VIDA
San Félix de Cantalicio Capuchino
San Félix de Cantalicio.—Murí/ío
VIDA DE
SAN FELIX DE CANTALICIO Hermano Lfcgo Capuchino \
(1513 - 1587)
por el P. Prudencio de Salvatierra, Capuchino
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PAMPLONA EDITORlAi ARAMBURU 19 47
CON LAS DEBIDAS LICENCIAS
AL LECTOR
Por iniciativa y a expensas de un cata llero cristiano, ferviente devoto de San Fé lix de Cantalicio, publicamos las bellas pá ginas qu,e siguen, escritas por el R. P. Pru dencio de Salvatierra en su primorosa obra titulada «Las Grandes Figuras Capuchinas», editada en Santiago de Chile el año 1936. Preséntase en ellas el • primer santo Ca puchino en el siglo XVI abriendo la gale ría de diecinueve hermanos nuestros eleva dos, hasta ahora, al honor de los Altares y que son la canonización pública de aquel movimiento de reacción franciscana qué in fluyó tan a fondo en la verdadera reforma emprendida por la Iglesia Católica frente a la pseudo-Reforma Protestante. \ , El Santo Hermanito Capuchino nos ofre ce la comprobación de la doctrina que el Concilio de Trento consagraría para siemi
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Al
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pie sobre la consubstancialidad de la Fe con las obras de la Fe en la justificación de los creyentes. Surgía como augurio de Paz y Bien de los primeros Eremitorios de los Capuchinos, envueltos, por el momento, en densas nubes de prejuicios; sobre las lucubraciones teo lógicas, aparece el Sto. Hermano Lego os tentando obras de santidad eminenie; sobre los vanos alardes oratorios de predicantes heterodoxos, ofrece Fr. Félix la muda lec ción del ejemplo con maravillosa elocuencia que se impuso a su tiempo y reafirmó para siempre uno de los grandes pilares de la contra-reforma puesto por Dios en la Orden franciscano-Capuchina, madre de centenares de santos entre los millares que formaban ya el cielo seráfico, héroes de santidad y de ciencia, maravillosamente hermanadas en la vida como lo están en teoría la Verdad y el Bien. Siguiendo las rutas de Amor y de Luz que Fr. Félix dejó marcadas, han desfila do en cuatro siglos los Santos: Loren zo de Brindis, Serafín de Montegranario,
Al lector
José de León isa, Fidel de Sigmaringa, Conrado de Parzhan y Verónica de Julianis. Y los Beatos: Benito de Urbino, Agatángel de Vendóme, Casiano de Nantes, Bernardo de Corleón, Bernardo de Offida, Angel de Ácri, Crispín de Viterbo,
Fénx de Mcom, Apolinar de Posñt, Diego José de Cádiz, Francisco de Camporróso, Ig nacio de Láconi y María Magdalena de Martinengo, a los que deberán añadirse, con el tiempo, más de veinte nombres de Capuchi nos cuyas causas de canonización se trami tan, y llenan cumplidamente las páginas de nuestra historia de cuatro centurias... Alternan en estás páginas grandes teó logos, misioneros insignes, mártires glorio sos, con un ramillete de Hermanos Legos siri relieve mundanal en su vida, pero que perfuman los claustros y las ciudades que los sintieron pasar,, alegres y penitentes, en seguimiento de Cristo Crucificado. . Ojalá que cuantos lean sus preciosas Vi das aprendan la gran lección que entrañan, es decir, que se llega a la santidad no por lo que se sabe o se dice, sino por lo que se
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hace y se sufre en servició de Dios y de nuestros prójimos. Contemplemos en estas breves páginas lá figura amable de nuestro Fr. Félix de Cantalipio, iliterato consultado por grandes sa bios, pontífices y santos de su tiempo; san to humilde en su estado, pero que pudo bri llar con esplendores refulgentes en el cen tro mismo de la Vida de la Iglesia Católica, gobernada por un Santo, San Pío V; cuan do San Carlos Borromeo formaba parte del Colegio Cardenalicio, y San Camilo, dé Lelis fundaba en Boma hospitales para incu rables, y San Ignacio de Loyola organizaba en Roma la aguerrida Compañía de Jesús y lucía su austera figura de gobernante re ligioso San Francisco de Borja; y cuando re novaba la vida de piedad pública el íntimo amigo de Fr. Félix, San Felipe Neri... Tan tos haces de luz irradiando de la Ciudad Eterna no eclipsaron la tenue iucecifa de santidad eminente que el- ✓ Santo Lego Capuchino paseó por las calles y plazas de Roma durante cuarenta años, mientras pedía limos na de pan y él repartía tesoros de bondad
Al lector
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y de sabiduría celeste a cuantos tuvieron ia dicha de encontrarle a . su paso... * Hemos puesto a continuación la Novena para los devotos de San Félix, compuesta de oraciones hechas por el Emmo. Carde nal Vives a la conclusión de cada uno de
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Vitta que el escribió el
año 1887; poniendo en cada día un rami llete de santos pensamientos que recogieron de labios de Fr. Félix los que pudieron go zar de su compañía amable. Van también al final las estampas de ocho Capuchinos Hermanos Legos puestos ya en los altares por la Iglesia como mo delos que imitar. Quiera la divina Madre, que tanto re galó a su fiel siervo, bendecir esta edición con renuevos de vocaciones y de santos pa ra la Orden Franciscano-Capuchina.
AVE MARIA
SAN FÉLIX DE CANTALICIO {1513-1587)
La Reforma Capuchina tuvo sus comien zos entre turbulencias y malos presagios. Si. Dios no la hubiera sostenido, la nueva Or den habría desaparecido apenas nacida. Pri mero; fueron las audacias e intrigas de Ludovico de Fossombrone; poco más tarde, la clamorosa apostasía de Ochino; finalmente, después de graves aprietos, vino a verse con claridad la Providencia del Señor que no cesaba de velar por su obra. En estas primeras vacilaciones aparece la figura atractiva de Sar. Félix de Cantalicio, la primera flor de santidad que crecía en los claustros de los nuevos monjes. Flor bellí sima, de una blancura inmaculada, de un perfume exquisito, y desuna lozanía viva y encantadora, San Félix de Cantalicio tiene
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la pureza de los lirios y la escondida fiagancia de las violetas. San Félix ha llegado a ser, en nuestra Orden Capuchina, el prototipo de la perfec ción, sobre todo entre los fervorosos herma nos legos. Miles de religiosos, al vestir el hábito capuchino, han hecho en su interior este propósito que encierra y abarca todo el campo espiritual: «Quiero ser otro San Fé lix». Cuando San Serafín de Montegranario. San Conrado de Parzham, los Beatos Crispín de Viterbo y Félix de Nicosia y otros santos legos de nuestra Orden abandonaron el mundo para santificarse, aparecía en la meta de sus aspiraciones, como ejemplar su blime de perfección religiosa, la figura atra yente de San Félix de Cantalicio. Le imitaban en su oración y en su peni tencia, le copiaban en la observancia de los votos, en la devoción a la Virgen, en el fer vor eucarístico, en la humildad y en la sen cillez de la vida, y hasta en el modo de an dar y en sus dichos y máximas. El célebre programa de San Félix: «O César o nada»,
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ha sido repetido miles de veces por lo® liovicios de todos nuestros conventos. San Félix era el capuchino ideal, y to davía sigue siéndolo para todos aquellos que quieren adquirir una perfección acabada en todas las virtudes que florecen en los claus tros. En un sentido amplio y puramente ejemplar, puede afirmarse que el verdadero fundador de los Capuchinos, por su influen cia y por su amable atractivo, es San Félix de Cantalicio,
Había nacido en 1513, en el seno de una familia de cristianos labradores. El apellido de su padre era Santo; el de,su madre, San ta. [Singular y sugestiva coincidencia! El pueblecito de Cantalicio está en un rin cón encantador al pie de los Apeninos. Allí todo convida a la paz del alma, a la meditación y a la poesía. Sin embargo, los habi tantes de ese paraíso eran, en la época del nacimiento de San Félix, ariscos y salvajes. Alguien ha podido decir gráficamente que aquel pueblo, «más que madriguera de co■A,.
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nejos, era una cueva de leones». Sólo la fa milia de nuestro héroe era una excepción y un ejemplo que todos admiraban, pero que muy pocos deseaban imitar. La virtud del pequeño Félix fué más po derosa que todas las resistencias, y consi guió que los niños y jóvenes de su edad se dejaran arrastrar por el atractivo de una vida pura que irradiaba por todas partes el es plendor de una intensa piedad. Los mucha chos de Cantalicio veían en Félix un futu ro santo, y como a tal le reverenciaban. y le seguían. La infancia y juventud de San Félix se deslizaron apaciblemente, como uno de los innumerables arroyuelos de su tierra, hasta los treinta años, en medio de sus campos, sus bueyes y ovejas, y sus aperos de la branza. Pocas letras, mucho trabajo y mucha oración. Las vidas austeras y extrañas de los an tiguos Padres del yermo, sus ejemplos y pe nitencias, fueron para él pan cotidiano y sa broso que nutrió su alma y le hizo concebir parecidos deseos de santidad. > r
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A los doce años, le hallamos en Cittá Ducale, al servicio ¿e un noble y cristiano ca ballero llamado Marco Tulio Pichi: Félix lle va al pastoreo las ovejas? de su patrón, y em pieza una vida anacoreta y de contemplati vo, Le basta una afilada navaja para haC6íse un pequeño templo en la corteza de un árbol: con dos cortes profundos sabe dibu jar una tosca cruz; y es fácil seguir los pa sos del pastorcillo siguiendo la ruta marca da por las innumerables cruces de las en cinas. Enfrente de alguna de ellas estará el joven arrodillado y en oración, dándose a veces golpes de pecho con una piedra, llo rando los pecados propios y ajenos, como otro San Jerónimo. Sus compañeros le mi ran de lejos, escondidos entre los matorra les del bosque, y nc se atreven a interrum pir las oraciones de su amigo que parece un serafín bajado del cielo. Todos saben que Félix habla poco, que es enemigo de murmuraciones y de juegos; pero saben también que siempre anda con tento y que su alegría es reflejo de la bon dad de su alma.
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Oye misa todos los días, con admirable compostura, sacrificando cualquiera ocupa ción para dedicarse a sus rezos matinales. Come poco y mal; pero aun le parece de masiado; y los días que preceden a las fies tas de la Virgen sabe ejercitar la mortifica ción dando unos mordiscos menos a los men drugos que suele llevar en el zurrón. En el alma de Félix iba naciendo la fir me convicción de que Dios le llamaba a una vida más perfecta y retirada; pero no aca baba de decidirse ante los apremiantes lla mados de la gracia.
En Cittá Ducale había un convento de capuchinos de reciente fundación, pero de mucha fama de santidad. Félix visitaba con frecuencia aquel pobre monasterio medio rui noso y desvencijado, apartado de la ciu dad, verdadero palacio de la pobreza, del silencio y de la oración. ¿Quiénes eran aque llos extraños frailes de barbas copiosas 'y pies desnudos, que se veían en los corre dores o en la iglesia, que hablaban poco y
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rezaban mucho? ¿Y por qué, entre tanta as pereza y rigor, andaban siempre alegres y risueños, con caras de Pascua? Al joven pastor le gustaban aquellos re ligiosos de hábito descolorido y remendado; encontraba una celestial poesía en aquel conventito que parecía una choza; y se queda ba extasiado ante una imagen de la Virgen que había en el huerto de los frailes, y que siempre tenía flores frescas a su alrededor. Félix, si Dios quiere, será capuchino; pero, ¿cuándo y cómo conocerá la voluntad de lo alto? Un suceso extraordinario le hizo conocer al fin, con absoluta claridad, la voz del Se ñor que no quería más dilaciones ni más ti tubeos. Cuentan las crónicas que un día es taba el fornido joven arando el campo de su patrón con una yunta de bueyes. Parece que Félix iba distraído y ensimismado; tai vez, como era su costumbre, totalmente ab sorto en la oración. De súbito se espantan los animales, dan un fuerte empellón al jo ven, y cae éste al suelo con tan mala suer te que el arado pasa sobre su cuerpo. Nos i
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figuramos al pobre Félix, asustado- y temblo roso, cubrirse- los ojos con las manos, ante el horror de la trágica aventura. Los bueyes se detuvieron después de una carrera des ordenada; Félix se levantó, y con asombro pudo constatar que el arado no le había pro ducido el más somero rasguño. Desde ese momento comenzó la nueva vida. Consideró la milagrosa escapada como un aviso del cielo que le quería para mayo res empresas; y al llegar a casa dijo resuel tamente a su amo: «Me voy a un convento». Y en efecto; a los pocos momentos lla maba a la puerta de los frailes y pedía hu mildemente el hábito capuchino. El Guar dián del convento, después de comprobar el verdadero espíritu del candidato, le man dó a Roma, en donde brillaba con luz in tensa el P. Bernardino de Asti, el formidable organizador de la naciente Reforma, y una de las más eminentes lumbreras de aquella época agitada Félix, antes de partir para Roma, quiso cumplir los deberes de la caridad y de la cortesía con sus parientes, y fué a su pue-
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blo para despedirse definitivamente de to dos. Lágrimas y reproches. El joven, de co razón sensible, sintió flaquear sus fuerzas; pero se sobrepuso al instante y emprendió el viaje gritando: «Adiós, adiós; ya no me veréis sino vestido de capuchino». Era el año 1544 cuando Fray Félix em pezó el noviciado, después de pasar unos meses de prueba en el convento de Antícoli de Campania. Nuestro joven, que jamás conoció el des aliento, tuvo que pasar terribles pruebas y estorbos que parecían inventados por el mis mo Lucifer para impedir su vocación. Una fiebre pertinaz, un decaimiento de todas sus energías, postraron al novicio en el duro jer gón de su celda, y obligaron a sus superio res a mandarle al convento de Monte San Juan Campano, lugar elevado y alegre, don de corría un aire saludable. Fray Félix, comprendió muy pronto que su enfermedad era más bien una tentación solapada, y se propuso vencerla rápidamen te. Un día se levantó del lecho y declaró al Padre Guardián que «ya no tenía nada».
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En efecto, comenzó a trabajar valiente mente, ayunando al mismo tiempo tanto y más que los otros, levantándose a los mai tines de medianoche, y madrugando para ir el primero a la oración. La enfermedad huyó de su cuerpo completamente derrotada, y ya no volvió a visitar a Fray Félix hasta sus úl timos días. El animoso novicio debió leer en alguna parte esta frase que se le quedó profunda mente grabada en la memoria: «O César o nada»; y desde entonces, cada vez que sen tía los embates de una tentación, cobraba nuevos ánimos repitiendo estas palabras fa voritas. Después de la profesión solemne, fué mandado al convento de Tivoli, donde vivió tres años dando pruebas de un espíritu ad mirable de piedad y de penitencia, y ha ciéndose querer de todos por su afable ca ridad. De Tivoli, pasó a Roma, destinado a ser el limosnero de la comunidad, oficio pe noso y difícil, que exige de los que lo prac tican una dosis no pequeña de humildad, de sacrificio y otras muchas virtudes.
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Aquí comienza la verdadera vida de nues tro gran santo. Limosnero del convento de Roma, viósele todos los días, durante más de treinta y nueve años, recorrer la ciudad con sus alforjas al hombro, y como él de cía, «con los ojos en la tierra, las manos en la manga y el corazón en el cielo». Apenas Fray Félix entró por la puerta del noviciado, puede decirse que para él se acabó el mundo, que se le murieron los pa rientes, que no hubo para su alma más an helos que servir al Señor. Con ese único pensar, explícanse fácilmente sus continuas y nunca interrumpidas oraciones, sus penitencias que ponen pavor al que las lee, su pobreza que muchos lla marían exagerada., su castidad deliciosa y sin mácula, su humildad profundísima, su vivir en el cielo aunque todavía pisaba la tierra. El genial pincel de Murillo nos ha de jado un lienzo de San Félix, que sintetiza admirablemente toda esa vida de oración y trabajo. Aparece el humilde lego capuchino de rodillas, recibiendo de manos de la Vir►
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gen Madre al Niño Jesús. Es una escena en cantadora: Fray Félix está radiante de feli cidad, y se dispone a estrechar contra su pecho al divino Niño que comienza a jugar con las blanquísimas barbas de su viejo ami go. En el suelo, cerca del santo, se ven las alforjas, el símbolo de su vida de limosnero. A veces iba el humilde fraile pidiendo el pan para sus hermanos por entre apreta das muchedumbres. Para abrirse paso c-n medio de aquel gentío, le bastaba el donai re de su saludo: «Deo gratias... ¡Paso al ju mento de los Capuchinos!». Durante cerca de cuarenta años vio el pueblo de Roma pasar todos los días por sus calles al pequeño Fray Félix, recogien do en sus alforjas los mendrugos de pan y los manojillos de verduras que la caridad de los romanos le entregaba para el convento. Eso era lo único que pedía, y jamás admi tió un solo maravedí. Un día iba pidiendo limosna, como de costumbre, cuando sintió de repente un cansancio abrumador y un peso incomportable en sus espaldas. Detú vose para respirar un poco, y revisó aten-
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tamente el contenido de sus alforjas: en el fondo de una de ellas divisó algo que le pareció la sonrisa burlona del demonio: uua monédilla de plata que alguna mano caritati va había dejado descuidadamente. —«Este es el peso maldito que no me deja caminar»— pensó Fray Félix; y sacudiendo las alforjas» dejó caer en el suelo la moneda, y huyó de allí con toda su carga de pan, ágil como un muchacho. En su boca se veía siempre una oración para Dios, una palabra de caridad para to dos y una burla para los asaltos de Luzbel. Si alguien se atrevía a insultarle. Fray Félix agradecía las injurias con una inclina ción de cabeza y replicaba risueño: «Que Dios te haga un santo»; con lo que el cul pable quedaba desarmado y conmovido. En los días’ de mucho frío, cuando los demás religiosos se acercaban al fuego, Fray Félix huía de allí para no caer en el peca do fácil de la murmuración, y solía decir a su cuerpo aterido: «Lejos, lejos del fuego, hermano asno; porque San Pedro, estando"1 junto a una hoguera, negó a su Maestro.»
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En las calles de Roma, Fray Félix pare cía el abuelo de todos los niños de la ciu dad. Sus grandes y mejores amigos fueron los rapazuelos vagabundos. Ver al .santo vie jo y acudir a él un tropel de chiquillos vo cingleros era todo uno. Entonces Fray Félix estaba eri sus glorias, y no pedía disimular su felicidad. Dejaba que unos le dieran tiro nes en el hábito, que otros hurgasen en las alforjas; y no faltaban atrevidos que juga ban con sus barbas o con su capucha y se reían de él con bulliciosas carcajadas. El hu milde viejo, entre burlas y donaires, apro vechaba la ocasión para enseñarles el ca tecismo, para darles consejos de moral y de religión, y les hacía prometer obediencia a sus padres, la misa del domingo, rezos a la Virgen, y todo cuanto quería, porque su palabra era irresistible. También solía darles su poquito de reprensión y de queja que siempre eran recibidas sin protestar por aquella turba de diablejos. La alegría característica de Fray Félix se hermanaba con un exquisito oído musical y una agradable voz de barítono; y sabía e
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inventaba toda clase de coplas religiosas que los niños de la calle eran los primeros en aprender; canciones que, en fuerza de ser repetidas por los barrios a todo pulmón,, se convertían prontamente en la música dé moda de toda la ciudad. Dentro del convento sabía unir, por modo maravilloso, la alegría con el silencio, el trabajo con la oración. Su compañero Fray Domingo atestiguó que «Félix era avaro en sus palabras,, pero lo poco que d©eía siempre bueno». Un día entró en la celda de un fraile enfermo, a quien los médicos habían desahuciado. Fray Félix, con voces de simpático reproche, le dijo: «Vamos, pe rezoso, levántate; lo que a ti te conviene es un poco de ejercicio y el aire puro del huer to». El enfermo se levantó completamente sano. Los niños y los pobres, fueron durante toda la vida de San Félix, el campo predi lecto de su fecundo apostolado. Pero tam poco- faltaron los grandes y poderosos. El Cardenal San Carlos Borromeo, sapientísimo Obispo de Milán, llegó un día hasta la mis<^£T31
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ma celda, del lego capuchino, solicitando de él algunos consejos para la reforma de su clero diocesano. No se arredró San Félix en tan arduo trance; cerró un momento los oios, como consultando el caso con Dios, y diri giéndose luego al Cardenal le dijo: «Emi nencia, que los curas recen devotamente el oficio divino. No hay nada más eficaz que la oración para la reforma del espíritu.» Al Cardenal" de la Orden franciscana, Montalto, días antes de ser elegido para el Sumo Pontificado con el nombre de Sixto V, le dijo Fray Félix muy valiente: «Cuando seas Papa, pórtate como tal para gloria de Dios y bien de la Iglesia; porque si no, se ría mejor que te quedaras de simple fraile.» Este mismo Papa tuvo siempre mucha amistad con nuestro santo, y gustaba de en contrarle en la calle para saludarle afectuo samente. Si Fray Félix andaba en sus.tra bajos de limosnero, el Sumo Pontífice le pe día un poco del pan que había recogido, y luego lo comía en su palacio con indecible devoción. Un día estaba escogiendo Fray Félix el mejor panecillo de sus alforjas para
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dárselo al Papa, y éste le dijo: «No haga aistinción, hermanito; déme lo primero que sal ga». Lo primero que salió fué un mendrugo que parecía un carbón por lo negro y por lo duro; y el santo limosnero no pudiendo reprimir una sonrisa de ingenuidad, lo puso en las manos del Pontífice, añadiendo: «Ten ga paciencia, Santo Padre; también vuestra Santidad ha sido fraile». La caridad de Fray Félix no conocía lími tes ni- distinciones. De su pobre limosna so lía repartir entre los pobres todo lo que la obediencia le permitía, y hasta los pajarillas del aire y los perros de la calle participaban con frecuencia del tesoro de sus, alforjas. Hubo en 1580 una fuerte epidemia en. Roma. Fray Félix pidió a Dios que le libran ra del azote, para poder dedicarse en cuer po y alma al cuidado de los enfermos. Su oración fué escuchada, y el santo anduvo muchos días visitando las casas y los hos pitales, socorriendo a los más necesitadosr inventando consuelos y remedios con la in geniosa caridad de una madre; y cuando los cuidados materiales no bastaban, la oración *■
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de Fray Félix suplía con el milagro la in eficacia de las medicinas.
La vida religiosa era para nuestro santo la idea central de su espíritu, y consiguió una perfección ejemplar en el cumplimien to de los tres votos monásticos: obediente, sin vacilaciones ni resistencias; pobre, has ta los límites del más absoluto desprendi miento; casto, con la inocencia del que no ha conocido derrotas ni sabe lo que es la malicia de la pasión. Otro de los rasgos netamente francisca nos de San Félix era su respeto al sacerdo te; rasgo que mil fervorosos hermanos legos copiarán solícitos, como un homenaje a la dignidad más sublime de la tierra. Hay una palabra en lenguaje místico, que el mundo frívolo no acabará jamás de com prender: la sania simplicidad. Esta virtud que con frecuencia encontramos en las al mas virtuosas, no es, como algunos piensan, la tontería mística, la pobreza de inteligen-
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cia o la nulidad de valer espiritual. La sim plicidad de los santos es sinónima del can dor e ingenuidad de las almas perfectas, para las cuales el mundo y todas sus vani dades «son como si no fueran»; la opinión de los hombres no cuenta para nada en las miras de los que practican esta altísima vir tud; los desprecios y las burlas, lejos de ser aborrecibles, son fuente de ganancias y de méritos. Es la sublime simplicidad que ha cía exclamar a San Pablo: «Nos stulti prop-. ter Christum». «Somos juzgados como estú pidos por causa de Cristo» (I Cor. IV, 10). Uno de los ejemplares más acabados de esta santa simplicidad es nuestro San Félix. Para él nada valían los honores, nada las riquezas, nada la sabiduría mundana; por lo contrario, hay en su alma una especie de hambre nunca saciada de ultrajes, privacio nes y dolores. Así se explica aquel buscar en todas partes y ocasiones la humillación, aquella vida como de mendigo, llevando la clásica pobreza capuchina a límites insospe chados, y aquella maravillosa «ciencia de la cruz» que él resumía tan poéticamente en
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unas frases que se han hecho famosas: «To da mi ciencia está encerrada en un librito de seis letras: cinco rojas, las llagas de Cris to; y una blanca, la Virgen Inmaculada». Así compendiaba San Félix la divina sabiduría ele su espíritu. Es célebre en la historia de nuestro san to la profunda y entrañable amistad que tuvo con el gran San Felipe Neri, fundador del -Oratorio. No olvidemos lo que acabamos de decir acerca de la divina simplicidad de ios santos, para comprender mejor los hechos ejue, a este propósito, vamos a narrar. Los dos santos amigos habían penetrado profundamente en la doctrina del desprecio de sí mismos, anhelaban con ardor sufrir in jurias y vejámenes por Cristo para ganar los tesoros riquísimos de la humildad. Y se ayu daban mutuamente en estas ganancias. Si se permite la frase, podríamos decir que «te nían el negocio a medias». En cierta ocasión se encontraron los dos en una plaza muy concurrida. y animada. Fray Félix, al momento, se hincó de rodi llas para recibir la bendición de su santo
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amigo. Un grupo de curiosos comenzó a sonreír al ver al capuchino postrado en medio de la calle. Pero luego las sonrisas se tro caron en burlas y carcajadas cuando vieron que Felipe Neri se arrodillaba también en frente del humilde lego pidiéndole la mis ma gracia. Y comenzó entonces la más re gocijada y desconcertante disputa sobre quién era el más indigno de bendecir al otro. Un abrazo terminó la curiosísima contienda. Las burlas de los transeúntes no hicieron mella en. los dos santos: precisamente, eso era lo que buscaban. Otro día topáronse los dos en una calle. San Felipe, que conocía muy bien el valor de Fray Félix y su deseo de desprecios, se quitó rápidamente su enorme sombrero ne gro y se lo encasquetó a su amigo hasta las orejas, diciéndole al mismo tiempo: «Vete a dar una vueltecita por la ciudad». Fray Fé lix, ni corto ni perezoso, siguió su camino tranquilamente, provocando a su paso, con tan grotesca indumentaria, una clamorosa ex plosión de regocijo. Al volver a donde le esperaba San Felipe, le dijo mirándole con
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ingenua picardía: «En pago de lo que rae has hecho ganar con tu hermoso sombrero, te mando que bebas un trago de vino de esta botella, aquí, delante de todos». San Fe lipe tomó la botella que le ofrecía su ami go... y se ganó tan buena cosecha de bur las como Fray Félix. Los saludos que ambos solían dirigirse al encontrarse no eran muy conformes a la moda de ningún tiempo y a la buena corte sía mundana; pero para ellos era cuanto ha bía que pedir. Habían conversado muchas veces de la inefable dicha de los mártires que pueden ofrecer a Dios tan elocuentes pruebas de fe y de amor. «Yo—decía Fray Félix—sería el hombre más dichoso de la tierra, si pudiera morir quemado por el amor de Cristo». «Pues yo—"le respondía Felipe— pido todos los días al Señor que me conce da ser ahorcado en su nombre». De estas conversaciones y deseos nacie ron aquellos saludos que mutuamente se de dicaban: «Buenos días, Fray Félix. ¡Ojalá te quemen por amor de tu Dios!» —«Salud, Fe-
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lipe. ¡Ojalá te apaleen y te descuarticen en el nombre de Cristoí» Un día iba San Felipe Neri por la ciudad, caballero en una vieja muía. De repente se encuentra con su santo amigo y le dice: «¿Qué te parece, Fray Félix? ¿Has visto nun ca más excelente jinete?» Y el santo limos nero, para hacerle rabiar un poco, le con testó: «Me parece, me parece que lo que es toy viendo es... un burro a caballo». —«¡Me la ganaste!»—contestó San Felipe, siguiendo su camino. Y Fray Félix le gritó riéndose con todas sus ganas: «Paciencia, Padre; ¡y buen viaje!» ¡Extrañas ocurrencias de los enamorados de la Cruz! Los dos santos amigos, lejos de escan dalizar a las gentes sencillas con aquellas palabras de fingido desprecio, llegaron a ser los personajes más populares y venerados de la ciudad; y las mismas bromas que ron tanto ingenio solían hacerse, se repetían con admiración en todas partes, como lecciones prácticas de espíritu evangélico.
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La devoción de Fray Félix a la Virgen María es uno de los aspectos más notables y delicados de su figura espiritual, y lleva en sí la explicación de aquella inalterable alegría que da a nuestro primer santo ca puchino una aureola de simpatía y un ex cepcional atractivo. Cuando .salía del convento, empezaba a rezar el rosario, y sólo lo interrumpía mo mentáneamente para saludar o para pedir la limosna. Al encontrar en la calle alguna de las muchas imágenes de María que había por toda la ciudad, se le iban los ojos hacia su Reina, la saludaba cariñosamente y le so lía decir: «Querida Madre, os recomiendo que os acordéis del pobre Fray Félix; yo de seo amaros como buen hijo; pero vos, como buena Madre, no apartéis de mí vuestra mano piadosa, porque soy como los niños pequeños que no pueden dar un paso sin la ayuda de su madre.» Un día, el célebre predicador capuchino Alfonso Lobo fué a la iglesia del convento para observar lo que hacía Fray Félix, de cuya santidad deseaba cerciorarse. El santo
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hermano estaba arrodillado ante el altar ma yor, rodeado de una claridad celestial, ex tático, pronunciando palabras temblorosas, a manera de débiles quejidos. De súbito, los resplandores misteriosos se hicieron más in tensos, y el Padre Lobo pudo ver, con pas mo de sus ojos, que aparecía la Virgen San tísima, y que, acercándose a Fray Félix, le entregaba el divino Niño para que lo aca riciara. Esa es la escena que inmortalizó Murillo.
Así, en una atmósfera de silencio y hu mildad, envuelto en trabajos y fervores, el bueno de Fray Félix fué haciéndose viejo, al mismo tiempo que su alma tocaba los lin des de la perfección. Un día se preparaba a emprender sus acostumbrados trabajos, cuando notó que su férrea energía le abandonaba. «El pobre ju mento ya no caminará más»—exclamó proféticamente. En efecto, era el último capítu lo de una vida larga y hermosa. No perdió el enfermo su inalterable buen f
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humor. La muerte parecía para él la más in teresante aventura, una regalada esperanza, detrás de la cual no hay más que triunfos y dichas. Era el corredor que llegaba victo rioso a la meta. «Bonum certamen cerlavi, fidem servavi». «fíe peleado en buena bata lla, he guardado mi fe». Eran los días en que se celebraba en el convento de Roma el Capítulo General de la Orden. Aquellos venerables religiosos, que habían llegado de todas las provincias capu chinas, pudieron ser testigos de la santa muerte de Fray Félix. La estrecha y pobre celdilla no podía contener a todos los que deseaban escuchar las postreras palabras de aquel anciano que agonizaba envuelto en transportes de amor divino. Uno de los pa dres, el célebre predicador Matías Bellintani de Saló, orador elegante y literato gala no, se acercó al santo moribundo y le pre guntó: «¿Me conoces. Fray Félix?». El en fermo abrió los ojos y contestó sonriendo: «Te conozco, te conozco, mayo florido». A veces, los ojos del moribundo se clavaban lárgo rato en el cielo y su rostro se ilumi-
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naba de felicidad. Los frailes le pregunta ban qué era Iq que veía, y Fray Félix con testó una vez: «Veo a mi Señora rodeada de ángeles que vienen a llevar mi alma al pa raíso» . Pasó cantando las últimas fatigas de la enfermedad, y en una de sus canciones ori ginales voló a los cielos. «Amor mío, Gesü, Gesü, il mío cor dehl prendí tu, né rídarmelo mai piü». «Jesús, Jesús, amor mío. Róbame el co razón y no me lo devuelvas ya.»
Un cronista de nuestra Orden, nos ha de jado este prolijo retrato de San Félix: «Fué bajo de cuerpo,> pero grueso decentemente, y robusto. La frente espaciosa y arrugada, las narices abiertas, la cabeza algo grande, los ojos vivos y de color que tiraba a ne gro; la boca no afeminada, sino grave y vi ril; el rostro alegre, y lleno de arrugas; la
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barba no larga, sino inculta y espesa; la voz apacible y sonora; el lenguaje de tal cali dad, que aunque rústico, por ser simple y humilde, convertía en hermosura la rustici dad.» «En divulgándose su muerte por Roma, acudieron al convento de los Capuchinos cuantos Príncipes y caballeros ilustres había en ella...; entraron en su celda; saqueáron la, tomando de lo que encontraron allí, que fué una manta rota, las tablas que le servían de cama, el colchón y sábana que tenía por la enfermedad, una mesilla, unas alforjas, y unas sandalias. Finalmente, era tanta la de voción y el concepto de la santidad del va rón bendito, que aun barrieron la celda, y el polvo y basura se llevaron para reliquias.»
N OVENA al glorioso San Félix de Cantalicio ACTO DE' CONTRICION ¡Oh Jesús mío! deseo honrar a vuestro santo amigo San Félix, oír de sus labios en señanzas de vida eterna y conseguir por su intercesión las gracias que necesito. Para recibirlas mejor, aquí me postro en vuestra presencia arrepentido de tantas in fidelidades con que os he ofendido. De ellas me pesa sinceramente y deseo ser en ade lante agradecido a vuestra misericordia y perseverante en vuestro servicio. Amén. (Léase ahora cada día los Pensamientos de San Félix y la oración que a continuación sigue; y pídase la gracia que se desea con seguir en esta Novena.) DIA PRIMERO PENSAMIENTOS l.° No me espanta la austeridad de la Religión Capuchina: con el auxilio y asis-
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tencia de Dios confío poder yo también triun far de mi flaqueza; pondré mi alma en la Llaga del Costado de mi Jesús crucificado, en la cual, regenerado como un hombre nue vo semejante al nuevo Adán, no temeré las asechanzas del infierno. Todo lo puedo en aquel que me fortalece... 2.° Soy un pobre aldeano ignorante, pero haced lo que os digo: estudiad con afecto y particular atención a Cristo crucifi cado: ésta es la verdadera ley abreviada de Dios... 3.° Quien no posee la ciencia de este libro (del Crucifijo), no sabe siquiera qué cosa sean libros; pero si conoce este libro, fácilmente entenderá todos los demás libros. 4.° Jesús, Tú me criaste para que deba amarte; te deseo y amo tanto que siento mi corazón desfallecer... ORACION ¡Oh San Félix, consuelo y gloria de Pre lados y súbditos Capuchinos, ejemplo de ter ciarios, modelo de operarios, intercesor y
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abogado de todos los hijos y devotos de San Francisco, protector de moribundos, maestro de pobres y humildes, doctor de vida per
fecta! ¡Oh San Félix, ruega por nosotros, alcán zanos la gracia de poseer la ciencia de los Santos, enséñanos tus seis místicas letras, y sea nuestra vida y nuestra muerte semejante a la tuya! ¡Oh San Félix, ruega por los que cele bran tu fiesta y haz con tu intercesión que todos los que en esta solemnidad té invo camos y alabamos en la tierra, pronto cele bremos contigo en el cielo los triunfos de la gracia, bendiciendo eternamente en la gloria las misericordias del Niño Jesús> y las bondades de la Virgen sin mancilla! Amén, Amén. (Tres Padrenuestros y Avemarias). DIA SEGUNDO PENSAMIENTOS l.° Hermanos, cada uno trabaja para sí mismo; todos estamos obligados a ser bue-
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nos, a amar a Dios, y hacemos merecedo res de la misericordia divina. 2.° Confiésate, disponte a recibir la san ta Comunión, visita las iglesias, muda de vida y está con Dios. , . 3.° Hermano, cuando te encuentres opri mido de dolores y trabajos, piensa en abra zar con todo afecto la Cruz de Cristo, con siderando que de este modo se gana el Pa raíso y verás que tus penas se convierten en delicias. ORACION ¡Ah, Félix dichoso! ¡Cuán diferente ha sido mi niñez y mi juventud de la tuya! ¡Cuántos años perdidos, cuántas ingratitudes, cuántos pecados han sido los míos! Alcán zame una viva contrición y haz rescate con una vida santa todo el tiempo perdido. Apiá date, santo mío, de los niños y jóvenes que hoy se ven rodeados de tantas asechanzas de los enemigos de Dios. Ruega por mí, rue ga por ellos. Haz seamos puros, santos, ino centes. (Tres Padrenuestros y Avemarias.)
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DIA TERCERO PENSAMIENTOS 1.° Cantemos juntos, decid todos corno' yo: ¡Jesús, Jesús, Jesús! ¡Robad mi corazón y no me lo restituyáis jamás! I
2.° (A los enfermos y atribulados de cía): ¡Animo! aliviad vuestras angustias con una cancioncita; decid conmigo: Quien abra za bien la Cruz, Jesucristo le socorre, y el paraíso le concede. 3.° Amada Madre, sea encomendado vuestro miserable Fray Félix; yo deseó ama ros como lo debe un buen hijo, y Ves cornobuena Madre nó apartéis de mí vuestra ma no piadosa; porque yo soy como aquellos niñitos que por sí mismos aún no pueden dar uñ solo paso, y si su madre los deja, fácilmente se caen: bendecidme, Reina mía, amada Virgen, Madre de Dios. :
4.° San Félix decía a uno que le pedia una limosna por amor a María: ¡Oh amada Madre de Jesús, Reina mía dilectísima!. ¡Ah,
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sí, por amor de María no puédo negarte la caridad 1 *
5.° Paz, paz, paz, indignémonos contra el demonio, contra el pecado que nos hace enermigo de Dios. (Palabras de San Félix al oír discordias). ORACION ¡Oh glorioso San Félix! Intercede por nosotros, y pide a Jesús y a María nos ben digan. Apiádate, Protector mío, de todos los que el Señor llama a la vida religiosa, para que ayudados de tu poderoso valimiento, les conceda el Señor fuerza, valor y santo fer vor para decir de corazón un eterno adiós -al mundo. No olvides a los que sirven al Señor en el siglo, y haz sean santos cris tianos y fervorosos siervos de Dios. (Tres Padrenuestros y Avemarias). DIA CUARTO PENSAMIENTOS l.° Huyamos, hermano, lejos, lejos de iodo lugar donde pueda tener quiebra núes-
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ira conciencia y hacer ganancia de tormen tos para el otro mundo. 2.° Muera mi cuerpo de frío, rio me importa; y viva mi corazón, entre las llamas dela caridad divina. c
3.° Creed que- sentiría gran contento mi corazón si me diesen de palos públicamen te por toda Roma. Los sufrimientos son para mí rosas y flores muy agradables; vengan sobre mí padecimientos, que en ellos meapaciento a lo grande. 4.° ¡Ah! pedid, pedid a Dios me perdo ne, y me libre de todo crimen que puede cometer esta miserable criatura que merece mil infiemos. ORACION Bien veo, Santo mío, que en todas par tes y en todos los oficios que mis deberes me impongan puedo vivir recogido, y que son vanas las excusas con que quiera cu brir mi relajada conducta; pues, como decía nuestro Padre San Francisco, y tú me ense-
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:ñas, en todas partes puedo poseer dentro de mí una ermita y ser mi alma en ella de voto y fervoroso ermitaño. Tú que tan per fectamente fuiste devoto anacoreta y santo -ermitaño en medio del bullicio de una ciu dad tan grande como Roma, pide a Jesús que por amor de María me dé el espíritu «de recogimiento interior, para' que en todas partes medite sus dulces misericordias y vi va como un solitario entre la muchedumbre. (Tres Padrenuestros y Avemarias). DIA QUINTO PENSAMIENTOS 1° ¿Qué me importa a mí que el mun do me tenga por insensato? ¡Ah! vale más ser de los hombres despreciado que respec tado; pues en medio de los honores aun el alma grande puede engreírse fácilmente, y mucho ha de luchar para no volverse orgullosa; pero en medio de los desprecios se rebaja y humilla sin trabajo.' i
2.° Yo a la verdad soy una bestia, y
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bestia de carga, bestia de palos, que todo el día estoy rebelándome violentamente con tra mi soberano Señor. 3.° Yo rio puedo, ni debo tener volun tad propia. Toda mi satisfacción y contento de corazón consiste en obrar siempre bajo la dirección de mis superiores. 4.° Yo no conozco otra cosa que la San ta Cruz, y con ésta deseo y procuro saber solamente seis letras, cinco coloradas, y una blanca; y si tuviese la gracia de saberlas perfectamente, no me ganarían los doctores y teólogos más renombrados. Las cinco le tras coloradas son las cinco llagas del Sal vador, y la letra blanca, su santísima Madre. Por caridad, pedid a Jesús y María me las bagan aprender bien y conservar firmemen te en mi corazón, porque éstas me bastan y no me cuido de otras doctrinas. ORACION ¡Oh admirable imitador de la Pasión de Cristo, oh Santo que a pesar de ser tan ino cente que más bien debes ser llamado án-
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gel que hombre, quisiste llevar una vida tan extraordinariamente mortificada, apiádate de mí! Tú eres tan inocente y tan penitente, y yo soy tan pecador e inmortificado; tú eres tan justo y tan enemigo de tu cuerpo, y yo soy tan malvado y tan solícito de terrenas comodidades. ¡Ay de mí! ¿Cuál será mi suer te siguiendo yo un camino tan contrario a la Cruz de Cristo? ¡Oh, San Félix! Interce de por mí, y ya que no puedo ser ian pe nitente como tú, haz a lo menos que cum pla con todas mis obligaciones, y sufra en espíritu de fe y santa compunción todos los sufrimientos e incomodidades de esta vida, y observe fiel y firmemente las mortificacio nes a que como cristiano estoy obligado. Oh amante de la Cruz, alcánzame ser verdadero discípulo de Cristo Crucificado. Sea toda mi vida penitente, fervorosa, humilde y santa. (Tres Padrenuestros y Avemarias). DIA SEXTO PENSAMIENTOS l.° Aunque andemos por las calles y casas de la ciudad obligados a tratar con se-
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culares, debemos, con todo, al cumolir lo que la obediencia nos manda, conducirnos en tal modo que nuestro corazón no se apar te de Dios; antes bien, sea nuestro principal trabajó permanecer siempre unidos^ a nues tro Criador y Salvador, y a la Virgen su Ma dre. Porque un religioso qué no está siem pre en oración, se halla muy sujeto a ten taciones diabólicas, y corre riesgo de caer en ofensas de Dios. JL
2.° ¡Ah, Dios mío. Dios mío, Jesús mío! amor mío, vengo a Vos; no os alejéis; ven go a Vos, esperadme, oh alegría de mi co razón, amado Hijo de la Virgen, vuelo ha cia Vos, esperadme. 3.° A los religiosos jóvenes: Santitos, procurad practicar diligentemente las reglas de mortificación aprendidas en el noviciado, porque la experiencia enseña, qué los há bitos de virtud o de vicio que se forman en los primeros años de religión, duran gene ralmente hasta la vejez y se llevan hasta el sepulcro.
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4.° A los predicadores: La oración es la verdadera maestra que enseña a los discí pulos del Evangelio el arte de predicar bien, hace eficaz en los corazones del auditorio la palabra divina, da espíritu y vida a todo dis curso sagrado. ORACION Oh amabilísimo San Félix, alcánzame del Señor la gracia de amar eficazmente a mis prójimos, haciéndome por su amor todo para todos, para ganarlos a todos para Cristo Se ñor nuestro. Intercede por mí, para que sea paciente, benigno, bondadoso, humilde y sen cillo en el modo de tratar a mis hermanos, a mis superiores, iguales e inferiores. Sea mi vida toda pura y santa, y logre mi alma conducir muchas ovejas descarriadas al re dil de Jesucristo, para que amen de corazón a tan misericordioso Señor, y sean devotos siervos de la Madre del divino Pastor. (Tres Padrenuestros y Avemarias).
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DIA SEPTIMO PENSAMIENTOS 1.° ¡Ah, Dios mío, Dios Señor míoi (Se ñor mío Jesucristo, amado Hijo de la Virgen! ¡Bendito sea Dios, alabado sea mi Señor, sea siempre glorificado mi amadísimo Salvador! 2.° A los inmortificados les. llamaba: enfermos de mal de garganta, que se mueren de hambre y con Un bocado se ahogan. • 3.° Los pobres son hermanos nuestros, hijos como nosotros de un mismo Padre celestial, y de una misma Madre la Iglesia Católica. 4.° Nuestra queridísima madre la santa pobreza se entristece, suspira y llora en ia abundancia de cosas; pero entonces está contenta, esta nuestra grande madre, cuando ve a sus hijos vivir en la escasez. ORACION Bendito seáis mil y mil veces ¡oh San Félix, Patrón y Abogado mío! Haced a este
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vuestro devoto una limosna, ya que tan rico sois en virtudes. Alcanzadme de Jesús una firme fe, una grande esperanza y una ardien te caridad. Háced sea humilde, devoto, mor tificado, puro y casto. Pedid a María santísi ma me bendiga y reciba por hijo suyo y constante siervo ¡Oh S. Félix l quiero ser perfecto: ayudadme, protegedme. Amén. (Tres Padrenuestros y Avemarias). DIA OCTAVO PENSAMIENTOS 1.° Vamos, cantemos con sencillez, can temos juntos, decid vosotros como digo yo: En esta nuestra tierra ha nagido una rosita. ¡Oh cuánto es hermosa, oh cuánto es bella la Virgen María! 2.° No se turbe jamás tu corazón por las desgracias mundanas; aflígete sólo por las ofensas hechas a Dios. Coloquemos en Dios nuestra confianza, y los infaustos sucesos de la vida humana tendrán siempre e¡ opor tuno remedio de toda desventura.
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3.° Sé, Criador mío, sé cuánto amáis a las criaturas, y que mucho os complacéis en que cada uno ponga sus esperanzas en vuestra providencia. ORACION Y yo, Santo mío, ¿de quién he querido ser amigo? ¡Ay de mí! que tantas veces me he hecho enemigo de Dios perdiendo el te soro de su santa gracia, y entregándome al poder de mis enemigos. ¡Ay de mí! que mi vida ha sido, no la de los siervos de Dios, sino la de los amantes del siglo. ¡Oh Santo bendito! por los favores que recibiste del cielo -al conversar con S. Felipe y S.4 Carlos, suplicóte me alcances de Dios la gracia que de hoy en adelante desprecie toda vanidad, y busque las virtudes cristianas, y la santa amistad y amor de Dios. Haz que no se pier dan pára mi los buenos ejemplos que el Se ñor pone ante mis ojos. ¡Oh S. Félix, ruega por este tu siervo! Amén. (Tres Padrenuestros y Avemarias).
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DIA NOVENO PENSAMIENTOS 1.° ¿Quando veniam et apparebo ante faciem Dei? ¡Ah, Dios mío. Amor mío! quan do veniam? No tardéis más, oh bien mío amado; llamadme, atraedme a Vos, porque vivir de Vos alejado es demasiado martirio para mi alma, muerta de sed de estar con Vos, fuente de vida. Jesús mío, ¿quando ve niam? Paraíso, hermanos míos, paraíso: pe did a Dios, que me quiere dar el paraíso, pe didle, por caridad, no me detenga más en este mundo: ¡Ah! Mi corazón desea con an sia estar presto con mi Amado. t
2.° En cuanto a mí, por la divina Mise ricordia estoy ya cercano a mi término, y pa ra irme con Dios una hora me parece mil años. Cuando habréis oído la noticia de mi muerte, pedid a Jesús por mí, y alegraos que vuestro pobre Fr. Félix haya alcanzado finalmente todo lo que puede su alma de sear. 3.° Lleno de gozo al ponerse en cama
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en su última enfermedad, decía: Alabado sea Dios. Se cayó el jumento (así llamada a su cuerpo); ya no se levantará más. 4.° Desfalleciendo de ganas de morir para ir a Dios, decía: ¿Por qué. Criador y Salvador de esta mi alma, que es toda vues tra, por qué no os apresuráis a librarla de los lazos de la humanidad y darla libre pa saje hacia el seno de mi Principio?... ¿Por cuál culpa mía queréis por más tiempo te nerme desterrado en los desiertos de este mundo, tan lleno de fieras infernales que buscan perderme? Confieso que distraído aquí en la tierra por los objetos terrenos, no os he dado todo entero mi corazón; pero sa cadlo Vos prontamente de la tierra, y mis afectos serán total y eternamente vuestros. ¡Ay, pobre de mí! Estoy ya en las puertas de la soberana Jerusalén, y hasta ahora no se me franquea la entrada... Siento ya bri llar en mi corazón la gracia, de mi Jesús, y con todo, me veo obligado a suspirar aún por la gloria. Amado Redentor mío, por pie dad, apresurad Vos mi tránsito in locum ta-
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bernaculi admirabilis usque ad domum Dei. Consumad, Amado mío, el amor que tenéis a Vuestro Félix con la eterna caridad de la patria: Coronad, amado Jesús, el amor que tiene Félix dándole la gloriosa posesión de Vos mismo. ¡Oh Dios mío!... fuerunt mihi lacrymae panes die ac nocte, dum dicitur mihi quotidie, ubi est Deus tuus? ORACION ¡Oh amabilísimo S. Félix! Pedid al Niño Jesús se apiade de este su indignísimo sier vo. Decid al divino Infante me conceda la gracia de amarle de todo corazón. Sea yo toda mi vida lleno de devoción, espíritu in terior; purifique el Niño Dios mi pobre al ma, y sea yo todo suyo. ¡Oh S. Félix, quiero amar a Jesús, quiero ser hombre de oración! Rogad por mí y haced imite vuestro Santo ardor en amar a Dios. Amén. (Tres Padrenuestros y Avemarias). ORACION FINAL PARA TODOS LOS DIAS Virgen Inmaculada, Madre mía, que hi-
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cisteis a vuestro devotísimo S. Félix el obse quio de dejar en sus brazos al Niño Jesús, os suplico, en atención al amor que él os tuvo, que pueda yo recibir todos los días santa mente a Jesús en la Sda. Comunión; que el recuerdo de tan sublime favor me sostenga todo el día en su divina presencia, y que ansíe por el día feliz en que Vos, Madre bendita, me llevéis en vuestros brazos al abrazo eterno del cielo. ¡Oh María! después de este destierro muéstrame a Jesús; haz. qué muera pronun ciando tu dulcísimo nombre, María... * ir
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LETRILLAS EN HONOR DE SAN FELIX
CORO Gloriosísimo San Félix, limosnero del Amor, de todos nuestros Hermanos, serás siempre Protector.
ESTROFAS Si en cuna humilde naciste, tu virtud la ennobleció; danos la santa nobleza de saber servir a Dios. Nuestro Padre San Francisco con su hábito te vistió; tu alma con él se vestía librea de perfección.
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Con tres votos como clavos tu alma se crucificó. El amor, ¡que dulce hacía aquella crucifixión 1 Todas las calles de Roma aprendieron tu canción: «A mis Hermanos en Cristo ¡una limosna por Dios!». La sonrisa de tus labios les dabas por galardón. Y por ellos se escapaba de tu pecho una oración. Limosna pidió Fray Félix a la Madre del Señor. «Toma, Félix». Y el Dios Niño, Pan de vida, le entregó. Danos el pan de esta vida que se amasa con sudor, y el Pan de la vida eterna, ¡Limosnero del Señor!
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d e x'C antalicio -
CORO Gloriosísimo San Félix, Limosnero del Amor, de todos nuestros Hermanos seras siempre Protector. l
AVE MARIA
I
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Ñ. B. A falta de una música a propósito para un Himno a San Félix, pueden acomo darse estas letrillas con cualquier música de otro himno.
San Serafín de Mentegranaro —1540 - 1604
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Bfo, Bernardo de Ofída.—1604 - 1694
Bto. Bernardo de Corleón.—1607 - 1667
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Bto. Crispín de Vrterbo. — 1668 - 1750
Bto. Ignacio de Laconi —1701 - 1781
Bto. Félix de Nicosia. —1715 - 1787
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Bto. Francisco María de Camporroso.—1804-1866
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San Conrado de Parzham.—1818 - 1894