LA MUJER PERFECTA Inés Pampín López (2º eso)
“Si sabemos a qué tenemos miedo, podremos encontrar alternativas para asumir lo vital como algo que se puede modificar” (Joan Corbella Roig).
Capítulo 1 ¿Alguna vez has pensado que un amor es imposible? Si la respuesta es sí, bienvenido a la pesadilla de Alberto. Alberto es un hombre como otro cualquiera, de metro ochenta, pelo negro y ojos verdes. Es profesor de arte y tiene un pequeño apartamento. Su tiempo libre lo dedica a leer y pintar y lleva una vida de lo más normal, salvo por un detalle. Alberto tiene miedo al amor. Joan Corbella Roig escribió: “El amor, el enamoramiento y las fuerzas del sentimiento suponen una gratificación y, a la vez, un temor: alcanzar estos estados representa un acercamiento a estados de felicidad, y perderlos aproxima al desengaño y la desesperación”. Este es el continuo temor de Alberto, perder el tren del amor. Su baja autoestima le ha impedido durante muchos años acercarse a una mujer de carne y hueso, así que se las inventa. Alberto solo pinta mujeres, es su forma de tenerlas cerca. Nunca miran hacia él, siempre tienen la mirada perdida. Todas son jóvenes, de veinte años como mucho, pero hasta ahí llega el parecido. No hay dos iguales en su repertorio. A sus amigos les parece una obsesión, pero para Alberto es lo más normal del mundo. Algunas personas fuman, otras beben; él pinta.
Capítulo 2 El lienzo está en blanco, esperando. Alberto mezcla en la paleta el siena natural, el ocre, el blanco y añade una pizca de bermellón. Moja el pincel en la trementina y lo lleva a la mezcla. Con bastante pintura, dibuja la forma ovalada de la cara de la mujer y, a continuación, el cuello. Continúa con la silueta del cuerpo hasta llegar a los finos pies. Al ser la primera capa no se para en los detalles. Intenta hacerla lo mejor posible, como siempre.
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La mujer está tumbada en un sofá, que más tarde pintará de carmín de garanza. No lleva ropa alguna, pero está colocada estratégicamente, de manera que no se ven sus intimidades. El sofá está apoyado en una pared de madera, color siena tostado. No hay nada más, y esa nada la pintará de sombra. Cuando acabó, lo dejó secando. La primera capa se da con la trementina y, la segunda, con aceite (en los cuadros al óleo). La trementina tarda poco en secar, pero tendrá que dejar el cuadro durante unos días para asegurarse de que no esté fresco.
Capítulo 3 El despertador sonó a las siete en punto, como siempre. Tras vestirse y desayunar, cogió el coche para ir al instituto donde trabaja. Cuando llegó, aún no había alumnos. Aprovechó para organizarse. –Buenos días –era el primer alumno de la mañana. –Buenos días –lo dijo lo más alegre que puede ser un profesor a las ocho de la mañana. –Profesor, tengo una duda con la lámina que mandó, la de la mujer. No sé cómo dibujar su rostro. No me queda bien. –Manuel, el rostro de una mujer no tiene por qué ser perfecto. Lo único que necesita son ojos, nariz y boca. Los ojos no deben ser demasiado grandes, ni la nariz, demasiado larga. Normalmente los labios y las cejas son finos, y las orejas, pequeñas. Te recomiendo que dividas la cara en tres partes: así te será más fácil. –Gracias, lo intentaré.
El resto de la mañana fue tranquila. Al llegar a casa Alberto pensó en cómo sería el futuro rostro de su nueva mujer. ¿Sería rubia, morena o pelirroja?, ¿tendría ojos azules, verdes o negros?, ¿cómo sería su nariz o su boca? Por ahora sólo podía esperar a que secara la pintura.
Capítulo 4. El miedo al amor no es más que una infravaloración de uno mismo. Sin confianza es imposible no tener miedo. La confianza se forma junto con la personalidad, en la infancia. Por innumerables motivos, uno puede dejar de tener
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confianza en sí mismo. En el caso de Alberto, la confianza dejó de existir por obra de los continuos insultos que recibía por parte de sus compañeros. Alberto tenía otra forma de ver las cosas, y eso ya era suficiente motivo de burla.
La pesadilla lo despertó en mitad de la noche. El sudor frio se le calaba hasta los huesos y los latidos acelerados daban la sensación de que querían dejarlo sin sangre en las venas. En su sueño, era un niño atormentado por unas niñas que lo insultaban. Estaba seguro de que no volvería a conciliar el sueño, así que se levantó. En la cocina aprovechó para tomar un tentempié, y luego fue a ver el cuadro. La pintura parecía seca. Como tenía claro que no se iba a acostar otra vez, decidió pintar. Decidió pintar la pared siena con espátula, para conseguir textura de madera. Cuando secara le daría una veladura en negro en las zonas de sombra. Le dio tiempo a pintar el sofá. Primero pintó de blanco todas las claridades y, de negro, las oscuridades. Las zonas intermedias las pintó con carmín y difuminó aquellas zonas en las que los colores se enfrentaban. Posiblemente no haya nada más gratificante que pintar. Lo que se siente al poder expresar un sentimiento con un pincel no se puede describir con palabras.
Como era sábado, aprovechó para corregir los dibujos que había pedido a sus alumnos. Parecían hechos sin ganas, sin motivación. Lo desilusionaron mucho. No entendía cómo les costaba tanto algo tan fácil. Tendría que bajar el nivel de exigencia. Solo uno le llamó la atención, el de Manuel. Le recordó a sus primeros dibujos. La mujer era preciosa. Había seguido al pie de la letra sus indicaciones. Era… perfecta.
Capítulo 5 Su mujer debía tener ese rostro. Las pinceladas volaban solas. Un poco de blanco por aquí, un poco de siena por allí, un poco de carne entre ellos…. Y, pincelada a pincelada, acabó su piel. Piel de porcelana, piel pura, piel tan suave como las nubes. “¡Ojalá existiera!”, pensó.
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El resto del día transcurrió como de costumbre, pero esta noche no tuvo pesadillas. Soñó con ella. En su sueño nadie hablaba. Estaban solos, mirándose. Ella le cogió la mano. –No me sueltes –le dijo ella.
Cuando se despertó estaba aturdido. Hacía mucho tiempo que no soñaba con nada parecido. No se sacó su imagen de la cabeza en todo el día. No dejaba de ver el cuadro inacabado. Estaba ahí, esperándolo. Se preguntó cómo sería si existiera. Debería ser alegre y risueña, sensible y paciente, delicada como una princesa y fuerte como un león. Debería ser como siempre han tenido que ser las mujeres. Su inteligencia destacaría y sus hijos la heredarían.
El sonido de una ambulancia lo despertó de su fantasía. “No puede ser, Alberto. No te hagas ilusiones. No existe y nunca existirá. Olvídalo,” se dijo a sí mismo. Pero quería pensar que era real, que todo era real. Que en algún lugar del mundo existiría la mujer adecuada para él. ”Aunque existiera, no sería lo suficientemente bueno para ella. Soy un desastre. Es imposible que alguien me quiera.”
Decidió seguir con su trabajo.
Capítulo 6 Joan Corbella Roig escribió: “El amor constituye una fuente de energía permanente para el ser humano. Esta energía mueve su comportamiento no solo en forma de estímulo para la actuación, sino que también lo hace en la producción de conductas de evitación.” El amor puede ser tan fuerte que provoca evitarlo.
El despertador sonó a las siete, por no variar. Tras hacer sus rituales mañaneros, cogió el coche para ir al instituto. Tuvo que ir a la sala de profesores para recoger unas fotocopias, y una cara nueva lo sorprendió. La sustituta había llegado. Durante unos meses iba a reemplazar a la profesora de gallego porque había cogido la baja maternal. A Alberto le resultaba familiar. –¿Alberto? –dijo como si lo conociera.
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–Tendrás que disculparme, no te reconozco. –Soy Marta. Fuimos juntos al colegio. ¿No te acuerdas? Alberto tenía una imagen confusa de una tal Marta. Posiblemente fuera ella. Solo se acordaba de dos coletas con lazos y un vestido. –Creo que ya me acuerdo –lo había sorprendido. –Bueno, te dejo, que tengo clase en 2ºC. Espero poder invitarte a un café más tarde. –Lo mismo digo. Marta se fue y Alberto la imitó tras coger las fotocopias. Se pasó el resto de la mañana aturdido, recordando momentos de su infancia. Sus profesores, sus compañeros, los festivales, la actuación de navidad… Lo repasó todo.
Como lo prometido es deuda, al acabar la jornada la invitó a un café. Se pasaron una hora rememorando aquellos años de inocencia y aquellos profesores que les tenían manía. ¡Qué irónico! Al parecer, ahora eran ellos los que les te– nían manía a los alumnos. Descubrió que Marta vivía no muy lejos de él, motivo por el cual insistió en ir a visitarlo “algún día de estos”.
Cuando Alberto llegó a casa estaba tan cansado que ni se molestó en echarle un vistazo al cuadro. Se acostó y volvió a soñar con la misteriosa mujer de pintura. La mujer está delante de él, callada. Es preciosa. Tan delicada como una flor, y tan ligera como una pluma, le tiende una mano. –No me dejes.
Capítulo 7 Otra vez el mismo sueño ¿Significaría algo? La mujer le pedía que no la dejara, pero por qué. No podía ignorarlo, tenía su imagen demasiado presente. Le resultaba familiar, como si ya la conociera. Empezó a preocuparse. A lo mejor su obsesión le estaba afectando. “La próxima vez, pintaré un bodegón”.
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Ya entrada la tarde, se dispuso a ver la tele. No acostumbraba a hacerlo, solo veía las noticias, pero pensó que, tal vez, eso le ayudaría a descansar un poco de la semana que llevaba. Levantarse a las siete para conducir durante 40 minutos y pasar seis horas aguantando a niños, explicando lo mismo una y otra vez, para que a la semana se olvidaran, no es muy agradable.
Estaban emitiendo una película, Mindsacpe. La película trataba de una mujer problemática, a la que someten a terapia. El objetivo es recuperar sus recuerdos. A veces, somos capaces de olvidar por completo experiencias traumáticas, pero se pueden recuperar. Le pareció una idea interesante. “¿Es posible que haya borrado de mi mente algo?” pensó. Esos sueños tan extraños, aquella mujer pintada, todo parecía pertenecer a su pasado, pero no recordaba nada. Al acabar la película, continuó con su pequeña obra de arte. Mezcló el siena y el negro para conseguir el sombra natural. Con un pincel suave le añadió un poco de aceite de linaza y pintó aquellas zonas que están porque tienen que estar, pero que no sirven para nada importante. Con lo que sobró de sombra hizo una veladura. Las veladuras se hacen con mucho aceite, y así se consigue un color casi transparente y muy líquido. Le dio la veladura a las zonas más oscuras: la zona en la que la piel y el sofá entraban en contacto, la sombra bajo el sofá, la parte baja de la pared, etc. Aún le faltaban detalles, pero no tenía prisa por acabarlo, así que lo dejó secar y se acostó. El mismo sueño lo invadió esa noche.
Capítulo 8 –¿Y esa cara? –le preguntó Marta. –No he dormido bien. –Será por el café que tomamos ayer –sonrió– ¿Cuándo me enseñas todos esos cuadros? –Esta misma tarde, si te viene bien. –Me viene estupendamente –Marta volvió a sonreír, y se lo contagió a Alberto. –Te veré a la salida.
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Cuando el molesto pitido que anunció el final de la última clase sonó, Alberto buscó a Marta. Ella lo seguiría con su coche hasta su casa. Marta era aficionada al arte y, cuando se enteró de que pintaba, no dejó de insistir hasta que Alberto accedió a enseñarle su colección. Pasados 40 minutos, ya estaban en el apartamento. Tras seguir el prototipo de presentación de la vivienda, pasaron a ver la colección. –Vaya… ¡Cuántas mujeres! –Marta estaba sorprendida. Todos los cuadros estaban acumulados en una habitación. Las paredes no llegaban para tantos, así que algunos estaban apoyados contra ellas–. Son impresionantes. –Gracias –no supo qué más decir. –Algún día me tendrás que hacer un retrato –dijo, tan risueña como siempre. –Si me dejas, lo haré encantado. Siguieron con la visita turística por el museo de Alberto. Él explicaba a cada paso la historia de cada mujer. –Esta era una vecina mía, y esa es una prima de un amigo. Aquella es inventada, como la mayoría –llegaron al su última creación, todavía en proceso, descansando sobre el caballete–. Esta está en proceso. Me queda acabar… –Es Isabel –la voz de Marta lo interrumpió. –¿Quién? No conozco a ninguna Isabel. –Es mi hermana.
Capítulo 9 –Posiblemente se parezca, pero es casualidad. No la conozco –Alberto intentaba buscar una explicación–, ni siquiera sabía que tenías una. –Es exactamente igual. Es ella. Sus mismos ojos, su mismo pelo, su piel… Y sí la conoces. ¿No te acuerdas? –Su nombre me suena, pero no recuerdo haberla conocido. –Estaba en tu clase, en primero de primaria. Dejó el colegio al poco de empezar.
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Alberto intentaba hacer memoria, pero se le mezclaban los recuerdos. Dejó pasarlo por alto, insistiendo en que sería una coincidencia. Al acabar la visita, Marta se fue y lo dejó solo. Alberto se quedó mirando a la tal Isabel, pero sus esfuerzos eran en vano. Había tenido un día horrible, por lo que decidió descansar. En lo más profundo de su sueño la volvió a ver, pero esta vez es una niña. Es muy guapa y muy pálida y está hablando con sus compañeras. Él tenía una flor en la mano. En el último segundo del sueño, vio cómo ella lo miraba. Se levantó más temprano de lo habitual ¿Aquella niña era Isabel? No estaba seguro, pero el parecido era innegable ¿Había sido un recuerdo o una simple fantasía? Imposible saberlo. Lo único que podía hacer era ver su retrato. “Si pudieras hablar me lo explicarías todo”, pensó. Pero no habló. Tenía media hora extra para descansar antes de ir al trabajo. Encendió el televisor para buscar algo que le pudiera levantar la moral. A los cinco minutos se cansó y lo apagó. Prefirió leer un poco. De su librería escogió un libro de poesía. Tenía algunos años, se veía en el color amarillento de las páginas y el olor a humedad. Lo abrió por una página al azar y empezó a leer. El poema se titulaba “Definición del amor”, de Francisco de Quevedo. Alberto no estaba de acuerdo con aquellos versos. El autor definía el amor como sentimientos opuestos, contradictorios. Alberto lo veía como una sensación de plena euforia, sin principio ni fin, y que no podía causar daño alguno al que padeciese esa enfermedad. Lauren Oliver expresó en su novela Delirium, que el amor puede ser considerado una enfermedad. En su historia casi apocalíptica, crea una vacuna contra el amor. Alberto pensó que con ella todo sería mucho más fácil. Oyó el despertador al otro lado de la habitación y supo que debía prepararse para otro día en el infierno.
Capítulo 10 Los mismos sueños cada noche. Los mismos temores al despertar. El mismo miedo al acostarse. La misma mujer. La necesidad de saber quién era lo mataba por dentro, lo que lo llevó a preguntarle a Marta por su hermana.
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Tan puntual como un reloj y tan feliz como siempre. Así la encontró en la sala de profesores. –Algún día me tienes que presentar a tu hermana –dijo en tono alegre, como quien no quiere la cosa. –Va a ser un poco difícil –se le entrecortaban las palabras–. Hace diez años se la llevó el Señor. Alberto entró en shock. Miles de pensamientos estallaron en su cabeza en lo que se tarda en parpadear. Estaba muerta. Reaccionó como es habitual. –Lo siento mucho. –Es igual. Me tengo que ir. Adiós. Alberto se quedó toda la mañana desconcertado, pero, a su vez, algo aliviado. Era como si se hubiera sacado un peso de encima. Ahora no tendría que conocerla, aunque eso era lo que más deseaba, y podría pasar página. Olvidarse de ella y centrarse en el bodegón que iba a empezar.
Ya en casa, cogió el pincel para hacer la tela del sofá. Unas pequeñas flores, hechas con carmín y blanco. En el centro les ponía un punto de blanco titán. Las hizo lo más sencillas posibles y con cinco pétalos. Mientras las detallaba, pensaba en la conversación que tuvo con Marta, a la salida. Le explicó que había muerto de leucemia y que por eso era tan pálida. Le intentó recordar en vano que se había cambiado de colegio por su enfermedad. Le contó que lo había pasado muy mal durante su infancia y aun peor en la adolescencia. Luchó hasta que el cáncer se la llevó. La sensación de pintar un muerto es un poco inquietante, pero es más inquietante que te perturbe por las noches. Ese rostro angelical lo estaba volviendo loco, pero era algo que le gustaba en su percepción de niño de seis años. Le fastidiaba verla cada noche pero la extrañaba cada mañana. Deseaba no verla, pero era lo que más ansiaba. Alberto había caído en esa enfermedad que tanto temía. Alberto se había enamorado.
Capítulo 11 No tardó mucho en recordarlo todo. Descubrió que él estaba enamorado de Isabel cuando tenía seis años. Era muy tímido, así que tuvo que reunir todo el valor posible para contarle lo que sentía. Después de eso no volvió a verla, 9
porque, como le explicó Marta, había dejado el colegio. Alberto lo pasó muy mal después de eso, pensó que había dejado el colegio por su culpa, porque él no era lo suficientemente bueno. En su mente, ese recuerdo había desaparecido, pero el trauma no. Alberto no ha podido olvidar a esa mujer y por eso no ha podido amar a otras. Resulta que siempre ha vivido enamorado, inconscientemente, pero enamorado, y ese sentimiento era tan fuerte, que lo quiso tener para sí el resto de su vida. Ahora mismo está firmando el cuadro, con su dedicatoria: Mi vida no ha sido nada fácil sin ti, pero sé que tu mano está en la mía y que todo irá bien si no la sueltas. Espero que estés siempre a mi lado, porque en mi corazón sigues estando viva y en esta pintura perdurarás para siempre.1
Alberto no necesitará más amor que el que tiene hacia Isabel. Vivirá siempre tan feliz, o incluso más, como todas las personas, salvo por una diferencia: su amor no es real, pero siempre existirá grabado en un lienzo.
Epílogo Marta se fue a los pocos meses porque había terminado el contrato. Después de eso, todo siguió igual en la vida de Alberto. No dejó de pintar mujeres, quizás intentando evitar ese miedo irracional que tenía a estar enamorado de Isabel. Vendió algunos cuadros y ahorró los beneficios. Incluso se atrevió a ir a terapia. Actualmente no tiene problemas amorosos, porque el recuerdo de Isabel lo acompaña. Es por cosas así que se puede demostrar que el amor es algo que está ahí, pero que no se puede definir. Cada persona tiene su idea de amor y eso es lo más bonito de él. Pero para usted, lector, ¿qué es el amor?
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Los dos versos subrayados pertenecen al poema "De la mano", de Eduardo Jordá (Pero sucede. Antología poética, Sevilla, Renacimiento, 2010, p.84). El relato está sugerido por ellos.
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