

SUMARIO.– 48. Honradez.– 49. Circunspección: el secreto profesional es un derecho y un deber.– 50. Los Abogados no están obligados a la revelacíón ante los Jueces.– 51. Amor apasionado a la justicia.– 52. Consecuencia sobre los pleitos injustos.– 53. El Abogado debe encargarse de la defensa de los acusados, aunque para él sea cierto el delito.– 54. Incurre en falta grave el Abogado que se empeña por fiadamente en probar que su cliente no ha cometido el delito.– 55. Firmeza inquebrantable de carácter.– 56. Gran amor al estudio y al trabajo.– 57. Veracidad.– 58. Las personas son extrañas a las cuestiones.– 59. Alabanza propia.– 60. Alabanza del cliente.– 61. Persona del adversario.– 62. El Abogado contrario.– 63. Personal de los Jueces.– 64. Prudencia.– 65. Paciencia con los clientes.– 66. Desinterés.

HONRADEZ

48. Esta es la primera cualidad que debe adornar al Abogado; sin ella, los Jueces desconfían de sus defensas, y los litigantes lo buscan solo para las malas causas. ¿Quién querrá encomendar la defensa de su fortuna, de su honra o de su vida, al Abogado venal y corruptible, de quien siempre hay que temer una traición, un amaño, o una convivencia? ¿Ni que valor obtendrá en defensa de la inocencia y de la justicia, la palabra desautorizada de un perverso, para quien la justicia y la inocencia son cosas sin significado, y tal vez palabras de escarnio? ¿Cómo perseguirá el crimen con seguridad y dureza, el que en la crónica detestable de sus hechos se ha ofrecido más de una vez, criminal a la vista del mundo? 67


Miguel Antonio De la Lama

Exigua es por cierto la pena de 50 a 200 soles de multa que se impone en el artículo 175 del Código Penal a los Abogados que defienden a ambas partes simultáneamente, o que después de patrocinar a una de ellas defienden a la contraria en la misma causa. CIRCUNSPECCION

Lo esencial de esta cualidad es el secreto profesional. 49. El secreto profesional es un derecho y un deber.– Los Abogados, como los Sacerdotes, reciben revelaciones y secretos, en el ejercicio de sus funciones, como un depósito inviolable. La confianza que su profesión inspira, no seria sino una detestable red, si pudieran abusar de ella, en perjuicio de sus clientes. ¿Quién querrá confiar sus secretos y los de su familia, a un hombre atolondrado y ligero que no sabe calcular el precio de aquel depósito? El secreto es pues la primera Ley de sus funciones, y si la infringen prevarican. El Abogado debe evitar toda conversación sobre las causas que patrocina: una palabra indiscreta puede llevar a oídos del contrario noticias de las armas que se van a emplear contra él, revelando el plan de ataque o de defensa, con lo cual puede aprovecharse de las mismas armas y cruzar o burlar el plan. A tal punto ha de llegar esa reserva, que el abogado no debe dictar los escritos en presencia de personas extrañas, aunque sean también sus clientes; ni dejarlos al alcance de las miradas curiosas. 50. Los Abogados no están obligados a la revelación ante los Jueces.– Apoyados en la misma ley que los obliga al secreto, tienen el derecho y el deber de negarse a declarar sobre los secretos que se les hayan confiado como Abogados, o sobre los hechos que han sorprendido en el ejercicio de su profesión. Citados a declarar, deben responder, más o menos, en los siguientes términos: “citado en mi carácter de Abogado, declaro que soy depositario de un secreto que no puedo revelar, y por lo tanto, solo 68


Retórica Forense

responderé a las preguntas que no se refieran a ese secreto, ni directa ni indirectamente”. Según el articulo 193 del Código Penal, sufrirán multa de 25 a 200 soles, los Abogados que revelan los secretos que se les confía por razón de su profesión, salvo los casos en que la ley les obligue a hacer tales revelaciones. No tenemos ninguna ley que determine esa obligación de revelar el secreto profesional, ni seria aceptable; porque si la sociedad está interesada en descubrir los delitos, un interés no menos sagrado la obliga a no destruir la seguridad de las relaciones de ciertas profesiones con los ciudadanos, a proteger la fé jurada, a velar por el cumplimiento de los deberes morales. La misma excepción del artículo 193, se contiene en el articulo 378 del Código de Francia; sobre lo cual dice Dubrac: “¿Cuál es la utilidad y el fundamento de la excepción introducida en el articulo 378 del Codigo Penal, y cuales son los casos en que la ley obliga a los depositarios de secretos a ser denunciadores?”. “Una Ordenanza de Luis XI, de 14 de Diciembre de 1477 obligada, bajo penas demasiado severas, a toda persona, cualquiera que fuese, que tuviese conocimiento de un crimen contra la seguridad del Estado o la persona del Rey, a denunciarlo inmediatamente. Esta disposición fue reproducida en los artículos 103 y siguientes del Codigo Penal de 1810, y es a ella que se refiere la excepción del artículo 378. La ley de 28 Abril 1832, que abrogó los artículos 103 a 107, dejó subsistente tal como estaba el artículo 378; pero en el día se reconoce, que no existen mas casos en que las personas designadas tengan la obligación de denunciar, y que no se trata, en este articulo, de la obligación impuesta a todo ciudadano que tenga conocimiento de un delito, de dar aviso al Procurador de la Republica”. El mismo autor copia las siguientes interpretaciones de la Corte de Casación: 1°. Que un Sacerdote no puede ser obligado a declarar ni aún ser interrogado (fuera de los casos que tienden inmediatamente a la seguridad del Estado), sobre las revelaciones que hayan recibido en el secreto de la confesión, y aún fuera de ésta, pero 69


Miguel Antonio De la Lama

en calidad de confesor y por consecuencia de la confesión. 2° (Por aplicación del artículo 378) que un Abogado que haya recibido revelaciones en razón de sus funciones, no puede violar los deberes especiales de su profesión, y la fe debida a sus clientes, declarar sobre lo que ha conocido de esta manera; y que, si es citado como testigo en una instancia relativa a los hechos que le hayan sido confiados, antes de prestar el juramento prescrito por la ley, puede anunciar al Tribunal que no se creerá obligado por este juramento, a declarar como testigo sobre lo que el no sabe más que como Abogado. 3° Que los Abogados de las partes no están impedidos de ser testigos, y que solamente están obligados a revelar lo que han conocido por consecuencia de la confianza que les haya sido acordada. 4° Que un testigo que, en su calidad de Abogado del acusado, y bajo el sigilo de la confianza debida a su ministerio, hubiera tenido conocimiento de hechos sobre los cuales sea llamado a deponer, tiene la facultada de no declarar sobre esos hechos.

AMOR APASIONADO A LA JUSTICIA

51. Efectos que produce.– Ese amor es el que anima al Abogado y le conforta para emprender con calor las causas justas; para perseguir con indignación el dolo y la iniquidad; para alzarse contra la opresión y la insolencia; para soportar la amargura que podrá ocasionarle su celo; para acometer las empresas grandes y nobles, por arduas y penosas que sean; y para mantenerse siempre fiel a los preceptos de la sabiduría, sin seducirle los halagos de la prosperidad, ni abatirse por los reveses de fortuna, a cuyos caprichos opondrá, con pecho firme, su virtud y su constancia. 52. Consecuencia.– Traiciona su noble misión y se hace indigno de pertenecer al Foro, el Abogado que patrocina pleitos injustos. 53. El Abogado debe encargarse de la defensa de los acusados, aunque para él sea cierto el delito.– En los juicios civiles, el Abogado puede y debe elegir, porque no hay ninguna consideración superior a su independencia, y porque es el hombre quien viene a demandarle un servicio, mediante una retribución. En las causas criminales, 70


Retórica Forense

por el contrario, no es el hombre que aspira a una fortuna tal vez sin títulos, el que busca en el Abogado un instrumento a sus designios de engrandecimiento y poder: es el infeliz que sumido en una cárcel, tal vez en presencia del cadalso, tiende a su alrededor una mirada atribulada, y busca en las ansias de su mortal agonía quien le sustraiga a un destino tan cercano como horrible. No espera aquí por lo común el defensor, el premio de sus trabajos en un dinero, que acaso bastaría a prostituir una acción tanto mas laudable, cuanto es mas desinteresada. Ese infeliz, cualquiera que sea la convicción de su crimen, tiene un derecho de defenderse; porque, como dice López, los Tribunales no están condenados a la ceguera de Edipo, ni a la cólera irreflexiva de los Dioses de la Mitologia. Tienen su espada para herir; pero no la desenvainan hasta que después de un examen maduro y circunspecto, después de una defensa amplia, libre y sin restricción alguna, su razón les presenta un criminal, y su deber les manda inmolarlo. Si derecho, pues, tiene todo encausado a defenderse, obligación tendrá de prestarle su ayuda el Abogado a quien elija como más a propósito a su entender para patrocinarle. Mas, esa obligación se concreta, a rigor de ley, en determinados Abogados; cuando el Estado, cumpliendo con el deber de no castigar sin oír la defensa del encausado, señala a los que deben defenderlos. Según los artículos 52 inciso 19 y 154 Reglamento de Tribunales, las Cortes nombran Abogados para la defensa de las causas de pobres y de los reos en las criminales de oficio, bajo la pena de multa o suspensión. El Abogado es el ángel del consuelo para los infortunados que padecen y lloran por consecuencia de sus extravíos, de sus errores, y no será aventurado decir de su fatalidad; porque hay muchas veces puesto en el camino de la vida un sendero funesto, en que el destino ciego lanza al hombre con su brazo irresistible. Entonces la desgracia es la causa del crimen y la desgracia también su término y paradero, Seres maldecidos desde el momento en que ven la luz, la miseria los recibe en sus brazos, la sociedad los rechaza, los mira como una excrecencia fétida y peligrosa, y condenándoles anticipadamente a las privaciones y al desprecio, los forza a ser sus enemigos para sostener una vida que por tantos títulos les es odiosa. 71


Miguel Antonio De la Lama

¡Y cuantas veces los hombres más inofensivos y más puros, los que recogen con la penalidad del trabajo los medios de sostener a su familia en la oscuridad, pero en la honradez; son víctimas de estrategias abominables, y bajan a los calabozos para morir en ellos, si una voz amiga no hiciese triunfar su causa a la vista del mundo! ¿Qué sería de estos infelices abandonados a sí mismos y a su infortunio? ¿Qué sería de sus familias indigentes y desoladas? (López).

54. Incurre en falta grave el Abogado que se empeña porfiadamente en probar que su cliente no ha cometido el delito, cuando lo contrario resulta de los autos, y aún tal vez él mismo lo tiene confesado.– Aunque el Abogado deba encargarse de la defensa de todo acusado, y no convenir abierta y paladinamente en que su defendido haya cometido el crimen de que se le acusa; porque esto seria defraudar su objeto, y hacer hasta cierto punto traición a su misión protectora; pero tampoco debe insistir ciega y temerariamente en procurar demostrar la completa inocencia del procesado, cuando está convencido de lo contrario; porque esto sería prostituir la profesión con la mentira, faltar a su probidad, y rebelarse contra su propia conciencia. Mas entonces, se nos preguntara acaso, ¿De qué sirve el Abogado? ¿Qué objeto tiene su intervención? ¿Qué esperanza podrá poner en él, el desgraciado que se hace a su mano como el naúfrago se hace a la punta de una roca o de un cable para salvarse? La misión del Abogado en estos casos se reduce, a procurar atenuar el cargo y el delito que no puede desconocer; a examinar las circunstancias, a sacar de ellas el más ventajoso partido, a oponer a la ley, que es severa e inflexible, los principios de la equidad, de la humanidad y de la compasión, que inducen a la clemencia. Ni pudiera ser otra cosa. Si la abogacía fundara su merito y su realce en sacar al crimen de los Tribunales adornado con la corona del triunfo, y escudado con un bill de indemnidad; esta profesión, que es por naturaleza bienhechora, se convertiría en un azote de la humanidad, presentándose siempre dispuesta a acariciar y nutrir a los malvados, que son su plaga. Entonces el Abogado pondría el puñal en la mano del asesino, la tea en la del incendiario, y las armas todas en poder de los perversos, decididos por instinto y por hábito a emplearlas contra el indefenso y contra el inocente. 72


Retórica Forense

FIRMEZA INQUEBRANTABLE DE CARÁCTER

55. El Abogado, antes de hacerse cargo de una causa, debe convencerse de su justicia; pero una vez penetrado de este convencimiento, ningún respeto humano debe arredrarle para dejar de emplear todos los medios legales de defensa. A las veces hay que luchar con un poderoso o con un malvado intrigante, temibles por su opulencia o por sus venganzas; otras hay que entrar en lisa contra los que ejercen el poder, que presentan las formas de un gigante; otras hay que levantar la voz contra la pasión popular, el más terrible de todos los enemigos; y si en esas ocasiones el Abogado es tímido y pusilanime, si su alma débil vacila en la poquedad y su corazón está falto de decisión y de ardimiento, naufragará en esa navegación borrascosa; porque no encuentra dentro de sí, nada de lo que debería oponer a su irritado adversario. Papiniano consintió en el sacrificio de su vida, antes que prestarse a defender el horroroso fratricidio en que incurrió el Emperador Caracalla. – Malesherbes pagó en el cadalso revolucionario, el celo y valentía con que defendió la causa del desventurado Luis XVI. No deben acercarse al Foro las almas débiles y egoístas que, ocupadas de su propia seguridad, rehusan exponerse a los sinsabores, y aún a las persecuciones que muchas veces resultan de haber defendido la justicia con celo y valentía. En esta profesión es inevitable que a cada paso tengamos que luchar contra el poder, el favor y la opulencia; por lo que aquellos que no se encuentren con vigor para pararles frente y entran en la lucha con las simples armas del derecho y de su ingenio, y con magnanimidad de ánimo para sobrellevar con resignación los reveses y disgustos que podrá causarles el resentimiento de un rival poderoso, o el despique de un Juez apasionado, orgulloso e imprudente, más les valdrá dedicarse a otra carrera menos arriesgada; porque la del Foro es de suyo borrascosa y fecunda en amarguras. (Sainz de Andino). GRAN AMOR AL ESTUDIO Y AL TRABAJO

56. Esa decisión debe ser tal, que, como dice Sainz de Andino, el Abogado, se engría, se complazca y se deleite en el; y que su afición 73


Miguel Antonio De la Lama

venza el cansancio que naturalmente causa la aridez y complicación de la Ciencia Legislativa. Mas, no hasta que el Ahogado tenga en su cabeza un arsenal de todas armas, es preciso además que conozca a fondo la causa o cuestión en que ha de esgrimirlas. Todos los negocios, todos los casos por más complicados que parezcan, tienen un punto culminante y generador, que es el origen y el nudo de la cuestión, en el cual consiste toda la controversia; y de cuyo exacto conocimiento pende el acierto de la resolución legal. La ciencia le da la pauta; pero solo en el conocimiento del proceso encontrará el modo y la oportunidad de aplicarla. El debe hablar al Juez, en una mano la ley y en otra el expediente; y es necesario que conozca una y otro con igual claridad y con igual perfección. “El Abogado que mejor estudie y profundice un negocio, será por lo general el que mejor hable y el que mejor defienda”. “Cuanto más nos separemos del trabajo, tanto más nos alejaremos de la gloria”. Se cree que hay talentos que producen espontáneamente, y con los cuales la naturaleza se ha mostrado tan pródiga que les basta aparecer para brillar. Si se pudiere seguir con vista fija la vida anterior de esas notabilidades que fascinan, entonces se hallaría el secreto de su superioridad pasmosa. Estudios prolongados, meditaciones profundas, fatigosas vigilias; la vida del pensamiento, en una palabra, sostenida en una perseverancia inquebrantable son los caminos por donde esos genios han logrado elevarse a tan desmedida altura. Yo quiero que se muestre el hombre privilegiado cuyo entendimiento se haya enriquecido sin estudio y sin trabajo. Ni se suponga tampoco que bastan el trabajo de los primeros años o la lectura más o menos detenida de la edad adulta: la lectura sin la meditación aprovecha muy poco, y la memoria es un reloj que se para si no se le da cuerda. De otra operación debe acompañarse el estudio si ha de ser provechoso: es sumamente ventajoso formar extractos de cuanto se lee; porque estos nos proporcionan un gran ahorro de tiempo para cuando se quiere repetir la misma lectura, y porque en estas notas se contraen las ideas a un cuadro más reducido, y con su auxilio puede recorrerse en poco tiempo una serie inmen74


Retórica Forense

sa de ideas, fruto recogido en mucho tiempo de nuestra asidua laboriosidad. (López).

El secreto del acierto está en el trabajo. Cuando no se dá a los negocios sino una atención ligera y superficial: cuando nos contentamos con conocerlos en sus puntos salientes sin penetrar en sus particularidades y menos en sus arcanos; cuando el día que con ellos hacemos conocimiento es también el de nuestra despedida, porque no volvemos a acordamos hasta que llega el caso de la discusión; entonces es imposible que esta corresponda a la idea que debe formarse de una buena defensa, que nos haga brillar un sólo instante, ni que deje satisfecho nuestro deber ni a cubierto la tremenda responsaliílidad que sobre nosotros pesa. VERACIDAD

57. La escrupulosidad en observarla debe ser tan rígida en el Abogado, que en fuerza de habérsele visto practicar esta virtud con la mayor constancia y estrictez, se le llegue a creer incapaz de mentir. El que se vé precedido en el Foro de una reputación de recto y veraz bien sentada, presta a la causa que defiende la presunción de ser justa, y en sus discursos la de que expresan la verdad. Por el contrario; los Jueces se previenen muy pronto contra los impostores, y les escuchan con recelo, temiendo que les tiendan una red de engaño y seducción. Aún cuando dicen la verdad, no son oídos sino con desconfianza; y sus demostraciones más acabadas quedan siempre en la línea de los problemas. Puede alguna vez ser perdonable, que en la celeridad del trabajo, en la complicación de las diligencias, en esa gran balumba con frecuencia de fárrago inútil que presentan los expedientes, se pierda, olvide o altere alguna circunstancia interesante, que bien conocida y contraída daría diferente fisonomía a la cuestión; pero lo que no tiene perdón, lo que rebaja notablemente a un Abogado, lo que no se concilia de ningún modo con la pureza y dignidad de la profesión, es que de propósito se supongan hechos que no existen, se desnaturalicen o desfiguren los que existen consignados; y en una palabra, que se mienta con descaro. Se debe pasar ligeramente en la relación sobre las circunstancias que perjudican, y aún procurar atenuarlas en el modo que se pueda sin 75


Miguel Antonio De la Lama

ofender la verdad; pero de esto a falsear los hechos y las cuestiones hay una distancia inmensa; y si lo primero es un ardid ingenioso y lícito, lo segundo es una falta gravísima, que los derechos de la verdad y de la justicia prohíben disimular. El Abogado no deberá mentir nunca en su narración; y nosotros inculcamos más y más esta idea, porque Quintiliano escribió un tratado para enseñar el modo de faltar con destreza a la verdad en las relaciones, desfigurando los hechos de una manera que será sagaz, pero no por eso menos reprensible. Agúsese cuanto se quiera el ingenio, para darle gran importancia a lo que nos conviene, y rebajarla a lo que nos perjudica: hasta aquí llega la jurisdicción del Abogado en el campo de las estratagemas; pero falsear los hechos y desnaturalizar las cuestiones, es un ardid indigno que la Moral condena, y de que nunca se valdrá como arma el profesor que estime en algo su nombre y reputación. (López). CULTURA

58. Las personas son extrañas a las cuestiones.– Lo que más desdice de esta cualidad son las alabanzas y vituperios personales. El caso, la ley, los principios y su aplicación, he aquí todo lo que debe formar el círculo de una defensa: se trata de las cuestiones y no de las personas, y no deben nunca mezclarse ni confundirse. A las veces pueden convenir alguna alusión personal; y entonces se hará con la mayor sutileza, sin lisonja ni oprobio. Por Supremo Decreto de 14 Febrero 1827, está mandado: que no se tenga presente en la distribución de destinos, a los Abogados inmoderados e insultantes en su estilo. 59. Alabanza propia.– Encarecerse a sí propio es necio y ridículo, y produce el peor efecto posible: “alabanza propia es vituperio”. Se necesita mucha presunción para presentarse en escena, en un teatro destinado a objeto más grande, a más elevados fines. Se objeta que Cicerón, tan justamente respetado y tan universalmente aplaudido por sus defensas, hablaba en ellas de sí propio con harta frecuencia. Sin que pretendamos desconocer la exacti76


Retórica Forense

tud de la observación, responderemos que hay pocos hombres que puedan tener los títulos que el Orador latino para rebasar la linea de la modestia; que esta falta de medida circunspecta se le ha notado como un borrón; y sobre todo, que excusa merece casi siempre, porque sólo hablaba de si, de su probidad, de su amor a la patria y de su desprendimiento, en las ocasiones solemnes en que se ventilaban las materias más capitales, en las que era necesario dar por fiador de su sinceridad y buen deseo, el testimonio de su anterior conducta. Sus recuerdos no eran apologías, eran argumentos. (López).

60. Alabanza del cliente.– En cuanto a éste, podrá convenir alguna vez tomarlo por materia de los exordios. Un hombre honrado, pacífico, laborioso, de inclinaciones dulces, de necesidades poco dispendiosas, es acusado de robo o de asesinato. Podrá entonces el Abogado formar su exordio sobre estos antecedentes, que pueden inspirar una prevención favorable; más; aún en este caso, debe contentarse con aquellas indicaciones que basten a su objeto, reservar la ampliación de las ideas para la narración, y guardar toda su fuerza y toda su vehemencia para la peroración o parte de afectos. 61. Persona del adversario.– Puede esta tomarse alguna vez, principalmente por asunto del exordio, cuando se encuentre algún enlace entre el hecho particular de la cuestión, y los hábitos y cualidades morales del demandando; pero sin inferirle vituperio. En las causas criminales es más íntima esa conexión, porque la moralidad del acusado es un principio de presunción vehemente en su favor o en su contra. De un hombre acostumbrado al vicio y de conducta relajada, se presume con más facilidad un delito, que de otro que haya tenido siempre costumbres puras. Más al usar de este recurso es preciso, que haya una verdadera e íntima conexión entre el defecto que se imputa y los hechos de la causa, que no se deje traslucir la menor animosidad, y que si se hace en el exordio, no sea más que una ligera insinuación, reservándose la fuerza principal para la argumentación. Al que es pobre, vago y holgazán, se le cree más capaz de incurrir en un fráude, que no al acomodado, activo y dado al trabajo. 77


Miguel Antonio De la Lama

Una persona iracunda, altanera y pendenciera, se arrojará más fácilmente a ofender a otro, que no un hombre sensato recogido y moderado. Más, los defectos ajenos no pueden revelarse sino con utilidad y necesidad, si esos motivos no intervienen seria una difamación reprensible, muy ajena del ministerio del letrado. (Sainz de Andino).

62. El Abogado contrario.– Nada más detestable en los discursos forenses, que las ofensas al Abogado de la parte contraria; lo que además de injusto, incivil y destructor de la confraternidad profesinal, produce el efecto contrario del que se propone el Abogado díscolo; porque los Jueces se previenen en su contra y sus compañeros lo desprecian. Si el Abogado de la otra parte incurre en esa gravísima falta, conviene por lo general dejar el castigo al severo juicio de los oyentes o lectore; y si se emprende la respuesta, debe hacerse con ingenio y delicadeza, como corresponde a la cultura y dignidad del Abogado: “fuerte en el fondo suave en la forma”. 63. Personal de los Jueces.– Las personas de los Jueces se toman unas veces para alabarlas, con el fin de conquistar un fallo favorable; y otras para vituperarlos, por el que han pronunciado ya. Lo primero tiene lugar principalmente en el exordio. Tomado este de las circunstancias o cualidades de los Jueces, de la confianza que inspira su prudencia, su sabiduría y rectitud, se mirará solo como un himno, como una arenga laudatoria; y por más que sea merecido el elogio, siempre se verá como una baja e interesada lisonja. Los Magistrados mismos se prevendrán contra el Letrado que así los incensa, descubriendo el arte y el designio a través de la delicadeza misma de las palabras; y esta prevención aumentará a medida que sea más digna de alabanza, porque el verdadero mérito es siempre modesto. Es un contrasentido dirigirse a las personas, cuando estas desaparecen en el Tribunal, cuando el hombre queda en la puerta y sólo se conserva bajo la toga el Sacerdote de la Justicia que va a hacer resonar la voz de la ley en su Santuario. Bajo el solio no se presentan otros objetos más que la espada de Temis y la balanza de Astrea. (Sainz de Andino).

78


Retórica Forense

En el segundo caso: cuando un Letrado se encuentra en la necesidad de dirigir su crítica sobre un fallo judicial, y de sacar a luz pública los defectos que advierte en él; lo hará sin desviarse en sus expresiones de la consideración y respeto debidos a la Magistratura, aún cuando se vea evidente que ha incurrido en error; porque al cabo los Jueces no dejan de ser hombres, y sus juicios están sujetos a la ley de falibilidad. Evitará pues toda animosidad, toda censura acre, toda expresión dura y capaz de herir el amor propio, y con mayor razón se abstendrá de ataques directos y personales, y de declamaciones descompuestas e injuriosas. Por el contrario, si el Abogado hallase pretextos decorosos para excusar el mismo error que combate, será noble que se anticipe a manifestarlos. En observar esta moderación no sólo se cumple con el miramiento debido a la dignidad del Magistrado, sino que también se sirve bien al cliente; porque el espíritu de cuerpo domina naturalmente en los Tribunales, y el amor propio irritado es rencoroso aún involuntariamente. El mismo defensor tiene su utilidad en obrar con esta circunspección; porque se granjea el afecto y la confianza de los Jueces. Conviene advertir, que en estos miramientos hay también su regla de escala; porque la calificación de la sentencia de un Juez ante el superior, es mucho más desembarazada que ante otro Juez igual. PRUDENCIA

64. Referimos esta cualidad al número de causas.– El Abogado no debe recibir más de aquellas que pueda cómodamente despachar. Cuando a su admisión no preceden la elección y el examen, imposible es que todas sean ventajosamente defendibles, y que no se corra el riesgo de admitir causas conocidamente injustas: este es el escollo de las mayores reputaciones. Al ruido de su renombre acuden clientes de todas partes; el Abogado no tiene bastantes manos para escribir, y el trabajo siempre apresurado e irreflexivo, descubre la precipitación y la ansiedad con que se trazó. Lo que se trabaja tan de prisa, cuesta desengaños, dolores, y obliga a las veces a pasar por la mortificación del amor propio.

79


Miguel Antonio De la Lama

PACIENCIA CON LOS CLIENTES

65. Las conferencias repetidas con los interesados constituyen un auxilio muy importante que nunca debe despreciarse; pues son por lo común la guía que mejor dirige, y la luz que derrama más resplandor y claridad. Nadie conoce un negocio mejor que la parte: la vista del Abogado es más clara, y más experimentada; la de su cliente es más continua y más observadora. El Abogado tiene muchos negocios a que atender; el interesado no tiene más que aquel que ocupa todas las horas y todos los instantes. Muchas veces se necesita armarse de una paciencia a toda prueba, para sostener esas entrevistas, frecuentemente fatigosas y aún insoportables. En ellas se dicen cosas inútiles, redundantes, cansadas y hasta necias; pero de pronto surge una idea luminosa, una observación decisiva, un hecho importante en que no se había reparado, y el director se ve iluminado de repente por el dirigido. Para sacar todo el provecho posible de estos diálogos, convendrá al Abogado colocarse por un momento en el lugar de la parte opuesta, hacer reparos e impugnaciones; y frecuentemente las repuestas del interesado, abrirán nuevos caminos y distintos horizontes. Cicerón dice: que de nada sacaba más utilidad y más ilustración que de estas conversaciones. El Abogado ve de pronto la cuestión en su relación más inmediata y palpable; el interesado la ha visto y revisto en todas las relaciones posibles. El uno tiene la ciencia ayudada del celo; el otro tiene el instinto ilustrado por el interés. El uno destina algunas horas a pensar en aquel asunto; el otro piensa en él cuando se levanta, cuando come, en sus paseos, cuando se acuesta, al despertar de nuevo, y es un pensamiento vivo, continuo, intenso, profundo, que le sigue a todas partes como una sombra. (López). DESINTERÉS

66. A los escritos e informes desmesurados, podría llevar tal vez en algunos la perspectiva de más crecidos honorarios. Esto sería añadir a un defecto un vicio: lo que más rebaja a un Abogado, es la codicia. 80


Retórica Forense

Tratándose de una profesión reservada para almas delicadas y favorecidas de la naturaleza, de un ministerio que no puede ejercerse sin grande elevación de sentimientos y entera independencia de los respetos humanos, y de unas funciones consagradas directamente a proteger el triunfo de la justicia, favorecer al oprimido y perseguir la iniquiedad; el desinterés y generoso desprendimiento se imponen. La ley permite a los Abogados que reciban una remuneración por sus penosas tareas; esa es su profesión y de ella necesitan vivir; pero su lustre y decoro, no les permite exigirla en términos que parezca que venden los favores y patrocinio que el público recibe de su ministerio. En los tiempos en que esta profesión se desempeñaba gratuitamente; en que los patronos que acudian a la defensa de sus clientes, lo hacían estimulados por un sentimiento humano y bienhechor, y sin esperar otra recompensa que la estimación pública y el lustre de su nombre, las defensas eran vigorosas; porque no se dilataban por miras interesadas, y la facultad se desempeñaba con tanta pureza y dignidad, como gloria. Entre los griegos, hasta Antifon no se recibió remuneración alguna por las defensas judiciales. Entre los romanos, la ley Cincia y las disposiciones de César Augusto consagraban el mismo principio, pero los Emperadores Claudio, Trajano y Justiniano, permitieron exigir honorarios, si bien la historia de aquellos tiempos no presenta ejemplos de abuso e inmoderación en esta parte. Desde entonces, el ejercicio de la abogacía ha formado una facultad lucrativa. (López). Hay algunos, que haciéndose indignos del título de Oradores, han querido que la Elocuencia fuese un arte mercenario, poniendo la profesión más noble bajo la dependencia de la pasión más baja. ¿Qué es lo que puede esperarse de esos espíritus codiciosos, que prodigan y prostituyen su pluma y su voz a los que en el orden de la jerarquía civil son tan inferiores a su clase; o que por un vil interés adoptan como suyos y sellan con su nombre trabajos ajenos que los desacreditan, venden públicamente su reputación, y hacen un tráfico vergonzoso de su gloria? (D’ Aguesseau).

81



PARTE SEGUNDA ORATORIA

CAPITULO I PRELIMINARES

SUMARIO. – 67. Idea de Oratoria Forense. – 68. Importancia de la Oratoria forense. – 69. Refutación de los que creen nociva la Oratoria Forense. – 70. La Oratoria Forense es difícil.

67. Idea de Oratoria Forense.– La Oratoria Forense, una de las dos partes de la Retórica Forense, es el arte de persuadir a los Jueces por medio de la palabra, arrastrando su razón y su voluntad a la vez, para hacer triunfar la verdad y la razón, del error y de la injusticia. 68. Importancia de la Oratoria Forense.– Además de las razones aducidas en el número 19 sobre la importancia de la Elocuencia Forense, milita en favor de la Oratoria, el mayor poder de la palahra sobre la escritura para conmover, convencer y persuadir. Cuantas veces por falta de destreza oratoria, de calor y animación en una defensa, se perderá un pleito, y con él la subsistencia y el bienestar de una familia desgraciada; y lo que es lo peor aún, cuantas sucumbirá un acusado en medio de su inocencia por haberse acogido a un defendor sin pericia, sin vehemencia, sin colorido, sin medios oratorios para persuadir a los Jueces, y para arrastrar su razón y su voluntad a la vez a una sentencia absolutoria. Grande es ciertamente, la importancia del papel que la elocuencia judicial desempeña en el mundo; y no es menos tremenda la responsabilidad que se contrae, cuando deja de llenarse dignamente el objeto por incuria o por abandono. La elocuencia del 83


Miguel Antonio De la Lama

Foro es y será siempre un elemento tan poderoso como necesario en todos los pueblos cultos. (López).

69. Refutación de los que creen nociva la Oratoria Forense.– En el número 20 dejamos desvanecidas las razones que se dan en contra de la Elocuencia Forense en general; y pasamos a ocuparnos de las dos siguientes que se refieren especialmente a la Oratoria: 1°

El debate judicial entenebrece las cuestiones, deja perplejo el ánimo y vacilante nuestro juicio.

En un tiempo los egipcios desterraron a los Oradores de sus Tribunales; y el Areópago de Atenas prohibía en las defensas el exordio y la peroración, y disponía que sólo se hiciesen de noche en las causas criminales. __________

El debate judicial no entenebrece las cuestiones. Tal podrá suceder en la boca de un sofista mercernario, cuya astucia se ponga al servicio de la iniquiedad: ese es el abuso de la elocuencia, y nosotros explicamos y recomendamos su uso. El fin de la Elocuencia Judicial es hacer triunfar la verdad y la razón, del error y la injusticia; y por lo mismo, es el escudo de la virtud atropellada, de la inocencia perseguida, del huérfano desvalido a quien pretende expoliar un tutor perverso, de la fortuna, de la honra y de la vida de todos los hombres que demandan protección a la palabra autorizada, para que los salve en momentos dados del conflicto en que se hallan y del peligro que les rodea. No es exacta la comparación que hace Filangieri entre el Abogado que apura sus medios en el Foro para persuadir y conmover a los Jueces, y el corruptor que procura comprar con dinero sus conciencias. Este último va a un término vedado, por caminos inmorales y vergonzosos; en tanto que el primero se propone un fin noble, y marcha a él con una frente sin rubor, con un alma grande y con un corazón henchido de virtud y de generosidad. Las legislaciones modernas han señalado la escala de las penas, según las circunstancias agravantes o atenuantes que concurren en los delitos. ¿Más por ventura, estas circunstancias no pueden escaparse alguna vez a los medios de prueba, y no por eso ser menos ciertas y 84


Retórica Forense

seguras para el sentimiento íntimo, más poderoso e irrecusable que las pruebas mismas? La defensa, que aún en los casos comunes se dirija a ofrecer en relieve y con todo calor y propiedad estas circunstancias ¿será como quiere Filangieri, la obra de la mentira y de la intriga; o será mas bien la palabra que se lance en el asilo de la justicia, para que ésta no hiera cubriendo la mano con su manto respetable y fascinador? Quede para los habladores venales y corrompidos, encargarse de causas malas o tal vez desesperadas; hacer en sus defensas, si no la apoteosis del vicio, ostentación al menos de todas las doctrinas indecisas o conniventes, y sacar de los Tribunales al verdadero reo triunfante y orgulloso, con la jactancia en el rostro, y con una nueva autorización en la mano para seguir siendo criminal. El Abogado íntegro, el Orador del Foro que se estima así mismo y aprecia su profesión, jamás solicitará ni menos envidiará esta falsa y funesta glorisa. La elocuencia en su boca será la razón armada que patea solo por ella misma, y que no se propone ningún suceso que no deban aplaudir, la sociedad, en el sentimiento ilustrado de su interés, y la justicia, en la anteridad invariable de sus aspiraciones y de sus principios. (López).

El ejemplo de los egipcios y el del Areópago de Atenas, sólo prueban que ha habido abusos; pero el abuso en las cosas, no son las cosas mismas, no es su índole ni esencia; y fuera grave error confundirlo todo, y destruirlo de un solo golpe con ciega brutalidad. La razón delira alguna vez; y sin embargo, nadie ha intentado proscribirla; ni a nadie le ha ocurrido tampoco la idea de que se mande cerrar las boticas, porque al lado de los remedios favorables a la salud están los venenos que la destruyen. Si se quieren condenar inconsiderablemente las defensas orales, por el temor de que la astucia y el fraude prevalezcan en ellas, ¿no se repara en que los mismos ardides se pueden poner en juego en las defensas escritas, que no es posible en manera alguna negar a los contendientes, y que en este caso, no hay otro remedio que poner en presencia los intereses y las pretensiones opuestas, para que de su choque salte la luz, se aclaren con ella las cuestiones, aparezca la verdad y se ilustre la conciencia de los Magistrados? En todas partes y en todas las épocas de ilustración, se ha conocido la utilidad de la Elocuencia Forense, y se la ha mirado como un 85


Miguel Antonio De la Lama

elemento indispensable para la buena administración de justicia. En Egipto, origen de las ciencias y las artes, se admitió desde el principio en los Tribunales, la asistencia de los peritos en la ciencia legal, para que dirigiesen y ayudasen a las personas que les reclamaban sus defensas. En Grecia los Oradores políticos lo eran igualmente de las causas criminales. En Roma se concedió a los Patricios la atribución de defender a sus clientes, de que nacieron la clientela y el patronato. El Areópago, aquel Cuerpo célebre en los Anales de los Tribunales, en cuyas deliberaciones se decía que tomaba parte Minerva, según la sabiduría y acierto que las acompañaba; aquel Cuerpo a quien no se atribuia un solo acto de injusticia en doce siglos de existencia, según el dicho de Demóstenes; aquel Cuerpo que exigía sacrificios y horribles imprecaciones puesta la mano sobre las entrañas de las víctimas, para asegurarse de la buena fé de los litigantes; aquel Cuerpo que daba tanta preferencia a la urna de la misericordia sobre la de la muerte, y que no abría ni una ni otra siempre que el acusado quisiera someterse voluntariamente al destierro; aquel Cuerpo no proscribió la elocuencia, sino solo su abuso; no se alarmó contra la palabra que busca y conmueve las pasiones generosas y justificables, sino que solo pronunció su recelo contra la palabra artificiosa y sutil que tiende lazos a la razón y prepara al corazón cautelosas y pérfidas emboscadas. (López).

70. La Oratoria Forense es difícil.– Es sin disputa el más difícil de todos los géneros. En los demás, el circo es muy dilatado, puede huirse al ataque y esquivar los golpes del contrario, hay un campo inmenso por donde vagar, y unos espectadores a quienes se puede sorprender con la belleza y energía de las formas; pero en el Foro, colocado el defensor a la presencia de los Jueces y frente a frente con su adversario, no tiene más alternativa que la de salir vencedor o confesar su derrota. El Orador del Foro se dirige a un corto número de personas a quienes pretende persuadir. Desde luego necesita de un método especial, sus palabras y su estilo requieren cualidades particulares. En todas las demás materias, dice Cicerón, un discurso es un juego para el hombre que no carece de talento, de cultura, del hábito de 86


Retórica Forense

las letras y de la elegancia: en el debate judicial, la empresa es grande, y no se si diga que es la más grande de las obras humanas. Los Jueces son severos e inflexibles, y no toman nunca las apariencias por la realidad; el adversario es astuto y receloso, y no pierde oportunidad de dirigir el golpe al corazón; los espectadores son mudos, y se hallan poseídos del sentimiento grave que el lugar inspira: no hay escudo con que cubrirse, ni coraza que nos defienda: se pelea partido el campo y la luz, pie con pie y pecho con pecho: o vencer echando por tierra al enemigo, o reconocerse vencido con el temblor de la sofocación, y con los colores de la vergüenza. (López).

87


CAPITULO II ORADOR

SUMARIO: – 71. Diferencia entre ser elocuente y ser Orador. – 72. Dotes y cualidades del Orador Forense. – 73. Vocación especial. – 74. Dotes físicas. – 75. Presencia de ánímo. – 76. Ventajas del Abogado que habla el último.

71. Diferencia entre ser elocuente y ser Orador.– En el número II queda demostrado, que para ser elocuente basta a las veces estar conmovido, sentir con viveza y saberse expresar con facilidad; más para ser Orador, es necesario poseer las dotes, instrucción y cualidades que dejamos explicadas en el capítulo del Abogado: es necesario conocer todas las reglas, los resortes del corazón humano, sus pasiones y el modo de herirlas: es necesario, en una palabra, poder seguir todas las ondulaciones del pensamiento o inspirar a los demás las ideas y sentimientos de que nosotros nos hallamos poseídos. No debemos mirar como Orador, ni dar el nombre de tal, sino al que posee el secreto de producir los afectos y variarlos de tal manera en sus oyentes, que le convenga la pintura que Driden hace en su oda titulada “El Festín de Alejandro”, del ascendiente que el cantor Timoteo ejercía con su voz y con su lira, en el ánimo de aquel Príncipe. Primeramente debe estudiar la senda de la convicción y de los afectos; una vez hallada, vestirla con flores y adornarla con galas: marchar siempre en pos del entendimiento, para apoderarse de él por medio de la fuerza de raciocinios hábiles diestramente presentados; y por último, dirigirse luego a los corazones, para 88


Retórica Forense

conmoverlos y dominarlos con la ayuda de la imaginación, que es el auxiliar más seguro y poderoso. (López).

72. Dotes y cualidades del Orador Forense.– En los números 26 y siguientes y 48 y siguientes hemos explicado las dotes y cualidades del Abogado; pero, para ser Orador necesita además dotes físicas, y una cualidad moral que es la presencia de ánimo; previo estudio de sí mismo, para descubrir su vocación especial. VOCACION ESPECIAL

73. La vocación de estado, o sea la atracción simpática hacia las producciones de la Abogacia, de que hemos tratado en el número 27, se dirige siempre a uno de los varios géneros o tipos que tiene la elocuencia. Cada uno de estos cuenta en su favor disposiciones más o menos felices, pide diversas facultades; por lo que debe estudiarse ante todo así mismo el que quiera sobresalir un día, como el que desea ser cantor mide primero lo cuerda y extensión de su voz para ver en que género la debe ejercitar. Hombres hay a quienes los detalles matan, y que tratan con una facilidad y con una elevación admirables las cuestiones en grande. Otros hay que no se ocupan sino con pena de la argumentación, de sus reglas y de su rigorismo, y que desplegan una imaginación sorprendente, que agrada, deleita o arrebata, según los objetos a que se aplica. En este se ve una elocuencia dulce, tranquila y persuasiva, que se infiltra en nosotros como el aroma de la flor que aspiramos; aquel nos turba, conmueve y arrastra con su palabra irresistible; no es esta ya el blando céfiro que nos enviaba su soplo halagador; es el huracán desencadenado que nos estremece y lleva en pos de sí. (López). DOTES FÍSICAS

74. La voz es el instrumento esencial entre los medios físicos del Orador. Todos los esfuerzos para pronunciar discursos con lucimiento serán inútiles, si la naturaleza ha dado un órgano aspero y desagradable, o algún estorbo en la pronunciación. En capítulo por separado daremos las reglas sobre ella. 89


Miguel Antonio De la Lama

El acento penetrante, el eco sonoro, y un tono melodioso y tierno sin afectación, llevan consigo cierto hechizo que atrae insensiblemente al auditorio, granjea su confianza y lo previene en favor del Orador; así como por el contrario, una voz bronca se desapaga, y cansa prontamente la atención. (Sainz de Andino).

La buena figura no es indispensable; pero si de grande importancia: una figura grotesca o repugnante es odiosa en todas partes y previene en contra al auditorio. El Orador debe tener el vigor y robustez suficientes para resistir la fatiga del trabajo mental; una organización favorable para hablar con melodía; con fuerza y con claridad; un pecho robusto; mucha dignidad en la fisonomía; cierta gracia en los movimientos y juego de nuestros órganos y miembros; y una grande energía en el principio vital, que es la fuente de la actividad de nuestra penetración, y de una sensibilidad viva y afectuosa. (Sainz de Andino). PRESENCIA DE ÁNIMO

75. Es necesario que el Orador conserve siempre una serenidad imperturbable, esa libertad de pensamiento, esa calma en medio de su agitación y de sus afectos, para poder discurrir sin ofuscación ni embarazo: la agitación del pecho no debe alterar la calma del espíritu, ni causar trastornos que se hagan sensibles en el orden o ideas del discurso. Debe parecerse, dice López, al piloto que conduce su nave dirigiendo el timón sin atolondramiento ni zozobra; bien sea que surque una mar bonancible con tiempo próspero y feliz, bien que bramen los vientos a su alrededor y que las olas le embistan con un furor imponente. Esa necesidad debe ser tal, que ni la jerarquía, ciencia otra cualidad preminente que distinga al auditorio, ni la gravedad del asunto que se discute, ni el recelo de sucumbir en el juicio, ni accidente alguno imprevisto, pueda sorprender y desconcertar al Orador. Con la presencia de animo, el Orador hallará prontamente recursos para rebatir una réplica imprevista, resolver una objeción desconocida, y corroborar un argumento débil que no hizo a primera vista la impresión que se deseaba.

90


Retórica Forense

El Abogado que no tenga calma fría en medio de su pasión, se turbará y sucumbirá desde las primeras palabras de su defensa; principalmente, cuando haya de tratar la cuestión en un aspecto diferente de aquel en que la había calculado, nada se le ocurrirá fuerte y vigoroso; ninguna imagen se le presentará bella o feliz; y sólo acertará a pronunciar con lengua balbuciente palabras entrecortadas y confusas, frases incoherentes o débiles, que dejarán en pié y en todo su valor el argumento tal vez especioso de su competidor. A las veces el demasiado fuego lleva a ese resultado desastroso, y el exceso de vida en el corazón, ahoga y mata la expresión de los conceptos; es más fácil reanimarse que tranquilizarse en estos casos; y una vez perdido el aplomo, a cada paso aumentan la confusión y el desorden de las ideas; sucediendo lo que al nadador poco diestro o demasiado tímido, que cuando deja de hacer pié se va a fondo sin remedio, por más que haya ensayado sostenerse y girar sobre las aguas. (López).

76. Ventajas del Abogado que habla al último.– Al que sea improvisador; al que no pueda formular contestaciones y raciocinios de una manera instantánea y presentarlos con orden, método y claridad; con cierta soltura y elegancia que agraden y cautiven; ciertamente le será preferible hablar el primero. El Abogado tan infecundo en medios repentinos, tan tristemente ceñido a la preparación, tiene que llevar en la mano el hilo de su defensa, sin que pueda soltarlo nunca; y en el momento que un accidente imprevisto le saca de su esfera o le presenta consideraciones que no había calculado; en el momento en que la cuestión cambia de cualquier modo su fisonomía; se reconoce cortado y perdido. Este sólo puede hablar el primero; porque sus diversos se reducen a relatar, con más o menos desenvoltura, lo que ya lleva estudiado y aprendido. Al que por el contrario, le es fácil después de haber oído a su competidor, someter a un plan instantáneo todo lo que ha dicho, encontrar respuestas oportunas y concluyentes, y ofercerlas al Tribunal que escucha, con un lenguaje claro, preciso y adornado de gracias y bellezas, le es inmensamente ventajoso usar el último de la palabra. El Abogado que habla primero es en verdad dueño de preparar y exponer los argumentos que más le cuadran, detenidamente meditados, limados y aliñados en el retiro de su gabinete; pero su competidor, apenas los ha oído, se apodera de ellos, los junta y los destroza. 91


Miguel Antonio De la Lama

El primero produce con su palabra una impresión fija y si se quiere profunda; pero cuando la creía permanente, ve que otra voz enemiga la va debilitando, que cambia de teatro el interés, y que las señales de favorable acogida con que él se lisonjeaba van desapareciendo y reemplazándose por otras que disipan todas sus ilusiones y matan todas sus esperanzas. El que habla antes no puede refutar; y tiene que pasar por la mortificación de verse refutado. Su deber y su amor propio le obligan a lanzarse en el campo de las conjeturas, a calcular los argumentos de que podrá valerse su contrario, y a darles anticipadamente la contestación que más podrá desvirtuarlos. Esta táctica es muy provechosa; porque desarma al adversario antes de que empiece a batirse; pero es casi imposible que pueda preverse todo lo que formará después el discurso de nuestro antagonista. Por esta razón, por más que el Abogado que habla primero se afane en explorar los rumbos que seguirá su contrario, no podrá nunca imaginarlos todos y se encontrará sorprendido por raciocinios incalculados y aún incalculables en la fecundidad del talento y en la rica mina de sus creaciones. El que habla primero tiene que ser hasta profeta; porque necesita prever todo lo que dirá su adversario para repararlo préviamente; el que habla el último no tiene que ocuparse de estos cuidados ni de estas conjeturas, porque han de presentarle al enemigo el palenque con todas sus armas, y cuenta en sí mismo el de desarmarle y vencerlo en cuanto le acometa. Aquel ha vivido en sus combinaciones y cálculos del porvenir y sus contingencias siempre inciertas y dudosas; éste vive solo de lo presente, de lo actual, del instante en que habla, y puede confiar en que parodiará el llegué, ví y vencí de César, antes de ser llamado al combate, ni saber el adversario con quien tiene que luchar. El último que habla, entra a la arena por esta sola razón con muchas probabilidades. La Sala de audiencia con su aparato y con su solemnidad, Llama desde luego la atención en los Jueces y en los concurrentes sobre la escena que va a representarse; y al llegar el momento de dejarse oír la voz del primer defensor, todos atienden y se contraen, porque este momento ha sido largamente esperado; pero la curiosidad se aviva y el interés crece y se aumenta en favor del que le sigue, porque impresionados 92


Retórica Forense

los ánimos con las razones que escuchan, quieren adivinar como serán rebatidas, y aguardan con impaciencia el instante de presenciar este desenlace. El posterior en la palabra encuentra ya allanado el camino, ansiosa la atención y pendiente el auditorio de su boca, todo lo cual en distintas circunstancias sería el resultado de un feliz y bien combinado exordio. No tiene por lo común necesidad de formular proposición ni división; porque halla la cuestión ya planteada y desenvuelta, y puede formar de su discurso un todo compacto, una falange impenetrable que resista al examen más analítico y detenido.

En la parte de prueba tiene todavía ventajas más conocidas el útlimo que habla; porque supuestos sus conocimientos y su facilidad de improvisar, no se le puede coger en una emboscada, no se le puede sorprender por más que se procure, y ve ante sus ojos un inmenso campo en que moverse libremente, mil caminos y mil medios en su auxilio, para responder victoriosamente a todo lo que ha oído. Tiene todas las dificultades y todos los argumentos opuestos, delante de sí como en un cuadro; y en la esfera trazada a la discusión puede escribir el non plus ultra, porque no hay ya ni fuerzas auxiliares ni otros elementos que vengan a la lucha mas tarde, y con que sea necesario entrar en nueva contienda. Tal vez los raciocinios hechos por su competidor sean inopinados y vigorosos; nada importa: la animación que produce la pugna, el calor del instante, la memoria que franquea sus tesoros, la meditación previa que todo lo ha enlazado, todo lo ha previsto y todo lo ha calculado de antemano; vendrán en auxilio del luchador y le ofrecerán proyectiles con que arruinar los últimos y más fuertes baluartes de su antagonista. Todo, generalmente hablando, tiene contestación. Las cuestiones presentan varios lados a la discusión legal y filosófica; y cuando no se las puede acometer de una manera directa, de frente y con el pecho a la luz, se las embiste por la linea oblicua o circular y por caminos cubiertos.

He aquí las grandes ventajas del último que usa de la palabra; de aquí también un inconveniente a que nuestras prácticas y nuestras leyes debían acudir. Como ya no se permite hablar al que primero ha hablado, sino para rectificar hechos después que ha concluido su contrario; sucede frecuentemente que éste ha desvirtuado las cuestiones 93


Miguel Antonio De la Lama

con estudio y con designio, que ha sembrado su defensa de inexactitudes en la esfera de la ciencia y de la polémica, y en vez de una voz enérgica que las combatiera, sólo sucede un silencio profundo y respuestuoso, y la palabra vista. Convendría por esta razón permitir una réplica por cada parte, con lo que las cuestiones y las ideas se aclararían y fijarían del modo más terminante; pues si el tiempo tiene su precio, la verdad y la justicia tienen sus derechos de más valor e interés que el tiempo mismo.

94


CAPÍTULO III PREPARACIÓN DEL DISCURSO

SUMARIO: – 77. Partes que comprende la preparación del discurso. – 78. Materiales. – 79. Plan del discurso.

77. Partes que comprende la preparación del discurso.– Esa preparación comprende dos partes: la acumulación de los materiales para construir el discurso, y la formación del plan de la obra.

son: 1°

78. Materiales.– Los indispensables para construir el discurso, El examen prolijo y profundo de la historia de los hechos que ofrezcan las actuaciones. En el número 58 dejamos demostrado, que sólo en el conocimiento del proceso encontrará el Abogado el modo y la oportunidad de aplicar la ley; y que el que mejor estudie y profundice un negocio, será por lo general el que mejor hable y el que mejor lo defienda. Nuestra primera ojeada sobre el cuadro de los hechos y sobre las cuestiones que abrazan, es por lo común confusa e imperfecta; el examen más reflexivo y la meditación, van continuamente extendiendo la periferia de este círculo, y descubriendo nuevos horizontes a nuestra inteligencia. No se defienden bien los negocios sino cuando se conocen perfectamente; y no es dado conocerlos con ese grado de claridad creadora, sino cuando se han visto y examinado con toda atención y detenimiento. (López).

95


Miguel Antonio De la Lama

La posesión perfecta del punto capital de la cuestión, según hemos indicado en el número 56.

El estudio esmerado de todas las leyes y doctrinas que juegan en la causa, así en pro como en contra.

Las conferencias con los interesados, de las que hemos tratado en el número 65.

79. Plan del discurso.– Con esos materiales, es llegado ya el momento de formular en nuestra mente la defensa hablada; formando desde luego un plan general, sin guardar todavía el rigorismo de las proporciones, sin pensar en la belleza del colorido. El plan no debe ser más que la fórmula algún tanto vaga del discurso; lo que son las líneas para el arquitecto, lo que es el contorno para el dibujante. Entran en este golpe de vista, las réplicas y dificultades que se nos podrán oponer: propuesto, y déseles el lugar más natural y oportuno; sepárense las ideas generales de las secundarias, y examínese la relación y dependencia que unas tienen con otras. Hecho eso, el discurso o defensa nacerá fácilmente; y puede precederse al arreglo y medida de sus proporciones.

96


CAPÍTULO IV CONSTRUCCIÓN DEL DISCURSO

SUMARIO: – 80. Partes que entran en la construcción del discurso. – 81. Exordio: su objeto y carácter.– 82. Utilidad del exordio.– 83. Condiciones del exordio.– 84. El exordio debe nacer del fondo de la cuestión.– 85. Consecuencia.– 86. Reglas generales.– 87. Ideas y reglas de la Proposición.– 88. Opiniones sobre la utilidad de la División del discurso: la nuestra.– 89. Reglas generales.– 90. Idea e importancia de la Narración.– 91. Sus cualidades.– 92. Orden cronológico y orden sistemático: cuál de ellos debe preferirse.– 93. Objeto de la Demostración.– 94. Su necesidad.– 95. Demostración en las causas de puro derecho.– 96. Demostración en las causas sobre hechos controvertidos.– 97. Punto de vista bajo el cual estudiamos las pruebas judiciales.– 98. División de las pruebas.– 99. Idea de prueba oral.– 100. Confesión en lo civil.– 101. Confesión en lo criminal.– 102. Disposiciones de nuestro Código.– 103. Reglas sobre las pruebas literales.– 104. Peligros de la prueba testimonial, y reglas sobre el hecho, la persona y la declaración.– 105. Causas por las que un testigo puede no ser creíble.– 106. Reglas sobre las pruebas reales.– 107. Presunciones: en qué consiste la habilidad del Orador en esta clase de pruebas.–108. Reglas sobre ellas.– 109. Reglas generales sobre las pruebas.– 110. Necesidad de la Refutación.– 111. Método que ha de observarse en ella.– 112. Sus reglas.– 113. Idea de la Peroración.– 114. No es parte necesaria del discurso.– 115. Reglas sobre ella.– 116.– Diferencia entre el Epílogo y la peroración,– 117. Utilidad del epí1ogo.– 118. Cual debe ser el fin del Orador en el epí1ogo.– 119. Utilidad de los paralelos.– 120. Reglas sobre el epí1ogo.– 121. Importancia y dificultad de la Conclusión.– 122. Reglas sobre ella.

80. Partes que entran en la construcción del discurso.– En esa construcción entran, por lo general, las siguientes partes: – exordio o introducción – proposición – división – narración – demostración – refutación – peroración – epílogo; y – conclusión. 97


Miguel Antonio De la Lama

§1. EXORDIO

81. Objeto y carácter del exordio.– El exordio no tiene otro objeto que el de preparar los ánimos en el auditorio, captarnos por él su atención, su interés y benevolencia, y venir a abordar naturalmente a la cuestión: sembrar el germen de la convicción que ha de arraigarse más tarde profundamente y dominar en los espíritus. El exordio es el rocio que prepara la tierra emblandeciéndola, para que penetre más suavemente el arado. (Sainz de Andino).

82. Utilidad de los exordios.– Opinan algunos, que los exordios deben desterrarse de las defensas; se fundan en que, si con ellos se gana benevolencia de los Jueces, no son más que un ardid coronado por el suceso, una sorpresa que ataca la independencia, la inflexibilidad y la libertad en el juicio de la Magistratura; y si nada se consigue, son inútiles y ociosos. Esta opinión está comprendida en la impugnación a la Elocuencia Forense, de que ya nos hemos ocupado en los números II y 20. El Abogado en todo su discurso, desde el principio al fin, debe buscar la verdad por el camino de la verdad misma; y si en este camino esparce la amenidad, si procura cautivar la atención de los que han de decidir, para que pronuncien en la línea de la justicia y de su deber, laudeable es el fin, honesto y justificable el medio. (López).

Debemos notar, sin embargo, que no todos los discursos merecen exordio. A los de poca importancia que versan sobre materias sencillas y de suyo obvias, bastan algunas palabras que sirvan de introducción, sin que a estas ligeras frases deba darse una forma determinada. Los exordios se deben reservar para las causas que revisten cierta solemnidad, por su gravedad, interés o importancia. 83. Condiciones del exordio.– El exordio debe ser claro, sencillo y proporcionado a la medida que haya de tener el discurso. No hay nada que prevenga tanto contra el Orador y contra el discurso que aún no se ha oído, como ver por muestra un exordio enfático, lleno de pensamientos sutiles, y parada ridícula de conceptos premiosos y de frases forzadas. 98


Retórica Forense

El Orador cuando se levanta a hablar, debe examinar y conocer las disposiciones de los que le escuchan; que pueden ser indiferentes, favorables o contrarias. Si domina la indiferencia, el exordio debe procurar reemplazarla por el interés; si las prevenciones son favorables, la introducción debe aumentar el valor de esta circunstancia; y si el auditorio está prevenido en contra, es necesario ante todo que el exordio destruya y desarraigue esta disposición perjudicial y funesta. (López).

84. Los exordios deben nacer del fondo de la cuestión.– Si el exordio debe ser la preparación natural y calculada que atraiga y fije los ánimos, para lanzar después sobre ellos y sobre el corazón las pruebas y las corrientes de la pasión oratoria; inútil será buscarlo en motivos remotos, en causas extrañas, en circunstancias que no tengan un enlace directo e inmediato con la cuestión actual: debe nacer, como dicen los retóricos, ex visceribus causae. 85. Consecuencia de esa teoría es, que los exordios se formen después de arreglado todo el discurso; porque así se enlazan mejor, y nacen por decirlo así, de sus mismas entrañas. A pesar de esa regla, dice López, a la muerte de Demóstenes se encontraron varios exordios, que sin duda tenia preparados para hacerlos servir a otras tantas defensas, y esto da a conocer, que el Príncipe de la elocuencia griega se separaba alguna vez de esta máxima. Tales exordios, tomados de otro lugar que el fondo de la causa misma, se levantan sobre ideas generales, sobre lugares comunes, y no son ciertamente los más adecuados ni los que producen más efecto.

86. Reglas generales.– Los exordios son el extremo del discurso en que puede haber más invención y variedad; sobre ellos solo puede darse reglas generales, que cada uno aplica después según su talento y según su genio – Sainz de Andino da las siguientes: 1°

Un texto legal terminante, una cita de autoridad acreditada y respetable, una interrogación concluyente sobre la cuestión de derecho, o una simple narración de alguna circunstancia muy grave, característica y decisiva del hecho, llenan perfectamente la intención del Orador en muchos casos, y causan en los Jueces 99


Miguel Antonio De la Lama

una impresión viva que se va fortificando más y más en el progreso del discurso. 2°

Siempre que se pueda confundir y amalgamar el interés público con el particular que se controvierte, el Orador puede utilizar reflexiones enérgicas para atraerse la atención propicia del Tribunal.

La posición social de los interesados, la importancia del interés que se disputa, la gravedad y consecuencia del delito, y cualquiera otra circunstancia que haga célebre e interesante la causa, dan motivo al Orador para hacer una llamada fuerte y enérgica, que causen un vivo interés en su auditorio. Por ejemplo: un Religioso incontinente, un Magistrado prevaricador, un depositario de la fe pública falsario, un defensor del Estado traidor, un maltratamiento de un hijo contra su padre.

Una circunstancia agravante o atenuante muy notable puede tener lugar en el exordio; como el contrabando de artículos que alimenten una epidemia, la exportación de armas en tiempo de guerra nacional, un robo en época de miseria suma, la embriaguez en días de júbilo y algazara.22 §2. PROPOSICIÓN

87. Idea y reglas de la proposición.– Fijar la cuestión sobre que va a versar el informe, en términos claros y precisos, es a lo que se llama proposición o anunciación. Podemos dar sobre ellas las siguientes reglas: 1°. Cuando hay exordio, la proposición queda embebida en este por lo general; y si no lo hay, o si fuese tan extraño al asunto, que después de haberlo oído no hayan adquirido todavía los oyentes un conocimiento claro de lo que va a tratarse, parece conveniente que el Orador manifieste, antes de internarse en la narración cual es la proposición que va a sostener y demostrar.

22 Véase Invención, Disposición, Elocución, Estilo y Promoción.

100


Retórica Forense

2°. Si la proposición es explícita y se sujeta a una forma dada, debe ser breve y clara, de modo que se fije bien en los oyentes y se recuerde con facilidad; y el Abogado debe cuidar mucho de imprimirle una novedad ingeniosa en los términos, que sorprenda y agrade a la vez, de modo que aunque la idea sea la misma que se esperaba, las formas la desfiguren y la hagan parecer otra cosa. 3°. Cuando no se emite la proposición de un modo preciso y directo, el Abogado debe llevarla bien presente y como escrita en su espíritu; porque la cuestión toda no tiene otro círculo que el que la proposición le señala, y todo lo que salga de él será una difusión fatigante y una desviación censurable. El discurso debe formar varios radios, según los varios rumbos de demostración que se proponga; pero radios que salgan del mismo centro y que no lleguen más allá de la periferia.23 §3. DIVISIÓN

88. Opiniones sobre la utilidad de la división.– División es la distribución de un todo en sus partes. La mayor parte de los Oradores modernos opinan con Fenelón que debe desterrarse la división en puntos del discurso; diciendo que es una novedad introducida en la Oratoria por el escolasticismo, que lejos de hermosear la oración, rompe su unidad y le da una dureza desagradable; y que para sostener la atención del auditorio, es bastante la conexión y enlace que el Orador debe procurar que tengan todas las partes de su discurso. Otros, con Blair, la tienen por muy útil para dar mayor claridad al discurso, hacer más palpable la dependencia que entre sí deben tener todas las partes de que se componga, ayudar la memoria de los oyentes, facilitarles la retención de las doctrinas y entretener su atención con la esperanza de hallar descanso en cada uno de los períodos marcados. Nuestra opinión se mantiene a igual distancia de ambos extremos.

23 Véase la nota anterior.

101


Miguel Antonio De la Lama

Convenimos en que la división no debe hacerse cuando perjudique a la unidad, o cuando la cuestión esté reducida a un solo punto de hecho o de derecho; y convenimos también en que no es de absoluta necesidad, ni aún en las cuestiones que tiene alguna complicación, desde que el Orador puede muy bien enlazar sus argumentos de modo que los unos se vayan anunciando y sosteniendo por los otros, encadenándose a manera de eslabones; pero reconocemos al mismo tiempo su importancia en los asuntos complicados, y si las cuestiones dependen de hechos y principios diferentes, como sucede ordinariamente en los pleitos. En estos casos sirve a la claridad, que es antes que todo, en lo que se habla y escribe; puesto que sin ella inútil es hablar y escribir, porque nada se comprende; y la claridad debe ser tal, que la comprensión le siga instantáneamente, que nos entiendan hasta las capacidades más inferiores y hasta los que no procuren entendemos. La claridad en las defensas, ha dicho un autor, debe parecerse a la luz del Sol, que la percibimos de la manera más rápida, sin que necesitemos para ello poner atención ni cuidado alguno. Otra ventaja de la división es, que facilita bastante la memoria de los oyentes para que retengan lo más esencial del discurso; cuya circunstancia es de sumo aprecio en el Foro, porque el Orador aspira a que los Jueces conserven en la memoria los argumentos y pruebas que les propone, y no los hayan echado en olvido cuando van a fallar. Es un hecho que la división entretiene la atención, como dice Blair, y la sostiene por partes sin que se distraiga ni fatigue; ventaja que Quintiliano había observado y manifestado ya. Hay autores que la admiten; pero no como parte del discurso, sino como una modificación de la proposición, que le va unida. La limitación de nuestro entendimiento no permite abarcar muchas cosas a un tiempo. Hasta en los objetos simples distinguimos varios aspectos, a manera de partes, con lo cual se nos facilita la inteligencia de lo que nos sería muy difícil de entender. (Balmes).

89. Reglas generales.– Cuando el Orador crea conveniente usar de la decisión, debe observar las siguientes reglas: 102


Retórica Forense

Las partes en que se divida el discurso han de tener una línea de separación bien marcada, de modo que la una no pueda incluirse en la otra sin que resulte confusión.

Entre todos los miembros de la división debe estar comprendido todo el plan de la defensa.

Se ha de seguir el orden natural de las cosas o de las ideas, empezando por lo más sencillo y acabando por lo más difícil, pasando de lo conocido a lo desconocido, y formando tal enlace entre las diferentes partes del discurso, que todas concurran a probar la proposición.

La división no debe ser violenta; sino que los diversos puntos en que se divida el informe, se desprendan naturalmente del contenido de la causa, y anuncie cada cual una cuestión distinta y separada.

No se han de hacer más partes, que las que sean necesarias y estén indicadas por la naturaleza del mismo asunto, evitándose demasiadas subdivisiones, que lejos de ayudar la memoria y aumentar la claridad, cansan la atención y confunden las ideas.

Los términos en que se proponga la división deben ser lacónicos y muy precisos; sin que por ello dejen de dar una idea bien expresa y positiva de la materia que ha de servir de asunto a cada parte del discurso. §4. NARRACIÓN

90. Idea e importancia de la narración.– La narración es la exposición de los hechos sobre que debe recaer sentencia y de los que se relacionan con ellos. Algunos condenan la narración en las defensas forenses, suponiendo que la hace inútil la precedente exposición del Relator. Si esta consideración valiera, pudiera también decirse que es inútil la defensa hablada porque ya se ha escrito; y aún que no se necesitan alegatos por escrito, bastando solo la exposición de los hechos y la enunciación del caso en litigio, porque los Jueces conocen las leyes, 103


Miguel Antonio De la Lama

y no necesitan que se les desembarace ni trace un camino que de antemano les ha señalado el estudio y la posesión de la ciencia. El apuntamiento del Relator es la crónica general de los sucesos y de los derechos que han tenido lugar o que se disputan; pero después de oída esta historia vaga, entra la mano del Abogado a entresacar lo que conviene a sus designios, y a presentarlo en la narración de su defensa como un cuadro metódico, arreglado y en relieve, que hiera y cautive la atención, y que sirva de centro común a todas las direcciones en que ha de radiarse el discurso legal. El Relator dibuja el objeto por su superficie, por su corteza: el Abogado lo hace ver por su parte interior y en los pormenores más ocultos. La relación de aquel es inanimada y fría, es el cadáver, que no respira ni se mueve; la de éste es la voz de la pasión que principia a relevarse, el cuerpo animado y en acción que anuncia a donde va, y todos los caracteres de su poderosa vitalidad. (López).

Cicerón la ha llamado: “manantial de todo el discurso”. 91. Sus cualidades.– Las cualidades de la narración son las siguientes: 1°

Ha de abrazar todos los hechos importantes de la cuestión que se debate, y los demás que con ella tengan relación; porque en ella se trazan las líneas sobre las cuales se ha de levantar después el plan y proporción de la obra.

Debe ser lo más breve posible y sumamente clara; porque ha de servir para el auditorio, en todo el progreso del discurso, de punto continuo de partida, y de punto continuo de referencia: se ha de construir sobre ella un discurso, cuya circunstancia podrá extenderse según convenga; pero cuyo punto céntrico estará siempre cardinalmente en aquel bosquejo primitivo.

Debe ser veraz en el fondo y verosímil desde el momento en que expone. Aunque la verdad, que produce asentimiento desde luego, es más que la verisimilitud que solo lleva a juicios de probabilidad más o menos remota; puede una proposición o una idea ser verdadera en sí misma, y sin embargo presentarse por lo pronto como inverosímil por sus circunstancias raras y extraordinarias.

104


Retórica Forense

La veracidad de una narración se desenvuelve y demuestra en el progreso del discurso, porque este es el fin que el Abogado se propone, y el término a que se dirigen todos sus conatos; pero la narración no puede contener este desenvolvimiento: queda todavía una gran distancia por recorrer hasta llegar al terreno de las pruebas, en que la luz brota de la palabra, aclara las cuestiones y subyuga a la razón, antes dudosa y vacilante. Mas, si desde el principio los hechos que se refieren aparecieran inverosímiles, esa misma razón se sublevaría contra lo que escucha, y el Abogado lucharía en vano por disipar un precedente funesto que había alarmado los ánimos y puesto en guardia las creencias. 92. Orden Cronológico y orden sistemático: cual de ellos es preferible.– Sobre este punto no puede fijarse una regla general: las circunstancias son solo las que deben decidir nuestra elección. Convendrá preferir el orden cronológico, si en la exposición es necesario para la claridad seguir el hilo de las fechas; si la genealogía de los sucesos es por decirlo así la llave del discurso; si de no guardarse esta afiliación habían de seguirse la inversión o la vaguedad en lo que después se dijera. Más, si no se hace sentir aquella necesidad mortificadora; si las ideas pueden moverse libremente en la esfera del debate, sin guardar ese método de servilidad y rigidez, si la índole de los hechos y no su origen es lo que principalmente debe someterse al examen legal y filosófico, entonces deberá preferirse el orden sistemático; porque en él, el pensamiento vuela sin estorbo ni ligaduras, da a sus concepciones el desenvolvimiento libre que más le place, las coloca en donde mejor le parece sin puntos fijos de partida, de parada, ni de descanso. Aconsejaremos a los Abogados que empleen en sus narraciones el orden sistemático, siempre que puedan hacerlo sin inconveniente, y aún cuando el interés de seguir el cronológico desaparezca al lado de la ventaja mayor de dar completa unidad a la defensa, de no mutilar ni desconcertar el plan que la forme, de agrupar después las razones, de eslabonarlas y estrecharlas de manera que alcancen una fuerza y un valor que indudablemente perderían en otro método de exposición más ceñido y mas severo. (López). 105


Miguel Antonio De la Lama

§5. DEMOSTRACIÓN

93. Objeto de la demostración.– Esta parte del discurso, a la que se llama también confirmación, argumentación, prueba o discusión, tiene por objeto proponer ordenadamente las razones y pruebas de las causas que se defiende. 94. Su necesidad.– La demostración es la parte esencial del discurso; pues que en ella se hiere inmediatamente el punto dudoso en que están discordes las partes, y se emplean los medios directos para rendir el entendimiento y convencerlo de que es justo lo que se pide: de la fuerza o debilidad de la demostración depende el éxito de la causa. Las demás partes, aunque todas importantes, no dejan de ser accesorias de la demostración; porque unas sirven para prepararle y abrirle el camino, y otras para consumarla y cerrarla; puede concebirse un discurso sin ellas, pero no sin demostración; de manera que esta es realmente la parte que pueda llamarse constitutiva del discurso. 95. Demostración en las causas de puro derecho.– Cuando la cuestión no versa sobre hechos, o si las partes están de acuerdo en los que son materia del litigio, entonces todo está reducido a averiguar cual es la ley que debe aplicarse. No siempre existe una ley suficientemente clara y terminante. Como el Legislador no puede preveer todas las cuestiones posibles en las relaciones de los hombres, hay casos en que la ley falta; así como hay otros que es oscura o insuficiente. En esos casos es que se presenta un campo vasto al ingenio del defensor, y que debe mostrar toda la fuerza de su inteligencia. Si falta ley, debe suplirla con los principios generales del Derecho o con otras leyes sobre casos análogos. Lo primero, haciendo relucir el principio de justicia que le favorezca, y manifestando que el Legislador lo habría declarado así, si hubiese previsto el caso. Lo segundo, demostrando una gran semejanza entre el hecho de que se trata y otro previsto por la ley; o que militan los mismos motivos para la ley que falta y para otra que existe: la primera es analogía de hecho, y tiene 106


Retórica Forense

el carácter de una comparación material; y la segunda es analogía de derecho, y tiene el carácter de una comparación jurídica. Si la ley es oscura o insuficiente, el defensor debe ante todo remontarse a los principios que rigieron para dictarla, a las miras del Legislador, a los motivos que lo impulsaron y a las bases de equidad que la abonan, para desentrañar su espíritu y presentarlo a los Jueces: debe interpretarla. La interpretación se asemeja a la analogía de derecho; pero se diferencian, en que ésta sólo busca la identidad o semejanza de motivos, mientras que aquella investiga tanto estos, cuanto la voluntad y la intención del Legislador. El artículo IX del Código Civil dispone: que en los casos de falta, oscuridad o insuficiencia de las leyes, se atienda: 1° al espíritu de la ley; 2° a otras disposiciones sobre casos análogos; y 3° a los principios generales del Derecho. 96. Demostración en las causas sobre hechos controvertidos.– Cuando se trata de hechos que una parte afirma y la otra niega, hay necesidad de prueba; porque nadie puede ser creído sobre su palabra. La prueba es el medio de que nos servimos para establecer la verdad de un hecho. 97. Punto de vista bajo el cual estudiamos las pruebas judiciales.– La explicación de la naturaleza, carácter, valor legal y efectos de las diversas clases de prueba, es del dominio de la Teoría del Enjuiciamiento; por lo cual la Oratoria solo escudriña el uso que pueda hacerse de ellas para proponerlas en el modo y lugar correspondientes. 98. División de las pruebas.– Todas ellas deben nacer del proceso; pero se dividen e directas e indirectas, según que las actuaciones las arrojen inmediata y naturalmente, o según se necesite para su deducción de una reflexión más detenida o de inducciones más ingeniosas. Aquellas se ven, se perciben y se tocan desde luego; estas no producen ese convencimiento pleno, sino que se fundan en la analogía de una verdad conocida con el hecho que se controvierte. Las primeras son la oral, literales, testimoniales, y reales; y las segundas consisten en las presunciones. 107


Miguel Antonio De la Lama

PRUEBA ORAL

99. Ideas de ella.– Los Jurisconsultos dan este calificativo, a la declaración prestada por persona a quien perjudica o puede perjudicar. Es la confesión judicial o confesión de parte. 100. Confesión en lo civil.– La confesión en materia civil cierra enteramente la puerta a toda discusión ulterior, acerca del hecho confesado; así es que el defensor solo podrá controvertir sobre los requisitos de su validez, y sobre sus efectos según haya sido judicial o extrajudicial, tácita o expresa, simple o cualificada, divisible o indivisible, implícita o ficta, con juramento deferido o indeferido. 101. Confesión en lo criminal.– No sucede lo mismo en cuanto a la confesión del acusado. La honra, el amor, el interés, el fastidio de la vida y, en general, cualquier móvil o sentimiento que en el ánimo del acusado domine al de evitar el mal de la pena, pueden impulsarlo a que se declare culpable sin serlo. ¡Cuántas veces una delicadeza, una gratitud o un pundonor laudables aunque funestos, han puesto en boca del acusado palabras que han servido a su inmerecida condenación! ¿Cuántas otras un hombre sumido en un cárcel, a pesar de estar inocente, agobiado bajo el peso de mil desgracias, amargada su vida por mil sinsabores, espantado por el anathema de una opinion que irreflexivamente le condena y rechaza, ha confesado un crimen de que no tenia ni aún noticia, por poner término a unos días de que había tomado posesión el infortunio, y que regía a su antojo un destino ciego e implacable? (López).

La historia registra en sus anales el caso de un alto cortesano que, acusado de haber asistido a una reunión de conjurados, y no teniendo otra prueba de su inocencia que la coartada, se declaró culpable antes de revelar que había pasado la noche de la reunión en brazos de la Reina. Fresco está el recuerdo entre nosotros, del joven que se declaró asesino de su padrastro, para salvar a su madre autora del crimen. No son pocos los casos en que un hombre se declara autor de delito ajeno o que no ha existido, ya para librarse de un mal mayor, o para suicidarse por mano de la justicia, o por dádivas del verdadero delincuente. 108


Retórica Forense

La experiencia de esos hechos es el fundamente de la disposiciones que existen en los Códigos de las Naciones modernas, iguales o semejantes a las siguientes del nuestro. 102. Disposiciones de nuestro Código.– “La prueba oral consiste en la confesión del reo; y para ser plena, necesita los requisitos siguientes: 1° que esté legalmente producida; 2° que sea libre y espontánea; 3° que exista cuerpo de delito; y 4° que cuando menos esté probada semiplenamente, por otros medios distintos de la confesión, la criminalidad de que el reo se confiesa delincuente.- La confesión unida solamente a indicios, nada prueba en su contra”. (Artículo 105 y 106 Código de Enjuiciamientos Penal). El defensor debe pues poner el mayor cuidado, en investigar si hay el menor defecto en alguno de los tres primeros medios probatorios distintos de la confesión del reo, para demostrar que no forman prueba semiplena, o sea, que no excluyen la posibilidad de que sea inocente o menos culpable; exponer con claro el estado de las facultades mentales de su defendido, la nobleza de los sentimientos o la aflictiva situación que hayan podido conducirle a declararse culpable; y tener siempre presente el incontrastable axioma; sin desviarse de todas las presunciones naturales, morales y jurídicas, no puede tenerse por verosímil que hombre alguno quiera por su propia confesión ser instrumento de su condenación. El defensor debe fijar la atención más escrupulosa, sobre el modo en que el confesante fue interrogado; observando si se le preguntó con capsiosidad, si medió alguna sugestion, si se le intimidó con amenazas, si se le halagó con promesas, y si se emplearon falsos supuestos, estratagemas y palabras equívocas para soprender una confesión prejudicial, involuntaria y poco meditada. En estos casos es cuando el Orador ha de dar rienda suela a toda la vehemencia de su sensibilidad, y alzarse contra abusos tan trascendentales y odiosos. (Sainz de Andino). Indagará y expondrá la situación angustiosa o desesperada del acusado, el estado de su imaginación y de su cerebro, su odio por la vida que se la hiciera mirar como un fardo fatigoso que se necesitara arrojar para verse libre de su peso. Si motivos de delicadeza le obligan a abrazar resignado la muerte antes que hacer 109


Miguel Antonio De la Lama

revelaciones que pudieran salvarle, recorrerá estos motivos, se fijará en estos sentimientos elevados de que nunca son capaces las almas débiles y corrompidas dispuestas al delito; y ya que no pueda pronunciar la apoteosis de una cualidad tan rara y sublime, la ofrecerá a la vista de los Jueces como un título de perdón, de admiración y de lastima. En este terreno caben por su interés todos los medios oratorios, todos los arranques y todas las figuras más patéticas y solemnes. (López). PRUEBAS LITERALES

103. Reglas sobre ellas.– La discusión sobre este medio de prueba rueda ordinariamente, sobre si los actos que se acreditan documentalmente pasaron con las solemnidades prescriptas por las leyes, sobre si el documento es bastante, o sobre si intervino error, dolo o violencia en su otorgamiento, o sobre su autenticidad o falsedad, o sobre la inteligencia de las clausulas y expresiones contenidas en el documento o de la intención del otorgante. De estas cuestiones unas son meramente jurídicas, otras participan de morales, y algunas son meramente gramaticales. El Abogado debe tener presente la facilidad con que se suplantan los documentos, viniendo a ser, en lugar de una prueba auténtica, el producto de una intriga asquerosa, de una tentación o de una recompensa inmoral. PRUEBAS TESTIMONIALES

104. Sus peligros, y reglas sobre el hecho, la persona y la declaración.– La prueba de testigos es la más antigua, más general, y por desgracia más fácil y más expuesta a ser falseada. Cada siglo, dice Sainz de Andino, tiene un carácter marcado por una virtud, y algunas veces también por un vicio; y en el nuestro se advierte una relajación escandalosa sobre la sagrada obligación que impone el juramento de decir verdad. Por esa observación es sin duda que un publicista ha dicho, que en el día ha llegado a ser un problema, si atendido el estado actual de nuestras costumbres, tiene o no más inconvenientes que ventajas la prueba testifical. Los ejes de la discusión sobre esta prueba son – la calidad del hecho articulado – las personales del testigo y – los términos de su deposición. 110


Retórica Forense

En cuanto a lo primero, hay que observar si los hechos propuestos para la prueba son verosímiles, y después si son pertinentes y útiles sobre la cuestión a que se aplica. Si hubiera inverosimilitud, y si se hubiesen propuesto hechos contradictorios e incompatibles, la prueba caducará por sus bases. Si no fuesen pertinentes y útiles, la prueba será superflua. Con respecto a lo segundo, el Orador tendrá presente, cuanto influyen la persona del testigo, sus circunstancias físicas, morales y legales, y sus afectos, para estimar la fé que corresponda dar a su dicho; y habrá de escrudriñar todo lo que pueda contribuir para acreditar o debilitar su veracidad e imparcialidad. En tercer lugar, sobre cada declaración habrá de examinarse prolijamente, si guarda conformidad con lo que el mismo testigo u otros tienen declarado anteriormente; la razón en que funda su dicho; si el testigo expone de vista o de oídas; si ha depuesto de creencia, o afirmando en términos positivos; si sobre hechos o sobre palabras; y si en lo que dice hay inverosimilitud o implicación, o bien contradicción con la prueba documental. Por conclusión; ninguna escrupulosidad es excesiva en una materia tan fecunda en sospechas, conjeturas e incertidumbres; y para adquirir alguna seguridad de que se ha conseguido escudriñar la verdad, es indispensable un análisis muy filosofíco, meditado y exacto. Si la fidelidad del testigo dependiera solamente de sus facultades intelectuales, no tendría más escollos que los errores a que esta sujeto nuestro entendimiento; pero tiene también una relación muy inmediata con la disposición moral de nuestro ánimo, y las pasiones son sus enemigos mas inmediatos y formidables. Muchas son las consideraciones esenciales y características, que determinan el grado de credibilidad que se debe atribuir a cada deposición; por lo cual la demostración sobre este medio de prueba, es la más abundante y fecunda que pueda presentarse a un Orador experto. En ella hacen el primer papel, aparte de la ciencia legal, la Filosofia y el conocimiento profundo del corazón humano, que son los raudales de luz a cuyo favor desenvuelve el Orador la buena y la mala fé, la verdad y la mentira, la imparcialidad y la pasión. Rango, educación, profesión, fortuna, edad, sexo, reputación, carácter, costumbre, relaciones, parentescos, amistades, odios, rencores, son todos elementos que están a la 111


Miguel Antonio De la Lama

disposición del Orador y debe tener siempre a la vista para manejar la prueba testifical. Allá atiende al número de los testigos, y acá a sus cualidades; en una causa los cuenta, y en otra los pesa; unas veces halla en su discordancia fundamento para atacar sus dichos, y otras los impugna apoyándose en que todos depusieron con tan absoluta conformidad, que en ella misma se encuentra la prueba de su prevaricación: hay casos en que el testigo por haber dicho demasiado, nada prueba; y otros, en que la ignorancia de algunos hechos es titulo de creencia para que se le de fé sobre otros. En este laberinto no hay otra guía que el continuo estudio del corazón humano, larga experiencia de negocios y profunda meditación sobre cada asunto. (Sainz de Andino).

105. Causas por las que un testigo puede no ser creible.– Todo testigo puede no ser creible por causas físicas, intelectuales o morales; y el cuidado del Abogado debe estar en recorrer con prolija atención todas su circunstancias, para ver si se encuentra en alguno de los casos o situaciones en que puede y debe combatir su testimonio. Causas físicas: como si depone haber presenciado un hecho a hora determinada, y al mismo tiempo resulta que aquel día se encontraba en otro lugar; o si aunque estuviese en el sitio del suceso, le separase del teatro del acontecimiento la interposición de un objeto cualquiera, de modo que no lo pudiese presenciar con la claridad que se necesita para imponerse bien de él y de sus circunstancias. Si el testigo vé poco, y el hecho se supone acaecido en una noche oscura, y más aún si no conoce de trato íntimo al supuesto reo a quien grava con su declaración. Si depone sobre una conversación tenida en una lengua que él no conoce: si se refiere a palabras o frases sueltas, aunque conozca la lengua; porque sin llevar el hilo entero de la conversación, le es imposible comprender el sentido en que las frases se pronunciaron, si estas expresaban el juicio del que estaba hablando, o si eran la relación de las que otro hubiera dicho. Estos y otros motivos iguales o parecidos en casos anlogos, autorizarán a combatir el testimonio que nos perjudica. Causas intelectuales: El estado de la razón del testigo; su imaginación exaltada o extraviada por el temor o por la sorpresa; su ligereza e irreflexión habitual en el modo de formar sus convicciones; su 112


Retórica Forense

completa ignorancia en la materia facultativa o científica sobre que ha depuesto; estas circunstancias con otras muchas que podrán ocurrir en la misma línea, serán motivos muy poderosos para destruir o rebajar el valor de sus asertos. Causas morales: No basta que el testigo sepa la verdad del suceso; es necesario que quiera deponerla. Es necesario que no se halle movido por el resorte de la enemistad, del odio, o del deseo de venganza; es necesario, en contrario sentido, que no tenga parcialidad por interés, por amistad o por amor. Únese a estos motivos muchas veces la compasión, especialmente si las penas son excesivas o si la ley pugna con la opinión pública; de aquí esos testigos que Blackstone llama misericordiosos. Bentham exige en el dicho del testigo para darle crédito, las circunstancias de que sea responsivo, particularizado y circunstanciado, distinto, reflesivo y no sugerido de una manera indebida; y como medios legales que sirven a excitar al declarante a producirse con lisura y buena fe, enumera la pena de la ley, el interrogatorio, el contratestimonio y la publicidad. Lopez explica cada una de esas ideas de la siguiente manera: Testimonio responsivo, es el que recae a las preguntas hechas, que es la forma más adecuada para que aquel venga a ser particularizado y circunstanciado. La muerte que se dá de una manera alevosa, es ciertamente más criminal que la que se mira como resultado de una cuestión acalorada y de un movimiento irresistible en la irritación y efervescencia de las pasiones; y aún esta última rebaja en muchos quilates su gravedad, cuando el matador, hombre pacífico y de costumbres arregladas, se ve provocado y herido en su honor, instigado y ofendido de un modo que agota todo sufrimiento. Si el testigo no se contrae y ciñe al caso que se explora, o si no expresa todas esas circunstancias, su dicho será en realidad falso, aunque no lo sea en cuanto al hecho principal; porque dara de este una idea quivocada, y hará formar un juicio muy diferente del que debiera formarse. Testimonio distinto, es el que contiene toda la claridad necesaria, y es contrario al confuso. En este último no puede decirse que hay verdad ni error, porque no se comprende; y el Abogado, cuando le perjudica en la significación que se pretende dar, podrá señalarlo como una cantidad que no existe. 113


Miguel Antonio De la Lama

Testimonio reflexivo, es el que se da después de haber concedido al testigo tiempo para recordar los sucesos y para ayudar a su memoria en todo lo que necesite. La precipitación engendra frecuentemente errores; por lo que debe huirse toda sorpresa y permitir para responder el espacio necesario a reunir y combinar todos los recuerdos. Testimonio no sugerido de una manera indebida. Todo testimonio debe ser libre, espontáneo e independiente; y esto aleja y condena la idea de la sugestión. Se añade de una manera indebida; porque frecuentemente el que ha de declarar necesita, para fijar su memoria, invocar la de otros sobre fechas, pormenores y circunstancias; y esta ayuda que pudiera calificarse de una sugestión, nada tiene de censurable siempre que se preste con lealtad y buena fé. La pena de la ley contra los que deponen falsamente, es la primera de las garantías para asegurar la veracidad del testigo. La ley solo puede castigar la intención, el propósito de dar un testimonio falso; pero mentir y faltar a la verdad no son lo mismo. Miente y es digno de castigo, el que depone contra su propia convicción; esta podrá muy bien ser equivocada, y entonces habrá mentira y delito en el testigo aún que realmente no hay falsedad en lo que asegura. El que por el contrario afirma lo que cree, si su convicción es equivocada, faltará a la verdad, pero no habrá mentido. El interrogatorio como queda dicho aclara y encadena las ideas, las determina, y quita al testigo la ocasión de ser confuso con sus rodeos y de ocultar la verdad en las sinuosidades de una relación estudiada y vaga. El contratestimonio es la oposición de otro testigo al aserto primero, y su posibilidad sujeta e intimida a todo declarante que recela verse envuelto y confundido en su inveracidad y en sus ardides. La publicidad es la mejor precaución contra la impostura o la falsedad; porque lo que se produce a la luz y con el inminente riesgo de provocar impugnaciones y cargos, tiene una garantía de verdad, que falta en todo lo que se teje y combina la confianza del misterio. PRUEBAS REALES

106. Reglas sobre ellas.– El Orador, al analizar esas pruebas, debe fijarse principalmente en estos puntos. 114


Retórica Forense

1.

Si los peritos son personas aprobadas en la materia sobre que dictaminan.

2.

Si han limitado su operación al objeto determinado en el auto de su nombramiento.

3.

Si sus apreciaciones están o no conformes con los adelantos de la ciencia.

4.

Si son o no contrarias a la evidencia material o prueba del espectáculo.

5.

Si el dictamen es oscuro, insuficiente o si adolece de error esencial. Este recae sobre la sustancia o naturaleza de las cosas, como si se tasa maíz por trigo, pero no se refiere a las apreciaciones facultativas de los peritos.

6.

Si hay verdadera conformidad en las operaciones de los peritos que forman la prueba.

PRESUNCIONES

No vamos a ocuparnos de las presunciones juris o legales, sino de las naturales o de hombre, que son las que se forman por las circunstancias que acompañan al hecho, y aún prescindiendo de la teoría de los indicios y conjeturas que son sus actos generativos; pues todo ello pertenece a la Teoría del Enjuiciamiento. 107. En que consiste la habilidad del Orador en esta clase de pruebas.– Las presunciones o pruebas indirectas, como dejamos dicho en el número 98, se fundan sobre las relaciones entre lo conocido y lo oculto, entre lo cierto y lo dudoso, entre lo confesado y lo negado, entre una cosa calificada y otra que no lo está. La habilidad del Orador consiste pues en desenvolver y explicar con claridad esas relaciones: las que existan entre los hechos que le conviene demostrar, y los principios ciertos que le sirven de términos de comparación. La materia de las pruebas indirectas ofrece ciertamente a la perspicacia del Orador una inmensa variedad de circunstancias; sobre las personas y las cosas, los tiempos y los lugares, 115


Miguel Antonio De la Lama

los antecedentes y los consiguientes, las causas y los efectos, las semejanzas y desemejanzas, y todos los demás principios de analogía y comparación que sirven para inferir de lo cierto lo incierto, y poner a descubierto las obras que el dolo y la mala fé, quieren muchas veces encubrir con un velo tenebroso. ¡Mas que caudal de conocimientos jurídicos y morales, y que viveza de ingenio no son necesarios para manejar con destreza y acierto instrumentos tan varios, finos y delicados! ¡Cuán complicados no son los misterios de la ciencia legal en asunto tan arduo! (Sainz de Andino).

108. Reglas sobre ellas.– Es principio fijo e inalterable en la calificación de estos medios de prueba, y común a todos ellos, que mientras mas inmediata, clara y natural sea la consecuencia deducida de lo conocido a lo no conocido, y en proporción que sea mas íntima la conexión entre ambos hechos, mayor será la eficacia del medio probatorio. REGLAS GENERALES

109. Reglas generales sobre las pruebas.– Las principales que podemos dar, son las siguientes: 1° Conviene llevar escritas sobre el papel algunas palabras que recuerden los argumentos que queremos usar, y el orden de su exposición. Como esta es la parte principal de la defensa, interesa mucho que no se olvide ninguno de los raciocinios que hemos hallado, combinado y dispuesto en el recogimiento de la meditación, y no interesa menos que el orden en que se expongan sea el mismo que les haya fijado nuestra elección y nuestro estudio; porque del lugar que ocupan los argumentos dependen una gran parte de su fuerza. No deben trazarse sino simples notas de recuerdo, palabras, o tal vez señales que produzcan la reminiscencia de la idea en nuestro entendimiento; pues si pasan a ser mas que esto, oscurecen en vez de aclarar, y sirven de traba al Orador, en lugar de servirle de ayuda. Cuando el Orador ha combinado ya sus ideas; cuando las ve con claridad y conoce su enlace y afinidades, cuando hirviendo su cabeza le ha suministrado en el calor de sus meditaciones copia abundante de imágenes, que volverá a inspirarle sin duda cuan116


Retórica Forense

do se inflame de nuevo; entonces, como preparación para hablar en público, solo deben inscribirse las divisiones o arreglos del discurso y las ideas capitales que han de servir en él de puntos de partida. Para esto con muy pocas notas basta. Muchos Oradores se parecen a los que se embarcan por primera vez, los cuales no quieren perder la tierra de vista, sin pensar que en la tierra están las rocas y la muerte. Oue se lancen al Océano insondable si quieren seguridad, vientos y veloz derrotero. Asi los Oradores a quienes aludo no quieren perder de vista sus notas, cuando éstas, si son mas que simples señales de recuerdos, solo sirven a sujetar al pensamiento y a la imaginación, encerrándolos en una cárcel muy estrecha. Que se arrojen a los mares desconocidos de una discusión libre e inspirada, y allí encontrarán las corrientes que en cualquiera otra parte buscarían en vano. Un discurso es un cuadro; pero un cuadro que debe pintarse en el momento dado; sin que antes se hayan debido diseñar más que sus contornos. (López).

2° El principal conato del Orador debe ser fijar bien la cuestión. Sin esto no hay verdaderamente objeto de debate, y todo queda reducido a una palabrería insustancial e inoportuna, que a todos fatiga y a ninguno convence. Los esfuerzos que entonces se hacen por una y otra parte son vanos y perdidos y la contienda presenta el visible espectáculo de una escaramuza en que los tiros se disparan sin dirección fija, de modo que unos van altos, otros bajos, y ninguno da en el blanco. El cuidado de establecer bien las cuestiones, de plantearlas con exactitud y acierto, y de no permitir que salgan de su terreno, es de mayor interés para el que habla el último; porque a las veces con solo este trabajo fácil y sencillo, desvanece cuanto se ha dicho antes, o inclina a su favor la balanza sin otros esfuerzos ni fatiga. Suele ocurrir que el que habla primero, apela al medio de desnaturalizar la cuestión para mirarla bajo el aspecto que más le conviene. No se necesita pues, entonces, otra cosa que traerla a sus verdaderos términos; y con esto solo vendrá a tierra todo el edificio y toda la gran balumba que haya podido levantar un adversario diestro y poco escrupuloso. 3° Las pruebas más fuertes y más robustas deben colocarse al principio y al fin. Esta conducta es muy prudente; y en ella se imita la del General, que al dar una batalla cubre los puntos avanzados y 117


Miguel Antonio De la Lama

de retaguardia con sus mejores tropas, dejando las menos aguerridas situadas en el centro donde no pueda penetrar el empuje del enemigo, cualquiera que sea la dirección en que acomete. Algunos aconsejan que se vaya en gradación ascendente; y que presentando primero las más débiles, se pase luego a otras de más fuerza, de modo que a cada paso vaya creciendo el interés, y se reserven para las últimas las más concluyentes o indeclinables. Si una defensa hubiera de mirarse solo escrita sobre el papel, o debiera oírse hajo el aspecto de un discurso oratorio con todas sus medidas y proporciones, no hay duda en que este sistema de enunciación gustaría más; porque es el más natural, el más sencillo y el más agradable; pero como se habla para convencer y mover a los Jueces, necesario es sacrificarlo todo a este objeto y preferir lo útil a lo más bello. Cuando las pruebas se enuncian con ese compás y con esa medida de proporciones ajustadas, las primeras no hacen por su debilidad grande impresión, regularmente enfriar si no enajenar la atención del que escucha; y se necesita que esta sea muy perseverante, para que fijándose después en argumentos más sólidos e indestructililes, les dé en el ánimo y en el corazón todo el valor que en sí tienen. Por lo cual es preferible, que siempre que la naturaleza de la cuestión lo permita, se expongan al principio de la parte de prueba uno o dos raciocinios de gran peso y entidad, para que desde el primer instante se cautive la atención y se convenza; que a seguida se ofrezcan las pruebas más débiles, que viniendo inmediatamente después de otras poderosas, hacen poco notable su insinificancia; y que por último se temine con las más concluyentes y robustas, porque así se hace una impresión honda y durable en el entendimiento, y su recuerdo se conserva hasta estampar el fallo que viene a ser su inmediata y genuina expresión. Esta es una estratagema provechosa, agrega López, que en muchas ocasiones da felices resultados. En un camino cualquiera, lo que más recordamos es el punto de partida y el de parada; lo demás, como no sea muy notable pasa por delante de nuestros ojos como desapercibido. Si en la parte de argumentación se consigue impresionar fuertemente los animos con las primeras razones, y si esta impresión se robustece y arraiga con los últimos raciocinios, poco importa que el intervalo entre ambos extremos, 118


Retórica Forense

se llene de consideraciones de menos peso; porque estas están defendidas a vanguardia y retaguardia, y el espíritu de examen y de desconfianza no puede penetrar fácilmente hasta ellas. Por el contrario, cuando empezando por tenues y fútiles argumentos se vá progresivamente aumentando en fuerza y valor, el alma se acomoda de una manera lenta a estas transtormaciones, como nos acomodamos a los tránsitos graduados de una temperatura, casi sin notarlo; y no se siente aquella impresión nueva, inesperada, irresistible, decisiva, que es la que se necesita producir para triunfar en las luchas del Foro.

4° Se debe unir las pruebas débiles, para que ofrezcan más valor e importancia, y de este modo presenten un frente y una fuerza que realmente no tienen en sí, ni tendrían separadas. 5° En la exposición de las pruebas debe haber unidad en el fondo, y variedad en la forma. Los argumentos han de estar enlazados entre sí con la relación y dependencia natural que más les convenga; y esta dependencia y enlace debe verse a primera vista, como se ve en un esqueleto la trabazón de las partes y hasta el mecanismo de las articulaciones. Más, al lado de esa unidad que es absolutamente precisa, se procurará la variedad en la forma, para que la defensa sea amena y agradable. Unas veces reunirá el Abogado los argumentos, otras los separará; ahora se valdrá del modo expositivo, después del interrogativo; en tanto se dirigirá a los Jueces, en tanto a su adversario; en fin, procurará por estos medios dar variedad a su discurso y quitarle la monotonía de las formas continuas e invariables, que se hacen siempre para el auditorio pesadas e insufribles. 6° Los argumentos deben exponerse con suma circunspección y decoro, en conformidad con el principio general que dejamos sentado en el número 21. Partiendo de esta máxima, que recomiendan la santidad del lugar y la solemnidad y aparato de los juicios, condenamos desde luego que se eche mano del risible; porque este no se aviene con el tono serio y hasta severo de formalidad y compostura, que debe guardarse en el porte y en el lenguaje. Los antiguos echaban frecuentemente mano de estos medios; pero hoy apenas se usan; y cuando se apela a ellos se hace con moderación, con prudencia y con fino tacto. 119


Miguel Antonio De la Lama

Cuando las cuestiones se presentan por el lado del ridículo, se desconcierta fácilmente a los hombres; pero también se les irrita, y esta irritación da lugar a respuestas envenenadas que convierten el Santuario de la Justicia en teatro de ofensas y denuestos. 7° Debe preocuparse siempre aumentar el valor de las pruebas y argumentos, por medio de reflexiones morales y de alusiones históricas, hábilmente combinadas y expuestas. 8° Debe procurarse que no haya minuciosidad ni abandono. Algunos incurren en la pimera, y con ello perjudican mucho su causa, cuando creen que más la apoyan, rodeándola por todas partes de argumentos y razones elegido con poco tino y acierto.24

24 Véase Concisión en el número 21.- No podemos resistir al deseo de transcribir los siguientes párrafos del docto e íntegro Magistrado español, señor Sarmiento, en un libro poco conocido y digno por muchos conceptos de ser leído, titulado: Themis, Justicia para todos: Observaciones sobre la naturaleza y estudio de la Jurisprudencia, la constitución del Poder Judicial y el ejercicio de la Abogacía”; así como también varios consejos del mismo Magistrado a un Abogado, con motivo de comunicarle éste que se dedicaba a la profesión, en una notable carta ya del dominio público. Párrafos y consejos que tomamos de los “Estudios Críticos de Oratoria Forense” por Ucelay:

Lo que más mortifica a los Jueces, lo que más perjudica a los litigantes, es la difusión y el abuso en los informes en Estrados. Hay en esto algo de codicia; pero hay también mucho de mal gusto y de ignorancia.

Créanme los Abogados: nada mejor que la concisión ante la censura de los Jueces ¡Cuántas veces van las dos CC. Sobre la del Confirmo, por hablar más de lo necesario! ¿Quiénes son los Abogados? Esta es la pregunta diaria que contestan los Relatores, y que da lugar a señalar el orden de las vistas, dejando el último a la que debe sufrir el apremio de haber sonado la hora, por necesitarlo su letrado o defensor.

Si algo debo aconsejarte, es que seas breve en Estrados: jamás olvides este consejo. Si el litigante ha de estar en la barandilla, predícale la necesidad y conveniencia de que se resigne a oírte poco tiempo, siquiera hable el contrario tres días seguidos.

Así te apreciarán los Jueces y te oirán con gusto y te darán la razón casi siempre que la tengas, y aún alguna vez que te falte; y te hallarás con algunas condenaciones de costas al contrario, en venganza del mal rato que dé a los señores del margen su defensor, cuando hable mucho en competencia del que habló poco y molestó menos. Tú no sabes el hastío y aún horror que causan los informes largos, a hombres que tienen por oficio oírlos, mudos y quienes como la estatua del Comendador, cuando ya están apuradas en esos bancos todas las reflexiones iguales y morales y políticas y hasta poéticas, sobre todos los puntos que abraza la jurisprudencia.

Nunca digas “procuraré ser breve y molestar lo menos posible la respetable atención de la Sala, etc.”; selo en efecto, y al salir tras la turba oirás muchas veces, esto se llama informar, y no esa pesadez de fulano, que no hay paciencia que baste para oírle.

120


Retórica Forense

9° El que mejor amplifique en la prueba, será el que conseguirá darle más valor, el que más cautivará la atención de los Jueces, y ganará a la vez su aprobación y su fallo. Si las amplificaciones, la elocuencia no se diferencia de la lógica: “el argumento lógico puede compararse a la mano cerrada, y el argumento oratorio a la mano abierta”. Las amplificaciones de nombres, de adjetivos y de verbos, dan fuerza, armonía y gala a la dicción; y las amplificaciones de ideas son las que nutren un discurso y las que le dan el tipo y carácter de tal; porque sin ellas no sería más que un cuerpo desnudo, un objeto árido y seco, sin otro adorno que el ropaje desagradable del escolasticismo. Un pensamiento encerrado en estrechos límites, anunciado con pocas y secas palabras, tendrá tal vez solidez y grande profundidad; pero esta escapará con frecuencia a una atención distraída o a una capacidad limitada, dejará un vacío que nada podrá llenar después. Por el contrario; cuando este mismo pensamiento recibe varios giros en la boca del Orador; cuando se le presenta diestramente por todas sus fases; cuando se le hace ver y notar en todas sus relaciones; cuando en una palabra, se le amplifica, deja de ser el mismo, no representa ya solo el valor de la unidad, sino que ha

Reserva para Estrados tus razones fuertes, y sobre todo la cita de las leyes, aunque las indiques en los escritos; y nunca te incomodes de oír absurdos y desvergüenzas ni aún hechos falsos pero rectifica los últimos en pocas palabras para que no te echen la campanilla. Si el negocio es de escándalo y concurrencia, puedes permitirle alzar la voz y aún algún grito: en otro caso, habla como entre cuatro personas de respeto, sentadas en visita, y ten presente que es gente sin corazón la que te escucha, porque el corazón se acaba a los veinte y cinco años en cuanto a miserias ajenas, y los Jueces le tienen más seco que un esparto a los pocos años de fallar pleitos, y sobre todo procesos criminales.

Si puedes no hagas extracto, porque es trabajo que mata y hasta embrutece; pero paga bien a quien te los haga con tino, concisión y buen orden. Escribe poco, o si quieres cobrar por varas, busca quien escriba por ti, extractando el apuntamiento y comentando lo que dijo el otro. Si así no lo haces, serás charlatán sin remedio y la vaciedad de los escritos se traslucirá en tus informes orales, acabando por ser un Abogado como casi todos.

No asegures el buen éxito a las partes; sino que la cosa te parece justa, si en realidad te lo parece, y que harás lo que puedas.

Ucelay agrega: el Orador se dirige a un Juez o a tres o cinco Magistrados, ora impacientes, ora helados como la muerte, que miran constantemente al reloj de la Sala para ver el tiempo que el Abogado emplea.

121


Miguel Antonio De la Lama

recibido en su dilatación provechosa un número crecido de unidades, que vienen a formar con él una suma considerable. (López).

10. Debe ponerse mucho cuidado en no repetir una prueba ya presentada. No hay nada que moleste tanto a los que escuchan, como las repeticiones. Esto no quiere decir, que no se insista en los argumentos, todo lo que se crea necesario para producir y arraigar la convicción en el ánimo de los Jueces; pero explanar una idea no es copiarla una y otra vez, y puede darse gran dilatación a los pensamientos sin incurrir en repeticiones enojosas. 11. No empeñarse en probar lo que nadie ha negado. Esto rebaja siempre el tono de la defensa, debilita el interés en los que oyen, revela la puerilidad, que siempre es enojosa; y lo que es peor todavía, enajena la benevolencia y la atención, que en vano se procurará después conducir, arrastrando a otras consideraciones más graves e importantes. Las cuestiones, como las columnas, tienen su base; si se quiere derribar estas, inútil es dirigir los esfuerzos contra la cúspide, no contra el cuerpo de la obra: el cimiento es lo que debe atacarse; y una vez socavado éste, todo cae y se derrumba desde el momento en que flaquea el punto de apoyo que las sostenían. En todos los debates jurídicos hay una idea, una consideración capital sobre la cual descansan todas las demás ideas y consideraciones secundarias. Este es el punto de la muralla a que deben dirigirse los fuegos para abrir la brecha: En el instante en que esto se logre, lo demás desaparece como el humo, por más brillante o fuerte que antes pareciera. Búsquese, pues, este punto cardinal y generador; señálese con exactitud; combátesele con energía y con empeño; y tan luego como ceda o se destruya por la fuerza de nuestras razones o de nuestras pruebas, desaparecerán los de más argumentos que por el estaban sostenidos, o con él se hallaban enlazados. Lo demás no es otra cosa que repetir ataques sin inteligencia ni dirección y hacer un inútil fuego de guerrillas, que no basta a decidir la acción, ni a dar al combatiente una señalada victoria. (López).

12. Debe haber propiedad y naturalidad en las transiciones. El tránsito de una consideración a otra, tiene siempre cierta dureza porque rompe el hilo de las ideas que nos ocupaban y entretenían en aquel 122


Retórica Forense

momento, y esto le da siempre cierto aspecto repugnante. Necesario, es pues, que el Orador sea tan diestro en sus transiciones, que ni los Jueces ni al auditorio se aperciban de que se ha pasado a otra parte o miembro del discurso, hasta que reconozcan con gusto que se encuentran en otro sitio no menos bello y agradable. Para esto se necesita que la transición no tenga forma determinada; que no se enuncie ni se indique; que nazca, corra y se complete de la manera más natural, como si fuera el curso propio y sosegado que llevara la defensa en todo el espacio que debe correr. Los exordios y las transiciones son ciertamente lo que más prueba el talento y tacto delicado del Orador: de poco le servirán las reglas, si para aplicarlas no le ayudan aquellas felices disposiciones. (López.)

13. Debe haber circunspección y parsimonia en las citas. Los Tratadistas forman un auxilio importante para la explicación de la ley; pero su opinión sólo puede alegarse como un dato de confirmación a nuestro juicio, sin que se la mire como decisiva; porque el carácter aislado del hombre que escribe, dista inmensamente de la autoridad soberana del Legislador. Alegando la opinión de los Comentadores con esta circunspección y prudencia, todavía debe cuidarse de no aglomerar las citas porque esto oscurece y daña en vez de favorecer. Las citas del Derecho Romano, y más aún las de sus Comentadores, sólo pueden mirarse como comprobación de razón. En esta parte, el gusto de la época ha variado notablemente. En lo antiguo, los alegatos e informes estaban empedrados, por decirlo así, de citas y datos de erudición; y no parecía sino que los Abogados se convertían en eco de las voces que habían resonado anteriormente, como si abdicasen por entero a las prerrogativas de su pensamiento, para recibir el yugo y la autoridad de los escritores que les habían precedido. Ahora, la inteligencia se ha emancipado, y confía en sus medios más que en los extraños: se discurre y no se cita, o se cita poco. El pensamiento se mueve en todas direcciones para indagar, y no permanece quieto para repetir servilmente lo que otros indagaron. Se cree, y se cree con razón, que lo que otro hombre pudo descubrir podemos también descubrirlo nosotros; y el cetro del Magistrado ha sido reemplazado por la discusión más amplia, más inquieta y más osada. En 123


Miguel Antonio De la Lama

esto sin duda se ganan las ciencias, que antes, puede decirse, que sólo tenían un aspecto histórico; puesto que mirando lo pasado, se renunciaba el porvenir y a las nuevas esferas que el talento podía descubrir en sus diversos rumbos. Toda cita ata y sujeta al pensamiento, imponiéndole el yugo de la escuela, y despojándole del carácter filosófico y de libre indagación que le es tan esencial y preciso. La autoridad de los demás no se recibe, sino cuando es conforme a la razón común; preferible será, pues, buscar esta y demostrarla, a andar a caza de opiniones y sentencias que nada valen si están en contradicción con los buenos principios, o sirven de poco cuando les son conformes. La luz refulgente del Sol no se aumenta con las llamaradas de nuestras hogueras, ni de nuestros volcanes. (López). Evitad el abuso de la erudición, aun haciendo uso de ella. El Abogado tiene necesariamente mucho que citar: artículos de las leyes, hechos, antecedentes, opiniones de Jurisconsultos, todo lo que se refiere a estas cosas y que se puede hacer interminable con los comentarios que lo apoyan. Citad solo lo que sea a propósito y tenga directa aplicación a vuestra causa, y os veréis dispensados de largas explicaciones. Una cita bien adaptada se explica por sí misma. Esto es a veces hábil y de buen gusto: hábil, porque no se fastidia a los Jueces, que quedan mejor dispuestos; de buen gusto, porque se evita la oscuridad y la pulverización de los textos que hacen el discurso pesado, embarazoso y sin efecto. (Ucelay).

14. El Orador debe estudiar la fisonomía de los Jueces. Debe procurar leer en ella el estado de convicción en que se encuentra el alma. Si cuando ha expuesto y dilucidado un argumento, trasluce en el semblante del Magistrado señales de duda e incredulidad, debe seguir amplificando y presentándolo en todos los conceptos y en todas las aplicaciones posibles; pero si comprende que el entendimiento del Juez está ya convencido, que abandone aquel extremo y pase a otro diferente. §6. REFUTACION

110. Su necesidad.– La refutación es el complemento de la demostración. No basta dar razones que concluyan y arrastren: es 124


Retórica Forense

necesario además no dejar en pié ninguna de las de nuestro adversario, a quien debe procurarse llevar a la más completa derrota. Cuando nos contentamos con exponer razones en apoyo de la opinión que sostenemos, los Jueces ven por una y por otra parte méritos, esfuerzos y elementos de convicción, los miden en su criterio ilustrado e imparcial y en este trabajo lento y difícil todavía pueden permanecer dudosos; pero la refutación dispersa las dudas, fija el juicio seguro y destruye todas las perplejidades. Es necesario, pues, con una mano edificar, y con la otra destruir. Si no se ha hecho más que argumentar, los argumentos de una y otra parte quedan como colocados en balanza… Mientras el entendimiento duda, permanece como el fiel llamado por dos pesos iguales, que cede alternativamente a todos los movimientos y a todos los accidentes que oscila sin cesar, y que no acierta a fijarse. Pero en el instante en que la refutación se deja oír, desaparecen estas alternativas, una fuerza nueva viene a resolver en las leyes del equilibrio, y el fiel cae son vacilación y sin demora del lado en que sea puesto este nuevo peso tan inesperado y decisivo. (López).

111. Método que ha de observarse en la refutación.– Ese método depende de las circunstancias. Hay ocasiones en que conviene ir intercalando en la serie de nuestras observaciones los argumentos contrarios, y rebatiéndolos al propio tiempo: esto equivale a ir marchando rápidamente y arrojando a la vez a gran distancia las piedras que nos dificultan al paso. Otras veces es preferible dejar intactos los raciocinios opuestos, para la refutación; y cuando esta llega, presentarlos en línea, e irlos pulverizando uno por uno, hasta dejarlos desvanecidos todos. El primer medio suele tener más gracia, y siempre prueba gran facilidad y comprensión. El segundo da una idea más acabada; produce una convicción mas profunda, y lleva a una victoria más decisiva. 112. Reglas sobre la refutación.– Podemos reducirlas a las siguientes: 1º. Citar fielmente los argumentos contrarios para rebatirlos.– Seguir una conducta opuesta, es tanto como confesar falta de medios o razones para impugnar lo que realmente se ha dicho, y esta confesión, aunque disimulada, equivale en el concepto de los que escuchan a una 125


Miguel Antonio De la Lama

verdadera derrota. Es peor todavía: se descubre desde luego la mala fe con que se procede, y esta táctica se condena siempre, ya sea que pruebe impotencia, o ya que arguya dolo y superchería. El Orador colocado en esta posición se ofrece como un objeto risible; porque no hay nada que lo sea tanto, como el afán de construir una fantasma para dirigirle golpes y tiros a nuestro placer. El no permitirse en los Reglamentos de nuestros cuerpos deliberantes usar de nuevo de las palabra al que antes la obtuvo, sino para rectificar hechos, da frecuente ocasión a que se desnaturalicen las cuestiones en la boca de impugnadores poco exactos; y nada es más común que estos cambios de fisonomía de los discursos a que se contesta por los que sólo aspiran a un brillo pasajero, y se muestran para obtenerlo poco veraces y escrupulosos. (López).

2º. No debe seguirse estrictamente el orden en que el adversario haya presentado sus argumentos.– Abrazando con una mirada rápida de nuestro espíritu todo el plan que nos proponemos seguir en nuestro discurso, debemos traer a él, en el lugar más oportuno, más ordenado y metódico, cuantas especies nos proponemos rebatir, con lo que, sobre evitar la languidez que lleva consigo el procedimiento opuesto, obtendremos la ventaja de hacer servir a la refutación como parte natural y constitutiva de nuestro discurso. 3º No incurrir en defecto, ni en exceso.– Sucede lo primero, cuando no se procura responder a todas las observaciones hechas por el antagonista, que merecen por su importancia ser rebatidas; y sucede lo segundo, cuando se intenta rebatir con tanta minuciosidad, que se desciende a pequeñeces que no valían la pena de tomarse en consideración, con lo que se desentona y desvirtúa toda la defensa. Cuando se analizan las ideas que forman un discurso, se ve que hay una principal que domina a todas las otras, y frecuentemente no se hace más que dar diferentes vueltas a los mismos conceptos a la sombra de alguno nuevo que se le agrega; pero que realmente depende y esta embebido en el que descuella como fundamental. Basta pues, entonces, rebatir esta idea o principio culminante; porque una vez destruido, o queda también de hecho cuanto le estaba subordinado. Querer en tales casos emprender la ímproba y enojosa tarea de seguir paso a paso cuantos argumentos se han

126


Retórica Forense

presentado, es rebajar la discusión de su primitivo tono, es meterse en un bosque en que los movimientos no pueden ser tan desembarazados y libres, y es por ultimo fatigar al auditorio, poco dispuesto a seguir al Orador en el examen de estas pequeñeces, y que por lo tanto empieza por distraerse y acaba por bostezar. La perfección del talento consiste en no decir más que lo que debe decirse. (López).

4º Debe ser completa e ingeniosa.– Completa, para que no quede ningún punto por cubrir, ninguna fuerza enemiga por combatir y arrollar. Ingeniosa, para presentar los argumentos de nuestro competidor del modo más ventajoso a nuestro designio, por el lado que pueden recibir más fuerte y más serio ataque. Todas las ideas son, por decirlo así, elásticas; y el entendimiento que las crea, que las mide y que las calcula, puede fácilmente dilatarlas o comprimirlas, darles varios giros, y hacerles presentar la superficie que más le acomoda en sus sagaces combinaciones y en sus inagotables recursos. Cuando la idea en sí misma por su figura tersa y redonda, si nos es licito expresarnos de este modo, no da lugar a esos ensanches, entonces se la mira por el lado de las consecuencias que admite, y se ataca el resultado ya que no se puede atacar el precedente. De todos modos hay ataque, y ataque que cuando no da la victoria al que lo ensaya, produce por lo menos el enflaquecimiento y parcial derrota en las fuerzas de su contrario. Llevados de este designio, deberemos procurar ofrecer siempre en las ideas que combatimos, el lado que más se preste a la refutación de raciocinio, y a la refutación de pasión. Por el primer camino hablaremos a los espíritus, los convenceremos y subyugaremos con las armas de la lógica; por el segundo, completaremos la obra dirigiéndonos al corazón y a las imaginaciones, dispuestas ya por el eco de una convicción profunda y arraigada. En esto último hay todavía otra ventaja más notable: como a seguida de la refutación viene la parte patética, todo lo que la haya preparado es bien recibido y produce un efecto agradable, como lo produce en la música la ejecución de un preludio que dispone al oído y á los afectos para las grandes armonías que debemos escuchar después. (López). 127


Miguel Antonio De la Lama

4º. Debe ser completa e ingeniosa.– Completa, para que no quede ningún punto por cubrir, ninguna fuerza enemiga por combatir y arrollar. Ingeniosa, para presentar los argumentos de nuestro competidor del modo más ventajoso a nuestro designio, por el lado que pueden recibir más fuerte y más serio ataque. Todas las ideas son, por decirlo así, elásticas; y el entendimiento que las crea, que las mide y que las calcula, puede fácilmente dilatarlas o comprimirlas, darles varios giros, y hacerles presentar la superficie que más le acomoda en sus sagaces combinaciones y en sus inagotables recursos. Cuando la idea en sí misma por su figura tersa y redonda, si nos es lícito expresarnos de este modo, no da lugar a esos ensanches, entonces se la mira por el lado de las consecuencias que admite, y se ataca el resultado ya que no se puede atacar el precedente. De todos modos hay ataque, y ataque que cuando no da la victoria al que lo ensaya, produce por lo menos el enflaquecimiento y parcial derrota en las fuerzas de su contrario. Llevados de este designio, deberemos procurar ofrecer siempre en las ideas que combatimos, el lado que más se preste a la refutación de raciocinio, y a los espíritus, los convenceremos y subyugaremos con las armas de la lógica; por el segundo completaremos la obra dirigiéndonos al corazón y a las imaginaciones, dispuestas ya por el eco de una convicción profunda y arraigada. En esto último hay todavía otra ventaja más notable: como a seguida de la refutación viene la parte patética, todo lo que la haya preparado es bien recibido y produce un efecto agradable, como lo produce en la música la ejecución de un preludio que dispone al oído y a los afectos para las grandes armonías que debemos escuchar después. (López).

5º. No se debe usar la agudeza sino con gran economía.– Tal vez en alguna ocasión sea oportuna una réplica pronta, que ridiculice alguna razón o argumento contrario, La agudeza suele a veces ser útil en el Foro, y de ella usó Cicerón en varias ocasiones; pero debe usarse con economía, y no hacer alarde de una dote, que llevada al exceso, supone siempre ligereza de carácter.

128


Retórica Forense

6º. Conviene unas veces responder a cada razón, y otras a todas juntas.– Sólo cuando haya un argumento que las destruya todas, se deben derribar de un golpe. En los demás casos, conviene responder detenida y separadamente a los principales; bastando a las veces una ligera expresión para los segundos. “Es un avaro o un necesitado, hablaba con envidia del caudal de Pedro, tenía franca entrada en su casa, y conocía bien el lugar donde estaba guardado el dinero, etc.- “Pero el día que se cometió el robo, estaba a veinte lenguas de distancia”.- Esta respuesta desbarata cuantos argumentos puedan oponerse. Tachando Esquines a Demóstenes, que tenía la mano en el seno mientras hablaba, él le respondió: “no es indecente perorar con la mano en el seno, sino desempeñar con la mano en el seno una embajada”; aludiendo a que cuando Esquines llevó una embajada a Filipo, se dejó corromper por éste. Debe sin embargo evitarse la bajeza, las acciones imitativas y la frecuencia en las burlas. (Anaya).

7º. Los argumentos leves, así como se reúnen para probar, se separan para impugnarlos.- Si el adversario ha hecho esa reunión de pruebas débiles, para darles mas valor usando del ardid que antes indicamos, convendrá mucho separarlas para reducirlas a la verdadera importancia que cada una tenga en sí misma. La estratagema que se habrá puesto en juego será la aplicación de aquel principio de Física que nos dice: “que la fuerza unida es mas fuerte”; pero por este sencillo y contrario medio, rebelarán los argumentos toda su flaqueza y desaparecerá el encanto que sólo debían a su colocación. Se dice, por ejemplo, que “el acusado esperaba ser heredero”, más, por esta razón los asesinatos se imputarían siempre a las personas más allegadas y queridas, a los parientes, a los mismos hijos. “Que estaba pobre”; pero la escasez de fortuna cuando no la acompaña una vida criminal, no es razón bastante para hacer creíbles tales delitos. “Que temía variase el testador su testamento”; ¿Y cuánto más hacedero y seguro era reconciliarse con él y adquirirse de nuevo su gracia? ¿Qué modo de raciocinar es ese, que persuade de los crímenes más horrendos, por los motivos más débiles del mundo? (Anaya). 129


Miguel Antonio De la Lama

8º. Es útil descubrir contradicciones entre las razones del contrario, o mostrar que no dañan, o convertirlas en sentido contrario.- Según Aristóteles, disuadía un Sacerdote a su hijo de hablar al pueblo y para ello le dijo: “si aconsejáis lo injusto, indignareis a los Dioses; si lo justo, a los hombres”. A lo que el hijo contestó: “antes bien, si digo lo justo, los Dioses me amarán; si lo injusto, los hombres”. 9º. Es conveniente que el que habla primero anticipe las refutaciones de los argumentos que puedan hacérsele según queda dicho en el número 76; y es también conveniente en algunos casos, como cuando haya que desvanecer prevenciones contrarias, que el que hable después anteponga la refutación.

§7. PERORACION

113. Idea de ella.– La peroración es la parte del discurso en que el patético tiene su sitio propio y principal, aunque deban haberse excitado los afectos en todos los parajes en que cuadren bien y sean reclamados con interés y naturalidad, y viene cuando ha llegado ya la demostración a su mayor grado de fuerza, y se han refutado los argumentos contrarios. En ella es que debe ostentarse la pasión en todo su poder, aparecer con toda su fuerza, y reunir como en un foco las más grandes imágenes y los más vehementes afectos.25 No se crea que la emoción debe producirse sólo en el lugar que como principal le hemos señalado. A él pertenece casi siempre, pero no de una manera exclusiva. Conviene con frecuencia ir derramando en el discurso algunos golpes de pasión en los lugares que la admiten, para despertar así la sensibilidad que después debemos sacudir de un modo fuerte y violento, y allanar el camino que más tarde habremos de cruzar con paso tan seguro como osado y veloz. En la parte patética, el Orador debe echar mano de todos sus medios, tanto en la fuerza de las ideas como en su vehemencia y

25 Véase Patético en el número 141.

130


Retórica Forense

en el colorido de las imágenes. Esta parte del discurso no admite nada que sea lánguido o frio. Si en el exordio se procuró conciliarse la atención y benevolencia de los oyentes, si en la narración se presentó la materia con método y claridad, para colocarla en la altura de todas las capacidades; y si en las pruebas se aspiró a grabar una convicción acabada y profunda en el entendimiento de los que nos escuchan; en este periodo los tiros deben ir al corazón y no omitir nada de lo que pueda interesarlo y conmoverlo. (López).

114. La peroración no es parte necesaria del discurso.– Por lo general, las defensas tienen dos partes conocidamente distintas; la una que habla a la razón, la otra que se dirige a las pasiones: la primera es la demostración, la segunda la peroración. Si el Abogado procura con esmero llenar cumplidamente ambas partes, podrá entregarse a la consoladora confianza de conseguir su fin, y a la dulce convicción de haber cumplido con su deber: lo demás no depende de nosotros ni pesa sobre nuestras conciencias. Más hay casos en que es inconveniente o en que no tiene cabida la excitación de los afectos, como en las cuestiones de puro derecho, en las discusiones de rigurosa dialéctica y en las simples controversias sobre interés pecuniarios. En el número 94 queda manifestado, que la demostración es la única parte esencial del discurso; y así se confirma con lo que exponemos en el párrafo de la conclusión. 115. Reglas sobre la peroración.– Si la peroración es la parte del discurso destinada exclusivamente al patético, las reglas de este son las de aquella. En este lugar haremos sólo la siguiente advertencia: En la peroración puede incurrirse, á las veces, en el desorden de las ideas. El método y correcta formación de estas, es el mérito de la parte de prueba; en que no habiéndose excitado todavía la pasión, y hablándose con calma y serenidad, no es disimulable la inversión del orden más conforme y riguroso; la peroración por el contrario es el desbordamiento del calor oratorio, y este arroja lejos de sí el compás para servirse sólo de sus alas.

131


Miguel Antonio De la Lama

§8.

EPÍLOGO 116. Diferencia entre el epílogo y la peroración.– Muchos confunden el epílogo o recapitulación, con la peroración o parte de efectos; y sin embargo son cosas muy diversas, separadas por una línea que no se puede equivocar. El epílogo se refiere a la demostración antes hecha, a las ideas en ella presentadas; y la peroración, al sentimiento que se procura excitar después de concluido aquel trabajo. El epílogo repite, la peroración solo desflora: aquel habla al entendimiento, éste a la pasión. Ni en su índole, pues, ni en su causa, ni en sus efectos, tienen nada en común. 117. Utilidad del epílogo.– Cierto es que deben evitarse las repeticiones, y que el epílogo no es más que una repetición. De lo cual resulta, que en las causas breves y sencillas, no sería más que una segunda edición del discurso: una repetición fastidiosa de lo ya expuesto. No sucede lo mismo en las causas graves, complicadas y arduas, en que ha sido preciso extenderse mucho en la defensa y producir un discurso largo y sobrecargado de cuestiones y medio de prueba distintos, en ellas es incontestable la oportunidad de reasumir todo lo más interesante, y aquellas ideas capitales que son como los guiones de la memoria para conservar y retener el discurso. López piensa que la teoría del epílogo tiene su confirmación y su apoyo en la naturaleza, y lo demuestra en los siguientes términos: Siempre son defectuosas las repeticiones en la parte de raciocinio; porque quieta y sosegada en ella el alma, debe suponerse fresca y exacta la memoria, fija la vista en el orden del discurso, en lo que se dijo, y en lo que queda por decir; pero no sucede así en la pasión. En esta el calor domina, y ya vimos como excusa hasta el desorden de las ideas. El epílogo viene a seguida de la parte patética; cuando todavía el Orador esta poseído de sus arranques y de sus transportes; cuando toma repetición como un desahogo, porque la razón que cree asistirle le oprime y sofoca con su peso. Esta parte del discurso tiene su fundamento como todas en la observación. Es indudable que una persona que habla apasionada repite con frecuencias las mismas ideas, porque estas, en su 132


Retórica Forense

movimiento incesante y rápido, se ofrecen continuamente a la imaginación que afecta, la cual no puede condenar a la apatía ni al silencio tan multiplicadas excitaciones. La teoría del epílogo, pues, tiene su conformación y su apoyo en la naturaleza.

118. Cuál debe ser el fin del Orador en el epílogo.– El objeto del epílogo es traer a un punto de vista el más sencillo, el más lacónico y perceptible, todo lo que se ha dicho. El Orador debe, pues, procurar entresacar del cúmulo de ideas que ha formado la defensa, las principales y más concluyentes; y exponerlas en breves palabras por el lado que más impresionen y con tal ingenio y maestría que causen una segunda impresión más poderosa y penetrante que la primera. Para eso se necesita ver, con la mayor claridad, toda la generación de los principios, de sus consecuencias; la cuestión en su punto céntrico; la alegación y las réplicas; abrazar ese gran todo de una ojeada, abarcarlo con el pensamiento en uno de sus movimientos de su concentración; notar los puntos salientes, y presentarlos con tanta viveza como exactitud. El epílogo que reúna estas circunstancias, añade mucha fuerza a la defensa, hace las veces de un discurso nuevo, y sirve para enclavar otra vez en el alma y en el corazón la convicción y la persuasión que han sido el objeto de todos nuestros afanes. 119. Utilidad de los paralelos.– Como en el epílogo se trata con especialidad de dejar una impresión intensa y permanente, y como a ello conduce en gran manera establecer un examen o comparación en pocas pinceladas de causa a causa, de derecho a derecho de razones a razones, y de personas a personas; los paralelos, que tienen este objeto determinando, pueden ser muy ventajosos. Al lado de una causa sostenida de una parte con ardides y estratagemas, resalta más la razón de quien se ha conducido en ella con lealtad y noble franqueza: a la vista de un derecho vago, oscuro e indeterminado, ostenta doblemente su valor otro que se ha demostrado hasta la evidencia por prueba seguras e irrecusables; las razones fútiles y contradictorias, revelan más su pequeñez cuando se las mira en contraposición de otras poderosas que se enlazan y sostienen mutuamente; y por último, un hombre díscolo y osado, de conducta abandonada, entregado al ocio y a los vicios nunca parece más detestable, que 133


Miguel Antonio De la Lama

cuando se le compara con otro, prudente y medido en su conducta, morigerado e irreprensible, dedicado al trabajo, al cuidado de su familia y al cumplimiento de todos los deberes domésticos y sociales. Cuando se manejan bien los paralelos dan un resultado seguro; porque en ellos el colorido es siempre vivo, y como los extremos que se pone en parangón se tocan en todas sus dimensiones, se hacen más perceptibles y notables todas las diferencias. Este es el último golpe que acaba de desvanecer si alguna duda quedase, y de arraigar la convicción de una manera decisiva y aún indeleble.

120. Reglas sobre el epílogo.– Después de lo dicho pueden reducirse a estas tres: 1º. Como el epílogo es una repetición; a fin de que el resumen no se haga pesado y enojoso, debe darse otra forma a las ideas, otras apariencias y otro traje, para que aunque se conozca que es lo mismo que antes se oyó, haya al menos el cebo y el atractivo de la variedad. La regla de los retóricos es que se proceda con tal arte, que se encuentre novedad en la repetición misma; y que parezca, no que se anda por segunda vez el mismo camino, sino solo que se renueva la memoria de los que antes hemos escuchado. 2º. La cualidad característica del epilogo es la precisión. En él no se trata ya de discutir la justicia ni la verdad de lo que se ha propuesto, sino de contraerlo a un punto de vista decisivo. El oyente desea naturalmente que le dé descanso, después de haber tenido por largo tiempo ligada su atención a un mismo objeto: y como ya no aguarda que se le diga cosa nueva, si no se le engríe en el epílogo con el encanto de una expresión selecta y la velocidad de los conceptos, se le impacienta, en vez de atraerse su benevolencia. Para López, un epílogo no es más que un relámpago. 3º. Cuando el número y complicaciones de las cuestiones daría demasiada extensión al epílogo, conviene hacer uno pequeño al fin de cada parte de la discusión, y concluir después el discurso por un resumen general, que viene a ser un epílogo de los epílogos.

134


Retórica Forense

S9. CONCLUSION

121. Importancia y dificultad de la conclusión.– El Orador no debe poner término a su discurso repentinamente, sino por medio de una conclusión en la que complete el triunfo que haya obtenido y dejando una impresión que sea como eco fiel que repita sus palabras después que se haya apagado su voz. Se puede concluir después de la argumentación, de la refutación, de la peroración o del epílogo; pero la dificultad estriba en la elección del punto y del modo en que se debe terminarse la defensa, lo que exige mucha observación y gran tino, porque casi siempre determinan esa elección las circunstancias, y estas son por lo común instantáneas e imprevistas. De la oportunidad y acierto en esa parte, depende muchas veces que el efecto se complete, o se destruya. “Casi siempre sabe el Orador como va a empezar; pero no puede calcular cuándo y cómo va a concluir”. 122. Reglas sobre la conclusión.– Apenas es posible dar las siguientes: 1º. El Orador debe observar mucho el estado de persuasión de los Jueces, el asentimiento que dan a sus palabras, el interés que en ellos producen; y cuando note que el efecto es conocido y completo, en cuanto puede serlo, debe poner término a su discurso. 2º. Según el género y carácter particular de cada asunto, y continuando el estilo predominante del discurso, debe el Orador elegir el género de conclusión que halle más conveniente. En unas causas se concluye simplemente, deduciendo por consecuencia la proposición que el Orador se propuso demostrar. En otras, se despedirá con un ataque general, en que trabajarán a un tiempo la conmoción y la demostración. Y en otras, en fin, con movimientos súbitos y enérgicos sobre las ideas más notables. Estos podrán ser, ya el recuerdo y reproducción de un principio decisivo, o bien un apostrofe picante, o una exclamación vehemente, o ya una interrogación de aquellas que confunde, aterran y llevan en si mismas la respuesta.

135


Miguel Antonio De la Lama

3º. Conviene que la conclusión sea estudiada, y de la misma entonación que la parte animada del discurso; porque de otro modo se naufraga al tocar ya en el puerto. Si se termina de una manera tibia, la impresión decae o se debilita, y el recuerdo corresponde a esta languidez; porque los recuerdos, como los ecos, responden siempre a las últimas palabras que resonaron. El trabajo de una larga y bien enumerada arenga se pierde o rebaja mucho, cuando en su conclusión decae o se debilita; y por el contrario, la impresión que pudo causar se aviva y reanima si la terminación es propia y bien desempeñada. El Abogado debe procurar imitar a los gladiadores romanos, que una de las cosas que más estudiaba era el modo de caer con dignidad y con gracia en la arena del Circo. Ya sea que el Orador pueda lisonjearse con las apariencias de haber vencido, o ya que presienta que va a alcanzarle la triste suerte de ser derrotado, siempre debe cuidar mucho de las últimas palabras que salen de su boca; porque estas son su postrer esfuerzo, y serán también su dogal o su corona. (López).

4º. En la demostración y la peroración, la gran regla es que deben concluirse con lo más fuerte, con aquello en que consista principalmente el éxito favorable de la causa; regla que es preciso observar con mayor razón cuando a lo que se pone término es al discurso. 5º. De las reglas anteriores se deduce, que la conclusión debe ser breve, sin digresiones y por lo general, apasionada. “Es preciso no burlarse de los oyentes, que crean que el Orador va a concluir, y se llevan chasco”.

136


CAPÍTULO V OPERACIONES DEL ESPÍRITU EN EL DISCURSO

SUMARIO:- 123. Determinación de ellas.– 124. En que consiste la Invención: sus manantiales.– 125. En que consiste la Disposición.– 126. Reglas sobre ella.– 127. Diversas opiniones sobre el significado de las voces Elocución y Estilo.– 128. Partes constitutivas de la eloción.– 129. En qué consiste la perfecta elocución.– 130. Sus formas generales.– 131. Clasificación de sus cualidades.– 132. Subdivisión y enumeración de sus cualidades esenciales: idea y reglas de cada una de ellas.– Cualidades peculiares de la elocución forense.– 133. El estilo existe en el entendimiento y en la dicción.– 134. Diferencia entre el estilo y la dicción.– 135. Partes que deben considerarse en el estilo, en cuanto a los pensamientos.– 136. En que consiste el carácter del estilo: ejemplo.– 137. En qué consiste el colorido del estilo: ejemplo.– 138. Partes de la dicción que sirven principalmente para el colorido.– 139. Definición e importancia del estilo oratorio.– 140. Causas del estilo desaliñado en los discursos forenses.– 141. Clasificación del estilo.– 142. Enumeración de los estilos más generales.– 143. Idea y reglas de las cualidades accidentales de la elocución o distintos géneros de estilo.– 144. Importancia de la pronunciación: elocuencia córporis.– 145. Elementos de que consta.- lo que hay que considerar en la voz; reglas sobre el tono, las inflexiones (declamaciones) y la celeridad.– 146. Reglas sobre el gesto y la acción.– 147. Reglas especiales para el abogado; su fundamento: tono, inflexiones (énfasis), celeridad, expresión del semblante, acción o ademán.– 148. Concurrencia de las operaciones del espíritu en cada una de las partes del discurso.

123. Determinación de las operaciones del espíritu que entran en el discurso.– El Orador antes de empezar a hablar, debe reducir en su mente a una fórmula clara y determinada, cuatro cosas muy diversas; a saber: qué es lo que va a decir, dónde o en qué parte

137


Miguel Antonio De la Lama

del discurso lo debe decir, en qué forma lo ha de decir o exponer, y cómo debe manejar la voz, el gesto y la acción, porque en todo discurso debe haber ideas, orden, formas y lenguaje. Por lo cual han dicho los Retóricos que el Orador necesita hallar los argumentos, presentarlos en un orden conveniente, adornarlos con palabras y expresarlos con decencia y decoro; y esto es lo que han llamado invención, disposición, elocución y pronunciación. Las dos primeras se contraen a las ideas o pensamientos en sí mismos, a trabajos preparatorios para encontrar materiales y darles colocación, con lo que se tiene ya el plan; mientras que las dos segundas se refieren a las formas de la expresión. Todo el discurso se reduce en el orden de operaciones que deben precederle, a buscar y encontrar los materiales, a disponerlos y a arreglarlos en forma más oportuna, a darles barniz que los haga más interesantes, y a exponerlos por último, con ayuda de la acción, del modo que produzcan más efecto y una impresión más agradable, fuerte o sublime. El privilegio de los talentos y del genio, está en encontrar en las cosas las relaciones más importantes y representarlas con formas que correspondan a esta grandeza. (López). §1. INVENCIÓN

124. En que consiste: sus manantiales.– Esta operación del espíritu consiste en buscar y encontrar las ideas y argumentos con que nos proponemos formar o construir el discurso. Más; ¿cómo se hallan esas ideas, esos argumentos? ¿cuál es la fuente donde se ha de recurrir? Conocimientos extensos adquiridos por el estudio; el hábito de reflexionar sobre las cosas; y un examen contínuo y profundo sobre las materias de que quiere ocuparse, he aquí los manantiales de la invención de donde ha de sacar el Orador todos sus recursos. Sin ideas no es posible ni aún hablar. El estudio asiduo para hacerse con conocimientos extensos y profundos: tal es el secreto 138


Retórica Forense

para adquirir abundancia en la invención, y que ésta se ofrezca, no como un terreno agostado ó estéril, sino como una tierra virgen y feraz que presente por todas partes lozanas y sazonadas producciones. A proporción que la elocución debe ser más larga y sostenida, se necesita para mantenerla mayor número de conocimientos; y el caudal de éstos debe ser más considerable en el orador, que se ve todos los días en la necesidad de tratar materias heterogéneas, y de contraerse a objetos tan difíciles como complicados. El que quiera llenar el vacío que forma la ignorancia con palabras vacías, matará el tiempo, hará ciertamente un ruido confuso e incomprensible; pero jamás pronunciará un discurso que convenza ni haga sentir. Pero el estudio es como los alimentos, que no prestan sustancia alguna cuando no se digieren; para digerirlo se necesita esa elaboración mental que llamamos reflexión. Asimilarse las ideas no es sólo retenerlas. Cuando permanece hacinadas y en tropel, forman una erudición desordenada e indigesta que no dá al entendimiento sino oscuridad y embarazo; pero llega la meditación, y del caos sale la luz. Por ella pasamos revista a los conocimientos adquiridos, los analizamos, les damos en la mente la colocación que les faltaba, formamos un sistema, y en esta filiación nueva, una idea llama a otra, de un principio surgen todas las consecuencias que admite y se llega a aquel punto de superioridad y dominio que constituye el verdadero saber. El que haya de alcanzarlo ha de entregarse a la meditación solitaria. En esas horas calladas de recogimiento no está sólo; puesto que le acompañan las grandes producciones de tantos sabios y de tantos genios, entre cuyo recuerdo y a cuyo hálito se mueve el alma ansiosa de beber en sus inagotables raudales. Piensa, medita, comprende lo que antes se escapaba a una atención superficial, adquiere el movimiento que le imprimen aquellos resortes elásticos, ensaya a volar, y al fin encuentra y crea: he aquí el Orador. Más, la creación fantástica es sólo una disposición feliz que el Orador necesita aplicar a un objeto dado. Aconsejemos que este objeto se examine con todo detenimiento antes de hacerlo materia de un discurso; porque sólo este examen nos ha de mostrar filón 139


Miguel Antonio De la Lama

en la rica mina de los argumentos o razones. La vista de la inteligencia es miope: es necesario acercarnos al objeto, examinarlo en todas sus dimensiones, recoger todas las ideas que le conviene, componerlas y descomponerlas sucesivamente, descubrir el punto de vista más interesante en que deben ser presentadas, darles por último plan y formas de enunciación: he aquí el trabajo y el fruto de la invención oratoria. (López). §2. DISPOSICIÓN

125. En que consiste.– La disposición consiste en la mejor colocación que se dé a las razones o argumentos que han venido a formar el arsenal del Orador. 126. Reglas sobre ella.– De la disposición nos hemos ocupado ya al hablar de las partes del discurso; pero debemos concretar las siguientes reglas: 1º. El Orador no debe pasar jamás a la disposición, sin conocer antes perfectamente la naturaleza, trabazón, adherencias y afinidades de los argumentos que va a hablar, con toda claridad y exactitud; porque sólo así podrá dar a su discurso la unidad que le es tan necesaria, y presentar sus observaciones en el mejor orden posible. Si antes de haberlos comprendido con esta claridad, quiere entrar en la disposición de su discurso, se verá detenido a cada momento, tendrá que abandonar el camino que había tomado y seguir otro diferente y acaso contrario, y verá con disgusto que sus pensamientos flotan en la oscuridad y el desorden, en vez de arrojar la luz y la convicción a que aspira en sus inútiles conatos. Más si no se da un paso en disposición hasta haber conocido exactamente cuanto la invención ha reunido para formar el discurso, entonces los argumentos y las ideas todas trazan en la cabeza del Orador, como un árbol genealógico en que se descubren al primer golpe de vista de todas las generaciones, y entonces el plan del discurso será a su mirada contemplativa lo que es a nuestra vista el árbol del jardín bien dirigido por la mano del podador, que nos hace ver el punto de unión y de procedencia que todas las ramas tienen con el tronco. 140


Retórica Forense

Cuando la idea cardinal se ve dominar y producir a todas las otras, la obra se desempeña casi por si misma; y el Orador, así en la formula mental que da a sus concepciones, como en sus elocución en la tribuna, no encuentra trabas ni obstáculos y corre libre y desembarazado con la facilidad que le da la ventaja incalculable del método más riguroso.

2º. Una vez comprendidos los elementos del discurso en todas sus relaciones, lo primero que debe hacerse es elegir y separar las ideas que han de formar el exordio, la proposición, la narración y la división cuando haya de haberlas; procurando que por su sencillez y claridad correspondan al fin, que no es otro que el de preparar el conocimiento de la cuestión, y presentar esta manera más lacónica y perceptible, A seguida debe hacerse igual elección y separación respecto a las ideas que han de formar el cuerpo del discurso, que es la parte de prueba; cuidando mucho de que aquellas sean perentorias e indeclinables, y que en si mismas tengan una fuerza que no se pueda destruir. Todas las ideas tienen su enlace y puntos de contacto que las ligan o aproximan, y es muy de atender esta genealogía para no alterarla, en el plan que se dé a nuestra alocución. Por último; se debe hacer igual elección y separación con las ideas que deben formar la peroración y la conclusión: las que más puedan excitar y conmover, para que los golpes al corazón vengan a concluir la obra que empezó la razón serena y tranquila. 3º. Toda la dificultad de la disposición está en encontrar la unidad y hacerla servir a nuestro objeto. Para ello ha de cuidarse mucho de no separar las ideas que deben estar unidas, ni unir las que deben estar separadas; pues el faltar a esta regla produce siempre confusión. 4º. Es aplicable a la disposición, lo que dejamos dicho en el número 109 inciso 12 sobre las transiciones en las pruebas. 5º. Cuando se entra en la disposición, el modo más sencillo es ir numerando los pensamientos sobre el papel en que están apuntados, y significando por medio de estos números el orden gradual y sucesivo en que aquellos se deben exponer. 141


Miguel Antonio De la Lama

§3. ELOCUCIÓN

127. Elocución y Estilo: diversas opiniones sobre el significado de esas voces: la nuestra.– Ambas se refieren a la manera de expresar los conceptos. Algunos autores, como Anaya, no establecen diferencia entre ellas. Otros, como los de la Enciclopedia Moderna, dicen que la voz elocución se aplica a la conversación, y estilo a las obras y discursos oratorios. En nuestros colegios de instrucción media siguiendo a Hermosilla, se enseña que, rigurosamente hablando, elocución se aplica al lenguaje hablado; y estilo al lenguaje escrito. “Elocución, dice la Academia, es la manera de hacer uso de la palabra para expresar los conceptos –acertada elección y distribución de las palabras y los pensamientos en el discurso–. Estilo, es la manera de escribir o de hablar, no por lo que respecta a las cualidades esenciales y permanentes del lenguaje, sino en cuanto a lo accidental, variable y característico del modo de formar, combinar y enlazar los giros, frases y cláusulas o periodos para expresar los conceptos: también, manera de escribir o de hablar peculiar y privativa de un Escritor o de un Orador, o sea carácter especial que, en cuanto al modo de expresar los conceptos da un autor a sus obras, y es como sello de su personalidad literaria.” De acuerdo con la noción académica, nos inclinamos a creer, como Coll y Vehí, que la palabra elocución se refiere a las propiedades o cualidades permanentes del discurso, y que la palabra estilo se usa mas bien para significar lo accidental, lo variable. Por lo mismo, el estilo es inseparable de la elocución, como lo es la forma del cuerpo, comparación que hace Quintiliano. Los distintos géneros de estilo son cualidades accidentales de la elocución: el estilo es la suma o resultado de todas sus buenas y malas cualidades. Así como la especie humana presenta un tipo general y constante que distingue al hombre de los demás seres, al propio tiempo que una variedad de razas, pueblos, familias e individuos; asimismo el estilo, sin traspasar los límites que esencialmente constituyen la buena elocución, presenta una variedad notable de géneros y 142


Retórica Forense

especies, y recibe, por último, el sello individual del escritor. (Coll y Vehí).

128. Partes constitutivas de la elocución.– Entendemos por pensamiento, todo lo que nos proponemos comunicar a los demás, cuando hablamos o escribimos; y por lenguaje, la colección de signos de que nos valemos para conseguir este objeto: tratándose del oral, los signos son los sonidos articulados o palabras. Ahora bien; las ideas o pensamientos primarios se pueden producir de diferentes modos, Estos modos, o son pensamientos secundarios, que sirven para desenvolver y presentar el principal, o son signos que los manifiestan. Esos modos constituyen la elocución. Los pensamientos secundarios y el lenguaje son, pues, las partes constitutivas de la elocución. 129. En que consiste la perfecta elocución.– Si a la conclusión anterior agregamos, que la relación entre el pensamiento y el lenguaje es tan íntima, que no podemos hablar sin pensar, ni podemos pensar sin hablar anteriormente; deduciremos que la verdadera elocución exige, tanto pensar bien, como enseñorearse bien del artificio de la expresión. El lenguaje es algo más que un simple medio de expresión; es también un instrumento del pensamiento. Los adelantamientos del lenguaje! Cuando en una nación se corrompe la lengua, el espíritu nacional sufre profundas alteraciones; cuando la lengua muere, muere la nacionalidad. (Coll y Vehí).

130. Formas generales: la elocución.– La elocución ofrece tres formas generales: objetiva, subjetiva y mixta. En la objetiva, parece que el entendimiento no hace más que ver o percibir, y declarar lo que percibe por medio del lenguaje. Comprende la narración y la descripción: tanto en la una como en la otra, aparecen los fenómenos como independientes de nuestros juicios, y ambas pueden referirse a hechos y objetos, ya reales, ya imaginarios. En la subjetiva predominan las apreciaciones y juicios que hacemos de las cosas: generalizamos más, nos desprendemos más de los 143


Miguel Antonio De la Lama

fenómenos y de la materia, internándonos en las regiones del espíritu. En la forma subjetiva se halla más profundamente retratada nuestra personalidad. La mixta es resultado de las dos precedentes. Es la forma dialogada, en la que se finge que dos o mas personas van manifestando sucesivamente sus ideas de un modo parecido a lo que sucede en la conversación, ora describiendo, ora narrando, ora enunciando juicios y raciocinios. Estas formas se combinan de mil maneras distintas en las obras literarias, bien que siempre alguna de ellas prepondera sobre las demás… En la mayor parte de los discursos oratorios, en las obras morales, política y ascética, que se dirigen a la persuasión, predomina la forma subjetiva. (Coll y Vehí).

131. Clasificación de las cualidades de la elocución.– Dejamos indicado en el número 127, que esas cualidades se distinguen en esenciales y accidentales. Las esenciales son pocas, constituyen el tipo fundamental de la buena elocución y, por estar fundadas en la naturaleza misma del pensamiento y del lenguaje, deben hallarse reunidas, sin excepción alguna, en toda clase de obras literarias. Las accidentales son infinitas y variables, constituyen los diversos géneros de estilo, sus diversas especies y el carácter o fisonomía particular que distingue a los escritores de alguna importancia. De las cualidades accidentales nos ocupamos en el párrafo especial sobre el estilo. 132. Subdivisión y enumeración de las cualidades esenciales.– De las cualidades esenciales de la elocución, unas son propias y peculiares de los pensamientos, otras pertenecen exclusivamente al lenguaje y otras se refieren a la elocución en general, y dependen de los pensamientos y del lenguaje a la vez. La cualidad esencial del pensamiento, es la verdad.

144


Retórica Forense

Las cualidades esenciales del lenguaje, son: pureza, propiedad y armonía. Las cualidades esenciales de la elocución en general, son: honestidad, claridad, precisión, unidad en la variedad, oportunidad, naturalidad y originalidad. Los alumnos conocen ya las reglas sobre esas cualidades, desde que hicieron el curso de Literatura General en la instrucción media; por lo cual nos limitamos a indicarlas en el Apéndice. Las cualidades peculiares de la elocución forense, son: severidad, gravedad y dignidad; de las que nos hemos ocupado en los números 21 y 109 inciso 6º. ESTILO

133. El estilo existe en el entendimiento y en la dicción.– Los pensamientos secundarios y los signos que los manifiestan, pueden variarse subsistiendo el pensamiento principal; y esas variaciones constituyen el estilo. Así se ve que, propuesto un premio, y señalado al argumento para una obra de cualquiera de las artes, cada uno de los optantes le desempeña a su manera, o con su estilo particular, presentando el argumento dado por distinto aspecto, la configuración, la modificación que la idea fundamental recibe de todos los pasos que dan el entendimiento y los órganos exteriores para manifestarla. No se limita sólo a la dicción, sino comprende los pensamientos, que principalmente le constituyen; los cuales se concibe separados de la dicción, y pueden subsistir sin ella en el espíritu. Tradúzcase una oda de Horacio en alguno de los idiomas vulgares, la dicción del poeta desaparece en este caso, y sólo quedan sus pensamientos; pero ¿Quién no llamará poético y horaciano el estilo en la traducción?. Que se haga en prosa, y en una locución corrompida, lánguida, rastrera; siempre que los pensamientos se conserven, cualquiera dirá, después de reprobar el lenguaje, que el argumento de aquella composición esta tratado en estilo poético. Luego todos sienten, que haya un estilo separado de la dicción, y que consiste en los pensamientos. (Pérez de Anaya). 145


Miguel Antonio De la Lama

El estilo existe entonces, tanto en el entendimiento como en la dicción; aunque en acepción especial y usual se le considere sólo en esta; o sea, en su manifestación exterior. 134. Diferencia entre el estilo y la dicción.– Aún en esa acepción especial, el estilo no es la dicción misma, sino su manera y forma particular. La dicción se constituye por las calidades generales y gramaticales, que pertenece a su correcta formación; el estilo consta de las calidades especiales y retóricas, que la dicción recibe del talento y gusto del hablista, tales como la sencillez, la grandeza, la energía, la sonoridad. El estilo pues modifica la dicción, así como modifica también los pensamientos. La palabra dicción tan solo dice relación con la elección de las palabras y la contextura gramatical del discurso. La dicción de un autor puede ser excelente, siendo pésimo el estilo. (Coll y Vehí).

135. Partes que deben considerarse en el estilo, cuanto a los pensamientos.– Son: el carácter y colorido. El carácter es lo que le da la forma al estilo y constituye su género o clase: el colorido templa o aviva el carácter dentro de su mismo género. El carácter en las obras es, dice Pérez de Anaya, como la disposición o inclinación dominante del ánimo a que se da este mismo nombre en lo moral; la cual brilla en toda la conducta del hombre: el colorido es como aquellos accidentes exteriores, que en francés se llaman maneras, y en castellano modales, por lo que un mismo carácter o inclinación se manifiesta en varias personas, con más o menos delicadeza o despejo. El carácter es la figura y combinación de los miembros subalternos que en la puntura se llama diseño, y en el rostro humano fisonomía: el colorido es, así como en la pintura y en el rostro, el que hace más o menos visibles y brillantes aquellos miembros o facciones. 136. En qué consiste el carácter del estilo.– En todo discurso hay una idea primaria y general, o varias si se le divide en partes; desenvueltas por otras particulares, que presentan el objeto en sus últimas 146


Retórica Forense

diferencias. En la elección de estas ideas particulares, subordinadas a las generales, es en lo que consiste el carácter del estilo. Ejemplo.- Varios Oradores se proponen hablar contra la ambición de las conquistas. Este es el argumento o idea primaria y general. El asunto es extenso y se le divide en estas tres partes: 1º., Las conquistas no producen ventajas sólidas a quien las emprende; 2º., son la asolación de los pueblos vencidos; 3º., son la ruina de los vencedores. Esas tres partes son otras ideas principales, o tres puntos de vista por donde puede mirarse el objeto. Uno de los Oradores discurrirá sobre los verdaderos principios de la felicidad pública, y hablará más a la razón; otro pintará los pueblos desolados y los campos yermos por la guerra, y hablará más a la fantasía; otro lo hará con mas pompa y floridez; otro con mas fuego y vehemencia. El razonamiento del primero será más filosófico, el del segundo más poético, el del tercero más bello, y el último más sublime. He aquí de donde reciben sus nombres los estilos, y lo que constituye su carácter. Las ideas principales no hacen más que trazar el plan: aún no muestran el estilo, que consiste en la manera de su desempeño. En ellas sólo se ve el objeto de la obra confusamente, y todavía no aparece el autor, de quien es el modo peculiar de manejarlo. Son ideas muy generales, y casi nada dicen al entendimiento, ni a la imaginación. Se necesitan otras muchas que las explanen, que las comprueben, en una palabra, que las analicen; y estas ideas particulares pueden ser de distinta naturaleza, según las disposiciones del escritor, y su modo de sentir y ver los objetos. (Pérez de Anaya).

137. En que consiste el colorido del estilo.– Las ideas secundarias, que constituyen el carácter del estilo, se presentan con más o menos viveza, según los últimos toques o lineamientos que se les dan. Aquellas solo forman el dibujo: es necesario darles la última mano. Esto se hace por medio de otras ideas accesorias, que notan las circunstancias más tenues y delicadas; las cuales se ofrecen a la mente con suma ligereza, y sirven para dar exactitud a los pensamientos, y avivar y definir los contornos de las imágenes. 147


Miguel Antonio De la Lama

En esas ideas accesorias está el colorido del estilo. Ejemplo.- En la canción de Lupercio a Felipe II hay este pensamiento –La sagrada oliva formará tu corona–- Pero el poeta lo expresa de la siguiente manera: “O retorcido en tu corona hermosa, Sus hojas tenderá el olivo sacro…”

¡Con cuanta mas viveza se presenta aquí. Retorcido tenderá sus hojas. Parece que se ven separarse y extenderse las hojas por el retorcimiento de la rama. Esto es dar colorido al estilo. Como el colorido estriba, agrega Pérez de Anaya, en estos pensamientos ligeros, que se expresan las más veces con una palabra, confina tanto con la dicción, y suele estar tan asido a las voces, que se pierde cuando se mudan algunas de ellas. Así esta parte del estilo es la más difícil de conservar en las traducciones. Tenemos una de las Eneida en prosa rastrera, hecha por Diego López, en la cual absolutamente falta el colorido del estilo; sin embargo de que se conserva el carácter épico, que consiste en pensamientos más notables; no de otra manera , que permanece la fisonomía, aunque se pierda el color del rostro, o queda el diseño en un cuadro deslabazado.

138. Partes de la dicción que sirven principalmente para el colorido.– Estas son: 1º. Los verbos gráficos o descriptivos, que presentan con suma viveza el estado o la acción, y dan movimiento aun a las cosas inanimadas, Tal es el verlo temblar en estos veros de Valbuena: “Sale el dorado Sol, la mar se altera, tiembla la luz sobre el cristal sombrío…” 2º. Los epítetos pintorescos; es decir, aquellos adjetivos que significan las calidades más sensibles de las cosas; como retorcido, en los anteriores versos de Lupercio. 139. Definición e importancia del estilo oratorio.– La definición que se da generalmente del estilo oratorio, es: “la manera 148


Retórica Forense

particular en que, según las reglas del arte, explicamos nuestros pensamientos para convencer, deleitar y mover, que son los fines de la elocuencia”. De esa definición se deduce la importancia del estilo: es la parte esencial de la elocuencia, y la que caracteriza al Orador. “El estilo es alma de la elocuencia” como lo llamó Capmany. Es necesario que, mirando la locución oratoria con todo el interés que merece, y advertidos de lo mucho que influye en el éxito de nuestros discursos, procuremos adquirir un estilo arreglado a los principios del arte, para que nuestras oraciones tengan todo el mérito, lucimiento y brillo que corresponde. (Sainz de Andino).

140. Causas del estilo desaliñado en los discursos forenses.– Además de las indicadas el número 23 inciso 3º podemos señalar las siguientes: 1º. La dificultad de que el Orador tenga siempre a su disposición, un caudal de voces adecuadas para representar exactamente todo lo que piensa y siente, transmitir a sus oyentes su propio convencimiento, su agitación y sus emociones, mover y calmar las pasiones a su placer, y dar el entendimiento y al corazón la dirección que le conviene. 2º. Que la mayor parte de los Abogados, mirando como base esencial de su profesión la Jurisprudencia, se contraen a ella, y descuidan lo concerniente al estilo, desconociendo así las ventajas de proponer sus discursos bajo las reglas y principios de la Oratoria. 3º. Que otros se desaniman del estudio de la Oratoria, porque no se encuentran con las disposiciones naturales que exige este arte delicado. Es cierto que para tener el caudal de voces a que nos referimos en la causa 1º., se necesita de un ingenio raro, de un discernimiento penetrante, de una viveza singular, de una imaginación fecunda, y de una sensibilidad exquisita; pero no es menos cierto, que el trabajo y la aplicación, si bien no borran enteramente las tachas que hubiéremos sacado de la misma naturaleza, con el tiempo las corrigen y enmiendan. No debe confundirse, dice Andino, la posesión plena de todas las gracias, dones y requisitos para formar un Orador perfecto, con la capacidad precisa para no incurrir en defectos y errores imperdonables. 149


Miguel Antonio De la Lama

4º. Que el curso de Retórica Forense no figura en el plan de estudios de Facultades de Jurisprudencia. Cedemos a Ucelay la explicación de este punto. “En el plan general de estudios de 17 de Setiembre de 1845, se fundó una cátedra llamada de Estilo y Elocuencia con aplicación al foro; comprendiendo el Gobierno y los hombres de administración, autores de las reformas de aquella época, que el joven que asistía a la Facultad de Derecho, para obtener el título de Abogado, debía no solo estudiar la ciencia del Derecho, sino también ejercer la profesión para la cual le habilitaba el título, ya como defensor de los Tribunales, ya como funcionario del Ministerio fiscal en representación del Estado, interesado tanto como los particulares, en que sus derechos, sus intereses mismos y la autoridad sagrada y respetable de la ley, fueses dignamente defendidos en los estrados.- Circunstancias y razones que no acertó nadie a explicarse, hicieron posteriormente suprimir esa asignatura; tal vez porque se creyó, como se ha creído en esta última reforma, que en la de Procedimiento y Practica Forense, podía tener cabida la enseñanza a que se estaba aquella dedicada. Que esto no es posible, ni se verifica de modo alguno, lo saben cuántos han asistido a las aulas de las Facultades de Derecho y cuantos conocen lo extenso y complicado de tales asignaturas. Resultado de esto es, que los jóvenes que comienzan la carrera, y que no han tenido el tino la tortura de practicar concienzudamente al lado de hombre docto y entendido en su ejercicio, se presentan en los Tribunales plagados de defectos, sin ninguna de las cualidades que se adquieren con el arte y con el estudio, y en no pocos casos desmayan, si no sucumben, abrumados por las dificultades, por los disgustos que produce la falta de apoyo y de sana y prudente dirección. Y lo que fue en un principio ligero defecto, llega a convertirse en pernicioso hábito; las más brillantes condiciones se pierden en vez de desarrollarse y perfeccionarse, las reputaciones padecen, y se ven todos los días en los estrados Abogados y Fiscales que no alcanzan a llenar debidamente su misión, más que por falta de fuerzas y de buen deseo, por carencia de dirección y estudio”. Aunque las ventajas inapreciables de una imaginación brillante y de una sensibilidad viva y profunda, y los dotes privilegiados de una fisonomía expresiva, de un órgano agradable, de una voz flexible, de una articulación clara, de un acento penetrante y de una acción majestuosa, no son generales ni comunes a todos;

150


Retórica Forense

ninguno está impedido, por carecer de algunas o de todas estas perfecciones, de pulir y arreglar su locución, y a todos les es dado poder evitar las frases triviales o bárbaras, las expresiones bastardas, las repeticiones, las redundancias, las incorrección groseras del lenguaje o de la pronunciación, el desentono ridículo, la fastidiosa monotonía en el tono, los gritos descompasados, la descompostura y desarreglo en los movimientos, las contorsiones y otros muchos vicios de rutina, de que es fácil preservarse estando sobre si, y acostumbrándose a buenas maneras.- Confiemos que el hechizo de las bellezas naturales de una buena composición, el progreso que hace el buen gusto en este siglo, la emulación plausible que excita el ejemplo de algunos Abogados estudiosos y celosos de la gloria de su ministerio, la protección de los Magistrados que tan poderosamente puede influir en el fomento de esta parte de la literatura, y finalmente el empeño que en las postreras ordenanzas literarias ha manifestado el Gobierno en que los letrados no carezcan de los conocimientos oratorios, suponiéndolos, con evidente razón, muy necesarios para el ejercicio de su profesión, concurrirán simultáneamente, para que se corrija el descuido que hasta ahora ha habido en el estilo de los informes judiciales; con lo que conseguiremos que nuestro foro no desmerezca del estado floreciente en que se van poniendo los de otros pueblos cultos, que de media centuria acá se esmeran en desterrar todos los abusos rutinarios, que hemos heredado de los siglos oscuros, y en dar a las discusiones judiciales la sencillez, naturalidad, buen método y elegancia, que corresponden a un acto majestuoso, tan grave e importante, como la administración de justicia. (Sainz de Andino).

141. Clasificación del estilo.– No es posible clasificar las variedades del estilo por una división exacta. La diversidad de las cosas que se tratan y la infinidad de lados y relaciones porque pueden mirarse, influye en la variedad de los pensamientos, y por consiguiente en la del estilo. Influyen también el escogimiento, las combinaciones y giros de la dicción, los cuales admiten innumerables grados y modificaciones. Cicerón y Quintiliano, fijándose en el ornato, y señalando solo las diferencias mas notables y extremas, lo dividen en sencillo, templado y sublime.

151


Miguel Antonio De la Lama

El estilo sencillo, solo admite ciertas galas ligeras, que parecen producidas por la materia involuntariamente, como en las conversaciones familiares. Los otros dos dividen entre sí los adornos del arte: el templado, toma todos los que pertenecen a la belleza y a la gracia; y el sublime, los que a la fuerza y magnificencia. Estos tres géneros, dice Cicerón, corresponden a los tres oficios del que habla: el sencillo sirve para instruir, el templado para deleitar, el sublime para mover. Tanto Cicerón como Quintiliano sabían muy bien, dice Coll y Vehí, que en una obra de alguna extensión se combinaban estos tres géneros del estilo, y que entre estos tipos fundamentales había distintas e inapreciables gradaciones, como sucede con la rosa de los vientos. Decían que el estilo tenue predominaba en el género didáctico, que el templado era propio de los asuntos agradables, y el grave o sublime de los que por su importancia agitaban las pasiones: que el primero era el lenguaje de la razón fría; el segundo, el de la imaginación; el tercero, el de la sensibilidad fuertemente excitada: reconocían, por último, que la verdadera elocuencia consistía en aplicar convenientemente el estilo al asunto. Bajo tales conceptos, la anterior división tiene la utilidad, siquiera, de fijar los puntos cardinales que marcan las diferencias fundamentales de los estilos; por lo cual la aceptamos, no obstante el desdén con que la tratan algunos autores modernos. Hay otra división venida de los griegos, que se funda en la diferencia de estilo entre los lugares –lacónico, el sentencioso y conciso: de los habitantes de la antigua laconia, llamados espartanos o lacedemonios, del nombre de su capital –ático, el correcto y muy limpio, que desecha todo lo vano y redundante: de los atenienses –asiático, el hinchado y copioso: de Asia y –rodio, el que no tiene la concisión del ático, ni la abundancia del asiático: de los habitantes de Rodas. En el día, la voz aticismo se emplea para indicar la corrección, la pulidez, la correcta elegancia, el buen gusto del estilo.

142. Enumeración de los estilos generales.– Siendo pues inapreciable el número de las gradaciones que caben entre esos tres tipos

152


Retórica Forense

fundamentales; o sea, de las cualidades accidentales de la elocución; indicaremos solamente las que determinan géneros de estilo muy característicos y generales reconocidos. El estilo sencillo, se llama también tenue, llano o natural. En el templado o medio, se comprenden el elegante y el florido. En el sublime o grave, el enérgico, el vivo, el vehemente, el pomposo y el patético. 143. Idea y reglas de las cualidades accidentales de la elocución.– Los alumnos conocen ya las reglas sobre esas calidades accidentales de la elocución, o distintos géneros estilo, según dejamos dicho en el número 132; pero por la importancia que tiene el patético en los discursos, le dedicaremos un párrafo por separado; y en el Apéndice daremos una idea general de los demás estilos. ESTILO PATETICO

Es aquel en el que predomina la moción de afectos, ya dulces y sosegados, ya enérgicos y fogosos. El patético en las defensas judiciales, es no solamente útil, sino también necesario. Pretender que el Juez juzgue solo con el entendimiento y no con el corazón, que su ministerio no de entrada a las pasiones, es querer negar la sensibilidad a los Jueces, o al menos, que sus elevadas y consoladoras emociones se subyuguen y denominen por la voz de un deber duro e impracticable. La razón no puede ser esclava, y la sensibilidad muchas veces la dirige, la ilustra y la consuela. El célebre Bautain, refiriéndose a la elocuencia del Foro, dice, que se habla para convencer; pero que se convente también persuadiendo, y se persuade conmoviendo; esto es, dirigiéndose al corazón y a los afectos por medio de palabras o de acentos que hagan vibrar las cuerdas más sensibles. La pasibilidad de los Jueces es una palabra como otras muchas, escrita en los Diccionarios; pero de muy difícil, de imposible realización. Los Jueces son hombres como los demás; y a parte de un entendimiento para comprender las cuestiones, siempre expuesto a error, tienen un corazón sensible para amar lo bueno, para odiar lo malo, para compadecer las flaquezas de nuestra naturaleza débil o rebelde, para sufrir

153


Miguel Antonio De la Lama

con el que sufre, para sentir los estímulos de la piedad, y para templar con la compasión la dureza y el rigorismo de su austero ministerio. Por mas que se declame afectando esa filosofía fiera y superior a la naturaleza humana, no podrá separarse nunca el corazón de la cabeza; porque entre uno y otra, existirán siempre corrientes de comunicación que los mantendrán en un dulce y reciproco comercio. ¿Dejará nunca el Magistrado de ser hombre? ¿Podrá dejar como tal de armar e interesarse por la virtud, de aborrecer y decretar el castigo del vicio? ¿Obrará, al ceder a estos impulsos, solo como el eco o el instrumento de vida de una palabra muerta, escrita en los Códigos, o su corazón tomará al mismo tiempo parte en lo que su cabeza le presenta como justo? Esa impasibilidad es un sueño; y nos atrevemos a decir, que es un bien para la humanidad que lo sea. ¿Se prohibirá al defensor del infeliz que ha bajado a los calabozos entre la miseria y el desprecio, que ha visto oscurecido y manchado su nombre ínterin celebraban su desgracia sus despiadados calumniadores, pintar todas estas maldades con el vivo colorido que les presta la virtud indignada, el día en que pueda hacer oír su voz después de tantos padecimientos atroces y de tan doloroso silencio? ¿Se querrá en esta hora largamente deseada, atar la lengua del Abogado que representa a su cliente, permitiéndosele solo ocuparse de una demostración árida y fría, sin invocar un recuerdo, sin exhalar una queja, sin que se tolere que su pasión que se desborda pinte y hable a la pasión de los demás? ¿Se pretenderá que el Juez como si no fuera hombre, como si otro día no pudiera ser juguete de iguales o parecidas combinaciones, como si no amenazasen también a sus hijos, a sus amigos, y a cuanto quiere y respeta en la tierra, oiga la relación de tantas miserias y de tantos crímenes con helada indiferencia, no afectando en nada su corazón el infortunio de sus semejantes? Este es un delirio que no puede medir la razón, y que apenas alcanza a comprenderlo. (López). Cuando se carga sobre el Abogado tan graves responsabilidades, ¿Quién se atrevería a ponerle trabas? En vano sería intentarlo; porque no será fácil sustraerse a los recursos del genio; y el arte por una noble venganza vencerá ese obstáculo. La perfección de la elocuencia será entonces ejercer su imperio sin que se conociese; y cuando hubiere producido su efecto, cuando se hubiese 154


Retórica Forense

introducido en el corazón de los Jueces, ya no sería tiempo de llamar al orden al Orador. Al Abogado que trata de salvar a un inocente, de conservar a un esposo a su esposa, un padre a sus hijos, un hijo a su madre, ¿quién se atrevería a encargarle el cumplimiento de ciertas reglas inciertas, despóticas, arbitrarias y mezquinas, a trazarle el circulo estrecho del cual no pueda salir? En una causa de muerte, ¿Cómo podría reducírsele a discutir con frialdad, cuando se trata de la causa de la humanidad, cuando según sus convicciones se esfuerza en precaver a los Jueces de un error que sería a sus ojos la violación sacrílega de las más santas leyes de la naturaleza? Y si para caracterizar la moral de una acción, es preciso pintar con sus verdaderos colores la pasión que fue su móvil, ¿Cómo se quiere que pueda hacerse comprender el delirio de la pasión, con las formulas escolásticas de un frio raciocinio? Entonces es preciso acudir al sentimiento, es necesario que el corazón juzgue al corazón, y justo y legitimo excitar la debilidad e indulgencia, cuando va a juzgarse de otra debilidad. (Ucelay).

tes:

Las reglas del patético forense pueden resumirse en las siguien-

1º. Como el estilo que debe dominar en el Foro es el sencillo, se debe emplear el patético con suma moderación; por lo cual dice Ucelay: “El Orador del Foro es un pensador, que quiere ir al fondo de su asunto, analizándole exactamente para darse cuenta de él, y exponer todas sus partes en su orden natural y con el mas riguroso encadenamiento: es un lógico que después de sentar los principios, deduce legítimamente las consecuencias y las aplica a la causa que defiende: es un fin, un Jurisconsulto cuya erudición explota hábilmente los autos, los precedentes de la jurisprudencia, las tradiciones y aun los hechos históricos. El sentimiento ocupa un lugar secundario; y la razón tiene mucho más que hacer que el corazón, aunque este puede y debe tener también su parte en ocasiones determinadas. 2º. La pasión y el sentimiento tienen mayor lugar en las causas criminales que en los pleitos civiles. Estos versan, generalmente, sobre asuntos de por si antitéticos a la inspiración y al arte, como los que dejamos indicados en el número 114; mientras que en aquellas no puede dejar de interesarse la sensibilidad, desde que sus fallos pueden comprometer la libertad, la honra, la vida de nuestros semejantes. 155


Miguel Antonio De la Lama

Los pleitos civiles son de suyo áridos y pocas veces salen de la esfera de la lógica y de la convicción rigurosa; las causas criminales tienen otro círculo más extenso, y se prestan frecuentemente a la imaginación y a los movimientos oratorios. En los primeros, el Abogado es el historiador que relata y geómetra que hace demostraciones; en las segundas, es el Orador que amplifica, el genio que vuela, y el pintor que derrama sobre el cuadro de golpes de sentimiento y de pasión. En aquellos, se habla a la razón sentada en el Tribunal como un Juez rígido, severo, y que no quiere oír ni entiende más que su lenguaje; en estas se habla además de a la razón, a la pasión que se mueve, que se agita, que se inflama, y que es susceptible de grandes y variadas emociones. En los pleitos solo tiene lugar el entendimiento con sus formas indeclinables, con sus frases cortadas y medidas, con su aspecto ceñudo y descontentadizo; y en las causas, por el contrario, sin quitar nada al entendimiento, se despliga la fantasía con sus giros caprichosos, con su lenguaje vivo y animado, y con su barniz seductor. Alguna vez, sin embargo, se presentan pleitos que participan de la índole de las causas en cuanto a las formas de expresión, y causas hay también en que el vuelo no puede levantarse tanto como se quisiera, porque su naturaleza no lo permite. Un pleito con un tutor injusto y avaro; que haya faltado a la confianza que de el hiciera el testador, espoliando a sus hijos, correspondiendo ingratamente a la amistad del que le nombrara, íntima y aparentemente cordial durante su vida, formara un cuadro de interés para el Abogado, de que podrá sacar mucho partido, aunque la cuestión sea de cuentas, que es lo más seco y prosaico que puede ocurrir. Una causa aunque tal sea por su índole, si es de pequeñas proporciones, si su importancia es escasa, no dará lugar a movimientos apasionados, y quedará siempre encerrada en un círculo estrecho y oscuro. (López).

3º. Sin sensibilidad no puede haber Orador. Si la sensibilidad es el fundamento y manantial de la elocuencia patética, inútil será que el Orador pretenda desarrollarla, a si el no siente, ni se ve en aquel instante conmovido: las ideas y argumentos se encuentran buscándolos con perseverancia; pero los movimientos del corazón son espontáneos y no se llaman, sino que ellos se presentan.

156


Retórica Forense

El que falto de sensibilidad quiera mezclarse en las luchas de la palabra, podrá convencer con sus razones; podrá tal vez deleitar con sus figuras y giros; pero no alcanzará nunca a inflamar a sus oyentes, a conmoverlos con su voz, ni a estremecer su alma con las sorprendentes emociones de la agitación y del entusiasmo. (López).

4º. No basta que el Orador sienta, sino que también es necesario que presente en su exterior muestras de su sentimiento. Aunque se nos digan las cosas más tristes y lamentables, si se nos dirigen con su semblante alegre o sereno, con acento sosegado y con ademanes sin viveza y sin expresión, lo oiremos sin afectarnos; porque la impresión de la palabra se borra o debilita por la de la acción. Estas son dos aliadas, como dice López, que alcanzan una fuerza inmensa cuando pelean unidas; pero que recíprocamente se destruyen, cuando se baten separadas sin correspondencia ni armonía. Hasta tal punto llevaban los antiguos la observancia de esta regla, agrega el autor citado, que Cicerón quería que el Abogado llorase en determinados casos. No condenaremos nosotros absolutamente este consejo; pero si diremos que no debe usarse sino cuando el Orador no lo puede evitar, que será la prueba mas segura de que es natural el llanto y de que se lograra con el excitar la simpatía. El Abogado no es el actor que en la escena puede y debe realzar los afectos, porque se coloque en lugar de los héroes o personas a quienes representa. Que no llore nunca por calculo, como medio previsto y ensayado; porque se traslucirá su ficción y enfriará en vez de conmover; pero que derrame lágrimas cuando se agolpan a sus ojos por un movimiento espontaneo e irresistible en la conmoción que le produzca el cuadro que está trazando, y entonces que este seguro de que no permanecerán enjutos los ojos de sus oyentes. No hay nada tan contagioso como las lágrimas, cuando se conoce que salen de las profundidades del corazón y de sus senos misteriosos. 5º. El Orador debe usar del patético con naturalidad, para que no se conozca su designio. Si en todo el discurso debe haber mucha naturalidad, en el patético es doblemente precisa; porque siempre los hombres previenen y alarman contra las palabras de los demás, cuando conocen que son interesadas y producidas con un designio calculado de antemano. 157


Miguel Antonio De la Lama

Cuando el sentimiento se fuerza, descubre su marca de arrastrado y violento, la lleva consigo, y la imprime en los que escuchan. La afectación no da otro resultado que el de la risa, y afectación es todo lo que no es sencillo y natural. (López).

6º. Para disfrazar la intención de mover y arrebatar, conviene que el patético vaya precedido de raciocinio, y aun envuelto en él, para que la razón lo defienda, lo autorice y le preste todo su peso. Cuando no hay razón en el fondo, la parte de afectos no pasa de ser un entretenimiento más o menos agradable, una música más o menos sentida; porque deja en el alma con el vacío un débil y efímera impresión. El patético es la coronación del edificio, que pide base y consistencia en el cuerpo de la obra. El sentimiento sin punto de aplomo y solidez, es el humo que no puede precipitarse sobre la tierra, sino que se dispersa y disipa arrastrado por el viento. La emoción ha de tener un principio cierto, probado y grave. Sin esto, todo el trabajo pesara sobre el vacío y no podrá causarse emoción; porque la razón no estará convencida, o la materia no tendrá aquella solemnidad que sirve de base y de excitación a los grandes afectos. La convicción, la fijeza y el interés, son siempre el origen y el pábulo de estos giros elevados y de estas conmociones vivas y penetrantes. (López).

7º. Los resortes que deben emplearse para conmover, son: interés individual, la benevolencia y la justicia. Los dos grandes móviles del corazón humano, son el placer y el dolor: adquirir aquel y evitar éste, es siempre en el hombre el fin y objeto de todos los actos de su vida. La diversidad de gustos, inclinaciones, predilecciones y odios, se explican por este secreto. El hombre lo hace todo originariamente con relación a si mismo, como dice el autor citado, y los rasgos más pronunciados y decisivos de su interés por sus semejantes, tal vez no son más que la traducción y la aplicación del interés individual, que se transforma sin desvirtuarse. Siempre seguimos la huella y el norte del placer; y aun cuando parezca que buscamos el de otros, no es en realidad sino nuestro el que principalmente procuramos si el hombre no sabe separarse del amigo con quien comparte sus intereses y sus secretos, es porque la costumbre ha hecho de su compañía un elemento de ventura y hasta una necesidad de la vida si el amante 158


Retórica Forense

delira, sufre y se sacrifica por la mujer a quien ama, es porque encuentra un placer inexplicable en esa vida de ansiedad y de tormento, es porque la separación y alejamiento le colocarían en una vida más amarga y más insoportable. Si el secreto en esos fenómenos de nuestra existencia está radicalmente en el yo, a pesar de las transformaciones que pueda admitir en sus varios rumbos y afectos, por el yo debemos atacar al corazón cuando queramos dominarlo y atraerlo a nuestros fines como impelido por un poder magnético. La benevolencia, esta disposición de adhesión e interés por los demás hombres, produce en nosotros una impresión grata e intensa; porque nos representa el bien que hoy se hace a unos, que mañana se dispensará a otros, y que tal vez un día pudiera recaer en nosotros mismos. Siempre nuestras ideas van acompañadas del presentimiento de este comercio: el bien y el mal se miran como comunicables, y esta mancomunidad de posibilidad al menos, prepara y dirige a nuestros juicios y nuestros corazones. Cuando se habla en favor de lo que defiende, protege y consuela a la humanidad, las palabras encuentran eco en cuantos escuchan. La justicia es generalmente apetecida y acatada, porque se la mira como la divinidad protectora que vela en torno nuestro por nuestra seguridad. El sentimiento de lo justo está grabado por la mano de Dios en la conciencia humana, y responde a nuestra voz siempre que se le invoca. En todo caso, la sensibilidad es el origen de las emociones, y a ella deben dirigirse en la parte de afectos todos los esfuerzos del Orador. 8º. Se debe intentar producir la emoción sólo sobre asunto que de ella sea susceptible. La naturaleza en esta parte no puede ser nunca forzada: inútil será que se procure causar un sentimiento serio y profundo, si la materia es de índole muy diversa, o si por su pequeñez e insignificancia, ni inspira interés, ni se presta a las grandes formas. Entonces los esfuerzos del Orador serán, no solo infructuosos, sino hasta ridículos. En el período patético de un discurso, no cabe medianía alguna en los resultados: o se produce la emoción, y el Orador consigue 159


Miguel Antonio De la Lama

su objeto, o escolla en sus conatos, y pasa por la vergüenza del ridículo. Esta observación debe tenerse muy presente, para no poner en juego la parte de afectos donde no tenga natural y obvia cabida. No hay nada tan risible, como querer dar proporciones y estatura de gigante, a lo que solo las tienen de pigmeo. (López).

9º. No se debe insistir demasiado en el patético. La excitación que produce es violenta, y todo lo que es violento se sostiene por poco tiempo; porque solo las situaciones tranquilas y normales son permanentes. El corazón sufre y goza a la vez en sus apasionados arranques, y ni el sufrimiento ni el placer se pueden prolongar sin que se debiliten: cuando se insiste demasiado en la pasión, se cae bien pronto en el cansancio. El corazón se embota y adormece, y echa fuera de si todo lo que no puede ya contener. El Orador necesita acaso más saber cuándo ha de callar y lo que ha de calla, que lo que ha de decir y como ha de decir: si un momento menos puede dejar incompleto un discurso, un momento más puede desvirtuarlo y destruir todo su efecto. No insistir, pues, con pesadez en el patético; su impresión es casi siempre fugaz y por eso se ha dicho sin duda que nada se seca tan pronto como las lágrimas. (López).

10º. Es indispensable evitar hasta la más pequeña distracción. No se trata en la parte de afectos, como en las demás partes del discurso, de un pensamiento cuyo recuerdo haya huido por un instante, y que vuelva a encontrarse con mayor o menor prontitud; lo que sucede, lo que se advierte, lo que desde luego se repara, es que el calor del Orador ha decaído cuando debía ir en aumento, que su llama se debilita o apaga; y entonces el auditorio se enfría con él, experimenta un postración más o menos pasajera, pero siempre penosa, y difícilmente recobra el tono, la elevación y el entusiasmo que antes sentía. El Orador habrá imitado al instrumento que se desafina súbitamente cuando en él se tocaban los aires más brillantes y sublimes, que aunque bien pronto vuelva a la oportuna entonación, no alcanza a hacer olvidar, con sus nuevas armonías, el desgraciado paréntesis en que falto su vibración poderosa, ni la extrañeza y disgusto que causó tan inesperada novedad. (López). 160


Retórica Forense

11º. Debe cuidarse mucho que la locución sea grata al oído. Para esto se necesita, no solo que la dicción sea escogida, sino que se combinen de la manera más proporcionada las frases, las palabras y hasta las letras. Esto es lo que se le llama numero oratorio, y produce siempre un efecto maravilloso. Mas esta perfección debe ser la conquista de anteriores trabajos y del hábito que por ellos se alcanza, y no el resultado de la atención y fatigas del momento. Si se traslucen éstas, todo el efecto desaparece. §4. PRONUNCIACIÓN

144. Importancia de la pronunciación: elocuencia córporis.– La pronunciación o recitación consiste, como dejamos dicho, en el manejo de la voz, el gesto y la acción: esa forma exterior que del Orador recibe la palabra, es lo que se ha llamado elocuencia córporis. Nada más importante que la pronunciación en todo discurso, para que este produzca sus tres grandes efectos de convencer, deleitar y conmover. Cuando por medio de la palabra nos dirigimos a un concurso numeroso, o a un Tribunal, nos proponemos, como es natural, producir una impresión favorable en el animo de los que nos oyen, comunicándoles nuestras mismas ideas y sentimientos; entonces el tono de nuestra voz, nuestras miradas y nuestros gestos, interpretan las ideas y conmociones, también como las palabras, y aun la impresión que hacen en los otros suele ser mucho más fuerte que la de estas. Vemos muchas veces que una mirada expresiva, un grito apasionado, sin ir acompañados de palabras, trasladan a otros ideas mas fuertes, y excitan en ellos pasiones mas vigorosas, que las que puede comunicar el discurso mas elocuente. La significación de nuestros sentimientos hecha por tonos y gestos, tiene sobre la que hacen las palabras, la ventaja de ser el lenguaje de la naturaleza. Ella ha dictado a todos los hombres este método de interpretar los pensamientos, que por todos es entendido; mientras que las palabras son puramente símbolos arbitrarios y convenciones de nuestros conceptos, y por consiguiente hacen una impresión más débil. Aunque la palabra sea de fuego, si sale mal articulada o acentuada de una persona de exterior frio y cuya fisonomía no se conmueva 161


Miguel Antonio De la Lama

o inflame al pronunciarla, le sucederá lo que al fierro ardiente que se mete en el agua, que en el mismo instante puede tocar todas las manos sin que les comunique el mas pequeño calor. Preguntaron un día a Demóstenes cuál era la parte principal en la Oratoria, y contesto “la pronunciación”. ¿Y después de esta? Le volvieron a preguntar: “la pronunciación” respondio del mismo modo. ¿Pero y después de la pronunciación? Le preguntaron por tercera vez “la pronunciación” fue también su tercera respuesta. La entonación, las inflexiones y el ademán, suplen mucho al pensamiento; y el Orador que pronuncia bien, da calor donde no le hay, y produce armonía donde realmente falta. El mejor discurso cuando se pronuncia mal, pierde todos sus atractivos; y el más mediano adquiere gracia, belleza y encanto, cuando las formas exteriores se combinan hábilmente para disimular sus defectos y realzar sus perfecciones. La palabra tiene tal flexibilidad, que puede decirse que hasta su significación depende muchas veces del tono y de los ademanes. A una mujer se le puede llamar hermosa; y según la entonación de ceremonia, de vehemencia o de burla, la palabra significará un mero cumplimiento, una pasión viva, o una picante ironía. Esquines se retiró a Rodas en su destierro, y allí abrió su catedra de elocuencia. En la primera reunión, leyó a sus discípulos su discurso contra Demóstenes, y el que éste había pronunciado contra Esquines. Los discípulos aplaudieron estrepitosamente el discurso de Demóstenes, y Esquines les grito: “Si así aplaudís la lectura, ¿Qué haríais si lo hubierais oído a él mismo?”. Preguntaba a un amigo suyo un célebre poeta que leía pesimamente las composiciones, si le gustaban sus versos. “Sí, contesto el interrogado: me gustan mucho aunque seas tú quien los lea”. Este hombre, con su sencilla respuesta, hacia el mayor elogio de la poesía sobre cuyo mérito era llamado a fallar. Tal puede ser la recitación del Orador, que desmienta lo mismo que asegura. Cuando Marco Calidio, acuso a uno de haber intentado darle veneno, entablo la acusación lánguidamente, y sin calor ni fervor alguno en su recitación; y Cicerón que defendía al acusado, se valió de esa frialdad como de una prueba de la falsedad del cargo: “Y si no fuera una ficción lo que dices Marco Calidio, ¿acusarías tú de esa manera?”. 162


Retórica Forense

Compruébase la importancia de la pronunciación, con la gran diferencia que resulta de oír un discurso bien pronunciado, a leerlo después: puede decirse con verdad que la imprenta, aunque copie con fidelidad la palabra, no nos transmite más que su sombra. No hay duda que tonos más variados y gestos mas animados, llevan consigo una expresión natural de sentimientos más encendidos; por esto en las diferentes lenguas modernas, la prosodia de la palabra, participa más de las música, según la mayor viveza y sensibilidad de los naturales. Un español acentúa más que un inglés; un francés varía más sus acentos y gesticula al hablar mucho mas que un español; y un italiano abunda mas de acentos y de gestos que cualquiera de los dichos: tanto que la pronunciación musical y el gusto expresivo, son hoy dia el distintivo de la Italia. Las palabras para tener su significación completa, necesitan recibir casi siempre alguna ayuda de la manera de la pronunciación o recitan; y el que hablando usase de las palabras desnudas, sin ayudarlas con tonos y acentos convenientes, hará en nosotros una impresión débil y confusa, y muchas veces nos dejará dudosos de lo que dijo. La conexión entre ciertos sentimientos y la manera propia de pronunciarlos es tan estrecha, que el que no los pronunciarlos es tan estrecha, que el que no los pronunciare según ella, jamás nos persuadirá de que cree o experimenta los mismos sentimientos.- (Pérez de Anaya). ¿Qué alma habla tan helada que no se sienta los efectos de una buena recitación? ¿Cuántos dramas defectuosos no producen un efecto mágico en la escena? ¿Cuántos sermones leemos sin sentir emoción alguna, que en boca del predicador hicieron una vivísima impresión en el auditorio? No hay razón para que estos efectos dejen de ser comunes a los discursos forenses. No obstante la impasibilidad de los Jueces, cuyo verdadero carácter queda deslindado, como hombres no pueden dejar de ser sensibles al deleite; y les ha de ser forzosamente mas grato un discurso bien recitado, que una narración fría, mal articulada, y desnuda de todos los adornos de la acción oratoria. El público manifiesta diariamente el encanto con que oye un discurso recitado con perfección; porque al paso que un concurso numeroso ocupa las salas de los Tribunales, para oír los informes de un Abogado célebre por su talento y gracias oratorias; al contrario, se quedan aquellas 163


Miguel Antonio De la Lama

desiertas cuando informa un Orador deslucido por la imperfección de sus órganos, el desentono de su palabra, la torpeza de su pronunciación y la grosería de sus movimientos. (Sainz de Andino). El mismo trozo pronunciado hábilmente en la Tribuna y leído después, aunque se haya copiado con religiosa escrupulosidad, dejan de ser la misma cosa. ¿Y Por qué? Porque la acción, que es un lenguaje que viene en auxilio de otro lenguaje, el tono, las modulaciones de la voz, el gesto y la expresión de la fisonomía, auxiliares todos tan poderosos y de que tanto partido saca el Orador, no se transmite al papel en que sólo puede trazarse una copia muerte al lado y en comparación del cuadro vivo y animado que levanto en el lugar de las arengas. Este lenguaje de acción y de expresión de las emociones, es mil veces más poderoso que el de la palabra: su elocuencia es por lo mismo más persuasiva. Estriba en la semejanza y afinidad que hay entre todos los seres inteligentes y sensibles, y en ese secreto mágico que hace que al gozo o a los quejidos de un corazón responda el gozo o los quejidos de los demás corazones. Nunca se desconfía de ese resorte, porque es movido por la mano de la naturaleza; y esa elocuencia, omnipotente en si misma, y contagiosa en sus resultados, tiene la doble ventaja de que habla directamente a los ojos, de que se filtra por ellos como un veneno que se busca con ansiedad, y de que manda en silencio hiriendo a grandes distancias. El corazón tiene sus tonos como los tiene la voz, Si se alteran o cambian, la impresión resulta imperfecto y tal vez contradictoria. Los antiguos conocían hasta tal punto el interés de esta observación, que tenían una especie de flauta para dar tono a sus Oradores… Tómese, si se quiere hacer un ensayo, el discurso mas acabado y sentido; recítese de propósito con un ademán y entonación contrario o diverso de que requiere cada uno de sus períodos, y pronto se hallará la insignificancia o el ridículo, en lo que realmente hay tanta profundidad y tantos afectos. (López).

145. Elementos de que consta la pronunciación.– Lo que hay que considerar en la voz; reglas sobre el tono, las inflexiones y la celeridad.- Esos elementos son: la voz, la expresión de la fisonomía y la acción del cuerpo.

164


Retórica Forense

VOZ

El don mas preciable que la naturaleza puede hacer al Orador, es el de una voz propicia para el ejercicio de su ministerio; así como una voz áspera y defectuosa, es el obstáculo más poderoso para brillar en esta carrera. Melodía es la suavidad que la hace graciosa, dulce, afectuosa y armoniosa. En la voz hay que considerar el tono, las inflexiones y la celeridad. El tono es el grado de elevación que se da a la voz. Todos los hombres tienen tres tonos de voz: el alto, el mediano y el bajo, y del uno al otro en esta escala caben muchas modificaciones. El alto es el que se emplea para llamar a uno que esta distante; el bajo, como cuando se habla al oído; y el mediano, el que usa comúnmente en la conversación y el que se ha de emplear por lo ordinario en los discursos públicos. El tono es la clave en que hablamos, a diferencia del sonido, que es el cuerpo o la fuerza de la voz: “puede un Orador llenar mas la voz, sin mudar de todo”.- El eco es la calidad del sonido.

Las principales reglas sobre el tono, son estas: 1º. El Orador ha de dar a su voz suficiente plenitud de sonido, para que le oigan todos aquellos a quienes habla; a cuyo fin es conveniente fijar la vista en la persona más distante del concurso y dirigir a ella la oración. Así natural y maquinalmente pronunciaremos las palabras con tal fuerza, que nos oiga aquel a quien hablamos, con tal que no esté fuera del alcance de nuestra voz. 2º. No se debe forzar la voz más de lo que ella da naturalmente de sí; porque entonces se fuerza, comprime y altera el orden natural de la respiración, y no se deja a esta operación el tiempo y la medida que exige su mecanismo. Por el contrario, cuando hablamos sin salir del alcance natural de la voz, reconocemos que podemos hablar mucho más tiempo sin fatigarnos, y que la voz se conserva despejada, el pecho desahogado, y la respiración fácil: conservamos el dominio sobre la voz. 3º. La entonación ha de empezar en una cuerda media, para que se pueda después, sin fatiga, subir o bajar la voz, según lo reclame la

165


Miguel Antonio De la Lama

necesidad de expresar las afecciones; pero sin excederse del tono mediano, sino para expresar pensamientos extraordinarios, o sentimientos de ira, de odio o de horror. Es muy impropio comenzar con grandes voces una discusión entonces tranquila y apacible; y el Orador se sujeta a no salir de esa clave, hasta que fatigado tiene que bajar repentinamente de tono, lo que produce un efecto desagradable en el auditorio. Andino aconseja: “si el Orador advirtiese que impensadamente, y arrastrado por el fuego su imaginación, se ha salido del tono regular, y su voz es demasiado elevada, aprovechará del primer tránsito de un medio de defensa a otro, para hacer una pequeña pausa, y haciendo como quien respira y toma descanso, abandonará al recomenzar su oración el tono alto, y adoptará otro más moderado”. López observa, que “sólo debe esforzarse la voz desde el principio, cuando hay necesidad de dominar el ruido que impediría oír si se hablase en tono regular”. 4º. En todo caso, los tonos de la locución pública deben formarse por los de una conversación interesante y animada. El Orador debe hablar siempre en voz natural, imaginarse que se ha suscitado entre hombres graves y sabios una conversación de importancia y que toma parte en ella: “sea que hable privadamente o en un concurso grande, acuérdese siempre de que habla”. Es el mayor absurdo imaginar, que así que uno sube a la Tribuna, haya de dejar la voz con que habla privadamente, y tomar un tono nuevo musical y estudiado, una cadencia totalmente extraña a su manera natural, creyendo dar fuerza o hermosura a los discursos. Esto hecha a perder toda recitación, y ha dado origen a una monotonía fastidiosa en varios géneros de elocuencia pública. Respecto de las inflexiones, o variaciones del tono de voz, puede decirse que la voz humana es un instrumento que tiene una cuerda distinta para cada emoción del corazón. A una emoción de pena aguda, siguen sonidos casi inarticulados, que vienen a morir en un plañido lastimero: la emoción de un dolor profundo, pide una palabra lenta y de un timbre melancólico y lúgubre: los arrebatos de la desesperación se anuncian por lenguaje de calor y movimientos. Las impresiones de la felicidad tienen por interprete una palabra dulce, tranquila y afectuosa. (López).

166


Retórica Forense

Hay pues conceptos que piden una inflexión mas marcada en la voz. La elevación de esta sobre una palabra, para distinguirla en medio de una frase, se llama énfasis; y si la elevación de la voz es sobre una sílaba, se llama acento oratorio, asi como hay acento gramatical, y acento provincial. Del buen manejo de la énfasis depende todo el espíritu y la vida de un discurso; y podremos presentar a los oyentes ideas enteramente diversas de un pensamiento mismo, con solo ponerla énfasis diferentemente. En las siguientes palabras de nuestro Salvador, dice Pérez de Anaya, obsérvense los diferentes aspectos que toma el pensamiento, según el tono o énfasis con que se pronuncian: “Judas ¿vendes tú al Hijo del Hombre con un ósculo?” – Vendes tú, etc., hace que la increpación recaiga sobre la infamia de la traición.– Vendes tú, etc., hace que recaiga sobre la conexión de Judás con su Maestro.– Vendes tú al Hijo del Hombre, recae sobre el carácter personal y eminente de nuestro Salvador.– Vendes tú al Hijo del Hombre con un ósculo, estriba sobre prostituir la señal de paz y de amistad, haciéndola señal de destrucción. El acento oratorio es distinto de la entonación; porque esta rige el tono general y común del discurso, acomodado para que el concurso pueda oírlo; y el acento oratorio ciñe su acción a silabas determinadas, cuya expresión esfuerza por medio de una detención o prolongación en la articulación de ellas, sin variar de tono. Cuando la elevación de la voz no es solo en una palabra o en una silaba, sino en el tono general del discurso, sobre el tono ordinario de la conversación y dando a la voz una modulación que se roce con la musical, se llama declamación. Se puede asegurar, dice López, que si todo un discurso fuera pronunciado en el mismo tono, sin ninguna diferencia en el acento, y formando un ruido monótono, parecido al de un batan o de un cascada, nos fatigaría a corto rato por mas belleza que contuviera, y ningún poder ejercería sobre los espíritus, ni sobre los corazones de los que lo escuchasen. La voz tiene en si misma, su música y su poesía; y cuando se desdeña o se olvida, solo queda una prosa repugnante e insoportable. “Destinadas las inflexiones a expresar y comunicar sentimientos de caracteres tan distintos y encontrados, como son los que pueden

167


Miguel Antonio De la Lama

herir nuestra alma, pregunta y se contesta Sainz de Andino: ¿Cómo se explicarán tanta diversidad de emociones? ¿Cómo modular la voz, y sujetar el acento a variaciones tantas y bajo que reglas procederemos para dar a cada afecto la que le corresponde? La naturaleza es la que puede satisfacer congruentemente a esta pregunta; porque ella es la que nos inspira secretamente el modo más expresivo y adecuado que corresponde al carácter y naturaleza de cada sentimiento. El que gime y suspira al sentir las punzadas de un dolor, no tuvo necesidad de que le enseñaran a gemir y suspirar. El Orador del Foro, que debe abrazar como propios los intereses de su cliente, no puede dejar de participar de sus deseos, de sus ansias, recelos y esperanzas; y sintiéndolas no habrá menester de reglas para explicar sus sentimientos délentos, ni de estudiar en que forma lo hará, ni de calcular cual es el género de acento que le conviene; antes bien se debe guardar de toda preparación, porque la más leve combinación en esta parte, daría a su pronunciación cierto aire teatral, que sería muy desacomodado y ridículo en un Tribunal”. Las únicas reglas que pueden darse sobre el particular, son estas: 1º. El Orador debe ser natural en la expresión de sus sentimientos. No debe esforzarse para manifestar más de lo que realmente siente, ni afectar emociones de que su corazón no esté bien penetrado. 2º. El Orador, como aconseja Blair, debe tratar de adquirir una idea exacta de la fuerza y espíritu de aquellos sentimientos que ha de proferir; a cuyo propósito, si el discurso estuviese preparado por escrito, lo lea y recite muchas veces antes de pronunciarlo en público, señalado al mismo tiempo con la pluma en cada sentencia, las palabras enfáticas y fijándolas bien la memoria; porque en el discernimiento con que estas se colocan el discurso, se prueba la delicadeza con que siente el Orador, y su tino en escoger los pensamientos mas propios para transmitir a otros sus sentimientos. 3º. No se debe multiplicar demasiado las palabras enfáticas: la prudente circunspección en el uso de ellas, es la que les da algún peso. Si ocurren muy a menudo, si el Orador se empeña en dar mucha importancia a todas las cosas que dice, multiplicando la énfasis y dándole mucha fuerza, nos acostumbraremos bien pronto a hacer poco aprecio de ellas. Atestar de palabras enfáticas todas las sentencias, es lo mismo que llenar de letra bastardilla todas las hojas de un libro, que equivale a no usar de tal distinción. 168


Retórica Forense

4º. Se debe dar precisamente a cada palabra el mismo acento que en la conversación ordinaria. Ninguna palabra castellana, por larga que sea, tiene más que una sílaba acentuada; y el genio del lenguaje pide, que la voz señale aquella sílaba hiriéndola mas fuertemente y pasando por las otras mas de ligero. Hay muchos que yerran en esto: cuando hablan en público, para hacerlo con majestad, pronuncian de diferente manera las sílabas que en otras ocasiones. Se detienen en ellas, y las alargan: multiplican en una misma palabra los acentos, por la errada idea de que esto da más gravedad y fuerza a su discurso y aumenta la pompa de la declamación publica; siendo así que es una de las faltas de más bulto que se puedan cometer en la pronunciación; porque forma la manera que se llama teatral o aldeana, y da a la elocución un aire de compostura afectada, que la hace perder todo su agrado y su impresión. 5º. Los discursos reclaman mucha mas sobriedad en la declamación, que el arte escénico; no debiéndose prescindir de ella en lo absoluto, porque está íntimamente enlazada con la persuasión, a cada cosa da su medida, y a cada idea y a cada afecto la expresión, el tono y el colorido que les corresponde. Conocida la teoría de la expresión escénica, nada más fácil que aplicarla en menor escala a las luchas de la palabra. Comprendemos en la celeridad: la articulación, la escala y las pausas; sobre las cuales se dan las siguientes reglas: 1º. La articulación debe ser clara, en términos que los oyentes puedan percibir distintamente todas y cada una de las sílabas que componen cada palabra; pero no ha de ser forzada, porque entonces se convierte en dura y desagradable. Un hombre que tenga una voz débil, puede darle mayor alcance con una articulación distinta, que el que le daría sin ella otro que la tenga más fuerte. 2º. No se ha de hablar con precipitación, ni con languidez. La precipitación confunde la articulación y el sentido de lo que se habla, y comúnmente deja en tinieblas al auditorio sobre una gran parte de los conceptos; y la languidez contando y pensando las palabras y las sílabas, obliga a los oyentes a adelantarse siempre al Orador, lo que molesta y fastidia. Entre la expresión y el pensamiento debe haber cierta armonía: según sean las ideas que se enuncian y los movimientos que produzcan en nosotros, deberá ser la velocidad y el timbre que 169


Miguel Antonio De la Lama

se de a la palabra –los pensamientos que producen en el discurso cierto peso y cierta autoridad, deben enunciarse con voces medidas, lentas y cadenciosas– a los que han de comunicarle viveza, deben expresarse de una manera rápida y acalorada. La pronunciación con la detención conveniente es de gran alivio a la voz, por las pausas y reparos que permite hacer con más facilidad; y proporciona al Orador llenar todos sus sonidos, ya con más fuerza, ya con más música. Sírvele también para conservar el debido señorío de sí mismo; en lugar de que una manera precipitada basta para excitar aquella agitación de espíritu que en la Oratoria es el enemigo de todo buen éxito. Quintiliano dice: “sea la pronunciación expedita, no precipitada; con gravedad, no como con sorna”. 3º. Todo discurso debe por lo común empezar con calma y serenidad, y con una palabra limpia y sostenida. Al paso que la discusión se va animando y que el Orador se inspira con el interés y calor de la materia, la palabra debe ser más fluida y veloz. Si de repente hay un cambio de afectos, es preciso que la palabra se dome y que siga sin titubear la dirección de este nuevo impulso; y debe correr con más celeridad al final de los períodos, desde que el lenguaje recibe su impulso del pensamiento, y las vibraciones del alma son siempre más rápidas en los finales. No parece, dice López, sino que el pensamiento obedece las mismas leyes de gravedad que los cuerpos físicos: acelera su movimiento a medida que se acerca a su término, y por eso los finales de los períodos cuando la lengua sirve bien a la inspiración, deben ser más rápidos y animados que los demás que le preceden. 4º. La pausa enfática, o sea la interrupción de la pronunciación para llamar la atención de los oyentes, se hace antes o después de decir una cosa de entidad. Semejantes pausas tienen el mismo efecto que una fuerte énfasis; y están sujetas a las mismas reglas, principalmente la precaución de no repetirlas muy frecuentemente; porque como excitan una atención particular de consiguiente ponen en expectación, si la cosa no es de importancia se incomoda del chasco el auditorio. 5º. La pausa prosódica es el reposo que toma el Orador de trecho en trecho del discurso, para marcar la transición de un sentido a otro; las pausas dan lugar al mismo tiempo al Orador para que tome aliento, para pensar y hacer combinaciones instantáneas, para que se serene y conserve el dominio sobre si mismo, que tan necesario es 170


Retórica Forense

principalmente al Abogado. Claro es que el orden mismo del discurso es el que debe determinar cuándo han de hacerse las pausas, para señalar las divisiones del sentido; y que sería muy intempestivo cortar el hilo de la disertación y dejar suspenso al auditorio, en medio de un periodo o de una sentencia. Para evitar estas suspensiones violentas, tan perjudiciales a la claridad del discurso como a la hermosura de su estilo, debe cada uno cuando está hablando, tener cuidado de tomar aliento suficiente para lo que ha de recitar. Es grande error creer, que para tomar aliento se ha de esperar al fin del periodo, cuando falta ya la voz; se puede recoger con mucha facilidad en los intervalos del periodo cuando la voz queda solo suspendida por un instante, y con esta economía tendrá siempre el Orador suficiente voz para concluir las sentencias mas largas. Las pausas en el discurso se han de disponer de la misma suerte que en una conversación importante, y no conforme a aquella afectada y estudiada manera que tomamos leyendo los libros, según la puntuación común. Para que las pausas sean graciosas y expresivas, no solo se han de poner en su propio lugar, sino que han de ir también acompañadas del tono que indique su naturaleza. Unas veces es oportuna solamente una breve suspensión de la voz; otras se requiere en la voz algo de cadencia; y otras aquel tono y cadencia peculiar, que denotan que se dio fin a la sentencia. En todos estos casos nos debemos conformar con la manera que nos inspira la naturaleza cuando tenemos con otro una conversación animada y de entidad. MOVIMIENTOS DEL CUERPO

Comprendemos en este párrafo la expresión de la fisonomía y la acción del cuerpo. El gesto y la acción corren siempre unidos a la palabra. Si a un hombre acostumbrado a hablar en público, le vendasen los ojos y lo ligasen los pies y manos para que en este estado pronunciase un discurso, se figuraría que tenía también la lengua clavada y los labios cosidos, y no sabría articular una palabra, en fuerza de lo natural y habitual que es a todo hombre, acompañar sus palabras con acciones y gestos, particularmente cuando el ánimo esta enardecido. Todos los músculos de la cara pueden recibir una expresión marcada; y los ojos más que todo, como espejos del alma, descubren sin 171


Miguel Antonio De la Lama

disfraz y sin engaño todas sus emociones. La expresión de los ojos va siempre acompañada de la de toda la fisonomía; porque cuando aquellos hablan, esta no puede permanecer muda; y entonces la fisonomía del Orador presenta un nuevo cuadro transparente de sus ideas y afectos, debiéndose atribuir a esta doble fuerza el gran poder de los discursos, que se pierde o debilita cuando la imprenta los recoge y los transmite. Los movimientos del cuerpo revelan muchas veces lo que las palabras no expresan; mas lo revelan con señales tan inequívocas, que todos los corazones lo comprenden, porque les habla el lenguaje de la naturaleza y de la pasión. Las reglas sobre este punto pueden reducirse a las siguientes: 1º. Los movimientos deben corresponder a los sentimientos del alma. Es perjudicial que el Orador busque, combine y estudie otros movimientos que los que su misma alma le sugiera; porque todos los que vengan preparados y estudiados se resentirán de afectación, y carecerán del desembarazo, que es en lo que consiste la principal gracia de acción. La afectación mata todas las gracias y eclipsa toda la hermosura del discurso: todo lo que descubre rastro de arte y afectación es fastidioso, y no puede causar más efecto que tedio y descontento. 2º. Los movimientos pueden variarse hasta lo infinito; pero deben usarse con parsimonia, y procurarse sobre todo que tengan dignidad. 3º. El Orador debe conservar la posible dignidad en todo su cuerpo. La posición debe ser recta, un poco inclinada hacia adelante, porque así queda el cuerpo con mas libertad y soltura; pero sin inclinar la cabeza hacia el pecho, lo que es señal de apocamiento y confusión; así como si se mantiene erguida indica descaro y arrogancia, y dejarla caer sobre los hombres es costumbre de flojos y afeminados. La inclinación atrás da a los movimientos dificultad y una dureza de mal afecto. 4º. El semblante ha de corresponder a la naturaleza del discurso; y cuando no se expresa alguna conmoción especial, es mejor un mirar serio y grave. Los ojos nunca han de estar fijos sobre un objeto, sino que han de girar alrededor del auditorio. 5º. Los demás movimientos no deben ser todo el cuerpo, sino que la acción ha de partir del brazo: el derecho es de más uso. Las 172


Retórica Forense

conmociones ardientes piden la acción de las dos manos, correspondiéndose la una a la otra; pero hágase la acción con una o con ambas, lo que importa es que los movimientos sean desembarazados. Los duros y enérgicos son desgraciados por lo general, por lo cual los movimientos de las manos han de nacer del hombro y no del codo. También los movimientos perpendiculares, en línea recta de arriba abajo, raras veces son buenos: los oblicuos son en general los más graciosos. Los movimientos no deben ser ni muy pausados, ni muy ligeros; sino que han de seguir naturalmente el curso de la expresión, se han de hacer con cierto orden y compás, y al mismo tiempo con variedad; porque los movimientos desconcertados, así como los que son enteramente uniformes, parecen maquinales, y pierden toda su significación. 6º. Se debe evitar las contorsiones y demás movimientos desagradables; para lo que es bueno ejercitarse delante de un espejo, y mejor aún, en presencia de un amigo acreditado por su buen gusto. __________

147. Reglas especiales para el Abogado: su fundamento.– Las anteriores reglas sobre la voz y los movimientos del cuerpo, para el Orador en general, no bastan para el Abogado; porque su elocuencia en esta parte difiere de todas las otras; y el respeto que inspira el Tribunal en que habla, la solemnidad severa de aquel templo dedicado a la justicia, la mayor compostura y templanza que exige en todo, hacen forzosas e inexcusables otras prevenciones, que pueden resumirse en las siguientes reglas: 1º. La voz debe tener cierta gravedad, y ser siempre en su acento comedida y respetuosa; guardándose la decencia, el decoro y la dignidad que corresponden a la majestad de la justicia, que preside en las discusiones forenses. 2º. Cuando la discusión es tranquila y apacible, el tono debe ser el mediano; porque la voz debe estar en armonía con el estado del corazón. Cuando por el contrario la pasión se excita y se desborda, la voz debe ser poderosa, enérgica y alguna vez terrible; porque entonces no es mas que el eco de una tempestad interior, el trueno que anuncia el desorden de la naturaleza. Esta vehemencia sienta muy bien cuando las circunstancias la piden o la excusan; pero no hay nada tan ridículo, 173


Miguel Antonio De la Lama

como dar grandes gritos sin que haya ocasión que pueda justificarlos, como si la razón de los Jueces estuviera en sus oídos, o como si se hubiese de convencer con la fuerza de los pulmones. “El mismo lustre de la abogacía exige, que desaparezcan para siempre de los Tribunales, los gritos descompasados, las entonaciones destempladas, los acentos furibundos con que algunos letrados, en vez de esforzar la defensa y lucir su ingenio oratorio, como tienen la sandez de creerlo, no hacen mas que abusar de la indulgente tolerancia de los Magistrados, fastidiar al auditorio y desacreditar sus trabajos”. 3º. La énfasis usada con la prudente circunspección que hemos aconsejado en la regla 3a. Sobre las inflexiones, es el auxiliar más poderoso en boca de un Abogado diestro y entendido; porque en los informes forenses es de la mayor importancia llamar la atención de los Jueces y facilitar su comprensión, recalcando las palabras principales de cada demostración.26 4º. Debe procurarse que la expresión del semblante sea tranquila y afectuosa; el mirar, grave y serio. Los ojos del Orador estarán fijos en el Tribunal a quien dirige la palabra; y de cuando en cuando los inclinara hacia el suelo, dando muestras de modestia. No debe mirar al auditorio; porque es a los Jueces y no a él a quien se dirigen los razonamientos; mas si alguna vez le lanzara una mirada rápida, procure que ésta no indique un ruego más o menos claro por su aprobación, porque el Abogado no la necesita más que de su conciencia, y se rebaja en el momento en que la busca en otra parte. 5º. En la elocuencia forense debe haber poca acción; porque grave y austera, en nada se parece a la teatral. Las escenas teatrales representan comúnmente situaciones extraordinarias y romancescas, hechos heroicos y horrorosos, y rasgos sublimes y raros. Por el contrario, las discusiones judiciales versan sobre sucesos ordinarios y frecuentes en la vida humana; y los Abogados que solo hablan para instruir y persuadir, y para fundar el derecho que patrocinan en la justicia y en la ley, no pueden servirse de exageraciones, ni otra especie de adornos que no digan bien con la verdad y la razón, que son sus legítimas armas.

26 Sobre la celeridad no tenemos nada que aregar a lo que dejamos dicho en el número anterior.

174


Retórica Forense

6º. En todo el porte del Abogado debe haber decoro y dignidad, sin timidez y sin arrogancia. Las actitudes poco nobles, los golpes de manos y de pies, las miradas atrevidas y jactanciosas, todos los ademanes de altivez y osadía se deben proscribir, porque son ajenos del lugar y de suyo irreverentes. “Las contorsiones son propias de figurones de teatro, y no del noble y excelso ministerio de un letrado”. 7º. En el exordio y la narración, los movimientos deben ser leves y comedidos; porque, cuando no hay contradicción, ¿Qué motivo puede haber para agitarse? La calma del Orador anuncia, en cierto modo, la seguridad que tiene en la exactitud de los hechos que refiere. 8º. En la demostración y la refutación, que es cuando se empeña la controversia, se desenvuelven todos los medios de defensa, se juegan todos los resortes oratorios y se da mucha mas vehemencia a la expresión, tienen mejor lugar los movimientos, y parece natural que todos los miembros del cuerpo concurran a sostener y apoyar los sentimientos y deseos del alma del Orador, que se supone en un estado de agitación. Guardando una perfecta correspondencia con los que los labios pronuncian, el rostro del Orador estará diciendo que lo afirma y lo asegura; mientras que los brazos y las manos, con sus ademanes, parecerá que se están ofreciendo para sostenerlo y defenderlo. 148. Concurrencia de las operaciones del espíritu en cada una de las partes del discurso.– Prescindiremos de la pronunciación; porque hemos dado ya, con la detención que se merece, las reglas para su uso en cualquiera de esas partes. En el exordio –la invención se reduce a determinar las ideas o pensamientos que queremos hacer entrar en él –disposición, a colocarles en el orden mas oportuno –la elocución, a expresarlos con un lenguaje claro, sencillo e insinuante. Más, se necesita hacer una observación: cabe claridad y sencillez sin que haya belleza, y el Orador debe procurar que no falte esta en sus exordios; porque lo bello es siempre un atractivo, y se recibe mejor lo que se nos dice, cuando se nos presenta colocado entre flores. No deben sin embargo prodigarse estas; porque nunca conviene hacer alarde desde el principio de toda la riqueza de la imaginación, y si ir derramando sus galas con prudencia y economía.

175


Miguel Antonio De la Lama

En la proposición y división – el inventar, el disponer y el enunciar, están reducidos a pocos pensamientos y palabras, y basta que haya claridad, laconismo, método y exactitud. En la narración –en ella entran hechos, y no ideas o pensamientos; y por consiguiente no hay invención, si no es para escoger el aspecto en que mejor convenga presentarlos– en el número 92 hemos dado la regla sobre la disposición o modo de ordenarla – respecto de la elocución, el lenguaje debe ser ligero y proporcionado al objeto. Su sencillez no admite grandes movimientos, ni la hipérbole que todo lo exagera o lo deprime; pero hay imágenes insinuantes, ligeras, con brillo, que pueden aprovecharse muchas veces con gran suceso, a condición de no desfigurar los hechos. Los giros y formas que dan gracia, belleza y colorido, hacen mas interesante la relación, que se insinúe favorablemente en los ánimos y que se grave en ellos de un modo permanente: una narración descarnada, seca, infecunda, a nadie gusta y con nadie se recomienda; por lo que Cicerón y Quintiliano aconsejan mucho el ornato en ella, y nos dicen que debe ser jucundíssima. Aún el patético indirecto puede y debe mezclarse en las narraciones, para que así sea luego mas intenso y mas seguro el efecto del patético directo de que se echa mano en la peroración.27

27 Por patético indirecto se entienden ciertas pinceladas, ciertos golpes al corazón, que si no lo exaltan, lo conmueven, y que empiezan la obra que el patético directo concluye más tarde. Estos rasgos que pasan con la celeridad del relámpago, pero que brillan e impresionan como él, dejan hondo recuerdo, despiertan los afectos que dormían bajo la helada ceniza de la indiferencia, y los animan para que respondan a la impulsión de la palabra, y a las vibraciones poderosas de la inspiración: así como en la música necesitamos de un preludio que ponga a tono nuestro oído, así también el corazón, que no es más que un instrumento con una cuerda para cada sonido y un sonido para cada afecto, necesita un preludio antes que se conmueva intensa y profundamente. El patético indirecto templa la lira y preludia: el directo se apodera de ella con mano diestra y segura, y vibra los sonidos que estremecen y despedazan.

176

Tiene otra ventaja el patético indirecto esparcido en la narración. Cuando el Orador llega a la parte de afectos, todos saben que va a poner en juego todos sus medios, y a atacar al corazón con todas las armas de su elocuencia. Instintivamente se previenen y desconfían: a las veces este recelo forma un muro que no pueden penetrar los golpes más certeros y porfiados, ni las imágenes más bellas y seductoras. En el patético indirecto sucede lo contrario: como consiste en rasgos rápidos y fugaces, en frases sueltas que parecen nacidas al acaso y sin designio ni premeditación; ni los Jueces ni el auditorio se alarman, y consigue siempre su objeto porque encuentra las almas abiertas y confiadas. (López).


Retórica Forense

En la demostración – la invención es muy importante; porque de encontrar los más y mejores argumentos depende todo el resultado – en su disposición o mejor orden consiste una gran parte de su fuerza el lenguaje preciso, sonoro y persuasivo, es de absoluta necesidad para que la palabra produzca y arraigue una convicción completa. En esta parte de prueba tienen poco lugar los movimientos oratorios, las galas y bellezas de expresión: lo único que se necesita es ingenio para encontrar los argumentos, talento para combinarlos de la manera más perceptible y convincente. No obstante, deben aprovecharse las oportunidades que ofrezcan los argumentos para dirigir al corazón algunas excitaciones, rápidas y pasajeras; pues el patético indirecto debe sembrarse en todo el discurso, desde que dispone las almas a la fuerte e irresistible emoción que luego completa el patético directo. Aún la vehemencia y el calor deben emplearse, cuando haya prueba del crimen y también de la inocencia; porque entonces es menester que el Abogado despliegue todas sus fuerzas, ponga en acción todos sus medios y en movimiento todos sus recursos, para rebajar y aún destruir las pruebas del delito, realzar y ofrecer en relieve las de la inculpabilidad, y formar un paralelo diestro y de pasión; figura, que recorriendo y comparando principios, hechos y circunstancias, concluye con una proposición exclusiva y victoriosa. En la refutación no hay invención, sino memoria para recordar e ingenio para presentar los argumentos del competidor, según queda dicho en las reglas tercera y cuarta del numero 112 sobre la disposición o método que ha de observarse, hemos dado también la regla en el numero 111– el lenguaje debe corresponder siempre a las impresiones que le preceden, y al tono que estas hayan podido dar al alma en sus movimientos y flexibilidad. En la refutación puede y debe haber más calor, un lenguaje más elevado, movimientos y arranques que no permite el carácter tranquilo de la parte de demostración: la oposición enardece, y natural es siempre que el hombre responda a ella con más pasión y con más vehemencia si esta vehemencia seria un defecto en la línea reflexiva y templada de la demostración, otro defecto seria la calma y la impasibilidad en la línea acalorada y ardiente de una respuesta en el acto provocada. En la peroración –la invención consiste en encontrar las ideas que mas hablan al sentimiento –la disposición, en arreglarlas de modo que, aunque no sea el más rigurosamente ordenado, pueda llevar a

177


Miguel Antonio De la Lama

aquel fin la elocución, en valerse de las frases de más fuerza e intensidad para conmover y arrebatar a cuantos nos escuchen: pocos adornos, porque la pasión quiere vigor y no galas. En el epílogo –puede decirse que más bien que invención hay elección; pues no se hace otra cosa que tomar de todo lo expuesto lo que creemos más fuerte y concluyente –la disposición sirve para ordenarlo en la forma más propia –la elocución, para vestirlo de modo que lleve en si belleza y energía. La conclusión pide –invención, puesto que ha de formarse con ideas –disposición, porque éstas reclaman arreglo intelectual –elocución, porque se necesita adornarlas con formas externas, las más a propósito para hacer durable y permanente la impresión que antes hayamos producido.

178


CAPITULO VI IMPROVISACIÓN

SUMARIO.– 149. Concepto de la improvisación.– 150. En qué consiste el talento y la destreza del improvisador.– 151. Excelencia de la improvisación.– 152. Excelencia del improvisador.– 153. Necesidad de la improvisación.– I54. El Abogado debe ser improvisador.– 155. La improvisación es una facultad adquirible.– 156. El improvisar es un arte.– 157. Importancia de las reglas.– 158. Condiciones para que sea provechosa la educación del improvisador.– 159. El que trabaja para hacerse improvisador debe estar prevenido contra el desaliento.– 160. Principales dotes naturales del improvisador.– 161. Se debe emplear el método analítico.– 162. Reglas sobre las palabras.– 163. Reglas sobre las frases.– 164. Reglas sobre los periodos.– 165. Construcción del discurso lógico.– 166. Reglas.– 167. El improvisador en la tribuna: reglas.– 168. El improvisador después de dejar la tribuna: reglas.– 169. Resumen de las reglas de la improvisación que da Gorgias.

§1. PRINCIPIOS GENERALES

149. Concepto de la improvisación.– Improvisar es leer con facilidad y prontitud en el diccionario de las ideas y de las palabras escritas en la cabeza de cada hombre. Por lo cual se dice, que la improvisación no es más que la producción espontánea y repentina de lo que ya se sabe, de lo que antes se ha aprendido y meditado. Bajo este punto de vista, no hay nada improvisado absolutamente hablando; porque toda improvisación es el resultado de las ideas antes adquiridas y de la meditación ejercitada sobre ellas. Nadie puede improvisar, ni aún hablar siquiera, en una materia o sobre un objeto de que absolutamente no tenga noción alguna. 179


Miguel Antonio De la Lama

150. En qué consiste el talento y la destreza del improvisador.– El talento del improvisador consiste, en consecuencia, en aprovechar con oportunidad y rapidez en su discurso, los conocimientos que ha logrado atesorar a fuerza de aplicación y de trabajo. Los juicios de los hombres ofrecen diferente aspecto, según la diversa dirección en que se les mira; de aquí es que no hay verdad o proposición que no presente un flanco por donde poder ser atacada. La destreza del improvisador consiste en conocer instantáneamente, el lado por donde puede hacer el ataque con más suceso. 151. Excelencia de la improvisación.– La improvisación se presenta como el fenómeno más admirable del genio, y como la obra más pasmosa y difícil del talento. No es el improvisador el guerrero que necesita disponer y vestirse sus armas para correr al combate: no es el enemigo de un día, ni de una circunstancia, ni de un caso dado: es el campeón siempre alerta y siempre amenazante, que lleva consigo cuanto necesita para lidiar y para vencer. El improvisador posee la inmensa y preciosa ventaja de no poder ser nunca derrotado; porque, aunque alguna vez sea vencido en el fondo, siempre queda vencedor en las formas; su caída entonces no se percibe, y por consiguiente no va acompañada de la humillación ni de la vergüenza. La concepción y la expresión son simultáneas: no media tiempo alguno entre la obra del talento que busca, la del genio que encuentra y crea, y la de la lengua que da con la voz una forma ostensible a lo que el alma le envía como producto de aquella elaboración instantánea. La palabra improvisada parodia a Dios en los momentos admirables de la creación: si Dios con un sólo mandato hizo brotar la luz del seno de las tinieblas y al Mundo todo de la masa informe del caos, el improvisador quiere, y al impulso de su voluntad nacen ideas con formas que les dan vida y movimiento y que atraviesan el espacio como visiones misteriosas de esplendente claridad, dotadas de un poder mágico con que se apoderan de los espíritus y de los corazones, y todo lo subyugan. Los oradores preparados producen sólo en sus discursos lo que han combinado y tejido en la soledad y en el silencio: son más bien recitadores fríos que apasionados tribunos, y fácilmente se

180


Retórica Forense

distraen; porque su atención gira sobre los recuerdos, y no sobre las emociones de la actualidad. El improvisador entretanto vive y es sostenido por las impresiones rápidas del momento, se entrega por entero al presente, y no vuelve su cara a lo pasado, ni lanza su mirada al porvenir: en él no se ve al hombre del trabajo, al hombre de ayer y de antes de ayer que ha arreglado su obra lenta y concienzudamente a costa de desvelos y de fatigas; sino un ser superior al hombre, que habita en otras regiones, y que es poseedor de un lenguaje más espiritual, dotado de todos los encantos y de un poder fascinador. (López).

Sin duda hablaba de un improvisador, aquella Reina que para excusar una acción harto libre, decía “que no había besado a un mortal, sino a la boca de que salían tan bellas y arrebatadoras palabras”.28 152. Excelencia del improvisador.– Cuando el improvisador ha adquirido el hábito de llevar al auditorio, hasta la evidencia en la parte de convencimiento, y en los afectos hasta el entusiasmo, el público se encarga de proclamar su gloria, y él mismo queda satisfecho gozando de aquel placer indefinible que va siempre ligado a la idea de la superioridad. La superioridad en la palabra tiene otros encantos que la del talento. Discurrir con más exactitud que los demás, ver en las ideas y en las cosas relaciones y misterios que otros desconocen, tener una vista perspicaz que registra en las cuestiones hasta las arenas de este Océano sin riberas, porque los confines del pensamiento son indeterminados, es sin duda una gran prerrogativa que produce la admiración y da

28 Puede decirse de la improvisación lo que un Magistrado del siglo XIV. “¡Oh divina y más que divina Elocuencia! ¿No eres tú la única que puede dar vida, duración, fuerza y luz a los actos de nuestra justicia, cuyos actos, sin ti, serían mezquinos, estériles, vagos, oscuros, ilusorios, y hasta calumniados y vilipendiados? ¿No eres tú la que, auxiliada de la fama, conservas en nuestra memoria y en lo más profundo de nuestros corazones los bellos triunfos de la Justicia? ¿No eres tú la que establece entre los fallos por ti dictados y los que se han pronunciado sin tu participación, una diferencia tan grande como la que podría imaginarse entre las batallas de griegos y troyanos, si Homero no las hubiese cantado, al singular realce con que ahora aparecen en su magnífica Iliada? …. Los fallos que tú dictas, ¡oh Elocuencia! Se transmiten perpetuamente, en vez de que, si les faltase la vida que tú le das, quedarían ahogados en un oscuro silencioso”. (Anaya)

181


Miguel Antonio De la Lama

del hombre una alta idea, colocándolo muy por encima del nivel de las inteligencias comunes; pero vestir estos pensamientos con el traje más brillante y fascinador, hablar el lenguaje de los ángeles y dominar por este medio en los espíritus y en los corazones de cuantos no escuchan, es más que ser hombres superiores, es participar de una naturaleza ideal y casi divina, colocada en otras esferas y conocedora de otros arcanos. Acostumbrado el improvisador, por sus continuos ejercicios, a ver y pintar las cosas por el lado más bello y seductor, se forma una existencia interior elevada, todos sus pensamientos participan de esta grandeza, y cada día se aleja más de la vida exterior y prosaica a cuyo compás rutinario se mueve y agita el mundo.29 153. Necesidad de la improvisación.– Todos los Oradores necesitan poseer, más o menos, el arte de improvisar; porque ninguno de ellos puede tener la seguridad de que siempre le servirá lo que lleve dispuesto, y de que no se verá nunca en el compromiso de desecharlo para valerse de otros recursos, de otros argumentos, y de otra dicción, enteramente nuevos y repentinos. ¿Qué dirá, el que haya de hablar en público, cuando los accidentes de una discusión han metamorfoseado el debate, colocándole en un terreno muy diverso de aquel en que al principio se encontraba? ¿Cómo responderá a un argumento que no había previsto, y cuya contestación no puede dejarse para el siguiente día? ¡Triste posición la de una Orador que va encerrado en su plan como una máquina neumática y que no puede, sin tropezar, dar un sólo paso fuera de él! Su angustia, o más bien su agonía, causa lástima; porque no acertará a salir de esta posición comprometida, si es enteramente extraño al arte de improvisar.

29 El improvisador vive en el mundo como si no le perteneciera, y su alma está siempre en la región feliz del idealismo y de celestiales ensueños: para él no puede haber pesares prolongados, porque en sí mismo lleva las compensaciones y los consuelos. Cicerón recomendaba el comercio de las letras en las aflicciones de la vida; más, el de las bellas letras, a que el improvisador necesita estar continuamente dedicado, es más dulce, más grato y más fecundo en recursos. Se ha dicho que no se puede robar todo al poeta, porque le queda siempre su lira: tampoco se puede robar todo al improvisador, que tiene en sus pensamientos el delicado perfume de la poesía, sin imitar sus ficciones. (López).

182


Retórica Forense

El Orador que inicia el debate no se ve precedido de ningún otro que haya podido variar la cuestión, ni desflorarla. ¿Más, por ventura, después de ese Orador no ha de hablar otro que combatirá sus razones, que procurará pulverizar sus argumentos, y que provocará indudablemente una contestación? Si el primero no cuenta entonces con la facilidad de improvisar, no hará otra cosa que balbucear algunas palabras sin orden, sin precisión, sin enlace y sin colorido, que no servirán más que para echar una mancha sobre la reputación que hubiera podido granjearle su preparado discurso. Y no se nos oponga que en esos segundos discursos, en esas respuestas momentáneas, basta ser claros y correctos, sin que se necesite hacer alarde de elocuencia; pues nada tiene muchas veces tanta dificultad, como esos apéndices a los discursos, que si se saben aprovechar completan su efecto y dan el golpe de muerte al adversario. Más en ellos hay que luchar, no sólo con la dificultad de la materia, y principalmente con la que siempre se encuentra para presentar en pocas palabras un grupo de ideas que piden más ancho campo y mayor dilatación, sino también con la tiranía de los reglamentos, que con la fórmula de: sólo para rectificar hechos o deshacer equivocaciones, sujetan al Orador con fuertes ligaduras, que ya que no se pueden romper, es necesario saber darles la posible elasticidad. Ligar con suma ligereza las observaciones a los hechos; mezclar diestramente lo que se permite decir con lo que se prohíbe tratar de nuevo; rebasar el círculo que en torno del Orador está trazado, sin que aparezca que se ha salido de él; y a favor de este artificio anunciar una idea o un principio culminante que destruya una larga serie de raciocinios, es empresa que pide mucho tacto, mucha lógica, mucho dominio de la palabra, mucha sagacidad y mucha soltura y arte en el decir. Aún el Orador, pues, que inicia la discusión necesita saber improvisar, si desea completar su triunfo con una salida pronta y apremiante, que se aplaude siempre; porque se conoce que no ha podido ser fabricada en los talleres de la meditación, sino que es la planta que germina, arraiga y aparece en aquel mismo instante.30

30 Y si esto sucede al Orador que no habiéndole otro precedido, puede decir lo que quiera y como quiera: ¿qué sucederá a los demás que vienen al debate cuando está ya apurado, o por lo menos metamorfoseado cien veces en el curso de una discusión prolija y empeñada? Se propone uno hablar, y arregla cuidadosamente su arenga para pronunciarla en tercero o

183


Miguel Antonio De la Lama

Lo que hemos dicho del Orador primero, llamado a replicar, es aplicable con mayor razón al que debe combatir sus razones, que pueden tomarle de sorpresa. No hay duda: el que sólo pueda pronunciar discursos preparados de antemano, que siempre revelan el frío y languidez de su origen, no puede decir que manda la palabra a su arbitrio, ni creer que es otra cosa que la mitad del Orador en su bello conjunto. 154. El Abogado debe ser improvisador.– Lo expuesto en los dos párrafos anteriores tiene mayor aplicación respecto de los Abogados. Una lucha forense es un cambio animado de ideas. Un Abogado habla; el Juez y el Abogado contrario escuchan, siguiendo atentamente el curso de sus palabras; todos los asistentes toman parte en el debate, y en cierto modo juzgan según él, se aconsejan de él, se instruyen por él, y se determinan por él mismo. En vez de la palabra, poned al Abogado en la mano un discurso escrito y se acaba su poder. La atención del Juez necesita fijarse por medio de los sentidos: quiere que el Orador tenga los ojos fijos en él, y que las miradas de ambos se encuentren. No quiere tener delante una máquina de lectura, sino por el contrario un hombre que hable con emoción a su corazón, y que exprese por medio del gesto, del acento y de las miradas, la vida que lo anima; ¿y sucederá esto, si dirigida la vista al papel, desparece la dignidad de la acción, y si una actitud encorvada y sin gracia, monótona o fría, no conviene con el sentimiento que debe dominar el alma? Y en tal situación, ¿no es contrario a la naturaleza que la voz del Orador se conmueva y apasione? ¿No es ridículo que

cuarto lugar, porque este es el que ocupa en el turno de la palabra. Asiste a la sesión desde el primer día; y si no cuenta con la facilidad de improvisar, le veréis a cada momento lleno de inquietud y de zozobra: ve que según van avanzando los Oradores que le preceden, van echando mano de los argumentos que él tenía preparados. Cada uno de estos golpes le quita una arma de agresión o de defensa, y presiente en su desesperación que al fin quedará sin ninguna, y tendrá que aparecer así en la arena, dando segundas ediciones, para sufrir una pública y vergonzosa derrota: cada uno de esos golpes es una pluma que se arranca a las alas del ave que pensaba remontarse con su ayuda, y que cuando concluyan de desaparecer, el ave no podrá hacer otra cosa que andar, o tal vez se verá obligada a arrastrarse como un reptil. (López)

184


Retórica Forense

delibere con sus Jueces, teniendo fijos los ojos en el papel, y verle mantener un diálogo e interrogar, con su papel en la mano para responder?. Supongamos que no lea, sino que recite un discurso trabajosamente aprendido de memoria. Su escogimiento, su lujo prestado nos desagrada: el arte exige que se oculte, principalmente en el foro. El Juez conserva generalmente cierta sombra, cierta desconfianza del que por medio de un discurso preparado se inspira de tibias emociones. Y no hay modo de disimularlo, aunque parezca que con los ojos pidió al Cielo auxilio e inspiración: vuestra misma facilidad os descubrirá; y hay por otra parte un sello particular que distingue las producciones instantáneas de la improvisación y que permite hablar con certidumbre: aquí concluye el trabajo del escritor, y principia el del improvisador. ¿Y cómo podrá conseguir que penetre la pasión en un discurso escrito mucho tiempo antes? ¿Y qué sucederá sin cualquier accidente lo turba, y le hace perder el hilo de su discurso? Desgraciado el Orador forense que funde sus esperanzas en la escritura; porque si de cualquier modo que sea llega a romperse el hilo de su discurso, al punto aparece una laguna en sus ideas: la inteligencia padece en este caso cruelmente: embarazada, paralizada en su acción, se desordena, y a manera de un caballo a quien se sujeta, se niega absolutamente a seguir adelante. Suponed al Abogado que escribe su discurso, en concurrencia con otro que improvisa el suyo: las más veces será de este último la victoria porque en la improvisación solamente ocurren aquellos momentos felices en que la palabra conmueve el ánimo de los oyentes; a la manera que el eslabón hiere al pedernal inerte, y hace que de él se desprenda aquella chispa eléctrica, que se llama entusiasmo, y que se produce, cuando habiendo llegado el discurso al más alto grado de su poder, aparece el pensamiento del Orador con una luz resplandeciente, que se comunica al auditorio, en el que ejerce su mágica virtud. Entonces la palabra, en alas de su entusiasmo, salva la distancia que separa la Tierra del Cielo. Sólo se tolera un discurso escrito a los principios; y aún así, hace formar un concepto poco ventajoso de la persona que lo ha pronunciado. No merece el nombre de tal, el Abogado que no improvisa; será un escritor, un literato, que podrá obtener las palmas de la victoria en los juegos olímpicos; pero no el hombre siempre dispuesto, 185


Miguel Antonio De la Lama

siempre armado, a quien podréis confiar la defensa de vuestra honra, de vuestra libertad, de vuestros bienes. El Abogado que escribe, sólo camina con andadores; el que improvisa, no lleva trabas: todo marca en las obras del primero las señales de sus ligaduras, todo descubre en las producciones del segundo su noble independencia. El Abogado que improvisa tiene sobre el que escribe, la misma ventaja que un hombre a caballo respecto de otro a pié. Es imposible evitar la necesidad de improvisar: si falta este talento especial, la carrera de la elocuencia forense, más que ninguna otra, sólo puede ofrecer derrotas sangrientas y agonías mortales. La causa que el Abogado está encargado de defender, puede de un momento a otro variar de aspecto; en cuyo caso, es preciso estar dispuesto a dominarla bajo el nuevo punto de vista con que de repente se manifiesta; por consiguiente, el Abogado que no tenga el hábito de la improvisación, se verá abrumado bajo tan pesada carga: no podrá mantenerse en un estado permanente de guerra encarnizada, que exige grandes fuerzas y un vigor extraordinario. (López).

155. La improvisación es una facultad adquirible.– De tres maneras expresa el hombre su pensamiento por medio de la palabra: en la conversación alternativa o diálogo, en el discurso preparado y en el discurso improvisado o espontáneo. La conversación es una improvisación breve que cambia a cada instante de materia y objeto, que muda continuamente de fisonomía, que desflora y no profundiza; por lo que no pueden prevenirse las réplicas, pensarse de antemano las contestaciones, ni calcularse el giro que llevará la discusión. El discurso continuo no es más que la perfección y prolongación del discurso cortado del diálogo; por lo cual, lo que sucede en éste es aplicable a aquel. En la conversación familiar no brilla más el que más sabe, sino el que tiene más facilidad y soltura adquirida con el uso y con el buen trato. Corneille y Juan Jacobo Rousseau, dos hombres tan superiores, de tan inmensos conocimientos y de imaginación tan fecunda, no solo no hubieran podido pronunciar jamás un discurso, sino que en la conversación alternativa se veían cortados y oscurecidos; en tanto que a su lado brillaban otros que no tenían ni sus facultades ni su saber. Es que 186


Retórica Forense

aquellos dos escritores, encerrados en la atmósfera de su pensamiento, sin trato frecuente con el mundo, y sin el necesario ejercicio en la palabra no conocían el modo de sacar de ella ventajas, porque no estaban acostumbrados; mientras que la manejaban con gran soltura y elegancia, los que habían adquirido por la práctica el hábito de dominarla y de hacerla seguir todos los giros de sus concepciones y voluntad. Ejercitémonos en la palabra como nos ejercitamos en la lectura, y estemos seguros de hacer los mismos o parecidos progresos. Cuando leemos, recordamos y combinamos: adquiramos por el uso de la palabra el hábito de hacer instantáneamente recuerdos y combinaciones, y seremos improvisadores. (López).

Esa facilidad prodigiosa tan rara y sorprendente, que tanto nos admira y nos encanta, puede adquirirse por todos los que tengan sólo un regular talento, con tal que la educación sepa dirigir y arreglar sus facultades y sus esfuerzos.31 Téngase presente que un hombre eminente ha dicho: “la sabiduría consiste menos en la abundancia de doctrinas, que en un hábito feliz de discurrir bien sobre datos conocidos”. Cuando oímos un discurso todos decimos: “eso lo sé yo, aunque no puedo decirlo así”; luego no echamos de menos la inteligencia, sino

31 Generalmente se cree que son pocos los hombres que nacen con disposición para las combinaciones científicas, y de aquí el descuido en la educación que se da al mayor número; la experiencia, sin embargo, y la opinión de varios filósofos, nos dicen lo contrario. No está la diferencia principal en los talentos, sino en la voluntad y constancia para el trabajo, y en el acierto del método que en él se sigue. Descartes ha dicho: “el talento está bien repartido; más no basta tenerlo, sino que se necesita saberlo aplicar”. Quintiliano ha añadido: “es un error creer que hay pocos hombres que nazcan con la facultad de formar rectamente sus ideas; la mayor parte está igualmente organizada para pensar y retener con prontitud y facilidad. El talento es tan natural al hombre, como el vuelo al pájaro, la carrera al caballo, la ferocidad a los tigres; los hombres completamente inhábiles para las ciencias están tan fuera del orden de la naturaleza, como los monstruos y los fenómenos que nos admiran”. Todavía ha añadido Rousseau: “se cree que la diversidad de disposición que distingue a los individuos es obra de la naturaleza; más, sin embargo, por ella todos los hombres son susceptibles de pasiones bastante fuertes para darles aquel grado de atención a que está ligada la superioridad del talento”. Y si esto puede decirse respecto a las ciencias en general, mucho más cierto es respecto a la improvisación, en que todo depende del estudio y del ejercicio.- (López).

187


Miguel Antonio De la Lama

que lo único que nos falta es el arte. Que nadie diga: “yo nunca podré improvisar”. No es posible calcular lo que sucederá en el momento dado de la inspiración, por lo que sucede en las horas calladas de calma en una situación ordinaria: el Orador es el pedernal que arroja la chispa luminosa tan pronto como es herido por el acero: el genio en estos ensayos es como la flecha que escapa del arco, que no se puede presentir hasta donde alcanzará. 156. El improvisar es un arte.– La música es un lenguaje de ideas, y aún más de sentimientos; y el que se dedica a ella; primero aprende el nombre y el valor de cada nota; después las alterna, comprendiendo por este procedimiento todas las armonías; luego las aplica a un instrumento dado, que sirve como de traducción o lengua a sus concepciones; y por último, se entrega a la inspiración, creando hasta poemas que representan una acción continua con todos sus caracteres y con todos sus episodios. He aquí, aunque en diferente línea, la obra del improvisador: primero reúne las ideas y sus signos que son las palabras; después ensaya formar una pieza con aquellos elementos, y hace un discurso; y por último se abandona a sus arranques, a sus emociones, a las corrientes de la inspiración, e improvisa. Así como el músico es el resultado del arte; así lo es el improvisador, cuya facilidad debe mirarse como el más alto punto de la perfección oratoria. La improvisación es pues un arte que se aprende como cualquier otro, con el estudio y el ejercicio. Según los sistemas ideológicos, todas las operaciones del alma se reducen a movimientos y a repeticiones de movimientos; por este mecanismo se adquieren los hábitos, y los hábitos no son más que el triunfo de la constancia sobre las dificultades de una naturaleza rebelde. No basta hablar, sino que es necesario dominar por medio de la palabra; y a este punto no se llega, sino cuando la palabra se presenta con la fisonomía que le da el arte: la improvisación no se puede improvisar, con perdón del pleonasmo. 157. Importancia de las reglas.– Queda demostrado que el improvisar es un arte, y todo arte se adquiere con las reglas y con el ejercicio. Hay dos clases de improvisadores: unos de genio y otros de talento. Para formar los primeros no alcanzan las reglas, si bien les servirán 188


Retórica Forense

para marchar más veloz y más felizmente; más las reglas bastan por sí solas para formar un improvisador de talento, y no es pequeño triunfo hacer brotar flores en un terreno ingrato. Un escritor recomendable, al marcar la diferencia entre ambos improvisadores, ha dicho: “El genio es un don el más rico de la naturaleza; el talento es una adquisición del hombre. El producto del genio es Minerva, que sale armada de la cabeza de Júpiter; el producto del talento es un hijo ordinario de los Dioses, que nace y crece en el seno de la voluntad. El uno es la estrella fija que tiene en sí misma su deslumbradora luz; y el otro es un satélite que no tiene más que una luz opaca y prestada”. 158. Condiciones para que sea provechosa la educación del improvisador.– Un escritor moderno ha dicho: “la educación es la semilla, que unas veces cae en los caminos y se la comen los pájaros, otras sobre las peñas donde no puede echar raíces, otras entre zarzales y la maleza la ahoga, y otras sobre buena tierra y entonces fructifica”. Siguiendo el mismo giro en la observación, puede decirse: que la semilla comida en los caminos por los pájaros, es la que se pierde por la pereza y las distracciones; que la que cae sobre las peñas, es la educación que inútilmente se procura dar a los entendimientos obtusos; que la que perece ahogada entre los zarzales, es la que aborta y se malogra por los confusos y complicados sistemas que siguen los maestros; y que por lo tanto, todo el secreto de una inútil y provechosa educación está en que haya felices disposiciones, una aplicación continua, método y claridad al paso que sencillez en el modo de enseñar y de ejercitarse. 159. El que trabaja para hacerse improvisador debe estar prevenido contra el desaliento.– El desaliento y aún la desesperación suelen apoderarse del ánimo, cuando se ve que los resultados no corresponden, tan pronto como se quisiera, a los deseos y a las esperanzas. Este desdén del arte es ciertamente enojoso y mortificador; pero el modo de vengarse es vencerlo, y para vencerlo solo se necesita aplicación y constancia: para hacer una cosa bien es necesario, por lo común, haberla hecho mucho tiempo mal: la perfección es rara, y todo lo raro es costoso de alcanzar. Todos los que un día sobresalen, tuvieron preparaciones no menos incómodas, no menos desesperantes. Corneille, Racine y Crevillon conocían muy bien su lengua; pero el aprender a fabricar aquellos versos 189


Miguel Antonio De la Lama

inmortales que les han merecido la admiración del mundo, les costó porfiados conatos, lentos estudios, y ensayos por lo pronto infecundos.32 Las ideas, las palabras y los giros de concepción y de expresión, son para nuestra cabeza y para nuestra lengua, lo que son para nuestros dedos las diversas pulsaciones de un piano cuando nos dedicamos a su estudio: ni aún los aislados sonidos salen bien en el principio, después formamos ya cláusulas y armonías completas, y concluimos por dominar el teclado y enseñorearnos en su posesión. Otro tanto nos sucede con el teclado de la memoria y de la imaginación, cuando las queremos hacer servir para formar un discurso: al principio todo es desaliñado e informe; pero de esas mismas tinieblas, a fuerza de ensayos y de perseverancia, brota por último el orden y la regularidad. 160. Principales dotes naturales del improvisador.– Entre esas felices disposiciones figuran en primera línea la memoria y la sensibilidad. Inútil será que aspire a ser improvisador, el que no cuente con una memoria muy feliz, con ese don maravilloso del Cielo que hace patentes a nuestra vista en todos los momentos de la vida, cuantas ideas hemos adquirido y cuantas emociones hemos experimentado. El improvisador no puede pedir plazo a un auditorio que le escucha impaciente: es necesario que se representen en su cabeza, como en un espejo, todas las figuras o solo de actualidad, sino también de lo pasado. La memoria es la vela de su buque; y en el momento en que ésta se rompa o abata, el barco quedará parado aunque el viento de la inspiración le sople o impela.33 Más, no basta esa memoria feliz, razón clara, viveza y perspicacia de entendimiento, sino que es necesario también un gran fondo de sensibilidad en el corazón. Donde no hay sensibilidad, no puede haber

32 Siempre se empieza mal, y la perfección viene con el trabajo y con el tiempo. Si el mismo Demóstenes hubiera recordado en los bellos tiempos de su elocuencia poderosa, los discursos que dirigía a las olas cuando se propuso seguir la carrera de la tribuna, sin duda se hubiera avergonzado, y acaso no hubiera querido creer que fueran suyos. Su primera arenga en la plaza pública, cuando quiso ser Orador sin haberse preparado con estudios y ejercicios que le dieran la facilidad y el arte, le valió demostraciones tan ofensivas a su amor propio, que bajó de lo que creía el trono de su gloria, confuso y humillado.- (López) 33 Véase el número 28.

190


Retórica Forense

emociones; y donde estas faltan, no puede haber arranques, no puede haber inspiración, no puede resonar sino una palabra impotente y fría. Improvisador sin recuerdos prontos y exactos, e improvisador sin corazón que se inflame, son dos imposibles.

§2. APRENDIZAJE DE LA IMPROVIZACIÓN

161. Se debe emplear el método analítico.– En todo discurso hay ideas y lenguaje. Las primeras son del dominio de la ciencia, se adquieren y perfeccionan por medio de un estudio asiduo y variado, y debe tenerlas ya el que quiere aprender a improvisar; pasamos a ocuparnos pues de las voces, como signo representativo de la idea y del sentimiento. Un discurso no es más que el conjunto de varias partes o párrafos: cada uno de éstos se divide en períodos, cada período se compone de frases, y cada frase es el agregado de las palabras que la constituyen y que son su cardinal elemento. El aprendizaje debe principiar, entonces por esos elementos, y seguir en escala ascendente hasta la formación del discurso: método analítico. 162. Reglas sobre las palabras.– Las principales son las siguientes: 1ª. Los conatos del que quiera ser improvisador deben empezar por hacerse de un considerable número de palabras escogidas, que procurará conservar con cuidado en los archivos de su memoria; a fin de que vayan en su auxilio cuando las llame para significar con ellas sus juicios o sus emociones. Al efecto, debe esmerarse desde el principio en el lenguaje y los giros de la conversación familiar. El hombre se forma sobre lo que ve, y caso es el mayor de todos el poder de la costumbre. El hombre pule al hombre; y el buen trato mejora continuamente las maneras y la conversación, y da un caudal de expresiones escogidas, las mas a propósito por su propiedad, sonoridad y elegancia, para representar la idea con toda la belleza y encantos posibles. Por lo mismo debe huir el trato frecuente de las personas que solo tienen concepciones vulgares, triviales y bajas en su expresión, 191


Miguel Antonio De la Lama

y cultivar el de los hombres instruidos y de buen gusto, a cuyo lado siempre se adelanta; porque las imaginaciones son como los líquidos que tienen una constante tendencia a nivelarse. Hasta las personas dotadas de más imaginación y gusto, pueden hacer en sí mismas esta observación, cuando se ven en la necesidad de vivir por algún tiempo en una población atrasada, y en continua comunicación con gentes sin talento y sin cultura: buscan su antiguo temple intelectual, y no lo encuentran: quieren pensar con libertad y con elevación, y no pueden: ensayan a hablar como antes, y no aciertan: en la precisión incesante de tomar el nivel de los demás para ser entendidos, vienen a contraer aquel hábito pernicioso, y la cuerda de su imaginación duerme destemplada o muda porque ha perdido la costumbre de vibrar con sonoridad y valentía. El sello que se imprime sobre las ideas y sobre el lenguaje en los primeros años, difícilmente se borra con la edad adulta, y en las situaciones ulteriores más favorables a los progresos del entendimiento y de la locución. No es pues de extrañar, que los romanos se mostrasen tan cuidadosos en este punto, y que buscasen para nodrizas de sus hijos a las mujeres que hablaban su lengua con más propiedad y elegancia. Uno de los ejercicios que más contribuyen a dar al entendimiento copia de ideas y de marcha convenientes, es la traducción escrita; pero cuidándose mucho de conservar el genio y los giros de la lengua propia, porque no hay nada que siente peor en un discurso que el aire o sabor de extranjerismo. 2ª. No basta conocer las palabras; es necesario examinarlas a fondo, y penetrarse de su propiedad para representar exactamente el pensamiento a que deben servir. Para esto aprovecha mucho la lectura de libros escritos en correcto lenguaje, sobre todo la de los poetas; porque en ellos se recorre la escala de los afectos, y se describen y dibujan con un colorido encantador todas las situaciones de la vida y todos los objetos de la naturaleza. 3ª. Para aumentar el caudal de palabras, que es la riqueza del improvisador, conviene mucho ocuparse del examen de los sinónimos. En rigor, éstos no pueden admitirse en la precisión didáctica; porque aunque la significación principal de dos voces distintas venga a confundirse, siempre contienen diferencias accidentales que hacen desaparecer la identidad; pero en la elocuencia improvisada sucede lo contrario. 192


Retórica Forense

Los sinónimos sirven al Orador hasta como traje de gala, y no pocas veces sustituyen, en un momento fatal, a la palabra que había perdido. Suele suceder que en medio de un discurso el Orador tiene un instante de distracción o de olvido, y la palabra que se le presentaba oficiosa se oculta y esconde; los sinónimos vienen entonces en su socorrió y le sacan de su conflicto, como una mano amiga retira al que se ahoga de las aguas en que se veía pronto a sumergirse. 4ª. No es bastante conocer muchas palabras adecuadas, y sinónimos con que sustituirlas cuando ellas faltan, o se desea hacer una amplificación: es necesario además penetrarse de su índole, y hasta de su sonoridad. La misma idea se puede expresar de diferentes modos y en la elección de las voces y giros está todo el secreto y todo el encanto: la palabra es a la vez un medio de comunicación para el entendimiento, una música para el alma, y, un soplo o un sacudimiento para el corazón. Debe pues el improvisador clasificar las palabras, como el botánico clasifica las plantas, y el geógrafo deslinda las regiones: debe separar las que sirven para expresar pensamientos grandes y atrevidos, de las que anuncian ideas suaves y dulces; las que retratan la alegría, de las que pintan el dolor; las que han de servir a la grandilocuencia, de las que solo deben emplearse en ofrecer situaciones halagüeñas y bonancibles. 5ª. Procúrese recorrer con el pensamiento todas las voces que puedan servir a la enunciación de cada idea. Así se presentarán a nuestras almas todas a la vez, y se contraerá el hábito de que esta comparecencia simultánea se repita siempre que la necesitemos, y de que el entendimiento elija con acierto la flor más bella de cuantas forman aquel ramillete. 6ª. Después de conocido el sentido propio de las palabras, es necesario estudiar el figurado y ensayarse en hacer a él continuas aplicaciones, porque en postrer análisis, todo viene a reducirse en un discurso a palabras dispuestas de un modo más o menos ingenioso, más o menos feliz. La mañana es una parte del día: trasládese esta voz a las edades del hombre, y llamaremos la mañana de la vida a los años dichosos de nuestra infancia en que todo se nos sonríe. Estas traslaciones hacen siempre un agradable efecto en la dicción; porque llevan consigo un recuerdo grato y una imagen que nos halaga: de estas metáforas a la 193


Miguel Antonio De la Lama

comparación no hay otra diferencia, que la de estar la relación oculta o desenvuelta. El que aspira a ser improvisador debe ejercitarse en formar metáforas y comparaciones en sus discursos y ensayos mentales; pues este es el único medio de irse acostumbrando a ellas, para que después se le ofrezcan en la tribuna con la mas pronta y admirable espontaneidad. 7ª. Otro medio conduce también a variar y perfeccionar este útil ejercicio. Tómese un libro, léase un párrafo, y procúrese después ir trasladando la significación de las palabras que lo permitan, y formando las metáforas, los demás tropos y las comparaciones que puedan servir a embellecerlo. El cuerpo muerto del escrito se animara de repente, como sucedería si tomando un pincel diésemos sobre un cuadro pálido algunos golpes maestros que lo hicieran adquirir la animación y la vida que antes le faltara. 163. Reglas sobre las frases.– Pueden reducirse a las siguientes: 1ª. En la formación mental de frases enteras, no entran solo las palabras: entra también el giro del pensamiento. Si al ejercitarse aisladamente en las voces y en sus traslaciones, deben construirse repetidamente tropos para hacerlos familiares, al llegar a la esfera de las frases es conveniente que se ensayen todas las figuras ligeras y sencillas que admita la dicción. La repetición, la conversación, la complexión, la conduplicación y otras varias de igual o parecida índole, deben ser materia de los ensayos, para que no solo tenga el lenguaje que vamos formando propiedad y belleza, sino también la fuerza que le dan estos modos particulares de enunciación. 2ª. Las frases así construidas deberán escribirse, para examinarlas muchas veces y con prolija atención, y para intentar una y otra vez el medio de mejorarlas. Aquí ya el futuro Orador empieza a entrever la belleza y proporciones del embrión de su obra; y en esta situación agradable es necesario detenerse por mucho tiempo. Aquí juega ya la memoria que recuerda las voces, el gusto que las traslada con una aplicación metafórica, acertada y feliz, y el genio que marca los giros en que empieza a mover sus alas antes de emprender su vuelo seguro y atrevido. Estos ejercicios, pues, llevan derechamente al fin, y puede decirse que en ellos el fin y el medio se confunden y son una misma cosa.

194


Retórica Forense

Hay una nueva ventaja en escribir y repasar continuamente estas frases, que el entendimiento o la pasión fabrican en los instantes callados y apacibles de sus meditaciones. A fuerza de repetirse esa manera de pensar y de expresarse bella e inusitada, el pensamiento y la lengua se van plegando a esos rumbos, las tentativas se convierten en hábitos, y se forma en la cabeza una especie de molde intelectual en que se vacíen después por sí mismas todas las concepciones. El corazón se apega a esa ocupación deleitosa, como nos apegamos, en un largo y árido camino, a los sitios amenos que nos brindan sombra y frescura; y se deja con pena aquella mansión afortunada, para volver a caer en la trivialidad de pensamientos vulgares, en la nada de las costumbres comunes, y en el fango asqueroso del mundo. 164. Reglas sobre los períodos.– Cuando el principiante tiene ya palabras embellecidas por los tropos, y frases con la gracia y fuerza que les dan las figuras que les son propias, debe entrar ya en la composición de los períodos. El objeto de esta parte de la enseñanza, es acostumbrarse a todos los giros y movimientos oratorios; debe por lo tanto en ellos pasarse revista a todas las figuras de pensamiento: la escala, como en un instrumento músico, deberá recorrer todas las entonaciones, desde las más graves hasta las más agudas. 1ª. Princípiese por formular un período sobre un raciocinio cualquiera en la forma expositiva, y pásese después a la interrogativa, que aumenta la fuerza y energía de la locución; vuélvase después el período a su forma primitiva; y repítanse estas transformaciones hasta adquirir el hábito de que el pensamiento formule cualquiera de estas dos vías de enunciación, pronta y repentinamente. 2ª. Ensáyense después descripciones en todos los géneros, desde el más sencillo hasta el más elevado y sublime, y trácense sobre el papel, corrigiéndolas y retocándolas para que resulte un modelo acabado. Cuando ya se tenga éste, debe el aspirante leerlo y releerlo con el fin de que se graven en su memoria todas las ideas con todos sus matices; con lo cual adquirirá la deseada facilidad de que se repitan espontáneamente los mismos rasgos; u otros no menos felices, no menos atrevidos y valientes cuando se halle en igual o parecida coyuntura. 3ª. Las comparaciones deben jugar frecuentemente en todos los discursos, si se quiere que una imagen venga en auxilio de una idea; y 195


Miguel Antonio De la Lama

el paralelo puede estar en la palabra o en el pensamiento, cuya diferencia admite dos clases de fórmulas: una que se ciñe a una sola voz, otra que amplifica y se deslíe en un período separado. Repítase también este ejercicio hasta hacerse su mecanismo familiar. 4ª. Las antítesis son de maravillosos efectos por los contrastes que ofrecen, y piden mucho cuidado y mucha práctica para que las ideas se correspondan, como se corresponden los dos polos del globo en su diametral oposición. En uso de esta figura debe reservarse para las situaciones de calma y de serenidad, en que el pensamiento se mueve sin pasión y sin sobresalto, pues piden reflexión, y esta es siempre ahogada por la voz de las pasiones, cuando se exaltan o inflaman. 5ª. En lo que más debe ejercitarse el improvisador novel, es en las amplificaciones. Estas abrazan todas las palabras y todas las figuras; y amplificar bien puede decirse que es construir un discurso con todas sus gracias y atributos. En la amplificación de palabras se debe huir el inconveniente de ser superfluo, cuando sólo se desea encontrar un adorno; y en la amplificación de pensamientos, se debe conservar el nervio y unidad a que se opone siempre, la redundancia. En los primeros ensayos no se debe amplificar mucho. Las amplificaciones piden inteligencia y costumbre para sostenerse, y no siempre es dado a los que empiezan conservar el equilibrio en estos prolongados balanceos. 6ª. Iguales ejercicios deben hacerse y repetirse sobre las pretericiones, reticencias, sujeción, dubitación, exclamación, optación, deprecación, imprecación, conminación, apóstrofe y prosopopeya; aunque esta última pide circunstancias tan solemnes, que pocas veces se ve el Orador en ellas, y por lo tanto es de escaso uso en la tribuna. 7ª. El Orador debe también ponerse en inmediato contacto con los genios que han brillado en la elocuencia y de ensayar su vuelo a la sombra de las alas de esas águilas. Debe elegirse un modelo en cada género de oratoria: analizarse, entresacar los mejores pasajes, aprenderlos de memoria, repetirse una y otra vez en la elaboración solitaria, y procurar vestir el esqueleto descompuesto con diferentes trajes, presentando la misma idea con distintas palabras, con diversas frases y con giros variados. 196


Retórica Forense

Este es el trabajo que más ayuda y dispone para la improvisación: el hombre tiende naturalmente a imitar, y en la imitación y la costumbre está todo el secreto de la facilidad del improvisador. Es admirable el comercio que existe entre los genios, y no lo son menos las leyes inalterables de su recíproca adherencia. Bacon ha dicho: “del mismo modo que obran los cuerpos sobre los cuerpos, obran también los espíritus sobre los espíritus”. Cuando tenemos a la vista una producción armoniosa y magnífica, cuando la examinamos detenidamente y pugnamos por trasladarla a los talleres de nuestra alma para darle en ella otras proporciones y formas; empieza a germinar en nosotros una virtud creadora, conocemos que insensiblemente se van desarrollando nuestras facultades, nos vamos familiarizando con las imágenes y rasgos felices o atrevidos, y empezamos a creernos capaces de concebir y formular una obra, si no igual al menos parecida Y no se crea que tal recurso es solo necesario a la debilidad de los talentos medianos. Los hombres más superiores han ensayado los mismos medios, y han procurado imitar y aún templar su instrumento por el eco de otras superiores armonías. Corneille ha imitado a Lucano y a Séneca; Bossuet a los profetas; y Racine a los griegos y a Virgilio. Preguntaron un día a Demades donde había aprendido la elocuencia: “en el foro de Atenas, contestó, oyendo e imitando– A proporción que el hombre tienen más genio y entusiasmo, es más sensible a los ejemplos, ambiciona mas la gloria, y desea, si no oscurecer, igualar al menos la que otros han adquirido. Alejandro, en medio de su fortuna y de sus repetidos triunfos, siente al llegar al sepulcro de Aquiles, no tener todavía la colosal reputación de aquel héroe, ni un cantor como Homero que llene al mundo con el poema de sus hazañas. A su vez cuando César ve a estatua de este mismo Alejandro, muestra su impaciencia y su dolor por no poder sobrepujarle. Temístocles no duerme pensando siempre en los triunfos de Milcíades; y llena está la historia de los grandes hombres, de esos rasgos de rivalidad fecunda, de emulación inquieta y elevada que han poblado la Tierra de hechos maravillosos. (López).

Más, todo ello, sin que el improvisador pierda su tipo y su fisonomía: los modelos no deben desnaturalizar las formas de sus concepciones ni de su expresión, y si solo guiarle, mostrándole el camino, 197


Miguel Antonio De la Lama

sin sujetar sus pasos ni sus movimientos. Los modelos deben ser para nosotros, lo que para los Reyes Magos la estrella que con su luz y dirección les mostraba el punto a que se encaminaba su esperanza y su fe. ¿De qué, pues, nos servirá entonces, podrá preguntársenos, el estudio analítico y lento de los modelos, si en ellos se nos quiere dar solo una sombra y no un cuerpo, un sonido y no el instrumento de que parte? De familiarizarnos con los movimientos sublimes, con los rasgos elevados, con la llama de la inspiración, con esa corriente creadora que fecundiza a la esterilidad misma; de adquirir todos los tonos y todas las inflexiones. Por este estudio práctico y de continuos ensayos, discurriendo sobre lo que otros han escrito o hablado, y apropiándonoslo con distintos trajes y con diversos adornos, llega a formarse en nuestra cabeza una especie de molde intelectual, en el cual se van vaciando los discursos del aprendizaje, y después con mas suceso los de la madurez oratoria. (López).

§3. ELABORACIÓN SOLITARIA DEL DISCURSO

165. Construcción del discurso lógico.– Ya tenemos al que se ejercita para improvisar, con ideas, con palabras propias y metafóricas, con frases y sus figuras, y con periodos que comprenden todos los giros y todos los medios de enunciación. Suponemos que todo ello lo posee por medio de repetidos ensayos, y que ha adquirido la soltura y seguridad que se necesita para dar el último vuelo. ¿En esta situación, como se acostumbrará a formar los discursos de la manera instantánea que después reclama la tribuna? Lo primero que necesita es, abarcar de una sola mirada todo el discurso que va a pronunciar: no en sus pormenores, sino en su esqueleto, Un discurso, por largo que sea, puede reducirse a pocas proporciones que abracen en sustancia y en el rigorismo didáctico aquel todo tan pomposo y tan bello; despojándolo de sus ricas vestiduras, y dejándolo completamente desnudo y hasta descarnado. En ese esqueleto tiene el improvisador los puntos de partida, de transiciones y de término, y constituye el discurso lógico. Para construir este discurso, lo que debe hacer el que estudia la improvisación es, pues, trazar sobre el papel las 198


Retórica Forense

proposiciones cardinales que quiere enunciar, enlazarlas con el mejor orden, y empaparse de aquella serie de ideas hasta el punto de representárselas todas en el orden de correcta formación que les haya dado en su plan. Pero se nos dirá: ¿y cómo hemos de formar, instantáneamente el discurso lógico, base del discurso oratorio, cuando nos vemos sorprendidos por la urgencia de lanzarnos a la tribuna? Esa facultad se adquiere con la repetición de los ejercicios de preparación. Al principio, al lanzar la vista sobre toda la materia, veremos pardas nubes, después sombras, luego empezarán a dibujarse las ideas con claridad, y por último se nos presentarán con método: con el método que es a los discursos, lo que es al Mundo la luz. Así irá descorriéndose la cortina que nos ocultaba la verdadera filiación de las ideas, y aparecerán estas claras y precisas, con todos sus enlaces y con toda la expresión de su fisonomía. Cada vez que el improvisador repita estos ensayos, les serán obvios; hasta que el resultado, que antes se hacía esperar, venga a ser instantáneo, y pueda hacer rápida y maquinalmente lo que antes le costaba tiempo y dificultad. 166. Reglas.– Pueden darse las siguientes para la preparación del discurso: 1ª. Para allanarse el camino desde el principio, es conveniente no empezar a formular ningún discurso, hasta que la materia se haya estudiado profundamente, y se refleje en nuestra cabeza con toda claridad y orden. La expresión sigue siempre los rumbos de la inteligencia; y cuando en ésta no hay más que oscuridad y confusión, es imposible dar al discurso el enlace necesario, y más imposible todavía, revestirlo con la energía de los pensamientos y engalanarlo con las gracias del decir. 2ª. Ese estudio profundo debe extenderse al de todas las circunstancias; éstas deciden frecuentemente las cuestiones, y el mejor las conozca será el que tenga más ventaja en las luchas de la palabra, así en el foro como en la tribuna. En nada se altera tanto la índole de las cuestiones, como en la relación de los hechos sobre que ruedan. En la cual, sin falta a la verdad en lo que se dice, puede omitirse alguna circunstancia 199


Miguel Antonio De la Lama

cuya omisión venga a cambiar completamente la fisonomía de las cosas. Tal puede hacerse la pintura de un padre para presentarlo duro y aborrecible. Yo lo he visto, se podrá decir, sentado en una opípara mesa en que comía tranquilo; en tanto que su pobre hijo, niño que desfallecía por falta de alimento, pedía llorando pan, y extendía las escuálidas manos que eran rechazadas sin conmiseración … El médico había prevenido que, por poco que se le diese de comer al niño, le seguiría una recaída, y tal vez la muerte. La omisión de esta circunstancia, basta para alterar la índole de la cuestión. (López).

3ª. En la elaboración oculta no se debe disponer discursos largos; porque las tentativas del aprendizaje son como los primeros pasos del niño; y no debe correrse voluntariamente el riesgo de caer, por prolongar la carrera más allá de lo que la prudencia permite. En todo debe haber sobriedad cuando la marcha no puede menos de ser vacilante; porque todavía no se ha adquirido el talento, el aplomo y la robustez que dan después la experiencia y el hábito. 4ª. En los discursos de ensayo, no debe tampoco derramarse flores y galas, y sí contentarse con tener seguridad sin lujo; dejando el deslumbrar con él, para cuando el aprendiz se haya convertido en maestro. Según se va adelantando en el camino, y según se va ganando en la posesión del arte, se deben ir añadiendo nuevos adornos a los discursos; así como el que educa sus fuerzas por medio de la gimnasia no intenta levantar grandes pesos, sino después de haber manejado con soltura otros más soportables y livianos.34 5ª. Desde que el aspirante a improvisar empieza sus trabajos solitarios, debe hacerse la ilusión de que ya está hablando ante una reunión numerosa; para ir así sacudiendo el temor que después ha de causarle la vista del lugar y de la concurrencia.

34 Véase el número 162 regla 5ª.

200


Retórica Forense

§4. EL IMPROVISADOR EN LA TRIBUNA

167. Reglas.– Ya tenemos al improvisador en la tribuna; ha estudiado con mucha anterioridad, tiene ideas, tiene pasiones; y colocado en ella como un Rey en su trono, ve delante de sí un pueblo de recuerdos que llamará en su ayuda, seguro de su fidelidad y de su obediencia. Las reglas que debe observar en tan solemne momento, son las siguientes: 1ª. Lo primero que debe procurar es, conservar la serenidad de espíritu: el enemigo más temible de la improvisación es la timidez. Esta especie de pudor del alma ofusca y enreda en sus mismas ideas, y es imposible que en situación tan angustiosa y desesperada se produzca nada que merezca ser escuchado. “La calma debe dominar a la tempestad, y el genio debe ver y distinguir lo que la imaginación le presenta, para admitirlo o desecharlo. Perdidos serían todos los afanes del improvisador, completamente infructuosa la facilidad que a fuerza de aplicación pudiese adquirir, si llegado el instante de presentarse en la palestra se turbara y sobrecogiese en coyuntura tan crítica y solemne. Entonces de seguro el miedo paralizaría sus facultades y ahogaría su palabra: “el miedo en estas circunstancias es a los conatos del Orador, lo que la fascinación de la mirada de la serpiente es al ave que pierde con ella la facultad de volar”. En vano sería que se encontrase armado de todas armas, si había perdido la facultad de echar a ellas la mano, y de esgrimirlas con resolución y denuedo. Es necesario, pues, que el Orador se coloque fuera del alcance de la censura y de los sarcasmos, que tenga en sí mismo una modesta confianza, y que sin rebajar la línea que ella le traza, aspire sobre los que le escuchan al ascendiente que lleva consigo el sentimiento de cierta superioridad. “El que en aquel momento se crea de igual estatura que los demás que le oyen, no podrá remontar mucho su vuelo, ni adquirir proporciones gigantescas: la inspiración altera todas las medidas”. A ese efecto conviene descomponer el Tribunal y no mirarlo como un todo cuya vista amedrenta, sino a cada individuo aislado que no puede tener otra altura que la medida ordinaria de un hombre. 201


Miguel Antonio De la Lama

Cuando al ir a empezar el debate, note en su alma desesperante postración, que no se retraiga ni intimide: la animación de la escena y el calor de los accidentes despertará a la imaginación. Aparecerá la lucha, resonará en el recinto el grito del combate, el improvisador saltará a la arena, y desde aquel momento volará con las corrientes de la inspiración. (López).

2ª. En el momento de empezar el improvisador, a usar de la palabra, debe echar una mirada rápida sobre el todo del discurso que se propone pronunciar, y abrazar su plan en conjunto con este examen en globo de su espíritu. Debe además dividirlo en su mente en exordio; parte de prueba y para de afectos, que son de tres puntos cardinales en que ha de apoyarse. Fácil le será tomar el primero de esos puntos, de los elementos que le ofrece la misma discusión; para el segundo, necesita apelar a su instrucción y a su lógica, y no se separará de él hasta conocer que ha producido y arraigado la convicción en el ánimo de los que le escuchan; en cuanto al tercero, bástale sentir y abandonarse a su sentimiento. Tiene, así, el improvisador un pensamiento fijo y determinado, que lo guíe en su camino, para ir desarrollando todos los extremos de su discurso: tiene ya el hilo de Ariana. 3ª. Con ese pensamiento fijo y determinado, debe romper su silencio, abandonándose sin desconfianza a su talento y a su imaginación; “acordándose del jinete Númida, que monta sin brida y sin silla, y que sin embargo nunca cae ni aún pierde el equilibrio, por veloz y difícil que sea la carrera”. 4ª. El improvisador ha de cuidar mucho de no separarse de su idea principal; porque no de otro modo podrá dar a su discurso unidad de pensamiento y unidad de sentimiento. Para esto se necesita proceder con el método que separa las cosas sin aislarlas, y las junta sin confundirlas; que coloca cada una en su lugar, y que con el mecanismo de esta colocación, da claridad, aumenta la fuerza y produce la vehemencia o la gracia. “Sin este método la misma abundancia nos ahogaría, y en la anarquía de los recuerdos encontraríamos un obstáculo invencible a la expresión”. 202


Retórica Forense

5ª. El improvisador no debe pensar jamás en las frases, cuando el corazón se siente inspirado. En tales momentos todo estudio da al discurso el aire de la afectación, y todo cuidado distrae y enfría. La inspiración debe dominar a la memoria y a todas las facultades; porque quiere mandar como Reina, sin abdicar ni compartir su imperio. Buscar entonces los medios en el talento, en los recuerdos, o en la instrucción, es renunciar a todas las ventajas: la improvisación debe ser creada y no construida. 6ª. El improvisador no debe retroceder ni vacilar jamás. No hay cosa más enemiga de la inspiración, que esas fluctuaciones de un instante que se pagan con el éxito de todo el discurso. Tras de esas perplejidades pasajeras, viene la tibieza, después la frialdad, y por último el desorden y desconcierto de las ideas y de las palabras. Si en el momento de una vacilación, un sinónimo no acude a la voz de la impaciencia, no hay mas recurso que dar distinto giro a la frase, imitando al caminante que toma un rodeo para salvar los arenales en que se hunde y detiene su planta. 7ª. El improvisador debe aprovechar los flancos que haya dejado el que le ha precedido; porque nada gusta tanto como ese combate de esgrima, en que no se deja pasar ningún descuido, y en que todos los golpes van dirigidos al corazón. Cuando se desaprovechan estas ocasiones favorables, se deja de creer en el talento y en la destreza del Orador, y se rebaja la impresión que haya podido producir con su brillo. 8ª. El improvisador debe estar muy apercibido de los sofismas empleados en el discurso que se propone combatir. La lógica más severa debe ser el arma principal del que improvisa, y el mejor modo de combatir a los contrarios, es echar el escalpelo sobre sus discursos para descubrir en su fondo los vicios de raciocinio, ocultos bajo la brillante corteza de una dicción florida o arrebatadora. 9ª. Lo que mas forma el mérito y la reputación del improvisador son sus respuestas prontas e inesperadas; porque se conoce que es imposible se hayan pensado antes, así como que la pasión las forje instantáneamente en los arranques de su ardor. Estos golpes inopinados son siempre decisivos: ponen término a todas las fluctuaciones, y dan un triunfo tan pronto como sorprendente. 203


Miguel Antonio De la Lama

“La oportunidad de una réplica oratoria, dice el célebre Timón, admira y encanta hasta a los mismos adversarios, produciendo el efecto de las cosas inesperadas: es una repentina peripecia, que rompe los nudos del drama y lo precipita: es el rayo que brilla en medio de la noche: es la flecha que, deteniéndose en el escudo del enemigo se recoge y se lanza, y atraviesa el pecho del que la arrojó”. 10ª. No debe echarse nunca mano del ridículo; porque este es el arma de la comedia, arma sin elevación y sin dignidad, que no debe esgrimirse en las discusiones. El argumento del absurdo es a lo más que permite avanzar la solemnidad del lugar y del acto; y no es poco mortificador aunque no se le designe con ese nombre, porque revela la completa falta de criterio en aquél a quien se echa en cara. 11ª. Como resultado del estudio y de la práctica adquirida el improvisador debe tener el hábito de elegir de pronto las palabras convenientes, decorosas e inofensivas, con que pueden expresarse todas las ideas, sean las que fueren; porque en el calor de la improvisación no siempre tiene el alma la serenidad necesaria para obrar con ese tacto y mesura. Debe procurarse ser enérgico en las ideas, templado y suave en las palabras con que se anuncian. 12ª. Las figuras que con más frecuencia debe usar el improvisador, son la interrogación para dar viveza, la apóstrofe para dar una fuerza indeclinable, la antítesis para ofrecer contrastes que siempre agradan, y las comparaciones para derramar bellezas y hacer pensar. Cuando estas últimas se repiten y agrupan, son de un efecto maravilloso.35 13ª. La fuerza y el tono del discurso deben ir creciendo continuamente, según se va avanzando en la parte de prueba y en la pasión. Un discurso sin este movimiento ascendente, por bueno que fuera disgustaría a todos por lo igual, por lo acompasado y por lo monótono.36 El improvisador debe, pues dar variedad a sus producciones; y excitando mas vivamente la atención y el sentimiento, según avance en sus reflexiones y en la emoción; y procurar llevar al auditorio, hasta la evidencia en la parte de convencimiento, y en la de afecto hasta el entusiasmo.

35 Véase énfasis, en los números 145 y 147. 36 Véase tono, en el número 145.

204


Retórica Forense

§5. EL IMPROVISADOR DESPUÉS DE DEJAR LA TRIBUNA

168. Reglas.– Ya hemos oído al improvisador que ha llegado a formarse con el estudio y los ejercicios, y le hemos visto recoger en una hora la recompensa debida a sus trabajos y perseverancia. Mas, es necesario que observe algunas prevenciones, si quiere no deslucir su éxito, y si desea conservar siempre su reputación en la altura a que ha logrado elevarla: 1ª. Si los taquígrafos han copiado bien su discurso en la parte de afectos, debe dejarlo como está y no porfiar en darle una pulidez y reforma que por lo común lo debita: ¿Hay alguna palabra repetida, algún desorden en las ideas? Déjese sin embargo como la pasión lo ha dictado; porque la pasión tiene su lenguaje peculiar, y no se acomoda al rigorismo de los preceptos. En los movimientos apasionados, muchas veces la irregularidad gusta, y las repeticiones dan fuerza. Lo que en un libro es insoportable, en el discurso puede ser bello, animado y vehemente; y la producción del improvisador ha de leerse siempre como discurso de tribuna, y no como composición meditada de gabinete. No lo dudamos, dice López; siempre que se quiere corregir lo que la pasión ha inspirado en los momentos dichosos en que halaga con su divino soplo el alma del improvisador, mejoraremos alguna línea imperceptible; pero destruiremos cuanto había de bello, de grande y de poderosos: daremos algún retoque parcial e insignificante; pero borraremos las valientes pinceladas que producían la vida: puliremos pobre y débilmente una parte; pero mataremos el todo con nuestro ciego deseo de perfectibilidad y de puritanismo. 2ª. Si el éxito del discurso no ha correspondido a los deseos y a las esperanzas del improvisador, no por eso ha de desesperarse o desalentarse. Siempre se empieza mal y la perfección viene con el trabajo y con el tiempo. 3ª. Para ir aumentando continuamente su facilidad, es conveniente que el improvisador se haga una existencia solitaria al menos por ciertas horas, en las cuales separado del mundo se entregue solo a su pensamiento. Entonces irá meditando y haciendo una improvisación silenciosa sobre cuanto le rodea. El alma en el recogimiento respira

205


Miguel Antonio De la Lama

cierta solemnidad muy superior a la que imprimen los hombres en sus estudiados cuadros. Si entonces el improvisador, agrega López, tiene a la vista los campos o los jardines en su elaboración muda embellecerá la escena, y no se los representará su imaginación como una obra imperfecta, sino con toda la belleza del Edén antes del pecado. Sí piensa en una mujer, la verá y pintará en su lienzo intelectual como la Eva de Milton, con la hermosura y las gracias que revelan el inmediato contacto de la mano que la formara. Si se acuerda de la tiranía, presentirá en sí mismo el rayo que la ha de derribar, y formulará frases encendidas que un día caerán sobre ella para aniquilarla. Así, para él será todo tribuna, y la continuación y el hábito acabarán de darle el triunfo sobre todas las dificultades.

§ EPILOGAL RESUMEN DE LAS REGLAS QUE DA M. GORGIAS.

169. El arte sagrado que aparece bajo la triple manifestación del genio que crea, de la palabra que ejecuta, y de la gracia que embellece, tiene por caracteres principales la espontaneidad y el entusiasmo; y se da a conocer, con aquel poder que saca al alma de su estado subalterno y desprende de ella la parte ideal de su naturaleza. He aquí las reglas de la improvisación. Reglas generales: las principales son: 1ª. Ejercitarse en hablar. El que no tiene ánimo para hablar mal, nunca hablará bien. 2ª. Triunfar de su amor propio. Para conseguir el objeto, el improvisador debe principiar por arrostrar la vergüenza, por cubrirse en sus ejercicios de humillación a sus propios ojos. 3ª. En los primeros ensayos meditar lo que se ha de hablar – Meditad vuestra improvisación, descubrid vuestros pensamientos y desarrolladlos en vuestra mente. Primeramente recogeos mucho, después menos y cada vez menos, hasta, que al fin, a fuerza de trabajo y de ensayos, lleguéis a hablar desde luego, a la primera interpelación, con abundancia de razones y con brillante locución. 206


Retórica Forense

¿Más como debe realizarse esta meditación? Veamos algunas reglas prácticas: El trabajo del espíritu no debe limitarse a la formación de las ideas y a las primeras formas de dicción: deberá extenderse a los detalles de la elocución, relativamente a la elección de las palabras y de los giros, a la precisión con que se expongan los argumentos, lo mismo que a la dilucidación que se haga de los lugares comunes, y a las formas de los movimientos. Entonces podrán combinarse frases de memoria. Para mejor conseguirlo, se producirán tales frases en el gabinete del que haya de hablar en público, construyéndolas rápidamente y sin detenerse en la perfección de las formas; de manera que las palabras salgan con prontitud y con animación. No basta hacer esto una sola vez, sino muchas. Después de haber estado profundamente recogido, tomará uno algunas resoluciones consigo mismo, y se dirá: en tal, paraje iré poco a poco; en tal otro con más fuerza; en esta parte de mi discurso seré metódico y discutidor, en aquella vehemente y brillante, en otro lugar interesante, y me mostraré conmovido; y en general, apareceré en todo mi discurso poseído de lo que hablo. Mi gesto y mi voz los modificaré de tal modo, que consiga expresarme siempre con aquel tono de verdad y de belleza, que constituye el acento oratorio. Por medio de este discurso interior se facilita la elocución, sin fijarla literalmente en la memoria.

4ª. Habiendo una vez principiado, encaminarse al objeto sin vacilar – Para vencer las distracciones es preciso, al ejercitarse en hablar, formar un todo completo, sin interrupción de ninguna especie. 5ª. Mantenerse firme en medio de las tempestades de las asambleas públicas – Hay dos escollos que el Orador debe con igual cuidado evitar: el uno es la presunción, y el otro la timidez. Reglas particulares: ejercicios de memoria y de meditación: 1ª. Se escoge una obra que pueda servir de modelo en el género de que se trata: se lee primero muchas veces para tomar una idea general de ella: se reproduce después página por página, hasta que se 207


Miguel Antonio De la Lama

grave perfectamente en la memoria: se repite continuamente para no olvidarla. 2ª. Examínese el plan general y los planes particulares del modelo, objeto de nuestro estudio. 3ª. Estúdiense las fórmulas oratorias, examinando con cuidado los sentimientos que ellas expresan. 4ª. Aplicarse a descubrir en el discurso escogido para modelo, el artificio de las transiciones. 5ª. Se investiga el orden y gradación de las pruebas dilucidadas en el modelo aprendido. 6ª. Se comprueba el razonamiento, y se examina sucesivamente cada una de las ideas principales y secundarias del discurso modelo. 7ª. Descúbrase el arte del discurso escogido para modelo, en el estilo, en la elección de las ideas, de las pruebas, del plan, del razonamiento, de las transiciones y de las fórmulas. 8ª. Búsquese la unidad de pensamientos y de sentimiento en todo el discurso, en los párrafos, en la frases y en las palabras. Reglas particulares: ejercicios de palabra y de comparación: 1ª. Compárense bajo todos sus aspectos el discurso que se sabe, y las obras de la misma o de diversa naturaleza. 2ª. Tradúzcanse otros discursos, de los que saquen los hechos que se acomoden al esqueleto que se tiene estudiado. 3ª. Ábranse las obras de los retóricos para comprobar las reglas de la Elocuencia, según el discurso que se sabe. 4ª. Justifíquense las expresiones de las obras que se leen, por los hechos que contienen o suponen: se aprueban aquellas o se desaprueban. 5ª. Refútese el discurso modelo, primero en su totalidad, y después página por página, e idea por idea. 6ª. Reprodúzcase lo que se lea. 208


Retórica Forense

7ª. Analícense las ideas que parezcan más fundadas en las obras humanas, y examínese si existen en la propia inteligencia. 8ª. Háblese o improvísese acerca del arte y la Elocuencia en general, teniendo presente las observaciones que se hayan hecho sobre el modelo aprendido y comparado.

209


CAPÍTULO FINAL CONSEJOS DE BAUTAIN 37

170. No podemos resistir al deseo de terminar esta segunda parte con los siguientes consejos de tan célebre escritor a los jóvenes que comienza a informar en los Tribunales. 1°. “Estudiad, dice, cuidadosamente vuestro asunto; leed con paciencia los autos, explorad todas las piezas, meditadlas ante el texto de la ley y de sus disposiciones; procurad discernir la aplicación más justa, más sincera, más verdadera, a fin de reconocer el derecho. La palabra no os faltará si sabéis bien lo que habéis de decir, y cuando poseáis la materia en vuestro espíritu con su plan, la división de sus partes y encadenamiento de sus ideas no se os escapará en el Tribunal, y en el momento crítico del informe”.38 2°. “Si en vuestro asunto hay algo que se preste a lo patético reservadlo para el exordio y la peroración a fin de disponer mejor al auditorio en el comienzo conmoviéndole, o de dejarle una impresión favorable al terminar, para obtener su asentimiento. Tened cuidado, sin embargo, de no colocarlo fuera de su lugar, porque entonces se provoca la risa cuando se buscaba el llanto y por lo común el ridículo mata el informe y quizás el negocio”. 3°. “Evitad el énfasis al principio y no empleéis grandes palabras, frases ampulosas y voz hueca para decir poca cosa. No pretendáis que

37 Etude sur l’art de parler en public. 38 No esperéis nunca, dice el gran Dupin, presión en el pensamiento, ni elegancia en la expresión de un Orador que no esté preparado.

210


Retórica Forense

vuestra causa es la más importante de todas las causas, y que el mundo entero tiene interés en ella, como un autor tiene su obra por el mejor de los libros o una madre a su hijo por el más hermoso”. 4°. “Empezad siempre sencilla y modestamente, aunque con dignidad, y procurad iros creciendo en vuestro informe hasta la conclusión a fin de conservar la atención del Tribunal y de atraerles en lo posible a vuestro objeto. Pero si prorrumpís en gritos desde las primeras palabras, como para producir desde luego una viva impresión, bajareis necesariamente poco a poco, debilitándoos a medida que avancéis y no tendréis ni fuerza ni voz al final de la carrera que es donde más son necesarias”. 5°. “Evitad el abuso de la erudición aún haciendo uso de ella. El Abogado tiene necesariamente mucho que citar; artículos de las leyes, hechos, antecedentes, opiniones de jurisconsultos, todo lo que se refiere a estas cosas y que se puede hacer interminable con los comentarios que lo apoyan. Citad solo lo que sea a propósito y tenga directa aplicación a vuestra causa y os veréis dispensados de largas explicaciones. Una cita bien adaptada se explica por sí misma. Esto es a veces hábil y de buen gusto; hábil porque no se fastidia a los Jueces, que quedan mejor dispuestos; de buen gusto porque se evita la oscuridad y la pulverización de los textos que hacen el discurso pesado, embarazoso y sin efecto”. 6°. “En cuanto a la dicción o a la forma del discurso, a la sencillez y a la claridad, procurad unir la corrección y la elegancia. Se aprende a hablar correctamente estudiando la Gramática y leyendo buenos autores. La elegancia de la frase es más difícil de adquirir porque es preciso tener una naturaleza dispuesta para ello”. “Sin embargo, dada esta relación del espíritu como del cuerpo, se puede alcanzar hasta cierto punto por el arte que le adiestra y dirige en el ejercicio de sus fuerzas y en sus movimientos. La gimnasia y otros ejercicios físicos, logran a veces dar al cuerpo un aspecto agradable, unas maneras fáciles, una desenvoltura distinguida”. “Hay también una gimnasia del espíritu que debe formarle fortificándole con los ejercicios bien entendidos de la Lógica y de la Retórica, a saber: la lectura frecuente de los escritores más correctos, cuyas más bellas páginas deben aprenderse: el análisis frecuentemente repetido

211


Miguel Antonio De la Lama

y bajo la dirección de un maestro de la palabra, de sus composiciones, de sus pensamientos y de sus frases; la recitación frecuente en alta voz y ante Jueces competentes de los trozos aprendidos con todo lo que la acción oratoria reclame, el tono de la voz, sus inflexiones, su mesura, el carácter de la pronunciación y del desembarazo, los gestos, las actitudes y los movimientos del cuerpo. Todo esto bien dirigido y bien observado, contribuye eficazmente a formar el pensamiento, el estilo y la dicción del Orador”. 7°. “No titubéis jamás, en el curso de la frase; y una vez comenzada llevadla intrépidamente hasta el fin, sea cualquiera el principio. Esto es a veces difícil, si se ha empezado mal, sobre todo en ciertos idiomas donde no hay más que un camino para llegar al fin, lo cual hace más escabrosa la improvisación, y más difícil salvar cualquier tropiezo por las inversiones y la variedad de la construcción. Seguid adelante aunque cueste trabajo, cortad la frase y cometed una incorrección. Es un mal sin duda, pero menos grave y menos sensible, que interrumpirse, repetirse y, finalmente, anonadarse, balbucear, lo cual pone vuestro embarazo a los ojos del auditorio y le quita la confianza, haciéndoos caer en ridículo. Si se encuentra dificultad en hallar la palabra (y a quién no le sucede un día u otro) váyase lentamente para dejarla tiempo de presentarse, pero sin turbación, porque si se la busca precipitadamente se titubea”.

212


PARTE TERCERA REDACTORIA 39

CAPÍTULO I PRELIMINARES

SUMARIO.– 171. La elocuencia de los escritos difiere de la de los discursos.– 172. Sus requisitos.– 173. Cuidado que se debe poner en su redacción.

171. La elocuencia de los escritos difiere de la de los discursos.– Estos, por lo común, permiten giros, imágenes y movimientos, que no cuadran a aquellos, formados en el retiro y en la calma, sin contradicción instantánea, sin nada que avive y provoque, sin nada que conmueva y arrebate. 172. Requisito de la elocuencia en los escritos.– Quedan indicados en el número 21, para la elocuencia forense en general; pero lo que decimos allí y en el Apéndice I sobre la concisión y la precisión, es en los escritos de más rigurosa aplicación que en los discursos.40 173. Cuidado que se debe poner en la redacción de los escritos.– Mas difícil es escribir que hablar. “Escribir bien, ha dicho un escritor moderno, es al mismo tiempo pensar bien, sentir bien; y explicarse bien. Es tener a la vez talento, corazón y gusto”.

39 Véase los números 13 y 24 – Algunos tratadistas reservan el nombre de Composición para esta parte de la República; pero no es posible dejar de decir Composiciones oratorias. 40 Sobre la costumbre de dictar los escritos, véase nuestra opinión en el número 23.

213


Miguel Antonio De la Lama

Es mal medio para formar escritos que merezcan el título de buenos, tejerlos con precipitación y con una ansiedad devorante, confiados sus autores en que suplirán las faltas y llenarán los vacíos al hacer la defensa de palabra. Los Magistrados forman mucha veces su juicio, por lo que se escribe; porque lo oyen lo leen, lo repasan, lo meditan y consultan; y no hay nada peor que tener que empezar un discurso, por desarraigar creencias halagadas por mucho tiempo, y por destruir prevenciones que cada día han penetrado más hondamente. Escríbase bien, con cuidado y con meditación, procúrese señalar con destreza el punto de enlace y desenlace de la cuestión que se debate, y se tendrá mucho adelanto, el día que la voz viva haya de poner en acción todos los recursos en medio de la solemnidad y el aparato del Tribunal reunido.

214


CAPÍTULO II DIFERENCIAS EN EL MODO DE REDACTAR LOS ESCRITOS

SUMARIO.– 174. Consultas.– 175. Demanda.– 176. Contestación.– 177. Réplica y Dúplica.– 178. Interrogatorios.– 179. Alegatos.– 180. Recursos.– 181. Juicios penales.– 182. Querella.– 183. Acusación.– 184. Defensa.

§1. JUICIOS CIVILES CONSULTAS

174. Modo de redactar las Consultas.– Acaso entre todos los objetos de que se ocupa un Abogado, no hay ninguno que deba tratarse con tanto pulso y detenimiento como los dictámenes que se ve todos los días en la necesidad de dar a las consultas que le hacen. Estos dictámenes, son como sentencias anticipadas por la influencia que ejercen en la suerte de los negocios; porque según ellos, las partes se deciden a emprender un pleito o a sostenerlo, resultando que la equivocación del letrado es causa muchas veces de que se deje perder una fortuna a que se podía aspirar en justicia, o de que se reclame sin razón, y se compre solo con muchos disgustos y gastos un desengaño amargo, y un resultado desastroso. ¡Terrible responsabilidad, agrega López, en que tal vez no se piensa siempre, tanto como se debiera! El lenguaje en que deben estar redactados estos dictámenes debe ser claro y conciso. Se trata sólo en ellos de consignar un derecho, 215


Miguel Antonio De la Lama

y para esto basta presentar la cuestión con sencillez, y resolverla con exactitud. Toda amplificación, toda imagen, toda elevación de conceptos, sería una pura petulancia en estos trabajos en que todo rodeo es una excrecencia, y toda compilación un defecto. Fundamento en el juicio, y naturalidad en su exposición he aquí todo lo que se necesita, y fuera de lo cual, cuanto se oponga y escriba, no será más que una nociva y ridícula redundancia. DEMANDA

175. Modo de redactar la Demanda.– Las demandas deben redactarse también con suma sencillez y naturalidad. El fin es presentar la justicia de la acción y para ello debe atenderse con sumo cuidado, a no equivocar ésta y a exponerla en los términos más claros y precisos. La demanda es el primer paso en los juicios; todavía no ha habido resistencia; todavía no hay contradicción ni pugna; todavía no puede suponerse en los ánimos aquella efervescencia ni aquel calor que pronto producen los encontrados lances de la contienda. El lenguaje debe por lo tanto ser limpio, sencillo y contraído, ceñidamente al objeto. Tan mal cuadrarían en una demanda cierta expansión las amplificaciones, los giros y las imágenes, como frío vacío sería un alegato, un escrito en que se funde un recurso, que dejara de tenerlos. CONTESTACIÓN

176. Modo de redactar la Contestación.– La contestación puede ya animarse algún tanto. El Abogado bajo cierto punto de vista es la personificación de su cliente, y debe creérsele animado de sus mismos intereses, y de sus mismos afectos. La contestación se escribe con el tinte de la sorpresa, de la extrañeza, o de la irritación que ha podido ocasionar la demanda, y por esto sin que deje la línea de la sencillez y claridad puede tener algún ensanche más, y un poco de más vivo colorido. RÉPLICA Y DÚPLICA

177. Modo de redactar la Réplica y la Dúplica.– Llega la réplica, y en ella como en la dúplica, ya las ideas y las pretensiones 216


Retórica Forense

encontradas, se han puesto en escena, ya la cuestión presentada pide alguna dilatación, ya el espíritu de abierta pugna, autoriza mayor calor en las ideas y en los raciocinios. Todos estos escritos sin embargo no son más que la prótasis del drama que se ha de seguir representando, y que es necesario que en cada acto crezca en animación y en interés. INTERROGATORIOS

178. Modo de redactar los Interrogatorios.– Los interrogatorios para las pruebas deben escribirse con toda la claridad y laconismo posibles, para que los testigos que han de absolverlos, sea la que fuere su capacidad, los comprendan fácilmente sin necesidad de intérpretes ni comentadores. ALEGATOS

179. Modo de redactar los Alegatos.– Vienen por último los alegatos, y en ellos tienen ya lugar las amplificaciones, imágenes proporcionadas, y giros tan templados como agradables. Imposible es fijar una regla general que sirva en todos los casos. Los negocios varían hasta lo infinito, y a su interés e importancia debe acomodarse siempre la entonación. En esto consiste el tacto y el pulso del Abogado; tacto y pulso que no se enseña; pero que los negocios, el hábito, y el gusto, llegan a hacer familiar. Húyase con cuidado de toda pedantería, pues que no hay nada tan ridículo como emplear las grandes formas, cuando ni el negocio ni el estado de la cuestión las merecen. RECURSOS

180. Modo de redactar los Recursos.– La sentencia, agrega López, pone término a la lucha en la primera instancia, para que los combatientes descansen, para arrojarse de nuevo a la arena en la más respetable presencia de la superioridad. Ya aquí sin que el negocio haya variado, puede decirse que ha crecido. El Tribunal que entiende tiene un carácter más elevado, y la 217


Miguel Antonio De la Lama

circunstancia de no ser una sola las personas que lo forman realza la solemnidad. La cuestión toma otras formas y otras proporciones, las ideas se agrandan y el lenguaje debe responder a todas estas variaciones. Cada escrito que se cruza en este nuevo palenque, hace más viva y animada la pugna; y en cada uno de ellos pueden elevarse la cuestión, la dicción y las formas, a una altura que mide con exactitud el pensamiento, cuando son sus consejeros el juicio, el gusto y la crítica.41

§2. JUICIOS PENALES

181. Es aplicable a ellos lo que dejamos dicho sobre consultas, interrogatorios y recursos. QUERELLA

182. Lo que debe contener.– Cuando se presenta la querella o acusación provisional, todavía no hay prueba del delito, ni de la culpabilidad del inculpado. Lo que principalmente debe contener ese escrito, es la narración circunstanciada del hecho criminal; y por consiguiente se debe redactar con sencillez y naturalidad. ACUSACIÓN

183. Su contenido.– Cuando se presenta la acusación en forma o definitiva, el delito está ya comprobado y hay por lo menos prueba semiplena de la culpabilidad del acusado. En ese escrito se analizan los comprobantes que resultan de la instrucción o sumario, para calificar la culpabilidad del acusado; y se pueden hacer reflexiones sobre los antecedentes del reo, el grado de perversidad que revela el crimen imputado, los desastrosos efectos que éste ha producido en la víctima o en los suyos, y sus consecuencias en relación con el orden moral y social,

41 El estudio del contenido y forma de los escritos, vistas fiscales, sentencias y demás piezas del proceso, corresponden al Derecho Procesal.

218


Retórica Forense

la honra y la tranquilidad de las familias. Caben entonces, la pasión y el sentimiento, según lo expuesto sobre el patético en el número 143. DEFENSA

184. Su contenido.– En ese escrito se combaten los fundamentos de la acusación, para enervar o destruir el mérito del sumario, o desvanecer los datos de que se haya deducido la participación del recurrente en el delito; y se puede invocar la moralidad y mérito del reo, interesar la sensibilidad de los Jueces, y alegar si por la práctica de los Tribunales está suavizado el rigor de la ley sobre el delito de que se trata. El estilo puede ser pues, apasionado y sentimental, como el escrito a que se contesta.

219



APÉNDICE

I

(NÚMERO 132)

CUALIDADES ESENCIALES DE LA ELOCUCIÓN Verdad.– consiste en la conformidad del pensamiento con su objeto: verdad objetiva. Cuando el juicio no está conforme con la naturaleza de las cosas, se llama falso. En el acuerdo del pensamiento con las leyes generales del entendimiento, consiste la verdad formal. En la verdad va comprendida la solidez, que no es más que la verdad del raciocinio; o sea, de la afirmación de una relación entre dos juicios. La verdad poética o probable consiste en la conformidad de los pensamientos con las cosas, cuáles deberían ser, admitidas ciertas suposiciones. Por lo que toca a la elocución, y por consiguiente a los pensamientos, no es más que la perfecta conformidad de los medios con el fin, la unión íntima entre la forma y el fondo: la verdad de expresión. Pureza.– La pureza del lenguaje consiste, en su conformidad con el uso de los buenos autores o de las personas que conocen perfectamente el idioma. La corrección que consiste en la fiel observancia de las reglas gramaticales, se halla comprendida en la pureza. Los vicios contra la pureza son: el arcaísmo, o uso de voces o locuciones anticuadas; el barbarismo, o falta contra alguna regla de la 221


Miguel Antonio De la Lama

Analogía; el extranjerismo, o uso de voces o locuciones de otro idioma (galicismo, latinismo, helenismo, etc.); y el neologismo, o uso de voces o locuciones nuevas. Los defectos de Sintaxis se llaman en general solecismos. El purismo es vicio de los que afectan nimiamente la pureza del lenguaje, enervando el estilo a fuerza de querer depurar la dicción, y privándole al propio tiempo de gracia, calor y movimiento. El purismo es la pedantería de que adolecen generalmente los que sólo estudiaron la lengua en los Diccionarios y Gramáticas, y no en los buenos autores y en el trato con personas doctas. Propiedad.– Es propia una voz cuando expresa la idea que nos proponemos enunciar; cuando expresa otra idea distinta se llama impropia, y cuando enuncia la misma idea que queremos, pero no de un modo completo, o bien añadiéndole circunstancias que no le pertenecen, decimos que es inexacta, que no es precisa. Harmonía.– Es el agradable sonido que resulta de la elección y combinación de las palabras, y de la acertada distribución de acentos y pausas. La harmonía es con respecto a la melodía, lo que el cuerpo con respecto del alma. En la harmonía del lenguaje se distinguen tres elementos: la melodía, resultado de la agradable sucesión de sonidos; el ritmo de tiempo (número en la prosa y medida en el verso) o buena distribución de tiempo y pausas; y el ritmo de acento, o proporcionada combinación de sonidos fuertes y débiles. Además de esa harmonía llamada mecánica que tiene por objeto recrear el oído; como la música se dirige al corazón, como la palabra debe estar subordinada al pensamiento, la harmonía del lenguaje debe guardar conveniencia con el asunto, ya con el tono general que imprimen en el estilo los afectos que en él dominan, ya con las ideas y afectos particulares que en ciertas y determinadas frases se hayan expresados, en lo que consiste la harmonía imitativa o expresiva.

222


Retórica Forense

Honestidad.– El escritor no solamente debe ser moral en el fondo, sino también en la forma y en los más insignificantes pormenores. Las leyes del buen gusto proscriben los equívocos, las imágenes, las metáforas, las comparaciones, las alegorías, y todas las figuras que, tomadas de objetos innobles, lejos de avalorar el pensamiento, lo rebajen o desdoren. Claridad.– La voz claridad expresa el efecto producido en la inteligencia, cuando el objeto del conocimiento se distingue perfectamente de los demás objetos, y se distinguen unas cualidades de otras, percibiéndose sus mutuas relaciones y su relación con el todo. Cuando no se perciben los elementos de un objeto, el conocimiento es oscuro; si la oscuridad proviene de no percibir las relaciones de dichos elementos, o las del objeto mismo con los demás objetos, el conocimiento es confuso. Precisión.– La precisión consiste en no decir ni más ni menos de lo que debe decirse. Se incurre en el vicio llamado difusión cuando se deslíe excesivamente los pensamientos o se repiten inoportunamente las mismas ideas vistiéndolas de diferente modo; y se incurre en vicio de redundancia, cuando se llena la cláusula de palabras superfluas.42 Se cae en el extremo opuesto, cuando no se desenvuelven suficientemente los pensamientos, o se suprimen palabras necesarias para completar el sentido gramatical: este defecto se llama concisión viciosa. Unidad en la variedad.– La elegancia, la energía, la vehemencia, la sublimidad misma, fatigarían la atención de lector más paciente, si constantemente predominasen en una obra algo extensa; la repetición de las mismas figuras, de los mismos giros, de las mismas cadencias, de las mismas palabras, acabarían por causar hastío y sueño. La variedad debe estar subordinada a la unidad: la falta de variedad produce amaneramiento; la falta de unidad desigualdad.

42 Según Barnave, la brevedad es la pasión de los Jueces.

223


Miguel Antonio De la Lama

Oportunidad.– La oportunidad, conveniencia o congruencia de la elocución consiste, en su relación íntima con el fin y el asunto de la composición literaria. En la elocución debe hallarse fielmente reflejado el pensamiento generador, el espíritu que vivifica la obra difundiendo calor y movimiento por todas sus partes. Naturalidad.– La naturalidad de la elocución consiste, en expresar nuestras ideas y sentimientos sin descubrir ningún esfuerzo ni estudio. La mucha naturalidad se llama facilidad. Cuando es efecto de la sencillez de alma se llama candor, ingenuidad. No debe confundirse la naturalidad con la sencillez: esta cualidad accidental, excluye los adornos y la elevación de estilo; la naturalidad, cualidad esencial, es tan compatible con el estilo sublime como con el sencillo. La agudeza de los conceptos no es contraria a la naturalidad, si no degeneran en sutiles y alambicados. Los simplemente ingeniosos sazonan agradablemente los escritos festivos, y pueden admitirse en el estilo medio o templado. Los vicios opuestos a la naturalidad son: la afectación, la exageración y la hinchazón. Es afectado el estilo, cuando muestra demasiado estudio en la elección y colocación de los pensamientos, figuras y palabras. Si los vocablos, violentamente colocados, parece que riñen y se atropellan, descubriendo los inútiles y penosos esfuerzos del compositor, recibe el estilo el nombre de forzado. La afectación denota falta de habilidad y tiene siempre algo de ridículo. La exageración consiste en ponderar los objetos y los afectos de tal manera que se traspasen los límites de la naturaleza y de la verdad poética. Supone cierto desarreglo de la fantasía. La hinchazón, es el abuso de imágenes, de adornos de relumbrón, y de palabras sesquipedales y retumbantes. Cuando este abuso se comete, decimos que es estilo es hinchado, hueco, campanudo. La hinchazón ofende más aún, porque nace muy frecuentemente de una estúpida jactancia.

224


Retórica Forense

Originalidad.– La novedad de los conceptos, y el modo de ordenarlos y expresarlos, constituye la originalidad de la elocución. Todos los grandes escritores se distinguen por la originalidad, por el carácter propio y peculiar de su estilo en el cual se haya como reflejada su fisonomía moral. La falta de originalidad o falta de particular punto de vista supone vulgaridad. Un absurdo a que ha llevado el deseo de ser original, ha sido el desprecio de las reglas y de los buenos modelos. Lo que en este caso el escritor consigue es trasladarse a la infancia del arte. (43)

II

(NÚMERO 143)

DISTINTOS GÉNEROS DE ESTILOS Sencillo.– La sencillez excluye todo lo que tiene vicios de ornato. Contentándose con la claridad y corrección, no solamente prescinde de los adornos brillantes y movimientos apasionados, sino también del elegante artificio en la colocación y harmonía de las palabras. Para que el estilo sencillo pueda interesarnos, es preciso que el fondo de la obra tenga mucha importancia propia, y que no degenere en árido, áspero y pesado. El estilo sencillo, aplicado a objetos de grande importancia, recibe el nombre de austero y grave. Elegante.– Es elegante el estilo adornado con todas las galas de la imaginación, a la par que recrea dulcemente el oído con la harmoniosa coordinación de las palabras. En la elegancia van comprendidas la gracia, la belleza, la finura, la delicadeza, de los pensamientos, imágenes y afectos.

43 Para Paignon, las condiciones esenciales del discurso forense son: la claridad, la concisión y solidez.

225


Miguel Antonio De la Lama

Llámanse bellos los pensamientos, imágenes y sentimientos que producen en el ánimo una impresión suave y placentera. La gracia añadiendo a lo bello animación y movimiento, comunica al labio una apacible sonrisa. Generalmente se define, la belleza del movimiento. La finura presenta medio oculto el pensamiento, pero dejando que el lector lo descubra con facilidad. La delicadeza, no es más que la finura del sentimiento. Florido.– Cuando el ornato se emplea con alguna profusión, el estilo, según los casos, recibe los nombres de florido o brillante. Conviene a poquísimos asuntos. Enérgico.– El estilo enérgico o nervioso produce en el ánimo una impresión viva y fuerte; de tal modo, que parece que los conceptos han de quedar esculpidos en la memoria. Si las ideas pasan sin dejar en el ánimo ninguna impresión buena ni mala, el estilo se llama flojo, débil, lánguido, soporífero. La concisión, concentrando toda la fuerza del pensamiento como en un punto, acrecenta de tal suerte el vigor de la elocución, que muchos confunden el estilo nervioso con el estilo conciso. No obstante la energía se compadece muy bien con cierto grado de amplificación; y muchas veces nace la fuerza del discurso de la misma abundancia de la expresión. Vivo.- Se llaman vivos los pensamientos, los afectos y el estilo en general, cuando están penetrados de un calor suave que les da animación y movimiento. Eso es el fuego del alma del escritor, que semejante al calor en lo físico se transmite por ignorados medios al alma de los lectores, produciendo una emoción agradable y tranquila. En asuntos que exigen frialdad y calma, la viveza puede convertirse en afectación. Vehemente.– La vehemencia manifiesta, digámoslo así, un exceso de vida. 226


Retórica Forense

Es vehemente el estilo, cuando se precipita con ímpetu al reiterado impulso de la pasión y de la sucesión rápida de las ideas, que se agolpan y hierven en el espíritu, pugnando por desbordarse al exterior: agita fuertemente los ánimos y arrastra las voluntades. En asuntos que exigen frialdad y calma, la vehemencia puede convertirse en desapacible y fastidioso tono declamatorio. No se deslindan generalmente con mucha precisión, el estilo enérgico, el vivo y el vehemente; pero cuando; usualmente hablando, decimos que la fisonomía del hombre debe ser enérgica, y que están llenos de viveza los ojos de un niño, distinguimos perfectamente el sentido de entrambos epítetos. Tampoco confundimos al hombre de carácter vivo con el de carácter vehemente.44 Pomposo y sublime.– Cuando en la elocución encontramos unidas la brillantez, la grandeza, la elevación del pensamiento, la pompa de la frase y la rotundidad del período, el estilo se llama pomposo, elevado, magnífico, majestuoso, altísono. Si la magnificencia de la elocución sobrepuja a la grandeza del asunto, degenera el estilo en hinchado. El estilo sublime es un resultado de la magnificencia, de la energía, de la vehemencia, de la concisión y de la sencillez misma, adaptadas a la grandiosidad de los afectos, imágenes y pensamientos. La sublimidad de los afectos pertenece al orden moral. Cuando sobreponiéndose el hombre a sus pasiones y a los intereses de la tierra, parece que tiende a romper los lazos que sujetan su libre albedrío; al ver triunfantes la ley moral y la dignidad humana, experimenta el alma una emoción más noble y profunda que la que pudieran causarnos los más grandiosos espectáculos de la naturaleza. La sublimidad de las imágenes procede de su grande extensión, y excita en nuestra alma la idea de lo infinito. La oscuridad aumenta la sublimidad de los objetos; porque borrando sus límites, los engrandece

44 Véase Estilo Patético en el número 143.

227


Miguel Antonio De la Lama

y dar lugar a que la imaginación supla lo que no pueda percibirse por medio de los sentidos. La sublimidad de los pensamientos se refiere a un tercer orden de belleza: la belleza intelectual. Una gran verdad, un principio que entraña ilimitadas consecuencias, todo pensamiento que revele la fuerza poderosa del genio, nos admira y conmueve profundamente. Arquímedes pidiendo un punto de apoyo para mover el Universo, expresaba un pensamiento sublime. No debe confundirse el estilo pomposo o magnífico con el sublime; porque éste se aviene con la sencillez, con la vehemencia, con la concisión, con la brevedad y hasta con la aspereza de la frase; y nada de todo esto es compatible con la magnificencia y pompa de la elocución. Las imágenes y pensamientos se llaman atrevidos, cuando presentan los objetos con rasgos tan extraordinarios, que parecen traspasar los límites de la naturalidad.45 Tenemos un ejemplo en el primer tercero de un soneto de Monseñor J.A. Roca y Boloña a santo Tomás de Aquino: Cual águila caudal te has encumbrado, atrás dejando el firmamento hermoso, rasgando nubes y pisando soles.

III

(NÚMERO 143)

EXORNACIÓN DEL ESTILO FORENSE Se entiende bajo el nombre de exornación del estilo oratorio, “el aparato exterior que lo hermosea, y realza su belleza”. Ese aparato exterior del lenguaje puede consistir –o bien en ideas accesorias y brillantes que se ingieran con el asunto del discurso– o

45 Para los extractos que se contienen en este párrafo y el anterior, hemos preferido los “Elementos de Literatura por D. José Coll y Vehí”.

228


Retórica Forense

bien en la compostura de palabras y frases figuradas que lo ilustran y enriquecen.- Dé la primera clase son los lugares comunes o tópicos y las descripciones; y a la segunda corresponden los tropos y figuras retóricas. “La expresión sencilla dice Blair, no hace más que dar a conocer a otros nuestros pensamientos; pero el lenguaje figurado reviste además de eso el pensamiento de un modo particular, lo que al paso que lo hace más notable, lo adorna y hermosea”. Hasta la gente vulgar y soez, cuando quieren expresarse con fuego, derraman un torrente de figuras, descripciones y comparaciones, que aunque imperfectas, muchas veces importunas y casi siempre chocarreras, muestran la facilidad que todos los hombres encuentran para explicarse en este lenguaje. LUGARES COMUNES O TÓPICOS

Se da ese nombre, a los principios generales de que se sacan las pruebas para los argumentos en los discursos. Apenas habrá una cuestión forense en que no se presenten algunos hechos o circunstancias que puedan enlazarse con las ideas generales de Legislación o de Moral, que explican y caracterizan los actos humanos; de cuyas relaciones derivaban los antiguos sus tópicos o lugares comunes, que aplicaron a todo género de causas, amplificando sus pruebas directas con los argumentos que extraían de la naturaleza, cualidades, causas y efectos de las cosas (46). El señor Sainz de Andino, pone el siguiente ejemplo: “Supongamos que nos interesa demostrar que un contrato adolece del vicio de usura, y alegamos que el prestamista es hombre conocido generalmente por su carácter avaro y excesivamente interesado, y que

46 Algunos retóricos consideran los lugares comunes como fuentes generales, manantiales copiosos y fecundos, donde un Orador entendido y sagaz puede surtirse de argumentos, de imágenes de elevadas figuras, etc., etc., pero han desparecido en la mayor parte de los tratados modernos de Retórica.

229


Miguel Antonio De la Lama

en otros contratos de igual clase ha tratado con la misma dureza a los infelices que la necesidad puso bajo su dependencia. En comprobación de ello citamos varios hechos particulares que apoyan nuestra aserción, y deducimos que la usura es habitual en nuestro adversario; supliendo con este hecho general la deficiencia de prueba, que regularmente se experimenta en casos de esta naturaleza, a causa de que los usureros acostumbran guarecerse con todas las precauciones que pueden encubrir la verdadera convención del préstamo.- Probada la costumbre, es consiguiente extenderse a proponer una pintura enérgica del poderío que tiene sobre la voluntad: de la grande influencia que ejerce en los actos humanos: de la firmeza con qué debe reprimirse un hábito vicioso para extirparlo enteramente – Contrayéndose a la usura, se debe poner palpable su inmoralidad, la grosería y bajeza del principio que induce al hombre a aprovecharse de la indigencia de un semejante suyo, para reducirlo a que pague un rédito desmedido y oneroso, que agrave su miseria, y consume la ruina de su patrimonio – la frecuencia de este delito, la facilidad de encubrirlo y sus funestas consecuencias, serán materia de nuevas reflexiones, con qué el Orador esforzará sus argumentos”. Los argumentos fundados en consideraciones generales sobre la costumbre de la usura, sus caracteres, causas y efectos, son los lugares comunes del ejemplo propuesto. Es incontestable que una inscripción exacta y enérgica de los caracteres naturales de los actos humanos; la pintura elocuente que represente al vivo las pasiones y sus tremendos efectos, con la belleza de la virtud y el horror del vicio; y el análisis filosófico de las causas que influyen en nuestras inclinaciones, y nos arrastran al bien o al mal, son los grandes quicios de la Oratoria; y que en las discusiones forenses tienen un uso frecuente y una eficacia conocida para dar al discurso vigor, deleite y moción. Mas, el estudio no es suficiente para adquirir esta facultad, si la naturaleza no ha favorecido al Orador con un discernimiento muy penetrante y exacto, con una imaginación tan fecunda como varia, y con una sensibilidad tan viva como exquisita y delicada. Al que no reconozca en sí estas dotes le conviene mejor abstenerse de usar tópicos; porque para describir y pintar sin gusto ni delicadeza, es mejor ceñirse a la exposición sencilla del hecho.

230


Retórica Forense

DESCRIPCIONES

Para que los objetos que están lejos de nosotros puedan concurrir a fortificar, nuestros argumentos, imprimiéndose en el ánimo de nuestros oyentes, cual sí los percibiesen por los sentidos, se han adoptado las descripciones; por cuyo medio la imaginación representa lo que no se ve ni se toca, hiriendo el alma, así como lo haría la presencia real del mismo objeto representado. El estilo ordenado de las descripciones es elevado, porque la imaginación es hija del entusiasmo, y esto consiste principalmente en las imágenes y movimientos. Pintar con exactitud, con fidelidad y con fuego; reproducir con propiedad los rasgos naturales y los verdaderos caracteres de las cosas, y presentarlas con unos colores tan vivos, con una semejanza tan patente, y si es posible con identidad tan perfecta, que se vea, se toque y se palpe lo que solo existe en la imaginación, es lo que se llama hacer una buena descripción. FIGURAS

La palabra figura, empleada metafóricamente, designa los diversos aspectos que pueden presentar los pensamientos y el lenguaje. Hablar, con figuras, es apartarse del modo natural de explicar nuestras ideas; lo cual se usa con mucha frecuencia aún en las conversaciones familiares. Las figuras son el lenguaje favorito de la imaginación y de las pasiones: son modos de decir que se apartan de otro más sencillo, pero no más natural. Las figuras se dividen comúnmente en tropos, figuras de dicción y figuras de pensamiento. Suponemos que los que se dedican a la carrera del Foro tienen la suficiente instrucción sobre esta materia, desde que estudiaron Literatura general en la instrucción media; por lo que nos limitamos a dar una idea general de los tropos y figuras, que pueda servir de recuerdo. Tropo.– Es la traslación del sentido de las palabras o de las frases. Los tropos están fundados en la asociación de las ideas. 231


Miguel Antonio De la Lama

Los tropos de dicción están fundados en la conexión de las ideas, en su correlación o correspondencia, o en su semejanza. De aquí nacen tres especies de tropos: sinécdoques, metonimias y metáforas. En los tropos de sentencia no se traslada el sentido de las palabras, pero sí el sentido total de la oración o cláusula: no se expresa una idea con el signo de otra idea, pero se refleja un pensamiento en otro pensamiento literalmente expresado. La relación entre el sentido literal y el intelectual se funda, ya en la semejanza, ya en la oposición o contraste, ya en otras causas que no pueden referirse a un principio general. De allí la división de los tropos de sentencia: 1°. en tropos por semejanza (alegoría mixta o metáfora continuada o alegorismo y personificación y prosopopeya); 2°. Tropos por oposición, (Preterición o pretermisión, permisión, ironía y asteísmo): y 3°. Tropos por reflexión (hipérbole, litote o extenuación o atenuación, alusión, metalepsis, reticencia, asociación y paradoja). Figuras de dicción.– No son otra cosa que “unas cuantas maneras de construir las cláusulas con cierta belleza y gracia, y aún a veces también con energía”. Modifican lo material de la frase, y pueden reducirse a tres clases: 1°. Figuras por adición o supresión (designación, disolución, conjunción, epíteto); 2°. Figuras de dicción por repetición (conversión, complexión, reduplicación, conduplicación, epanadiplosis, concatenación, retruécano); y 3°. Figuras de dicción por combinación (aliteración, asonancia, equívoco, paronomasia, derivación, polipote, similicadencia, sinonimia y paradiástole o separación). Figuras de pensamiento.– En unas predomina la imaginación y las empleamos para dar a conocer los objetos; otras son producto del talento o del raciocinio, y las empleamos principalmente en la prueba y demostración de la verdad y otras son efecto de la sensibilidad excitada, y sirven para transmitir las emociones del alma. Por lo que las figuras del pensamiento se dividen: en 1°. Figuras pintorescas, (descripción, enumeración, perífrasis o circunlocución, expolición o conmoración, comparación y antítesis); 2°. Figuras lógicas (sentencia, epifonema, dubitación, comunicación, concesión, anticipación, sujeción, corrección, gradación y sustentación); y 3°. Figuras patéticas (obtestación,

232


Retórica Forense

optación, imprecación, execración, conminación, exclamación, interrogación, apóstrofe, dialogismo, interrupción y histerología).47 EFECTOS DE LAS FIGURAS

Según Sainz de Andino, el uso de las figuras produce en la locución los siguientes efectos: 1°. Hacen más abundante y copioso el lenguaje, proveyendo de nuevas palabras y frases con que expresar los pensamientos, de un modo nuevo, más agradable y más vigoroso, y multiplicando el uso de la misma palabra con nuevas significaciones. 2°. Dan mayor energía a la expresión; pues cuando recurrimos a las figuras es porque sintiendo con fuerza un pensamiento, y aspirando a que participen de nuestra vehemencia las personas a quienes lo comunicamos, adornamos la locución con ideas accesorias, o bien dándola a un nuevo giro, para que por uno o por otro medio se haga más penetrante y sensible. 3°. Hermosean y dan dignidad al estilo, porque siendo las expresiones figuradas otras tantas imágenes, divierten y recrean la imaginación, y sustituyen a las frases comunes y familiares, que no causan impresión porque el oído está acostumbrado a ellas, otra locución más majestuosa, interesante y eficaz para despertar la atención. Muchos pensamientos, que propuestos en el lenguaje ordinario se tendrían por vulgares y despreciables, causan admiración y sorpresa, si se presentan vestidos con gallardía y elegancia. 4°. Sirven para suavizar y modificar las ideas duras y desagradables, dulcificar las tristes y desabridas, disfrazar o paliar las groseras e indecentes e ilustrar las oscuras. Aún en el lenguaje familiar es necesario a cada paso, encubrir bajo una frase figurada un pensamiento, que propuesto con las palabras de su sentido propio y recto, ofendería el pudor, causaría hastío, irritaría el amor propio, movería a cólera, o produciría confusión.

47 La enumeración y clasificación anterior, han sido tomadas también de la obra de Coll y Vehí, en la que se encuentran las explicaciones convenientes.

233


Miguel Antonio De la Lama

5°. Proporcionan el goce de dos objetos a un tiempo, a saber: la idea principal y directa que se nos pretende mostrar, y la accesoria que constituye la figura; con la cual se deleita nuestro ánimo, haciendo comparaciones entre estos dos objetos, y buscando su semejanza y analogía. 6°. Suministran una idea más clara y exacta del objeto que se nos representa, que la que tendríamos si nos fuere propuesto desnudo de las ideas auxiliares con que lo viste la figura. 7°. Franquéanle al Orador mucha más amplitud para elevar o debilitar la fuerza del pensamiento, y graduar, según más le convenga, la impresión que haya de hacer en el auditorio. El uso inmoderado de las figuras puede causar dureza y afectación en el estilo. “La figura, dice Blair, no es más que el vestido: el sentimiento es el cuerpo o la sustancia”.

REGLAS PARA EL USO DE LAS FIGURAS EN EL FORO

El mismo autor da las siguientes. 1ª. Las figuras no son oportunas, sino cuando se presentan naturalmente a la imaginación, sin esfuerzo alguno, y nacen del mismo asunto que se trata, o las prescribe la decencia. “Jamás debemos interrumpir, dice Blair, la serie de ideas, para andar a caza de figuras. Si se buscan a sangre fría y con designio de adornar la composición, hacen malísimo efecto. Es tener ideas muy equivocadas de los adornos del estilo, creer que son cosas separadas del asunto, y que se le pueden coser como una cinta a un vestido”. 2ª. Las figuras se han de usar con la debida economía y proporción, y no se han de emplear fuera de tiempo y de lugar, ni con demasiada frecuencia. También en lo bello debe haber su coto, fuera del cual degenera en cansando y fastidioso. ¿No sería muy ridículo que el afligido, el lloroso, o el colérico, se expresasen con antítesis, semejanzas y otras cadencias de igual clase? 234


Retórica Forense

En el estilo judicial debe ser aún más rigurosa la circunspección del Orador, tanto en el uso de las figuras, como de todos los demás medios de exornación. Fenelón reprendía con justísima razón al Abogado que encargado de defender el patrimonio de una familia, o la vida de un hombre, se divertía en entretejer su discurso de flores y primores, en vez de contraer toda su atención sobre los medios serios y efectivos de convencer, persuadir y defender la justicia de su cliente, y salvarlos del peligro en que se encontraba. El Abogado que prefiere su gloria personal al bien de su causa, falta a todos sus deberes. Conviene advertir sobre lo dicho, que aunque de todas las figuras deba usarse con sobriedad, hay algunas que se pueden emplear con más frecuencia; porque al paso que dan sumo realce a la expresión su repetición choca menos. Estas pertenecen a la clase de las que llamamos figuras de pensamiento; y son la gradación, la acumulación, la interrogación, el apóstrofe y la exclamación. La gradación o progresión que encadena los pensamientos en un orden progresivo, aumentando simétricamente la fuerza y viveza de cada uno, grava las verdades por el orden natural con que la inteligencia las concibe, pinta en pocas palabras los acontecimientos más complicados, y causa una impresión penetrante, que contribuye eficazmente a la obras de la persuasión. La repetición fija y liga fuertemente el alma sobre un objeto, reproduciéndolo con distintos atributos y es muy del caso para insistir tenazmente en una prueba, o inculcar alguna verdad que queremos gravar profundamente en el ánimo del auditorio. La exclamación llama vivamente la atención; caracteriza rápidamente los objetos, y da mucho vuelo al discurso, exaltando con actividad y prontitud los sentimientos más notables que presenta el asunto. El apóstrofe es el desahogo de una pasión fuerte cuando está en una conmoción violenta; trae a juicio al adversario ante la opinión del auditorio: concentra todas las miradas sobre él y descubre en un sólo rasgo el punto de vista, en que desea el Orador que contemplen los Jueces el asunto y su héroe, las prendas de su parte, o los defectos de la contraria. La interrogación, por último, es una forma de argüir viva, fuerte, varia y decisiva. Habla al alma, agita las pasiones, y arranca el 235


Miguel Antonio De la Lama

consentimiento. Eslabonada al fin de la frase, añade nueva fuerza a la demostración, confirma y sella el raciocinio, y subyuga el ánimo de los oyentes, sin dejarles lugar para discernir ni dudar; pero para conseguir todos estos efectos, que son de una ventaja imponderable, es menester no usarla sin sobre proposiciones de una verosimilitud palpable, que no envuelva repugnancia ni incompatibilidad alguna. 3ª. Las figuras no deben ser triviales o vulgares. En el Foro, principalmente, donde todo respira seriedad y majestad, no podrán emplearse sino aquellos adornos que correspondan exactamente al carácter severo, decoroso y austero de nuestra elocuencia.

IV. CONSEJOS DE SAINZ DE ANDINO PARA PERFECCIONAR EL ESTILO Los medios oportunos para mejorar y perfeccionar el estilo pueden reducirse a cuatro: doctrina, ejemplos, ejercicios y método en la preparación de los informes. DOCTRINA

Entiéndese aquí por doctrina la ciencia de la composición; que quiere decir: el conocimiento de las palabras de su significación, de sus acepciones y sentidos propios y figurados; de la estructura del lenguaje de las formas y medios oratorios, de las reglas del buen estilo, del gusto y de la belleza. Las buenas Gramáticas, los Diccionarios, la Retórica, los autores clásicos del arte oratorio y los buenos críticos, son las fuentes en que ha de beberse esta doctrina. EJEMPLOS

El estudio de los ejemplos se puede hacer por la lectura o por la audición. Leyendo podemos meditar con toda atención y detenimiento, escudriñar y analizar las formas, perfecciones y defectos del autor. 236


Retórica Forense

La audición nos da lugar para observar los ejemplos prácticos que pueden llamarse modelos con vida, que nos conmueven a la par que nos ilustran, excitan nuestra emulación al mismo tiempo que nos instruyen y exponen a nuestra vista para aguijar nuestra emulación el brillante atractivo del lauro, con que el contento y el aplauso del auditorio recompensen los esfuerzos y las tareas del Orador. Opimo es el fruto que puede sacar el Orador principiante de frecuentar los Jurisconsultos acreditados por la elegancia y perfección de sus discursos. El que se proponga seguir los pasos de los buenos Oradores, es menester que los busque, que los trate, que los oiga, que los observe de cerca, que no deje de asistir a sus discursos, y que se empape en su estilo. De regreso a su gabinete, después de haber oído el informe de un letrado de nota, recordará el plan de su composición, lo examinará a solas, meditará los rasgos más notables de ella, y se ensayará a formar un nuevo discurso sobre el mismo asunto. EJERCICIOS

La doctrina y los modelos no serían suficientes para adquirir una locución correcta sin la práctica y los ejercicios. El hábito continuo de componer es el que forman el estilo de los escritores y la locución de los Oradores: componiendo sin cesar es como se enriquece la memoria, se ejerce el entendimiento, se cultiva la imaginación, y se contrae grande facilidad en la aplicación de las voces. A la manera que los ejercicios físicos dan agilidad al cuerpo, y garbosidad y gracia a sus movimientos, así la continuidad de los trabajos mentales robustece el vigor de nuestra inteligencia, facilita sus operaciones, y desarrolla todas sus facultades. Escribid, volved a escribir, escribir sin cesar, es lo que recomiendan todos los maestros, es lo que enseñaron Cicerón y Quintiliano, y es el mejor efecto que confirma la experiencia No solamente es necesario componer, escribir, y no cesar de escribir, sino que se ha de poner toda la atención posible en la composición, se ha de meditar mucho lo que se escribe, se han de pensar los pensamientos, se ha de castigar el estilo escrupulosamente, se ha de pedir consejo a los censores ilustrados y no se ha de perdonar trabajo ni diligencia hasta que salga la composición tan perfecta como lo permita nuestra capacidad. Escribamos con pausa, con lentitud, con reflexión. 237


Miguel Antonio De la Lama

PREPRACION DE LOS INFORMES

Un buen método en la preparación de los informes sirve, no solamente para que la defensa reúna toda la plenitud de doctrina con el rigor y orden en la colocación de las ideas que exigen en la naturaleza y transcendencia de ella, así como para precaver omisiones y transcuerdos perjudiciales al buen éxito de la causa; sino también para que los Abogados usen de una locución perfecta y se acostumbren a ella. Por defecto de preparación suficiente se malogran muchas defensas, y se oyen en los Tribunales exposiciones indigestas, atestadas de palabras insignificantes, inoportunas y triviales, que cansan a los Jueces, fastidian al auditorio, y convierten la defensa en un charlatanismo insoportable. Algunos Abogados no piensan en el informe hasta que se les pasa el aviso para la vista del pleito, la víspera del día señalado para ello; y aún así, esperan los últimos momentos de ir al Tribunal para pasar una ojeada sobre el extracto de los autos, los borradores de los alegatos e instrucciones de las partes, se recogen algunas citas doctrinales sobre la cuestión de Derecho y se tiene por preparado el informe. Pasemos al mecanismo de una buena preparación. Lo regular, ordinario y corriente, es que los letrados lleven en mente sus oraciones, y las pronuncien según las han aprendido y preparado, agregando algunas ideas que les ocurren en el acto de la vista, para impugnar algún argumento nuevo propuesto por la parte contraria. Se desgracia mucho el Orador que lee su discurso, porque ni se le descubre el fuego de la fisonomía ni tiene desembarazo en sus movimientos; fuera de que en las discusiones judiciales ocurren en el acto mismo de verse el pelito, mil incidentes que no podrían salvarse, si el Abogado se hubiese de sujetar a lo que trajese escrito sin quitar ni poner. Ni aun los discursos que se han de recitar de memoria se deben escribir de antemano; excepto cuando se haya de discutir un negocio muy grave y delicado, cuando la causa sea de mucho empeño y se espere que por haber fijado con interés la atención pública, asistirá a la vista un concurso distinguido, o bien en los primeros informes que hace un letrado joven; con tal que, además de lo escrito y aprendido, se lleve a los Estrados una reserva, digámoslo así, de especies sueltas, para 238


Retórica Forense

acudir a lo imprevisto, y que el defensor esté perfectamente penetrado del negocio. El Abogado debe arreglar el esqueleto de cada informe, consignando sobre notas muy breves las ideas cardinales del discurso, las raíces de los medios de defensa, las citas de leyes y autores en que haya de apoyar su doctrina, y el plan general del discurso. El Orador debe estar perfectamente instruido del proceso; y proveerse de un extracto fiel y sucinto en que de un golpe de vista pueda ver el cuadro de los hechos que le convenga tener presentes en la discusión; deslindar y caracterizar, con precisión y acierto, la cuestión de derecho y la de hecho; y exponer su plan de defensa acudiendo a las fuentes de donde debe surtirse de materiales para ella, dándoles la colocación y orden conveniente. Además de esos medios de preparación hay otros que son también de suma importancia. El primer cuidado del Orador debe fijarse en adquirir ideas claras y exactas sobre todas las materias que ha de tocar en el discurso. La preparación fundamental que, dando un conocimiento pleno y consumado de los medios de defensa, facilita una buena locución para expresarlos, es la meditación profunda del asunto, recapacitar sobre él hasta poseer una ciencia cabal y distinta de la cuestión y de todas las ideas accesorias, hasta que hayamos tomado por ella interés y entusiasmo. Entonces, y solo entonces, hallaremos que las experiencias corren de suyo. El caudal de ideas que se necesita no se recoge, sin reflexionar mucho sobre el asunto del informe, sin analizar todas las deudas que puede éste presentar, sin prever y hacerse cargo de las expresiones que pueda hacer la parte contraria y de todas las dificultades que puedan ocurrir a los Jueces, sin llevar entendida la diversidad de opiniones con que podrán interpretarse las doctrinas y la distinta notificación que podrá hacerse de los hechos; y por último, sin resolver de mil maneras la cuestión, hasta que el entendimiento se empape enteramente de ella.

239


Miguel Antonio De la Lama

No parará aquí la atención del Abogado; sino que descendiendo a los minuciosos detalles de la dicción, combinará mil frases sobre un mismo pensamiento, buscará diversas palabras para cada idea, construirá las oraciones de distintas maneras, multiplicará bajo diversas formas la expresión de un mismo concepto; repitiendo estas operaciones en ocasiones diferentes, sin embarazarse en que cada vez se reproduzcan las ideas en términos diversos. La formación de las notas o extractos se reduce a indicar sumariamente las divisiones y subdivisiones del discurso; las ideas capitales de cada una de sus partes; las raíces de cada medio de defensa, y las palabras indicativas de los raciocinios más selectos, persuasivos y sublimes, poniéndose especial esmero en simplificar cuanto sea dable estos signos de indicación. Hay otra preparación más rápida, que no puede hacerse, o al menos no puede perfeccionarse, hasta el acto mismo de la discusión. Tal es la del Abogado llamado a impugnar el discurso del que habla primero. Es verdad que en vista de lo alegado y probado en la causa, se presume regularmente cuales podrán los medios de defensa de que se compondrá el informe contrario, y sobre esta presunción se lleva prevenida la impugnación; pero también suele ocurrir que el Abogado que habla antes haya reservado para la vista los raciocinios más fuertes. Se debe tener presente además, que el letrado que impugna una defensa debe seguir en la impugnación el orden en que ésta ha sido propuesta y no ha de dejar por tocar uno solo de los argumentos contrarios. La preparación en esos informes que pueden llamarse imprevistos, no puede ser otra que la meditación y examen del proceso, el estudio de las doctrinas que tengan relación con la cuestión, el repaso en mente de la defensa y su plan, el análisis de los argumentos propios, el cálculo sobre los del contrario y la observación sobre lo fuerte y lo débil en los unos y en los otros. También es muy conducente que el cuadro sucinto del discurso que debe ser como el guión del Orador, haya también indicado los argumentos radicales de la defensa contraria y las bases de su solución, salvo de hacer después las reformas, supresiones y amplificaciones a que dé ocasión la exposición del Abogado a quien debe contestarse.

240


Retórica Forense

Cuando el discurso de éste es muy largo, y la defensa consta de muchos medios no puede haber inconveniente en que el defensor tome con un lápiz una nota brevísima de los puntos cardinales de ella; no omitiendo indicar en dicha nota los hechos que hayan podido alterarse, desfigurarse y caracterizarse en un sentido erróneo, para reparar después estos errores y darles su verdadera calificación cuando le llegue su vez de informar. Al tomar esas notas, el Abogado no debe detenerse a buscar las respuestas y réplicas; porque distraído con esta atención, se le escaparían muchos raciocinios interesantes del adversario, y los dejaría sin impugnación.

241



MODELOS

I – FORO FRANCÉS DIVORCIO Defensa de la Condesa de Mirabeau en pleito con su marido sobre divorcio, y de Mirabeau, hecha por él mismo ante el Parlamento de Provenza (1788).

NOTICIA DEL PLEITO

No sólo tiene celebridad este asunto por la índole de la cuestión ventilada, sino por los personajes que en él intervinieron. Dos hombres ilustres sostuvieron los respectivos derechos de las partes. Tratábase de decidir sobre el divorcio pretendido por la Condesa de Mirabeau contra el Conde. Este gran Orador defendió personalmente su causa, y la Condesa encomendó la defensa de la suya al Abogado Portalis, uno de los grandes Oradores de la Provenza, que murió siendo Ministro de la Corona en Francia. DISCURSO DE M. PORTALIS

Señores: La dignidad del matrimonio, la tranquilidad de las familias y las buenas costumbres, no permiten que se pronuncie una separación sin causa grave; pueden considerarse como causas graves la sevicia y malos tratamientos, todo aquello que pueda justificar la repugnancia invencible de una mujer a volver a entrar en el hecho conyugal, los hechos que ataquen la existencia física, y los que comprometan la moral. Esta es la doctrina de Lacombe, Cochin, d’Agon y Pothier, que han reconocido que en materia de separación era necesario apreciar la naturaleza e importancia de los hechos, con relación a la calidad de las personas, y que lo que no fuera causa razonable de separación entre 243


Miguel Antonio De la Lama

personas sin principios, pudiera serlo entre las que recibieron cierta educación. El primer motivo que alega la señora de Mirabeau para pedir la separación es la difamación, y en efecto, es una de las causas graves y justas que puede tener una mujer bien educada para exigirla; porque es imposible que subsista la paz y tranquilidad en un matrimonio en que el marido difama a su mujer. La difamación resulta de una Memoria de Mirabeau y de cartas escritas a funcionarios públicos. En vano trata de disminuir la gravedad y efectos de este motivo de separación, no reconociendo su Memoria, y diciendo que no debe dar ninguna cuenta de las cartas, ya porque las cartas mismas están bajo la fe pública, ya porque las quejas una vez depositadas en el seno de los Ministros del Rey no pueden pasar por difamaciones. ¿De qué sirve negar o desmentir privadamente, cuando la calumnia es pública? Redactóse una Memoria difamatoria que circuló y se distribuyó al público, se esparció en el Reino y aún en los países extranjeros; y para reparar el efecto que pudo causar en la opinión, ¿le parece suficiente no reconocerla en las cartas dirigidas a la familia ultrajada, sin dar ningún paso público ni legal para detener la difamación, dejando el veneno de la calumnia que se extienda por todas partes, sin tomarse la pena de desengañar al público y a la sociedad? La familia no contestó a estas cartas en que negaba Mirabeau ser el autor de la Memoria, lo que prueba que no estaba satisfecha, y en efecto, no merecía contestación una negativa privada que dejaba subsistir la publicidad del ultraje. El marido es el protector y defensor de la mujer, y debe vengar la injuria que se le hiciere; de lo contrario, la injuria hecha a su mujer es propia suya. Las leyes se arman de todo su rigor y poder contra un marido que no pone todos los medios posibles para proteger y vengar a la compañera que la Providencia le destinó, y desde luego castigan con la pérdida de su dote tan cobarde silencio: ei qui mortem uxoris non defendit, ut indigno dos anfertus. Es verdad que el texto sólo habla de la muerte de la esposa, pero las leyes dan igualmente acción al marido para defender el honor de la mujer, para vigilar su reputación, bien más precioso que la misma vida. El marido es el primer ofendido en la persona de su mujer, y el derecho le llama arbiter famoe, vindex uxoris; renuncia, pues a su poder, rompe toda comunión, si descuida llenar un deber sagrado e inseparable de su calidad, y que se deriva de la esencia misma de la sociedad conyugal. 244


Retórica Forense

La Memoria pública que se desconoce en privado, se encuentra confirmada por cartas dirigidas a funcionarios públicos; que aunque no se desconocen, se dicen que no pueden pasar por difamaciones, como si no pudieran serlo las cartas o quejas dirigidas a funcionarios públicos. ¿Qué difamación hay más cruel y peligrosa que la que tiende a perder una mujer o un ciudadano en la opinión del Soberano? Las cartas escritas a los Ministros dan acción en justicia a aquello que por ellas se ven ofendidos, y autorizan la reclamación en los Tribunales; quienes dan con el castigo del culpado la correspondiente satisfacción a los que son injuriados en semejantes cartas. Además, no es posible mirar como documentos privados unas cartas que han sido divulgadas, y prestado materiales a una Memoria pública; una cartas que estaban a disposición de un tercero, y que una mano indiscreta pudo hacer públicas. Aún cuando la difamación no fuera pública, siempre sería una causa para pedir la separación, porque el marido es responsable de la opinión que forma de su mujer; y de cualquier modo que sea conocida esta opinión, hace una llaga profunda en el corazón de una esposa, a quien coloca en la más triste desconfianza y humillación, no siendo posible que esta esposa sostenga la presencia de un marido que la deshonra, y que no teme declararlo. Dejemos a un lado estas cartas y esta Memoria, y convengamos ante todo en que los desprecios capaces de indignar un corazón noble y sencillo, son motivos legítimos de separación entre personas de su esfera. Voy a tratar del segundo medio de separación, invocado por la Mirabeau, fundado en el adulterio de que supone culpable a su marido. Según nuestras leyes, la mujer no puede acusar de adulterio a su marido, pero hay ciertos casos en que, aunque no la sea permitido intentar la acción de adulterio, puede demandar la separación, como muy bien lo acreditan Cochin, Bretonnier, Ferriére, Desormis, Despeisses, Hericourt y Mornach. El adulterio cometido en la casa conyugal a vista de la mujer, era entonces, como ahora, un motivo de separación, porque nada hay que pueda con más razón irritar a una mujer de honor quod maxime castas uxores exasperat, y no debe ser menos cualquier otra especie de adulterio, como está probado por varias sentencias de Parlamento de París y por el de Dijón. Se ha visto ya que Mirabeau es culpable de adulterio, por consiguiente, tiene su esposa el derecho de demandar la separación. En vano se objetará que el adulterio es un delito privado, y que la transacción de Pontarlier impide toda reclamación. 245


Miguel Antonio De la Lama

El adulterio es un delito privado, siempre que no vaya acompañado de rapto o desaparición pública de la persona, cuando de él no se sigue escándalo; porque si concurrieran estas circunstancias, se hace auténtico y solemne, el Ministerio Fiscal tendría acción para perseguirlo y pedir venganza a nombre de las leyes y de las costumbres, públicamente ofendidas. ¿Qué importa, además, que el adulterio sea en general un delito privado por su naturaleza? Aquí se trata del orden público, se trata de vengar el honor de una esposa ofendida por el adulterio. No pueda enhorabuena acusar la mujer un adulterio clandestino furtivo y pasajero; pero un adulterio que ha sido objeto de un procedimiento escandaloso y de un juicio público, es para la esposa un ultraje gravísimo. ¿Qué nos quiere decir Mirabeau con advertirnos que los Tribunales de Provincia no son competentes para conocer del adulterio, ya decidido en el juicio de Pontarlier? Seguramente que no, ellos no pueden conocer de este adulterio por vía de acusación, y con el objeto de imponer al culpable la pena que merece por este crimen; pero esta no es la cuestión. La Mirabeau no acusa ni persigue criminalmente a su marido; quiere solamente oponerle por excepción, como causa legítima de separación, un delito justificado por un juicio público y solemne, pronunciado por Jueces legítimos. No tiene necesidad de hacerle juzgar de nuevo: con arreglo a la ley, la es suficiente que haya sido juzgado, si maritum adulterum condemnatum invenerit; la es suficiente invocar la fama pública, adulterium probatur per solam famam quoad separationem thori: la es suficiente presentar los autos que se han pedido, y los decretos que subsisten en todo su vigor. La transacción de Pontarlier no lo terminó todo; esta transacción, que no puede producir la absolución del culpable, es una prueba del delito; no extingue lo actuado, lo deja en completa existencia, y no puede impedir que el Fiscal persiga un adulterio público solemne. Por más fuerza que se quiera dar a esta transacción, no puede jamás borrar el ultraje hecho a una esposa sensible y virtuosa; podrá poner al acusado a cubierto de las persecuciones del acusador, pero éste no puede remitir la injuria que sólo hiere a la Mirabeau, y que tiene que devorar en silencio. Es un principio inconcuso en nuestros fueros y en nuestra práctica, que el divorcio y el repudio arbitrario es, respecto de la mujer, el más poderoso motivo de separación, pues es excesivamente cruel que viva bajo la dependencia de un marido, una esposa que ha sido

246


Retórica Forense

públicamente despreciada y tratada como extraña. No habiendo repudio más arbitrario, divorcio más criminal e insolente que del que se queja la Mirabeau a las leyes y a la justicia, debemos concluir, que le asiste justa causa para demandar la separación. Ella expone que su marido ha faltado indignamente a la fe conyugal, despareciendo a los ojos de la Francia entera con una mujer que no le pertenecía; que ha cohabitado públicamente por espacio de diez y ocho meses en Holanda con esta mujer; que hablaban de matrimonio, y que sólo encontraban por obstáculo a su unión la vida de un anciano octogenario. Estos hechos graves, que indican el desprecio y el olvido de todos los deberes, hasta el exceso más inaudito, son una injuria sensible y funesta para su esposa honrada, hacen que una mujer distinguida y virtuosa, puede ser arbitrariamente envilecida y degradada a los ojos de la sociedad, y el vil juguete de los caprichos y de las pasiones de su marido. El matrimonio es, sin duda, el más santo y el más respetable de todos los contratos, por lo que es necesario mucho tiento cuando se trata de deshacer sus nudos; estos mismos son los principios por los que reclama la Mirabeau contra un esposo, que por un repudio público y por un crimen, ha querido separarse de hecho de su esposa. Las leyes reprueban, los Tribunales y las costumbres públicas condenan el divorcio, que un marido por autoridad privada causa por medio de un comercio criminal y por sus escándalos. Cuando llega a cometerse una profanación tan vergonzosa del matrimonio, se rompen todos los lazos; la unión de los cónyuges en tal caso, sólo subsiste a los ojos de las leyes por el sacramento: se debe necesariamente romper una sociedad que no tendría en adelante más objeto que el dominio arbitrario del marido y la envilecida esclavitud de la mujer, que haría degenerar en suplicio la vida conyugal. La Condesa de Mirabeau ha expuesto en su Memoria, que desde los primeros días de su matrimonio, ha sufrido constantemente palabras ofensivas, injurias groseras y hasta golpes; el Conde de Mirabeau desmiente esta acusación, presentando cartas llenas de ternura que ella le había escrito; pero estas cartas sólo prueban la paciencia, la constancia y la dulzura de su esposa; probarán, si se quiere que perdonaba la sevicia; que consentía en devorar en secreto las vejaciones, los crueles y bárbaros tratamientos; que repugnaba la separación con las esperanzas de un cambio, de un porvenir menos triste, pues que ella más tenía que sufrir, que avergonzarse de una unión

247


Miguel Antonio De la Lama

tan desgraciada. Pero pasó ya este tiempo de compasión y paciencia, acontecimientos posteriores han agotado los recursos de la prudencia; la Mirabeau no puede ser insensible a sospechas injuriosas, a cartas ultrajantes y a una difamación pública; no puede ver con indiferencia el escándalo de Pontarlier, la violación solemne de la fe conyugal, los desórdenes de que iba acompañada. Entonces, se nos dice, los dos esposos se hallaban lejos uno de otro. ¿Qué importa este alejamiento? Puede ponerse un límite a ciertos golpes, a ciertos hechos, a ciertos excesos; pero la calumnia desde cualquier parte que dirija sus tiros, siempre es pérfida, siempre peligrosa cuando circula en la sociedad. No es necesaria la presencia del difamador para que el agraviado reciba heridas morales y profundas, que no se cierran jamás. Es cierto que Mirabeau se hallaba ausente, pero su calidad de esposo le sigue por todas partes y la ausencia no podía relevarle de unas obligaciones y deberes, ajenos a esta calidad que continuaban siempre siendo inviolables. Si pudo hollar y desconocer todos estos deberes, ¿qué importa al país dónde sucedieron aquellas tristes escenas que indignan al público y despedazan el corazón de una esposa sensible y virtuosa?. El escándalo no por esto dejó de verificarse, y la Mirabeau tuvo que sufrir la injuria y el ultraje. Si en su persona no ha sufrido los bárbaros tratamientos que se le atribuyen, su honor ha estado expuesto a peligros más horrorosos. ¿Quién no ve que esta conducta, que los atentados que la Mirabeau denuncia, la sevicia, todos los primeros exceso de su marido, debilitados, quizás, por la paciencia de la esposa que los sufría, renacen con toda su fuerza y vienen a formar un cuerpo con todos los hechos escandalosos que se han sucedido por espacio de ocho años consecutivos; que atacan al honor y a la seguridad de la mujer y confunden la vida entera del esposo? ¡Quién no ve que los desórdenes presentados en la Memoria de la Mirabeau, abrazan todos los tiempos, están ligados por el mismo principio, forman un todo indivisible y autorizan, por el cuadro espantoso de lo pasado, su justa reclamación para vivir asegurada en el presente y apartar los tristes y funestos presagios del porvenir? Réstame examinar la cuestión de si durante la instancia de separación, la Mirabeau debe ser devuelta a poder de su marido, depositada en un Convento o quedar bajo la salvaguardia de su padre. Una mujer que pide la separación, si continúa viviendo durante el proceso bajo la inmediata autoridad de su marido, no tendrá libertad necesaria para perseguir los abusos de su poder; por consiguiente no debe exigirse la 248


Retórica Forense

cohabitación en este caso; además de que obligar a los cónyuges, durante la instrucción del proceso a vivir juntos, sería exponerlos a escenas futuras que necesariamente lleva consigo una lucha abierta. La reclusión en un Convento sólo puede ordenarse como pena o como precaución: como pena no puede ser, pues que solamente se aplica a los infractores de la ley; y recluyendo a la Mirabeau en un Convento se castigaría a la inocencia y la desgracia. No podría ordenarse tampoco como precaución sin injusticia, y sin insultar la santidad y majestad de su padre. Los Monasterios son los asilos respetables de la virtud; pero la casa paterna lo es más: a no dudarlo es el primer asilo de la inocencia; es el verdadero santuario de las costumbres; y antes que existiesen establecimientos que sólo deben su origen a las instituciones particulares de piedad, la Naturaleza, la Religión y el Estado, designaron la casa paterna como un templo sagrado en el que los hijos deben recibir los principios de todos los deberes, la semilla y los ejemplos de todas las virtudes. Las leyes no deben buscar otro asilo a una mujer que vive bajo la inspección y protección de un padre virtuoso y respetable, pues que entonces nos veríamos reducidos al triste extremo de no poder contar con los lazos de sangre, los sentimientos más religiosos y las inspiraciones más poderosas de la naturaleza. Pero es necesario, se dirá, librar a la Mirabeau de la obsesión. ¿Tiene la Mirabeau necesidad de esta obsesión, para rehusar vivir con un marido que la ha ultrajado y difamado, que ha amenazado su honor y atentado contra su seguridad, que no ha adquirido más celebridad que la que le dan sus escándalos y desórdenes? ¿Quiénes son, pues, los que la rodean? Un padre virtuoso y sensible, parientes honrados que quisieran apartar la vergüenza, el ultraje y la infamia, que se presentarían para proteger una esposa desgraciada e indignamente atacada. Según los hechos expuestos y confirmados, sólo tiene necesidad la Mirabeau de replegarse sobre sí misma, consultar los sentimientos de su corazón, preguntar a su alma, y ceder al instinto del honor, para desechar con energía una unión a que opone viva e invencible resistencia, justificada por su repugnancia y sus temores. Ella debía estar rodeada de personas que la dirigieran, y lo está por la voz de su conciencia, por la de todos los hombres de bien, y por la sociedad entera. ¿No es la misma familia de su marido la primera que ha vertido en su alma las semillas cuyo desarrollo se ve en la actualidad? ¿No es esta familia la que la advirtió estuviera prevenida contra 249


Miguel Antonio De la Lama

su esposo, pintado con los más horribles colores, y al lado del cual no podía vivir sin comprometer su seguridad, su dignidad y su reposo? ¿No es la misma familia la que ha revelado todos los misterios domésticos, inspirado todos los temores, y presentado a este hombre sin la máscara que le cubría? ¿Para sustraer a la Mirabeau de esta supuesta obsesión, se la quiere enterrar viva en una tumba, para no dejarla en este sombrío calabozo, sin más comunicación que la de aquel a quien ella denuncia como su perseguidor y su tirano? ¿Bajo este pérfido pretexto, se la quiere arrancar de la protección paterna, de toda su familia, de la naturaleza entera, arrebatarla el sagrado derecho de la defensa natural, cerrarla la entrada en los Tribunales, negarla todo recurso judicial, quitarla el desahogo del alma, abandonarla a la desgracia y a la desesperación, privarla del beneficio de todas las promesas solemnes que le fueron hechas de las palabras de honor que le han sido dadas; para favorecer a su marido que ha tomado como por diversión atentar contra el honor de su esposa, violar la fe conyugal, y todos los deberes y obligaciones? ¿Y por esta alegación calumniosa, se ha de atacar su tranquilidad, ofender a un padre virtuoso, acusar e insultar a toda una honrada familia? No, las leyes no lo consienten, las leyes no se prestan a tales procedimientos. La Mirabeau no se halla en la clase de aquellas mujeres que abandonan de repente la casa de su marido, para entablar una demanda de separación: hace ocho años que se halla en posesión del estado cuya conservación solicita, disfruta de este estado con el consentimiento de su familia, con el de su esposo, que indignamente viene a turbar su tranquilidad; le disfruta bajo la fe de un juicio doméstico, cuya santidad y justicia invoca: ¿por qué, pues arrebatarle provisionalmente estos derechos ciertos y reconocidos? Ella no se negó jamás a manifestar sus intenciones a su marido, acogió sus emisarios, recibió sus cartas, y sólo las devolvió cuando era necesario romper una correspondencia inútil y fastidiosa, ofreció entrevistas con las precauciones que creía deber indicar, respecto a su seguridad y dignidad; pero declaró que no podía hacer el sacrificio de sus sentimientos, de su honor ultrajado y que era responsable a su familia, al público y a la sociedad, de todo lo que podía interesar a su estado y a su delicadeza. ¿Podrán, pues, las leyes desaprobar este lenguaje? ¿Podrán dejar de amparar a una esposa desgraciada que reclama su protección? ¿Cuál es el hombre razonable que a vista de todo lo que se ha escrito por la familia de la Mirabeau, no se admira de la confianza audaz con que el marido corre desde su 250


Retórica Forense

prisión a demandar a su mujer, y quién no acusaría a ésta, si se determinara a unirse con su esposo? El Tribunal decidirá. DISCURSO DE MIRABEAU

Señores Magistrados: cuando en 1772 bendije al Cielo por haberme concedido una esposa a quien tiernamente amaba y de quien recibiera el corazón; cuando en 1773 bañé con lágrimas de placer el fruto de su ternura, cuya prematura muerte debía llorar pronto, no esperaba que dentro de pocos años viniera a demandar en juicio nuestra separación una esposa a quien el amor condujo al pié de los altares. Si algún siniestro genio me hubiera enunciado tal desgracia, habría maldecido la cruel mano que escribiera tan fatal provenir. Corrióse el velo, y desde luego aparece que la Mirabeau se ha visto forzada a desechar a su esposo, obrando contra los sentimientos de su corazón. En vano me he valido de los procedimientos más moderados, de las causas más sagradas, de las súplicas más tiernas; todo esto no ha sido suficiente para que se me viera y se me oyera. Hallándome separado de hecho por una voluntad que se irritaba por cuanto yo hacía para interesarla en mi favor, no trataron mis enemigos de pedir un auto de separación: sólo cuando quise que cesara esta situación ambigua que pugnaba con las leyes, los Tribunales y las costumbres, se me ha obligado a expresar mi sentimiento por medio de un alguacil, rehusando toda especie de explicaciones y conferencias, y hasta devolviéndoseme las cartas que yo escribía. Es necesario, pues, señores Magistrados, que decidáis nuestra suerte. Confieso que he temido con razón llegar a este extremo doloroso, y a la verdad no sostendría este triste proceso, si los que cautivan el corazón de mi esposa y dirigen hasta sus pensamientos, no hubieran comprometido mi honor con insolentes calumnias. Estoy lejos de creer que una mujer vuelva a ser tierna esposa, fiel compañera, buena madre, por el mandato de los Tribunales; pero a pesar de todo, no puedo prescindir de llevar adelante este extraño litigio, por no exponerme a los ataques de los consejeros de mi esposa, que de la más simple reclamación han querido hacer una causa de partido, amotinar el pueblo, negarme todo consuelo, impedir mi comunicación con mis amigos, y privarme de consultas y defensas. Los más célebres Oradores del Foro han sido consultados contra mí con la mayor precipitación, cuando asegurados de la razón de mi causa y 251


Miguel Antonio De la Lama

de mi estimación a mi esposa sólo trataba de enternecer a su familia por numerosas deferencias, se creyó vanamente que sucumbiría a la falta de defensor. Pero quedáis vosotros, rectos Magistrados, y ante vosotros voy a exponer mis razones y sin hacer mérito del Orador, examinaréis y decidiréis con justicia si su causa es buena. Los Jueces y los espectadores van a oír a un Orador invisible, que espera indulgencia de todos los que prestan atención a los discursos que interesa a la sociedad y a las costumbres. Sin duda es de esta especie el proceso que se me forma en nombre de mi esposa; lejos de ofrecer ninguna de esas discusiones litigiosas, donde la sutileza e ingenio del Abogado puedan poner en duda la equidad misma, abogaré en una causa, en la que puede y debe juzgar toda persona honrada. En vano mis adversarios tratan de prevenir la opinión, presentando los numerosos yerros de la juventud, pues todos son extraños a la causa. Todo me anuncia que sus armas sólo serán calumnias públicas y secretas, y si dejo subsistir la menor señal de esta calumnia, el público, no acordándose de lo que haya rebatido, no dará importancia sino a esta marcha involuntariamente descuidada. ¡Tal es la deplorable posición del hombre perseguido por la calumnia! ¿No hay ningún medio de ennoblecer esta cruel situación? Lejos de mí ese miserable ergotismo, que de todo quiere sacar partido, que no teme asociar la luz pura y brillante de la razón, a la débil de su sofisma: lejos de mí ese amor propio que quiere siempre tener razón. He sufrido todas las desgracias que la fogosidad y las pasiones pueden atraer sobre la juventud; y por esto mismo debía merecer más indulgencia de mi esposa y mi familia, toda vía diré más: aún cuando todo el mundo tenga derecho a condenarme, mi esposa debiera compadecerme. No sólo me presento aquí para defenderme, sino para absolver a mi esposa, en vuestra opinión y en la del público, de la conducta que se la ha hecho observar de mucho tiempo a esta parte. La Condesa de Mirabeau abriga en su corazón los más bellos sentimientos, las mas honestas acciones; entregada a sí misma, es incapaz de cometer o proferir la más pequeña injuria; en prueba de ello véanse las cartas que se ha dignado escribirme durante nuestra ausencia. Por ellas, sin necesidad de comentarios, podéis juzgar de la íntima unión que reinaba entre nosotros en el tiempo de nuestra felicidad. Examinemos si es posible conciliar todo lo que de mí ha dicho en la efusión

252


Retórica Forense

de un corazón sensible, tierno y amoroso48, con la conducta y el lenguaje en que hoy se la obliga a explicarse. Discutiré esta cuestión, y preguntaré al público, a este Tribunal que es el Juez de los Jueces, cuál es el proceso que aquí nos conduce, si hay motivo para ello, y si ve otra cosa que un deseo formal de impedir una reunión justa y necesaria, pero que de ningún modo interesa a los que rodean a mi esposa. Le preguntaré si les es permitido abusar de vuestro precioso tiempo, y si debéis, por respeto a vuestras funciones, apresuraros a decidir la reunión de la Condesa de Mirabeau con su esposo que ardientemente lo desea. ¡Tú que siempre me amaste, y que jamás saldrás de mi corazón! Escúchame, quiero manifestar la manera en que te vi, la en que te veo y la en que te veré a pesar de las sugestiones de los que quieren dividirnos: hablaré el lenguaje que es y fue constantemente peculiar tuyo, mientras sólo escuchabas tu conciencia y corazón. No usaré, para salir victorioso en esta lucha, sino las expresiones de la ternura, el tributo de tu justicia. ¿Pero por dónde empezaré ¿Qué debo preguntar? ¡Ah! ¿Qué es lo que debo responder primero? El proceso que se me forma en este día es de tal naturaleza, que mi causa y mis derechos están de manifiesto por la lectura del acta de la celebración de mi matrimonio; de suerte que me es imposible aceptar ninguno de los medios en que se pretende apoyar la negativa de mi esposa a la reunión que solicito. Se habla de agravios extraordinarios, y no se alega un sólo hecho. Los defensores de la Mirabeau, han fijado en la leyes y en las sutilezas del derecho toda la esperanza de un proceso que quieren hacerme

48 La Condesa de Mirabeau escribió a su esposo durante su separación las cartas mas tiernas y expresivas que puede dictar el amor, todo lo que prueba la falsedad de la Memoria anterior que la obligaron a escribir y los sentimientos que la animaban. Se lee en ellas: “la triste separación; deseo habitar los países en que estás; mi amor se aumenta, a medida que prueba los rigores de la separación, me hace verter lagrimas, que sólo contienen la esperanza de una pronta reunión, que tanto anhelo. Eres tú quien me ha hecho ir a París, y a cualquier parte del Mundo que me mandes ir, serán cumplidas tus intenciones. Si crees que te puedo ser útil, escríbeme, que volaré, con la mayor alegría a donde te encuentres, sin que esto me cueste ningún sacrificio.” Así imploraba sus órdenes y estaba dispuesta a seguirle por do quiera. Ella demás invoca “la generosidad de su marido; y no teme presentarse a su Tribunal que siempre creyó justo para ella.” Confiesa que el Juez más severo (su padre) no se quejaba de la conducta de su esposo, todavía joven, “sino haciendo el elogio de su corazón:“ si se lamenta de su posición lo hace en los siguientes términos: “Una mujer separada de su marido es una especie de ser anfibio” … (N. del T)

253


Miguel Antonio De la Lama

abandonar; pero yo que no quiero procesos, yo que quiero borrar hasta la más ligera señal de mis disensiones, yo para quien la más pequeña cuestión doméstica es una desgracia, me apresuraré en el momento en que tengo el honor de hablar a mis Jueces a manifestar a la Mirabeau en público que se le engaña, y que no hay motivo de proceso entre los dos. Este incidente no es extraño a la cuestión, porque su decisión tiende a lo principal. Dejaré, pues, libre curso a las declamaciones, al prurito de filosofar, fundar y destruir; y sin invocar la santidad de un juramento augusto, la santidad no menos grande de un contrato, bajo cuya fe vivimos todos sin examinar los lances chistosos de que se hace mérito para justificar la necesidad del divorcio, que los ingleses quieren prohibir en el momento en que en él vais a buscar un apoyo, sin deciros que las convenciones secretas entre los ciudadanos, para formar una ley que no está todavía en el Código, serían muy funestas, os preguntaré por qué títulos o por qué derecho queréis arrancarme mi esposa. La Condesa de Mirabeau no ocultó que fue el amor quien la condujo a casarse conmigo, no siendo extraño que deseara dejar su estado de soltera, una joven que no conoce el mundo, ni sus peligros; el amor, ni sus tormentos; la seducción ni sus lazos, que no tenía más guía que su inexperiencia, más apoyo que su debilidad, más confidentes que sus parientes; que siente su corazón inflamado de deseos, cuya causa busca con inquietud, a cuyos ojos presenta su imaginación la antorcha de himeneo, conducida por el amor coronado de flores, con la serenidad sobre la frente, la ternura en los ojos, la risa en los labios, la felicidad en una mano y la libertad en otra. La Mirabeau me prefirió a sus demás pretendientes, me vio y me trató por espacio de seis meses antes de tomar mi nombre, así que no fue sacrificada al interés ni a relaciones de sociedad, sino que su amor la decidió a darme su mano. Pero si sus padres fueron demasiado complacientes, si la Mirabeau fue demasiado crédula a los impulsos de su corazón si la unión que la prometía tantos encantos no fue para ella más que una esclavitud triste y cruel … ¡Ah! Hechos, hechos, no conjeturas se necesitan. Ya lo he dicho y lo repito; confío mi causa a mi esposa, ved cómo piensa de nuestra unión en sus propias cartas. ¡Qué sentimientos tan tiernos, que expresiones tan cariñosas, que testimonios tan puros, qué amor, en fin, manifiestan todas ellas! ¿A quién no enternecerá la lectura de las cartas de la Mirabeau? Esta Fania, siguiendo las expresiones de Plinio, a quien hizo célebre el amor conyugal, decía a su esposo: tu suerte será la mía; como no 254


Retórica Forense

tengo placer alguno sino en ti, no puedo tener otra pena que la de no vivir y morir contigo. ¿Quién no se estremecerá al ver deshecha una unión tan rara en cierta clase de ciudadanos? ¿Quién, aún entre los que creen que la Mirabeau vencerá en el pleito, no la compadecerá al verla obligada a destruir el santuario del matrimonio que tanto adornó ella misma? A pesar de algunas circunstancias desgraciadas y de las faltas que había cometido en mi juventud, nuestra unión fue feliz los dos solos años que la suerte nos concedió la felicidad doméstica: sufrimos reveses, teníamos deudas; pero mi esposa sabe mejor que nadie, que me fue imposible evitar el contraerlas, aunque me era posible disminuir su número. Teníamos deudas, pero por razonables que fueron los gastos de mi esposa, una gran parte de estas deudas, no tenía otra causa que el deseo activo y sin cesar renaciente de adornar el ídolo de mi corazón. Tenía deudas, es verdad: estaba atormentado por ellas; pero jamás esto fue causa de que menguara la ternura conyugal, ni se turbara la tranquilidad doméstica. Mis pruebas son públicas y se intentará en vano rebatirlas. Se ven obligados mis adversarios a abandonarme el tiempo de nuestra cohabitación. ¿Pero se aprecia suficientemente esta victoria que debo a las cartas de la Condesa’ No, sin duda, puesto que se la deja litigar. Hablemos ya a los Tribunales el lenguaje digno de la Magistratura, y fijemos en las leyes los verdaderos principios que deben decidir esta causa. Los lazos del matrimonio, indisolubles de hecho y de derecho, hacen que sean comunes los bienes y los males de los cónyuges, “consortium omnis vitae” Tal es el matrimonio, y tal es el principio que ha proscrito el divorcio en nuestra Religión, en nuestra Legislación y en nuestras costumbres. La separación de cuerpos no es un verdadero divorcio, ni produce sus efectos en cuanto al tiempo ni en cuanto a las consecuencias: no es sino una separación de habitación, como la llaman los autores prácticos, que siempre la miran como momentánea, y convienen en que durante ella subsisten en todo su vigor y los lazos del matrimonio. También están conformes en la naturaleza de los medios que pueden autorizar una demanda de separación: es necesario, dicen que la habitación común de los cónyuges se haya hecho odiosa e imposible por la iniquidad y tiranía del jefe de la sociedad conyugal. A veces, se ve al hombre asaltado por los innumerables accidentes que nuestra débil vista y nuestro loco orgullo atribuyen al dominio de la 255


Miguel Antonio De la Lama

ciega fortuna; desaparecen sus bienes, su salud, su estado pero siempre subsiste su compañía. Las leyes, que lo creyeron así, están fundadas en la naturaleza, pues que la perpetuidad de la unión es el eje de la sociedad; así, vemos que una esposa no puede pedir la separación de cuerpo, sino invocando los principios que proceden del Derecho Natural; no se atiende a sus conveniencias momentáneas, se desprecian sus caprichos, se desconfía de su alma débil o inconstante, que cambia de un día para otro su situación y sentimientos, hoy, poseída de los placeres y encantos del amor, y mañana envuelta en el fastidio de la indiferencia, y aún en las querellas de un rompimiento; no se les concede un divorcio que ellas mismas tendrían pena en admitir a las pocas horas de haberlo demandado. Si la mujer pudiera pedir la separación de cuerpo sin ningún temor, si el legislador no hubiera previsto la veleidad y ligereza de este sexo, el edificio social se desplomaría por el peso mismo de tales desvaríos. ¿Qué esposa desaprobaría estos sinceros deseos de la ley? ¿Cuál puede negar que su interés principal es pertenecer toda su vida al hombre que eligió? En el amor que nos ofrecen las mujeres, se encuentra un sacrificio que el orgullo o la delicadeza hace superior a todo. No pueden prestarle sino una vez y a un solo hombre: la rapidez de la juventud, la fragilidad de sus atractivos, las obliga a la constancia, de suerte que cuanto más vivan con un hombre, más interés tienen en vivir con él, debiendo ser más desgraciadas por su ligereza que por su constancia; y si, como ellas pretenden, y los hombres sensibles creen, llegan a inspirar el don de amar, se hace este don el más grande de todos los placeres, y sirve de base a la felicidad de ambos sexos. Están ya fijados los principios; ahora bien: ¿Será preciso que haga aplicación de ellos a este pleito? ¿Se supondrá que la cohabitación que mi esposa ha invocado tantas veces, durante mi ausencia, contraría su primer derecho y amenaza de su vida?. Yo sé que la calumnia se atreve a todo: mi corazón se horroriza a que la calumnia se atreve a todo: mi corazón se horroriza a la idea de estos excesos… Pero estamos en el templo de la justicia, donde no se pueden inventar crímenes: nada tiene aquí que temer de mí la Condesa de Mirabeau; este espantoso orden de cosas, no se puede presumir sin decir y sin probar que mi esposa no ha vivido conmigo con seguridad. ¿Se juzgará nuestra cohabitación por los confusos clamores, repetidos por una multitud de bocas temerarias? ¿Se juzgará por imputaciones vagas de hechos indeterminados,

256


Retórica Forense

mientras que yo presento los gratos testimonios de ternura, confianza, estimación y reconocimiento de la Mirabeau? Apelo, dice, a tu Tribunal, que siempre ha sido justo para mí… Sin ti el Universo es un desierto para tu Emilia… Dios quisiera que volvamos luego a unirnos, pues no hemos nacido para vivir separados. ¿Dirán ahora que nuestra cohabitación es peligrosa? ¿Dirán que no puede continuar? ¿Dirán que es imposible nuestra reunión, cuando para ser posible, sería suficiente que no apareciese que mi esposa haya corrido a mi lado los riesgos a que sería peligroso exponerla en el día? Entonces todo estaría dicho, porque si la cohabitación no es imposible, es necesaria. Riegos; qué injuria a la Condesa de Mirabeau, qué injuria a mí mismo. ¿A qué monstruo no hubiera desarmado su dulzura? ¿Qué hombre tiene, respecto del bello sexo, otros sentimientos que los de agradarle, defenderle y hacerle feliz? ¡Ah! Dejemos a los perversos que se complacen en buscar y encontrar culpables; dejémosles este odioso refinamiento de calumnia que emponzoña las expresiones de mi ternura, y hasta el sentimiento que inspiró a mi esposa en su elección. Concretémonos a su testimonio¸ ella invocaba mi Tribunal, yo invoco el suyo; ella pronunció ya, sus cartas son su sentencia, y vosotros debéis confirmarla; y pues a los ministros de las leyes sólo se debe hablar el lenguaje de las leyes, diré con satisfacción que, pues las cartas de la Mirabeau, ni ningún otro documento pueden probar la sevicia que se me imputa, debo yo conservar los derechos de esposo; lo contrario sería tan absurdo como inicuo. En este proceso, señores Magistrados, se trata de la cohabitación, y sobre la cohabitación debe recaer la sentencia, siendo extraño a la causa todo lo que lo sea a la cohabitación. No basta decir a nombre de mi esposa, no quiere vivir con su marido: aún cuando probasen esta voluntad, no tendría mayor peso y aún sería insuficiente e infructuoso que yo mismo consintiera en la separación, y quisiera despedazar mi corazón y dividir mi ser, pues la conformidad de las voluntades, que es suficiente para unir, no lo es para separar; la sanción misma de un Magistrado que autorizase este convenio antisocial, no podría producir efecto alguno. No existe otro medio de separar dos esposos, que la imposibilidad de su cohabitación; así que, para dar a la Mirabeau otra habitación que la mía, era necesario que se reconociese la indispensable necesidad de esta separación. Sin embargo, el proceso está incoado; por todas partes se anuncia que mi causa es detestable, y que sufriré la

257


Miguel Antonio De la Lama

pena de mi temeridad. Examinemos, pues, las razones, o mas bien los pretextos que puedan conducir a esta confianza, y ya que el examen de la causa no descubre el menor indicio de separación, discutamos lo que indica la Mirabeau. La primera causa de separación que se alega en su nombre, es un embargo de bienes que se pronunció tiempo ha contra mí por el Tribunal de Chatelet de París… No os cause admiración nada de esto, pues en este proceso todo es sorpresa. Este embargo se verificó cuando la Condesa sustentaba a mi lado nuestro hijo, cuando iba a ser madre otra vez, cuando vivíamos juntos en Manosque. Citaré por testigos de nuestra mutua ternura en esta época a todos los convecinos; mis bienes estaban aún embargados, cuando me escribía aquellas cartas tan tiernas y expresivas? y de aquí la lógica de las pasiones infiere una separación de mi esposa? Yo espero, Magistrados, de vuestra complacencia que permitiréis responder a este argumento, negando el hecho en que se funda. El Presidente del Tribunal, a quien tengo el honor de dirigirme, autorizó el mismo, poco tiempo ha, los poderes de los parientes a los que mi padre pidió la aprobación para levantar este embargo, y esperamos por momentos la sentencia de Chatelet de París, que puede muy bien destruir lo anteriormente pronunciado. Se alega, a nombre de la Mirabeau, por segundo motivo de separación, las causas en que estoy complicado, y de las que todavía no estoy bien justificado. Dos procesos he sufrido durante mi vida; el primero, que es un asunto que se hizo demasiado serio por la publicidad que se le dio, y del que si se me obliga a justificarme presentaré por apología las cartas del Marqués de Marignane, ha sido ya juzgado, sin que la exageración con que de él se habló en la provincia, pudiera desnaturalizarlo. ¿Pero no es bien extraño que siendo recíproco el honor de dos esposos, se presenten a nombre de mi esposa acusaciones criminales contra mí, mientras que la inmoralidad de esta conducta no tiene por objeto la utilidad de la causa? Aunque se hubiera decretado mi prisión , aún cuando hubiera sido condenado a una muerte civil, la Condesa no por eso dejaría de ser mi esposa; aún cuando las leyes la autorizasen para no serlo, la Mirabeau, generosa, tierna por extremo para amarme en mi desgracia, uniendo al amor conyugal el amor que inspira la compasión, esa propiedad de las almas nobles y sensibles, cuanto más perseguido y ultrajado me hubiera visto, se hubiera creído más obligada a llenar sus deberes para conmigo: la familia de mi acusador, el padre

258


Retórica Forense

de mi esposa y sus parientes hubieran manifiestamente reconocido su error, y toda la injusticia del proceso hubiese recaído sobre mi adversario. ¿Pero para qué cansarse? Aquí no se ataca mi honor, porque el proceso nada ofrece contra él; sólo se ataca mi carácter. Veamos si el segundo proceso es de más gravedad. El segundo proceso que se indica vagamente en la demanda de mi esposa, y que tanto se ha preconizado en esta ciudad de un año a esta parte, es el de Pontarlier, en el que, a petición de un marido que me acusa de un supuesto rapto y seducción de su esposa, fui condenado a prisión, y posteriormente en rebeldía a perder la vida. Antes de responder a esta extraña discusión, séame permitido decir que es muy odioso presentar, en nombre de una esposa contra su marido una acusación criminal, de la que desistió por necesidad el supuesto ofendido. Pero ¿qué digo? Jamás él formó acusación de adulterio, y sin embargo, llega la avilantez de los que toman el nombre de la Mirabeau, a sostener que este proceso degeneró en injuria grave contra ella y en abdicación pública de la cualidad de esposo, lo que no puede entenderse sino de un adulterio auténtico y solemne, como del que se me había declarado convicto por una sentencia que los Jueces que la pronunciaron se vieron obligados a anular después de haberme oído; efectivamente, no puede darse cosa más inicua que el pronunciamiento de un adulterio, del que el marido no hizo mención en su acusación. Un marido se queja de que yo facilitase a su esposa los medios de evasión. Participando de la animosidad de los enemigos de su mujer, llama por ignorancia del idioma y de principio, rapto por seducción, al delito de haber facilitado a una mujer casada su fuga. Después de cinco años de vanas investigaciones, después de seis meses de sutilezas, desistió de su querella, y hoy se la quiere hacer revivir; y con ella se trata de deshonrar a mi esposa, más que a mí mismo. Pero sépase cuál es la acusación que se intenta, si el rapto por seducción o el adulterio. Si la primera no puede menos de preguntarse a la Condesa Mirabeau y a sus defensores, si son ellos los conservadores del orden público, y por qué razón no se dan por satisfechos cuando el señor Fiscal, cuando los Jueces han declarado que mi conducta, en este negocio fue legalmente irreprensible. Si la segunda, esto es, la acusación de adulterio, por una nueva práctica que las buenas costumbres apartarían de la imaginación de los Jueces, aún cuando la ley se la presentara, una mujer podría intentar la acusación de adulterio contra su marido, aunque éste,

259


Miguel Antonio De la Lama

lleno de ardor y de juventud, se hallase a cien leguas de distancia, y su esposa no quisiera reunírsele…. ¡Moral sublime! ¡Maravilloso decoro! ¡Razón profunda! Todo se encuentra en este bello sistema de defensa. Pero no, la Mirabeau cambia la naturaleza del proceso, no es ya una demanda de separación la que intenta, quiere ser admitida a probar que mi coacusada y yo hemos cometido un adulterio, y creeréis que el marido, su esposa y sus respectivas familias encontrarán este proceder tan noble como regular… Confieso con los consejeros de mi esposa son fecundos en recursos. Habéis transigido, dirán; si; sin duda he transigido, pero no creía que estaba reservado a vosotros reconvenirme por este noble generoso proceder. Y qué ¿porqué un anciano desgraciado, y más esclavo y víctima de mis enemigos, que mi enemigo mismo, haya sido extraviado por consejos violentos y temerarios, deberé yo obstinarme en afligir su caduca debilidad, después de haber sido la ocasión y pretexto de odios funestos y agitaciones sin número que han atormentado su vejez? Lejos de mi tan culpable cobardía; yo he transigido cuando mis enemigos han pedido gracia, y si lo dudáis, mirad las Memorias demasiado célebres, que me vi obligado a publicar para mi defensa; leedlas y decid, si os atrevéis, que las súplicas, o la piedad han hecho desistir a mi acusador; me he defendido con más energía que pudiera hacerlo cualquier acusado: he transigido porque debía hacerlo. Nada podía pedir a mi acusador sino perjuicios y costas, ¿y por esta sórdida codicia había de prolongar sus tormentos y los míos, y un proceso tan escandaloso como deplorable que tantos deseos tenía de ver concluido? ¿Quién fomentaba mi impaciencia? ¿Quién hacía intolerables estas dilaciones? Fácil es conocerlo, la Condesa de Mirabeau, esta esposa querida, de quien no esperaba yo tan cruel recibimiento. En fin, transigí, debí hacerlo, y lo hice por los perjuicios y costas, y de este modo se ha concluido un litigio, que por tanto tiempo me había privado de la libertad y de mi existencia civil. Esta transacción homologada por los Jueces del proceso, a requerimiento del acusador y del encargado de la vindicta pública, encierra mi absolución pura y simple. ¿Será mi esposa la que quiera encargarse de rebatirla? ¡Qué vergüenza! ¡Qué delirio! Esta transacción que presento como monumento de mi inocencia, dice que, en caso de inejecución de alguna de las condiciones arriba estipuladas, como quiera que proceda, las partes volverán a entrar en la posesión de sus derechos. Luego todo no está concluido; el proceso no está sino suspendido y cada día puede resucitar. 260


Retórica Forense

La difamación es el último motivo de separación que se alega en nombre de la Condesa. A quien conozca el corazón humano, le probará suficientemente el hecho de reclamar mi esposa, que yo no atenté jamás contra su honor: el honor, en general, y especialmente el del bello sexo, para quien se inventó la delicadeza, como compañera necesaria de la belleza, queda más puro cuando no se habla de él, que cuando se hace su elogio. Me contentaré, pues, con observar aquí que en mis cartas a mi padre político y a mi esposa, he negado ser mías las Memorias de que justamente puede quejarse como indignas de mí; y al ver que mi familia adoptiva no contestó a esta negativa, debí convencerme de que quedaba satisfecha con tal explicación. En cuanto a las cartas que yo he escrito a funcionarios públicos, y que se presentan como testimonios, debo añadir, que no estoy obligado a dar cuenta alguna, tanto porque las cartas están bajo la salvaguardia de la fe pública, cuanto porque estas quejas, una vez depositadas en el seno de los Ministros del Rey, no pueden llegar a ser difamaciones. ¡Difamaciones contra mi esposa! ¿Cómo podía yo difamar a mi esposa, cuando en mi desesperación, en el exceso de mi más triste severidad y de mis más injustos celos, sólo pensaba en que no podía hacerla feliz? ¿No hubiera sido yo la primera víctima de mi venganza? ¿Qué mal hubiera sufrido mi esposa, que no hubiese pesado sobre mí? Si los hombres de honrados sentimientos y de sana razón son buenos por prudencia, son también clementes por venganza; ninguno, a no ser un temerario, desposeído de juicio y de razón, puede difamar a la madre de su hijo. Los hijos forman un nudo indisoluble entre los dos sexos, entre las personas que les dieron el ser. Esta es la invencible razón que se opone al divorcio: mi hijo vivía cuando se supone que yo difamaba a su madre la Condesa de Mirabeau, a quien jamás he cesado de amar, a mi esposa, de quien si no la hubiera amado, no hubiera tenido celos. Mi voz se extingue, al paso que temo haberos cansado con mi largo discurso. El honor y la causa pedían detalles … ¡ingratos! … ¿Cuánto no les he perdonado? Si dijera con la mayor sencillez, si dibujase sin los menores adornos el cuadro de los procedimientos inauditos e injuriosos con que me han perseguido desde hace seis años, creeríais que había ocultado delitos atroces sólo por justificar a la Mirabeau. Las cartas que he publicado, de las que cada línea prueba mi conducta, han manifestado ya todo lo que pueden pensar de nuestra unión los 261


Miguel Antonio De la Lama

hombres que posean una sana lógica y un alma candorosa: ellas han manifestado que el orgullo que se ha afectado conmigo, y que ha sido coronado con la injuria de volverme mis cartas, sin permitir que llegase a manos de mi esposa, estaba destinado para cubrir el vacío de medios y razones, y principalmente para dar a entender al público que se le ocultaban secretos espantosos, que me perdonaba la generosidad de mis adversarios. Yo me presento aquí a pedirles aclaración sobre estos secretos: llamaré a la lid a mis adversarios con toda la fuerza y energía que me presta la indignación contra tales impostores. Mientras se repetían sin cesar las negativas más inflexibles, se intrigaba para retirar la demanda judicial, para impedirme la defensa natural, para obligar a mi familia a oponerse al proceso, para introducir el desorden en mis asuntos pecuniarios, para desanimarme, fatigarme y privarme de defensores… Vanamente se me avisaba que la Mirabeau consultaba contra mí antes que yo la reclamase; vanamente se me prodigaban las hostilidades menos disfrazadas: la Condesa de Mirabeau, respondía yo a estos oficios noveleros, es digna de compasión porque tiene un pleito. Yo no consulto porque no le tengo: no les respondía nunca de otro modo. Llega, en fin, el día en que ni yo, ni los míos, ni aún mis cartas pueden penetrar en casa del Marqués de Marignane, y me veo obligado a acudir al Tribunal; entonces busqué Abogados, pedí consejos a un pequeño número de los que yo creía que me servirían, por no haber sido consultados por la familia Marignane, y muchos se negaron sin más razón ni motivos que el temor de empeñarse en un asunto de partido. ¡Un asunto de partido! ¿Hay más partido para un Abogado que el de la ley? ¿Debe reconocer otro imperio? ¿Tiene la noble profesión cosa más sagrada que el combatir las ilusiones, mentiras y calumnias? Mi proceso debía ser un asunto de partido, porque toda persona honrada que se interese en las buenas costumbres y el orden público, debe temblar por las obligaciones contraídas en un siglo en que la sola conveniencia del egoísmo, la sola repugnancia falsa o verdadera confirmada por testigos sospechosos y un mal entendido celo de figurar, dominan en las sociedades; y por temor a ridículas venganzas, puede darse crédito a voces injuriosas, a difamaciones atroces, a calumnias despreciables, puédese entablar, sostener, prolongar, eternizar el proceso más escandaloso y desesperado, engañando a los débiles, secundado a los perversos, y cerrando la boca a los buenos, pero pusilánimes, arrastrados siempre por los clamores que aturden a los hombres débiles y pacíficos, y ponen desconfianza hasta en los más 262


Retórica Forense

sabios. Sin duda que este orden de cosas debe espantar a mis conciudadanos, y nada extraño sería que yo les hubiese suplicado en nombre de las leyes, de la justicia, de sus intereses y de los míos, observaran atentamente mi causa y vieran en mi conducta la de un amigo de la paz, y en mi proceso el de todas las familias. En efecto, señores, es cosa deplorable y vergonzosa para el siglo, para la nación, para los mandatarios de la autoridad, para los Magistrados, sostener estas connivencias que insultan a las leyes, a las costumbres, a la Religión, a la Moral, y en medio de las que la mujer vive en el mundo, libre, independiente, teniendo marido sólo en el nombre, a quien con frecuencia cubre de ignominia y de vergüenza. Desgraciado el marido que por ternura hacia su mujer, o por otros sentimientos honestos, se niega a estas composiciones amistosas: nada puede ponerle a cubierto de una demanda de separación, y a la verdad (no es preciso disimularlo), esta demanda encontrará apoyo en todo tiempo. Una mujer interesante por sí misma, más aún por la apariencia del infortunio que se pinta con vivos colores, hace penetrante el grito de sus quejas; seduce desde luego el círculo que la rodea; sus padres, sus amigos, sus conocidos, son otros tantos ecos; el vulgo que nada quiere profundizar, y cuya malignidad sólo quiere encontrar injusticias, oír anécdotas, repetir epigramas, hará de este pelito de divorcio un asunto de partido, y los Magistrados más sabios y más justos verán la balanza inclinarse a su pesar en sus propias manos. El interés de la moral y de las costumbres, el de este sexo tan seductor, a quien nosotros hemos hecho tan débil, el respeto debido al más augusto de los contratos, la obligación sobre que descansa la sociedad entera, los resultados terribles de la profanación de este sagrado vínculo, el orden público, en fin, ante quien calla toda conveniencia, invocan altamente el rigor de los principios en materia de divorcio. Es demasiado cierto que los Tribunales han autorizado una multitud de divorcios sin causa, y me complazco en decirlo sin imprudencia ante nuestro Tribunal, para que miréis este asunto con toda la detención que requiere. Pero ¿qué digo? Aquí no se trata de severidad, sino de beneficencia. La Condesa de Miarabeau no ha cesado un instante de merecer este título. Si quiere ser feliz el resto de sus días, venga mi querida Emilia voluntariamente a mis brazos, que la estrecharán con el más sincero reconocimiento, y de este modo queda para siempre rota la cadena de infortunios que pesa sobre entrambos.

263


Miguel Antonio De la Lama

La defensa de Portalis como trabajo forense, oponiendo la severidad y la sencillez a la vehemencia y pomposa frase de su fogoso adversario, y envolviéndole con pruebas hábilmente dispuestas, que hicieron conseguir el triunfo de la ultrajada esposa, es un acabado modelo y un título más para la reputación del que tanta fama conquistó como Consejero de Estado de Napoleón.

264


II. FORO FRANCÉS HOMICIDIO

Defensa de la viuda del Mariscal Brune en su querella contra los asesinos de su esposo (1821) NOTICIA DE LA CAUSA

1815.

El Mariscal Brune fue asesinado en Aviñón el 2 de Agosto de

En vez de perseguir a los culpables, se había procurado extender el rumor de que se había suicidado, y se tuvo la precaución de atestiguar este supuesto suicidio por medio de un acta firmada por algunos funcionarios públicos. Ciertos periódicos, confirmando esto mismo, habían hablado en tal sentido de la muerte del Mariscal. Su viuda, desesperada, había demandado de calumnia a uno de los periodistas que indignamente difamó a su esposo (Martainville, redactor de La Bandera Blanca). Pero se resolvió por sentencia que habiendo muerto el Mariscal, todo lo que hubiese podido decirse sobre él, pertenecía a la Historia. Por espacio de cuatro años fue imposible a la viuda, a pesar de su infatigable celo, obtener prueba alguna, reunir ningún testimonio positivo. Por fin en 1819 parecían menos contrarias las circunstancias, y habiendo uno de los Ministros del Rey pronunciado elocuentes palabras en la Cámara, alusivas a aquel General, creyó su esposa favorable el momento para presentar al Rey una demanda en la que suplicaba a

265


Miguel Antonio De la Lama

S.M. diese órdenes para que fuese legalmente castigada la muerte de su esposo. “Yo fui, dice Dupin en sus Memorias, el redactor de esta demanda, en la que hacía hablar a la mariscala con una dignidad y un vigor que produjeron vivísima impresión en los ánimos. ¡Por todas partes se manifestaba indignación…! Ya los Magistrados solicitados en tristes visitas por la viuda de su antiguo compañero de armas, se disponían a unir sus instancias a la de aquella señora, para que se incoase un procedimiento oficial. Pero no hubo necesidad de ello: leída la demanda en Consejo de Ministros, a presencia del Rey, mandó en el acto S.M. que se incoase la causa”. “En cuanto llegó a noticia de la mariscala esta resolución, me encargó que redactase su querella y la acompañé con la indicación de los nombres de los testigos y con la manifestación de que se mostraba parte civil”. “Se encomendó el conocimiento del asunto al Tribunal de Riom”. “Salí de París con la mariscala, acompañados de M. Degau, uno de los fieles ayudantes de campo de Brune y llegamos a Riom en el mes de Febrero de 1821, con un frío riguroso. En aquella noble ciudad fue acogida la mariscala por los Magistrados y por todas las clases de la sociedad con todas las señales de respeto y de interés que reclamaban sus desgracias, su valor y su piadosa obstinación en vengar los manes de su esposo”. “Se señaló para la vista el día 25 de Febrero. La mariscala creyó deber suyo asistir personalmente. Concurrió en traje de luto y a la entrada del Palacio de Justicia, los solados que habían formado a causa de la afluencia de gente, la presentaron las armas como si hubiese sido el Mariscal, demostración que produjo un efecto prodigioso. El acusado estaba en rebeldía. Después de la relación del Juez y de la lectura del informe, pronuncié el mío en nombre de la parte civil. Sostuvo la acusación M. Pagés, Procurador General. La vindicta pública encontró en él un digno órgano”. El Tribunal pronunció en seguida su sentencia. El acusado fue condenado a muerte; pero no pudo ser habido porque la misma fracción que armó su brazo supo procurar su evasión. Tres años después, anunciaron los periódicos que había muerto en Aviñón. Sin estimar lo que 266


Retórica Forense

resultaba del acta de suicidio, mandó la sentencia que se rectificasen todas las actas del Registro civil en que la muerte del Mariscal constase calificada de aquel modo. Así quedó vengada la memoria del Mariscal Brune. INFORME ORAL DE DUPIN

Señores Magistrados: mi ilustre defendida no viene a verter ante el Tribunal el amargo veneno de la queja, y aunque dolorosamente conmovida, no dirige su voz a las pasiones sino a la justicia, y se presenta en su templo a tributar los últimos deberes a su ilustre y desgraciado esposo. Espera confiada en estos Magistrados en quienes tiene fijos sus ojos toda la Francia, y que han sido los primeros que, justificando la esperanza de la Nación, han despojado el crimen del título horroroso de represalias bajo el que se había querido ennoblecerle, declarando al fin sus penas y su infamia. Al entrar en vuestra ciudad, se detuvieron con complacencia las miradas de mi defendida sobre el monumento que los ciudadanos de Riom levantaron al General Desaix, y desde luego concibió un feliz agüero. No, dijo, en una ciudad que honra de este modo el valor, no se juzgará con indiferencia al asesino de un valiente; ¿se harán en esta ciudad votos impíos a favor de un criminal que cortó la vida gloriosa de un héroe a cuyas órdenes han tenido el honor de servir nueve Mariscales que todavía viven? En 2 de Agosto de 1815 murió asesinado el Mariscal Brune en pleno día, a presencia de una multitud de habitantes, después de una lucha de muchas horas, y de haber sostenido una especie de sitio, sin qué ninguna orden de la autoridad hiciera obrar en su defensa la fuerza pública, sirviendo de pretexto a tan horrible asesinato la más infame calumnia. Los hombres de partido hicieron correr entre los sicarios la voz de que el Mariscal Brune había enarbolado la cabeza de la princesa de Lamballe en la punta de una pica. Si contesto, Magistrados, a esta imputación, no se atribuya a que su veracidad pudiese influir sobre el crimen cometido en la persona del Mariscal; contesto únicamente para lavar su memoria de la iniquidad de tal acusación: es un hecho positivo que el Mariscal Brune salió para Bélgica en 18 de Agosto de 1792 en calidad de Comisario del Gobierno, y los mismos escritores belgas atestiguan que Brune estaba en su país en esta época. En la 267


Miguel Antonio De la Lama

Galería Histórica de los Contemporáneos, obra impresa en Bruselas después de la muerte del Mariscal, se lee lo que sigue en el artículo Brune: “Se ha sostenido que Brune había sido uno de los asesinos de la desgraciada princesa de Lamballe, asesinada en 2 de Setiembre de 1792 en la prisión de la fuerza: esta acusación se destruye por sí misma; Brune no estaba entonces en París”. Se hallaba, como ya he dicho al principio, en Bélgica, enviado por el Consejo Ejecutivo; y existen, en efecto, en los archivos del Gobierno, despachos oficiales que acreditan que en esta época no estaba en París el General Brune, pues el 3 de Setiembre de 1792 se hallaba aún en Rodenac, cerca de Thionville en el norte de Francia. La calumnia precedió a la muerte del Mariscal, y no dejó de perseguirle aún después de su muerte: pues no bien fue asesinado, cuando los autores del crimen se esforzaron en desfigurar las pruebas, tratando, si puedo explicarme así, de regularizar el asesinato. Se instruyó una información sumaria que prueba el suicidio: se remitió al señor Ministro de Gracia y Justicia copia de esta información, al paso que otros se encargaron de acreditar en ciertos periódicos esta insolente versión. El Diario de los Debates refirió también el suceso en sus números de 9 y 12 de Agosto de 1815, y no hallando estos primeros anuncios suficiente eco para vencer la incredulidad de los lectores, sus redactores consagraron un nuevo artículo a este objeto en su número de 17 de Agosto, que principia con estas palabras: “He aquí la relación auténtica de los sucesos de Aviñón del 2 de Agosto, que nos ha sido remitido por una de las principales autoridades de esta ciudad. El Mariscal Brune, etc., etc.”. Poco tiempo después se grabó, en París una medalla del Mariscal, que decía en el reverso: “Nacido en Brives el 13 de Marzo de 1763: asesinado en Aviñón el 2 de Agosto de 1815”. Pero el director de la Casa de Moneda, el honorable señor Marcasus de Puymaurin, no permitió se acuñara en esta forma; deseando se escribiese muerto en Aviñón, al fin se transigió, y la palabra asesinado se reemplazó por tantos puntos como letras tiene esta palabra, y de orden superior se acuñó esta medalla con la nueva corrección. Así es que los autores del crimen obtenían cuanto deseaban, y no se hacía información alguna sobre la muerte del Mariscal Brune. Disculpable podía ser tal vez esta inacción en París, siendo resultado del error producido por la información del suicidio: ¿pero lo era también en Aviñón? Cerca de cuatro años habían transcurrido, y en este intervalo, mi ilustre defendida había empleado todos los medios imaginables para reunir las pruebas del crimen: había 268


Retórica Forense

enviado a Aviñón un agente fiel y adicto, que a riesgo de su vida se hizo con documentos importantes y aún consiguió recobrar los restos del cuerpo del Mariscal, manes preciosos que recibió su viuda en una caja de plomo, y que hizo depositar en sus posesiones de San Justo, en una de las salas del palacio. Señores Magistrados, allí esperan vuestra sentencia, y no bajarán a la tumba hasta que se les haya hecho justicia. Ya asoma, sin embargo, la aurora de la esperanza: el discurso pronunciado el 24 de Marzo de 1819 en la Cámara de los Diputados por el Ministro Guardasellos, anuncia por parte del Gobierno, la voluntad de hacer justicia a los crímenes del mediodía, crímenes negados largo tiempo por una facción, pero descubiertos por el mismo Ministro, que indignado dijo: “el crimen es el que constituye el escándalo, no la queja ni el grito de la sangre injustamente derramada”. Esta frase elocuente sirve de epígrafe a la petición que mi ilustre defendida, la mariscala Brune, se apresuró a elevar entonces al pié del trono: mi defendida la dirigió al mismo con una circular a todos los Mariscales de Francia, y estos ilustres guerreros, sacados de su letargo por una mujer, se disponen a pedir en cuerpo la venganza del asesinato cometido en la persona de su compañero de armas, y el Rey les salió al encuentro comunicando al Ministro de Justicia la orden para que se persiguiera a los autores de este atentado; orden que comunicó a mi ilustre defendida, el señor Duque de la Albufera, y fue confirmada poco después por una carta del señor Ministro Guardasellos. La mariscala contestó inmediatamente al señor Ministro, declarándole que se mostraba parte civil, y remitió todos estos documentos al Fiscal General del Tribunal de Nimes, y principió la instrucción del proceso, bien circunscrita a la verdad, pero no se ha procedido contra aquellos funcionarios, cuya conducta si no les acusa de connivencia, les acusa al menos de una gran debilidad. No se ha procedido contra el primero que se opuso a la marcha del Mariscal; no se ha procedido contra aquél joven que según muchos testigos excitó y fomentó el tropel; contra aquel audaz que, encontrándose en el cuarto del Mariscal, le injurió cara a cara, le arrancó el penacho blanco que ornaba su frente gloriosa y le amenazó con una muerte próxima, debida según él a los crímenes del Mariscal; no se ha procedido contra aquel Comandante que sólo encontró apologistas en uno de los que firmaron la información; no se ha procedido contra aquel Comandante de la plaza que tanta influencia tenía sobre la muchedumbre, que pudo calmarla con una sola palabra. ¿Cuándo fue pronunciada esta palabra? Cuando 269


Miguel Antonio De la Lama

el objeto estaba cumplido, cuando el crimen estaba consumado, cuando el Mariscal dejó de existir. No se procedió contra aquel hombre que mandó retirar a la gendarmería, cuando debió, y era más necesario obrar; y aún cuando no hubiese sido un motivo capaz de legitimar su retirada su influencia numérica, no debió hacer ver que era una palabra vana el deber de morir en su puesto. ¿Se ha procedido acaso contra los testigos falsos que han declarado el pretendido suicidio? ¿Se ha procedido contra el robo de los efectos repartidos en la plaza pública? No se crea, señores Magistrados, que al revelar estos vacíos de la instrucción, quiero acusar las intenciones de los Magistrados que la dirigieron; quiero sólo sacar la consecuencia de que al menos resulta probado, que se ha procedido a la instrucción con la mayor moderación y sin animosidad, y que merecen toda vuestra confianza los hechos que han podido probarse. No se ha querido tampoco remontar hasta los instigadores del crimen, y sólo se ha perseguido a los instrumentos viles de que se sirvieron para cometerle, dirigiéndose contra dos trajineros de los que uno ha muerto y el otro es contumaz y se halla en rebeldía. ¡Roquefort contumaz! ¡Ah! ¿Por qué? Se le ha visto y señalado a la autoridad, se paseaba públicamente por los muelles y calles de Aviñón, y sin embargo, no se ha procedido a prisión; ¡en una palabra, no se ha querido! Se le buscó, pero avisándole antes: se trasladó al Comandante de la Gendarmería, pero aún no estaba destruida la influencia de los instigadores y temían que el culpable, amenazado en su cabeza, nombrase a sus cómplices. Sea lo que quiera, está justificada en todas partes la querella de mi ilustre defendida, probado el asesinato con la mayor evidencia, probados los insultos hechos al cadáver, su exhumación, el epitafio escrito sobre el puente del Ródano que el mismo señor de Chamans declara haber leído con sus propios ojos y que no tuvo, como Prefecto de Vaucluse, fuerza para hacerlo suprimir; probado está, en fin, que a uno de los que firmaron la sumaria información del suicidio, a un cobarde, le cupo en suerte y guarda en su poder la gloriosa espada del Mariscal. Todo este procedimiento judicial se sometió a la Sala de acusación del Tribunal Real de Nimes, y la sentencia de remisión que pronunció eta Sala, demuestra el crimen y señala al criminal: se redactó el acta de la acusación contra dicho Roquefort, y después del transcurso de cinco años, el Gobierno no juzgó oportuno hacer fallar el 270


Retórica Forense

proceso en los mismos sitios; y por sentencia del Tribunal de Casación remitió el proceso para ante el Tribunal de Riom. ¡Remisión considerada como una felicidad! ¿Qué mayor gloria puede caberos, señores Magistrados, que las felicitaciones prodigadas a mi ilustre defendida desde el momento en que se tuvo noticia de ese proveído? En Riom, la decían, se os hará justicia: allí encontrareis en el seno de una población dulce y pacífica, enemiga de las turbulencias, ajena al espíritu de facción, Magistrados íntegros y firmes que, no conociendo más que su deber, y escuchando sólo el grito de su conciencia, saben que la gloria y felicidad de su país, están interesadas en que se castigue el crimen, cualesquiera que sean las personas, lugar y circunstancias en que se haya cometido. Desde este momento se decidió a salir para Riom la mariscala Brune, mi defendida: el Tribunal ha visto ya su dolor profundo, su valor superior a la debilidad de su sexo, su deferencia y respeto a la justicia, su adhesión a sus deberes. ¿Debía yo acompañarla? Sí, sin duda; pues aunque sabía que hallaría en el Tribunal de Riom talentos distinguidos, cortesanía extrema, auxilio y consejeros útiles, había sido yo intérprete de la señora mariscala en su petición al Rey, había yo redactado su querella y mi ilustre defendida deseaba verme concluir mi obra. Su causa era honrosa para no defenderla y la confianza con que se dignaba honrarme, era un doble título para que me apresurase a corresponder a sus deseos y manifestarla una adhesión que mi misma defendida conoce no tiene límites. Magistrados: al entrar en el fondo de la discusión, diré que el principal interés de la mariscala, es el de destruir la idea de que su ilustre esposo se suicidase: el suicidio empaña la brillantez de la memoria: es un crimen a los ojos de la moral y de la religión y solo la rabia insensata y el refinamiento del espíritu de partido, pudieron intentar deshonrar de este modo la gloria de un guerrero, cuya vida acababan de arrancar por medio de un asesinato. De aquí nació en la mariscala y su familia la necesidad de pedir que despareciera la palabra suicidio de todos los Registros del estado civil u otros en que hubiera podido inscribirse. Se contestará tal vez que prohibiendo la ley anotar en los Registros del estado civil el género de muerte, no debe temerse que se haya violado esta regla; pero a esto diré que también prohibía la ley formalizar una sumaria información con el objeto de presentar como suicidio un asesinato: que prohibía a los funcionarios públicos de Aviñón ocultar un crimen, cuando al contrario, la ley misma les mandaba perseguirle; pues a pesar de todo se formalizó la sumaria, probando 271


Miguel Antonio De la Lama

el suicidio sin escrúpulo ni temor de formarla. Por otra parte las conclusiones sobre este punto, son sólo hipotéticas y será necesaria una rectificación si de él se hiciera mención. Magistrados, pocos serán los esfuerzos que tenga que hacer para probar que hubo asesinato y no suicidio. ¿Revelaré desde luego aquella forma insólita de la sumaria información, que se hizo firmar a una porción de funcionarios cuyo concurso era inútil? ¿No estamos en el caso de ver el dolo en el exceso mismo de la precaución? Un hombre ha muerto; la ley llama al Juez instructor del sumario; él sólo debe proceder, ¿qué necesidad tiene de la colaboración y unión de los funcionarios públicos del orden administrativo? ¿A qué su intervención en un acto judicial, a no tener el objeto de prestarse un mutuo socorro, afirmando todos los que cada uno de ellos en particular no hubiese querido asegurar? ¡Acto vergonzoso de debilidad o de complicidad, especie de petición oficiosa a favor del crimen cometido contra aquella víctima, que acusará largo tiempo a los que la suscribieron de connivencia y pusilanimidad! Pero la iniquidad se ha desmentido a sí misma, y la información es muy suficiente para demostrar su propia falsedad. Efectivamente, los funcionarios que la firmaron no figuran en ella como testigos; nada dicen que sepan personalmente, y sólo se presentan para dar una especie de autenticidad a las declaraciones que encierra la información. Estas recuerdan los hechos de la reunión, el ataque a la fonda, la invasión del cuarto del mariscal, los gritos descompasados y amenazas, la señal de las balas en el cielo raso y pared, prueba de que se descargaron dos armas de fuego; el estado del cadáver reconocido por facultativos y la descripción de sus heridas prueban que se cometió el asesinato por detrás, y que no hubo suicidio, el que hacen imposible todas las circunstancias del hecho. Sin embargo, los autores de la información despreciaron y desconocieron la verdad más palpable, que sucumbió baja la declaración de sólo dos hombres, que se tuvo a bien interrogar con preferencia en medio de tanto tropel: un cerrajero y un carnicero, dignos testigos de semejante escena. La información quedó sobre todo destruida por la instrucción subsiguiente a que se procedió en vista de la petición de mi ilustre defendida, en la que se retractan muchos de los que firmaron la información primitiva, declarando que creyeron al pronto en el suicidio, pero que no pudieron menos de reconocer después que se cometió un asesinato: los señores de Chamans y Verger padre, son de este número, (El abogado lee sus declaraciones.) 272


Retórica Forense

Para dar algún colorido a la alegación del suicidio, se sostuvo que el Mariscal pidió una pistola al centinela del Regimiento de Cazadores de Angulema; pero esta aserción la desmintieron con firmeza los mismos oficiales de este cuerpo que declaran, que sus soldados y particularmente el centinela, no iban armados de pistolas; luego debemos convenir, por forzosa consecuencia, en que hubo asesinato y no suicidio. ¿Quién, pues, es el autor de este asesinato? Esta cuestión es secundaria, y aunque no se hubiera descubierto al culpable, el interés civil hubiera sido siempre el mismo. Conseguir se declare que no hubo suicidio, y rectificar las notas falsas de los Registros y actos que atribuyen a esta causa la muerte del Mariscal; este interés, tan natural, tan justo, tan urgente, sobrevivirá a la muerte del culpable, a su ausencia y hasta a su absolución; y aún esta consideración es superflua, porque el hecho de la culpabilidad del contumaz, resulta plenamente probado en autos. Trataré de evitar en lo posible hablar de las funciones del señor Fiscal, y lo hago con tanto más gusto, cuanto desempeña en este proceso sus nobles funciones un Fiscal General que sabe conciliar en el más alto grado el talento que distingue al hombre, con la firme imparcialidad que honra al Magistrado: por otra parte, el interés del Gobierno habla más que el nuestro: el crimen es notorio, haced, pues, que se castigue, imponed silencio a los que dicen: “Ya no hay justicia en Francia: se mata a los hombres pública e impunemente”. Si la muerte de un Mariscal de Francia queda impune, ¿qué seguridad tienen los demás ciudadanos? ¿Si el hombre que ciñó la espada de mando, a nombre de su príncipe, no se ve protegido por sus dignidades y glorias, qué suerte espera, quién vengará la muerte del paisano y del simple soldado? Reflexionad, Magistrados, las consecuencias de la impunidad de semejante crimen, en medio de la convicción de su existencia, tan grabada en todos los corazones, y veréis, en efecto, que en este proceso se trata menos de un interés particular que de la gloria del príncipe y honor de su Gobierno. Recordad, Magistrados, las circunstancias en que se formó la sumaria información: recordad las pasiones locales que protegieron al crimen, y la ansiedad de los mismos testigos… Recordad lo que en este mismo santuario decía Trhuphemy de los testigos citados contra él: “Si se hallaran en Nimes, no hablarían de este modo”. Por consiguiente, debo decir, que si los testigos examinados contra Roquefort, estuvieran ante este Tribunal, demostrarían más valor que en Nimes y en Aviñón. ¿Quién puede dudar de la fatal influencia que se ejerció contra los testigos, cuando 273


Miguel Antonio De la Lama

vemos por una parte al señor Dusquet, Alcalde de Suze, declarar en la instrucción, que estuvo presente a la sumaria información del suicidio, y que cuando se trató de la pistola que se pretende arrancó el Mariscal para matarse, un caballero hizo una señal al declarante para que no dijese nada: cuando vimos, por otra, al señor Mailli-Fort, que en 1815 era soldado de la primera compañía de Marsella, declarar que, bajando del cuarto del mariscal, dijo que éste había sido muerto, y que en el mismo momento un oficial le mandó dijese que el Mariscal se había suicidado, y que si decía lo contrario, le haría poner quince días en la prisión? No obstante estas maniobras, la instrucción es concluyente contra el acusado, el clamor público le designa. Mainier tiene dicho a dos testigos fidedignos, que vio a Roquefort disparar la carabina con que fue muerto el Mariscal: otros testigos señalan igualmente a este trajinero como autor del asesinato; otros, en fin, sin designar el asesino por su nombre, ofrecen las mismas señas de su persona que las que dan cuantos le vieron, y aseguran también que observaron tan perfectamente al asesino, que le reconocerían si se les presentase. En esta conducta, sólo veo una reticencia de los testigos para ponerse al abrigo de la venganza de un hombre, que sabían no estaba aún preso; una reticencia, que es un aviso a la justicia; es decirla, prended al culpable, hacedle sentar en los bancos de los acusados, póngasele en estado de no perjudicarnos, y nosotros le reconoceremos. Además, ¿es necesario también que los testigos designen por su nombre al individuo a quien vieron cometer el crimen? ¿No es suficiente que le reconozcan en un careo? Pero, si el acusado ha hecho imposible este careo, si tuvo la sagacidad se sustraerse a las investigaciones de la justicia. ¿Llegará la complacencia hasta el extremo de absolverle de oficio, porque con su contumacia, privó a la justicia del medio más eficaz que tuviera para convencerle, el de ponerlo en presencia de los testigos de su crimen?. Grande es la diferencia que existe entre una sentencia que declara no haber lugar a la acusación, y la que determina definitivamente sobre la misma acusación: la primera no prohíbe que se prenda de nuevo al individuo si resultan nuevos cargos: la segunda le absuelve de una manera positiva, y prohíbe que se le persiga en lo sucesivo por el mismo hecho; si, pues, fuera posible suponer la absolución de Roquefort, el Tribunal aseguraría la impunidad del crimen, y privaría para siempre a la justicia de la posibilidad de atacar al culpable y castigarle, aún cuando estando preso, le reconocieran los que fueron testigos de su crimen; así es que todo el honor que quiso atribuirse al Tribunal de Riom 274


Retórica Forense

se consagrará al de Nimes: así es que el Tribunal de Casación habrá cometido un error al arrancar el proceso de donde estaba: en Nimes, en efecto, en el seno de las pasiones más vivas, de los odios más terribles, del espíritu de partido más violento, no se ha dudado del crimen, ni del asesinato, y en Riom se le absolverá por contumaz! ¡Su resistencia a las órdenes de la justicia llegará a ser la causa de su salvación! Suponerlo sólo es injuriar a este Tribunal; no, Magistrados, vosotros reuniréis todos los testimonios, pesareis todas las pruebas, quedareis convencidos de la existencia del asesinato, y de que Roquefort es su detestable autor. Pronunciad, pues, Magistrados; pronunciad. ¡Sea vuestro fallo la justificación del Gobierno que por tanto tiempo se ha visto acusado de inerte; asegure vuestro fallo a todo buen ciudadano; sea el terror de los culpables, espante el alma del monstruo que perpetró el crimen, y llene de confusión en el seno mismo de su prosperidad a todos aquellos no menos perversos que lo mandaron y dirigieron! ¡Piensen en el mal espantoso que hicieron! Señores Magistrados; al estudiar el dolor de mi desgraciada e ilustre defendida, he recogido con el mayor cuidado sus quejas y las expresiones de su desesperación, en un tiempo en que parecía faltar toda esperanza de obtener justicia. “¡Desdichados, gritaba algunas veces en la amargura de su corazón, desdichados de los asesinos de mi esposo! Les deseo todos los males que me han hecho; si son esposos, que pierdan sus esposas; si padres, que pierdan sus hijos, y que pierdan cuanto les sea más caro en este Mundo; y cuando lo hayan perdido todo, cuando tengan ya un pié dentro de la tumba, que se les aparezca la honrada imagen de mi esposo, que se despoje del hábito mortuorio y les diga: “¡Venid conmigo: vosotros me habéis precipitado en la Eternidad: yo os arrastro a mi vez, venid ante el Dios de la justicia, y que falle al fin entre los verdugos y su víctima!” Y volviendo de repente a sentimientos más tranquilos mi ilustre defendida se decía. “Pero no: se me hará justicia aún en este Mundo: el espíritu de partido no puede triunfar eternamente de mi justo dolor: la impunidad nos será constantemente la salvaguardia del crimen: los Gobiernos están establecidos para castigarle, y no cubrirle con su égida: los Magistrados están instituidos para perseguirle y no para protegerle; la justicia humana no puede volverme mi felicidad, pero sí la paz, compañera inseparable del cumplimiento, por costoso que sea, de un gran deber. Y bien; yo iré, sí, iré a reclamar justicia a los Jueces que se me designen, ellos verán mi dolor, mis lágrimas, mi desesperación, y sean quienes fueren, se enternecerán; no resistirán a la evidencia de las pruebas: una sentencia solemne condenará a los asesinos del Mariscal: 275


Miguel Antonio De la Lama

una sentencia solemne libertará la gloria de mi esposo, de la odiosa y cobarde acusación de suicidio, y esta sentencia yo la depositaré en su tumba, el día de sus funerales, junto a sus restos queridos!!!” El Tribunal tomará en consideración las propias reflexiones y justos deseos de mi ilustre defendida, y pronunciará contra el acusado como es de justicia, etc., etc.

276


III. FORO ESPAÑOL PARRICIDIO

Discurso de acusación fiscal, pronunciado ante la Sala segunda de Alcaldes de Corte de Madrid por don Juan Meléndez Valdéz (1879)

Exordio

Señor: V.A. ha escuchado estos días la triste relación de uno de los atentados más atroces a que pueden atreverse una pasión furiosa y el desenfreno de costumbres, y el loable empeño con que lo intentara disminuir la elocuencia de sus defensores. Otro que yo, amaestrado por un largo ejercicio en el arte difícil de bien hablar, y lleno de las luces y conocimientos que me faltan, llorando hoy compadecido sobre el delito y los infelices delincuentes, abrazaría gustoso esta ocasión de hacer triunfar victoriosamente la santidad de las leyes, y escarmentar en sus cabezas con un ejemplo saludable a la maldad y a la relajación, que ya parece no reconocen en su descaro ni límites ni freno. Lejos, como lo está esta causa, de las marañas y criminales artificios con que los malvados se suelen ocultar a cada paso para huir la espada vengadora de la justicia, vería en ella a dos parricidas alevosos sin velo ni disfraz alguno; un delito por sus atroces circunstancias sin ejemplo, aunque envuelto al principio en el horror de las tinieblas, descubierto ya, puesto en claro como la misma luz, y confesado paladinamente al público; y la virtud clamando sin cesar por el desagravio de la inocencia atropellada y a las costumbres y al santo 277


Miguel Antonio De la Lama

nudo conyugal, solicitando, ardientemente, las penas más severas para respirar en adelante en seguridad y reposo. Todo esto vería un Fiscal acostumbrado a hablar en este sitio, y seguro ya de su reputación y su gloria. Pero yo, que empiezo por la primera vez las funciones de mi terrible ministerio, acusando este atentado, horror y execración de todos; yo, pobre de ingenio, escaso de razones y falto de elocuencia, ¿qué podré decir que baste a satisfacer a V. A., ni llene dignamente su celo y sus deseos? ¿Qué podré decir que corresponda al público clamor contra los delincuentes? ¿Qué, instruido en ese voluminoso proceso atropelladamente y en brevísimos días? Mis palabras serán de preciso desmayadas; mis reflexiones y argumentos menos poderosos que lo mucho que habrá meditado V. A. con su profunda sabiduría y mis votos en nombre de la ley; acordándole como abogado suyo sus sagrados decretos, inferiores en mucho a los votos de todos los buenos, y al celo santo que veo resplandecer en el semblante, y siento arder en el pecho nobilísimo y justo de V. A. Pero en medio de esto me aliento y me consuelo con que si el fin del Orador, y mucho más de un Magistrado, debe ser siempre increpar y perseguir el vicio, defender la virtud y celebrarla, persuadiendo y moviendo aborrecer el uno y amar y practicar la otra, no es arduo ni difícil ser elocuente en este caso, ni habrá uno sólo de cuantos me oyen o han tenido noticia de tan negra maldad que no una en este punto sus fervientes voces con las mías, y le interpele en nombre del honor, de la inocencia, de la humanidad, de su seguridad misma, para que dé en este día un ejemplar memorable de su justísima severidad, y con él asegure el lecho conyugal y las costumbres públicas, vacilante y conculcadas, vengando en su nombre, con la sangre de sus implacables asesinos, la sangre del malogrado don Francisco Castillo. Narración

Casado éste desde el año de 1788 con doña María Vicenta de Mendieta, debía esperar a su lado el dulce reposo, el contento, la felicidad a que le hacían acreedor su mérito y distinguidas prendas, y una abundancia de bienes de fortuna poco común. El deseo de otros más sólidos y más verdaderos le habían sin duda llevado al matrimonio, mirando en él su espíritu ilustrado, con una aplicación laudable y sus continuos útiles viajes, una perspectiva de bien y de purísimas delicias que animaba su noble corazón, nacido para la amistad y las 278


Retórica Forense

más honestas afecciones, y que hubiera cierto gozado con otra compañera. La que le deparó en su cólera su suerte desgraciada era indigna de hallar el bien en el seno de la inocencia, ni de disfrutar de otros placeres que los que ofrece la relajación a una alma criminal y acompañan perpetuamente el delito, la vergüenza y los agudos remordimientos. Oído ha V. A. de la lengua veraz de los testigos las desazones y tristes riñas de este desastrado matrimonio, nacidas todas ellas, no como han querido probar los infelices delincuentes, y en vano se esforzó en persuadirnos la elocuencia de sus defensores, de la altivez, la ligereza, el genio duro y desavenido, ni mucho menos la criminal conducta del sin ventura Castillo, sino de su infiel y torpe compañera. Y qué! ¿ella misma no lo asegura así en su declaración del día 22 de Diciembre? Tan grande es y poderosa la fuerza irresistible de la verdad, y tanto imperio alcanza aún sobre las almas más perdidas. ¿No dice en ella que su marido no la violentaba; que la trataba bien; que la permitía las llaves y todo el gobierno de su casa; recibir gentes y visitas en ella; concurría a las diversiones y tertulias; en suma, cuanto pudiera desea para llamarse feliz una madre de familia honrada, virtuosa y digna de tan buen marido? Por más que éste llevase en paciencia, como cuerdo, sus continuos desabrimientos y aquellas liviandades menores, sobre que el honor suele a veces cerrar dolorido los ojos y deslumbrarse en sus agravios por claros que los vea, no pudo, sin embargo, dejar de repugnar y prohibirla su trato sospechoso con algunos, singularmente con el aleve matador don Santiago. Aquí de nuevo se nos presentan los testigos domésticos, veraces y sin tacha, diciendo todos sus continuas salidas, sola y de trapillo, a visitarle; su porte y trato muy ajeno de una mujer de su clase y circunstancias; haberle regalado en varias ocasiones con dinero, ropas, y aún cama para dormir; dádole un picaporte para entrar en su casa a escondidas y libremente; el baile escandaloso de que se estremece el pudor, y sobre el cual la justicia, las costumbres y el decoro público deben a la par correr un denso velo; la ocultación del adúltero en un rincón de la casa, inmundo y asqueroso como el alma de los dos, y cien otras cosas que sin duda escucharía V. A. con inquietud y desagrado, y en cuya enfadosa repetición abusaría yo de su paciencia y ofendiera de nuevo sus honestos oídos y este augusto lugar. Hay una, sin embargo, entre ellas que no puedo pasar en silencio, porque pinta bien al vivo, así el carácter sanguinario de esta fiera 279


Miguel Antonio De la Lama

cruel, esta Meguera, como el sufrimiento y dulzura de su desgraciado consorte. Dice el testigo Antonio García que el 3 de Diciembre, y seis días antes del atroz atentado, en un desazón que tuvieron, se agarraron los dos, le hizo ella tres arañones en la cara; y procurando los presentes ponerlos en paz y sosegarlos, exclamó esta víbora: que la dejasen, que ella era bastante para acabar con su marido. Sacad señor, os ruego, de este solo hecho las consecuencias justas que os sugiera vuestra inalterable rectitud; sacadlas, y estará juzgada la causa. ¿No halláis en él, como yo veo, de parte de Castillo la moderación y la prudencia de un hombre de bien, y en la torpe mujer la desenfrenada osadía, el encono, las sangrientas iras que ya la atormentaban? Desde entonces y mucho antes ella y el cobarde mancebo, encenegados en su pasión y perseguidos sin cesar de las furias infernales, revolvían en su ánimo el horrible atentado que después cometieron, caminando a su libertad y criminal reposo por medio de la sangre y del parricidio. Para mejor ejecutarlo, fecundo en ardides cual es siempre el delito, finge el adultero, un viaje a Valencia, en que engañado el buen Castillo le favorece liberal con el dinero necesario; quédase en Madrid oculto y escondido, muda de posada, y se anda de una en otra disfrazado y mintiendo su patria y verdadero nombre, y se previene en fin de las pistolas y el cuchillo que después le sirvieron; esperando los dos todo este tiempo con una atroz serenidad, un día, una hora, una ocasión segura para deshacerse de un hombre a quien debieran entrambos adorar. En efecto; su porte con su aleve mujer era, según consta de este proceso, cual oyó V. A. de su misma boca, el de un marido ciego y deslumbrado, que la ama fino a pesar de sus tibiezas, y se lo acredita aún más que debiera con sus obras; que se olvida de su sangre y relaciones, de las amarguras y penas que sufría; del hielo, los desvíos y culpable conducta de una adúltera para confundirla con sus regalos y favores, para enriquecerla más y más y hacerla heredera de sus gruesos haberes en el fin de sus días. ¿Y cuál, señor, cual era respecto al infame asesino? El de un pariente tan honrado como fino y afectuoso; el de un buen amigo que le admite en su casa con llaneza y amor que le acoge en ella con noble franqueza, le da generoso su mesa, le socorre con dinero en sus necesidades, y llega, no hay que dudarlo, desconfiado y receloso ya de su delincuente pasión, hasta de transigir con él sobre su trato inmoderado, permitiéndole, si me es dado decirlo, una visita diaria a su mujer; cosa increíble si así no resultase de las declaraciones del proceso. 280


Retórica Forense

¡Pero acaso la maldad se sabe contener! ¡Perdonó jamás a la virtud, o puede hacer paz con la inocencia! Ciegos más y más los dos alevosos amantes, y como arrastrados de un infernal furor, se buscan y frecuentan a escondidas, y así los hallan los testigos, cual oyó V. A., en los días inmediatos al 9 de Diciembre en las calles, en los portales, en el paseo; hablando, concertando y alentándose mutuamente para la atrocidad que habían tramado. Aquí fue donde el traidor propuso ejecutarla a su misma presencia, y atarla después para figurar un robo: aquí donde exclamando ciego en su criminal pasión no poder vivir, sin quitar la vida a su infeliz rival, ella le respondió que caso de morir uno de los dos era mejor muriese su marido: aquí donde por último acordaron el aciago fin del execrable parricidio. Entre tanto, Castillo padece una indisposición, que, aunque ligera le obliga a guardar su casa, y aún a quedarse en cama. Un destino fatal parece que allana, que facilita, el camino a los malvados para consumar su iniquidad: esta indisposición, que si por un instante pudiesen dar oídos al grito terrible de su conciencia y su razón, habría de contenerlos y hacerlos temblar y entrar en sí, los acaba de despeñar. Sale doña María Vicenta la mañana del desgraciado día 9 en busca de su bárbaro amante: hállale, y fráguase entre los dos el sitio, el punto, el modo de ejecutar el parricidio. El debe ir enmascarado, ella asegurarle la entrada; la seña es una persiana del balcón abierta, y la hora la de las siete y media de la noche. Hay al medio día una leve desazón del paciente, nacida de su amor, y porque la adúltera no le llevaba la comida; así lo oyó V. A. de boca del otro don Antonio Castillo, tan fino con el malogrado amigo, como útil por su probidad y su celo al descubrimiento de los reos. Doña María al cabo se tranquiliza, o lo finge así disimulada, pero ciega, ilusa, embebida en su criminal idea, ¿hay paso alguno suyo en toda aquella tarde que no sea, si nos faltasen otras pruebas, un convencimiento claro de su horrible maldad? ¿No se la ve en ella oficiosa, solícita, ocupada en deshacerse de toda la familia para quedarse por dueña de la casa; no se la ve entretener fuera de ella con frívolos encargos a un criado; empeñarse en hacer salir, o más bien dijera, echar a empellones al fiel huésped Castillo, a pesar de su ansia y sus ruegos por acompañar al doliente, y lo crudo y lluvioso de la tarde; negar la entrada al cajero que venía a firmar la correspondencia; y andar, en fin, hecha un Argos, inquieta y descuidada en los negocios domésticos, sin solicitud ni vigilancia alguna por el gobierno y orden de su familia? Pero las pisadas del fementido matador suenan en sus 281


Miguel Antonio De la Lama

torpes oídos, y es preciso tenerle el paso franco para que ejecute su maldad sobre seguro. Llega por último el malvado, y ella le recibe gozosa, saliendo entonces de la alcoba del infeliz Castillo de servirle una medicina: hale dejado abiertas las puertas vidrieras para que en nada se pueda detener. Sepáranse los dos, a entretener ella sus criadas y él a consumar la alevosía. Entonces fue cuando la fría rigidez del delito, efecto de una conciencia ulcerada y del sobresalto y el terror, ocupó, a pesar suyo, todos los miembros de la doña María Vicenta; cuando entre las luchas y congojas de su delincuente corazón la vieron sus criadas helada y temblando, fingiendo ella un precepto de su inocente marido, insultándolo hasta el fin, para venir a acompañarlas. ¿Y pudo su lengua en aquel punto articular su nombre? ¿Y ser tan descarada la iniquidad? ¡Oh impudencia!” ¡Oh perfidia! ¡Oh barbaridad sin ejemplo! Entre tanto el cobarde alevoso se precipita a la alcoba, corre el pasador de una mampara para asegurarse más y más, y se lanza un puñal en la mano, sobre el indefenso, el desnudo, el enfermo Castillo. Este se incorpora despavorido; pero el golpe mortal está ya dado, y a pesar de su espíritu y su serenidad sólo le quedan fuerzas en tan triste agonía para aclamar por amparo a su alevosa mujer! María Vicenta! María Vicenta! Repite por dos veces, y ella en tanto entretiene falaz a las criadas, fingiendo desmayarse, el adulterio y el parricidio delante de los ojos, y la sangre, la venganza y las furias de su inhumano corazón. Castillo, el infeliz Castillo, que la ha llamado en vano, hace un último esfuerzo y se arroja del lecho entre las angustias de la muerte, lidiando, por defenderse con el bárbaro agresor, luchan y se agarran los dos, y logra en su agonía arrancarle la máscara, y descubrirle y conocerle; pero él, más y más colérico y despiadado, repite sus agudos golpes, y le hiere hasta once veces en el pecho y en el vientre, siendo mortales por necesidad cinco de sus puñaladas. Cae con ellas la víctima inocente sin aliento volviendo sin duda sus desmayados y moribundos ojos hacia la misma adúltera que le mandara asesinar; y el matador en tanto, con un serenidad atroz y sin ejemplo, va tranquilo a buscar y coger dos doblones de a ocho, precio de su horrible atentado, de la naveta de un escritorio, y a presencia del sangriento y palpitante cadáver. Permita V. A. que en este instante le transporte yo con la idea a aquella alcoba, funesto teatro de desolación y de maldades, para que 282


Retórica Forense

llore y se estremezca sobre la escena de sangre y horror que allí se representa. Un hombre de bien, en la flor de sus días y lleno de las más nobles esperanzas, acometido y muerto dentro de su casa desarmado, desnudo, revolcándose en su sangre y arrojado del lecho conyugal por el mismo que se lo manchaba; herido en este lecho, asilo del hombre el más seguro y sagrado; rodeado de su familia, y en las agonías de la muerte, sin que nadie le pueda socorrer, clamando a su mujer; y esta furia, este monstruo, esta mujer impía, haciendo espaldas al parricida, y mintiendo un desmayo para dar tiempo de huir al alevoso; este infeliz, el puñal en la mano, corriendo a recoger con los dedos ensangrentados el vil premio de su infame traición; la desesperación y las furias que lo cercan ya y se apoderan de su alma criminal, mientras escapa temblando y azorado entre la obscuridad y las tinieblas a ponerse en seguro; el clamor y las griterías de las criadas, su correr despavoridas y sin tino, su angustia, sus ayes, sus temores; el tumulto de las gentes, la guardia, la confusión, el espanto, y el atropellamiento y horror por todas partes. ¡Retira V. A. los ojos! ¡Se aparta consternado! No, señor, no: permanezca firme V. A. ¡mire bien y contemple! ¡qué cuadro, qué objeto, qué lugar, qué hora aquella para su justísima severidad y sus entrañas paternales, para su tierna solicitud y su indecible amor hacia todos sus hijos! Allí quisiera yo que hubieran podido empezar las diligencias judiciales; allí que hubieran podido ser preguntados los reos en nombre de la ley; allí, delante de aquel cadáver, aún palpitante y descoyuntado, traspasado o más bien despedazado el pecho, caídos los brazos, los miembros desmayados, apagados los ojos, y todo inundado en su inocente sangre; allí, señor, allí, y entre el horror, las lágrimas y la desolación de aquella alcoba; aquí a lo menos poderlos trasladar ahora, ponerlos enfrente de esas sangrientas ropas, hacérselas mirar y contemplar, lanzárselas a sus indignos rostros, y causarles con ellas su estremecimiento y agonías. Así empezaría el brazo vengador de la eterna justicia a descargar sobre ellos una parte de las gravísimas penas a que es acreedora su maldad. Cargados día y noche con su enorme peso, en vano señor, han intentado huirlas. La Providencia que aunque inescrutable en sus caminos, vela sin cesar desde lo alto sobre la inocencia atropellada, tendió en derredor sus invisibles redes, tomándoles los pasos a uno y otro; y cuantos han por salvarse, se puede bien decir han sido todos para correr al merecido cadalso. 283


Miguel Antonio De la Lama

Doña María es depositada en el momento, y empezada a interrogar, sonlo también sus criados y familiares íntimos; y aunque nada entonces se vislumbrase de los reos, aunque los cubriesen las tinieblas de la iniquidad, o abonase su nombre ante la justicia activa y consternada, la razón suspicaz y reflexiva, ese pueblo inmenso de Madrid, cuantos saben el atentado, todos a una voz la señalan, todos la acusan y la increpan todos la denuncian cual parricida. Vosotros, señores, habéis sido testigos de la impresión extraordinaria que hizo esta maldad en los ánimos, corriendo en un momento su noticia de lengua en lengua, de casa en casa, de una en otra ciudad: el recelo y el temor se apoderó de todos, y no hubo siquiera uno que al oírla no se estremeciese, y mirase en derredor pavoroso y temblando por su seguridad y su vida. Yo me hallaba entonces lejos de esta gran capital en una de las primeras ciudades de Castilla; sus honrados vecinos temblaban y temían del mismo modo, medrosas y exaltadas las imaginaciones, pero anunciando todos la delincuente; y este triste atentado, este alevoso parricidio ha sido el solo que entre esa multitud de novedades y rumores que caen y se suceden unos a otros, y nacen tal vez, y mueren en un día, mantiene su lugar, y conserva, como el primero, inquietos y azorados los corazones. Examinada esta mujer, se encierra en una maliciosa ignorancia y nada dice, a nadie señala, de ninguno recela Mas cuando temen todos que la maldad se quede entre tinieblas, anhelando, aunque en vano, su castigo, empieza a descubrirse, a ponerla en claro la eterna Providencia. Castillo, el amigo fiel del malogrado don Francisco, declara con individualidad los lances importantes de aquel desastrado día; y entonces es cuando aun ocupada en su culpable adúltero y ansiosa de salvarle, escribe doña María la carta misteriosa, que el Tribunal ha oído, al de todos desconocido don Tadeo Santisa. El mismo Castillo, a cuyas manos llega por acaso, hace que se retenga y se presente al Juez: y esta carta fatal, este inconsiderado papel, puesto por él delante de la infeliz, la confunde y hace estremecer, y empieza a convencerla de su horrible delito. Por ella es también preso el alevoso adúltero; y ved, señores, ved y bendecid admirados, la mano protectora del Cielo. Este hombre desgraciado que tanto debía temer, que siéndole posible debiera haber huido al último punto de la Tierra, o escondido en su profundo abismo; que recibe ya antes de su criminal amiga otro aviso sobre su presta y necesaria fuga; que por las dificultades que halla al querer sacar del

284


Retórica Forense

correo la importante carta de que tratamos, era de recelar verse ya descubierto y espiado; este hombre infeliz, que con la señal del asesinato sobre su culpable frente no halla reposo en parte alguna, en todas teme, y anda prófugo y azorado de posada en posada; este hombre iluso, ciego, desatentado, que oye por todas partes el clamor popular contra los reos, la actividad y el celo con que el magistrado los busca y los persigue, el ahínco, la impaciencia de todos por descubrirlos; este hombre desastrado no puede resolverse a dejar a Madrid, y es al cabo arrestado y puesto en un encierro en 26 de Diciembre. Desmaya al verse en él; desmaya y cae de ánimo, o porque cuasi siempre son los asesinos tan cobardes como viles, o porque ve si duda la imagen de su inocente amigo que le persigue y atormenta. Esta imagen fatal, presente día y noche a su amedrentada conciencia, le acusa, le confunde, hiere su espíritu de un vértigo, un pavor repentino, y arranca en fin de su boca, desde el primer día, la confesión de su negro delito, libre y espontáneamente, y con todas las circunstancias que escuchó V. A. en la relación del proceso. Ya también lo había hecho su desgraciada cómplice; y oyó en él V. A. sus sencillas declaraciones, admirando sin duda una conformidad entre las dos, tan asombrosa como singular. En el cofre alevoso se encuentra por otro prodigio el mismo vestido que llevaba, al cometer el parricidio, tinto todo y manchado con la sangre del inocente, que aun humea, y se levanta al Cielo; ese vestido que tenemos delante, objeto de lágrimas y horror, que nos hace estremecer sólo en mirarlo, irrefragable prueba contra su infeliz dueño. Refutación

Y en vista de esto, ¿se podrá dudar con fundamento y razón que doña María Vicenta Mendieta y don Santiago San Juan son reos convencidos y confesos del parricidio alevoso de don Francisco del Castillo? ¿Hubo por desgracia este delito? Le hubo, no hay duda en ello. ¿Hay indicios y presunciones contra los dos? V. A. los ha escuchado con horror en la larga narración de este atentado. Los infelices acusados ¿se atreven a negarlo? ¿lo desfiguran? ¿lo palian? ¿disminuyen su atrocidad? En sus declaraciones lo confiesan a sabiendas o de su grado, como dice la ley, lo confiesan sencilla y paladinamente, sin disculpa ni excepción alguna, lo dicen ambos tan iguales, con tal conformidad, que si a un mismo tiempo, en un solo acto judicial, una declaración, y uno de los 285


Miguel Antonio De la Lama

dos llevando la palabra lo hubieran confesado, no pudieran hacerlo con una identidad más rara y singular. Primer argumento

Ni se oponga por el defensor de la aleve doña María que su declaración ha sido efecto de la violencia o del temor, y arrancada de su débil y angustiada boca entre los horrores de un encierro. Yo bien sé cuán sabia y justamente quiere nuestra ley de partida que la declaración se haga sin premia, y obra sólo de voluntad, sea tan libre como ella; también confieso que todo acto del hombre, nacido del dolor o miedo injustos y vehementes, ni es deliberada, ni imputable al infeliz apremiado; ni menos olvido cuán francos, cuán puros y legales deben ser todos los pasos de la santa justicia y sus fórmulas y procedimientos. Pero también sé que las penalidades del encierro, donde fue trasladada la infeliz criminal, son como tantas cosas qué exagera la compasión, y se abultan y encarecen sobre lo justo por imaginaciones acaloradas: que no es la cárcel un lugar de comodidad y regalo para los reos, sino de seguridad y custodia, y que conviniendo tanto su separación y retiro para precaver sus torcidas intenciones, y alcanzarlos a convencer de sus excesos y maldades, una cuerda experiencia ha mostrado repetidas veces a la justicia no haber sido vanas en guardarlos las más exquisitas precauciones, y el entero apartamiento y los cerrojos. No por esto me haré el apologista de la dureza o la arbitrariedad. Lejos de mi lengua estas palabras de escándalo y execración, lejos para siempre, cual lo están sus odiosas ideas de mi corazón y mis principios. Puro si nuestras cárceles son por desgracia incómodas, apocadas, oscuras, y no cual anhelan justamente la humanidad y la razón; si la indecible corrupción de los tiempos, y el lujo y la miseria multiplican tanto los reos, que no hay cuadras ni patios que basten a su número, los infelices detenidos en ellas de necesidad han de sufrir las estrecheces y defectos con que las tenemos hasta que venga el día de su mejora deseada. Segundo argumento

Pero se dice que la doña María Vicenta, debió ser tratada como hijadalgo que es, muy de otro modo, y no aherrojada con los grillos, y 286


Retórica Forense

aún se añade que era de obligación del Juez examinar antes su estado y calidad para mandárselos poner según derecho. No he hallado por cierto esta delicadeza, estos principios, en la acendrada sabiduría de nuestras leyes. Todo ciudadano es según ellas a los ojos de la autoridad pública plebeyo, igual a los demás; y su clase aunque más encumbrada y distinguida, queda eclipsada ante la majestad que representa. La nobleza es una excepción, una prerrogativa, un privilegio; y el reclamarlo en tiempo, y aprovecharse de él, es un derecho de sólo el que le goza, y una servil carga del Magistrado, para quien son todos, sin diferencia alguna, esclavos de la ley. Si se insiste, por último, en que el Juez excesivamente celoso reconvino a la doña María en su declaración del 23 con preguntas capciosas sobre lo que no resultaba del proceso y conminándola con más rigurosos apremios, ¿no están en él, no acabamos de oír sus diligencias hasta igual punto, señalándola ya bastantemente? ¿ No está su oficiosidad maliciosa por toda la tarde del funesto día 9? ¿No es ya ella sola un gravísimo y más que sobrado indicio? ¿No está su carta, su fatal, su desgraciada carta al desconocido Santisa? ¿Su turbación al reconocerla? ¿Su indecible osadía en quererla arrancar de las manos del Juez? ¿El testimonio mismo de su misterioso contexto? ¿Aquellas criminales palabras al don Santiago, retirado en su casa, o salirse fuera del lugar y lejos del peligro? ¿Qué más señales, qué otros testimonios, qué mayores indicios apetece su defensor? ¡Indecible Deslumbramiento! ¡Anhelo inmoderado de disculpar o disfrazar los yerros! Si la carta era inocente y nada contenía que la dañase, ¿a qué arrebatarla violentamente, ni intentarla despedazar? ¿a qué aquel porte suyo tan escandaloso en esta diligencia? Sobraban ciertos indicios, sobraban presunciones y cargos para recelar por culpada aquella a quien el pueblo todo proclamaba ya por delincuente desde el primer día. Tercer argumento

Mas no hubo derecho para abrir esta carta, y así cuánto viene de ella es ilegal y nulo. ¿No hubo, decís, derecho para abrir una carta escrita por una persona indicada de un crimen tan atroz, puesta judicialmente en depósito, y bajo la mano misma de la ley, a un hombre desconocido en toda la familia; mandada echar en el correo residiendo él en Madrid; encargada con tanto ahínco y exquisito cuidado al criado don Domingo García y sospechosa a él y para el fiel Castillo, amigo 287


Miguel Antonio De la Lama

íntimo, por no decir hermano del infeliz don Francisco, y que tan bien sabía todos los secretos y amarguras de este desgraciado matrimonio? Castillo, ese hombre honrado, este testigo ingenuo, ese antiguo y acreditado librero que todos conocemos, tan injustamente denigrado aquí. ¿Una carta, en fin, en que se podrían encerrar, las pruebas convincentes de la inocencia y lealtad de los familiares de la casa, que seguirían gimiendo de otro modo en la oscuridad de la cárcel, y entre grillos y horrores hasta que se hallase la verdad, y el tiempo o los acasos descubriesen al fin los alevosos? De este modo haría mal, sería digno de pena, el que sabiéndolo denuncia al delincuente si el Juez no le pregunta, porque al cabo él revela un secreto; así como el que lleva a la justicia con honrada solicitud el depósito recibido de unas manos sospechosas, porque no hay duda, ellas se lo confiaron y él lo admitió. Cada ciudadano, señor, es una centinela continua contra el crimen y la actividad incansable que agita a los malvados; la seguridad de todos se libra en la fidelidad de cada uno, de su activa vigilancia se fabrica y compone la común tranquilidad, y en ella reposan confiadas la inerme virtud y la pacífica inocencia. Así que, si la delación baja y oscura, vicio de todos el más infame y arma fatal de esclavos y tiranos, debe ser proscrita y execrada como de los gobiernos ilustrados y justos, así de las almas generosas; no cierto los avisos y denuncias sencillas, autorizados cual el presente por una persona interesada y conocida, recomendados altamente por señas importantes, hijos, en fin del celo, la honradez y las más justas obligaciones. La carta por último no se entregó por la doña María a la fe pública del correo, siempre inviolable, sagrada para todos, sino a la diligencia de un criado; éste, si así se quiere, faltaría enhorabuena a los encargos y confianza de una ama imprudente, y tímido o curioso burlaría sus mal fundadas esperanzas. Álcese, pues, contra él, y quéjese de su falsía, persígalo y acúselo, si le dan las leyes una acción; pero, ¿a qué nada de esto para el proceder judicial, ni contra las providencias sabias del Magistrado, ante quién la carta misteriosa se presentó ya abierta’. Recapitulación

Y demos de gracia que esta funesta carta, estos pasos tan útiles, pero tan juzgados, estas diligencias y apremios fuesen cual anhela su defensor, o no existiesen en el proceso: ¿por ventura los reclamó después la interesada? ¿Excepcionó algo sobre eso en estado de opresión 288


Retórica Forense

al declarar el parricidio, sobre la estrechez de la prisión, al áspero rigor de los apremios, tanto aquí decantados? ¿No aprueba, no repite en sus posteriores confesiones cuanto dijo en la que por ellos se pretende hacer nula? La del 24 ¿no se le recibe en toda libertad, aun fuera del encierro y en la sala misma de declaraciones? ¿Y no vemos todas las suyas confirmadas, ratificadas, identificadas, confundidas y hechas una misma con las del sencillo y desgraciado reo? ¿Pues qué quiere la doña María? ¿De cuál diligencia se queja? ¿Qué reclama su defensor, o que niebla se podrá oponer a la verdad misma, clara y pura como es la luz? Y el infeliz don Santiago de qué excepción querrá valerse contra esta terrible verdad, declarada por él desde el primer punto de su milagrosa prisión, sencilla y paladinamente, a sabiendas e contra sí! ¡Qué opondrá! ¡A que se acogerá para eludir su fuerza irresistible! Confieso a V. A. que nada veo en todo este proceso cuando lo considero, sino la mano omnipotente de la Providencia sobre los dos culpados, el peso insufrible de su maldad que los oprimía y abrumaba, y los atroces remordimientos que les arrebataban, a pesar suyo, la verdad de sus labios criminales. Confirmación

Así quieren la razón y la ley de Partida que sea la cosnocencia o confesión: sin premia, a sabiendas e contra sí, para sujetar al delincuente a la pena del delito; y así han sido, señor, las de don Santiago San Juan y doña María Vicenta Mendieta, reos ambos ante el Cielo y los hombres de la injusta muerte de don Francisco del Castillo con una atrocidad sin ejemplo. ¿Pero qué género de muerte? ¿De cuál delitos son reos? Decir pudiera que del más negro y horroroso, dejando el regularlo a la alta sabiduría de V. A. Porque él, mirado bien, es una alevosía cualificada con las circunstancias más crueles: un padre de familia desnudo, desarmado y enfermo es acometido y muerto en su misma cama sobre seguro. Es un asesinato, porque el cobarde matador recoge al instante el vil precio de su iniquidad en los dos doblones de a ocho del escritorio y este premio, esta paga, este bajísimo interés se lo ofreció su aleve compañera, para después de la muerte, en la mañana de aquel día, por más que se me diga no haber sido precio sino dádiva generosa. Es un parricidio, porque en la mujer y su adúltero amigo 289


Miguel Antonio De la Lama

se ayudan, y a tuerto y con armas matan a su marido e insigne bienhechor, casos comprendidos en este horrible crimen. Es un delito que rompe, destruye despedaza los vínculos sociales en su misma raíz: un delito contra la seguridad personal en medio de la corte, en el asilo más sagrado y entre las personas más íntimas: un delito que ofenda la nación toda, privándola de un hijo de quien eran de esperar inmensos bienes por sus conocimientos mercantiles, su celo y su probidad: un delito en fin que ultraje la humanidad y la degrada. El adulterio, el nudo conyugal, las costumbres, la amistad, la patria, el seguro de la corte, el asilo de la casa propia se confunden indignamente en él: todo se vilipendia, todo se atropella y trastorna, y aumenta todo la atrocidad del atentado. ¿Más acaso los infelices reos se arrostraron a cometerlo impelidos de circunstancias que lo hagan menos horroroso? La doña María, se dice, oprimida por su marido cruel insultada continuamente por su genio altanero y atropellada y castigada, no hallando otro medio de ponerse en seguro, abrazó éste, desgraciado por cierto, pero más digna ella de nuestra tierna compasión que de la severidad y el odio de las leyes. ¡Cuáles nos gobiernan, señor! ¡Cuáles nos velan y defienden! ¡Qué país vivimos! ¡En qué lugar estamos! Por tan acomodados, tan humanos principios, ¿qué seguridad tendremos ninguno de nosotros de nuestra pobre vida ¿Quién no temerá hallarse, saliendo de este augusto Senado, con quien por una palabra sin razón, un desaire, un desprecio, un tono altanero y erguido no le prive de ella en un instante, parte y juez a un mismo tiempo en el tribunal de sus venganzas? ¿Será el puñal del ofendido el justo reparador de sus agravios? Un resentimiento, una ofensa, un genio duro, bárbaro si se quiere, ¿autorizan acaso el asesinato ni la negra traición? ¡Sociedad desgraciada si estas fueran tus leyes y velases así a tus hijos!. Los Jueces, los Tribunales, tienen día y noche patentes sus puertas, extienden su mano protectora a cuantos desvalidos los imploran, y a ninguno que la buscara le negaron su sombra. ¿Los interpeló acaso esta infeliz? ¿Recurrió a ellos en sus disgustos y amarguras? ¿O dio por dicha algún paso para salvarse de su ponderada opresión? Demasiadas gracias tienen ya las mujeres entre nosotros. Puede ser que estas 290


Retórica Forense

gracias, y el favor excesivo que les dispensamos los Jueces, por una compasión y un principio de honor equivocados, hayan sido la causa de la muerte que debemos llorar y yo persigo. ¿Y dónde, donde están estos insultos y crudos tratamientos tan decantados ¿No hemos oído la desgraciada prueba de la doña María para que aún clame tanto su defensor sobre este punto? Por toda ellas se nos presenta el infeliz e indulgente Castillo de un genio vivo, claro, y si se quiere intrépido y osado, pero facilísimo de acallar, de un corazón franco y generoso y sin resentimiento ni rencor. Es un marido que transige por decirlo así, sobre su deshonor con el mismo que le ofende, como oyera admirado V. A., en su conducta condescendiente con el bárbaro don Santiago: es un marido que en medio de los excesos y pasos criminales de su aleve mujer, que él sin duda sabia, hace con ella, en uso de sus solemnes fueros, lo menos que pudiera y que debiera hacer. Riñe una vez y quiere en lugar de corregirla salirse despechado de su casa a habitar y dormir en su tienda: riñe, y por uno de aquellos accidentes que le perfidia sabe tan bien fingir, corre a media noche con un criado a buscar solícito un médico que la asista en su aparentada locura. Riñe, y sufre que lo arañe en el rostro: riñe y es duro, y la deja salir a todas horas, concurrir a tertulias y teatros y recibir en su casa a cuantos quiere. ¿Y es el marido cruel? ¿Este el león implacable y tan temido? ¿Este el hombre que la castiga y atormenta? ¿Este aquel a quien su oprimida compañera no puede arredrar sin un asesinato. Más severo, más duro le hubiera yo querido, y acaso no ejerciera mi terrible ministerio, persiguiendo sus parricidas. Nunca, se insiste, pudo la doña María recelar este atentado del ánimo apocado de su adúltero amante. ¡Nunca lo pudo recelar y se embebece con él en el modo de ejecutarlo por más de dos meses! ¡Y va una vez a disuadírselo, agitada de anticipados remordimientos, por el último suplicio de otro reo! ¡Y aprobándolo ella, aparenta el traidor su fingido viaje para más bien cubrirlo y deslumbrar! ¡Y ella le llora para más electrizarle! ¡Y da la terrible sentencia de que caso de morir uno de los dos muriese su marido! ¡Y le busca y le persigue todos aquellos días! ¡Y le ceba y le alienta con las dos onzas de oro! ¡Le da la señal de la persiana! ¡Le habla al entrar de la sala! ¡Y corre artificiosa a entretener las criadas y fingir un desmayo mientras se consuma la negra alevosía! ¿Y se osa decir que no creía que el atentado se ejecutase? ¿Cómo, os pregunto, lo pudiera creer? ¿Cómo concurrir y cooperar a él? ¿Se 291


Miguel Antonio De la Lama

quiere para esto que ella misma lleve con su mano el puñal del amante y aseste impávida su punta al pecho del enfermo y desarmado marido? Así tampoco concurrirá al robo el ladrón que tiene la escala por donde sube el compañero, o apunta con el trabuco al caminante mientras otro le registra y ata. Quisiera, señor, quisiera ser indulgente y poderme contener, acaso mis palabras, herirán con más calor que el conveniente al Ministerio de templada severidad que ejerzo en nombre de la ley. Pero tan horrible maldad me despedaza el corazón: dad algún alivio a mi justo dolor y mi ternura: el malogrado, cuya muerte persigo, era por desgracia mi amigo; conocílo por la rara opinión con que corría su nombre; y cuando se prometía y yo me prometía unirnos con mi nuevo destino en lazos de amistad más estrechos, le veo robado para siempre de entre nosotros y perdido para los buenos y la patria por la crueldad de una ingrata mujer y de un amigo tan cobarde como fementido. Por último, se dice que esta infeliz mujer estaba sin libertad ni capacidad alguna para tan gran maldad. Feble y apocada por naturaleza, añadía a la debilidad de su sexo la de su propia constitución, y una pasión furiosa la había convertido en una máquina que sólo recibía su impulso y movimientos de las insinuaciones del adúltero. Así se la ve después ni sentir cual debiera la muerte del marido, siquiera por la decencia y su seguridad, ni mudar de semblante, impasible cuando se la prende, ni entristecerse por su encierro y dura soledad, ni faltarle en fin el apetito entre los horrores de la cárcel, hasta dormir en ella con el mayor sosiego. Esto se ha dicho por su defensor. Esto se ha dicho. ¡Y podrá sufrirse con paciencia! ¡Era tímida la que sabe exclamar a su alucionado amante que, caso de morir, uno de los dos, muriese su marido! ¡Era débil la que se arroja a él y le llena de araños! ¡La que insiste, al intentarla separar, en que la dejen, que ella sola basta para acabarle! ¡Tímida la que ceba, se complace por tantos días en un proyecto tan horrible! ¡La que ve con impávida serenidad el alevoso puñal en la mano! ¡Apocada la que, a pesar de las continuas reconvenciones del inocente asesinado, continúa ciega en sus criminales amistades! ¡La que anda a todas horas de calle en calle, de posada en posada en busca del don Santiago! Pero la pasión de este infeliz la tiene electrizada, sin deliberación, frenética y sin seso. ¡Extraña jurisprudencia! ¡Singular raciocinio! ¡Raro modo por cierto de defender un reo y disculpar 292


Retórica Forense

sus delitos! Así el ladrón pudiera excepcionar que su pasión le ciega; que la idea seductora del dinero le quita enteramente la libertad de obrar; y que no está en su mano, si lo ha visto, dejar de arrebatarlo: el adúltero, que la hermosura y los encantos de la madre de familia honesta, le inflama y le enloquece; y el torpe violador, que en una constitución toda de fuego no le es dado calmar la imperiosa fuerza de su temperamento, ni domar en nada su brutal desenfreno. Ningún delito será imputable por estos horrorosos principios: ninguno lo sería si por desgracia fuesen verdaderos; porque, ¿cuál hay que no nazca de una pasión furiosa? ¿O qué delincuente, por endurecido en el mal, al cometer sus tentados estará sereno? No negaré tal vez que la memoria aguda de su maldad y mil tristes presentimientos tengan al presente como estúpida a la doña María: así también suelen estarlo los mayores facinerosos cuando se ven en una cárcel, abandonados al gusano roedor de sus conciencias, delante de sí la horrible imagen de sus atrocidades, y desnuda sobre su garganta la espada de la ley: que el mayor corazón se pierde, el mas despierto consejo se confunde a la vista de los delitos. Pero no son por esto menos delincuentes sus pasiones indóciles y su pervertida razón no pueden impedir el saludable efecto de las leyes en la dirección de las acciones, ni eran ellos estúpidos al cometer el mal. No lo era, no, la desgraciada doña María Vicenta, combinando exactamente las infernales operaciones del desastrado día 9; no lo era, no, volviendo en él a su causa a la una y media de la tarde, enfermo y en cama su marido, de acordar el parricidio con su alevoso amante. Ni tiene otros descargos este infeliz, por más que su defensor quiera decirle loco en su delincuente amor. Bien sé yo la fuerza terrible de las pasiones, y su funesto imperio en los corazones que inflaman y sojuzgan: la Historia ofrece a cada caso ejemplos memorables de esta fuerza, y la moral y el estudio detenido del hombre, apoyan y convencen cuanto la Historia dice. Pero también sé que es nuestra obligación el dirigirlas o domarlas, no siéndoles dado el poder de arrastrarnos al mal irresistiblemente: que estas enfermedades del alma, por graves que parezcan, no son sin embargo incurables: que para ello se nos dio la razón y el sagrado instinto del bien, que se han negado al bruto: que esta fiel compañera nos clama sin cesar si tropezamos: que en medio de su imperio que ejercen, tan duro y tan temible, nos queda ilesa siempre la libertad, y con ella la justa imputación de nuestros pasos; y que por todo esto, cuando sucumbimos y caemos, somos reos ante Dios y los 293


Miguel Antonio De la Lama

hombres de nuestro vencimiento y cobardía, como lo es hoy el infeliz don Santiago por los horribles frutos de un amor criminal, que debió sofocar cuando lo vio nacer, trabajando en lograrlo noche y día, en vez de embriagarse en él, ni abrigarlo en su pecho para llevar a cabo su impías sugestiones. Y si esto nada se hace, su apocamiento, su genio melancólico y adusto, sus pocas expresiones, su excesiva cortedad ¿qué pueden, aún dado caso que así fuesen, qué pueden hacer para disminuir un delito tan execrable? ¡Qué pueden hacer para sustraerle al crudo escarmiento que la ley le señala? ¿Qué puede hacer la dolencia que padeció por el pasado don Santiago, naciese norabuena no de una insolación, sino de aflicción de su espíritu? Este hombre melancólico, este tan encogido, este apocado y cobarde se ceba como su cómplice por tanto tiempo en la idea espantosa de su maldad: trata de preocupación sus saludables reflexiones cuando de ella le intenta disuadir, y se atreve, siendo la primera, a la mayor atrocidad; pruebas todas nada dudosas de la ferocidad de su ánimo. Obra, si, como cobarde, porque acomete sobre seguro a un hombre desnudo, desarmado y enfermo: ¿y quién es este hombre? Temblad, señor, temblad al escucharlo: el mismo cuyo lecho ofende, que le admite en su casa, que le pone a su mesa, su amigo, su bienhechor, el que le dio liberal el dinero para su mentido viaje a Valencia, y tal vez por alejarle así del lado sospechoso de su adúltera compañera. Ninguno, pues, de los dos tiene ni sombra de disculpa con que disminuir lo atroz del atentado: éste fue el mayor que pudo cometerse, y yo por cierto, como digo antes, no alcanzó a señalarle lugar entre los delitos. El ataca la seguridad personal hasta en los más íntimo y sagrado; ataca el santo nudo conyugal, y le rompe impíamente y despedaza: ataca las costumbres públicas y cuanto hay de más augusto y venerable sobre la Tierra. Con este ejemplo fatal ¿quién fiará de nadie, si debe recelar hasta de su mujer? ¿Quién abrirá su corazón a la dulce amistad, si el amigo asesina? ¿Quién a la generosidad y la beneficencia, si es su premio la muerte? ¿Quién en su lecho podrá dormir tranquilo, si en el suyo, cercado de gentes y criados, no se vio seguro el desgraciado don Francisco Castillo? No encuentro ciertamente, lo repito, señor, no encuentro ni pensamientos ni palabras para su horrible deformidad. Así todos los pueblos le han perseguido y castigado con las mayores penas, igual en este punto la antigüedad remota con la edad presente. Legisladores ha habido que no se atrevieron ni aún a nombrarlo 294


Retórica Forense

en sus Códigos creyendo imposible en la naturaleza un crimen tan enorme. Más a cuantos lo han hecho la muerte les ha parecido poco, ha sido preciso inventar y añadirle aparatos y circunstancias que la hagan a la imaginación más y más espantable. Los antiguos egipcios punzaban todo el cuerpo del parricida con cañas muy agudas; revolvíanlo después en un haz de espinas, y le pegaban fuego. Los griegos le apedreaban hasta morir. Entre los virtuosos romanos, después de azotado crudamente, se le encerraba en un saco con ciertos animales fieros para hacerle su fin más doloroso. En otras partes se le enterraba vivo; en otras se despedazaban sus miembros con ardientes tenazas; en otras se abrasaban y rompían en una cuerda. Una ley del antiguo Fuero Juzgo le señala la pena capital, repartida su hacienda entre los herederos del difunto. Nuestro gran legislador D. Alfonso, siguiendo como suele en sus Partidas los pasos de los sabios romanos, ordena en fin en la Ley 12 del título de los Omecillos que, “si el padre matare al fijo o el fijo al padre, o el marido a su mujer, o la mujer a su marido, o cualquiera que diera ayuda o consejo porque alguno de los dichos muriese a tuerto con armas o con yerbas, paladinamente o encubierto, quier sea pariente del que así muriere, quier extraño, que ese tal que fizo esta enemiga, que se azotado públicamente ante todos, e desi que lo metan en un saco de cuero, e que encierren con él un can, e un gallo, e una culebra, e un jímio, e después que fuexe en el saco con estas cuatro bestias, cosan la boca del saco, e láncelos en la mar, o en el río que fuese más cerca de aquel lugar do acaesciere”. Así la ley Señores. Peroración

Y vosotros, sabios ejecutores de ella, rectísimos ministros de la santa justicia, ¿Podréis a su vista dudar un sólo instante en imponer la clarísima pena que señala a los dos desgraciados parricidas, doña María Vicenta de Mendieta y don Santiago San Juan? Otro os dijera, arrebatado de su celo, que el fatal cadalso se levantase enfrente de la casa, teatro del horrendo delito. El es tan atroz en sí mismo, y por sus funestas consecuencias en el orden social, que merece que le deis el mayor aparato judicial para que imponga y amedrente a los malvados. Los grandes atentados exigen muy crudos escarmientos; este, señores, es el más grave que pudo cometerse. En esta perversión y abandono brutal de las costumbres públicas, en esta funesta disolución de los lazos sociales, en esta inmoralidad que por todas partes cunde y se 295


Miguel Antonio De la Lama

propaga con la rapidez de la peste, en este fatal egoísmo, causa de tantos males, en este olvido de todos los deberes, cuando se hace escarnio del nudo conyugal; cuando el torpe adulterio y el corrompido celiberato van por todas partes descarados y como en triunfo apartando a los hombres de su vocación universal, y proclamando altamente el vicio y la estéril disolución, en estos tiempos desastrados, este lujo devastador que marcha rodeado de los desórdenes más feos, estos matrimoniales que por todas partes se ven indiferentes o de hielo, por no decir más; un delito tan horroroso la merece más particularmente, y esas ropas acuchilladas que recuerdan su infeliz dueño; esa sangre inocentes en que las veis teñidas y empapadas, clamándoos por su justa venganza; la virtud que os la presenta cubierta de luto y desolada; ese pueblo que tenéis delante, conmovido y colgado de vuestra decisión, el rumor público que ha llevado este negro atentado hasta las naciones extrañas; la patria consternada que llora a un hijo suyo malogrado, y hundidas con él mil altas esperanzas; el Dios de la justicia que os mira desde lo alto, y os pedirá algún día estrechísima cuenta del adúltero y del parricida; vuestra misma seguridad comprometida y vacilante sin un ejemplar castigo; todo, señores os grita, todo clama, todo exige de vosotros la sangre impía de esos alevosos. Fulminad sobre sus culpables cabezas en nombre de la Ley la solemne pena por ella establecida, y paguen con sus vidas, paguen al instante la vida que arrancaran con tan inaudita atrocidad. Sean ejemplo memorable a los malvados, alienten y reposen en adelante la inerme inocencia y la virtud, estando vosotros para velar sobre ellos, o a los menos vengarlas. __________

El Tribunal sentenció, conforme a lo solicitado por el Fiscal, condenando a los parricidas a la pena capital.

296


IV. FORO PERUANO DESOBEDIENCIA MILITAR

Defensa del Comandante de la corbeta “Unión” Capitán de Navío don Manuel Antonio Villavisencio, hecha por el doctor don Miguel Antonio De la Lama, ante el Consejo de Oficiales Generales, reunido en el Callao el 16 de Octubre de 1880.

Excmo. Señor: Cábeme la honra de haber sido designado por el benemérito señor Capitán en Navío don Manuel Antonio Villavisensio, para desarrollar ante V. E. la abundante defensa que brota del juicio verbal que se le sigue, por el delito de desobediencia militar. Bien podría ahorrarse este trámite, atendidos los antecedentes y las cualidades personales del acusado las circunstancias que rodean los hechos imputados y el ilustrado patriotismo de los Jueces, si las leyes no lo exigieran como esencial. Honroso es, por cierto, defender una causa en la que está fija la atención de nacionales y extranjeros, que pasará tal vez a la Historia en la biografía del hombre célebre a que se refiere, cuando el triunfo de ella significa una esperanza más para la Patria; cuando la defensa tiende a que no caiga mancha sobre una gloria nacional; cuando las simpatías de todo un pueblo sirven de cortejo al defensor. Así sucede en el presente juicio, no por el delito sobre que versa, sino por la alta figura que el enjuiciado representa en la guerra actual.

297


Miguel Antonio De la Lama

El Comandante que era del transporte “Chalaco” cuando Chile nos declaró guerra a muerte; el que burlando las persecuciones y arrostrando los fuegos de poderosos blindados, toreándolos verdaderamente, regresaba a los puertos de su primera dirección y desempeñaba las más arduas comisiones, trayendo de Panamá numerosos elementos de guerra, haciendo presas y abasteciendo todo el Sur de soldados, armas, municiones, vestuario, dinero y demás recursos bélicos – el actual Comandante de la Corbeta “Unión”, el popular héroe del “17 de Marzo”, que con un débil barco rompe el bloqueo de Arica sostenido por dos blindados y un transporte, de artillería superior, entra en el puerto, pasa el día descargando por un costado el preciosos depósito que se le confiara y batiéndose por el otro con esas naves para tenerlas a raya, y a la luz de la tarde leva anclas y sale por entre los enemigos y los aplausos de la multitud amilanando a aquellos con tanto arrojo, ostentando ante el mundo entero la pericia, el valor, la intrepidez y el patriotismo del marino peruano – el Comandante Villavisensio cuyas proezas han paralizado alguna vez el criminal arreglo de Chile con nuestros acreedores del exterior, según la misma prensa europea; aquel que desde el bloqueo del Callao no tiene otra aspiración que forzarlo para desempeñar nuevas y peligrosas comisiones; sombra de los marinos chilenos, esperanza de dos naciones, objeto de las más altas ovaciones de los pueblos del Perú, de quien no se apartan las miradas de todos los hombres que observan nuestros pasos en la guerra que sostenemos – el Comandante Villavisensio, en fin, se encuentra arrestado en un buque que no es el suyo y sometido a Consejo de Guerra-----Natural es, pues que así en la República como fuera de ella, hoy como mañana, todos se pregunten ¿cuál es el delito del esforzado patriota, a quien tanto debe la Alianza Perú-Boliviana y cuyos servicios le son tan importantes? – El abnegado marino, el espíritu superior que solicita empresas arriesgadas y que todo lo sacrifica, sin vacilaciones ni reservas, por el triunfo de nuestras armas; ¿por qué ha descendido desde el templo de la gloria, hasta el banco de los acusados? Y los que le conocen personalmente agregarán ¿Qué delito puede haber cometido el Comandante de la “Unión”, esa alma limpia de vanidad; ese guerrero amable, modesto, hidalgo, que ha esmaltado sus laureles con estas virtudes; el marino que en veinticinco años de servicios consecutivos no ha recibido la más ligera reconvención, y que por el contrario se ha hecho acreedor al aprecio de todos sus superiores? 298


Retórica Forense

A esas preguntas, a esa duda mortificante para todos los peruanos, debo responder con el examen jurídico del sumario; abrigando la convicción de que las conclusiones tendrán eco en la inteligente rectitud de V. E., que está llamado a apreciarlas, y en la superior ilustración del Supremo Gobierno, que ha de revisar el fallo; pues de ese estudio resultará, que a pesar del rigor de las Ordenanzas militares, el señor Comandante Villavisensio no ha cometido un delito, sino quizá una simple falta, desvirtuada por un cúmulo de circunstancias atenuantes. Para entrar en dicho examen, necesario es hacer antes una breve relación de los Hechos

El día 5 de los corrientes, el señor Secretario de Marina preguntó al señor Comandante Villavisensio, si el buque de su mando estaba completamente listo para zarpar en el momento en que se le ordenase; respondió afirmativamente, e indicó que sería conveniente pagar a la tripulación los dos meses que se le debía. Al medio día del siguiente, se presentó a bordo el pagador y dijo al señor Comandante, que iba con el objeto de hacer el pagamento por los meses de Agosto y Setiembre; y recibió respuesta de que sería mejor dejarlo para el día siguiente. Después de las cuatro de la tarde del mismo día, el señor Comandante General de Marina transcribió al del buque una orden del señor Secretario del ramo, expedida la víspera, para que el pagamento se hiciese a primera hora del día que ya declinaba. El señor Comandante Villavisensio tenía razones reservadas de interés nacional, para que se demorase el pagamento. Sin necesidad de ser marino se comprende, que el ajuste o pago de todos los sueldos devengados es presagio de próximo viaje, y podría traslucirse el proyectado; que esa sospecha, máxime cuando la tripulación no tiene ya nada que recibir, abre las puertas a las deserciones y se pierde la gente tal vez más útil para expedición; y que lo más conveniente es pagarles una parte cuando se aproxime el día de la salida, a fin de que no tengan tiempo de distraer el dinero con que deben procurarse los recursos para el viaje, y asegurarlos con el retardo de la otra parte hasta que zarpe el buque. 299


Miguel Antonio De la Lama

Dominado el señor Villavisensio de esas idea; convencido de que no era urgente el pago, desde que no se habría ordenado, si él no lo hubiese pedido; por cuanto faltaban aun otros elementos para la expedición, según se lo había revelado el señor Secretario de Marina; no estando hechas las listas para el pagamento; teniendo en tierra ocho individuos de la tripulación; y habiendo pasado ya la primera hora señalada en la orden; comisionó al Jefe del Detall para que expusiese al señor Comandante General, que sabía no era urgente hacer el pagamento, y temía que la gente desertara encontrándose con tres sueldos reunidos. Al poco rato se presentó a bordo el señor Mayor de Ordenes del Departamento, con una del señor Comandante General, para que se efectuase el pago. Como las comunicaciones verbales son por su propia naturaleza susceptibles de mala inteligencia, por su parte del que las lleva o del que las recibe, creyó el señor Villavisensio que el Comandante General no había sido bien enterado de las razones que mandó poner en su conocimiento, y las reprodujo al señor Mayor de Ordenes. Momentos después fue a bordo un Alférez de Fragata, Ayudante de la Mayoría, y comunicó verbalmente al señor Villavisensio, en presencia de las personas que le acompañaban y de los sirvientes de cámara, que de orden del señor Comandante General no se moviera del buque. El Comandante intimado, procediendo con la circunspección que le es característica, contestó que estaba bien; pero considerado que una orden de arresto no podía ser comunicada de ese modo y que tampoco había causa para librarla, entró en duda sobre el alcance de la intimación y comisionó al segundo Comandante para que indagase del señor Comandante General, si esa orden era por razón del servicio o implicaba un arresto; agregando que en el primer caso estaba bien, y que si era arresto no lo aceptaba. El comisionado regresó y expuso al señor Villavisensio, que el señor Comandante General le había hecho dejar por escrito la pregunta y contestádole solamente que estaba bien. De este punto, que es el capital en el juicio, me ocuparé después. No habiendo recibido respuesta a la pregunta, fue a poner lo ocurrido en conocimiento de S. E. el Jefe Supremo de la República; y cuando regresaba a bordo para cumplir con la orden de no saltar a tierra, hasta que se aclarase su objeto, se le comunicó otra del señor 300


Retórica Forense

Secretario de Marina para que permaneciese en su buque; a lo que dio exacto cumplimiento durante veintisiete horas, después de las que recibió otra orden para que se presentase arrestado a bordo del vapor “Limeña”, la que también cumplió exactamente. Habrá notado el Excelentísimo Consejo, quizá con extrañeza, que para esta relación me he servido de todas las declaraciones que obran en la sumaria, menos de la instructiva de mi defendido, despreciando así algunos detalles favorables que ésta contiene y contra los cuales no hay prueba legal. La razón de esa conducta es, que deseo evitar todo pretexto de duda; y que estoy tan persuadido de que el señor Comandante Villavisensio no ha incurrido en delito, que voy a abordar la cuestión como Juez y no como Defensor. De los hechos narrados se desprende, que el juicio abraza dos puntos: la desobediencia sobre el pagamento, y la no aceptación del arresto. Me ocuparé de ellos separadamente. Pagamento

Los motivos expuestos ya, que tuvo el señor Comandante Villavisensio para observar la orden del pago inmediato, justifican plenamente su conducta a los ojos de cualquiera, a su simple enunciación. Demostrado queda que el pago no era urgente, como se comprobó después con una segunda orden que se expidió para que no se verificase; que el dinero estuvo listo a solicitud del mismo Comandante y que el cumplimiento de esa orden podría haber causado grave daño nacional, dificultando una importante expedición. Resta averiguar si dicho Comandante es delincuente conforme a las leyes, por o haber dado inmediato y ciego cumplimiento, sin hacer ni reiterar observaciones, dejando a un lado los intereses de la Patria. Ningún hombre, y menos el Comandante de un buque de guerra, puede ser deprimido con el rigor de la obediencia ciega. No es por razón de las circunstancias, Excmo. señor, que siento este principio: en el Diccionario de Jurisprudencia y de Legislación Penal, que publiqué desde el año de 1876 en colaboración del muy ilustrado jurisconsulto y estadista señor doctor don Manual A. Fuentes, procuramos demostrarlo, fundándonos en la opinión y autoridad de los más conocidos y respetables autores. 301


Miguel Antonio De la Lama

En esa obra, al hablar de la coacción, decimos: “Con respecto a los militares, algunos escritores han sostenido la doctrina de la obediencia pasiva en los términos más absolutos: esta cuestión puede tener graves y terribles consecuencias. Los soldados han sido considerados como instrumentos materiales, que la voz de mando, sea cual fuere, debe siempre encontrar dóciles, abdicando su conciencia y sus luces; no deben, se dice, juzgar y ver sino por las palabras y los ojos de sus jefes; la orden que reciben forma su opinión, su moral, su religión. Son máquinas humanas que la voz de un solo hombre anima; su misión es la abnegación y la obediencia ------- Esta doctrina es muy absoluta, para ser verdadera. El hombre no puede nunca estar reducido a un papel puramente material; su responsabilidad moral es esencial a su ser; a nadie puede imponerse el sacrificio de su conciencia. ¿Cómo comprender un deber que prescribiera la ejecución de un crimen? La obediencia jerárquica es uno de los principios fundamentales del orden social; pero esta obediencia no debe ser ni ciega ni pasiva: ella supone la legitimidad de la orden y del mandato------- Además, no es cierto que los militares sean, aún sobre las armas, instrumentos ciegos ------- La obediencia pasiva, tal como se exige, no ha existido nunca, sino en las épocas del fanatismo. La disciplina militar está fundada en deberes austeros, pero sagrados; estos deberes, para ser observados, no necesitan ser formulados en reglas de esclavitud; el soldado comprende su importancia por el interés de la Patria, y la respeta; su inteligente obediencia es la garantía mas segura de la sociedad”. La doctrina contraria conduce al absurdo de la irresponsabilidad absoluta de los subalternos, que perpetren cualquiera crimen por orden su jefe. Si pues la obediencia no debe ser ni ciega, ni pasiva, el inferior debe resistir a la orden en que se le prescriba un crimen y observar aquellas que puedan producir otro mal grave.- Así lo ha hecho el señor Comandante Villavisensio. El no ha resistido a la orden de pago inmediato, creyó que podría producir un grave mal y se limitó a observarla.- La observó por segunda vez, pensando que en la primera habían sido mal explicadas o mal comprendidas sus observaciones, a causa de haberlas hecho verbalmente por interpósita persona; pero aunque así no fuese, y resolviendo por casos análogos, según el artículo 9 título preliminar del Código Civil, las leyes administrativas obligan al inferior a que observe por dos veces. 302


Retórica Forense

Hay mas; la facultad de hacer observaciones está naturalmente en razón inversa de la distancia que hay del superior al inferior; y en ningún Jefe resalta mas esa facultad, que en el Comandante de un buque de guerra, sobre actos que se relacionan con la administración de éste, que está exclusivamente a su cargo, bajo seria responsabilidad.- Por Real Orden del 10 de Mayo de 1804, los Capitanes generales de provincia y los Gobernadores debían abstenerse en lo sucesivo de entrometerse en lo económico y gubernativo de los cuerpos, por ser privativo de sus Jefes y de los Inspectores generales; dejando en consecuencia obrar a los respectivos Coroneles y Comandantes con entera libertad en el manejo y distribución de los caudales de los fondos. Tanto es cierto que no debe privarse a los Jefes del discernimiento en el acto de cumplir las órdenes superiores, que el mismo señor Villavisensio, en la primera expedición con la corbeta de su mando, recibió órdenes de dejar el cargamento en Quilca llegó a ésta caleta, y no encontrando allí los útiles de movilidad necesarios, de propio arbitrio hizo la descarga en el puerto de Mollendo, acto que produjo un buen resultado para la Patria, y no fue desaprobado. Demostrado como queda, que mi defendido no ha cometido falta alguna en la cuestión del pago inmediato, tanto por el fin patriótico que perseguía con sobrada y manifiesta razón, cuanto por los fundamentos jurídicos y legales que preceden, sigo en el segundo punto sobre el Arresto

Lo que tiene en el juicio carácter de aparente gravedad, es la circunstancia añadida a la consulta que mi defendido dirigió al señor Comandante General por conducto del señor Comandante Aljobín, de que si era arresto no lo aceptaba; y como nadie puede objetar al que pronuncia una palabra el sentido en que la emplea, claro es que mi defendido manifestó, según lo ha declarado, que no se sometía voluntariamente al arresto, por creerlo injusto, sin decir con eso que no lo cumpliría. Se le hace cargo de que después de la orden no se le encontró en el buque; pero V. E. puede comprobar, que el señor Comandante Villavisensio fue a poner lo acontecido en conocimiento de S. E. el Jefe Supremo de la República, por no haber recibido contestación del señor 303


Miguel Antonio De la Lama

Comandante General. Quebrantar una pena, según el artículo 62 del Código Penal, es fugar y no fuga por cierto, el que va a exponer su queja al superior del Jefe que le ha impartido la orden, y vuelve voluntariamente a cumplirla. Suponiendo, por ahora, que el Comandante de la “Unión” cometió una falta, veamos las circunstancias que la desvanecen. Es un principio de Jurisprudencia universal, declarado en el artículo 8 inciso 10 del Código Penal, que la obediencia es debida al superior, cuando éste procede en uso de sus atribuciones y concurren los requisitos exigidos por las leyes para que la orden sea obedecida. Estos requisitos no fueron llenados por el señor Comandante General de Marina; pues las Ordenanzas prescriben, que los superiores ejerzan sus atribuciones, tratando a los inferiores con toda urbanidad, sin usar palabra o acción que pueda humillarlos y dar lugar a que se falte a la buena disciplina. Con efecto; la forma legal de comunicar la orden de arresto al señor Comandante Villavisensio habría sido, llamándolo el señor Comandante General para intimársela personalmente, o por lo menos, pasándole una nota reservada pero efectuarlo por medio de un oficial subalterno y en presencia de otras personas que pertenecen a la dotación de la corbeta, era rebajar el prestigio que necesita el Comandante de un buque de guerra para hacerse respetar y obedecer. Preciso es ocultar a la tripulación el castigo de un Comandante que delinque, para que pueda continuar ejerciendo su autoridad sin rubor, evitando el mal ejemplo que produce en los subordinados un castigo público al superior, que los alienta para imitar la falta. Por esa razón es, sin duda, que en el artículo 38, título I°., tratado 3°. De las Ordenanzas de la Real Armada se prescribe que la suspensión de un oficial debe serle comunicada por el Comandante superior inmediato. En las mismas se ordena a los superiores, que usen de su autoridad sin faltar a la atención y estimación que corresponde a los inferiores según sus empleos y circunstancias, haciendo que sean respetados y obedecidos; y que en todos los lances que se ofrezcan, se valgan de los modos mas regulares para no dar lugar a que se falte en cosa alguna a la buena disciplina y subordinación.- En el artículo 21, título 4°. de la Ordenanza Naval de 1802 se preceptúa, que los Jefes usen de su autoridad tratando a los oficiales con toda urbanidad, así por la 304


Retórica Forense

estimación a que son acreedores, como para sostener la sumisión que les deben las clases subalternas; y en el artículo 29 del título 33 se prohíbe expresamente a todo Jefe, de cualquiera dignidad o grado que sea, usar jamás con sus súbditos palabra o acción que pueda humillarlos, bajo la pena de ser declarado incapaz del mando. Otra circunstancia es la alta clase militar del señor Comandante de la “Unión”, igual a la del señor Comandante General de la Marina; pues la gravedad de la falta va disminuyendo con la proximidad de la clase del inferior al superior.- Así, en el artículo 23, título 10 tratado 8 de las Ordenanzas del Ejército, que complementan las navales, se da la regla de que la insubordinación de los militares debe sufrir la pena que corresponda a las circunstancias de la culpa y calidad de las personas inobediente y ofendida. Finalmente; la calidad expresada en la pregunta de no aceptar el arresto, sería el principio de la ejecución directa de la insubordinación; y como queda exento de pena el delincuente que suspende la ejecución del delito antes de causar daño y por su propia voluntad, y mi defendido no consumó la desobediencia, pues que no hizo mas que hablar con S. E. el Jefe Supremo de la República y volver a cumplir el arresto, claro es que no debe caer sobre él la sanción de la ley. Tal es la disposición del artículo 5° del Código Penal. En conclusión; la frase de no aceptar el arresto no es la traducción legal de la intención de no sufrirlo, y por lo tanto no constituye una culpa; aún cuando esta hubiera existido, habría quedado reducida a una culpa simplemente moral, en virtud de la circunstancias expuestas; y sobre todo, la interrupción voluntaria y sin daño de la ejecución de la falta de obediencia, exime de toda responsabilidad. Para terminar la defensa, me ocuparé del Dictamen Fiscal

Basta conocer la ilustración del señor Juez Fiscal y leer su dictamen, para convencerse de que no resulta del sumario ningún delito comprobado y definido. Los tres artículos que cita de la Ordenanza de 1802, son completamente inaplicables.

305


Miguel Antonio De la Lama

El 33 del título I°., expresa la facultad que tiene el General en Jefe de una Escuadra para suspender a cualquier Comandante de buque; el 17 del título 4°., recomienda a los Comandantes que sostengan la disciplina y subordinación; y el 28 del título 33, impone a los Comandantes que cuiden de la observancia de la Ordenanza. Esa deficiencia del dictamen, proviene de que no hay leyes que condenen a mi defendido. Conclusión

Señor Excmo: creo haber probado que el señor Comandante de la “Unión” no es responsable de la falta sobre que versa este juicio. Si lo fuese, a V. E. correspondería aplicar la pena, según su prudente arbitrio, atendidas las circunstancias y resultas de la desobediencia, como expresamente se determina en el artículo 5°., título 4°. y artículo 10, título 5°., tratado 5°., parte Ia. de las Ordenanzas de la Real Armada, y artículo 31 de las Ordenanzas de 1802. Por lo que hace a las circunstancias aludidas, inútil sería repetir el cúmulo de las atenuantes de la culpa, si es que ésta ha existido; y en cuanto a las resultas, se vio después que era mejor no pagar, y el arresto se cumplió por lo que está mas que purgada cualquiera falta con el arresto sufrido. Por Real Orden de 29 de Setiembre del 1780, en los delitos leves no debe exceder el arresto de ocho días, por considerársele mortificación suficiente.- ¿Si tal declaración se hace en una ley militar del siglo pasado, en medio de la severidad de esa época y cualquier que sea la condición del acusado; que mayor castigo podría infligirse al encumbrado Comandante de la “Unión”? Tremendo castigo ha sido para él, mas que una prisión de dilatados años para una persona que no tenga significación social, haber sido separado de su puesto y encerrado en un buque. El hombre que rodeado del aura popular y lleno de méritos y virtudes se encuentra castigado, sufre moralmente mayor pena que cualquiera de las materiales que pudiera imponérsele. Las penas no son iguales para todos, no causan el mismo sufrimiento en las personas de diferentes condiciones: la ley prescribe en general, y a los Jueces corresponde apreciar las circunstancias especiales. 306


Retórica Forense

No he creído oportuno traer a consideración el artículo 8°. del Estatuto Provisorio, a pesar de que en él se habla de la insubordinación militar, porque la disposición que contiene al final, de que solo rige durante la presente guerra, manifiesta su espíritu.- El Jefe Supremo de la República que lo expidió, con el patriótico propósito de remover todos los obstáculos y de asegurar los mejores medios de vencer a Chile, no ha querido comprender en él, sino la insubordinación que directa o indirectamente pudiera influir en el éxito de la guerra, o traducirse en delito de traición a la Patria. La insubordinación admite un número indefinido de grados, desde la leve falta hasta el crimen atroz, desde la simple negativa a una orden sin importancia hasta el ataque a mano armada, según en lo que consista y las circunstancias en que se cometa. Si pudiera llamarse insubordinación las observaciones que el señor Comandante Villavisensio hizo a la orden de pago inmediato, y la calidad contenida en la pregunta que mandó hacer al señor Comandante General, esa culpa sería del ínfimo grado; porque el retardo del pago por unas cuantas horas y la expresión de no aceptar un arresto que cumplió espontáneamente, no tiene la menor trascendencia. Pero, Excmo. Consejo, una de las condiciones exigibles de la pena es la satisfacción de la vindicta pública. Y pregunto yo ¿la sociedad, cualquiera que sea, llámese Perú, llámese Alianza, llámese América, llámese Europa, se daría por satisfecha de una pena que se hiciera recaer con todo su rigor, sobre la cabeza que ella misma ha orlado con la corona de los héroes? Por el contrario, el fallo condenatorio produciría un sentimiento general; y ese dolor de nuestros compatriotas, se traduciría en inefables alegrías para nuestros enemigos de Chile. Ah! señores, siento estímulos muy poderosos cuando llego a tocar este punto, del que intencionalmente he querido apartarme en todas y cada una de las partes de mi discurso porque el abogado que defiende con la ley no debe tener mas mira que convencer a los Jueces de la inculpabilidad del acusado; y mucho mas obligado se halla a proceder de esta manera, sí, por fin de fines, este es un hombre como el Comandante Villavisensio, cuyos hechos ilustran la presente epopeya de la guerra, y para quien se abre el gran libro de la Historia.

307


Miguel Antonio De la Lama

Fallareis seĂąores, no lo dudo, conforme a los principios de justicia, a las inspiraciones de vuestro patriotismo y al voto popular. El Consejo de Guerra dio por compurgada la falta con el arresto sufrido.49

49 Se publica esta defensa, no porque el autor la crea modelo de oratoria, sino por estar sus partes arregladas a las indicaciones del Texto, y por hacerse en ella referencia a episodios gloriosos para el PerĂş en la guerra del PacĂ­fico.

308


V. FORO PERUANO INSUBORDINACIÓN – REBELIÓN – TRAICIÓN A LA PATRIA

Defensa verbal que a favor del Comandante de la Corbeta “Unión”, Capitán de Navío Miguel Grau,50 hizo en el Callao el doctor Luciano B. Cisneros, ante el Consejo de Guerra de Oficiales Generales, en la audiencia de 14 de Febrero de 1867.

I

Confieso, señores, que no creía sentirme tan profundamente conmovido en este momento, que días hace, he visto llegar imperturbable con la impasible serenidad del soldado que espera la batalla. De donde provenga esta anormal agitación en un espíritu habitualmente sereno, acostumbrado por otra parte a las tranquilas lides del pensamiento, es enigma que escapa a mi criterio. ¿Proviene acaso de las secretas desazones del amor propio, que temiendo comprometer el éxito de la defensa por absoluta falta de dotes para ella, tiembla ante la idea de no poder desempeñar cumplidamente misión tan delicada como augusta? No, señores, porque ello tendría apariencias de injustificable orgullo y el orgullo, por dicha mía, no ha empequeñecido todavía la grandeza de mi alma.

50 Que trece años después murió gloriosamente batiéndose en el monitor Huáscar contra la poderosa escuadra de Chile.

309


Miguel Antonio De la Lama

¿Proviene de la naturaleza misma del asunto, temiendo que no pueda ser tratado sino con engañosos sofismas para ocultar la verdad y para extraviar el recto criterio de los Jueces? Tampoco, señores, porque no hay proceso que aventaje al nuestro en el fecundo campo de la justicia y del derecho. Sospecho entonces, que la alarmante agitación que me subyuga nace de que resuelto como estoy a tratar la materia no sólo bajo la faz meramente legal, como lo han hecho en sus precedentes defensas mis estimables colegas, sino también bajo el punto de vista político, es posible que recordando el ardoroso empeño con que siempre combatí los excesos del Poder, se vea en mí, no al leal y sereno defensor de la justicia, sino al implacable adversario de todo poder irresponsable. Temo que mi defensa se tome por recriminación, mis palabras por afrenta, mis fríos razonamientos por otros tantos sofismas políticos, y recelo que discurriendo bajo tan equivocado concepto, se me atribuya ideas e intenciones de carácter subversivo que ni por un momento abrigo, porque sé que el Poder constituido, por espureo que sea su origen, debe ser acatado por todo ciudadano, siempre que ese poder aspire leal y honradamente a la felicidad pública. Presérveme la santa imagen de la justicia, que tanto ama mi corazón, de que mis labios la profanen trayendo al debate el odioso contingente de bastardas pasiones; presérveme ella, porque nada hay más indigno del culto de esa purísima deidad que la flaqueza de las pasiones humanas. Pero esto no impide, que al examinar las gravísimas y calumniosas acusaciones del Gobierno, emplee contra ellas todas la independencia de mi noble ministerio, porque si censurable sería que excediendo el límite de éste faltase a los respetos que la autoridad merece aúnen medio de sus errores y de sus más vituperables extravíos, el solemne juramente del abogado, los sagrados fueros de la verdad, el interés de la justicia, que es superior a todo interés humano, y el honor mismo exigen que nada calle y que hable en este solemne momento, en presencia de los Jueces, con cuanta amplitud y vigorosa energía caben en el mártir del deber. Ni el temor, ni la lisonja, han de ahogar jamás la voz del abogado: tal es nuestro dogma. Y si esa máxima que tanto realza la moral de nuestra ilustre profesión debe ser siempre severamente cumplida, hoy más que nunca es preciso recordarla, porque se trata de defender en la modesta persona de los marinos los fueros de la Nación contra los 310


Retórica Forense

desafueros del Gobierno, las garantías públicas contra los desbordes del Poder, las purísimas glorias de la República contra los desmanes de una política indiscreta y calumniosa que tiende a oscurecerlas. Digo que de esto se trata y que todo ello se contiene en el proceso, porque el Gobierno interpretando torcidamente y afeando con negros colores la conducta de los marinos, con motivo del nombramiento del Comodoro Tucker, ha afirmado en solemnes documentos y repetido bajo la fe de su autorizada palabra, que esos marinos han estampado mancha indeleble sobre el pabellón nacional haciéndose reos del delito de traición a la Patria; lo que importa proclamar a la faz de América y del orbe entero que en el Perú no hay virtudes cívicas, que marchamos a la más completa degradación, y que vivimos en odioso carnaval político, toda vez que los que hace poco eran aclamados como personificación del heroísmo, se presentan después, arrojando la máscara del patriotismo, como traidores de esa misma Patria en cuyo nombre decían osadamente sacrificarse. Y no temo, señores, exagerar el sentido de las acusaciones, porque llamar criminal al patriota, culpable al vencedor, traidor al héroe, es no sólo trastornar el sentido natural de las ideas con agravio de la verdad, sino ofender, herir en os más íntimo y profundo el honor del país donde tales aberraciones se suponen, presentándolo como indigno de la civilización de que blasona. ¡Traidores a la Patria los valientes, los dignos, los esclarecidos marinos a quienes defendemos! ¡Traidores ellos, cuando sus pechos han servido de sólido baluarte contra la dominación extranjera, cuando su preciosa sangre ha escrito la gloria de todo el continente, cuando sus hermosos sacrificios han dado a la Patria nueva honra, nueva vida, los inmarcesibles laureles de Abtao y 2 de Mayo; traidores ellos, cuando han ahogado con el eco de la victoria el rugiente estampido de los cañones enemigos; traidores los marinos, cuando comparecen ante es Excmo. Consejo precisamente por salvar los augusto fueros y la santa dignidad de la Patria! ¡Traidores ellos! ¿Dónde estaban, señores, la conciencia y el corazón de los que tales palabras estampaban en la nota ministerial, cabeza de proceso de este juicio? ¿Dónde estaban que no palparon la luz de la verdad, ni las inspiraciones de la justicia? ¿Dónde estaban que no sintieron desfallecer bajo el peso de la gratitud que todo corazón honrado, que toda alma 311


Miguel Antonio De la Lama

elevada debe a los redentores de la libertad? ¿Dónde estaban, señores, para no ver en el esmaltado cielo de la Patria los reflejos de la gloria? Pero no se desalienten los ilustres mártires del pundonor, como justamente se les ha llamado; no se desalienten, porque si de las altas regiones del Poder han descendido las negras sombras con que se intenta opacar el esplendor de sus laureles, esas mismas sombras harán resaltar su brillo, como la oscuridad del cielo hace resaltar el diamantino fulgor de las estrellas. No se desalienten, porque si ha habido quienes olvidando su heroísmo se han aventurado a presentarlos como desertores y como desleales a la causa americana, hay aquí abogados de su noble y santa causa; abogados, tal vez deficientes en luces, pero resueltos a arrostrar, sin vacilación ni cobardía, las iras del perseguidor proclamando muy alto el patriotismo y la inocencia de las víctimas. Cediendo a ese noble sentimiento; viendo en los marinos los valientes soldados que tan alto han levantado el estandarte nacional, todos hemos acudido en su ayuda en estos momentos, para ellos dolorosos. En cuanto a mí, declaro señores, que no tanto las encarecidas solicitaciones de una amistad que me honra, cuando aquel digno sentimiento me han decidido a aceptar esta delicadísima defensa, porque comprendo que todo corazón americano, así como debe admiración y gratitud a los fundadores de la Patria, así también debe inclinarse reverente ante los que denodadamente defienden esa misma Patria en la actual gloriosa lucha contra España. Que no se diga que los héroes de Abtao y 2 de Mayo han sido olvidados como sus predecesores: que no se llame ingrata a la generación actual, y que todo el mundo sea, valerosos marinos, que si defendisteis el honor de la Nación contra el enemigo extranjero, tenéis aquí los que han de defenderos contra el enemigo del vuestro. Gracias pues por haberme dado ocasión, como abogado, para ensayar mis débiles fuerzas en esta hermosa lid; como peruano, de rendiros público testimonio de admiración y de respeto; como patriota, de vindicar el honor peruano, demostrando muy alto que aquí, en el Perú, en este suelo regado con la generosa sangre de mil héroes, jamás hubo, no hay, no puede haber traidores. Así, aunque débilmente, habré contribuido a restaurar el brillo de vuestro nombre, pues si la airada mano del Poder os ha colocado en ese banco como reos, el poder de la justicia que está sobre todo poder, porque es emanación del Cielo, os levantará 312


Retórica Forense

de allí con la aureola de purificación que ella imprime a los mártires de las grandes causas. II

¿Ni qué esfuerzo cabe en mí, para defender una causa ya fallada no sólo por el soberano juez de los jueces, por la opinión pública, sino por el Gobierno mismo, por los venerables y altísimos dignatarios que forman el Consejo y hasta por los mismos reos por incomprensible que ello sea? Pone el abogado en afanosa actividad su inteligencia y trabaja por el triunfo, cuando oscurecida la justicia, le es preciso desentrañarla de entre las sombras que la oscurecen y las pasiones que la martirizan, para hacerla brillar en toda su pureza; pero cuando el abogado ve en vergonzosa fuga las pasiones acusadoras y encuentra anteladamente absuelto al acusado, entonces no trabaja sino es porque aun la inocencia misma necesita fórmulas para asegurar su imperio e imponerse al respeto de los hombres. Y que la opinión tiene certeramente juzgada esta causa con veredicto absolutorio, lo dicen la prensa, los comicios públicos, las clases todas de la sociedad cuyos reproches contra el Gobierno se repiten acremente como congojoso lamento del patriotismo, en tanto que para las víctimas sólo hay palabras de aliento y de confianza: por consiguiente, si como órgano de la razón general la opinión ha proclamado la inculpabilidad de los encausados, hay que acatar su fallo como dogma purificador. Cuando la opinión sensata, que sólo se adhiere a lo que la cautiva con el seductor imán de la justicia falla, como lo ha hecho en cuanto a este célebre proceso, nada hay que agregar a su sentencia. ¿Qué se discute entonces? En cuanto al Gobierno, todos hemos visto cuan diligentemente y con cuantos esfuerzos ha procurado sustraer este juicio del domino de la conciencia pública. Los Gobiernos que blasonan de la legalidad y justicia de sus actos no los encubren con el misterio, ni rehúyen la luz, ni esquivan el debate por agitado que sea. Lejos de eso, buscan en la opinión el apoyo de su política y se esfuerzan por alcanzar esa publicidad reparadora. Sólo una conciencia culpable teme la mirada escudriñadora de los hombres. 313


Miguel Antonio De la Lama

Sino es así, ¿por qué, señores, se ha obstinado el Gobierno en que este ruidoso proceso; no alcance los honores de la publicidad en la Capital de la República? ¿Por qué se nos ha traído a este lugar? Con ofensa de los altos respetos que merece el Consejo, designóle primero para sus funciones el local recientemente adjudicado a los Fundadores de la Independencia. Apercibido después de la actitud agresiva de la opinión cuyo arrebato le habría sido difícil contener el día de la discusión solemne, varió de resolución, ordenando que el Consejo se trasladase a bordo de la fragata “Apurímac”; y cuando no pudo contrariar las razonables observaciones del Consejo acerca de tan impremeditada medida, resolvió, con general escándalo, que el Consejo se constituyese en la isla de San Lorenzo por ser la residencia de los reos; lastimando así la elevada circunspección de tan augusto Tribunal, y estableciendo, con ofensa de los más elementales principios de jurisprudencia, la extraña doctrina de que el Juez esté sujeto al reo, cuando todo el que conoce estas vulgarísimas materias sabe que el reo sigue al Juez como el delito a la justicia. Por fin, para terminar tanta humillante peregrinación, se ha permitido al Excmo. Consejo funcionar en este recinto de históricos recuerdos; y como si hubiera sido preciso reagravar el baldón con el sarcasmo se ha traído el juzgamiento a este puerto, teatro de las hazañas de los mártires, en cuyos aires resuena todavía, vibrante y conmovedor, el eco inmortal de sus victorias. Entre tanto, estas sorprendentes versatilidades impropias de un Gobierno, ¿qué otra cosa prueban que el pánico que lo domina? Y a través de ese pánico ¿qué se ve, sino la inculpabilidad de las víctimas? Las vacilaciones en el acusador deponen contra la acusación; el temor a la sanción pública es la debilidad que anuncia la derrota. Perdida tiene pues su causa quien con tanta arrogancia se ha lanzado a promoverla; perdida, aunque algo de consolador infunde al patriotismo ese mismo pundonoroso miedo del Gobierno, porque al fin con él revela no serle indiferente la soberana autoridad de la conciencia pública. Ganado está nuestro proceso y si otra prueba fuese necesaria, allí está la altiva, noble y serena actitud de los marinos, que vienen ante VE., no como el criminal, que tímido y vergonzante rehúye la mirada de sus Jueces, sino orgulloso la frente para lucir los laureles de la inocencia, como en mejores días la alzó altiva para ostentar los laureles de la gloria. 314


Retórica Forense

Nunca, jamás tomó el crimen esa actitud ufana y arrogante: jamás se presentó así ante la justicia, porque su destino es precisamente retroceder ante ella, con pavor y con espanto. Desengañémonos señores; ese noble orgullo solo lo da la purificación de la conciencia. Por eso decía que los encausados están absueltos por sí mismos, por incomprensible que parezca. ¿Y por qué he dicho que lo están también por el excelso Tribunal que los está juzgando? Lo he dicho, señores, porque sí he estudiado el proceso, ya tenía estudiada en la Historia nacional la vida ilustre de todos y de cada uno de los esclarecidos Generales que me escuchan. Si la acusación me es conocida, me es conocida también la inquebrantable justificación de los que han de repudiarla; de manera que comparando la incriminación calumniosa con la probidad de los Jueces; el deshonor que entraña ese proceso con la aureola de honor que circunda a los que han de sentenciarlo, he sentido retemplado mi espíritu y fortalecida mi fe, porque es imposible, me he dicho, que venerables ancianos, valientes soldados cubiertos de gloriosas cicatrices, cuyo ideal fue siempre el engrandecimiento de la Patria se manchen con una debilidad culpable, arrojando a los pies de la dictadura los trofeos del heroísmo; y esto, en la edad sombría en que mirando el mundo como playa que se abandona, solo se piensa en dejar tras de sí gratos recuerdos y hermosos ejemplos de virtud y de civismo. ¿Ni cómo ha de ser posible esperar otra cosa del Excmo. Consejo, cuando no hay en el proceso ni vagos indicios de culpabilidad, ni pruebas condenatorias, ni delito ni delincuentes cuando las múltiples páginas que lo forman, solo enseñan tristemente lo que pueden las pasiones cuando no las modera la prudencia? No hay delito, repito: no hay delincuentes. Aquí, señores, solo hay mártires de la convicción y del deber; mártires que vienen a recabar con perfecto derecho el derecho al respeto y a la gratitud de la República; que vienen a pedir la reparación de su honra; que vienen en pos de la absolución que ha de otorgárseles, sí es cierto que honor, justicia y leyes no son vana ilusión, sino elementos protectores del hombre y de la vida social. Para llegar a estas conclusiones examinaré por separado cada uno de los tres puntos de la acusación, comentando razonadamente, aunque con el más profundo respeto, la nota cabeza de proceso. Siendo esa nota el documento que contiene los cargos oprobiosos, hemos de 315


Miguel Antonio De la Lama

impugnarla con vigorosos, acerados y nutridos razonamientos, a fin de que no quede de ella ni el recuerdo. En cuanto a la acusación fiscal, no siendo sino débil remedo y casi servil reproducción del oficio gubernativo, hay que ponerla de lado, porque no es digno de la majestad de la justicia enseñarse contra el débil. Más poderoso, más alto gladiador busca ella, porque es de lo alto de donde vienen las inculpaciones criminosas. Si desde allí se nos provoca a este fatigoso combate, aceptémoslo con fe y con valor, no dudando alcanzar la victoria, porque ella pertenece a los que tienen de su lado la ley, la justicia, la opinión sensata, la patria agradecida.

III INSUBORDINACIÓN

No fatigaré, señores, la ilustrada atención del Consejo repitiendo aquí en desgreñada frase la historia de los hechos que mis estimados colegas Mesones y Zevallos han relatado elocuentemente con tanta sencillez como verdad. Conocidos por el Excmo. Consejo, es inútil referirlos de nuevo porque ello duplicaría el trabajo ya desempeñado con tanto lucimiento. Así, solo he de mencionar, que en Julio del año próximo pasado el Dictador de la República escribió privada y confidencialmente al Jefe de la Escuadra, Capitán de Navío Montero, y al Comandante de la “Independencia” García y García para darles a saber que el Gobierno había contratado al Comodoro Tuker con el fin de que asumiera el mando de la Escuadra y que en virtud de tal determinación, el nuevo Jefe se constituiría muy pronto en Valparaíso a desempeñar las funciones de su importante cargo. He de mencionar asimismo, que las respuestas no se dejaron esperar y que por el tenor de ellas, expresado con tanta sinceridad como respeto, pudo enterarse el Dictador de la profunda, malísima impresión que en la Escuadra nacional y en la de Chile había causado aquel inesperado propósito, no por razón de celos profesionales o de amor propio herido, decían los marinos, sino porque creían ver lastimada la dignidad de la Patria, menospreciados sus servicios y puesta en duda su lealtad de soldados y de ciudadanos, de que vivían ufanos y orgullosos. 316


Retórica Forense

He de mencionar igualmente que alarmado el Supremo Gobierno con aquellas francas y caballerescas declaraciones y con otras que en el mismo sentido hicieron el Comandante Grau y los demás Jefes de los buques, creyó ver un siniestro plan de rebelión, y que entonces para conjurar ésta en su principio y para ahuyentar los peligros de una tempestad, más imaginaria que real, que suponía inminente por hallarse ya en Valparaíso el Comodoro Tucker, comisionó al señor Secretario de Hacienda para que trasladándose al lugar del peligro, arreglase las cosas del modo más conveniente, invistiéndole al efecto de ilimitados, amplios y absolutos poderes. El Secretario de hacienda no partió solo: llevó consigo los Jefes de marina que debían reemplazar a los presuntos rebeldes; siendo el hecho que cuando llegó al lugar de su destino, lejos de hallar la tormenta aquí soñada, lejos de encontrar elementos conjurados contra la autoridad dictatorial, solo halló de parte de los marinos docilidad y obediencia, merced a las cuales los Jefes idos de aquí entraron a desempeñar sus funciones en reemplazo de los que, con tanta impremeditación como injusticia, habían sido inmediatamente destituidos. El Comandante Montero ha referido al Excmo. Consejo con el acento del patriotismo adolorido, que por orden del señor Secretario de Hacienda quedó separado del mando de la Escuadra, y ahora agrego yo que por orden del Comandante Montero, en los momentos últimos en que desempeñaba la Jefatura de la División Naval peruana, entregó mi defendido la corbeta “Unión” al nuevo Jefe destinado al efecto; quedando así cumplidas con rigurosa e inusitada escrupulosidad las severas prescripciones de la Ordenanza. Mencionaré por último, que todo esto aconteció y tales cambios de personal se efectuaban cuando no se había dado a reconocer como Contra-almirante al Comodoro Tucker, cuando oficialmente se ignoraba su nombramiento y cuando ningún acto disciplinario o gubernativo, emanado de autoridad competente, había dado a saber por orden general o en otra forma, que el Gobierno hubiese constituido al Comodoro yanque Jefe de la Escuadra peruana, haciendo así desparecer en éste la escarapela bicolor que las balas de Abtao y 2 de Mayo respetaron como homenaje al heroísmo. Tales son los hechos, origen de esta ruidosísima causa; y aunque pudiera observar, como ya se ha notado, que fue grave violación del tratado de alianza con Chile no haber recabado el consentimiento 317


Miguel Antonio De la Lama

de éste para el pacto ajustado con el Comodoro Tuker y que su nombramiento como Jefe de la Escuadra Naval no fue hecho saber por el Almirante Blanco Encalada en calidad de Jefe de las Escuadras combinadas, prescindiré de tales irregularidades, que por lo menos acusan impremeditación, para insistir sólo en que de los hechos, tales cuales se realizaron, puede la pasión política deducir cuanto quiera, pero jamás el delito de insubordinación de que se acusa al Comandante Grau. Para que existiera ese crimen, mancha odiosa que tanto afea la brillante carrera de las armas, era preciso que dado a reconocer el Comodoro Tuker en la forma prescrita por las Ordenanzas Navales como Jefe de la Escuadra, hubiera mi defendido rechazádolo, negándose a aceptarlo o reconocerlo; y era preciso sobre todo hubiese procedido mandato solemne y oficial, porque sin mandato no hay desobediencia. La idea de rebelión es correlativa a la idea de precepto, como la de obligación lo es a la de ley, y así como cuando no hay ley no hay deber, así también cuando no hay mandato no hay desobediencia. Ahora bien, donde está la orden que compeliera a los marinos a obedecer al Comodoro Tuker, para afirmar que puesto que ella fue violada ha sido ofendida la alta respetabilidad del Gobierno con el delito de insubordinación? Esa orden que jurídicamente debiera constituir el elemento generador del cuerpo del delito no existe, señores, porque ella fue comunicada, no a los marinos a quienes está juzgando el Excmo. Consejo, sino a los nuevos que los reemplazaron. Esa orden fue posterior al cambio del personal, y no puede por tanto, careciendo de fuerza retroactiva, constituir reos de desobediencia a aquellos a quienes no fue transmitida. Falta entonces el cuerpo del delito; falta la materia justiciable y nada hay que pueda servir de base para este inmotivado juzgamiento. Todo lo que a este respeto se encuentra en el proceso es las referencias que en sus instructivas hacen los marinos a las cartas cambiadas con el Jefe de Estado, pero como esas cartas ni están presentadas ni mucho menos legalmente reconocidas, no pueden constituir elemento de acusación. No pueden constituirla tampoco, pues por formidable e ilimitado que sea el poder de la dictadura, poder que se alimenta de las convulsiones de la libertad agonizante, no lo es tanto que alcance a cambiar

318


Retórica Forense

la esencia de los hechos convirtiendo en preceptos de servil obediencia simples ideas emitidas en la intimidad de correspondencia amistosa. Cuando el Jefe del Estado se dirigió a los valerosos marinos no lo hizo con la soberana autoridad de Dictador, sino con la sencilla y modesta confianza del amigo: habló como ciudadano, no como Poder: no ordenó sino que previno. ¿Cómo se pretende entonces sacar de cartas sin fuerza imperativa, preceptos militares de fuerza obligatoria? No es la carta la forma consagrada por la ley para la ejecución de mandatos que vienen de lo alto. Las cartas, vehículo sagrado e inviolable de las relaciones privadas, servirán para la expresión de los más delicados sentimientos, tal vez para fomento de los intereses del comercio y de la industria, pero no son el órgano por el cual hablan los Gobiernos imprimiendo a sus actos la publicidad e imperio que los hace respetables. De más elevado y augusto ministerio se sirven ellos para ejercer la autoridad pública. Por consiguiente, si por su tenor mismo, si por el sello de inviolabilidad que los rodea, si por su procedencia esas cartas no pueden constituir cuerpo de delito, hay que prescindir de ellas, para no estimarlas sino como el medio astutamente empleado por el Dictador con el fin de estudiar en la actitud de los amigos la actitud de los subordinados. ¿Se sostendrá entonces que la insubordinación está en las respuestas dadas por los marinos, ya que no se la puede fundar en sentido preceptivo, que las cartas no contienen? De ninguna manera. En primer lugar, esas cartas no han podido dejar de ser contestadas, desde que, dirigidas con carácter amistoso, la respuesta se imponía doblemente; a título de cortesía y a título de afecto. Por deferencia siquiera o por deber de educación esas cartas necesitaban ser correspondidas en el acto con el mismo espíritu y en el mismo tono en que fueron dictadas. Y no debiendo limitarse a simple acuse de recibo ¿qué pudieron hacer los marinos, sino tratar la cuestión con varonil franqueza, decir la verdad amplia y sin ambajes, exponer fielmente cuanto pasaba en el cuerpo de marina, para que amoldando el Gobierno su conducta a los datos que se le ministraba, conjurase todo peligro mediante una política más conforme a los grandes intereses de la Nación? La franqueza leal e hidalga, la noble sinceridad fueron siempre el distintivo del soldado: el doblez no cabe en su alma, porque el doblez solo es propio de almas degradadas.

319


Miguel Antonio De la Lama

¿Qué lenguaje debieron usar pues quienes al contestar al Dictador tenían que hacerlo en el doble carácter de soldados y de amigos? El que emplearon; el de la franqueza caballeresca, el de la amistad que no ofende, el de la expansión efusiva que transparenta la pureza del alma. ¿Y es esa sinceridad lo que se intenta castigar en mi defendido? ¿Desde cuándo lo que es virtud en el orden moral y lo que tanto realza al hombre se considera como crimen? La sinceridad en nadie es delito y menos en quien está obligado a ser sincero. Considerarla así sería la más funesta perversión de las ideas, porque sería a la vez el más completo olvido de las leyes que rigen la organización moral del hombre. No hay entonces ni sombra de delincuencia en las respuestas de los marinos, y si de ellas nos e desprende la insubordinación que se les imputa, debemos concluir que ésta sólo existe en la fantasía de sus injustos acusadores. Pero, señores, voy más lejos y sostengo, no solo que no hay el más vago indicio de culpabilidad en las afamadas cartas, sino que sus autores han estado en su perfecto derecho para escribirlas en el sentido que lo hicieron, esto es, formulando prudentes, razonables y patrióticas observaciones, y pidiendo en tono de respetuosa súplica el retiro del Comodoro Tucker, que llevado a ejecución, debía originar en los peticionarios su separación del servicio en el modo y forma prescritos por la Ordenanza. Feliz debió considerarse el Gobierno con tan oportuna advertencia; feliz, porque no pocas veces la falta de datos ilustrativos, ofuscando el criterio del mandatario, extravía y pierde la política mejor intencionada. No entraré desde luego, señores, en la cuestión tan debatida de si el soldado tiene o no el derecho de deliberar; no entraré en tal cuestión, a pesar de que las bayonetas han engendrado el Gobierno Dictatorial que nos rige, porque lo creo completamente innecesario: pero creo que nadie, ni aún más exaltados sostenedores de la obediencia ciega, sistema que arrebata al hombre la razón para convertirlo en siervo, negará al soldado el derecho de expresar en documento íntimo dirigido al amigo, cuantas observaciones le sugieran su inteligencia, su ilustración, su experiencia y su civismo. No hay situación de la vida en que el hombre pierda ese derecho natural e inalienable. La facultad de razonar sólo nos abandona cuando nos abandona la razón, como la vitalidad moral solo se extingue cuando la libertad desparece. Si los marinos usando de su natural libertad y ejercitando su razón hicieron al Dictador 320


Retórica Forense

discretas y amistosas advertencias, no cometieron pues delito, porque ni es criminal quien razona, ni cae en delincuencia quien obra con la libertad que les es propia, inspirándose en los dictados de un patriotismo sensato. Y que los marinos no anduvieron descaminados al vaciar en documentos de carácter no oficial las palpitaciones de su corazón y las severas reflexiones que creyeron luminosas y oportunas, es fácil comprenderlo, no sólo en vista de los hechos a cuya sombra ha surgido la gravísima cuestión diplomática de que nos habló aquí el señor doctor Ortiz de Zevallos, sino por razones de simple buen sentido, porque ni la sana política, ni las conveniencias de la Alianza Americana que era preciso robustecer a todo trance, ni el honor nacional, ni principio alguno se interesaba por el mantenimiento del aciago pacto, en mala hora celebrado con el Comodoro Tuker. No me tengo por hombre de Estado, ni aspiro a serlo por no estar organizado para las ardorosas, innobles y cruentas luchas de la política nacional. Pero en la anormal situación en que se colocó el Gobierno después de la patriótica y arrogante actitud de los marinos; en presencia del mortificante repudio del Gabinete de Santiago; ante la tempestad levantada en todos los espíritus por un suceso, que mírese como se quiera, ha herido en lo más profundo el sentimiento americano, yo habría cancelado este pacto, mil veces odioso por el mercantismo que lo caracteriza, para dar libre paso a las clamorosas exigencias de la opinión pública. Cierto que los pactos han de ser sagrados e inviolables; cierto que sin su fiel observancia queda roto el más poderoso y solidario vínculo del destino humano. ¿Pero, señores, qué pacto hay posible si el pacto ofende el honor de la Nación, si con él se corrompe las costumbres poniendo precio al heroísmo, si a su sombra se quebranta, no simplemente la ley civil, sino la ley suprema de la voluntad nacional? El Derecho no reconoce pactos violatorios de la ley, de la moral o de las sanas costumbres; y al Derecho cuya santidad no prescribe y cuyo dogmatismo se imponía en esta emergencia dolorosa, debió asirse el Gobierno para desligarse de todo compromiso, a cambio de indemnizar, larga y generosamente, cualquier perjuicio que se hubiese originado. Unas cuantas monedas habrían solucionado el angustioso problema y con eso habría quedado redimido el oprobio en que los marinos vieron envuelto el pabellón de la Patria. 321


Miguel Antonio De la Lama

Pero si la rescisión del contrato ajustado con el Comodoro, se imponía como necesidad vital salvadora de grandes intereses, llevarla a efecto era harto fácil, porque sin comprometer su autoridad ni sus respetos, pudo el Gobierno escuchar en sus altos consejos la voz profesional del cuerpo de marina, como había escuchado atento y dócil la voz del clero cuando éste promovió y agito la ruidosa cuestión religiosa no olvidada todavía. La flexibilidad y tolerancia con que entonces conjuró la tempestad, debieron servirle de saludable ejemplo para adoptar igual política ante la ilustrada opinión, técnica y facultativa, de los hombres competentes; pero no ha procedido así, y mostrando en esta vez una intransigencia más parecida a la terquedad que al patriotismo, ha pasado sobre todo hasta llegar a la acusación calumniosa. Señores, nada es tan peligroso como la debilidad que toma las falsas apariencias de la energía. Hay que temblar ante ella, porque los Gobiernos así constituidos para ostentar una energía que no sienten, van inflexiblemente a la violación de las leyes, a la supresión del derecho al sacrificio de la libertad. No debió, pues, el gobierno hacer alarde de poder y de energía con los marinos cuando esos elementos lo habían abandonado más de una vez en el curso de su vacilante política, y obrando sagaz y prudentemente, cual cumple a Gobiernos que buscan su apoyo en la opinión, en vez de la inflexibilidad con que mantuvo su injustificado propósito debió retroceder; sobre todo, cuando por no haber el Comodoro Tuker tomado aún posesión de su cargo, era posible impedirle el acceso a él, sin sujetarlo a las odiosas y mortificantes formas de una destitución. Tal era el camino trazado por las inspiraciones de una política previsora; pero un extraño vértigo cegó a los hombres del Poder, y de allí esta enojosa cuestión en que aparecen acusados y perseguidos por meras opiniones, por opiniones patrióticas, quienes al emitirlas sólo hablaron el lenguaje de la sinceridad ciudadana, sin sospechar que este noble escudo de la inocencia había de convertirse en manos de sus perseguidores, en objeto de inculpación y de delito. Lamentemos, pues, señores, esta triste debilidad del Gobierno, y no recordemos esta primera parte de la acusación, sino para sacar como provechosa enseñanza que de nada debe precaverse tanto una buena política como de la impresión, porque ella lleva al error, el error

322


Retórica Forense

a la arbitrariedad, y la arbitrariedad a la desorganización social, sin que los graves males que la acompañan queden curados con estériles lamentos de un arrepentimiento tardío. En conclusión y para no fatigar por más tiempo al Excmo. Consejo en este primer punto de la acusación fiscal, la insubordinación no está probada, tanto porque no existe la orden que diese a mi defendido, el Comandante Miguel Grau, a reconocer como jefe al Comodoro Tuker, cuanto porque ni las cartas del Director contienen mandato imperativo, ni las respuestas de los marinos implican desobediencia. En las cartas sólo hay juiciosas observaciones dictadas por el más puro patriotismo y encaminadas a un santo objeto. Si esas ideas vertidas con toda sinceridad y expuestas en la forma más correcta constituyen por la mala interpretación del Gobierno delito de insubordinación, convendré en que mi defendido es reo de él, pero probándoseme antes que el patriotismo es crimen y que los hombres tienen autoridad como Dios para castigar el pensamiento. No: señores, no llegará hasta allí la soberbia de los acusadores; y no pudiendo llegar, porque Dios ha puesto el pensamiento fuera de las leyes de la penalidad humana, concluyo afirmando que los hechos y el derecho repudian esta parte de la acusación fiscal, como tienen que repudiarla los ilustrados Jueces que me escuchan. Y así ha de ser señores, porque el titulado delito de insubordinación es mero fantasma para amedrentar a los encausados, como si con razones de fácil desvanecimiento, pudieran amedrarse los que, escudados por su congénito valor y amparados por su inocencia, no conocen ni el miedo del combate ni el miedo abrumador de la calumnia. Pasaré ahora a ocuparme del llamado delito de deserción.

IV DESERCIÓN

Poco tendré que decir, señores, en cuanto al supuesto delito de deserción, porque hablando ante Jueces competentes, ante ilustres Generales de la República cuya vida ha pasado rápida entre los estudios profesionales y las fatigas de la campaña, sé que he de ser fácilmente comprendido. 323


Miguel Antonio De la Lama

Ellos saben mejor que yo lo que significa deserción en el lenguaje de la penalidad militar. Saben que deserción sólo hay cuando se abandona la plaza sin permiso del superior; que deserta quien fuga dejando en orfandad el puesto que le estaba encomendado; que con ella se comete grave e imperdonable delito, porque se quebranta no sólo la fe jurada, que es la religión del honor, sino la lealtad profesional, que sobre ennoblecer y realzar al hombre es la primera cualidad del soldado. Las leyes militares consideraron siempre la deserción como afrentoso crimen, reagravado según las circunstancias con caracteres más o menos odiosos; pero la que se imputa a los marinos no puede ser ni más vergonzosa ni más execrable desde que se supone perpetrada en suelo extranjero, al frente del enemigo y en los supremos momentos en que a ellos, esperanza de la Patria, estaba confiada la defensa y la custodia de los grandes intereses de nuestra amada América. ¿Pero es cierto, señores, que mis defendidos sean reos de aquel abominable delito? Busco en el proceso las pruebas y no las hallo. Investigo los motivos de imputación tan oprobiosa, y sólo encuentro el nombre del delito más no las pruebas que lo confirmen. Lejos de eso, leyendo la nota de acusación, veo que el Supremo Gobierno mandó desde aquí a Chile, con el Secretario de Hacienda, a los Jefes que debieron reemplazar a los supuestos insurgentes, acreditando con tal procedimiento la firme e inquebrantable resolución de separar a los marinos de las naves que servían; y como el Jefe a quien el superior retira de su plaza no deserta, debemos concluir que tal delito es tan imaginario como la llamada insubordinación, inventado sólo para reagravar la condición de los encausados, buscando a todo trance una culpabilidad que escapa a la luz de la razón y de los hechos. Y así es, señores, porque como muy bien observó mi estimable colega, el doctor Mesones, mal pueden ser reputados desertores los que después de haberse embarcado con el señor Ministro de Hacienda, con dirección al vecino puerto, pasaron la revista de ordenanza percibiendo el pre correspondiente a la época del viaje. Jamás habrá visto el Excmo. Consejo en los anales militares que desertores, calificados como tales por un Gobierno, en vez de sufrir el condigno castigo, gocen de emolumentos pecuniarios durante el tiempo de la supuesta deserción: por 324


Retórica Forense

consiguiente ese hecho, tan oportunamente recordado, es el más severo y elocuente desmentido contra esta parte de la acusación fiscal. Y si a ese hecho se agrega que los marinos regresaron de Chile, no por su propia voluntad sino por mandato del Gobierno; que dóciles a la intimación del señor Ministro de Hacienda le acompañaron hasta el Callao, como improvisada escolta de honor; que aquí se presentaron no como Jefes insubordinados sino como soldados obedientes, habrá de rechazarse toda idea de deserción, la que casi toca los límites del ridículo cuando se recuerda que la separación de los valerosos marinos fue ejecutada, no bajo la acción de una resistencia tumultuosa, sino en fuerza y a mérito de la orden de destitución; solemnemente transmitida por conducto del Comandante Montero. Destituidos no desertados, fueron pues los marinos; y si destitución y deserción son actos que se excluyen, apenas se concibe como ha podido hablarse de tal delito cuando contra él protestan enérgica y elocuentemente las notas oficiales con que, en mala hora, se les arrojó de naves que honraban con su comando. Nada arraiga tanto al soldado al pié de sus banderas como la victoria que alcanza con su esfuerzo. Parece que la savia de los laureles que lo circundan, infiltrando en su espíritu, llevara a él con la victoria, la pujante musculatura moral del heroísmo; ella infunde nuevo aliento, energía vigorosa, fuerza irresistible; ella hace más grata y más querida la hermosa profesión de las armas, que si impone cruentos sacrificios, en cambio descubre, radiante y majestuoso, el horizonte de la gloria. Cuando el soldado llega a la embriaguez de la victoria; todo, todo puede pasar por su alma, menos la torpe y afrentosa idea de la deserción, porque la grandeza moral de aquellos sentimientos rechaza todo lo que, como la deserción, se traduce en deshonor y cobardía. Ella solo podría explicarse entonces, no como acto de voluntad reflexiva, sino como flaqueza intelectual cercana a la locura. ¿Cómo era posible, pues, que a raíz de sus victorias, los denodados marinos, marchitando sus laureles, abjurasen de la santa causa confiada a su lealtad y sellada con su sangre, y que dando un escándalo a los pueblos de América, desertasen de las banderas a cuya sombra, y en defensa de la Patria, había cada uno engrandecido su fama? Ni el honor, ni el patriotismo, ni la propia conveniencia podían consentirlo. Duele por lo mismo, que a la injuria de hecho consistente en la injustificada destitución, se agregue el sarcasmo de afrentosa calumnia; 325


Miguel Antonio De la Lama

porque calumnia es para la ley la imputación de delito no imaginado siquiera por aquel a quien se culpa. Y si duele que así se agravie a los que en vez de respetuoso homenaje sólo reciben ofensas; más contrista que después de cuarenta años de turbulenta vida en que hemos agotado nuestra vitalidad, nuestra riqueza y nuestra sangre; después de la horrenda tempestad en que hemos vivido sin hacer otra cosa que vivaquear en los campos de batalla, aun no sepamos calificar técnicamente el delito de deserción y llamemos desertor al soldado que, asido fuertemente al pabellón de la Patria, forcejea por no entregarlo a extrañas manos, sin más que la dulce esperanza de que le sirva de sudario en el glorioso momento de la muerte. No: no son ni pueden ser desertores mis dignos defendidos. Deserta el Jefe en cuyo corazón no resuenan las palpitaciones de la Patria, no el que a impulso de ellas vuela presuroso en su defensa. Deserta el cobarde que huye del peligro, no el marino que en frágiles tablas desafía las iras de escuadra poderosa. Deserta el pusilánime que desprecia el deber, no quien está sufriendo las penalidades de este juicio por tener la más alta idea del deber y de los mandatos del honor nacional. ¡Atrás, pues, la acusación calumniosa contra los marinos! ¡Atrás esa palabra venenosa, con que falseando la historia, se intenta empañar nombre y fama de valerosos soldados en quienes refleja, como luz del cielo, la deslumbrante luz del heroísmo. Y dicho esto, paso a ocuparme del célebre delito de traición a la Patria. V TRAICIÓN DE LA PATRIA

Es tal la magnitud del delito y el delito es en sí mismo tan humillante, tan ominoso, tan depresivo del honor militar y del honor nacional, que la simple acusación trae absorto mi espíritu y oprime mis labios con el sello de profundo estupor. He de desplegarlos, no obstante, con toda la energía que inspira el convencimiento, porque la más elocuente defensa de mis patrocinados está en pedir al señor Fiscal que

326


Retórica Forense

presente las pruebas de la traición, que las califique, que las enuncie siquiera; lo que no hará, señores, porque nadie puede realizar el milagro de presentar lo que no existe. No es, por otra parte, a los inculpados a quienes corresponde comprobar en desagravio de la llamada traición, la nobleza y lealtad de su patriótica conducta. Es al señor Fiscal a quien incumbe desmentir ésta con pruebas fehacientes, porque es al acusador, no a la víctima, a quien corresponde la prueba. ¿Pero, donde están ellas, donde se esconden esas pruebas que escapan al ojo escudriñador de la defensa? Puede el odio político inventar acusaciones, pero es impotente, en medio de su osadía, para inventar pruebas. Si la forjara quedarían destruidas con los hechos: si invocase su fuerza opondríamos la fuerza indestructible de los principios. Y así es, señores, porque es principio de sana razón y de legislación universal, y más que eso, es dogma científico y garantía inherente a la personalidad humana, que todos tienen derecho a conservar su buena reputación mientras no se declare lo contrario. La ley, poniéndose del lado del ofendido, contra las agresiones al honor, escuda éste con esa garantía salvadora. Ella nos defiende contra la perversidad y la calumnia: ella nos ampara contra la violenta irrupción de malignas pasiones, que en constante acecho, mancillan no pocas veces, con negras sombras, la más limpias reputaciones. Como la ley supone al hombre bueno, y no pervertido por los vicios; como lo supone digno y honorable, no degenerado por el quebrantamiento de las leyes morales, quiere que conserve la pureza de su honor mientras no haya pruebas condenatorias porque la sociedad sería un caos, la moralidad un sarcasmo, la probidad una ilusión, si bastase la voz insolente de un calumniador para amenguar o destruir la honra con mil sacrificios alcanzada. Sobre más firmes bases descansan la moral privada y la moral social, y por eso la ley, haciéndose intérprete de una y otra, quiere que mientras no se presenten contra el honor incontestables y fehacientes pruebas, conserve su brillo y resplandezca con la pureza que les es propia. Por eso los que aspiramos al culto del honor vivimos tranquilos a la sombra de esa garantía sagrada, sin la cual, no tendríamos los pacíficos e inocentes goces de la vida inmaculada.

327


Miguel Antonio De la Lama

A esa garantía, que por amplia y general comprende tanto al simple ciudadano como al ciudadano armado, se acogen pues mis defendidos para rechazar con altivez la agresión de que son víctimas; y como no hay en el proceso ni fuera de él indicio siquiera de lo que, enfática y osadamente se llama traición; como no hay ni vagas conjeturas de que su inquebrantable lealtad haya desfallecido por un solo momento ante la Patria amada, no debo insistir en este punto; a no ser que, para orgullo y prez de los marinos, y para confusión de sus acusadores, interroguemos a los rocallosos mares de chile y a las tranquilas aguas de este puerto, cual fue sino el santo amor a la Patria, ese sublime sentimiento, lo que arrancó a España las espléndidas victorias de Abtao y 2 de Mayo. Visite el señor Fiscal esas rocas seculares, testigos mudos del heroísmo americano; recorra con la admiración que ellas imponen, las legendarias baterías de donde en alas de la gloria volaron Gálvez y sus esforzados compañeros, y diga con la mano sobre el corazón, si en almas tan grandes pudo caber idea tan menguada, y si pueden ser traidores los que con tanto heroísmo se entregaron a inmolación irremediable, por dar a su Patria un día de gozo y a la América un día de gloria. Aquí debiera terminar esta parte de la defensa porque ella es bastante a disipar la acusación; pero a fin de perseguirla en sus últimas trincheras, sin que de ella quede ni el recuerdo, voy a analizar los fundamentos con que en la nota del Supremo Gobierno se apoya a la supuesta traición; rogando al Excmo. Consejo me conceda la palabra un momento más, porque ha llegado el día de la vindicación, y en hora tan solemne la defensa debe desbordarse amplia y vigorosa, no por cierto con el acento lacrimoso de la víctima, sino con la ingenua expresión de la inocencia. ¿Qué más necesito, señores, cuando están con ella y están conmigo la verdad y la justicia?

VI

Indescriptible, profunda impresión recibí, señores, al examinar con la debida calma la parte del oficio gubernativo en que se intenta fundar lo que se llama traición a la patria. Leía ese oficio, y lamentaba en silencio la extraña propensión que nos induce a desvirtuarlo todo con fantásticas exageraciones. ¿Qué especie de fatalidad, decía, nos

328


Retórica Forense

persigue para no presentar jamás la verdad, franca y luminosa, sino revestida con el odioso atavío de secretas pasiones? ¿Por qué nos lleva la pasión política a estas recriminaciones vergonzosas, que amenguando la grandeza de nuestros sentimientos rebajan de modo deplorable el nivel social en donde nos colocan la cultura y civilización que alcanzamos? ¿Cómo es posible, repetía, que se consignen estos aprobiosos conceptos en documentos que por sí mismos y por su alta procedencia, están llamados a la celebridad histórica? Y al perderme en estas bien sentidas y patrióticas lamentaciones, casi tenía la evidencia de que el Excmo. Consejo ha de participar de ellas cuando escuche de nuevo la lectura de este célebre documento, que hablando del contrato celebrado con el Comodoro Tuker con el fin de encargarle del comando de las Escuadras aliadas, dice así: (Leyó el defensor). “Guiado el Gobierno por el deseo de hacer a España la única guerra posible en las actuales circunstancias, esto es, la guerra marítima y a larga distancia; convencido de que, por más acreditado que fuese el valor de nuestros marinos, no era suficiente para revestirlos de las cualidades que son indispensables para conducir expediciones lejanas y peligrosas; teniendo en cuenta que esa Escuadra es la que estaba llamada a sostener la honra, la dignidad y los derechos no solamente del Perú sino de la América entera; que en ella estaba cifrado el porvenir de un continente, resultando de allí el imperioso deber en que se hallaba el Gobierno de sacrificar cualquiera susceptibilidad de nacionalismo con el objeto de conseguir el gran fin que tenía en mira, para lo cual era necesario confiar la Escuadra a un Jefe de acreditada experiencia; y recordando lo que había sucedido en la gloriosa guerra de la independencia, durante la cual si bien las Repúblicas americanas contaban con oficiales distinguidos de marina, llamaban al servicio a otros que estuviesen amaestrados por la práctica; el Gobierno, repito, no vaciló en procurarse los servicios de un Comodoro americano dotado de las cualidades que requería el alto puesto que se le iba a confiar y que al efecto fue buscado y solicitado con ardoroso empeño. Este fue el Comodoro don Juan R. Tuker, a quien el Gobierno confió la clase análoga de Contraalmirante”. ¡Cuántos errores, cuántas inexactitudes, cuántas equivocadas apreciaciones en tan pocas palabras!

329


Miguel Antonio De la Lama

Reconozco, señores, mi falta de derecho para escudriñar los secretos de Estado, porque sé que la política como todas las instituciones sociales han menester en momentos dados misterios y reservas que constituyen su fuerza; pero no se me negará el derecho que como ciudadano tengo para protestar enérgicamente contra un plan de guerra, que comenzando por arrebatarnos los hermosos frutos de la paz, sólo habría servido para precipitar a la República en el camino de aventuras peligrosas. Abdicar la paz, que es elemento de vida y prosperidad para estos pueblos por lanzarse en lejanos mares a los azares de la guerra agresiva; librar a ella la suerte de todo un continente sin tener previsoramente preparados los poderosos elementos que requería tan colosal empresa, y esto sin compensaciones tangibles ni más ideal que el de la fantasía caballeresca, habría sido acto de política impremeditada, no de sana política. Ella habría podido alcanzar nuestro perdón, juzgada como colmo de delirio patriótico, pero jamás habría obtenido el solemne, imparcial e irrevocable, veredicto de la historia. No es lícito jugar con la suerte de los pueblos envolviéndolos en olas de sangre. Si la guerra fue siempre ante el tribunal de la historia la civilización salvaje, será y jamás dejará de ser ante el tribunal de la filosofía espantoso crimen de lesa humanidad. ¿Por qué extenderla entonces más allá del límite marcado por su falta destino? ¿Por qué prolongar sus rigores y acrecentar sus estragos suprimiendo la vida normal y progresiva digna de los pueblos civilizados? Los grandes males, los cruentos sacrificios que la guerra impone sólo son aceptables, como extremidad dolorosa, cuando ella persigue, o la reparación del honor nacional vilmente ultrajado, o el logro más o menos encubierto de conquistas provechosas. Estando éstas en lo absoluto fuera de nuestro alcance, no entrando en nuestras aspiraciones ni imaginándolas siquiera, y habiendo el Perú vindicado amplia y gloriosamente su honor con los hermosos triunfos que tanto han levantado el estandarte de la Patria y tan alto han puesto el honor americano; la guerra agresiva en apartados mares, sin más elemento que aguerridos y esforzados corazones, se destaca ante el criterio nacional como simple aventura, halagadora tal vez para el patriotismo bullicioso e irreflexivo, pero preñada como toda aventura, de incertidumbres y peligros. 330


Retórica Forense

No son muy felices ideas las que brotan en la febril embriaguez de la victoria, y a ellas pertenece sin duda la que venimos analizando, porque aparte de las gravísimas consideraciones que el Excmo. Consejo acaba de escuchar, apenas se concibe como un Gobierno sensato proyectase tan ardua empresa sin contar siquiera con el jefe llamado a realizarla. Campaña sin General, batalla sin Jefe, excursión sin Director, no se comprenden. Cómo creer entonces que el Gobierno tuviese el firme e inquebrantable propósito de la guerra agresiva contra España, cuando no era posible que abandonase tan trascendental problema al incidente fortuito. Esencialmente aleatorio, de que el Comodoro se prestase a la aventura? ¿Qué seguridad había de que éste aceptase las condiciones de enganche que se le presentaban? Empresa tan ardua, tan formidable, tan compromisiva para la causa de América, requería más firmeza y más solidez que la contingente aceptación del improvisado Jefe; por manera que fue imprudencia a lo menos, si no locura, trazar el plan de guerra sin contar de modo indefectible con aquel primordial elemento. Por otra parte, sabido es que el nombramiento del Comodoro Tuker fue en Chile objeto de vigoroso repudio ya de parte del Gobierno, ya de parte de la opinión pública; tanto que, como es notorio, débese a él la renuncia que de su alto puesto ha hecho el venerable, el histórico Almirante Blanco, sin que ni al Gobierno le haya ocurrido someterlo a juicio como a nuestros marinos, ni a la opinión improbar su conducta que, por el contrario, ha sido cubierta con unánimes, calurosos y patrióticos aplausos. Si como es de presumirse nuestro Gobierno se puso de acuerdo con el de Chile para la guerra agresiva, y si con tal fin se mandó enganchar al jefe excursionista, no se explica el sentimiento de general reprobación que allí se produjo hasta sublevar la conciencia pública. El Gabinete de Santiago no debió alarmarse de un hecho por él previsto y con él concertado; de un hecho, resultado de sus propias determinaciones: luego esa alarma y esa sorpresa que tan bien significadas están con puntos suspensivos en la nota, que el proceso registra, de nuestro Ministro Plenipotenciario en Santiago, están acreditando una vez más, que el plan guerrero no pasó de sueño anheloso, patriótico sin duda, pero desprovisto, como todo sueño, de la robustez y consistencia de los problemas de alta política con que los Gobiernos suelen cambiar el 331


Miguel Antonio De la Lama

destino de los pueblos. Ilusión o realidad, el hecho es que jamás alcanzará en la historia resonancia simpática un pensamiento cuya misma grandeza lo esconde en las nebulosidades de la utopía.

VII

No es esto lo más notable de la nota. Dice ella: “por muy relevantes que sean el valor y las dotes de nuestros marinos, no bastan ellas por si solas para conducir una Escuadra poderosa a expediciones lejanas y peligrosas, y con tal motivo fue preciso contratar un jefe de acreditada experiencia. Este es, agrega, el Comodoro Tuker a quien se ha conferido la clase análoga de Contraalmirante.” Mis estimables colegas Zevallos y Mezones dijeron a este respecto que conocían y confesaban las altas cualidades del Comodoro Tuker, agregando el primero que abonaba su valor facultativo. No seré yo ciertamente quien las niegue y antes bien debo presumirlas, porque, aunque la gran República no alcance en el mundo como potencia marítima, el lugar preponderante que le dan su comercio y sus industrias, juzgo que no se obtenga allí el encumbrado rango que ocupa el Comodoro Tucker, sin poseer aquellas relevantes cualidades, que imponen la estimación y el respeto de las gentes. Conocimientos profundos, valor impulsivo, posesión del arte naval, actividad previsora, vigilancia y discreción, sed de gloria; todo lo que puede hacer el hombre un aguerrido soldado y un experto marino lo concedo al Comodoro Tuker. Dudo solamente de que el Contraalmirante de la Nación peruana hubiera podido desempeñar, con lucimiento y con aplauso, aquellas funciones que la práctica de los pueblos cultos confía a todo Jefe de Escuadra en playas extranjeras, en defecto de representación diplomática de su respectivo país. En efecto, el Derecho Internacional y el uso de las Naciones cristianas autorizan la práctica que convirtiendo al Jefe naval, de guerrero en mensajero de paz, lo habilita con elementos más poderosos que las armas de combate, con las armas de la diplomacia para que con ellas llegue, en momento dado, al más breve y honroso término de la lucha; 332


Retórica Forense

de suerte que, aunque no en toda su plenitud ni con la profundidad que la diplomacia impone como profesión habitual, debe ella ser conocida, siquiera en parte, por el Comandante marítimo en esa parte a los menos que relacionándose con la estructura política de la Nación, con los Tratados internacionales, con la legislación civil y penal, con la riqueza económica, con el número y disciplina de la fuerza armada y hasta con las preocupaciones e ideales de la opinión, pueda conducir al ajuste de conclusiones felices y provechosas, de esas que la hábil diplomacia arranca del fondo mismo de la guerra, asegurando al vencedor paz sin recelos y dando al vencido paz sin ignominia. No hay pues ofensa para la alta respetabilidad del Comodoro Tucker, si al mismo tiempo que con satisfacción proclamo su competencia profesional y su absoluta posesión de arte de la guerra marítima, agrego con sentimiento, que le es extraño cuanto concierne a nuestro organismo político y administrativo, a nuestra diplomacia y a nuestra vida internacional, a nuestra nebulosa historia y hasta a nuestro propio idioma; siendo presumible en consecuencia que por no poder imprimir a todos sus actos el sello de su genio, las Naciones aliadas no hubieran visto en él la digna personificación de sus esperanzas y de sus ideales. Todo ello habría sido sin embargo, de escasa o ninguna significación. Si existiera en el Comodoro Tuker la cualidad que, como primera y dominante, debe caracterizar al soldado durante el aciago período de la guerra. Me refiero, señores, al nacionalismo, al amor a la patria, a ese enérgico, inextinguible, ardiente amor en que se concentran todos los amores; a ese hermoso sentimiento perennemente bendecido por el cielo, a cada instante glorificado por las artes, sin cuyo impulso ni el mundo antiguo ni el mundo moderno habrían podido realizar las portentosas evoluciones de la historia; a ese sentimiento generador de la libertad y del progreso de los pueblos, que si durante la paz lleva a éstos a la cima de la grandeza, durante la guerra los eleva a la cima de la gloria deificándolos por el sacrifico; a esa pasión noble y santa que encarnado en héroes como Bolívar y como San Martín produce la sublime epopeya de la emancipación americana, y que alentando corazones como el de Garibaldi produce en estos días el grandioso espectáculo de la unidad de Italia. 333


Miguel Antonio De la Lama

Hay en el amor a la Patria algo de íntimo y profundo que tiene su raíz en ella misma. No puede el Comodoro Tuker amar como aman nuestros marinos la Patria a cuyos pechos han libado el néctar de la libertad, en cuyos mares han recibido el bautismo de sangre, cuyos ojos, vueltos hacia ellos en el momento de la tribulación, les piden el esfuerzo de su brazo y el sacrificio de sus vidas. Tiene sin duda el Comodoro Tuker noble, esforzado, valiente corazón; pero no tiene corazón peruano, y esto es precisamente lo que la naturaleza impone, lo que ella exige cuando se trata de batallar por el honor del Perú. Perdóneme tan esclarecido y venerable personaje: más tengo para mí, que sólo la Patria con su fecunda y vigorosa savia engendra el heroísmo. No concibo, señores, al héroe sin el patriota: no comprendo el sacrificio sin el fuego sagrado de la Patria.

VIII

Pero si sensible es el error cometido por el Gobierno con aquel nombramiento, que tan grandes resistencias ha suscitado en la opinión general, mas lo es que para justificarlo apele a los antecedentes de nuestra guerra de emancipación, afirmando que así como entonces fueron llamados al servicio marinos extranjeros, así también se ha hecho ahora con un jefe de reconocida experiencia, sin cuya ayuda toda agresión contra España habría sido imposible en peligrosos y lejanos mares. Cree el Gobierno perfectamente asimilables ambas situaciones y aplicando a la presente el elemento que con tanta eficacia contribuyó entonces a afianzar la vida de las nuevas nacionalidades, encuentra su conducta abonada por la historia y la presenta con el simpático relieve de la más pura intención patriótica. Debo declarar, sin embargo, que invocar la historia nacional para justificar su política, es la más desgraciada idea que ha podido ocurrir al Gobierno, ya porque con ello lastima la verdad histórica, digna de profundo respeto como toda verdad, ya también porque ofende, sin pensarlo tal vez, las cenizas de héroes y de mártires cuya memoria custodia el ángel de la gloria. No es a mí, es a vosotros ilustres generales, venerables ancianos que formáis el Excmo. Consejo, es a vosotros a quienes corresponde 334


Retórica Forense

aquilatar el grado de verdad que puedan tener las aseveraciones del acusador en punto que tan de cerca se confunde con vuestra propia historia. Vosotros, más cercanos que yo a esa época de inmortales recuerdos cuya evocación hace sacudir vuestras almas con el doble estremecimiento del gozo y del dolor; más cercanos a esa época en que soñaisteis una patria unida, grande y feliz, no la patria anarquizada y desfalleciente de estos días; vosotros más próximos que yo a ese brillante período de reveses y de triunfos; de fe inquebrantable, jamás vencida; de abnegación y sacrificios en que fortuna, hogar, ilusiones juveniles, amor, vida, todo, todo se ofrendaba a la Patria sin que nadie osara lastimarla con el egoísmo culpable de estos tiempos; en que la sangre del enemigo derramada a torrentes apenas bastaba a calmar la sed de independencia que agitaba las almas; en que el patriotismo, más que sentimiento, más que pasión, más que culto, llegó a tomar las formas del frenesí y del delirio; vosotros, repito, más cercanos que yo a esa época, podéis saber si a los sucesivos triunfos y al maravilloso éxito de la independencia americana coadyuvaron los marinos extranjeros en la forma que expresa la nota ministerial que vengo analizando. Por lo que a mí hace, sólo sé que los valientes marinos que tanto ilustraron nuestras armas se alistaron en las banderas de la República, ora por amor a los principios y dogmas que habían de constituir la nueva vida, ora por esa irresistible, avasalladora simpatía que en toda alma noble despierta el hermoso espectáculo, siempre admirable y siempre nuevo, del pueblo que agota el heroísmo por conquistar su independencia. La causa de la libertad apasiona con ardor a las almas generosas. Igual pasión despierta la titánica lucha del débil contra el poderoso que lo prime; y para honra de la humanidad existen, señores, quienes no pueden escuchar el siniestro rugido de las cadenas del esclavo sin sentir la santa indignación que arma el brazo para defender a la víctima y castigar al verdugo. ¿Qué extraño es entonces que aquellos insignes marinos identificados con nuestros ideales, delirantes por el triunfo de nuestras armas, se disputasen el comando de los débiles barcos que formaban nuestra Escuadra, trayéndonos el contingente de su nombre y de su sangre? ¿Qué extraño que pusieran su espada en la balanza de nuestro destino, 335


Miguel Antonio De la Lama

cuando con ello no hacían otra cosa, ante el inexorable mandato de su conciencia, que defender sus principios, su fe política, su amor al ideal republicano? Fue esa corriente de febril entusiasmo lo que trajo a nuestros mares aquella ilustre pléyade de marinos, que al prestarnos sus servicios rindiendo homenaje a su corazón, lo hicieron completamente ajenos a las depresivas e interesadas condiciones de un enganche. Vinieron como adoradores de una idea, no como derrotados de una guerra; vinieron en pos de gloria, no de oro. Vinieron, señores, porque la libertad, sol de las almas, tiene el feliz privilegio de unir a todos los hombres en un común destino y en un común sacrificio. Gravado está con letras de oro, y la humanidad recuerda con amor el nombre del general ilustre, que divisando al través del océano los resplandores de una nueva República, atravesó sus aguas para llevar a las colonias inglesas que luchaban por su emancipación política, no tanto el valioso donativo de armas, que la libertad hizo invencibles, cuanto las palpitaciones de un corazón fogoso y ardiente resuelto al sacrificio por el triunfo de sus ideales. Generoso el destino, correspondió ampliamente tanta nobleza, pues después de servicios prestados con valor y con talento, volvió el inmortal Lafayette trayendo a la Patria su gloriosa espada cubierta de laureles y su grande alma empapada en los sublimes dogmas que formulados en su proyecto sobre declaración de los derechos del hombre, había de proclamar la Asamblea Constituyente para emancipar pueblos y razas, y para imprimir al género humano nuevos horizontes de luz y de justicia. Fue así, señores, como el insigne marqués, el gran Lafayette conquistó la merecida gloria que engendra el heroísmo; y como nada es más fecundo que el heroísmo cuando alcanza las bendiciones del Cielo, ha de verse en él, en ese ejemplo grandioso, en esa imperecedera lección de la Historia el elemento generador de la protección a nuestra causa, el móvil que impulsó a los marinos a tremolar nuestra bandera, sin más estímulo que la generosidad de un sentimiento cuya pureza y cuya excelsitud es imposible que puedan ser comprendidas por el mercantilismo político de esta época.

336


Retórica Forense

¿Cómo es entonces, que olvidando estos antecedentes de no lejana fecha, ha podido el Gobierno colocar en el mismo nivel al Comodoro Tuker y a los marinos que nos libertaron de la dominación extranjera, Ya que se decidió a abrir sus tumbas, debió hacerlo, no para sustentar una comparación insostenible, sino con más piadoso y patriótico objeto, para recordar sus hazañas y confortarnos con sus virtudes que no para otro fin se evoca el recuerdo de los que nos preceden en el sueño de la muerte. Pero si ofuscado o ligero olvidó el Gobierno esa máxima de sana moral, yo la recordaré, señores, para protestar altamente contra una nivelación que, odiosa por falta de verdad histórica, lo es más, porque presenta como movidos por sórdido interés a ilustres próceres a quienes sólo alentó la ardiente e inextinguible llama del patriotismo. ¡Justicia os sea hecha pues, venerandas sombras, ya que para vosotros ha llegado también el día reparador de la justicia!

IX

¿Qué hado fatal se apoderó, señores, del Gobierno al instruir este proceso basándolo en la desgraciada nota cuyo análisis voy a terminar? Cuando no desliza una inexactitud infiere un agravio, y cuándo invoca la Historia, hasta la Historia se revela en contra suya con negaciones desdorosas. Todo es allí deleznable. Por eso, después de evocar con tan mal suceso aquel episodio de nuestra magna guerra, nos presenta al Comodoro Tuker como el hombre providencial sin cuyo concurso era imposible toda agresión contra España; cuándo para bien de la humanidad, ha pasado ya según enseñan la razón y comprueban los hechos, la triste época de los hombres necesarios. Por eso también se nos habla en otra parte, como hecho cierto, de una protesta atribuida a los marinos que jamás ha existido. Por eso se insta, estimula y excita el celo del señor Fiscal para que prosiga el juicio con afanoso empeño, pretendiendo así convertir en reos y culpables a heroicos e inocentes soldados a quienes cumple más bien el rol de acusadores. 337


Miguel Antonio De la Lama

Por eso seduciéndonos con palabras, no con hechos, se nos menciona también un plan de expediciones lejanas y peligrosas, que a ser cierto, denunciaría la demencia del patriotismo, no el patriotismo que se inspira en una política sagaz y previsora. Por eso dando a los asaltantes de Valparaíso, a los derrotados de Abtao, a los vencidos del 2 de Mayo un encubramiento que traspasa los límites de su tradicional bizarría, se supone que no hay entre los marinos peruanos un solo capaz de castigarlos nuevamente en lejanos mares. Por eso, en fin, para colmo de sorprendentes injusticias y para consuelo de los buenos corazones, concluye la nota poniendo en duda el mismo delito que manda acusar, pues no otra cosa significa decir que los marinos no sólo son reos de insubordinación y deserción, sino que aun pueden ser reputados culpables de traición a la Patria. Frases de tan incierto sentido están revelando que cuándo el Gobierno las estampó no tenía certeza e íntimo convencimiento de la supuesta traición, pues a tenerla, habría hablado de ella con la misma acentuación y con la misma firmeza que respecto de los otros dos delitos: pero visto está que resuelto a descargar sobre las víctimas todo el peso de su poder, no halló inconveniente para agregar una nueva incriminación, como si fuera lícito acumular delito sobre delito, sólo porque se ejerce el omnímodo poder de una dictadura irresponsable. Pero, señores, cuando el Gobierno procedía de ese modo, ese Gobierno quebrantaba con un sólo golpe las leyes de la penalidad, las leyes morales, los consejos de una sabia política. Quebrantaba las primeras, porque debiendo recaer toda acusación sobre delito calificado, no sobre delito dudoso, mal puede la ley penal aceptar y reconocer acusaciones dubitativas. Sólo el delito cuya existencia se afirma cae bajo la acción represora de la penalidad. El delito conjetural o dudoso es mera sombra que escapa a la acción de la ley por falta de formas justiciables. Quebrantaba los preceptos morales, porque ellos prohíben a todo hombre, y con más razón a los Gobiernos, que están obligados a ser la personificación de la virtud, mancillar el honor ajeno, imputando sin prueba actos criminosos; sobre todo, delito tan afrentoso como el de traición a la Patria, el más denigrante de cuantos puede afear la 338


Retórica Forense

personalidad humana, porque llevando la execración más allá de la tumba, renueva perdurablemente en la Patria el dolor y la mancha. Quebrantaba, por último, los consejos de una sabia política, porque no hay sabiduría sin justicia; y no es justo que un Gobierno que debe la consolidación de su poder a la heroica e inmortal jornada del 2 de Mayo, acuse de traidores a los ínclitos vencedores de ese día; a ellos, pedestal de su gloria; a ellos vivo engendro de la embriagadora popularidad que lo circunda. ¿Cómo ha de ser sabia la política que oscurece los laureles de la Patria? ¿Cómo ha de ser justo el Gobierno que emplea esa misma popularidad para ahogar los sentidos clamores de la conciencia pública? ¡Triste condición la del Gobierno! Comenzó por un error, y recorriendo después largo camino de incertidumbres e injusticias, ha llegado a doloroso fin tocando los dinteles de la ingratitud; todo, todo, señores, por haber sobrepuesto la pasión ofendida a los consejos de la razón ilustrada. ¡Pasiones humanas, cuan poderoso y cuan irresistible debe ser vuestro dominio cuándo tan fácilmente cegáis las más claras inteligencias y torcéis el rumbo de los más nobles y rectos corazones! Voy a concluir señores.

X

Para concluir ésta prolongada defensa, que harto fatigado debe tener nuestro espíritu, debería ocuparme de analizar con severo rigor jurídico las conclusiones formuladas por el benemérito señor Fiscal en su dictamen de acusación. No lo haré sin embargo, ya porque refutados victoriosamente como quedan, los conceptos de la nota gubernativa los están a la vez los del dictamen por ser servil reproducción de aquellos, aunque presentados con la tibieza e inseguridad de una conciencia vacilante, ya también porque es ocioso analizar un documento inculpatorio en que el acusador mismo, doblegado ante la irresistible fuerza de la verdad, confiesa que no están comprobados los delitos. Esta expresa declaración de su señoría es nuestro canto de victoria, porque cuando en materias justiciales no hay pruebas contra el 339


Miguel Antonio De la Lama

acusado tampoco hay culpa ni reo, y la ley sólo ve, como ahora, inofensivas víctimas cuya inocencia tiene que proclamar y defender. A esa conclusión ha debido llegar su señoría pues ya que con honrada franqueza confesó la absoluta improbación de los hechos criminosos, la fuerza de la lógica y el sentimiento de justicia lo compelían a proclamar la inculpabilidad, pidiendo en alta voz la definitiva e incondicional absolución de los llamados reos. Así, la sinceridad del soldado habría estado al nivel de la probidad del ciudadano. ¡Que importa, sin embargo, que el acusador, falto de valor moral, haya quedado a la mitad de la jornada cuando el Excmo. Consejo habrá de completarla, pronunciando por honor de la República y para honra propia sentencia absolutoria? No lo digo, señores, por jactancia: lo digo con íntima, sincera, inquebrantable convicción. Por mucho que los señores Jueces extremen el rigor de la ley, el rigor de su conciencia, el rigor de la disciplina naval para buscar actos justiciales, sólo hallarán en los marinos un generoso arranque de exaltado patriotismo, y el Excmo. Consejo no podrá castigarlos, no los castigará jamás porque él sabe que las exaltaciones del patriotismo se disimulan, no se penan. De todas las pasiones que reflejan la grandeza moral del hombre, ninguna como el patriotismo sustenta con más eficacia y con más rigor la vida nacional. Hay que estimularlo pues, en vez de deprimirlo, porque Dios lo mantiene en el alma de los pueblos para producir por medio de él esas maravillosas evoluciones históricas que trazan a la humanidad el rumbo de una civilización más perfecta. ¿Porque se empeña pues el Gobierno en castigar tan excelso sentimiento en los que más de cerca y más dignamente lo personifican? ¿Por qué se afana en ésta estéril lucha, malgastando prestigio y fuerzas recibidas del pueblo para más altos fines? No señores. Es ya tiempo de terminar el escándalo. Lo exige el lustre de las armas nacionales, lo manda la dignidad de la República, lo impone la gloria de América. Sólo una sentencia reparadora puede dar a la conciencia pública la satisfacción que ella reclama en nombre del derecho herido: sólo vuestro veredicto absolutorio puede disipar, por el brillo de su luz, las sombras que sobre la frente de los encausados ha acumulado la pasión política.

340


Retórica Forense

Quien ama la libertad sabe defenderla; quien siente el honor aspira a enaltecerlo; quien palpa la inocencia se goza en proclamarla. He allí la síntesis del augusto fallo, que anhelante e impaciente, espera de vosotros la Patria congojada. Felices vosotros que después de haber redimido del cautiverio un continente, estáis llamados a redimir de la afrenta una generación patriótica! Servir a la Nación en la juventud con la espada del guerrero y servirla en la ancianidad con la espada de la justicia; agregar a la aureola del heroísmo alcanzado en los combates la aureola de justificación alcanzada en esta batalla del honor y del derecho, es el más bello rol que ha podido depararos el destino. Cumplidlo, pues, venerables ancianos, con valor y con firmeza; cumplidlo con austeridad espartana; que si sobre vuestra conciencia está el ojo de Dios dirigiéndola y escudriñándola, de vuestro lado están la ley y la justicia, los amantes del honor, los hombres de corazón, el país entero. __________

El Excmo, Consejo pronunció sentencia, absolviendo al Capitán de Navío, Miguel Grau y demás enjuiciados.

341


VI. FORO ESPAÑOL CONSPIRACIÓN

Defensa pronunciada ante la Sala Tercera de la Audiencia de Madrid por don Joaquín María López, en la causa formada contra el mismo y otros varios Diputados, por suponerles complicidad en los sucesos que tuvieron lugar en Alicante a principios del año de 1844

Excmo. Señor: Después de haber comparecido tantas veces en este sitio como abogado a defender a varios encausados, tal vez criminales, me encuentro hoy en él con un doble carácter enojoso y desfavorable sin duda, para hablar en mi propia causa. No comparezco, sin embargo como puede comparecer el crimen abatido, tímido, receloso, con una conciencia que le acusa, con un corazón sobresaltado, esperando y temiendo a la vez el fallo de los sacerdotes de la justicia. No: todo lo contrario: me presento con una conciencia tranquila, con un corazón inocente, con la cabeza erguida y proclamando a la faz del mundo entero, que sobre el maquiavelismo más horroroso de una política destructora, sólo la inmoralidad más cínica y la ingratitud más pérfida, han sido los ocultos resortes de éste malhadado proceso, ¡Amarga lección de la experiencia y de la historia! El hombre que hace más de dos años ocupaba el primer lugar al lado del trono y aún le reemplazaba y sustituía en cierto modo, porque el trono no era entonces regido todavía por una persona augusta declarada mayor de edad, ese mismo hombre se le ve hoy ignominiosamente arrojado sobre el banquillo de los criminales. Y no se crea que tan rápida y súbdita transformación haya podido deberse a 342


Retórica Forense

una conducta por su parte poco prudente o circunspecta: no a una de esas tentativas políticas, a cuyo término suele encontrarse el triunfo con el poder, o él cadalso. Tan rara transformación se ha debido sólo a la perfidia, a las intrigas, a las calumnias de ciertos hombres que han clavado el puñal asesino en los pechos generosos que antes le tendiera una mano amiga, para librarlos del infortunio que pesaba sobre sus frentes. (Aplausos). Pero por fortuna ha llegado el día de la reparación, y en que se diga del modo más público y solemne la verdad; la verdad, que es antes que todo; la verdad, que descuella sobre el interés y sobre las combinaciones detestables de los partidos; la verdad, hija del Cielo, hermana y compañera inseparable de la justicia y a la que está reservada conceder en estos momentos la palma del martirio y la aureola del triunfo a los que han sido injustamente perseguidos en medio de su inocencia, al paso que relegue a la execración y al odio público a esos viles impostores, a esos instrumentos dóciles y venales, que se plegan a todas las exigencias en manos de injustos y odiosos mandarines. (Aplausos). Yo, señor, no hablaré de mis antecedentes políticos ni de mis principios políticos. No de los primeros, porque mis antecedentes deben ser bien conocidos en España y fuera de España después de diez años que he consagrado sin interrupción a la vida parlamentaria: y aunque se pretenda criticar o atacar alguno de mis actos en la época en que tuve la desgracia de ocupar el Poder, como es la resistencia a convocar la Junta Central, la formación del ayuntamiento de Madrid y otros semejantes, sólo contestaré que sobre todo ello tengo recientemente escrito un libro, con la exposición más veraz, de los hechos. Este libro anda en manos de todos. Que se lea, que se piense y después que se decida. No tengo ni he tenido nunca la vana y ridícula pretensión de atraer a los demás a mis opiniones; pero también confieso que no tengo la docilidad ni menos la abnegación de abandonar mi opinión por seguir la de los demás, y menos cuándo no la he visto robustecida por el asentimiento del mayor número. Y repito que no quiero hablar de mis antecedentes, de mi fijeza en los principios más liberales, de mis sacrificios y desprendimiento de mi vida pública entera, en una palabra, porque esto me daría en la causa una ventaja inmensa a que yo renuncio puesto que me asemejaría al hombre que se defendiese con un cañón cargado a metralla, del miserable que tuviera en la mano de un alfiler envenenado para clavárselo por la espalda. (Aplausos).

343


Miguel Antonio De la Lama

También he dicho que aunque la causa sea política, yo no quiero hablar de principios políticos; y es porque conozco muy pocos que puedan pasar por absolutos y que no deban subordinarse al imperio y a la calificación que les den las circunstancias. Profeso la máxima de que la paz, la legalidad estricta y la justicia, son la situación normal de los pueblos, la base de su prosperidad y ventura; pero añadiré hablando en general, y sin que sea visto hacer alusiones ni aplicaciones de ningún género, que si hubiera un Gobierno en cualquier país que despedazase las Constituciones, que conculcase los principios más santos, que hollara los derechos y las garantías, que cerrara todos los caminos legales, que redujera al pueblo al último extremo de desesperación, de modo que pudiera decirse con Virginio en la traducción de Hernández de Velazco;

“Sólo les queda a los vencidos una salud, que es no esperar salud alguna;”

Entonces la revolución sería necesaria, sería indispensable, sería hasta santa; porque un Gobierno de esta especie es en sí mismo una revolución constante, una revolución perpetua, una revolución materializada. Vano sería dar a este pueblo esperanzas ilusorias fundadas en medios que la violencia o la presión le negasen. Más bien se le podría decir (y haré la cita sin temor de pasar por inoportuno, porque el Tribunal conoce que una causa y mas una causa política como la presente, se presta más a los giros del pensamiento que la árida y monótona índole de los pleitos), más bien se podría dirigir a ese pueblo aquellos versos de nuestro Ulloa en su Raquel:

“Tanta paciencia en pechos varoniles no nos hace leales, sino viles”.

En vano sería en la hipótesis en que hablo acudir a las metas electorales. El Gobierno tendría mil medios de eludir la voluntad pública y de formar un Congreso que sólo sirviera para anular al pueblo y para colocarse a vanguardia de la tiranía; y si contra todas las probabilidades, ese Congreso quisiera representar los verdaderos intereses y la verdadera opinión nacional, bien pronto se le reduciría al silencio 344


Retórica Forense

por la disolución tantas veces repetida, cuantas la necesidad de presentarse cómo única arma para sostener un ministerio combativo. Y al hablar así, no invoco sólo los principios; no me refiero a teorías más o menos avanzadas; no llamo en mi apoyo hechos remotos consagrados más o menos solemnemente por la sanción del tiempo y de la autoridad: me contraigo a una revolución de ayer; revolución a que se debe cuanto hoy existe; revolución de que ha sido el producto inmediato la que se llama situación actual; revolución a que todos contribuimos; y a que se ha debido la formación misma de este Tribunal y demás dependencias del Estado; la revolución de 1843. Entonces se creyó por todos, aún por los que ahora afectan desconocer la doctrina, que hay circunstancias en que las revoluciones se hacen justificables. Eso mismo es lo que yo acabo de decir sin más diferencia que la de ser consiguiente conmigo mismo, con mis hechos y con mis teorías, con los principios reconocidos en política y con las máximas santas de la humanidad; en tanto que otros se ostentan inconstantes en sus ideas, contradictorios y olvidadizos. Supuesta esta ligera indicación en que he entrado, porque aquí se han enunciado antes y desenvuelto varias ideas políticas, paso a contraerme al examen de la causa. Desde luego conocerá el Tribunal cuan desventajosa es mi posición puesto que los cargos que tengo que rebatir están ya hasta pulverizados por los estimables compañeros que me ha precedido en la palabra. El proceso era una mina rica, pingüe; pero se ha explotado ya completamente, no dejándome más que poca y miserable escoria. Procuraré sin embargo aprovecharla y veré si soy tan feliz que pueda presentarla todavía con algún colorido de interés a la ilustrada rectitud de V. E. ¿Qué es lo qué nos presenta el proceso que tenemos a la vista, desde sus primeras páginas? El abuso de la autoridad; la violación de todos los derechos; una prisión de Diputados ejecutada de real orden, y en ella el brillante escándalo de la más inaudita tropelía. Llamo brillante escándalo a este acto, sólo porque desciende de las elevadas regiones del poder, del mismo modo que llamaría brillante al rayo que cae desde las altas nubes para causar en el mundo la desolación y la muerte. (Aplausos).

345


Miguel Antonio De la Lama

Y repito que éste ha sido el mayor de los escándalos porqué en un país regido por una Constitución en que están deslindados los Poderes, ningún Ministro ni el Rey mismo, puede por sí mandar la prisión de ningún ciudadano. No se concibe una Constitución, no se concibe un régimen representativo, sin que exista éste deslinde, esta sabia y oportuna distribución de los Poderes Públicos, los cuales deben estar separados, no para que contrabalanceen, como comúnmente se dice; cubriendo con una ingeniosa frase un error lastimoso, pues entonces habrían de ser hostiles, de dominarse o de paralizarse en sus fuerzas; sino para que caminando siempre en armonía, por líneas distintas, por líneas diferentes, pero no opuestas, lleguen al mismo término y produzcan simultáneos resultados. Cada Poder debe mantenerse en su órbita, y cualquiera translimitación es un ultraje que se hace a la santidad de las leyes; un golpe que se dirige al corazón de las Constituciones: Pues este crimen se cometió por el Ministerio en la real orden que prevenía nuestra prisión. En ella el Poder Ejecutivo rebasó su línea y usurpó las atribuciones del Poder Judicial, puesto que el artículo 63 de la Constitución de 1837, dice a la letra: “A los Tribunales y Juzgados pertenece exclusivamente la potestad de aplicar las leyes en los juicios civiles y criminales, sin que pueda ejercer otras funciones que las de juzgar y hacer que se ejecute lo juzgado”. Se confundieron también los Poderes Públicos; y esta confusión tiene su pena impuesta en la ley de 17 de Abril de 1821; en esa ley porque se nos juzga; en esa ley, con arreglo a la cual se ha dado tan rápido movimiento a esta causa, dejándonos las setenta y dos horas que ella señala para examinar ese padrón enorme de intrigas y de imposturas; esa ley, cuyo carácter es hasta terrorífico, y que si se ha hecho hablar contra nosotros, yo a mi vez la invoco contra los que hayan sido realmente sus infractores. He aquí, señor, lo que dispone el artículo 1.°: “Cualquiera persona de cualquiera clase o condición que sea, que conspire directamente y de hecho a trastornar o destruir o alterar la Constitución Política de la Monarquía española, o el gobierno moderado monárquico hereditario que la misma Constitución establece, o a que se confundan en una persona o cuerpo la potestad legislativa, ejecutiva y judicial, o a que se radiquen en otras corporaciones o individuos, será perseguido como traidor y condenado a muerte. Aquí no fue sólo el pensamiento, no fue el conato, sino que se realizó la confusión de los Poderes de que la ley habla, puesto que las personas que obtenían por su representación propia el Ejecutivo, usurparon y ejercieron un acto 346


Retórica Forense

determinado del Poder Judicial, violando con osadía los cánones constitucionales y la ley de Abril a que se alude, haciéndose por lo tanto reos según su contexto, y dignos de la pena que ella establece. Dije antes que en un gobierno representativo, en que están separados y distribuidos los Poderes como entre nosotros, ningún Ministro, ni aún el Rey mismo, puede mandar por sí la prisión de ningún ciudadano. He aquí las palabras del artículo 27 de la misma ley que queda citada; “No, pudiendo el Rey privar a ningún individuo de su libertad ni imponerle por sí pena alguna, el Secretario del despacho que firme la orden y el Juez que la ejecute, serán responsables a la Nación, y uno y otro quedarán inhabilitados perpetuamente para obtener oficio o cargo alguno y resarcirán a la parte agraviada todos los perjuicios”. Pero hay otra relación particular en que examinar este atentado y la pena que le está impuesta. El artículo 29 de la ley que me estoy ocupando dice así: “Aténtase también contra la libertad individual cuando el que no es Juez arresta a una persona sin ser in fraganti, o sin proceder mandamiento del Juez por escrito, que se notifique en el acto al tratado como reo. Cualquiera que incurra en cualquiera de estos dos casos, sufrirá quince días de prisión y resarcirá al arrestado todos los perjuicios, y si hubiere procedido como empleado público, perderá además el empleo”. Si tan monstruosa aparece la disposición de la real orden lanzada contra nosotros, no es menos raro el lenguaje que se inventó para redactarla. Se mandó ponernos en custodia; y ésta fue una palabra nueva, buscada ingeniosamente para darle más prodigiosa elasticidad, y que se hizo servir como el lecho inventado por la ferocidad de los antiguos para colocar y sujetar en él a los que se quería dar tormento, y extenderlo o acortarlo, como más conviniera a prolongar su agonía. Así es que esta palabra custodia, que al parecer se presentaba como suave y poca significativa, se tradujo en una incomunicación rigorosa y de muchos días en calabozos cuya vista estremece, en todos los sufrimientos imaginables; en el más ingenioso esmero en deprimir y vilipendiar, si vilipendiada pudiera ser la inocencia por la astucia y por el crimen. Es decir que se añadió al triunfo de la fuerza el placer de la brutalidad. Yo no puedo quejarme como los demás compañeros míos en esta causa, porque fui bastante afortunado en deber a la causalidad el haberme sustraído al golpe que me amenazaba; pero ni no me descargó en la cabeza vino a herirme en el corazón puesto que dio sobre otras personas 347


Miguel Antonio De la Lama

que me eran muy queridas y que estaban unidas a mí por los lazos más dulces de la amistad y de la simpatía. Demos ya un nuevo paso y veremos el frágil y deleznable cimiento sobre que se construyó esta causa. El señor Madoz lo dijo ayer. Nuestra prisión fue acordada por el Ministerio sin más antecedentes que dos confidencias dadas según todas las señales, por la misma persona, y en que esta hablaba, no por conocimiento propio sino a consecuencia de otras noticias que suponía haber recibido. Es decir que se procedió por un dicho sólo, y éste de referencia sin tomar para nada en cuenta la disposición de la ley de Partida que hablando de los testigos quiere que depongan de ciencia propia, añadiendo: “Más si dijera que lo oyera decir a otro no cumple lo que atestigua”. Estas confidencias no eran ni delaciones formales ni acusaciones, y solo por delaciones o acusaciones permite proceder el derecho. La Ley Ia., título 33, libro 12 de la Novísima Recopilación, dice así: “Los mis Procuradores, Fiscales y Promotores de nuestra justicia, no pueden acusar, ni demandar, ni denunciar a persona alguna sin dar primero ante la autoridad que haya de conocer el delator de las acusaciones y que el tal delator diga por ante Escribano Público la delación, la cual delación se ponga por escrito, para que no se pueda negar ni poner en duda. Pero hay más. Las confidencias de que se trata eran anónimas, pues que algunas de ellas no tenían ni aún fecha: ninguna estaba firmada, y a lo más algunas tenían a su pie una J y una R; iniciales que podrían cuadrar a muchos nombres y apellidos. Veamos, pues, que valor ha dado nuestra legislación en todos tiempos a esta clase de papeles. El auto acordado, único del título 17, libro 8°. de la Recopilación, se expresa de este modo: “Experimentándose con reparable frecuencia la facilidad de incurrir en la execrable maldad de hacer falsas delaciones, he resuelto que con la más rigorosa exactitud y observancia se ejecuten las leyes dictadas para precaver estos males”. La real provisión de 8 de Julio de 1776, dispuso que en ningún Tribunal, se admitiese escrito anónimo, y que si alguno se presentase, fuera firmado por persona conocida, dando fianzas de que probaría su contenido, y que de lo contrario pagaría los gastos que ocasionara y sufriría la pena que se le impusiera. 348


Retórica Forense

La Ley 7ª del título 33, libro 19 de la Novísima, dice así: “Por ningún Tribunal ni Jueces no se admitan memoriales que no estén firmados de persona conocida, y entregándolos la misma parte personalmente o en virtud de su poder; obligándose y dando fianzas primero y antes todas cosas a averiguar y probar lo en ellos contenido, so pena de las costas y demás que se le impusieren”.- La ley que sigue a la anterior está concebida en estos términos: “Deseando que no padezcan injustamente algunas personas por la temeridad de voluntarias calumnias que regularmente se verifican en los memoriales y cartas sin firmas, prohíbo de nuevo que se admitan semejantes papeles o delaciones para el efecto de formalizar pesquisas ni otra especie de sumaria información que sirva en juicio”. Y todavía, Excmo. señor, como si la prevención hasta aquí anunciada no bastase, añade la ley las siguientes palabras: “Pero aunque el memorial sea firmado de persona conocida y entregado legítimamente dando su fianza, no siempre se despache Juez a la averiguación del caso, pues en todo esto se ha de tener mucha templanza para que no causen con cualquier motivo crecidos males y costas, como suele acontecer”. Estas, señor, son las disposiciones de tiempos que se suponen menos libre y ventajosos: compárense con la real orden de que hemos sido víctimas, compárense con esa especie de vértigo que dicta disposiciones tan arbitrarias, con ese poder desbordado que atropelló y aniquiló los principios más respetables y más santos, y dígase después sí ha mejorado nuestra condición en la época que se llama de filosofía y de cultura. Nosotros tenemos a la vista el triste ejemplo de haberse reducido a prisión y a incomunicación larga y rigorosa, con todas las humillaciones posibles, con todos los vejámenes imaginables, a varios Diputados sin más fundamento que un papel anónimo. Que no se llamen pues los que han causado tantos males agentes de protección sino agentes de destrucción; no agentes de seguridad pública, sino agentes de inmoralidad pública. Pero hay más todavía. El Juez de la causa conociendo que todos los elementos que vienen a un juicio son por su naturaleza controvertibles, y controvertibles a la luz de la discusión y de las pruebas, pidió al señor Jefe político los nombres de las personas que habían dado los partes; y dirigiéndose al parecer aquella autoridad superior política al que debía ser el autor de tan ridícula como mal urdida farsa, trascribió 349


Miguel Antonio De la Lama

su contestación al Juez, reducida a que no podían indicarse los nombres, porque en ello se perjudicaría a la causa pública, y porque las personas que habían dado los avisos lo habían hecho confiadas en la seguridad del secreto. ¿Qué es esto, Excmo. Señor? ¿Se permite asesinar tan impunemente a la inocencia, y entregarla al cuchillo del verdugo como una víctima atada y sin defensa? ¿Se permite abusar así de una misión dada para urdir calumnias y encubrirlas después con el velo del misterio? Esto sólo quiere decir en buena razón y en buena lógica que esos perversos agentes pueden envolver cuando quieran al hombre más puro y justificado; y que cuando éste quiera alzarse del polvo a que se le lanzó y medir sus armas con las traidoras de un enemigo cauteloso, se le cerrarán todos los caminos y se le negarán todos los medios. Esto quiere decir que esos agentes desde el baluarte de la inmoralidad, y defendido por el odioso escudo que cubre sus maldades, podrán dirigir a mansalva saetas emponzoñadas contra la inocencia, y cuando ésta quiera rasgar el velo de la iniquidad, no podrá conseguirlo, y sus enemigos quedarán invulnerables como Aquiles. ¿Qué digo? Serán más invulnerables mil veces que él; porque Aquiles recibiendo la invulnerabilidad por medio del baño que le dio la diosa Tetis, según nos dice la Mitología, quedó sin bañar el “talón y por él fue vulnerable y entró el hierro que le ocasionó la muerte, pero esos agentes escudados y favorecidos por el secreto, han cubierto perfectamente todo su cuerpo, y ni un talón nos han dejado fuera por donde podamos atacarles. Y ya que por un giro excéntrico, si se quiere, del pensamiento me he colocado por un instante en la región poética y mitológica, añadiré que nosotros pudiéramos parodiar ahora las palabras del guerrero de Homero, cuando sólo pedía la luz para pelear aún contra los mismos Dioses. Nosotros podríamos en menor escala decir: Caiga la luz sobre esta tenebrosa causa; vengan aquí los autores de esos papeles calumniosos: digan dónde nos han visto, dónde nos reuníamos y dónde hemos conspirado; traigan a la arena del juicio sus aserciones malignas: dejen de acogerse a la oscuridad, como el bandido o el tigre, que sólo en las tinieblas de la noche o en el retiro de las selvas inmolan su víctima y devoran su presa; y cuando las infernales tramas no sean descubiertas, entonces pelearemos, no contra esos impostores que son demasiado miserables para merecer ni aun nuestros ataques, sino contra los hombres poderosos a cuya venganza y designios hayan servido, alguno de

350


Retórica Forense

los cuales habrá ocupado el poder por medios reprobados, y servídose de él en daño de la libertad, en ruina o mengua de la nación entera. Si la teoría que se ha seguido con nosotros llegara Excmo. señor, a establecerse por desgracia, demás estarían los Tribunales; y V. E. mismo podría desde hoy retirarse al hogar doméstico, abandonando esos bancos y renunciando a su noble y elevada misión de proteger con el escudo de la ley a la inocencia desvalida; porque nunca podría escuchar su acento lastimero ni prestarle su apoyo, sino después que hubiera sido ultrajada y sacrificada por el crimen. El Ministerio Fiscal ha dicho, sin embargo, y yo he debido extrañarlo mucho, que lo que la ley prohíbe es recibir delaciones de personas desconocidas, suponiendo al parecer que las que han sido causa de este proceso no merecen aquel concepto. Yo diré ante todo al señor Fiscal que las leyes que he enumerado detenidamente dicen todo lo contrario, pues requieren como indispensable las circunstancias de que los papeles vayan firmados y la firma sea de persona conocida. Al consignar esta idea no hacen distinción ni excepción alguna; y según un axioma de derecho, donde la ley no distingue, nosotros no podemos ni debemos distinguir. Además: ¿de quién son conocidas las personas que fraguaron la delación remitiendo esos papeles? ¿Las conoce el señor Fiscal? Seguro es que no. ¿Las conocía el Promotor? Tampoco. ¿Las conoce el Tribunal? Las conocemos nosotros? De ningún modo. Pues las personas que he nombrado son las únicas que debían conocerlas, porque son las únicas que han instruido y sustanciado el proceso, las únicas cuyo juicio debió ser ilustrado por este previo e inexcusable conocimiento. Las conocerá a lo más el Jefe Político; pero ni estamos en el caso de jurar como se juró en el antiguo, sobre la palabra del maestro, ni aquel conocimiento aunque existiera, excéntrico y ajeno en todo sentido del juicio, podría nunca traerse a él para perjudicarnos. Y aun prescindiendo de todo esto, yo preguntaré al Ministerio Fiscal: ¿Dónde encuentra más peligro de que se trame una calumnia, en el círculo común y general de los hombres, donde a las veces no tenemos ni un enemigo, donde nadie se mueve contra otro sino por un motivo especial de interés encontrado, de odio o resentimiento; o en esa familia que se llama policía, cual se halla entre nosotros, desconocida de lo más de la sociedad: familia que forma una colonia aparte, 351


Miguel Antonio De la Lama

heredera legítima del espíritu de inquisición y el espionaje de Venecia; que sigue nuestro cuerpo como la sombra; que bebe nuestras respiraciones; que penetra hasta en los secretos del hogar doméstico y cuyos malos instintos son excitados y alentados por largas recompensas? Pero en vano es que yo siga ocupándome de la nulidad y vicios de estos partes, cuando el señor Fiscal los ha reconocido, consignando en su último escrito las siguientes frases: “Las confidencias o comunicaciones recibidas en que principalmente estriba el proceso y que han sido ya examinadas y calificadas, las rechaza el Fiscal como oscuras y misteriosas. Su ministerio pertenece a la ley, a la verdad, a la justicia; y la justicia, que es la luz, repele la oscuridad y el misterio. ¿Y a qué estaban reducidas estas confidencias? En ellas se decía, que según las noticias recibidas, se sospechaba que había una junta revolucionaria en Madrid; y que según las mismas noticias, se sospechaba también que a esa junta pertenecíamos nosotros. Es decir que se trataba de sospechas de otras sospechas. ¿Y es esto legal? Lo primero, para proceder contra personas determinadas, es que conste de una manera evidente que se ha cometido un crimen, pues sin su previa existencia la instrucción sería fantástica, sin objeto dado, sin motivo positivo, y traería mil consecuencias sin punto de qué partir ni motivo que las justificase. Aquí, sin embargo, por un motivo presumido, mejor diré, soñado, se procedió contra nosotros, sin más que aplicarnos el desfavorable y elástico nombre de sospechosos, sin que entonces ni después se haya probado que existiera esa junta ni nuestra cooperación a los planes a que se supuso gratuitamente unida nuestra complicidad. Nótese, además, que en los partes se habla de otros muchos, como lo eran el marqués de Tabuérniga, el marqués de Camacho, y el señor obispo electo de Jaén y varios más. ¡Hasta un obispo, señor! Para que se vea que la policía con sus sublimes descubrimientos invade lo espiritual y religioso, como lo temporal y profano. Sin embargo, contra ninguno de estos señores se procedió. ¿Cuál podía ser el secreto de esta rara lenidad y de estas incomprensibles excepciones? Seguro es que yo no sentiré que dejara de aumentarse el número de los perseguidos, y que su fortuna en aquel caso consuela y complace mi corazón; pero cuando veo que con los mismos antecedentes, únicamente sobre nosotros se ha descargado el golpe, me confirmo en la idea de que sólo se trató por el medio ensayado de separarnos de la escena política, porque a nosotros se tenía más mortal antipatía; de alejarnos de las urnas 352


Retórica Forense

electorales; de formar un Congreso en que solo estuviera representada una opinión política, quitándole la condición primera de toda Asamblea, que es la discusión y el libre examen, porque no hay idea alguna que no deba someterse a la prueba de la contradicción. Lo que se quiso fue inutilizarnos para algún tiempo, porque se temía a la fuerza de nuestros principios de verdadera libertad, de reformas radicales, de estricta justicia, de imparcialidad y de moralidad, que tanto contrastan con otras doctrinas, proclamadas y seguidas por ciertos hombres con ardor y hasta con cinismo. Así es que en la época de nuestra prisión, alguno deseos señores, contestando a las preguntas curiosas que otros les dirigieran en las expansiones confiadas de la amistad, manifestaban que la causa no era nada, que no tenían motivo ni más objeto que el de fatigarnos y anularnos por algún tiempo, como si nuestras personas hubieran de servir de leve juguete a su omnipotencia. Mas aquí se presenta un terrible argumento contra el Gobierno en vista de las confidencias.- Por ellas, y sólo por ellas, se procedió contra nosotros. ¿Cómo es que al paso que se les dio tanto valor para prender a diputados intachables, de nada sirvieron para prevenir los sucesos que tuvieron después lugar en Alicante, y evitar con saludables avisos su realización y sangriento desenlace? En las confidencias se decía que la revolución iba a estallar en Alicante, que la haría la fuerza de carabineros; se daban todos los pormenores, todos los detalles de los proyectos sobre aquella plaza: sin embargo, sus autoridades al rendir las declaraciones que se les pidieron con el piadoso fin de ver si resultaba algo contra nosotros, dijeron que el Gobierno no les había hecho prevención ninguna, que no les había encargado más vigilancia ni indicádoles el menor peligro, de modo que fueron completamente sorprendidos por los acontecimientos. ¿Qué significa esta inconcebible anomalía? Una de dos: o bien que el Gobierno nada sabía cuando el alzamiento de Alicante y que los partes y que las confidencias se confeccionaron después, aprovechando tan bella ocasión para comprometernos; o bien que si el Gobierno sabía lo que iba a suceder, dejó correr las combinaciones para que la tentativa llegara a realizarse, y tener después el bárbaro placer de sacrificar víctimas. Esta es la verdadera deducción lógica que yo todavía no me atreveré a creer, porque no encuentro nada parecido sino en la conducta de Calígula, que hacía escribir las leyes en letra muy menuda y colocarlas en paraje muy elevado para que nadie pudiera leerlas, y tener así el gusto de hacer delincuentes y de ejercitar su rigor. 353


Miguel Antonio De la Lama

Paso ahora al segundo cargo que se me hizo desde el principio, relativamente a las dos proclamas que me dirigió don Manuel Carreras desde Alicante. Este hecho no puede perjudicarme por ser ajeno, pues que la razón, la justicia, las leyes de todos los países, se oponen a que se haga cargos por hechos extraños, independientes de la propia voluntad. El Ministerio Fiscal, no obstante, ha dicho, que cuando se me mandaban las proclamas, señal sería de que se contaba con mi cooperación. Estoy seguro de que este modo de inferir no se habrá aprendido en las lógicas de Traccy, Condillac, Valdinoti, Laroniguer ni ninguno de los que han escrito en materias ideológicas. ¿Con que todos los que reciben proclamas en casos iguales o parecidos al que nos ocupa, no solo son simpáticos a los movimientos sino que cooperan a ellos? Si así fuera verdad, todas las revoluciones tendrían una marcha veloz y un resultado tan próspero como inmediato. Lo primero que hacen los que se colocan a la cabeza de movimientos de esta especie, es procurar darles toda la publicidad posible, para ver si su espíritu y sus deseos cunden y encuentran eco que les responda. Las proclamas o programas de remiten aceleradamente a todas partes: no se consulta con la opinión política de las personas: el simple conocimiento, la sola idea de que puedan existir en tal o cual parte, con más o menos importancia, basta para que se le dirijan estos papeles con la revelación de todo lo acaecido; y tan cierto es esto, que yo podría citar en ese momento un número considerable de personas, algunas de ellas conocidamente carlistas, que recibieron iguales proclamas en los días que nos referimos. Acaso fui yo el último que en Madrid supo los sucesos de Alicante y la prisión de los Diputados; porque habiendo tenido necesidad de ocultarme y de permanecer oculto y sin ver a nadie que pudiera darme noticia el día en que fueron a realizar mi prisión, nada supe de lo ocurrido hasta el día siguiente, en tanto que apenas habría una persona que lo ignorase, porque los ciegos lo iban publicando en desaforados gritos por todos los sitios públicos. A mi debió serme tanto más extraño el procedimiento, cuanto que hacía dos años que ni siquiera una carta de amistad había escrito a la provincia de Alicante. Pero cuando se quiere fraguar una calumnia, poner en acción y en movimiento una trama infernal y comprometer a los hombres, porque así cumple a los inicuos designios de sus enemigos, por todo se atropella y no hay ni antemural que los salve ni escudo que los defienda. A mí se me persiguió a los dos meses de haber dejado la Presidencia del Gobierno provisional; y esta persecución me honra en un 354


Retórica Forense

concepto que para mí es muy importante. Me honra, porque si nuevas garantías y seguridades necesitara mi conducta por esta persecución, vería el mundo la inmensa distancia que me ha separado, me separa y me separará siempre de los hombres que entonces ocupaban el poder y de sus correligionarios políticos. Estos lanzaron contra mí la persecución, y yo sufría una vicisitud tan extraña con los sinsabores y disgustos que le eran consiguientes, en tanto que otros se hacían una posición cómoda y feliz, disfrutando de valimento, de representación y de ventajas. Yo jamás las he deseado; y si en mi delirio o en mi fatuidad hubiera entrado alguna vez el adquirirlas, jamás las hubiera comprado a precio de mis convicciones y de mi conciencia. Supuesta esta reseña de la causa, la solicitud actual en ella no puede ser más conforme ni más justa. El procedimiento fue nulo desde su origen, como he demostrado. El Promotor pidió desde luego que se suspendieran las actuaciones respecto a mí, y después la absolución. Tal era el ningún mérito que todo producía. El Juez de primera instancia me absolvió libremente y sin costas, si bien omitió las declaraciones favorables y la reserva de derechos que dieron motivo a nuestra apelación, y que hoy se demandan de la rectitud ilustrada de V. E. Estas aclaraciones y reserva son una consecuencia precisa y necesaria de la inocencia que ya se ha declarado; y cualquiera que hubiera caído en ese banco acusado hasta de asesinato, tendría un derecho para pedir iguales salvedades, cuando de todo el proceso resultara la impostura de la acusación y su absoluta inculpabilidad. Pido lo que cualquiera pediría; y tengo una reputación y un nombre que defender, que no quedarían satisfechos hasta el punto que deben quedarlo, sin esa proclamación que debe reparar tantos ultrajes sufridos. ¿Y por ventura, esta satisfacción no es inexcusable en todo sentido? Cuando todo se ha perdido en este horrible naufragio; cuando no se conserva ni un hogar, porque la persecución nos amaga y amenaza todos los días, todas las horas, todos los instantes; cuando no se conserva ni una patria, porque mal puede llamarse patria una mazmorra; cuando se han perdido todas las afecciones mas tiernas del corazón, porque casi todas ellas se pierden en la desgracia; cuando a cada momento se ve la triste realidad de aquel desconsolador dístico del poeta de Roma; “Donec eris felix multos numerabis amicos, Témpora si fuerint nubila, solus eris;”

355


Miguel Antonio De la Lama

Cuando no se puede descansar ni en lo pasado, ni en lo presente, ni en el porvenir; cuando al lanzar la vista sobre el tiempo, sobre esa mar inmensa sobre la cual navega la humanidad, unas veces con tiempo bonancible, y otras como a mí me ha sucedido, con tiempo proceloso, se ven todos los objetos cubiertos de un crespón funeral, de un paño mortuorio; de modo que, a nuestro pesar, se recuerdan las tristísimas palabras de Ovidio: “Crudelis ubique luctus, ubique pavor Tristísima noctis imago;”

Cuando todo esto se ve, se sufre y se padece, permítasenos al menos que tributemos un culto religioso a aquella preciosa máxima de la antigüedad: “Omnia si perdas, faman servare memento”. Ya que todo se ha perdido, conservaremos siquiera nuestra reputación. Esto es lo que pretendemos del Tribunal, y lo que no dudamos conseguir de su rectitud notoria. Por frágil que sea el principio que defiende a los magistrados, por expuesto que se encuentre a los ataques y demasías del poder; el Juez íntegro se abraza con sus convicciones y con su deber, y prescindiendo de todo lo que no es los autos y las leyes, dice al mundo que le contempla: “Fiat, justitia et ruat, caelum”. Seamos justos, y suceda después lo que sucediere. Esta es, señor la esperanza que nos anima en éste momento, y en la que nos sostiene la ventajosa, cuando merecida idea que tenemos de los dignos magistrados a quienes está sometido el fallo de nuestra causa. __________

El Tribunal confirmó la sentencia de primera instancia que absolvió a los procesados libremente y sin costas.

356






Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.